Aclaratoria: Post-Guerra Mágica. EWE.

Disclaimer: Los personajes y el background pertenecen a J.K. Rowling y asociados. La historia a continuación es de mi completa autoría. Asumo responsabilidad por ella y no gano nada por publicarla.


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Dime la verdad

por Maye Malfter

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Capítulo 1: Cincuenta puntos para Slytherin

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—Hermoso…

Siempre suspiro al verlo, no lo puedo evitar. Sus hombros altivos, su perfil de veela, su estilizada figura, sus músculos delgados y definidos. La túnica del colegio no le hace justicia. Es tan hermoso, tan varonil, tan…

¿Pero qué me pasa? No se supone que deba mirarlo de esa manera, debo odiarlo… Sí, eso exactamente ¡Odiarlo de los pies a la cabeza! Esa cabeza con suave y sedoso cabello dorado que me encantaría tener enredado entre mis dedos y…

Está bien, lo acepto. No tengo remedio. Estoy prendado de ese rubio perfecto. Que digo prendado ¡Prendadiiiiisimo!

Yo, Harry Potter, estoy colado perdida y locamente por el rubio Draco Malfoy. Pero él no puede saberlo. Nunca podré decírselo por dos razones principales:

Primera: Me odia. Su resentimiento hacia mi está escrito por todo su rostro. Siempre lo ha estado, lamentablemente.

Segunda: ¡SOMOS HOMBRES! Por Merlín que eso no es problema para mí, siempre he sido de mente abierta aunque nunca he tenido una relación de ese tipo, pero para él… Eso es otra historia. Estoy casi seguro de que no le van los chicos. Incluso creo que está saliendo con la desabrida de Parkinson. Pero al fin y al cabo, eso no es mi problema ¿o sí?

Ups, creo que ya es hora de irnos. Lástima…

—Chicos, recojan sus cosas, mañana continuaremos con la clase —escuché decir a la Profesora Mcgonagall mientras salía de mi ensoñación para recoger mis libros y seguirle el paso a mis amigos, que ya se estaban marchando—. No olviden recoger su asignación de mi escritorio. Recuerden: La mejor asignación obtendrá cincuenta puntos para su casa.

Dicho esto, mi amiga Hermione se infló con orgullo, como un reluciente caballo purasangre antes de una gran demostración. La amo, pero a veces llega a ser un tanto insoportable con eso de querer ser mejor que todos los estudiantes existentes en el mundo mágico.

Me apuré en recoger mis cosas, ya quería estar solo para aclarar mi mente de los pensamientos rubios que rondaban mi cerebro. Tal vez iría a ver a Hagrid un rato, o a la lechucería, para preguntarle a Andrómeda por mi adorable ahijado… Tan ensimismado me encontraba, que tardé algunos segundos en darme cuenta de que el pedazo de pergamino que yo intentaba tomar estaba oponiendo resistencia.

Al mover la mirada, vi como una tersa y nívea mano aferraba el mismo pedazo de pergamino que yo. Y al subirla un poco, me di cuenta de que esa mano pertenecía al perfecto rubio al que yo había estado observando durante casi dos horas de clase de transformaciones. Mi corazón se aceleró, pero para no levantar sospechas, puse mi mejor cara de desprecio y alcancé a decir:

—Suelta mi pergamino, Malfoy. Lo llenarás de poción para el cabello.

— ¿Perdón? —Replicó el rubio— Este es MI pergamino, lo tomé primero, y además, no te vendría mal saber que de hecho existen productos que puedes usar en ese cabello tuyo para que no parezca un peludo animal pisoteado por centauros.

—Ya basta chicos —dijo una conciliadora Mcgonagall—. Me temo que su lentitud a la hora de recoger sus pertenencias los han dejado en una penosa situación, pues este es el último pergamino que queda.

—Pues aparezca otro —exigió Malfoy, con ese tono exasperante que tan bien sabe utilizar— ¿Acaso no es la profesora de transformaciones y la directora del colegio? Duplíquelo, o haga que un duende escribano aparezca y lo reescriba, puedo esperar —terminó, con una sonrisa prepotente en los carnosos y bien formados labios.

—Pues a pesar de sus… peculiares sugerencias, Señor Malfoy, no hay, ni habrá más copias de ese pergamino que ambos sostienen —contestó la profesora con un gesto ¿divertido?

La verdad yo no entendía nada, me había distraído demasiado con solo pensar que mi mano estaba peligrosamente cerca de la del rubio. Y toda mi concentración estaba centrada en no poner cara de embobado por estar cerca de él, oliendo su perfume de lavanda.

— ¿Y eso por qué? —Preguntó altanero.

