Esta es una adaptación con algunos de los personajes de Stephanie Meyer, la historia no es mi propiedad. Al finalizar les diré quién es la autora.
Reviews si les gusto el capitulo, muchas gracias a quien agrego la historia favorito. Agradezco los reviews a Romy92, Lyzz Cullen, Ray-Whitlock. Esta historia llego a su fin. La historia de Jennie Lucas y el libro se llama La Venganza del Griego.
Alice se removió disimuladamente en la silla, intentando soltar la cuerda con la que tenía atadas las muñecas sin llamar la atención de Peter. Tenía las manos sudorosas y calientes del esfuerzo de rasgar la cuerda con la montura mellada del anillo de su tatarabuela, pero el resto de su cuerpo estaba helado.
En el viaje en coche desde San Petersburgo había sentido brevemente la caricia del sol de primavera, pero la sala del palacio Rostov estaba tan fría como de costumbre. Al frío exterior se añadía el que le había provocado oír a los hombres de Peter destrozar los objetos de porcelana de la cocina. Se mordió el labio mientras observaba a Peter colocar una televisión en blanco y negro junto a la chimenea, ayudado por uno de sus hombres.
—No va a funcionar. Nos perderemos el partido —se quejó el guardaespaldas en ruso, al tiempo que giraba la antena.
—Claro que funcionará —replicó Peter en la misma lengua.
Tomó la antena en sus manos, pero al darse cuenta de que no había corriente eléctrica, la dejó caer con una mueca de frustración.
—Ve a ayudar con la cena —ordenó a su hombre.
—¿Por qué no cocina ella? —refunfuñó el otro, señalando a Alice con la barbilla—. Deberíamos sacar partido a esa mujer.
Peter miró hacia Alice con una expresión que la hizo estremecer.
—No te preocupes. Claro que será de utilidad, pero sólo para mí. Vete de aquí. Quiero quedarme a solas con mi futura esposa.
Al ver que Peter se acercaba, Alice se dejó las manos paralizadas para que no viera que uno de los cabos por fin empezaba a deshilacharse.
Había rezado cuando pasaron la frontera para que el agente de aduanas la descubriera, pero los contactos de Peter, junto con un oportuno soborno, habían dejado vía libre a su avión privado.
Al menos tenía la seguridad de que su bebé estaba a salvo junto a Jasper, a miles de kilómetros de distancia. Había comprado su libertad con la carta que Peter la había obligado a escribir. ¿Comprendería Jasper las pistas que había incluido?
«Puede que ni siquiera le importen», se dijo, angustiada. Jasper le había dejado bien claro que la quería lo más lejos posible de él, y era difícil imaginar una distancia mayor que la que los separaba en aquel momento.
Peter le quitó la mordaza.
—Grita lo que quieras —dijo, sarcástico—. Nadie te oirá.
En lugar de gritar, Alice se limitó a mirarlo con desdén al tiempo que se echaba hacia atrás para impedir que la tocara.
Peter rió y, cruzándose de brazos, miró a su alrededor.
—Mi palacio necesita una remodelación. No hay ni calefacción, ni electricidad y en la cocina, no hemos encontrado más que té y patatas.
—Espero que te mueras de hambre —dijo Alice con complacencia.
—Ese no es el trato que uno espera de su futura esposa. Los dos necesitamos estar en forma. Voy a mandar a uno de mis chicos a hacer una compra de comida. En cuanto a la calefacción, tendremos que proporcionárnosla el uno al otro… más tarde —miró a Alice con arrogancia y añadió—: ¿Quieres algo? Hace horas que ni comes ni bebes —acarició el brazo de Alice y ella lo miró con asco—. Deberías comer algo.
—¿Para que me drogues? No, gracias.
—Ay, loobemaya —dijo Peter con dulzura al tiempo que jugueteaba con un mechón del cabello de Alice—. No haría todo esto si no fuera porque te adoro.
