NUESTRA PROMESA

Capítulo 7- Pistas.


¿Qué tal, chicos y chicas? ¿Me extrañaron? ¿No, verdad :C? ¡Moriré sola XD!

Primeramente una gran, enorme, supermegagigante disculpa, pero esta vez tengo una excusa: bloqueo mental del escritor y estuve, es decir estoy, muy ocupada en la casa, deberes, algún trabajo, cuidar a mis hermanos por ser la mayor, y cosas como esas que se supone no deberían suceder en las vacaciones, pero ni modo :C. ¿Qué tal sus vacaciones? ¿Son mejores que las mías?

Bueno, dejando eso de lado, bienvenidos a un nuevo cap. de mi fic, espero que les siga gustando, y gracias por su apoyo ;) Son tan maravillosas (os). Y muchas gracias por sus tan hermosos reviews, favoritos, alertas; y a los que son nuevos leyendo lo que escribo, sean muy bienvenidos. Continuaré, por supuesto que sí, no importa que me tarde siglos… na, no se crean, no creo que me tarde tanto, y si lo hago prometo que algún día verán "capítulo final" en esta historia.

Esa Charlotte: Te amo a ti y a tus comentarios, amiga. Me encanta leer tus opiniones y gracias por hacerme reír un par de veces .

Tomoyonya: Sí, hay una muuuuy larga fila de chicas que quieren matarme por eso, de hecho no las culpo, haría lo mismo si estuviera en su lugar, pero no te preocupes que tendremos un final feliz, tal vez dramático pero feliz. Saludos.

MXML: Gracias por dejar tus comentarios, espero te agrade el capítulo, y no abandonaré la historia .

Que tengan muy buenos ¿días?, ¿tardes?, ¿noches?, el tiempo y dimensión en que estén. Un gran saludo y abrazo a todos, y no olviden dejar un review :3

Perdón por hacerlos esperar.

Danny Phantom no me pertenece.


Capítulo 7- Pistas.

Los rayos del sol hacen su triunfante entrada por aquella ventana de cortinas azules, que, como usualmente sucede cuando es una mañana ventosa, son ondeadas por el fresco viento; la luminosidad que entra por ella le da directamente en la cara haciendo que pronto la picazón le recorra dentro de los párpados y lo despierte de su pacífico sueño.

Tarda un poco en reincorporarse, se sienta en la cama envuelto en las desordenadas sábanas que lo cubren hasta la cintura, y desorientado trata de reconocer su habitación.

Alza las manos en señal de pereza y junto a un bostezo sale del colchón llegando directamente hacia su computador. Tan pronto como el ordenador se enciende abre la pestaña de su correo y sonríe al encontrar en su bandeja de entrada un mensaje de su mejor amigo.

"Seguro que debe ser la investigación" piensa y clickea en el enlace confirmando un formato adjunto con el mensaje de Tucker: Es todo lo que pude encontrar, es poco pero espero te sirva.

Comienza a leer los primeros renglones de las hojas de copiado y pegado que ha reunido su amigo, y a decir verdad no hay tanta información de su creación, sin embargo los primeros párrafos se concentran en una incesante lluvia de razones, características físicas y lugares en donde se ha estado cuidando de ese báculo.

—¡Chicos, el almuerzo está listo! —oye gritar a su madre desde la cocina. Piensa que es mejor hacerle caso a la voz de quien le dio la vida, pues si algo había entendido todos esos años viviendo en aquella casa con el enorme letrero "Fenton Works" en la entrada, es que a su madre no le gusta la demora.

Tan rápido como alcanza a vestirse, a ponerse los tenis y tratar de peinar el desaliñado cabello azabache que se asoma por entre su frente; selecciona la opción de imprimir los documentos que le ha informado su mejor amigo. Después los leerá, de eso está seguro.

Sale de su habitación y con un casi sordo golpeteo, cierra la puerta. Baja las escaleras de manera tranquila, absorto en sus pensamientos y tarareando quizás una de las tantas canciones que le gusta escuchar antes de dormir.

