Del sufrimiento han surgido las almas más fuertes. Los caracteres más sólidos están plagados de cicatrices
Kahlil Gibran
- 7 de junio de 1972 -
Andrómeda despertó conteniendo el grito de dolor que le lastimó la garganta. Había soñado que era su noche de bodas y su esposo le había llevado un presente. Era el regalo más hermosamente envuelto que Andrómeda hubiera visto jamás, tenía tantos deseos de abrirlo que no podía esperar más pero en cuanto desató el lazo sintió repulsión. Ya no lo quería más, quería que se lo llevaran, que lo alejaran de su vista pero tal fue la insistencia de su esposo que terminó por abrirlo. La cabeza degollada de Ted Tonks cayó sobre su regazo y rodó por la habitación; sus enormes y hermosos ojos negros la miraban y la acusaban, le hablaban de todo lo que había podido tener y que ahora no tendría.
Estaba aterrorizada, ya no le quedaba ninguna salida, esa noche sería su cena de compromiso con Evan Rosier. Lo primero que vio fue el vestido que su madre le había elegido para esa noche: verde Slytherin y con finos detalles elaborados en plata; Bellatrix siempre iba de negro, sin importar lo mucho que lo odiara su madre, Narcissa usaba tantos y bonitos colores que su madre era completamente feliz porque su pequeña niña rubia era perfecta. Andrómeda prefería los colores oscuros, esos que le permitían pasar desapercibida, cosa que molestaba a su madre. Pero esa noche ella tenía que ser el centro de atención y su madre se encargaría de eso.
Tenía 19 años y era una cobarde, ella no era como Sirius, ella no era un espíritu libre, una rebelde; se casaría, se casaría con Rosier y haría sentir orgullosa a su familia. Por lo menos su madre no podría ser más feliz, Bella se había casado con el heredero de los Lestrange y ahora ella no sólo se casaría con el heredero de los Rosier sino que tendría lo que su madre nunca tuvo: la fortuna que por derecho le pertenecía pero que por ser mujer nunca tendría.
Conocía a Evan, era una versión más sádica y retorcida de Rodolphus. Sería la esposa de un mortifago, sería lo que su familia esperaba que fuera… el rostro sonriente de Ted ahogó todos los demás pensamientos en su cabeza. Ted era bueno, amable, cariñoso, tenía ese sentido del humor tan extraño pero que siempre lograba sacarle una sonrisa… Ted era el hombre que ella amaba.
Observó su armario. Dentro estaba la maleta que ella había hecho dos días después de que terminó sus estudios en Hogwarts, la misma que había llenado y vaciado en incontables ocasiones, esa que se llevaría cuando abandonara a su familia para estar al lado de Ted, la misma que en esos momentos contenía unos cuantos cambios de ropa y joyas que vendería para comenzar su nueva vida. La misma maleta que ahora estaba protegida bajo los más poderosos sortilegios protectores que conocía…
El tiempo para Andrómeda había dejado de tener sentido, todo se resumía a esos segundos robados que tenía con Ted y las interminables horas que pasaba en su mansión, intentando conseguir el valor que se necesitaba para salir huyendo pero ella no era una Gryffindor, era una serpiente y como tal, no podía dejar a los de su clase para ir al dado de un hurón, sin importar lo mucho que amara a ese hurón.
Cuando se dio cuenta, la elfina doméstica ya estaba en su habitación pidiéndole que se apresurara o llegaría tarde a su cena de compromiso. Andrómeda observó la ventana, pronto anochecería y todos los invitados llegarían. La elfina le ayudó a vestirse y arreglarse, ella se sentía atrapada, asfixiada, el vestido se había convertido en su propia prisión y el anillo que pronto llevaría en su mano, su sentencia de muerte.
Todo era confuso: las conversaciones, el ambiente, la situación. Evan y sus padres la observaban, e intentaban hacerla reaccionar pero ella no quería hacerlo, quería quedarse en ese mundo de sombras donde lo único real parecía ser el recuerdo de Ted. Su mano tembló incontrolablemente cuando tomó la de Evan para sellar su compromiso…
En fiestas como esas, Andrómeda siempre terminaba en el jardín, intentando huir de todo mundo y el hecho de que esa fuera su fiesta de compromiso, no cambiaría las cosas. Hacía frío pero no le importó, tenía que despejar su cabeza y olvidar todos esas tonterías de escapar y vivir al lado de un sangre sucia, tenía que hacerlo.