—¿Llamas amor a esto?
—Hasta que la influencia de Hale se atenúe y seas consciente de que es a mí a quien amas, tengo que mantenerte a mi lado. Sólo así llegarás a darte cuenta de cuánto me deseas —en tono amenazador y al tiempo que le daba un masaje en los hombros que iba a causarle hematomas, añadió con fingida dulzura—: Muy pronto lo verás.
Alice sacudió los hombros para librarse de sus manos.
—Amo a Jasper y siempre lo amaré.
Peter tiró del respaldo de la silla, haciendo que el cuello de Alice se doblara hacia atrás. Desde la cocina, llegaron gritos sofocados, pero ella sólo podía ver la sádica cara de Peter, a unos milímetros de la suya.
—Olvídate de él. Olvida a su hijo. Yo te daré otros. Hoy mismo te fecundaré con el mío. Ahora me perteneces. Aprenderás a obedecerme. Dentro de poco anhelarás que te toque…
La besó rudamente, intentando transmitirle más miedo que pasión. Y lo consiguió. Por primera vez, a Alice le aterrorizó lo que pudiera hacerle.
Entonces, Peter se separó de ella y sonrió al ver el miedo reflejado en su rostro. Lentamente, le recorrió la parte interior del muslo.
—No tienes derecho a… —masculló ella, sacudiéndose.
—Este es mi país. Tengo a la mitad de la policía en el bolsillo. Aquí, eres mi esclava —Peter alargó la mano para tocarle los senos pero ella se lo impidió frenándolo con las muñecas atadas. Peter sonrió de oreja a oreja—. Eso es, pelea… Hale no está aquí para salvarte. Nunca volverás a verlo. Ni a él ni a tu precioso hijo. Estás en mis manos y…
—¡Suéltala!
Peter alzó la mirada con una exclamación. Alice vio a Jasper en la puerta de la cocina y estuvo a punto de llorar de alegría. Su rostro tenía una expresión que no había visto antes, tan fría y letal como la pistola con la que encañonaba a Sinistyn.
Peter lo miró despectivamente.
—Estás muerto, Hale. Mis hombres…
—Tus hombres no harán nada. Apenas han ofrecido resistencia. En cuanto han visto que estaban en minoría, se han entregado —apuntó con la pistola a la cabeza de Peter—. Se ve que inspiras muy poca lealtad. Sinistyn.
De un salto, Peter se colocó detrás de Alice, utilizando su cuerpo como escudo.
—Acércate y la mato —dijo. Rodeó el cuello de Alice con las manos y empezó a apretar hasta que ésta no pudo respirar y empezó a nublársele la vista.
Jasper dirigió el cañón de la pistola hacia el techo.
—Eres un verdadero cobarde.
—Es fácil insultar cuando se tiene un arma.
—¡Suéltala maldita sea! —Jasper tiró la pistola al suelo. Luego se incorporó con expresión de desdén—. Incluso ahora que estoy desarmado dudo que te atrevas a pelear conmigo. Soy más fuerte, más rápido, más listo que…
—¡Cállate! —gritó Peter, soltando el cuello de Alice.
Ella tomó una bocanada de aire que la hizo toser.
Peter fue hacia Jasper, agachándose para tomar la pistola. Jasper la lanzó de una patada hacia la chimenea al tiempo que lanzaba un gancho a la cintura del otro hombre. Horrorizada, Alice los vio pelear mientras intentaba soltar las cuerdas que la ataban a la silla. Peter dio un rodillazo a Jasper en la mandíbula, doblándole el cuello hacia atrás. Jasper le lanzó un gancho de abajo arriba con el que lo derrumbó.
Con la respiración agitada, Peter gateó hacia atrás hasta llegar a la chimenea. Tomó la pistola y, jadeando, se levantó ayudándose de la pared.
