Disclaimer: No soy J.K Rowling ni sus personajes me pertenecen. En cambio, las historias que aquí publico son totalmente mí ísimas gracias por dedicarme vuestro valioso tiempo a leer mis fics y comentarlos. Sin vosotros/as no sería nada. Os dejo con la actualización. Disfrutarla, compartirla y comentarla.


Su nombre es Daphne.


Daphne. Sustantivo femenino singular. Del sustantivo personal griego Δάφνη (Daphne), cuyo significado es "laurel" (Nombre común que recibe en la actualidad el arbusto Laurus nobilis, utilizado antiguamente como símbolo de la victoria. Aunque en la cultura popular alude a la muerte del que lo planta.)


Suelo amanecer así; tumbado de lado en esa gran cama ajena pero, al mismo tiempo, tan conocida. El sol acaricia vagamente las paredes blancas de la habitación y sus cabellos dorados hacen cosquillas en mi nariz. Su aroma danza entre las suaves sábanas, abstrayéndome de cualquier pensamiento. La silueta de su figura, a contraluz, es como una suave pincelada y su tibieza dota de calor a mi alma. Mis manos encajan en la delicada curva de su cintura, donde me recreo a la hora de prodigarle caricias. Su piel, aterciopelada y nívea, se desnuda cada noche por y para mí.

Cada amanecer me sorprendo a mí mismo mirándola detenidamente, descubriendo rincones de su cuerpo ya explorados por mis labios con anterioridad. Siempre me concedo unos minutos para admirar su delicada belleza antes de comenzar a vestirme. Me deleito viendo sus pequeños pechos subir y bajar con esa tranquilidad pasmosa propia de quien concilia el sueño. Sus pequeños y jugosos labios se curvan ligeramente transmitiendo serenidad.

Es perfecta. Y yo sólo puedo adorarla. Mi adoración por ella es semejante a aquella que puede llegar a sentirse por una deidad o por un ángel. Su perfección eclipsa a mi razón, a mi forma de ser o de sentir. Su tenacidad y fortaleza se esconden bajo la sombra de la fragilidad y la inocencia que su rostro emana. Es astuta, manipuladora y mordaz.

Es preciosa.

Y es mía, sólo mía. Mi luz en la oscuridad. Mi victoria en la derrota.

Cada noche, después de saciar la sed de sangre que mi maltrecha conciencia tiene, me dejo caer en aquella habitación para hacerla mía. Ella siempre me espera despierta, con una fina bata de seda encima de su lencería. No hace preguntas porque sabe que no obtendrá respuestas. Prepara para mí un pequeño vaso con dos hielos, lleno de whisky de fuego, mientras ella me quita con cuidado la ropa. Le gusta deleitarse deshaciendo el nudo de mi corbata y desabrocha los botones de mi camisa uno a uno, trazando un reguero de besos ardientes por mi torso. Mis ojos siempre siguen sus movimientos con desesperación, incitándola lascivamente a que continúe. Su lengua caliente y húmeda pasea por mi cuello probando el sabor ponzoñoso de mi cuerpo. Sus manos arden cuando entran en contacto con mi piel. Y es entonces cuando aparece esa adrenalina frenética que me enloquece. Esa misma adrenalina que siento cuando mi varita ejecuta y sesga una vida. Esa adrenalina se entremezcla con la lujuria y me hacen poseerla, adueñarme de su cuerpo y de su alma de forma salvaje, abrupta. Robarle gemidos mientras mis manos arrancan su ropa y estrujan con violencia sus muslos. Besarle con ferocidad hasta que sus labios sangren. Arrojarla en la cama, apresar sus muñecas por encima de su cabeza y hacerla mía, sólo mía. Una y otra vez.

Reconozco que todo esto empezó por venganza. Venganza porque ella es todo lo que yo jamás podré ser. Venganza porque ella siempre irradia esa pulcritud y candidez que yo jamás podré tener. Pero, poco a poco, esa venganza se ha ido transformando en deseo. Deseo de mantenerla siempre así; pura e inocente. Deseo de protegerla de mí, de gozarla, de amarla. De que nadie más la mire, que sea sólo mía, para mí. Y entre tanta pasión y deseo, descubrí que en realidad ella es ese resquicio de humanidad que me mantiene anclado en la fina línea entre la cordura y la locura.

