Capítulo XX | Na Na Na


Fue bastante inesperado, sobre todo para Sesshōmaru, encontrarse con ella. Por supuesto que al principio no sabía que era Kagura la persona de espaldas a él, escondida bajo el atuendo ridículo que se asociaba al famoso Naraku.

Le dijo con voz clara, a pesar de seguirle corriendo, que se detuviera. Y lo hizo, casi en un titubeo. A los pocos segundos, mientras observaba finalmente la espalda del que creía hombre, Inuyasha y Kagome llegaron y frenaron detrás de él, inquietos, sin dejar de mirar a Sesshōmaru y al extraño en intervalos regulares.

¿Estaban, realmente, viviendo aquello?

—Al fin nos conocemos, Naraku —dijo Sesshōmaru. Su voz era glacial, como su mirada. Naraku no dijo nada, y la sonrisa que revelaba su rostro no llegó a la vista de los demás.

Inuyasha tenía muchas ganas de hacer algo. Correr, tirársele encima, evitar que se subiera al helicóptero (¡si ya tenía un pie arriba!), lo que fuera. Incluso tener alguna piedra a mano funcionaría en su plan. Kagome, por otro lado, estaba levemente paralizada y con ganas de empezar a comerse las uñas. Estaría bastante bien para aplacar los nervios.

—¿Naraku? —murmuró Kagura. Se giró, aún con el tapado sobre sus hombros, con la calavera sobre su rostro—. Mm, él no se encuentra disponible.

La voz era obviamente de mujer. Sesshōmaru frunció el ceño. La sorpresa había hecho que su cuerpo se inclinara levemente hacia atrás, observando a aquella mujer con asombro. Estaba seguro de saber a quién correspondía la voz, y lo hubiera dicho en voz alta si no hubiera creído firmemente que hacía varios días que yacía muerta.

Finalmente (Kagome parecía estallar en el lugar, el corazón latía rápidamente, ¡eso era muy emocionante, carajo!), Kagura se sacó la máscara que tapaba su fino rostro. Sesshōmaru nuevamente observó las delicadas facciones, recayó en los labios rojos, las mejillas sonrojadas y esos ojos café rojizo, y de repente no se sintió tan sorprendido de que siguiera viva, pero tenía que cerciorarse de otras cosas.

—Kagura —murmuró. Su voz seguía siendo fuerte, decidida, pero ya no tan glacial. A Naraku sí lo odiaba, a ella apenas la conocía—. Entonces...

—¿Qué? —sonrió Kagura. Sus ojos parecían brillar bajo la luz de aquel sol que despertaba, escondido detrás de las nubes—. ¿Tan increíble es verme viva, señor Taishō?

Sesshōmaru no soltó palabra alguna. Seguía observando a Kagura sin poder determinar exactamente el orden de los acontecimientos. Las horas desde la última vez que la había visto (en aquella fiesta, en su apartamento) habían trascurrido a una velocidad vertiginosa, transformándose en días caóticos. Inuyasha y Kagome, atrás de él y sin entender absolutamente nada, intercambiaron miradas. Tal vez de allí a dos o cuatro años averiguarían lo que estaba ocurriendo en ese momento en la cima del edificio Shikon.

Sesshōmaru sonrió entonces. Esa mueca que significaba que estaba cabreado y sorprendido en partes iguales.

—Al final, nunca fue Naraku.

Kagura abrió los ojos con sorpresa y luego rió.

Oh, sí —le aseguró. Comenzó a correr una brisa cada vez más fuerte, que despeinaba sus cabellos negros ondulados— sí fue Naraku.

Sesshōmaru alzó una ceja, sin creerle ni media palabra. ¿En qué momento fue Naraku? ¿Exactamente qué hizo ese hombre? ¿Determinó cuando atacar Midoriko? ¿Cuándo matar a su padre? ¿Él lo llamó cuando estaba absorto intentando comprender la imagen que el cadáver de Inuno Taishō le proporcionaba? ¿Sí fue él? ¿O fue ella?