-¿Feliz? – Evan le sonrió. Tenía esa sonrisa que le producía escalofríos, esa que ella imaginaba que usaba cuando torturaba y asesinaba gente inocente.
-Mucho – le devolvió la sonrisa. – Y ansiosa porque ya estemos juntos.
Evan sonrió aún más, se acercó y la abrazó por la espalda. Aspiró el aroma de su cabello, tarareaba una canción que ella identificó de inmediato porque era una de las favoritas de Ted, de ese grupo muggle que siempre sonaba en su departamento cuando ella estaba ahí, "Angie, porque suena como Andy y me recuerda a ti", le había dicho en alguna ocasión. Andrómeda sintió que la sangre en su cuerpo se congelaba, le costaba respirar y el abrazo de Evan le lastimaba las costillas.
-¿Segura qué no estás ansiosa también por ir a contarle a ese asqueroso sangre sucia que te vas a casar conmigo? – el susurro de Evan le perforó los oídos, ¿cómo se había enterado? Su abrazo se hizo aún más doloroso. – Una vez casados no permitiré que continúes retozando con semejante alimaña – la obligó a darse la vuelta y observarlo a los ojos, la tenía sujeta por los brazos y le estaba causando daño.
-Yo… yo no… nunca…– pero Evan la obligó a callar con una dura mirada.
¿Creíste que no me daría cuenta? – le preguntó volviendo a sonreír. – ¿Creíste que era igual de estúpido como el resto de tú familia? – Andrómeda luchaba por contener las lágrimas de dolor que querían salir de sus ojos. – Para el día de nuestra boda te regalaré su cabeza en bandeja de plata, así podrás verlo cuando quieras. Quién sabe, - dijo con aire divertido – quizás podremos iniciar una nueva tradición familiar, colgar las cabezas de todos esos asquerosos muggles y sangre sucia con lo que te hayas revolcado.
Andrómeda apenas si logró contenerse el resto de la fiesta, pero en cuanto pudo, se retiró a su habitación. Tan pronto la puerta se hubo cerrado, las lágrimas brotaron de sus ojos. Todo el dolor que sentía, el miedo, la desesperación y el terror la atraparon por completo. Evan lo sabía, Evan iba a matar a Ted y ella no podía hacer nada. Lloró durante horas, no podía controlarse, no podía pensar con claridad, todo era dolor y miedo.
No quería perder a Ted, no quería que lo mataran, no quería que lo alejaran de su lado. Ella se hubiera podido casar, pasar el resto de sus días al lado de un mortifago, un asesino, podría soportarlo mientras pudiera pasar esos segundos robados al lado de Ted… pero ahora no tendría eso porque Evan lo iba a matar.
Se secó las lágrimas y se paró de golpe. Si Evan quería matar a Ted tendría que matarla a ella primero. Abrió su armario y deshizo los sortilegios que protegían su maleta, se lo llevaría todo con ella, todos sus vestidos, sus túnicas, todas las joyas que le pertenecían y lo vendería todo o lo quemaría si Ted no aceptaba el dinero, pero no dejaría nada ahí que alguna vez le hubiera pertenecido, nada que ellos pudieran destruir o hacer desaparecer una vez que ella se hubiera marchado. Buscaría a Ted, viviría a su lado, sería su esposa, nadie la detendría, nadie; aunque claro, primero tendrían que buscar otro lugar, uno completamente alejado, uno donde nunca los encontrarían.
Durante un segundo, Andrómeda pensó que de haber sido muggle nunca hubiera podido escapar de casa cargando la pesada maleta a la que le había hecho un hechizo expansivo para que contuviera todas sus pertenecías. Supuso que por pensamientos como ese su familia la repudiaría aún más, porque no sólo estaba escapando de casa, lo estaba haciendo para estar con un hijo de muggles, un sangre sucia.
Todos dormían, nadie notaría su ausencia hasta que fuera demasiado tarde, ella ya estaría a kilómetros de distancia, viviendo, siendo feliz, estando al lado de Ted. Estaba tomando la salida del cobarde pero eso no le importaba.
-¿Vas a algún lado?
Andrómeda sintió que su sangre se congelaba. Había olvidado por completo que a su hermana le gustaba tomar leche caliente en medio de la noche y que siempre la bebía en la sala principal, esa por la que tenían que pasar para poder usar la puerta principal.