El olor de unos ricos huevos revueltos y pan tostado le hacen agua la boca, y el retorcido gruñido de su estómago le avisa que está más que hambriento. Se pregunta si ya todos estarán ahí, y cuando entra al comedor se da cuenta que la comida de su mamá hace a más de uno llegar temprano a la mesa.

—¡Buenos días a todos! —saluda por inercia y, de igual manera responden todos los presentes; toma asiento al lado de Ryan que, como buen padre, da a su pequeña pelirroja la comida que gustosamente a preparado su suegra.

—¡Buenos días, Danny! —contesta alegre el hombre de mirada azul profundo tomando el vaso entrenador y dándoselo a la bebé, que al recibirlo comienza a risotear de manera muy tierna.

—Veo que a Jazzy le encanta el jugo de manzana, al igual que a mi hermana —comenta acariciándole las mejillas a su sobrina.

—¡Hola, cariño! Aquí está tu desayuno —deposita Maddie un plato de comida frente a Danny, y le parece que huele delicioso.

—Gracias, mamá. ¿Y en dónde está papá? Por lo que recuerdo es él el primero en sentarse aquí —pregunta el chico pelinegro llevándose un bocado a la boca.

—Aún está abajo en el laboratorio, tu hermana lo está ayudando con algunas ecuaciones. Y a tu padre le encanta que Jazz se interese un poco más sobre la esencia fantasmal.

—¡Hola, familia! —grita, sube los brazos en señal de acabarse de levantar, además de llevar el cabello hasta los hombros, suelto y desenredado, y los ojos somnolientos. Viste una playera negra con un símbolo de rock, unos jeans azul obscuro y un par de zapatillas cómodas. Para ser una chica de 17 años, casi 18, es muy joven todavía siendo que la edad en la que realidad se ve, sería de unos 15 años.

—Daniela, toma asiento, querida —sonríe la mujer de ojos violetas, con algunas canas sobresaliendo de su cabello castaño.

—Gracias, muero de hambre —se frota el estómago y toma asiento en el otro costado de Danny.

—¿Tú cuándo no? —bromea el pelinegro tomando un sorbo de su jugo de mango.

—Danny, tal vez olvidas que soy una clonación tuya en versión femenina, aunque debería decirte que es divertido escucharte criticándote a ti mismo.

—¿Sabes? A veces suenas como Jazz; y para que te lo sepas no somos iguales: yo no me maquillo, no me la paso mirando revistas sobre artistas todo el día, y no recurro al centro comercial cada vez que suelo ver una nueva prenda de "moda".

—¿Eso es todo? Porque se te olvidó agregar que yo no me la paso en la luna, y que soy mucho más atenta que tú.

—Chicos, les agradecería que dejaran de pelear por un momento. Danny, ¿puedes decirle a Jazmine y a tu padre que suban a comer? —Maddie se acercó a la mesa acomodando uno de los manteles y poniendo un par de platos más.

—Sí, enseguida vuelvo.

Baja las escaleras con cierta calma, aunque las paredes y las escaleras le hacen recordar repentinamente la situación de aquella vez en la que el portal estaba encendido y una sombra cruzo el techo deliberadamente. Hace memoria y anota que fue el día en que llegó Sam a la ciudad. Aunque aún no está muy seguro de si había algo esa noche o sólo sería su imaginación, ya que al tratar de perseguir lo que quiera que fuera, no encontró nada.

Observa a Jazz, con unos pantalones negros y una camiseta de cuadros verde claro y blanco arremangada de las mangas, apuntar unas cuántas cosas en una tablilla como las que suelen llevar las enfermeras. Su cabello largo y anaranjado va sujetado con una liga, pero esta vez es libre de cualquier accesorio juvenil.

Su padre, en cambio lleva el mismo traje, pero al parecer los años han estado avanzando rápido para él, pues su cabello es casi totalmente cano y unas arrugas se le acumulan en el rostro.

—¿Qué tal, Danny? —sonríe su hermana dejando en paz el bolígrafo en una de las variadas mesas del laboratorio.