—Luego —dijo entonces Kagura. Kagome e Inuyasha no le sacaban la vista de encima. Él había optado por sostener a Kagome con una mano firme—. Luego fui yo.

Sesshōmaru apretó los dientes. ¿Y había sido efectivamente ella quien...? Ya estaba confundiéndose. Pero, ¿qué estaba ocurriendo?

—¿Qué hiciste exactamente?

Kagura sonrió. Se detuvo a pensar si acaso tenía tiempo para esa clase de charlas. Había activado los explosivos y nadie los encontraría hasta que fuera demasiado tarde, a menos que Kanna o los chicos la delataran. Y no lo harían, lo sabía. Entonces, si todo estaba a menos de una hora de estallar, ¿qué hacía entablando conversación con ese hombre guapo que la había empujado a ese punto de su vida? ¿O era acaso que se sentía agradecida hacia él? ¿Se habría atrevido a hacer todo aquello si no fuera porque Taishō la había drogado y robado aquel asqueroso —y sin sentido alguno— pendrive?

Tal vez eso mismo era. Tal vez le debía esa minúscula explicación.

—Matar a Naraku, eso fue lo que hice. —Ante la cara de desconcierto no solo de Sesshōmaru, sino también de Inuyasha y Kagome detrás (vaya, dos chiquillos en todo ese embrollo), Kagura sonrió. Se sentía genial interpretando aquella obra. Y más ser la responsable en parte—. Cuando me robaste, tuve que confesarme ante Naraku. Y no iba a salir bien parada de esa.

Sesshōmaru no dijo nada. Kagome intercambió una rápida mirada con Inuyasha. Ella era esa tal Kagura que los había metido en ese lío. Por la cual habían secuestrado al menor de los Taishō y por la cual Kagome había hecho una de las peores decisiones en su carrera (ser impulsiva, estúpida y un problema para Kikyō y otros). Estar en ese momento ante la mujer que lo había provocado todo, y que encima se había deshecho (supuestamente) del mafioso más grande de Tokyo, era oro puro.

—Así que le inyecté cianuro en su pútrido corazón —masculló Kagura. Pero exhibía una radiante sonrisa. Parecía extasiada, recordando el momento exacto. Y no le costaba trabajo hacerlo. Era un recuerdo preciado.

Recordaba con exactitud el peso de la jeringa con el veneno en su mano. Recordaba bien cómo se había sentado en la falda de Naraku. Recordaba bien cómo él había acariciado con perversidad su muslo, cómo había corrido un mechón de azabache cabello de su rostro. Ella le dijo, lentamente, que se había cruzado con Taishō. Que le había robado un pendrive que ella consideró de suma importancia proteger, pero que no valía nada para Naraku. Que había sido un sucio juego para él. Y cuando observó los ojos negros brillar con malicia, Kagura resolvió clavarle la jeringa en mitad del pecho. Y vaciar su contenido dentro de él.

La mirada de espanto de Naraku nunca se borraría de su mente. Allá donde ella estuviera, inclusive en su merecida estadía en el infierno, la acompañaría y haría mejores sus días. Haber vivido todo lo que vivió a su lado valía la pena, o eso pensó ella al verlo agonizar y finalmente morir frente a sus ojos, mirándole con consternación.

—Tuve que arrastrar su asqueroso peso hasta un congelador. Y guardarlo allí hasta que... me fuera.

Inuyasha tosió, espantado. Kagome se llevó una mano a la boca, como evitando que su sorpresa escapara de ella. La imagen del cadáver en el congelador volvió a la mente de ambos. Ahora que le ponían un nombre al muerto, daba menos asco. Menos pesar.

Sesshōmaru no había olvidado que su medio hermano y la chica habían mencionado algo de un cadáver. Haberlo pasado por algo le dejaba mal sabor de boca. Un buen espía nunca deja nada al azar, nunca deja detalles de lado. Y lo había hecho. Mal por él.