Narcissa la observó con furia mal contenida en sus siempre fríos ojos azules, tan diferentes a la impenetrable barrera gris de Bellatrix y al poco calor que emanaban sus ojos castaños. Ella siempre había sido la hermana mediocre, no era Black como Bella con su cabello negro, piel blanca y perfecta y esos ojos grises que podían traspasar toda clase de barreras, mágicas o físicas. Tampoco era una Rosier como Narcissa, esa niña perfecta de ojos azules y cabellera rubia. Lo único que ella tenía era un cabello castaño y ojos castaños que nunca sobresalían y nunca lo harían.
-Creí que Evan mentía cuando me lo dijo – ahí estaba de nuevo, es odio mal contenido. – ¿Es verdad qué te ves con ese Hufflepuff asqueroso sangre sucia?
-Narcissa, yo te lo puedo…
-¿Es verdad? – le gritó. – ¿Te vas a fugar con él?
-Yo…
-¿Cómo puedes ser tan egoísta? – Narcissa estaba fuera de sí. El odio en su mirada la traspasaba por completo pero lo que más le dolió a Andrómeda fue el asco con el que la miró. – ¿Tienes idea de lo que tu estupidez va a afectar a mi relación con Lucius? ¿Y si rompe nuestra relación?
-¿Es todo lo qué te preocupa? – Andrómeda ahora estaba furiosa. – ¿Es lo que quieres para tú vida? ¿Ser la esposa de un mortifago? ¡No puedo creer que mi hermana en verdad desee ser la esposa de un vulgar asesino?
-¡Tú no eres mi hermana! – la bofetada que le dio Narcissa no le dolió tanto como esa afirmación.
Andrómeda contuvo las lágrimas y dando media vuelta continuó su camino. Llevaba la cabeza en alto, como la orgullosa Black que era, ella no tenía nada de qué avergonzarse, ella no sería la que estaría ligada a asesinos, a gente intolerante, a un loco psicópata que terminaría derrotado y arruinado junto con todos sus seguidores. Ella sería uno de los buenos, esta vez ella haría lo correcto.
Cuando Andrómeda reconoció el edificio de departamentos en el que vivía Ted, sintió que todo el peso que cargaba en sus hombros desde hacía tiempo se desvanecía. Quería correr, quería gritar, quería despertar a todo mundo en ese destartalado lugar y hacerles saber que amaba al ocupante del departamento 5D y que no le importaba que fuera pobre y un sangre sucia.
Tal vez tendría que haber esperado, tendría que haber dejado que durmiera, tal vez tendría que haber tocado de forma normal y no como una desquiciada que era capaz de despertar a todo el piso con tal de verlo pero no lo hizo. Escuchó como alguien corría dentro del departamento y derrumbaba varios objetos y unos cuantos jarrones.
La mirada preocupada de Ted se transformó en una de sorpresa al ver a Andrómeda Black parada en su puerta cargando una maleta y una sonrisa en sus labios.
-Andy, ¿qué…?
Pero Ted no pudo terminar de formular su pregunta porque Andrómeda se arrojó a sus brazos sollozando y murmurando toda clase de cosas que él no lograba entender.
-Te amo y nada ni nadie nos va a separar – y luego lo besó.
Ted sonrió. Así que por fin la mujer que amaba había decidido dejar todas esas ataduras y aceptar las cosas. Andrómeda había decidido amarlo a él de la misma forma que él la amaba a ella.
- 19 de diciembre de 1981 -
Andrómeda despertó esa mañana con una desagradable sensación en el pecho. Lo últimos meses habían sido una sujeción de terribles eventos; la guerra había terminado pero los tiempos en los que vivían no eran de paz y armonía, sino todo lo contrario. Era verdad que los asesinatos habían disminuido desde la muerte de Voldemort pero sus mortifagos aún continuaban causando problemas, cada vez eran menos pero los que quedaban parecían ser los más peligrosos.
Bajó e inmediatamente comenzó a preparar el desayuno; Ted y Nymphadora aún dormían pero no tardarían en despertar y quería tener todo listo para cuando lo hicieran. Se sirvió un café, el periódico ya estaba sobre la mesa, lo hojeó mientras el tocino se doraba en el sartén; habían capturado a otros mortifagos que habían intentado asesinar a una familia de muggles a las afueras de la ciudad en su desesperado intento por escapar.
