Disclaimer: Creo que se hace bastante visible el hecho de que no soy J.K Rowling. Sus personajes no me pertenecen, y eso me jode bastante. ¿Por qué? Porque hay muchísimos personajes de los que apenas se ha escrito. Personajes que nos robarían el corazón, nos harían reír, llorar, temblar... Y Theodore, nuestro jodidamente increíble Theodore, es uno de ellos. Por eso (y porque me he despertado hoy con la extraña sensación de que debía hacerlo, para bien o para mal) os escribo un poco sobre él.

Como siempre os digo, esta historia es por y para vosotros, queridos lectores. Sin vosotros/as nada de esto sería posible.


Mi nombre es Theodore.


Theodore. Sustantivo masculino singular. Del sustantivo personal griego Θεόδωρος (Theodōros), cuyo significado es "Regalo de Dios" (compuesto por las palabras Θεός, (theos) "Dios" y δώρον (dōron) "regalo")


Theodore. Ese es mi nombre.

Suelo escucharlo en la noche, pronunciado en labios temblorosos y ajenos que buscan consuelo. Voces que buscan desesperadamente compasión, que suplican y apelan a mi humanidad para salvar sus vidas. Una humanidad que no existe y que nunca existió.

Voces. Suelen ser voces desgarradas, arrancadas de gargantas desgastadas con anterioridad por gritos de dolor. El sonido del aire al rasgar unas cuerdas vocales rotas por el llanto. Voces impregnadas de pánico susurrando esa plegaria de ocho letras que nada significa y todo lo dice. Susurrando mí nombre.

Theodore.

Se hace viento al recitarlo. Se escapa como el humo de un cigarrillo entre unos labios apretados y cuarteados. Suave pero envenenado, mi nombre se oculta en la oscuridad balanceándose como una pluma en el aire. Se contonea invisiblemente hasta llegar a mis oídos en forma de melodía. Con el tono y timbre justos, denotando el miedo palpable de aquel que lo pronuncia. Eso hace crecer dentro de mí una sensación extraña y novedosa, una sensación parecida al orgullo que hincha mi pecho y me hace enloquecer. Me hace sentir titánico, heroico.

No todas las voces que suelo escuchar son voces moribundas. No, no todas son así. Hay una voz que se erige entre todas las demás. Esta voz no está embadurnada de quejidos lastimeros, no. Esta voz es diferente, especial. Es una voz dulce, parecida a la de una mujer, que se cuela sedosamente en mis pensamientos y me aconseja, me guía en mis acciones. Me gustaría creer que es la voz de aquella madre que perdí en mi niñez, pero realmente sé que es la voz de mi conciencia. Mi madre jamás habría sido tan oscura como lo era mi conciencia. Una conciencia fría, calculadora y mezquina que no se remueve ante una muerte perpetrada por mi propia mano.

Hablar de mi conciencia como algo oscuro o podrido me hace pensar en la clase de persona que soy. Realmente no puedo ser considerado ese regalo de Dios que mi familia creía estar recibiendo el día de mi nacimiento. Soy un asesino sin escrúpulos y lo sé. No me avergüenzo de ello. Simplemente soy yo. Mi alma no se rige por sentimientos ni remordimientos, sólo por instintos y placeres. Apuntar con mi varita a esas ratas cuyas vidas no valen nada me hace sentir vivo. Jamás comprenderíais todas las sensaciones que mi cuerpo y mi alma experimentan al sesgar eso, una vida. Quizá la falta de moral y de ética en mi niñez o adolescencia ha ayudado a que piense así, de esta manera.

Aún recuerdo la primera vez que maté. Recuerdo que me encontraba en el centro de un gran y oscuro salón, rodeado de túnicas negras y máscaras plateadas que ocultaban a magos y brujas. De repente, una voz nasal, propiedad de Lord Voldemort, me habló ásperamente y me ordenó asesinar. Le observé fijamente, analizando su aspecto raquítico y encorvado. Alcé una de mis cejas escépticamente y sonreí maliciosamente. Jamás obedecería órdenes de semejante mequetrefe. Sin embargo, la voz de mi conciencia escaló por entre mis entrañas y me susurró.