—¿Qué intenciones tienes contra Midoriko? —preguntó entonces. Seguir dando vueltas alrededor del (al fin) difunto Naraku no tenía mucho sentido. Pero lo que sí necesitaba saber era desde cuando esa mujer había tomado el control, si ella había resuelto realizar el ataque de todos modos, si ella había apretado el gatillo contra su padre desde el otro lado de la ciudad.

—Ninguna —le respondió ella con soltura. Se encogió de hombros y miró el cielo. Encapotado, con pinta de que llovería al fin—. La que en verdad me molesta es Shikon.

Sesshōmaru la evaluó con la mirada, con detenimiento.

—¿Entonces?

—Entonces —resolvió ella, sonriéndoles—. Mi plan es irme antes de que todo vuele en miles de pedazos.

Las tres personas que la observaban se paralizaron un segundo en su lugar. Kagura sonrió aún más, mostrando sus blancos dientes.

—Oh, no sabían. Bueno. Deberían hacer lo mismo. Irse.

Kagome apretó más fuerte el brazo de Inuyasha. Empezaba a tener miedo. Si era cierto lo de «volar en pedazos», más les valía sacar sus traseros de ese edificio. Kikyō y Kōga debían de seguir allí abajo, y cualquiera fueran los refuerzos. Y debían evaluar las edificaciones adyacentes. La cuestión es que debían irse de allí enseguida. Quiso preguntar de cuanto tiempo disponían, pero no se atrevió a interrumpir la conversación entre aquellas dos personas.

Tiró del brazo de Inuyasha, que la observó con sorpresa. Los murmullos entre ellos dos intentando decidir si irse o no atrajeron la atención tanto de Kagura como de Sesshōmaru.

—Será mejor que salgamos de aquí —dijo Kagome, una vez que se decidió hablar en voz alta. Le dirigió una mirada a Kagura. Lo cierto es que no le importaba mucho lo que esa mujer había hecho. Se había sacado de encima a la persona que la tenía bajo su control de la mejor manera que pudo, y, la verdad, no la juzgaba. Hasta le habían hecho un favor. No le dedicó una sonrisa, pero esperaba que se notara la estima en su mirada—. Advertiremos a los que encontremos en el camino.

Inuyasha asintió y le dirigió una mirada fuerte a su medio hermano. Luego tomó la mano de Kagome y comenzaron a correr hacia abajo. Debían hablar con Miroku y buscar a Kikyō y Kōga, y quien más estuviera allí.

Kagura los observó alejarse con una sonrisa y luego se volvió hacia el único hombre que estaba en aquel lugar. Le dedicó una mirada coqueta.

—¿No deberías irte también, guapo? No tienes ni siquiera un hora antes de que esto explote.

Sesshōmaru dejó escapar una sonrisa de costado, pero seguía siendo una peligrosa.

—¿Y dejarte ir? —le preguntó. Había algo de malicia en sus ojos ámbar, pero lo cierto es que se sentía sorprendido, verdaderamente impactado por ella. Y tal vez hasta le empezaba a tener algo de respeto a la hermanastra de Naraku—. ¿Luego de lo que hiciste?

Kagura soltó una risa, pero no tenía nada de divertida. Parecía amargada, algo sarcástica.

—Otra vez Kagura paga la diversión de Onigumo Kagewaki, ¿cierto? La diversión de Taishō —le miró de frente, con el ceño fruncido y aguantándose varias maldiciones que quería escapar de su boca—. ¿De qué soy verdaderamente culpable, señor Solo Taishō? ¿De no hacer nada para evitar todo sus líos? Ustedes, los suyos, ¡me dan exactamente igual!

A Sesshōmaru no se le pasó por alto el nombre que Kagura había usado para referirse a Naraku, lo dejó bien asentado en su mente. Sin embargo, si era cierto que todo iba a estallar (¿de qué manera ella había puesto explosivos, en cualquier caso?), no podía seguir dándole vueltas al asunto.