—Mamá dice que suban a comer —comenta con simpleza pensando una vez más en esa noche del pequeño incidente.

—Sí, en un momento vamos, sólo deja que tu hermana termine algunas ecuaciones y subiremos.

La duda no lo deja en paz, así que sin ninguna otra opción, pregunta: "Escucha, papá, el día que Sam se quedó a dormir aquí ¿dejaste el portal abierto?

El hombre ya grande de edad medita intentando acordarse, pero termina negando la cabeza y encogiéndose de hombros. —No que yo recuerde, hijo. Tal vez estuve tan cansado que ni siquiera me tomé el tiempo para asegurarme de que todo marchaba bien, ya sabes lo que provoca el estar viejo. ¿Hubo algún problema con ello?

—No, es sólo que tenía curiosidad saber si algún fantasma hubiera estado involucrado.


"Beep, beep, beep" El reloj despertador comienza a irritarme. El sueño me pide que lo siga acariciando, y la cama me parece tan cómoda y suave como una nube.

La misma sensación de flojera me invade haciéndome recordar todos esos días en mi adolescencia y la interminable historia de no querer despertarse. Mi habitación está fresca, aun cuando el sol puede entrar por la ventana, supongo que es un buen día.

Me levanto, bostezando un poco, y en medio de varios pasos holgazanes me meto en el cuarto de baño. Rápidamente me miro en el espejo, mis facciones han cambiado a lo largo de los años, al igual que mis costumbres; pero igual sigo reconociendo a la chica frente al espejo.

Ojos violetas, labial lila, pestañas rizadas, cabello negro medio ondulado y un poco de lápiz delineador negro alrededor de los ojos; es algo que ha perdurado en mí. Veo que algunos hábitos no cambian.

Limpio mi cara con un poco de agua. Saco algunas prendas de mi ropero y me visto con unas mallas como la obscuridad; una falda negra que me llega encima de las rodillas con varias capas hacia abajo como holanes y con algunos listones morados; una blusa sin mangas de color morado con una guitarra negra de fondo; y una botas de pequeña plataforma.

Bajo las escaleras de baldosas adornadas y de color durazno, tan brillantes y tan finas. Llego a la sala, tan enorme que pareciera triplicar un salón de clases, con sus sofás, mesitas bien decoradas con lienzos artísticos, y una pantalla plana encima de uno de los muebles. Todo está limpio, alguna que otra capa de polvo, pero no suficiente para perder el estilo de "limpieza".

La calma es relajante, el aire es cálido y el silencio no es asfixiante como en muchas otras ocasiones.

La casa está sola, mis padres salieron de viaje a convivir con la familia, sin mí, hace exactamente una semana. Hace menos de tres días llegué aquí, a Amity Park, la ciudad en donde nací y pasé los primeros dieciséis años de mi vida, después de 4 años de permanecer estudiando en Inglaterra. Algunas cosas han cambiado, otras siguen como si el tiempo las hubiera pasado desapercibidas.

Vine aquí pensando que el que creía era el amor de mi vida, me recibiría con el mismo cariño y amor que compartíamos antes de que me marchara de la cuidad en donde crecí. Las cosas toman un curso diferente, no puedes esperar a que todo siga igual, lo he aprendido.

El tiempo pasa, y los sentimientos van y vienen, sin embargo cuando pierdes algo es difícil recuperarlo, y cuando deseas algo es difícil obtenerlo. Hay momentos que nunca quisieras haberte perdido, recuerdos que nutren tu fortaleza, y ocasiones que se ocultaron a través del miedo u otra emoción. Hay promesas que valen o valieron la pena, hay algunas más que no se cumplieron, y otras que nunca debieron hacerse.

La vida sigue, te lleva por distintos caminos, a veces no puedes ir directamente por uno de ellos. Alguien más puede decidir por ti cuando bajas la guardia, cuando te apoyan o cuando necesitas ayuda; pero nosotros somos nuestro propio destino.