Ella se había acostumbrado a ese tipo de noticias, ya no le impresionaban como al principio, cuando la guerra había comenzado y todo era muerte y destrucción. A su madre siempre le había impresionado la sangre fría que mostraba con ese tipo de noticias y era sólo en esos momentos cuando creía que su hija tal vez sí tenía algo de ella en su ser; los Rosier eran magos fríos y calculadores nada que ver con los temperamentales y pasionales Black. Pero ni toda la sangre fría que poseía Andrómeda la protegió cuando dio la vuelta a la hoja y se encontró con la peor noticia que hubiera recibido en mucho tiempo: su padre había muerto. Cygnus Black había muerto.
Las manos de Andrómeda se cerraron con tal fuerza alrededor del periódico que lo rompió por la mitad. Ese periódico no había hecho más que darle malas noticias, cada una peor que la anterior. Aún podía recordar los sentimientos que le había producido enterarse de lo de Sirius. La nota estaba en la primera página, ella había llorado durante horas abrazada a la imagen donde se podía ver a los aurores llevándose a Sirius en medio de una calle destruida, llena de cuerpos de muggles sin vida. Era un mortifago, un traidor y un asesino. Andrómeda lloró por él, por ella y por todo lo que alguna vez los había unido: se suponía que ellos dos eran los único buenos, los que se habían rebelado, los que habían dejado atrás a su familia porque no querían ser como ellos, unos asesinos, intolerantes y fanáticos. Nunca se lo había dicho, pero por él, ella se había marchado, por él le había dado la espalda a su familia y había seguido el buen camino, porque ella quería ser como él, quería ser mejor, quería ser feliz.
Pero todo había sido una mentira. Sirius siempre había sido como el resto de los Black, no, en realidad, él había sido el mejor de los Black porque no sólo había engañado al gran Albus Dumbledore, sino que también había engañado a las personas que más lo querían: sus cuatro mejores amigos, mismo a los que había traicionado y asesinado a tres de ellos. Sintió pena y dolor por el pobre de Remus, ese joven bondadoso y amable que ahora estaría completamente solo.
Cuando se enteró de la captura y condena de su hermana, no lloró ni gritó. Ella ya estaba preparada para esa noticia, en realidad esperaba que sucediera lo más pronto posible, de esa forma mucha gente inocente no tendría que morir en sus manos. Por supuesto que le dolió, le dolió en el alma pero también pudo respirar con una tranquilidad que no había tenido desde hacía años, ahora Bella ya no podría hacerle daño a su hija o a su esposo. Ella moriría en Azkaban y ni siquiera con eso lograría pagar todo el dolor que había causado.
Y ahora estaba ese titular, ese titular que le hacía hervir la sangre y le causaba un dolor indescriptible: "Muere el padre de la despiadada mortifaga y asesina Bellatrix Black". Su padre era mucho más que eso, mucho más que el padre de una mortifaga y asesina pero comprendió a la perfección el por qué de que la nota sólo se centrara en ese asunto.
Después de que se marchara de su casa, Andrómeda sólo había vuelto a ver a su familia en una ocasión.
- Flash back-
El Callejón Diagon estaba repleto. Pronto iniciaría otro año escolar en Hogwarts y Andrómeda dedicó unos minutos a observar a los pequeños niños corretear por el lugar, fascinados por todo lo que había a su alrededor, incapaces de decidir a dónde querían ir primero; incluso pudo identificar a un par de niños que a toda vista eran hijos de muggle porque parecían aún más entusiasmados que el resto, al igual que sus padres.
Ted había ido a comprar algunos materiales que necesitaba y ella no tenía ánimos de meterse por mucho tiempo en las abarrotadas tiendas, le gustaba estar fuera y observar a la gente que había. Pero después de unos minutos, tuvo un terrible antojo de un helado. Camino despacio, captando algunas conversaciones e imaginando el resto una vez que dejaba de oírlas; estaba a punto de llegar cuando se topó de frente con su familia en pleno.
Sus miradas se encontraron. Cuatro pares de ojos se clavaron en ella y parecían querer asesinarla con la mirada. Las reacciones fueron tan variadas como sus personalidades en cuanto se dieron cuenta del estado en el que se encontraba la segunda de las hijas Black.
Por instinto, Andrómeda protegió su vientre abultado con sus manos. Temió por la vida de su bebé al ver la forma en que Bella sacaba su varita y hacia el amago de apuntarle, su madre se lo impidió con una fugaz mirada para después continuar observándola con desprecio, Bella se contentó con dedicarle una profunda mirada de asco. Narcissa la miraba con odio, tan corrosivo y venenoso como la última vez que se habían visto, pero ninguna la lastimó tanto como la decepción en los ojos de su padre.