—¿Preparaste la masacre de Midoriko? Dímelo.

Kagura golpeó fuerte el piso con uno de sus zapatos de tacón, escondidos detrás del manto blanco. Parecía estar a punto de gruñir.

—¿Por qué atentaría contra los únicos que podían ayudarme a sacármelo de encima? No —aseguró—. No lo hice. Eso fue un regalo de Naraku para mi. Porque ni siquiera estando muerto podía dejarme en paz.

Miró el cielo esperando que algo la liberara de aquel martirio. No sabía exactamente cómo había hecho Naraku, pero todo ese ataque a Midoriko lo había hecho él solo, sin su ayuda ni consentimiento. Ella se enteró justo a tiempo que sería para su cumpleaños, aunque, claro, todo se había adelantado un par de días. Ni siquiera pudo haberlo previsto.

—Tú llamaste, ¿no es así?

Kagura no respondió, pero no hizo falta. Sesshōmaru tuvo la certeza de que había sido ella quien llamó desde la oficina central de Shikon en aquel momento en que sus ojos estaban clavados en el cuerpo inerte de su padre. ¿Para qué había llamado? ¿Para decirles que iban a atarcarlos?

—Yo solo quería ser libre. Irme —murmuró ella. Seguía sin responder a la pregunta, pero, por su mirada, estaba claro que ella había efectuado la llamada muda—. No estaba en mis planes matarlo. Ni ese ataque. Solo quería hacer explotar todo, ¿lo entiendes? Acabar con toda la mierda de una sola vez, un regalo de mi para mi. Las cosas se adelantaron, eso es todo.

Sesshōmaru la observó con seriedad mientras decía todo aquello, mientras se lo sacaba del cuerpo. Parecía que hacía años que lo tenía guardado. Todo el veneno.

—No vas a arruinarme esto. Hoy voy a hacer libre —concluyó. Su mirada oscura clavada en él— o voy a morir.

Él no hizo nada. Ella seguía mirándolo fijamente. Aquellos segundos parecían durar años.

Si Taishō decidía pelear, bien. Solo bastaba sacarse ese disfraz asqueroso de encima y pelear hasta perecer o hasta que todo explote al fin. No era tan mala en eso. Los últimos años había aprendido algunos trucos. Era ágil, como toda bailarina, y sabía dar un par de golpes. Bankotsu le había enseñado. Podría hacerle frente, aunque sea durante un tiempo. Si todo se hacía muy difícil, se tiraría al vacío. Moriría con los sesos desperdigados por la calle. Glamoroso.

Si él, en cambio, decidía darle la espalda y seguir con su vida, mejor, porque así ella tendría la oportunidad de armarse una finalmente. Y eso estaría muy bien. Intentó contener las lágrimas que querían escaparse de sus ojos.

Cualquier opción era válida. De todos modos, se sacaría toda aquella vida de encima. Con Naraku muerto y Shikon reducido a cenizas en breve, no quedaría nada de la antigua Kagura. Si no podía volar hasta su próximo destino y utilizar todo el dinero que muy inteligentemente había derivado de la empresa a una extraña cuenta propia, entonces moriría. Y eso también era libertad a sus ojos.

Sesshōmaru se decidió.

—Tengo el presentimiento de que nos volveremos a ver —le dijo. Kagura lo observó, queda. Sin saber qué hacer. ¿Moverse? ¿Quedarse quieta en su lugar? ¿Correr, subir al helicóptero, intentar recordar los pasos a realizar?—. Pero espero nunca cruzarme contigo de nuevo. Porque tendré que matarte.

—No nos volveremos a ver. Lo prometo.

Sesshōmaru le echó un último vistazo, se dio la vuelta y se alejó. Kagura se largó en un llanto convulso que parecía una risa enferma cuando las aspas de la máquina entraron en movimiento.