Camino hacia la cocina, esperando encontrar alguna cosa para desayunar, algún yogurt o fruta. Abro el refrigerador y encuentro carne, carne, pocos vegetales, y un par de manzanas que en los próximos días se echarán a perder. Bueno, por lo menos hay algo que puedo comer hasta que me dé una vuelta por el supermercado.

Recuerda quién eres…

Cuando me doy la vuelta para lavar la fruta roja, reconozco el olor, tan dulce, suave y agradable. Doy un vistazo por el rabillo del ojo hacia la ventana frente al tostador, y veo el florero en donde puse la rosa que encontré ayer en la sala. Sin embargo ya no hay una, sino dos flores, de distinto color; y no puedo evitar pensar que significan algo, que cierto chico fantasma las ha dejado para darme un mensaje, fuese cual fuese.

¿Existe la posibilidad de que sigue sintiendo algo por mí?


—Bien, esta es la última hoja, ya he leído sobre el posible material del que se ha forjado, los últimos museos en los que ha estado, imágenes y la posibilidad del que el que estaba en Amity Park fuera sólo una réplica —murmura sintiéndose satisfecho con la información que acaba de leer, aun así le falta otro subtitulo más.

Antes de continuar checa nuevamente su celular, aparentemente en la bandeja de mensajes, esperando encontrar la respuesta de su futura compañera en la vida. Nada. Ni siquiera una excusa o por lo menos un no a la invitación de encontrarse en el parque y platicar sobre su relación unos momentos.

La chica morena aún sigue enojada, supone él, después de dejarla plantada casi por una hora en el cine, ¿quién no lo estaría?

Se recarga en la banca nuevamente tratando de entender a su novia, nunca ha logrado eso. Suspira cansadamente, sintiendo que cada discusión ya se acostumbró a su vida; preguntándose honestamente, ¿esa es realmente la vida que deseaba construir?

"No todas las cosas son perfectas, se necesita de un equilibrio para vivir en paz, algo de lo malo dentro de lo bueno, y algo de lo bueno dentro de lo malo" recuerda haber leído alguna cita parecida en uno de los libros que compartía con Sam.

Sam. La mujer con la que hubiera pasado la eternidad de habérselo pedido. Pero eso ya no fue posible, sus destinos chocaron hace mucho, los hechos hablaron por sí solos e hicieron lo que pensaron ellos creían imposible; se separaron de un camino que los llevaría a ambos a un nuevo rumbo, a una vida tal vez no perfecta pero feliz.

Ahora había otra persona encrucijada a él, y él pensaba que había encontrado una nueva oportunidad para amar, pero todos podemos estar equivocados aunque nunca lo parezca.

Existen decisiones tan pequeñas que pueden cambiar a todo un mundo. Decisiones que pueden marcar el inicio o el final. Algunas debieron ser pensadas con más calma y sensatez; y otras sólo debieron decidirse velozmente a falta de tiempo.

No debió tratar de olvidarla; ella quizás no debió volver; tal vez será que nunca debió irse; o puede que él jamás hubiera decidido lanzar las estacas de hielo; no comprometerse a entrar al portal; no obtener sus poderes; o sólo tal vez no debió amarla de esa manera…

Su mente vuelve a confundirle, su corazón también. Las sienes comienzan a dolerle, y están reclamando una decisión, algo que le lleve a estar bien consigo, a dejar de idearse tantos ambientes en los que podría estar.

Ve nuevamente los frondosos árboles que son acariciados por el viento salvaje. Huele el pasto, las flores y hierbas que se encuentran a través de él. Eso lo relaja, lo hace sentir mejor de lo que estaba, conectarse con un pequeño fragmento de la naturaleza es hermoso, Sam tenía razón en eso.

Vuelve su vista en las hojas con pequeñas letras negras, esperando algún indicio de una verdadera pista que le diga por qué han robado aquel objeto antiguo.