Tal vez no había odio, desprecio o asco pero la decepción que veía en sus ojos fue lo peor que podía recibir. Ella podía con todo lo demás pero no con el peso que significaba saber que su padre se sentía decepcionado. "Tú eres mi favorita, mi pequeña Andrómeda, tú serás mi orgullo. Tú no serás como Bella, fría y desafiante; ni como Narcissa, enamorada de sí misma. Tú eres cariñosa y amable, tú eres mi consentida. Tú estás destinada a triunfar". Esas habían sido las palabras de su padre años atrás, antes de que ella se enamorara de un sangre sucia y se convirtiera en la vergüenza de la familia. Andrómeda siempre se había esforzado por seguir siendo la favorita de su padre, de hacer las cosas bien para que él la quisiera más que a sus hermanas pero al final ya no pudo seguir viviendo bajo sus expectativas, al final dejó de ser su hija consentida para convertirse en su mayor decepción.
Su encuentro sólo duro unos segundos pero ninguno de los cinco lo olvidó.
- Final -
Andrómeda cerró el periódico y secó las silenciosas lágrimas que surcaban sus mejillas. Su padre era al hombre que más había querido antes de conocer a Ted, lo había adorado hasta el punto de creer en lo que él creía, pensar lo que él pensaba y odiar a todo aquel que odiaba. Había vivido mucho tiempo siguiendo sus reglas y cumpliendo todas y cada una de las expectativas que tenía él para ella y su padre la había premiado con su amor incondicional, con sus cariños y todo el tiempo que le dedicaba a ella y a nadie más.
Su padre no era como el tío Orión: distante, controlador y asfixiante. Cygnus había sido cariñoso, consentidor y amoroso, por lo menos con ella porque con sus hermanas había sido tal cual como el tío Orión.
Haciendo acopio de toda la sangre fría de los Rosier que poseía, recogió el periódico y terminó de preparar el desayuno. No quería darle más preocupaciones a su esposo y mucho menos provocar una de las tantas oleadas de preguntas que ahora hacia su hija. No tenía por qué importarle, después de todo, su familia en pleno la había desdeñado pero era su padre y debía presentarle sus respetos, por lo menos por los buenos recuerdos que tenía de él.
El día siguiente amaneció nublado y lluvioso, como si el cielo supiera que uno de los Black, una de sus estrellas había abandonado la tierra para ocupar el lugar que le correspondía, por encima de todos. En el milenario panteón descansaban generaciones enteras de puros y orgullosos Black, todos cubiertos con la gloria que les daba su apellido, Cygnus sería el primero en ser enterrado con el legendario apellido cubierto en vergüenza.
Andrómeda mantuvo sus distancias. Narcissa acunaba a su pequeño hijo mientras su esposo, Lucius, se dirigía a la multitud, hablando de la bondad y de las grandes obras de caridad que había realizado su padre, cada palabra que salía de sus labios le producía un ardoroso odio. Lucius tendría que ser el muerto, el encarcelado, el castigado por todo el dolor que había causado. Deseaba con todas sus fuerzas exponerlo, gritar a todo mundo la clase de asqueroso moritfago que era el hombre que hasta el mismo ministro consideraba un caballero recto y de moral intachable.
Pero se contuvo, sabía que nadie le creería y lo que menos quería hacer en esos momentos era poner una diana en las espaldas de su hija y de su esposo. La ceremonia fue breve. Ningún miembro de la familia habló y Andrómeda comprendió el por qué. ¿Qué es lo que podían decir la tía Walburga o el tío Orión? Ellos habían caído en desgracia cuando sus dos hijos habían sido condenados como mortifagos. ¿Qué es lo que diría Narcissa? Ella nunca había querido a su padre lo suficiente como para sentir verdadero dolor por su muerte. ¿Qué es lo que diría la siempre estoica Druella? El casarse con un Black no le había dado toda la gloria que ella creía que merecía, mucho menos teniendo una hija encerrada de por vida en Azkaban y otra fugada con un sangre sucia, por lo menos aún le queda su siempre perfecta Narcissa. Tampoco era como si el resto de las familias de sangre pura que los acompañan tuvieran mucho que decir.
Andrómeda esperó a que todo mundo se marchara para acercarse. Nunca le gustó ese milenario lugar, con todas sus tumbas llenas de ostentación y figuras de mármol, cuando era pequeña sentía que cobrarían vida y la enterrarían viva para que le hiciera compañía a alguno de sus antepasados.