—Te voy a matar —Peter volvió la mirada hacia Alice y añadió con expresión de desvarío—: Y tú vas a ser testigo. Después de este momento, lo único que puede perturbarnos es su fantasma —y encañonó a Jasper con una sonrisa triunfal.
—¡No! —gritó Alice, forcejeando con las cuerdas con desesperación. Milagrosamente, logró soltarse y saltó de la silla para interponerse entre Jasper y Peter en el preciso momento en que éste apretaba el gatillo. Cerró los ojos esperando sentir la bala atravesarle el cuerpo.
En lugar de eso, sólo oyó un suave clic.
¡La pistola no estaba cargada!
Peter la sacudió con furia. Jasper coloco a Alice a su espalda para protegerla mientras se enfrentaba a Peter.
—Lo siento. Parece que se me olvidó cargarla con munición.
Con un grito de impotencia, Peter le tiró la pistola, pero Jasper la esquivó. Luego, miró a Sinistyn con una ceja enarcada y una expresión de arrogancia que Alice había odiado en el pasado, pero que había llegado a valorar al descubrir que era la que ponía cuando estaba decidido a proteger a aquéllos a quienes amaba.
—Pelea, Sinistyn —dijo Jasper con frialdad—. Pelea conmigo, sin armas.
Peter maldijo en ruso y sacudió la cabeza. Miró a Alice y masculló las sádicas torturas a las que la sometería si Jasper no estuviera allí para protegerla.
Alice sintió que las mejillas le ardían de espanto. Jasper no comprendía el ruso, pero al ver la reacción de Alice, avanzó hacia Sinistyn con paso firme. Este corrió en la dirección contraria, pero Jasper le dio alcance, lo sujetó por los hombros y le hizo dar media vuelta.
—¿Qué? ¿Te gusta asustar a las mujeres? —dio un par de puñetazos a Peter en la cara—. ¿Eres demasiado cobarde como para enfrentarte con alguien de tu misma talla? ¡Pelea, maldito seas! ¿O vas a dejar que te mate? —Jasper entornó los ojos con una expresión que evidenciaba que hablaba en serio—. Te aseguro que lo haría encantado.
Peter devolvió los golpes recurriendo al juego sucio. Intentó dar un puñetazo a Jasper en la entre pierna, pero éste detuvo el golpe. Víctor se tambaleó hacia atrás, hasta chocar con la chimenea. Alargando la mano, asió un atizador.
—Antes te mataré yo, cerdo griego —gritó, jadeante, blandiendo el atizador delante de la cara de Jasper.
Jasper lo paró con el brazo derecho. Alice oyó el ruido que hizo al fracturarle el brazo y vio que la mano le colgaba en un extraño ángulo. Peter acababa de romperle la muñeca.
Furiosa, avanzó hacia Peter para unirse a la pelea, pero Jasper la detuvo con una mirada glacial.
Con la mano izquierda, arrebató el atizador a Peter y empujó a éste al suelo. Usando la misma mano, le rodeó el cuello y lo sujetó con fuerza. Alice observó con horror que ejercía una creciente presión con la que estaba a punto de ahogarlo.
—¿Qué se siente al ser vulnerable? —gritó Jasper.
—Jasper, suéltalo —suplicó Alice, sollozando.
—¿Por qué? ¿Crees que él te habría dejado marchar? —dijo Jasper sin mirarla a la cara—. ¿Ha mostrado alguna vez clemencia hacia los más débiles? ¿Por qué debería dejarlo vivir después de lo que te ha hecho?
Alice posó una mano sobre los tensos hombros de Jasper.
—Hazlo por nosotros. Por favor, amor mío, suéltalo para que tú y yo podamos volver junto a nuestro hijo.
Súbitamente, Jasper soltó el cuello de Peter y se puso en pie. Alice sólo pudo ver su cara una fracción de segundo antes de que la tomara en brazos y la estrechara con fuerza, pero le pareció que tenía lágrimas en los ojos.