"The Wachters"

"Este báculo llamado Dux animarum fue un objeto de valor significativo perteneciente a una dinastía llamados por sí mismos The Wachters a finales del siglo XIX. Este grupo o familia, la cual formaban tanto familiares como compañeros, fue conocido ante la sociedad por los distintos delitos políticos de los que se les acusaban. También eran caracterizados por esa "suerte" de salir inculpables de sus variadas acusaciones. Fueron una familia rica y de posición alta en la sociedad, aunque nunca fueron bien recibidos por tanto misterio de sus participantes que continuamente iban de un pueblo extranjero a otro, sin durar más de tres meses en él.

Se cuentan muchas historias relacionadas con ellos, que han ido desde las peores posiciones morales hasta entrar en el mundo de lo paranormal. Algunos piensan que sólo se trataban de personas charlatanes que decían venir de un linaje fino, posteriormente dejaban en bancarrota a quien se le atravesará en frente o al que negara que no eran lo que solían decir.

Algunos residentes de variadas regiones acusaban de ladrones a The Wachters, diciendo firmemente que robaban los objetos de gran valor monetario ganándose la confianza de los dueños originales de las joyas. Hacían tratos y apuestas injustas que dejaban a más de uno en la calle.

Otros los consideraban raros, fríos e inexpresivos sobre los sentimientos, como si alguien les hubiese llevado el alma o hundido en la peor de las pérdidas. Personas de aquella época especulaban que el báculo que mantenían oculto dentro de una vitrina de cristal en medio del salón principal, se trataba de algún objeto mágico que robaba la energía y el alma de las personas convirtiéndolas en cenizas o llevando una vida sin vivir de verdad, como ellos. Suponían que lo habían robado de alguna catacumba secreta en el pasado, o que habían hecho algún pacto con un demonio, brujería, magia en sí.

Rumores, leyendas, cosas lógicas e ilógicas, cosas increíbles que hacen pensar a más de uno; sea lo que sea las cosas no están claras, y a menos que pudiéramos devolver el tiempo para investigar con verdaderos testigos, esta pequeñísima pizca de historia queda sumida en un reluciente charco de misterio que lamentablemente será difícil de llegar al fondo…"


—Vaya, no creía que algunos párrafos te tuvieran tan entretenido como lo estás ahora —levanta su mirada y encuentra ese rostro que su inconsciente puede guardar para siempre. Los ojos amatistas que se han cruzado tantas veces con los suyos. Su nariz respingada. Y esos labios que pudo disfrutar en el pasado, tanto cuando la besó y cuando les respondieron te amo.

—¿Sam? —pregunta estúpidamente, embelesado en sus pensamientos. Claro que es ella, a menos que se trate de un espejismo.

—¿Acaso he cambiado tanto como para que no me recuerde mi mejor amigo? —cuestiona con un poco de gracia, pero con el tono de seriedad metido entre la cuestión. Se sienta al lado suyo, tratando de quitarse los nervios de hablar con él, aun se recuerdan los momentos pasados, y no es fácil afrontarlos y evitar querer saltar nuevamente hacia ellos.

"Mejor amigo" resuena dentro de la cabeza de Daniel Fenton, haciendo énfasis y devolviendo a la cruda realidad de donde proviene. Suena poco para sus sentimientos, pero la razón le dice que es con el último escalón que debe conformarse.

—Claro que puedo reconocerte, pero no te esperaba aquí.

—Sí quieres puedo irme, señor gentileza —bromea intentando controlar todo lo que ocurre dentro de su cuerpo, sus emociones, y esos impulsos e inseguridades que la vuelven loca de tantas maneras.

—No, no me refería a eso, es sólo que: Sam, la chica que odia levantarse temprano y más si la luz del sol es tan llameante, ¿paseando por el parque a esta hora? —enarca una ceja, pretendiendo que todo va bien, que todo suele ser como una vez existió, ¿pero realmente las cosas pueden ir iguales?