Al poco rato de que Inuyasha y Kagome bajaran del piso de arriba, se escuchó un pequeño estruendo al final del pasillo, y recordaron que Miroku aún trataba de resolver el asunto de la caja fuerte. Sin embargo, recuperar información cuando todo parecía indicar que iban a pasar a ser carbón en breve, había pasado a segundo plano. Corrieron a la oficina de Naraku y chocaron con Miroku, que estaba saliendo ahora a toda prisa y con los brazos repleto de bolsas de cartón.

—Lo logré —les sonrió—. ¿Qué ocurrió arriba?

—Una locura —rezongó Inuyasha mientras volvía a tirar del brazo de Kagome—. El edificio entero va a estallar.

—Debemos avisar a los otros —dijo la joven. Mientras Inuyasha tiraba de ella, Kagome se apuró a tomar una manga de Miroku y, a su vez, tirar de él—. Tenemos que salir de aquí.

Podría parecer más difícil salir con los brazos repletos de documentos importantes que uno no quiere perder, pero se equivocan. Era más fácil de lo que parecía. Sobre todo cuando tu mujer embarazada está unos pisos más abajo sin saber que todo se iría al garete en breve. Ese tipo de situaciones saca la mayor seriedad y compromiso de uno mismo; y demuestra lo muy-valioso espía que resulta ser, como Miroku. Parecía que pronto iba a meterse los documentos entre los bolas y flotar escaleras abajo para avisar a cualquier individuo que evacuara el maldito lugar.

En los pisos inferiores no había nadie, pero Sango los aguardaba en el quinto piso con un arma en la mano. Sostenía a un chiquillo paliducho que estaba todo el tiempo gritando que se arrepentiría de eso. Al pasar a su lado, Miroku le propinó un golpe en la mandíbula que le hizo escupir sangre. Abrazó a su esposa y después le estampó un beso en los labios.

Inuyasha miraba a Hakudōshi seguir refunfuñando en voz baja e intercambió una mirada con Kagome, que parecía estar sufriendo algún tipo de colapso nervioso. No había caído en la cuenta que había un par de días que no tomaban una ducha en serio (los baños de Midoriko no estaban tan bien aprovisionados) y que hacía varios días que dormían muy mal. El cabello negro de Kagome estaba revuelto para todos lados y su rostro mostraba unas pronunciadas ojeras. ¿Cuántas similitudes más podría tener con él mismo?

—¿Y Kikyō?

—Jinenji la levantó en brazos con intenciones de llevarla a un hospital a como de lugar —dijo Sango. Parecía realmente preocupada. No hizo caso de las múltiples preguntas de Kagome (histérica), que trataba de entender qué le había pasado a su mentora—. Tengo miedo por la policía. No sabemos cómo pueden reaccionar. Pero Kōga los acompañó para protegerlos.

—¿Y te dejó sola? —le preguntó Miroku con el ceño fuertemente fruncido. Iba a agregar que eso era estúpido e imprudente, pero Sango lo acalló de inmediato.

—Estoy embarazada, no lisiada. Y sé defenderme sola. Deja este rollo de una vez. —El tono de su voz hizo que Inuyasha y Kagome retrocedieran un paso, como si aquellos dos fueran Sr. y Sra. Smith y fueran a matarse a golpes dentro de nada—. ¿Qué ocurrió? ¿Dónde está Sesshōmaru?

—Es una historia un poco larga, cariño —dijo entonces Miroku—. Pero en resumen, el edificio entero va a estallar, así que tendríamos que salir de aquí.

—¿CÓMO que el edificio va a estallar? ¿Qué estupidez es esa? —gruñó entonces Hakudōshi, arrodillado en el piso como estaba.

