El Potterverso pertenece a J. K. Rowling. En este fic, no obstante, aparecerán personajes completamente míos, como Selena o Emer, que ya reconoceréis en su momento.

Este fic participa en el reto anual Long Story del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.


Encadenarse a una estrella

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Prefacio

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Bella se mira del nuevo en el espejo. Sonríe. Le gusta la imagen que ve reflejada en la superficie pulida.

Por fin, después de meses esperando ese momento, puede ponerse el vestido que su madre guardaba para "la ocasión apropiada". Por supuesto, ella se lo probó a escondidas, pero llevarlo puesto ahora, con un poco de maquillaje alrededor de los ojos y en los labios para realzar su palidez, los espesos rizos negros recogidos en un elegante moño y las joyas que su padre le regaló para su último cumpleaños, hace que se sienta más hermosa que nunca.

Y el vestido… oh, es precioso. Negro, con motivos bordados en tonos verdosos y un pronunciado escote que invita a soñar con las suaves curvas de sus quince años ocultas bajo la tela. Es tan largo que le tapa las botas de tacón, y las mangas, suaves y acampanadas, hacen que parezca que la joven se desplaza deslizándose y no caminando.

—¡Presumida!

Bellatrix se gira y descubre a su hermana pequeña mirándola con burla. Narcisa entra este año a Hogwarts y desde que el mes pasado fuese a comprar su varita está más envalentonada que nunca. Desde luego, en otras circunstancias se lo hubiese pensado dos veces antes de meterse con su hermana mayor.

Pero hoy Bella no está de humor para asustar a su hermana. Su expresión altiva no oculta del todo un entusiasmo nada elegante, pero no es para menos. Hoy es el día especial, esa ocasión apropiada que lleva tanto esperando.

—Tú también estás guapa—Narcisa se sonroja, sorprendida por el cumplido. Los halagos suenan extraños cuando provienen de la boca de Bellatrix. Lleva un sencillo vestido azul celeste que hace juego con sus ojos, y los zapatos de charol le dan un aire inocente.

—Cissy, mamá te está buscando—Bellatrix entorna los ojos al escuchar a su otra hermana acercarse por el pasillo—. Dice que vas a estar castigada hasta que te gradúes en Hogwarts como no la dejes peinarte de una vez.

Narcisa suelta un bufido y contempla un mechón de su cabello rubio con cierto enfado. No está excesivamente mal, pero sí es cierto que tiene cada pelo por un lado. Sale del dormitorio dando pisotones.

La sonrisa se le borra, sin embargo, al ver a Andrómeda. No porque no esté hermosa, sino porque no parece contenta. Lleva un vestido color miel tan largo como el de su hermana mayor, aunque con menos escote. A diferencia de Bellatrix, ella no se ha recogido el pelo, sino que lo lleva suelto, largo hasta la cintura, en una cascada castaña y ondulada, adornado con una flor plateada. Sus ojos castaños, grandes y cálidos, miran a su hermana mayor con una expresión extraña.

—¿Qué miras?—le espeta Bella con cierta brusquedad. Siempre ha sido así entre ellas, desde que eran pequeñas. Andrómeda demasiado pequeña como para poder acompañar a su hermana, pero demasiado terca para comprenderlo.

—¿De verdad estás contenta?

Bella asiente y sonríe.

—Tú también lo estarías. ¡Voy a comprometerme con Rodolphus!

—No lo conoces—señala Andrómeda—. Además, te saca como cinco años.

—Tres—la corrige rápidamente Bellatrix—. Y sí lo conozco; he hablado varias veces con él. Además, su hermano está conmigo en clase—su hermana sacude la cabeza—. Tienes doce años, no lo entiendes—murmura la mayor—. Dentro de tres años te tocará a ti.

La mirada habitualmente afable de Andrómeda se oscurece.

—No voy a casarme con quien me ordenen. Me casaré con quien me dé la gana.

Bella sonríe de lado.

—Te aseguro que querrás casarte con Rabastan; te caerá bien en cuanto lo conozcas un poco. Es muy… de tu estilo.

Su hermana menor sacude la cabeza y sale de la habitación con toda la altivez y dignidad que le dan sus doce años.

Rodolphus Lestrange está en el salón, junto a su hermano y sus padres. No es mucho más alto que su prometida, pero sin duda hace como dos Bellas. Tiene el cabello castaño oscuro, casi negro, y unos ojos azules y rasgados que brillan sobre la barba cuidadosamente recortada, como si toda la escena lo divirtiese profundamente.

Su hermano menor es, según cómo se mire, igual y opuesto a él. Pese a que no es tan corpulento, tampoco es delgaducho; no obstante, la casi media cabeza que le saca a Rodolphus hace que parezca una espiga. Su pelo, a diferencia del de su hermano, desprende reflejos rojizos, y es algo más largo. A pesar de ello, los dos comparten la misma mirada vivaz, de ese azul que tiene el mar a lo lejos, en esa zona a la que nunca se llega nadando.

Andrómeda no puede negarse que el menor de los Lestrange es guapo. Que tenga doce años no quiere decir que sea ciega.