—Las personas cambian, Danny. No siempre tendrán los mismos hábitos, la misma personalidad, características, la forma de ver las cosas, los sentimientos, las personas a su alrededor, sus sueños, sus esperanzas, sus necesidades. Técnicamente es como un mecanismo automático en la vida —pronuncia mirando hacia el cielo, perdiéndose entre las tonalidades pasteles del amarillo y naranja—. Además iba a decirte lo mismo, ¿dónde quedó el chico holgazán que se levantaba tarde a causa del agotamiento por las peleas de fantasmas el día anterior? ¿O es acaso que les implantaste miedo a tus enemigos ectoplásmicos y son pocos los idiotas que se atreven a cruzarse por aquí?

—Tal vez algo de eso, aunque es difícil influenciar al fantasma de las cajas, por más que le digo directamente que ya me aburrí de patear su trasero un millón de veces, vuelve nuevamente tres días a la semana —ambos ríen.

—¿Y qué estabas haciendo aquí sin compañía, Sam?

—En realidad el despertador dejó por terminado mis ganas de dormir, y ya que no tenía nada mejor que hacer en la casa, me dirigí para acá a respirar un poco de aire fresco. ¿Y qué se supone que lees? —pregunta volteándose hacia él.

—Es algo de información sobre el báculo que robaron ayer. He tratado de sacar alguna pista sobre por qué aquellos fantasmas lo robaron, aunque aún no logro descifrar nada.

—¿Podría? —la gótica estira su brazo.

—Sí, claro —le da las hojas después de haberlas ordenado correctamente.

Sus ojos violetas se mueven rápido tratando de absorber cada expresión escrita. No es ningún secreto que a ella le guste leer, en realidad pasaba por lo menos 1 hora al día en la biblioteca de su instituto en Europa.

—Nunca había escuchado de estos tipos —comenta un poco extrañada, la curiosidad se hace inminente en sus preguntas mentales pero no son los suficientemente insistentes para preguntar.

—La verdad sabes que no soy un excelente alumno en historia, así que supongo que estamos en las mismas —se encoge de hombros—. Además esto fue idea de Dani, quería que siguiera la pista a aquel objeto que habían robado en el museo…

—Puedo investigar sobre ello en la biblioteca a la que solía ir cuando vivía aquí, podría encontrar algo más de información, y quizás descifremos el gran misterio en esto.

—¿De verdad? Gracias, Sam —exclama alegre, se levanta de la banca y toma la mano de su acompañante tan rápido que los hace ruborizar a los dos—. Ven, te invitaré un helado.

—Sí, uhh, claro.

Cuando la chica logra ponerse de pie gracias al pequeño jalón de brazos de su amigo, un sonido se hace presente muy cerca de ellos y no tienen tiempo para reaccionar ante el rayo que termina impactándolos y desintegrando las hojas blancas de indagaciones.

La contenida explosión los hace caer al suelo dejándolos ciertamente aturdidos bajo la fría sensación del suelo de concreto. Ambos miran hacia el frente buscando alguna señal del culpable de su ataque encontrándose con nadie; su respiración entrecortada y los latidos acelerados de su corazón no ayudan mucho a agudizar sus sentidos.

El peculiar sentido fantasma del azabache se activa, pero como la primera vez, no hay indicio de su atacante. —¡Sam, corre! —grita no tan seguro de sus presentimientos; y el clima cambia tan apresuradamente volviendo la temperatura un cubo de hielo.

—¿Por qué la necesidad de irse tan pronto? —masculla una voz tras la espalda de la chica, pero ella no logra voltear lo suficientemente rápido para saber de quién se trata. Quien quiera que sea ha hecho algo, pues su cuerpo siente una insignificante descarga y tan pronto como abre sus ojos se encuentra arrodillada a unos metros frente a Danny.

—¡Déjala, no la lastimes! —él chico se trasforma en un segundo, fortaleciéndose con una mirada tan amenazante. Sale disparado hacia el captor de su amiga sin embargo alguien lo toma por uno de sus pies estrellándolo nuevamente en el suelo.

—Ella no será la lastimada hoy —habla el ser con tres ojos en el rostro, apenas la diminuta nariz se le nota, y su boca no es tan definida, solo una línea que muestra los afilados dientes de un animal. El color de piel rojizo sólo le da un aspecto más atemorizante y los ojos azul obscuro no muestran emoción. Lleva algún tipo de armadura que se podría confundir fácilmente con su piel, ya que su textura pareciera tener vida, con un montón de pequeños vellos llenándola.