Sango lo levantó de donde se encontraba y lo instó a caminar delante de ella. Era uno de los pocos que no habían huido o perecido en la lucha, los demás habían bajado delante de un amenazante Kōga. La mujer no hizo nuevas preguntas, se ciñó al plan de escaparse del lugar, y tanto Inuyasha como Kagome estaban muy contentos con esa decisión. Solo quería alejarse lo más posible de la bomba en la que estaban y, Kagome en particular, saber algo más de Kikyō.

El descenso a los pisos inferiores fue muy similar. Rápido, sin contratiempos. No había personas a las que sacar, y los policías, por motivos que ellos no sabían, no habían ingresado aún al edificio. Kagome se encontró pensando que había allí un montón de personas, buenas, malas, inocentes, culpables, que no solo habían muerto, sino que dejarían de existir físicamente en breve, pasar a formar algo más entre los escombros... y eso hizo que se estremeciera. Inuyasha no estaba muy seguro de entender ese miedo en el rostro de Kagome, pero la atrajo más hacia sí y siguieron corriendo, un paso adelante del otro.

Una vez en la recepción, pudieron observar que los policías ya había abierto las puertas del edificio, y los esperaban allí con rostros consternados. Sango le tiró a uno el cuerpo magullado (y lleno de insultos) de Hakudōshi, y le pidió que abrieran paso. Miroku se disculpó con los oficiales —«Está embarazada»— (rogando que fueran de confiar, aunque posiblemente aún estuvieran bajo la influencia de Naraku... eso hasta que se enteraran de que estaba muerto), y les comunicó que había explosivos en algún lugar desconocido para ellos, que estallaría en breve.

Aquellas personas que, se suponía, velaban por la seguridad de la ciudad, parecieron volver a entrar en razón. Un hombre robusto que tomó el mando en ese momento, ordenó que se evacuaran las edificaciones circulantes y dejó escapar a los chicos (Sango, Miroku, Inuyasha y Kagome), pero eso solo cuando vio salir a Sesshōmaru Taishō del edificio. Conocía al joven, alguna vez le había salvado la vida, a él y a su anciano padre.

Si los retenía, tendría que hacer mucho papeleo que no estaba seguro de poder hacer. Además, ese papeleo haría que toda la policía involucrada con aquel lado turbio de Shikon quedara al descubierto, y muchos eran amigos de toda la vida. Si los dejaba escapar, ellos quedarían a resguardo también. Y si de Shikon no quedaba nada, mejor para todos ellos. Menos evidencia.

Sesshōmaru se dirigió casi de inmediato a Midoriko, con los papeles que Miroku le había dado. Aún tenía que ver que todo siguiera en orden, que Rin siguiera sana y salva, y finalmente intentar poner algo de sentido a todas las cosas que habían pasado. No se despidió de su medio hermano ni de nadie más; partió solo y en silencio. Ni una vez miró el cielo a ver si divisaba a lo lejos algún helicóptero. Y la policía tampoco.

Miroku y Sango se quedaron cerca de Inuyasha y Kagome cuando los oficiales de la policía determinaron cuál sería el perímetro seguro (aunque, la verdad sea dicha, no habían encontrado los explosivos y no tenían idea de cuál podría ser la magnitud del estallido). Por suerte, en las edificaciones cercanas a Shikon, la actividad había vuelto a la vida aquella mañana. Fue fácil evaluarlos, cortar las calles, ponerse en contacto con bomberos y ambulancias y demás servicios necesarios. Y la gente sí se encontraba segura.

Miroku intentaba poner al tanto a Sango de lo que sabía, aunque ambos estaban seguros de que, en breve, volverían a Midoriko para entablar una larga y seria conversación con Sesshōmaru (¿no había quedado a cargo él desde la muerte de su padre?). Por el momento, estaban disfrutando de un momento de paz. Estaban por demás cansados de todas las luchas y pérdidas de ese interminable día. Apenas podían creer que habían estado más de veinticuatro horas sin dormir.