Bellatrix Black se lo pasa en grande durante toda la noche. Habla delante de toda su familia, toma la mano de Rodolphus y baila con él, intercambian puntos de vista sobre diversos asuntos… La joven se siente como en uno de los cuentos que tanto suele desdeñar y tanto gustan a Narcisa.

Andrómeda la observa desde lejos. Cuando termina la cena y todos los invitados empiezan a moverse por el salón, ella se queda sentada junto a su hermana Narcisa y sus primos, Sirius y Regulus, que no parecen estar pasándoselo muy bien tampoco.

—Entonces, ¿la prima Bella va a casarse con el señor Rodolphus?—inquiere el más pequeño.

Sirius asiente.

—Seguro que es tan cabeza hueca como ella—especula.

—Creo que tú y yo hemos tenido una conversación antes de venir—le advierte Walburga, que pasa en ese momento por ahí. Su primogénito suelta un bufido y cruza los brazos mientras ve alejarse a su madre.

—¿Jugamos al escondite?—propone Narcisa, que pese a ser mayor que sus primos es demasiado pequeña para estar cómoda entre los adultos. Igual que la propia Andrómeda, pero ella lo disimula algo mejor. Regulus se encoge de hombros, pero tras unos instantes él y Sirius la siguen para salir del salón.

Andrómeda se mira las manos y luego clava la vista en el vacío, angustiada. Todavía no puede quitarse de la cabeza las palabras de su hermana.

Es un secreto a voces que en cuanto cumpla quince años sus padres van a comprometerla con Rabastan Lestrange, al igual que harán con Narcisa y el hijo de los Malfoy. Andrómeda nunca ha pensado mucho en su futuro, por lo que eso nunca ha sido nada preocupante. Pero ahora, mientras ve a su hermana charlar con su prometido, no puede evitar el desasosiego que siente al imaginarse su porvenir.

—¿Qué haces aquí sola?

Andrómeda levanta la vista dando un respingo. Rabastan Lestrange la mira con diversión. No obstante, tiene los ojos algo enrojecidos, y la copa de vino de elfo tiembla en su mano. La muchacha no necesita esforzarse mucho para deducir que ha bebido. Aunque duda que sus padres, enfrascados en una conversación con Druella Black (que para la ocasión se ha puesto el pelo aún más rubio que su hija pequeña), se hayan dado cuenta. En realidad, Andrómeda no está segura siquiera de que les importe.

—Nada—responde.

Rabastan se deja caer en la silla en la que estaba sentado Regulus hace un rato.

—Oh, claro. Debes de estar cansada, eres muy pequeña para esto…

—No estoy cansada—replica inmediatamente Andrómeda. No suele creerse mayor ni mejor por tener casi trece años ni nada por el estilo; es simplemente que detesta que todos, desde sus padres hasta su hermana mayor, la traten como si tuviese la edad de Cissy.

Rabastan ríe.

—Eres mucho más simpática que tu hermana—comenta—. Es terrible aguantarla en clase—le asegura en tono confidencial.

Andrómeda no puede evitar sonreír.

—Apuesto algo a que se pone como una fiera cuando no le sale algo.

—No, suele echarnos las culpas al resto, y pobre del sangre sucia al que encuentre luego…

Andrómeda sacude la cabeza. No es que no comprenda a su hermana ni discrepe con las creencias de su familia, pero no está segura de que maltratar a los sangre sucia sea la mejor opción. Con mantenerlos lejos de la magia, en su opinión, sería suficiente.

Mira de nuevo a Rabastan. El joven sonríe con suficiencia, como si supiera exactamente lo que está pensando. La muchacha se muerde el labio con nerviosismo y se pone en pie.

—Voy a buscar a mi hermana—decide. No le apetece estar cerca de Rabastan Lestrange, no más tiempo del necesario. Se le encoge el estómago al pensar que llegará un momento en que lo verá todos los días, y no sólo eso, sino que también…

—No te pongas tan recta, que te vas a quebrar—comenta Rabastan, riendo.

Andrómeda sacude la cabeza sin volverse, conteniendo un escalofrío, y sale del salón intentando que sus pasos no delaten el torbellino de emociones que la invaden en este momento. Se apoya en la pared y se abraza a sí misma, diciéndose que, en cualquier caso, aún falta mucho para que su vida y la de su futuro marido se unan.

Cuando logra serenarse, emprende la búsqueda de su hermana y sus primos. Bueno, en realidad sabe que a Regulus sólo lo encontrará si él quiere. Es tan pequeño y escurridizo que puede pasarse horas sin dar señales de vida, hasta que por voluntad propia –o porque quiere comer– vuelve a aparecer cuando uno menos se lo espera. En cambio, Sirius es muy ruidoso. Y Narcisa es incapaz de contener su risita tonta, así que tampoco tendrá problemas para dar con ella.

Efectivamente, Andrómeda no tarda en oír las incontenibles carcajadas de Narcisa. Apenas unos segundos más tarde la encuentra en una habitación pequeña que hace las veces de almacén, abriendo armarios en busca de sus primos, mordiéndose el labio en un vano intento de no reírse.