La tumba de su padre era completamente diferente, sencilla y austera, tal como había sido Cygnus en vida. Los ornamentados arreglos florales eran lo que más llamaba la atención, hasta en la muerte, la ostentación seguía a los Black, al parecer era algo inevitable.
Perdió la noción del tiempo. Olvido que tenía un esposo y una hija que la esperaban en casa, que había abandonado a su familia y había dejado de ser una Black porque frente a la tumba de su padre se sintió nuevamente una niña de ocho años que pasaba sus días tocando el piano para su padre ó jugando al ajedrez con él ó leyendo juntos en la biblioteca ó tomando el té en el jardín mientras veían como Bella molestaba a Cissy al quitarle sus muñecas favoritas; de eso había pasado mucho tiempo pero a Andrómeda le dolían esos recuerdos como si fuera ayer.
Colocó el sencillo ramo de claveles blancos sobre la tumba mientras recordaba que su padre siempre se los había regalado, era algo especial entre ellos, en cada cumpleaños, navidad, celebración ó incluso por el gusto de hacerlo, su padre siempre le había dado claveles blancos. "Incluso los gustos de Andrómeda son comunes", esas también eran las palabras que Narcissa le dedicaba cuando recibía sus flores.
Permaneció unos minutos más, observando y diciendo en silencio todas esas cosas que nunca pudo decirle a su padre después de que se marchara de casa, todos los "te quiero" que se habían quedado guardados entre ellos.
-Tú también eras mi favorito – la solitaria lágrima recorrió la mejilla de Andrómeda. La dejó ahí, no la limpió, esa sería su despedida.
Cuando Ted vio entrar a su mujer a la sala, no dijo nada, solamente la abrazo como lo había hecho la noche en que ella había abandonado a su familia.
- 7 de junio del 2001 -
Desde la cocina, Andrómeda escuchó romperse el tercer jarrón. Después de criar a Nymphadora, algunos jarrones rotos no era algo que le sorprendiera. Continuó preparando la merienda con total calma, muy pronto a su nieto le daría hambre y era igualito que su abuelo, si no comía a sus horas, se ponía irascible.
-¡Abu! ¡Abu, mida! – Teddy llamó a su abuela pero ella no le respondió. – ¡Tienes que vel esto!
Andrómeda sonrió y dándose por vencida, fue hasta la sala. Teddy, con todo y sus tres años ya era todo un experto en volar, bueno, quitando esos tres jarrones que se habían atravesado en su camino. Cuando Harry Potter, su padrino, había llegado hacia dos semanas con una escoba para él, ella había sentido que el alma se le iba del cuerpo, ¿qué si le ocurría algo? ¿Y si se caía? Pero su nieto había resultado un excelente volador, casi tan bueno como su madre.
Ella lo observó dar varias vueltas a la sala, alrededor de los muebles e intentar dar una vuelta de campana pero aún le faltaba para lograrla pero sabía que lo lograría, había heredado la perseverancia de su madre. Reía tanto que su carcajada la contagiaba; a veces resultaba doloroso recordar todo lo que había perdido: su esposo, su hija, su yerno… pero luego veía a su nieto y no podía evitar sentirse verdaderamente feliz, el pequeño Teddy llenaba de luz su mundo.
El timbre de la puerta la sacó de su ensoñación. Tal vez Harry había decido pasar para asegurase que ella no le hubiera quitado la escoba a su nieto y la hubiera guardado bajo llave en el armario, ella lo había escuchado cuando se lo decía a Teddy y el pequeño niño soltaba una de sus atronadoras carcajadas.
Pero de todas las personas que pudieran haber cruzado por su cabeza, la que vio parada en su puerta no era una de ellas.
Teddy, por sobre todas las cosas, era un niño curioso, motivo por el cual había bajado de su escoba y se había asomado para ver quién era el visitante, tal vez era el tío Harry. Pero no era él y tampoco era alguien que Teddy hubiera visto antes y él conocía a muchas personas. Sin embargo, la mujer le resulto extrañamente familiar.
-Hola Andy.
La mujer era rubia y de bonitos pero tristes ojos azules, estaba elegantemente vestida y veía a la abuela con una extraña mezcla de vergüenza y dolor. Teddy observó a su abuela y no lo gusto lo que vio en su rostro: era puro odio y asco; esa mirada no debería estar en el siempre dulce y cariñoso rostro de su quería abuela, el mismo rostro que le regalaba sonrisas todo los días y lo llenaba de besos por la noche.
