Disclaimer: nada del potterverso me pertenece

Este fic participa en el reto "Solsticio de invierno" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.


Muérdago y nargles

Luna caminaba despreocupada por uno de los pasillos del colegio, si se podía llamar así a ir dando pequeños saltitos. Luna acostumbraba a desplazarse así por Hogwarts, de modo que muchos alumnos y profesores acostumbraban a apartarse a su paso para no correr el riesgo de ser arrollados. Pero claro está, alguien siempre tiene que ir desprevenido.

—¡Ay! —gritó un chico.

—¡Cuidado! —dijo Luna.

Había chocado con un chico de pelo largo y negro de su misma casa. Como consecuencia, los libros, pergaminos, tinta y demás cosas que ambos llevaban se desparramaron por el suelo.

—Lo siento —se disculpó él.

—No importa.

Para cuando se levantó lo vio mejor. Era Terry Boot, efectivamente un chico de su casa, un curso por encima de ella.

—Ah, hola, Luna.

—Hola, Terry —el chico se sacudió el polvo de la túnica —. Cuidado, asustarás a los torposoplos.

Terry Boot rodó los ojos. Evidentemente estaba al tanto de las ideas de Luna, pero prefirió no decir nada. Aunque sabía muy bien que Luna estaba loca, era de su misma Casa, lo cual infundía un poco de respeto, un mínimo de respeto. En el caso un infímo respeto, pero algo era algo.

—Bueno, Luna, creo que ya lo tengo todo. Ten más cuidado la próxima vez.

Luna simplemente sonrió a Terry y se marchó, nuevamente dando saltitos. Terry contempló cómo se marchaba, un poco confundido y continuó con su camino. Horas después se encontraba en el Gran Comedor, cenando con sus amigos Michael Corner y Anthony Goldstein, aunque no se enteraba de lo que le decían.

—Terry... ¡Terry!

El aludido salió de su ensimismamiento.

—¿Sí, Michael?

—¿Nos estás escuchando? Es evidente que no, porque no paras de mirar a Lovegood.

Terry enrojeció. En efecto había estado mirando todo el rato a Luna, desde que ella había aparecido y se había sentado en la mesa. Ahora mismo jugueteaba con una patata asada y parecía estar hablando sola.

—No es verdad —se defendió Terry.

—Mírale, se ha puesto rojo —le dijo Michael a Anthony.

—Parece que te gusta.

—¡No es verdad! —gritó Terry. Michael y Anthony se quedaron mudos, así como varios miembros de Ravenclaw se le quedaron mirando extrañados. Terry se levantó —. No me gusta, pero tampoco es tan rara.

Y se fue. Mientras caminaba de regreso a su Sala Común se dijo a sí mismo que se equivocaba. Luna no era rara, era muy rara. Siempre llevaba esos pendientes en forma de rábanos, su collar de corchos y que siempre hacía o decía algo por llamar la atención, desde aquellos gorros con formas de animales de las Casas cada vez que había un partido, hasta esos animales tan extraños que se inventaba.

Por fin llegó a su Sala Común, de modo que se quitó a Luna Lovegood de la cabeza, pero resultó que aquello era más difícil de lo que creía. Cuando Michael y Anthony llegaron, se hizo el dormido, sobretodo cuando Michael lo llamó. Después, se pasó horas sin dormir, porque su cabeza no dejaba de pensar en aquella chica tan extraña.

Al día siguiente, iba con Anthony y Michael a su clase de Encantamientos. Los dos amigos lo miraban con cautela.

—Terry, ¿estás bien? —preguntó Michael.

—Sentimos lo de ayer. Si te gusta Luna, supongo que tenemos que aceptarlo.

Terry los miró.

—Os he dicho que no me gusta —¿Era cierto? ¿De verdad no le gustaba — No sé qué os ha hecho pensar en eso, pero Luna no me gusta.

—Está bien —dijo Anthony.