Apretándola contra su pecho, Jasper agachó la cabeza y la miró con ternura.
—Gracias, agapi mu —susurró al tiempo que le acariciaba la mejilla delicadamente—. Gracias por haberte interpuesto entre la bala y yo. Aunque el arma no estaba cargada, tú no lo sabías. Me… me has salvado la vida. De muchas maneras.
—Te nos has adelantado —dijo de pronto una voz de hombre con acento ruso —Alice se volvió hacia la puerta y vio a un hombre uniformado, acompañado de un grupo de policías—. Nos hemos perdido lo mejor.
—No podía esperaros, Yuri —Jasper indicó con la cabeza a Peter, que seguía en el suelo, semiinconsciente.
El hombre al que había llamado Yuri sonrió.
—Decías que necesitabas que te hiciera un favor, pero te aseguro que no me importaría hacer unos cuantos favores de esta naturaleza. Llevamos meses intentando atrapar a Sinistyn. Ahora, gracias a tu testimonio e influencia, lograremos que pase una buena temporada a la sombra —el policía miró la muñeca de Jasper con consternación—. Amigo, estás herido…
—No es nada.
—Creo que se ha roto la muñeca. Necesitamos un médico —se apresuró a decir Alice. Luego, miró con ansiedad el rostro del hombre al que amaba—. Por favor, Jasper, te necesito en perfecto estado.
—Está bien —masculló él—. Traed un medico.
Cuando los hombres se fueron, llevándose a Sinistyn, Jasper se dejó caer en una silla y tiró de Alice para que se sentara sobre su regazo.
—Alice, antes de que los médicos empiecen a darme medicinas, tengo que decirte algo. Debí decírtelo hace mucho tiempo, pero he sido demasiado estúpido como para darme cuenta y demasiado cabezota como para admitirlo… Ni siquiera a mí mismo. Te amo de verdad.
—Jasper, te amo…
—Deja que termine ahora que he empezado —Jasper tomó aire antes de continuar—: Has sido mi salvadora. Fui un idiota al impedirte que siguieras trabajando cuando sabía que te hacía dichosa. Así que, si quieres trabajar, me encantará que lo hagas. Como mi secretaria, mi vicepresidenta o en cualquier puesto que te apetezca.
Alice sonrió con malicia al tiempo que sentía que los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Creo que sería una fantástica directora ejecutiva.
—Fanfarrona —Jasper le devolvió la sonrisa—. Siempre has sido la única persona capaz de plantarme cara. Te necesito en mi vida para que me mantengas a raya.
Alice tomó su rostro entre las manos y sonrió con ternura.
—Donde tú estés, yo iré. Mientras sea juntos, me da lo mismo dónde estemos, cualquier lugar será mi hogar. Pero antes he de preguntarte algo que no le he preguntado nunca a nadie —Jasper le había llamado fanfarrona, pero necesitaría una doble dosis de valor para articular la pregunta que quería hacerle. Respiró hondo—. Jasper, ¿quieres casarte conmigo?
A modo de respuesta, el rostro de Jasper se iluminó y sus oscuros ojos brillaron de amor.
—Creía que nunca me lo preguntarías.
—Ya te dije que habríamos hecho mejor casándonos en una capilla de Las Vegas —musitó Alice cuando llegó al altar.
—¿Y perderme todo esto? Jamás —susurró Jasper, guiñándole el ojo.
Cuando el párroco comenzó la ceremonia que los uniría para siempre, Jasper supo que debía prestar atención a sus palabras, pero sólo era capaz de mirar a su novia. Bajo un caluroso sol griego, al borde de un acantilado que se precipitaba sobre el mar Egeo, estaban rodeados de flores y de un reducido grupo de íntimos amigos. Se trataba de una boda sencilla, tal y como sabía que Alice quería que fuera.