Sin embargo, antes de entrar en la estancia, alguien pone la mano en el pomo, sobre la de Andrómeda, y tira de él hasta cerrarla de un portazo. Ignorando el chillido alarmado de Narcisa, la muchacha se gira para encontrarse con el rostro de Rabastan Lestrange a unos centímetros del de ella.

—¿Qué haces?—inquiere, pegándose a la puerta para separarse de él. Es inútil; el joven se pone incluso más cerca con sólo un paso. Andrómeda arruga la nariz al oler el alcohol que impregna su aliento.

—¿Qué pasa?—pregunta Narcisa desde dentro, dando golpes a la puerta.

—Nos van a comprometer—murmura Rabastan, ignorando las protestas de la niña, así como sus intentos por abrir la puerta—. No nos han preguntado a ninguno de los dos, pero aun así lo van a hacer—Andrómeda contiene la respiración, por primera vez completamente de acuerdo con ese desconocido que algún día se casará con ella—. ¿Tú quieres?

La muchacha se muerde el labio. Aún tiene la mano aprisionada entre la de Rabastan y el pomo de la puerta, y aunque no se haya quejado le está haciendo daño, lo cual no le ayuda a encadenar adecuadamente sus razonamientos.

Antes de pensar nada, sin embargo, se da cuenta, alarmada, de que Rabastan está más cerca. Y ella no tiene la menor oportunidad de apartarse. Andrómeda se pega aún más a la puerta en un último intento por evitar lo inevitable, y cierra los ojos cuando comprende que no le queda más remedio que resignarse a que Rabastan Lestrange la bese…

—¡Rab!

El beso no llega. Andrómeda abre los ojos y se sorprende ligeramente frustrada cuando descubre que Rabastan se ha separado de ella, pero la sorpresa de ver a Rodolphus Lestrange a unos metros de ellos encubre su decepción.

—¿Tú no estabas bailando?—resopla Rabastan, mirando con enfado a su hermano.

—Y tú bebiendo—replica él—. Por eso he venido.

Rabastan sacude la cabeza. Tras unos segundos, deja de sujetar el pomo de la puerta y se aleja por el pasillo.

Andrómeda se frota la mano que ha estado aprisionada por la del joven. Le duele un poco. Rodolphus la mira con cierta disculpa.

—No se lo tengas en cuenta. Se pone muy idiota cuando bebe, pero no haría daño a una mosca. ¿Estás bien?

Andrómeda se muerde el labio, comprendiendo que quizá ha palidecido demasiado.

—Sí, sólo… no me lo esperaba—admite.

Rodolphus sonríe.

—Se nota que no lo conoces. Se veía venir desde que hemos llegado… En fin, un placer, señorita—hace una reverencia que casi parece una burla y vuelve al salón con elegancia.

Andrómeda piensa que su hermana y él no van a hacer una pareja tan extraña como parecía en un principio.

Es entonces cuando la puerta se abre. Por ella sale una sorprendida Narcisa, que clava sus ojos azules en su hermana, sin duda patidifusa por lo que acaba de oír:

—¿Te vas a casar con el hermano del novio de Bella?—suelta.

—¡Shhh!—la chista Andrómeda—. Eso parece—responde unos segundos después.

Narcisa arquea las cejas.

—Pues vaya. Oye, ¿sabes dónde se han escondido Sirius y Regulus? Me estoy cansando de jugar con ellos…

—Ni idea—admite Andrómeda—. Mira a ver en la biblioteca—sugiere.

Su hermana echa a andar hacia la enorme habitación repleta de libros, mientras ella comienza a caminar también. No obstante, no se dirige de vuelta al salón, ni mucho menos. Sube las escaleras con fingida calma, atraviesa el pasillo superior a paso largo y se encierra en su dormitorio. Sólo entonces se permite echarse a temblar mientras se deja caer sobre la cama, sin saber muy bien cómo se supone que debe sentirse respecto a lo ocurrido.

Rabastan Lestrange ha estado a milímetros de besarla. Y ella… ella no ha opuesto resistencia. Bien es cierto que tenía pocas posibilidades de huir, pero no ha vuelto la cara en ningún momento. Y cuando Rodolphus lo ha detenido, por un momento ha estado convencida de sentirse… ¿frustrada?

No, se dice Andrómeda con firmeza. Lo que está es confundida. Han ocurrido muchas cosas hoy y tiene que ponerlas en orden, y hasta que no lo haga ese caos va a seguir enredándola y tratando de hacerle creer lo que no es.

Y desde luego, lo que no puede ser, de ninguna de las maneras, es que ella vaya a desear algún día casarse con Rabastan Lestrange.


Notas de la autora: Puff. No sé si me ha costado más decidirme por uno de los cinco prólogos, encontrar un título adecuado para el fic -por cierto, el título es una mezcla extraña entre mitología y astronomía- o definir a Rodolphus y a Rabastan. En fin. Después de mis muchos quebraderos de cabeza, aquí está el principio de la historia, que espero que os guste.

¿Qué os ha parecido? ;)