—Lo dejamos ya —aseguró Michael.

—Gracias.

Continuaron hasta la clase. Horas después estaban comiendo en el Gran Comedor. Aunque trató de hacer todo lo posible por evitarlo, Terry se quedó mirando a Luna. Tras terminar de comer, Michael y Anthony lo arrastraron hasta un pasillo.

—Admítelo —pidió Michael con seriedad.

—¿El qué?

—Que te gusta Luna —dijo Anthony.

—Os he dicho que no me gusta.

—Venga ya... No has parado de mirarla. Y encima se te ha iluminado la cara cuando se ha reído sola.

—Os he dicho que no me gusta, ¿vale? Por favor, si lleva ese ridículo collar de corchos que le cuelga de ese cuello tan delicado, y esos pendientes en forma de rábano que realzan sus ojos y... —sus amigos lo miraron de forma pícara. Evidentemente, le habían pillado —. Oh, por Merlín.

—Te gusta Luna Lovegood —dijo Michael.

—Pero... pero... —balbuceaba Terry.

—Tampoco es tan malo —confesó Anthony Goldstein.

—¿Qué? —Michael no daba crédito

—Venga, debajo de toda esa fachada hay una chica guapa. No puedes negarlo, Michael, lo dijiste un día. Sólo es rara, pero ya está. Además, ya está... desarrollada.

Los tres chicos se rieron.

—¿De verdad no os importa? —preguntó Terry.

Anthony negó con la cabeza. Michael se mostró un poco reticente, pero finalmente lo negó también. Terry sonrió. Efectivamente, le gustaba Luna. No sabía por qué, quizás es que el golpe del otro día le nubló la mente , o había pensado mucho en ella. Pero sí, Luna le gustaba y ahora haría todo lo posible porque él le gustase a ella. Por ello, puesto que la Navidad estaba al caer, una mañana de domingo se encontraba en su Sala Común, cerca de la estatua de Rowena Ravenclaw. Luna, como era costumbre, bajó de su habitación, vestida para salir al Bosque a dar de comer a los thestrals.

—Terry —saludó ella.

—Hola, Luna. ¿Puedes venir un momento?

Luna se acercó hasta él.

—¿Qué ocurre? —Terry miró hacia arriba. Del brazo en alto de Rowena, el cual se encontraba encima de ellos, pendía una rama de muérdago. Luna se percató de ello —. Oh, ten cuidado, están plagados de nargles.

Terry bufó. Se apartó y se sentó en uno de los sillones.

—¿Siempre eres así?

—¿Así cómo?

—Así de rara. Siempre estás hablando de cosas extrañas de las que nadie tiene ni idea. Para todas las cosas hay alguna especie de animal exótico que no existe.

Luna lo miró extrañada.

—¿Perdona? Sí, soy rara. ¿Y qué? De todos modos, tú no eres nada del otro mundo, ¿vale? ¿Te has mirado las orejas? Son enormes. Y luego tienes esa forma de... pasearte por el mundo, tan egocéntrica. Y siempre vas con esos idiotas, Corner y Goldstein, os reís las gracias entre los tres y...

Terry la miró sorprendido. Por Merlín, ella también lo había estado como él la veía a ella. ¿Quería eso decir que le gustaba a Luna? Se levantó y caminó hasta ella. Y mientras seguía hablando, tomó su cara con sus dos manos y le plantó un beso en los labios. La berborrea de Luna quedó silenciada. En cuanto se separaron, Luna miró arriba, al muérdago.

—Oh... Vale, era eso.

Terry rio.

—Me gustas mucho, Luna.

Ella enrojeció.

—Tú a mí también, Terry, pero tenía miedo de decírtelo —los dos estuvieron en silencio —. ¿Quieres ir a dar de comer a los thestrals conmigo?

Terry la miró un poco confuso, pero finalmente asintió con la cabeza. Si iban a ser novios, tendría que acostumbrase a ello.