—Pues porque he hecho estos pergaminos con el objeto de enseñarles a Ud. y a sus compañeros el sentido de la responsabilidad —dijo altiva. Y al ver nuestra cara de total desconcierto, agregó—. Son cincuenta puntos para la casa del alumno que presenté la mejor asignación, no se pueden tomar a la ligera. Es por eso que hechicé los pergaminos para hacerlos induplicables e intransferibles. Cuando un alumno toma un pergamino, ese y sólo ese pergamino le permitirá ver su contenido. Al ver el de cualquier otro compañero, este se mostrará en blanco. Incluso creo haberlos hechizado también para ser inencontrables en caso de que un alumno descuidado los pierda por negligencia.

Al terminar de explicar, el grado de autosatisfacción en el rostro de la profesora sólo era comparable con el grado de desconcierto en el nuestro, que parecía la cara de un trol al que le han dado con un mazo en la cabeza.

—Profesora, e-eso… Eso quiere decir que para hacer la tarea que nos asignó, ¿debemos hacerla juntos? —Alcancé a preguntar mientras mi cerebro aun daba vueltas ante la severa mirada de una ya impaciente Mcgonagall.

— ¡Pues claro, Potter! ¿Es que no entiendes el Inglés? —Preguntó, mientras varios alumnos de primero entraban por la puerta del salón de transformaciones— El Sr. Malfoy y usted deben hacer la tarea juntos, o de lo contrario no la podrán entregar. Preferiblemente en una o dos sesiones, pues también creo haber puesto un encantamiento antitrampa, por lo que demorarse mucho haciendo la asignación hará que el pergamino piense que está intentando de alguna manera saltarse las reglas. Tienen una semana. Adiós —concluyó tajante, claramente echándonos del salón de clases.

Una vez fuera y aun sosteniendo el pergamino, por fin salí de mi desconcierto y dije en forma dudosa:

—Esteeee… Ma-Malfoy… Si quieres podemos reunirnos mañana para hacer la tarea en la bibliot…

Pero no pude terminar, pues un impasible rubio me interrumpió utilizando un tono de voz tan frío que haría que un dementor buscara un sweater.

—No pienso, bajo ningún concepto, permitir que me vean juntándome con semejante… personalidad —dijo, arrastrando las palabras, con ese estilo tan suyo—. No puedo permitir que esa sabelotodo de Granger se saque cincuenta puntos para Gryffindor. Eso los pondría a la cabeza en la carrera por la Copa de las Casas, y por ser este mi último año en Hogwarts, pienso ganarla para Slytherin.

— ¿Entonces qué demonios sugieres? —Pregunté impacientándome. Estar cerca de él tanto tiempo hacía que comenzara a tener ganas de arrinconarlo en algún salón vacío, así que debía apresurar las cosas. Ya pensaría en una manera de pasar tiempo a su lado sin dejarme llevar por mis "urgencias".

—No lo sé, Potter —respondió exasperado, agarrándose el puente de la nariz y cerrando los ojos, en señal de cansancio—. Por si no lo sabes no ando por la vida pensando un plan de acción por si me veo en la obligación de pasar tiempo contigo. Necesito pensar. Dame el pergamino, yo lo guardaré y te enviaré una lechuza en cuanto piense en algo —dijo, extendiendo su mano.

Yo en cambio, le lance una mirada perspicaz mientras acercaba el pergamino más hacia mí.

— ¿Y qué te hace pensar que confiaré en que tú lo tengas? Por lo que se, podrías simplemente llevártelo y hacer la tarea tu solo.

— ¡No seas idiota, Potter! —Respondió a la defensiva— Acabas de escuchar lo que dijo la vieja cacatúa que se hace llamar profesora de transformaciones. No podemos hacerla por nuestra cuenta. Así que, o te soporto a ti por un par de horas, o soporto a tu amiguita Granger por el resto del curso ¡Dámelo! —Exigió.

Aun con dudas pero sin nada mejor que hacer de momento, le extendí la mano con el pergamino. Pero cuando el rubio fue a cogerlo lo halé hacia mí por la manga de la túnica y le dije al oído, con voz la más amenazante que pude:

—Si se te ocurre hacer algo raro, Malfoy, eres hombre muerto.

—Lo tendré en cuenta, San Potter. Ahora suéltame, antes que los de primero salgan de transformaciones y crean que me estas besando.

Al oír eso lo solté, y sentí como un leve sonrojo se iba apoderando de mis mejillas, por lo que puse mi mejor cara de "Eres un asco Malfoy, y me vales" y giré sobre mis talones en busca de la Torre de Gryffindor.

Malfoy y yo tendríamos que pasar tiempo juntos… ¿En qué demonios estaba pensando Mcgonagall al permitir semejante atrocidad?