A diferencia del resto de mortales, a ella no puedo matarla. Jamás he imaginado cómo serían sus gritos de dolor o la visión de su cadáver. Para mí eso no tiene cabida con ella. Sólo puedo imaginarla tal y como la veo cada mañana. Desnuda, natural. Viva.

Es una sensación extraña para mí desnudarme en cuerpo y alma delante de otra persona. Pero es que ella no es una persona cualquiera. Ella sería mi esperanza, si la tuviera. Por eso tengo que protegerla de mí y de mi maldad. Y lo haría hasta con mi propia vida, si hiciese falta.

Un suspiro. Su cuerpo se enreda entre las sábanas. Un susurro adormilado que arrastra las últimas sílabas.

—Theodore...

Y esto no debería haber pasado. No. Porque siempre me marcho al despertar, porque quedarme sería implicarla en los juegos macabros de mi conciencia. Y ella no merece todo eso. Ella no.

—Theodore, quédate. Quédate, por favor.

—No puedo.

Se cubre con la sábana en un intento vano de ocultar su cuerpo, pero la tibieza de la mañana y la excitación de siente por mi presencia hacen que sus pezones se marquen detrás de la prenda, rogando ser mordidos. Pequeños gajos de fruta prohibida y paradisíaca.

—Quédate. Cuéntame tus secretos.

—No te gustaría conocerlos.

—Por favor.

Alza su cabeza para poder mirarme. Y justo así, a una cabeza por encima de su altura, la observo mirarme, suplicando con esos ojos azules verdosos. Suplicando que narre, una a una, mis desventuras.

—Soy peligroso, Daphne. Muy peligroso. No soy lo que estás buscando, lo que de verdad mereces.

—Yo no soy ninguna santa, Theodore.

Sus labios me gritan en silencio que desean ser besados. Y son mis labios los que quieren besarlos desesperadamente, con cuidado y esmero. Y lo haría, de no ser porque las palabras sinceras se escapan de mi garganta y azotan a quemarropa su boca.

—Soy un asesino.

Sé que mi cara se descompuso en una mueca grotesca al pronunciar semejante revelación. Y sé que Daphne se asustó por ello. Pero permaneció allí, por y para mí. Su sangre se congeló en sus venas y su corazón se paró en una sola fracción de segundo. Lo sé, lo sentí. Sus ojos brillaron de temor y sus labios tiritaron.

—No Theodore. Tú no eres un asesino. Si lo fueses, ya me hubieras matado.

Miro tentativamente la piel expuesta de su cuello y de sus hombros. Intento imaginarla por un momento cubierta de arañazos, de heridas que derraman gotas del dulzón y rojizo néctar de la vida. Intento imaginar cómo sería el olor de su perfume mezclado con el férreo aroma de la sangre.

—Podría hacerlo — le reto suspicazmente, haciendo aparecer una sonrisa ladina.

—Hazlo.

La voz de mi conciencia grita alto. Grita insistentemente que deje de tener compasión con ella. Que la despedace en mil trozos, que arranque su corazón con mis propias manos. Que tome un baño con su sangre y cene esa misma noche con su piel como plato.

Mátala Theodore. Ella misma te lo está pidiendo. Deja de alargar más este sufrimiento. La has tomado como tuya durante bastante tiempo, y como diversión no ha estado mal. Pero ya ha llegado su hora. Deseas matarla más que a nadie. Mátala de una vez. ¡HAZLO THEODORE! ¡HAZLO!

Cierro mis ojos mientras tomo aire en mis pulmones. Debería hacerlo, pero no puedo. Ni quiero. Sólo quiero esconderme en ese pequeño recoveco en el cuello de ella. Sólo quiero esconder mi rostro ahí para que no me vea como un niño pequeño lleno de traumas y temores. Pero no puedo, porque sería mostrar una debilidad que no siento. Porque no siento nada. Estoy vacío, hueco. Pero incluso en esa inmensidad de nada que se instaura en mi pecho sé lo que quiero.

Y la quiero a ella.

Porque Daphne Greengrass es sólo mía. De nadie más.

Ni siquiera voy a consentir que mi despiadada conciencia me la arrebate.


¿Me dejáis un review bonito? Es fácil, sencillo y sólo te robará unos minutitos ;)