Hazlo. Hazlo, Theodore. Es la excusa que siempre hemos buscado. Hazle creer que quieres unirte a él y mata. Mátalos a todos. Apacigua esta sed de sangre. Hazlo, Theodore.

No lo dudé ni un instante y arremetí contra ese mocoso que iba a la escuela uno o dos cursos por debajo de mí, el cual había permanecido asustado frente a mí todo ese tiempo. Cayó fulminado en el suelo y todos los demás aplaudieron, quitándose las máscaras y sonriendo. Mi padre estaba allí. Me miró con orgullo y yo sólo le devolví la mirada con desprecio. Debió pensar que lo hice por él, por unirme a todos ellos. Realmente lo hice por mí. Necesitaba y, a día de hoy, necesito ser así.

Un asesino.

Necesito arrebatarles la vida, sentir esa subida de adrenalina circular por todas mis extremidades al quitarles ese algo que jamás podrá pertenecerme. Sentir que la cabeza me da vueltas mientras se me escapan las sonrisas por la emoción. Sus alientos son para mí como la sangre de un mortal para un vampiro. Alimentan el hambre del sadismo que vive en mi interior, calman mi ansiedad y demuestran que Dios es sólo un mito de la humanidad que espera sentado a que yo mismo acabe con toda su prole. Sus gritos ante mis Crucios son réquiems anunciando sus partidas del mundo terrenal. Sus lágrimas son los licores que extasían y embriagan mis carcajadas. Sus cuerpos contorsionados, bailando extrañas danzas tribales sin ritmo, me enloquecen. El olor que sus cuerpos desprenden, una mezcla entre sudor y pánico, enderezado por el solitario sonido de sus corazones bombeando a mil pulsaciones por segundo… ¡Qué placer!

Adoro la tortura. La sola idea de llevar al ser humano al límite de sus fuerzas me ensimisma. Me encanta convertirme en juez, jurado y verdugo de todas esa escoria que se hacen llamar a sí mismas personas. Me encanta ver como se envalentonan al principio, luchan, atacan y hieren. Pero me gusta muchísimo más ver cómo, poco a poco, van descubriendo que ni el tiempo ni el destino juegan a su favor e, irremediablemente, morirán. Desde niños a ancianos, desde el joven más popular y musculoso de Hogwarts hasta el enclenque que pasa desapercibido en todas las pandillas y reuniones. Todos terminan muriendo bajo mi yugo castigador.

Es curioso ese miedo irracional que la mayoría de la gente le tiene a la muerte. Naturalmente, yo no soy como la mayoría. Yo disfruto con la muerte. Siento una especie de nirvana recorriendo mi cuerpo a través de sacudidas cuando mis labios pronuncian Avada Kedavra. El olor de la sangre me hace sentir cómodo, seguro en cualquier lugar. El color de sus pieles, tornándose primero blanca y, más tarde, azulada. El calor que, poco a poco, va desapareciendo de la escoria convertida en cadáver es, simplemente, maravilloso. El brillo que va desapareciendo, segundo a segundo, de sus ojos. Ojos inertes y enrojecidos a los que se les escapa una última lágrima. Una lágrima de lástima y pena por mi propia existencia. Y silencio. Un silencio que lo cubre todo y entumece mis sentidos. El vaho que despide mi boca por el frío me demuestra que ahora yo, y sólo yo, estoy vivo.

Una muerte más en la noche. Una noche menos para mi muerte.

Mi nombre es Theodore. Y soy tu peor pesadilla.


P.D.: Sé lo que estáis pensando. Pensáis que soy una neurótica peligrosa a la que no os acercarías ni con un palo. O que se me ha pirado demasiado la cabeza. O que soy un desastre que os ha jodido la visión que teníais de Theodore. O… bueno, vale, no sé en qué narices estáis pensando. Pero tomar en cuenta que este no es Theodore enterame, solamente es la visión que tiene él de sí mismo... Así que… ¿Por qué no me hacéis saber lo mal que lo he hecho con un bonito review? A cambio os felicito la Navidad, el año nuevo que está por entrar, etc :)