-Andy, quiero… – pero la mujer no pudo terminar de hablar porque Andrómeda se lo impidió con una bofetada. – Andrómeda… – pero la puerta cerrándose en sus narices fue toda la respuesta que obtuvo.
Teddy se apresuró a regresar a la sala pero su abuela se dio cuenta de que había visto todo lo que acababa de suceder. Él pudo ver que luchaba contra ella misma para no ponerse a gritar y llorar
-¿Abu?
-Ve a lavarte las manos, comemos en 5 minutos.
Esa fue la primera vez que Teddy vio a su abuela verdaderamente furiosa pero también sumida en una profunda tristeza. También esa fue la ocasión en la que Teddy comprendió que en la vida de su abuela había secretos que podían llegar a ser verdaderamente dolorosos y que de alguna forma él no quería conocerlos.
Al entrar a la cocina, Andrómeda observó el calendario que colgaba de la pared. Durante años, ella había marcado esa fecha en cada calendario que poseía pero después del séptimo cumpleaños de Nymphadora había dejado de hacerlo, tenía mejores fechas que marcar pero nunca la había olvidado. ¿Por qué Narcissa había elegido precisamente ese día para ir a buscarla? ¿Por qué esperó exactamente 29 años para volver a presentarse en su vida? ¿Era esa fecha igual de importante para su hermana como lo había sido para ella?
- 20 de agosto del 2014 -
A sus 16 años, Teddy Lupin podía describirse como un joven plenamente feliz. Tenía a su abuela a su lado, un padrino genial y a los Weasley, había encontrado su lugar en el mundo, atrás habían quedado los días en lo que se preguntaba quién era, de dónde venía y cuál era su verdadero rostro.
Teddy Lupin era el hijo de dos héroes. Su padre, el mago más inteligente y un verdadero hombre lobo, había luchado dos guerras y había dado su vida para que él tuviera una mejor vida; su mamá, era una de las mejores aurores que existían y una metamorfomaga. Venía de una de las familias más respetadas del mundo mágico pero por sobre todas las cosas, queridas. Y en cuanto a su verdadero rostro, bueno, Victoire había tenido mucho que ver, pero siendo el caballero que era, nunca andaría contando cómo es que ella se lo había hecho saber; rostro en forma de corazón, ojos color miel, la nariz de su padre, los labios de su madre y cabello castaño, aunque a él le gusta llevarlo color azul turquesa.
Por supuesto que había tenido etapas en la que la felicidad en su vida no había sido tan plena como en esos momentos. Cuando aún era un niño pequeño, los días de luna llena lo aterraban, solía pensar que la luna le hacía guiños fantasmales y le susurraba historias de miedo y dolor que no lo dejaban dormir. Fue en esos días cuando se enteró que su padre era un hombre lobo y que él sufría terribles trasformaciones con cada luna llena pero que tenía tres muy buenos amigos que lo ayudaban a dejar de sufrir y disfrutar de una vida normal. Él se sentía triste, había tantas cosas que no sabía y él quería saberlo todo, quería dejar de tenerle miedo a la luna llena y ser feliz.
Tampoco le gustaban todos esos cambios en su apariencia. ¿Por qué no podía ser como el tío Harry o la abuela Andrómeda? Ellos sólo tenían un rostro y eran completamente felices con él. A Teddy no le importaba que le dijeran que su madre también podía cambiar su apariencia a su gusto, él la quería a ella no su habilidad. Ellos no despertaban cada mañana aterrados, temiendo observarse en el espejo y no saber quién es la persona que le devolvía la mirada aterrada. Tampoco tenían que cambiar su aspecto para intentar encajar en medio de una familia que él mismo sabía que no era suya y que nunca lo sería, sin importar cuanto lo quisieran. Tenía cabello castaño alborotado y ojos azules cuando visitaba la casa de la tía Hermione ó el cabelló rojo y ojos verde esmeralda cuando estaba con el tío Harry ó rubio y de ojos verdes cuando la tía Fleur lo invitaba a comer y jugar con Victoire ó cambiante cada cinco minutos cuando estaba de visita en la Madriguera.
Pero lo que más aterraba a Teddy era cuando despertaba luciendo una cabellera completamente negra y ondulada, acompañada por unos ojos grises que lo atormentaban por su dureza. Él no podía comprender por qué esa imagen le daba tanto miedo pero lo odiaba y odiaba aún más el miedo y el dolor que se reflejaba en los ojos de su abuela cuando lo veía de esa forma.