A Inuyasha, todo eso, le importaba una mierda. Hacía días que se alimentaba y dormía mal. En particular, hacía un día que no comía en absoluto y alrededor de cuarenta y cinco horas que no dormía. Se sentía un maldito zombie. Casi que estaba a punto de tirarse a comer el cerebro de alguien. Era simple para él. Naraku estaba muerto, todo Shikon desaparecería en breve si no lograban detener la explosión, y él podría regresar a su vida normal. No importaban todos los muertos, todas las luchas, cuántos balazos recibió, cuánta sangre perdió, que su hermano siguiera vivo (maldito imbécil), que sus amigos también fueran espías... neh, no le importaba nada de eso.

Quería ramen. Y una cama.

—Ya todo terminó —le sonrió Kagome. Él estaba tan perdido en sus pensamientos que se había olvidado que estaba sentado junto a ella en un escalón de algún edificio desconocido, muy lejos de Shikon—. Podrás volver a la normalidad. No más disparos.

Inuyasha le dedicó una sonrisa alegre. No era más que la pura verdad. Pero luego lo pensó mejor unos pocos segundos.

—¿Normalidad? —bufó—. ¿Con mis amigos siendo espías? ¿Con Sesshōmaru de vuelta a la vida? Lo dudo.

Kagome lo miró durante un momento y luego negó lentamente con la cabeza. Era muy poca la luz que se filtraba entre las nubes de tormenta sobre sus cabezas. La ciudad estaba amaneciendo casi a oscuras.

—Deberían arreglar eso entre ustedes.

—Su repentina aparición no compensa una vida de mentiras, Kagome —gruñó él, apretando los puños. Cada vez que lo pensaba, volvía a enfurecerse—. Ni siquiera estoy seguro de estar bien con Miroku y Sango. Ellos también me han mentido.

—Hay una delgada línea entre mentir y ocultar.

Inuyasha bufó con fuerza. , Kagome, Já-Ja-Já. Buenas palabras de una espía. Prefirió no seguir con el asunto (ella también lo cabreaba bastante), y miró al frente.

—Lamento todo esto que pasó. Fue todo una locura, y en gran parte por mi culpa. De verdad, lo lamento.

Él se encogió de hombros. Luego se detuvo a pensar en todo lo que había vivido en esa loca semana. No la había pasado tan mal, a excepción de la mala alimentación, la falta de sueño y los condenados balazos, claro. Y el miedo atroz ante el peligro. Mejor dicho, la adrenalina ante el peligro. La verdad que podría decirse que hasta la pasó bien. Haciendo de detective y todo el resto.

—No estuvo tan mal.

Kagome soltó una risa. Miró hacia el cielo, aún nublado, escondiendo el ardiente sol detrás. Parecía muy lejos esa mañana. Como en otro sistema solar. De hecho, hasta sentía frío ahora que estaba desacelerada, que no tenía que correr para salvar su vida o su misión. Se abrazó sin fuerzas con las manos.

—¿Seguro? ¿No te arrepientes de no haber viajado a Londres como se suponía que harías?

—New York. Y no —le sonrió. El rostro de Kagome se veía hermoso, a pesar de las ojeras y el visible cansancio. A pesar de la suciedad propia de cualquier trabajo duro—. Nunca me arrepentiría de todo esto —murmuró. De pronto tenía las mejillas teñidas levemente de rosa. ¿Cursi? De acuerdo, pero no faltaba a la verdad—. Aunque me dispares unas tres veces más en el mismo condenado hombro.

Kagome rió. A cuadras de allí, la tierra comenzó a temblar. Ambos volvieron la vista al frente, expectantes. Se echaron un poco hacia atrás de la sorpresa, aunque sabían que eso ocurriría finalmente. Incluso se alegraban de estar bien lejos.

Los explosivos que Renkotsu y compañía habían plantado en el subsuelo de Shikon, y que Kagura había activado, finalmente estallaron. El ruido propio del estallido y la conmoción que originó en todos los presentes, resultó en un silencio mortal que se expandió por toda la cuadra (y gran parte de la ciudad). El ruido de la explosión fue reemplazado por el estruendo del edificio al derrumbarse, pedazo por pedazo, con todos los que allí dentro estaban, nada más que cadáveres.