Y al mirarla en aquel instante, supo que ya nunca sería capaz de negarle nada. Sus ojos de color turquesa lo miraron risueños cuando alzó el velo. Llevaba un vestido blanco con corpiño de encaje que la hacía parecer una dama medieval, y en su dedo brillaba un diamante engarzado en una antigua montura de oro. Se lo había dado dos días antes y ya se había convertido en uno de los más preciados tesoros de Alice.
La felicidad con la que le había dado las gracias hizo olvidar a Jasper que llevaba el brazo escayolado. Al pensar en aquella noche y en todas las que la siguieron desde su regreso de Rusia sintió que le subía la temperatura. Estaba ansioso por dar a Alice su regalo de boda: el palacio Rostov, que había sido confiscado a Sinistyn por el estado ruso, junto con todos sus bienes. Puesto que iba a pasarse el resto de su vida en la cárcel, él ya no lo necesitaba.
Jasper miró a su alrededor, deslizando la mirada por su familia y amigos, por el mar y el intenso azul del cielo. Justicia. También había aprendido a creer en ella, al mismo tiempo que en el amor y en los finales felices, después de toda una vida convencido de que sólo existían en los cuentos de hadas.
No sólo estaban celebrando la boda en el pueblo originario de sus padres sino que, ante la insistencia de Alice, había invitado a la familia de su padre: Eudoxia Dounas y sus tres hijas. Para su sorpresa, todas ellas habían acudido junto con sus maridos e hijos, convirtiéndose en su nueva familia. Una familia con hermanos, sobrinas y sobrinos. Todavía los conocía poco, pero tenían toda una vida por delante para fortalecer los lazos que los unían.
Junto a ellos, se sentaba la madre de Alice quien, afortunadamente, se había comportado como una perfecta madrina e incluso le había dado un pellizco en la mejilla diciendo que ya era hora de que se casara con su hija.
Alice había pasado la noche hablando con su hermana y lo había echado del dormitorio con la excusa de que era mala suerte que los novios se vieran la noche antes de la boda.
En aquel momento, Bella sostenía a Misha en brazos y seguía la ceremonia con lágrimas en los ojos.
Era un día para el reencuentro familiar.
Tenía que admitirlo. Si había organizado aquella boda, no era sólo por Alice. Aunque ésa había sido la excusa, también él la había deseado, pero, como con tantas otras cosas, le costaba reconocerlo.
Familia.
Hogar.
Amor.
Alice pronunció con dulzura las palabras que la convertían en su esposa. Más tarde, Jasper no recordaría haberlas repetido él mismo. Sólo tuvo la certeza de haberlo hecho, porque, antes de lo que esperaba y con un fuerte acento griego, el cura los declaró marido y mujer. Luego, Jasper besó a la novia y, por encima del murmullo de las olas, oyó a los invitados aplaudir y a Alistair, vitorearlos.
Cuando estrechó a Alice en sus brazos, el corazón le latía con tanta fuerza que amenazaba con salírsele del pecho.
Alice se separó lo bastante como para mirarlo a la cara y, acariciándole la mejilla, susurró:
—¿No prefieres esto a una boda con Elvis de maestro de ceremonias?
Jasper reprimió una sonrisa y forzó un gesto solemne.
—Estoy a sus órdenes, señora Hale.
—¿A mis órdenes? —Alice fingió estar considerando las posibilidades que se le presentaban y luego se inclinó hacia delante para susurrarle al oído—: En ese caso, mi primera orden es que me lleves a la cama.
—¿Dejando que los invitados den comienzo a la recepción sin nosotros?
Alice sonrió con picardía.
—No creo que nos echen de menos.
—Puede que ni siquiera se den cuenta —dijo Jasper. Y, sonriendo de oreja a oreja, y ante el divertido asombro de los invitados, tomó a Alice en brazos y comenzó a caminar hacia la villa.
—¡Ay, Alice! —exclamó, dando un suspiro antes de besarla con todo su corazón—. Veo que mi vida a tu lado va a estar llena de penurias.
Fin