Toma el cuello de Sam obligándola a pararse y señalándole al chico medio moribundo tirado delante de sus ojos. Daniel trata de reincorporarse pero el fantasma con apariencia humana sólo que con piel verde y escamosa como la de una serpiente, sigue electrocutándolo con sólo tocarlo.

—¡Danny! —grita esperando a que se recupere, teniendo la esperanza de que pronto ponga en su lugar a todos esos estúpidos fantasmas. Danny sólo le dirige una mirada y pronuncia con voz débil que se vaya.

Ella se queda perpleja, nunca había visto a su amigo tan abstenido de pelear. Por supuesto que se está conteniendo, piensa Sam. Pero ¿por qué?

—Veamos que tanto puede aguantar tu amiguito —la voz detrás de ella la hace temblar, ese escalofrío de que algo va a pasar de mal a peor.

Ve el brillante reflejo del metal al mantenerse en la luz de sol. Le parece reconocerlo, algo familiar se guarda en él, aunque quizás no logre recordar por los nervios que le carcomen por dentro.

El fantasma verde se acerca al cuello del mitad-fantasma, y es cuando una extraña sensación le recorre a Sam el cuerpo. Claro que lo recuerda, es tan parecido a ese collar que Lobo usó cuando lo tenían en cautiverio. Por supuesto, cómo no recordarlo, se suponía que con eso controlaban a los prisioneros para que cometieran cualquier acto que a sus autoridades se les pegara la gana.

—¡Danny, cuidado! —es demasiado tarde para advertir, el de piel escamosa logra aprisionar la garganta del albino dejándole gritar de dolor ante las chispas que salen del collar metálico.

Sam en un acto desenfrenado lanza una patada hacia atrás separándose del de tres ojos. Corre hacia su amigo, y es cuando más desearía haber traído uno de los tantos ecto-aparatos que guarda en su habitación en modo de precaución.

—¿Cómo te ayudo? ¿Qué puedo hacer? —está asustada, no sabe lo extremo que puede llegar a ser ese mecanismo de tortura, debe hacer algo pronto o tal vez pierda al chico que ama.

El chico por su parte sólo mira hacia el suelo esperando el mejor momento, y cuando llega presiona tan fuerte con sus manos el artefacto de metal, desencadenando toda su fuerza. Hace un gran empeño y sus ojos se vuelven más intensos que lo normal.

Los fantasmas se acercan a los dos, con la intención de teletransportarlos al lugar en donde los está esperando su líder, aquel que admiran inconscientemente. Sus sonrisas son cambiadas a un gran semblante de asombro al escuchar el crujido de algo rompiéndose, observando atentos e incrédulos como la pieza de aflicción cae sin más remedio que en pedazos.

—Ahora me dirán que demonios los ha traído a hacer eso —menciona enojado, rabioso, queriendo respuestas, razones y una verdadera excusa para no destruirlos molécula por molécula.

Aun con energía les lanza dos enormes esferas que los encierran y se encogen dañándoles descargas que los dejarán inconscientes pronto.

—Estoy esperando, ahora veamos su capacidad para soportar sus métodos de jueguitos eléctricos.

—No nos… intimidas, chico… fantasma,… tú caerás —pronuncia uno en fragmentos antes de desaparecer de la vista de los dos jóvenes.

—Malditos… —dice él a lo bajo sobándose uno de los hombros.

—Danny, ¿estás bien? —su preocupación puede notarse a kilómetros, su piel está más pálida y un nudo en la garganta seguro la esta acordonando.

—Sí, lo estoy. ¿Quieres que te lleve a casa?

—¿Estás loco? El único que se va a casa eres tú, mírate, apenas y puedes mantenerte de pie. Vamos, tomaremos un taxi.

—No, yo… —un hilo de sangre bajo por su nariz y en seguida se desmayó.