Le había tomado tanto tiempo encontrar su lugar en medio de un mar de pelirrojos que ahora que lo había hecho sentía que nada malo podía suceder. O eso hasta que se encontró de frente con un niño, de aproximadamente 8 años.
No lo había notado. Después de todo, ¿cómo notas que alguien te está siguiendo en medio del abarrotado Callejón Diagon?
Esa mañana su abuela lo había acompañado a comprar todo lo necesario para otro año más de su preparación mágica en el colegio Hogwarts. Él ya era mayor y podía hacerlo solo pero no le importaba hacer las compras con su abuela, además, una vez que terminaran con eso, irían a la Madriguera para una de las acostumbradas comidas familiares y lo mejor de todo es que podría ver a Tori.
Su abuela se había quedado platicando con unas amigas y él había decidido dar un paseo, quería ver algunas tiendas y todo mago sabía que para un buen recorrido se necesitaba un buen helado, así que su primer parada fue en Florean Fortescue. Estaba abarrotado, no le puso mucha atención a las personas a su alrededor pero alguien si se la prestó a él.
Caminó varias cuadras, saludó a algunos compañeros de clase, compró materiales que necesitaba y pensó que probablemente debería comprarle algo a Tori. Había visto una bonita pulsera que se le vería hermosa, porque claro que se les daban regalos a las primas, sobre todo a las primas que se querían tanto como a ella, porque sólo era eso, una prima a la que quería mucho…
Esos eran sus pensamientos cuando sintió una extraña sensación en la nuca, algo así como un escalofrío, como los que lo recorrían cuando los fantasmas del colegio se aparecían de repente. Giró sobre sí mismo y fue ahí cuando lo vio. El niño observaba curiosamente su cabello azul pero cuando se dio cuenta de que lo habían descubierto, observó inmediatamente para otro lado; a Teddy le resultó vagamente familiar, había algo en sus ojos azules y su cabello rubio que querían despertar un recuerdo olvidado en su memoria.
-¿Tú nombre es Teddy? – el niño observó nervioso por encima de su hombro, parecía que en cualquier momento alguien llegaría y se lo llevaría, a Teddy le preocupó ese comportamiento.
-Sí, soy yo – y le ofreció una sonrisa y su mano. El niño lo observó nervioso pero aún así le estrechó la mano. – ¿Te encuentras bien? ¿Alguien te está siguiendo?
-No, estoy bien – le respondió intentando controlar su nerviosismo. – Es sólo que quería conocerte y hablar contigo – eso le extrañó a Teddy. Él nunca antes había visto a ese niño y no comprendía qué es lo que quería con él.
-No comprendo. ¿Por qué quieres hablar conmigo?
-Aquí no puedo decirte nada – le dijo volviendo a su comportamiento nervioso. – ¿Podemos vernos en el parque que esta a unas cuadras de la entrada muggle del Caldero Chorreante mañana a las diez?
-En verdad no comprendo qué es lo que tienes que decirme – insistió. – Ni siquiera me has dicho tú nombre.
-Mi nombre es…
-¡Teddy!
El gritó de su abuela los asustó a los dos. El pequeño niño pegó tal brinco que casi alcanzó la altura de Teddy. Pero lo que más sorprendió a Teddy fue la mirada de odio que le dedicó su abuela a ese extraño niño.
-¡Por favor! Veme mañana, tiene que ver con nuestra familia – dijo el niño antes de salir corriendo en la dirección contraria a Andrómeda.
Teddy se quedó de piedra. ¿A qué se refería ese niño con que tenía que ver con sus familias? Él no tenía más familia que su abuela, claro que estaban los Weasley pero su única familia directa, con la única que compartía sangre era su abuela Andrómeda, no había nadie más.
-¿Qué quería ese niño? – Andrómeda intentaba disimular su enojo pero Teddy la conocía a la perfección y podía ver que estaba furiosa, tan furiosa como aquella vez que había abofeteado a una mujer…
-Nada, quería saber dónde podía encontrar una tienda – le respondió fingiendo mucho mejor que su abuela.
La reacción de su abuela, el recuerdo de esa mujer y ese niño hicieron que en la mente de Teddy se comenzara a formar una idea que no le gustaba nada. Tal vez era una tontería, tal vez ese niño sólo le estaba jugando una broma pero fuera como fuera, él estaría en el parque a las diez, la mañana siguiente.