Todo eso había durado apenas unos cinco minutos. Fueron largos cinco minutos que se mantuvieron en silencio. Kagome se abrazó más fuerte pensando que allí podría haber estado ella de no haberse cruzado con Kagura (y con lo demente que podía llegar a ser Sesshōmaru). Inuyasha se mantuvo firme, con los puños y los dientes apretados. Le comenzaba a molestar de nuevo el maldito hombro, como si toda aquel jaleo hubiera despertado el dolor.

Justo cuando se hizo el silencio y Kagome se giró a ver el rostro fatigado de Inuyasha, algo le mojó la mejilla izquierda. Y luego todo el rostro. Una fina lluvia comenzó a caer sobre ellos. Kagome estaba tan impresionada que elevó la cabeza al cielo y abrió la boca, dejando que el agua entrara. Era extraordinario. Realmente estaba lloviendo; luego de todo eso, el cielo quiso regalarles agua.

Pronto comenzó a reír, es que no podía evitarlo. Era el descanso que estaba esperando, la señal. Todo había acabado finalmente, ¡hasta tal vez podría recuperar su rutina! Inuyasha la observó quedamente, con una sonrisa. Con sus ojos dorados brillando y las gotas de lluvia mojando su negro cabello. Había algo de cariño escondido en el modo en que la observaba. Luego de días de agotamiento físico y mental, del peligro y la incertidumbre, la lluvia le sabía a tranquilidad y paz.

La caída se intensificó y un par de relámpagos cruzaron el cielo, seguidos de cerca por ensordecedores truenos. Kagome se incorporó entonces, y dejó que la lluvia, que caía cada vez con más fuerza, borrar de ella todo signo de suciedad, de cansancio y de miedo. Que le hacía mucha falta, carajo. Dejó que el mismo agua pegara contra su rostro todos sus cabellos oscuros, y su ropa contra el delgado cuerpo. No dejó de sonreír, de girar, con los brazos extendidos y las palmas hacia arriba, recibiéndola gustosa. Se olvidaba de todo lo demás. De las muertes, de los errores, del misterio y de los heridos. Se olvidaba de todo y giraba.

Miroku, unos cuantos pasos más allá, abrazó a Sango de la cintura y dejó que su mujer apoyara su cara contra el hueco de su hombro. Depositó un suave beso en la frente. No se molestaron en esconderse del agua, se estaba bien así. Observaron a Kagome danzar bajo el agua un largo rato.

Al final, hasta le tendió una mano al empapado Inuyasha, tan empapado como ella. Él se negó muchas veces, pero al final la insistencia de Kagome venció. Estaba bien quedarse bajo el agua durante un tiempo, hasta que tuviera que retomar su ordinaria vida. O no tan ordinaria.

Lo que fuera eso que llamaba vida.

FIN


Nota:

¿YA? Sí, ya.

Bueno, en realidad no del todo. Tengo otro capítulo planeado, sobre todo para cerrar un par de asuntos importantes, como relación Midoriko-Shikon, y, por supuesto, Inuyasha/Kagome. Supongo que vendrá más romanticoso... ;) (? Lo tengo listo, pero no me convence, así que estará en otro tiempito.

Sin embargo, siempre que llego a un 'FIN' siento ese trucutru (?) in my heart que me dice que lo hice horrible (...). EN FIN, espero que lo hayan disfrutado. :3 Muchas gracias por todos los reviews, los follows y favs, aunque deteste que me marquen fav cuando no dejan review; que no muerdo, carajo.

Todas esas cosas que tienen que decirme son bienvenidas, y es requete fácil dejar un review. Es casi magia.

Gracias por estar de ese lado de la pantalla. :)

Mor.