Los días pasaron, y todavía no encontraban el dragón dorado, ambos sentían algo por el otro desde que Alfred le besó, pero no habían vuelto a hablar de ello. Y un dia, por la tarde, mientras descansaban, Alfred sintió un poco de curiosidad.

-Oye Arthur. Aún no me has respondido por lo del… beso.-Estaba sentado a su lado, y se había puesto en frente suya, con una sonrisa.

-Idiota…-Susurró.-¿Es que tengo que decirlo? P-Pues… Sí, me gustó ¿qué pasa?-Alfred se acercó más todavía a él, y Arthur se puso muy rojo.-Pervertido.-Pero por mucho que lo insultara, Alfred seguía ahí, con una sonrisa.

-¿De verdad me quieres?-Susurró.

-Yo… er…-Iba a decir algo, pero en ese momento, se oyó un rugido. De un dragón.

-¡EL DRAGÓN!-Gritaron a la vez, mirándose, y luego miraron al horizonte, se levantaron en seguida, cogieron las varitas y fueron corriendo siguiendo los rugidos. La vegetación era espesa, y les costó abrirse paso, hasta que Arthur se hartó, apartó a Alfred, y alzó su varita.

-Bombarda máxima.-Dijo con frialdad, y la vegetación que estaba en frente suya, explotó, y pudieron salir por fin. Y observaron, paralizados, como…

Un hombre atacaba al dragón.

Un hombre encapuchado, con la varita en su mano, neutralizaba el dragón dorado, mientras este le lanzaba llamaradas, y rugía con fuerza y furia. Sus alas estaban destrozadas, se notaba que no podía volar, pero aún conversaba las garras.

Alfred no soportó ver como aquel hombre rastreo hacía daño de esa forma al dragón, y en seguida salió corriendo y le embistió. Alfred y el hombre cayeron en el suelo, y el hombre se enfadó.

-¿QUÉ HACES?-Le gritó el nombre.-Tragababosas.-Le dijo, y en ese momento, Alfred se puso la mano en la boca, se dio la vuelta completamente verde, y vomitó una babosa. Y otra. Y otra.

-¡Alfred…! ¡Estúpido!-Aquel hechizo hacía que el oponente vomitara babosas durante un buen rato, y Arthur se enfadó, y de verdad.-¡Lacarnum Inflamarae!-Salieron llamas de la varita de Arthur, mientras el gritaba furioso, estas llamas hicieron que la otra persona retrocediera a una prudente distancia.-¿¡Qué haces con el dragón?!

-¿Por qué debería decírtelo? ¿Es que… acaso es tuyo?

-¡Que me lo digas!-Gritó, fuera de sí, con una enorme furia.-¡YA!

-¿Y si, te llevas el dragón, y no morís tú y tu amigo escupe babosas "heroico"?

Arthur apretó los dientes, no podía luchar contra él, parecía más fuerte y mayor que él.

-Trato hecho.-Y bajó la varita, pero no paró de mirarlo fríamente.

El extraño señor se fue, y Arthur hacía lo posible por quitarle hechizo de las babosas de encima a Alfred que no paraba de vomitarlas, pero no podía hacer nada. Pasó el rato con él, intenado calmarle mientras vomitaba, hasta que por fin…

-E-Esta ya era la última.-Dijo entre jadeos.-P-Por fin…

-¿Estás mejor?-Le preguntó, por una vez amablemente en su vida a Alfred.

-S-Si… G-Gracias…-Y se levantó, vacilante.-V-Vayámonos de una vez…

El dragón descansaba tranquilo en el suelo, Arthur le había curado las alas, y el noble dragón se había quedado con ellos de recompensa por haberle curado. Arthur fue el primero en montarse, esta vez él era el piloto, y Alfred se sentó en el asiento de atrás, y rodeó su cadera con ambos brazos. Arthur se puso un poco rojo.

-Araserus Dragón.-Dijo Arthur. El dragón abrió los ojos como platos, abrió sus majestuosas alas doradas, que brillaban de un color y plateado por la luz de la luna, y se elevó del suelo con suma elegancia.

-¿No son impresionantes los dragones?-Comentó Alfred, apoyando su cabeza en su hombro. Arthur sonrió, y giró el dragón ligeramente hacia la derecha.

-Habrá que aprovechar, a lo mejor ni volvemos a Hogwarts.-Susurró.

Alfred se extrañó por las palabras de su compañero, y su rostro cambió a una mirada seria.

-¿De verdad, te importa, la magia, hasta el punto, de que yo cargue con toda la culpa, para que puedas continuar?

-¿Qué?¡No!¡La magia es un complemente de mi vida!-Y miró hacia abajo, algo triste.-Y también es algo importante…

-Dime la verdad Arthur ¿Dependes totalmente de tu matrícula?

-Bueno…-Miró indeciso al horizonte, donde se ya se podía ver la escuela como un pequeño puntito.-Mi familia, simplemente me odiaría, todos somos perfectos en mi familia, TODOS. O deberíamos…

-Yo no dependo de la magia, si quieres, digo que fui yo.

-No tienes porque, sería injusto.

-¿No querías honor?

-¡Eso no es honor!-Gritó Arthur, girando por un momento hacia Alfred, y volvió a mirar hacia frente.

-Ambos ganamos honor; Tú, sigues en Hogwarts, yo, me voy a mi casa, y cuido de mi madre. Ella tiene miedo de esto ¿sabes? Mataron a mi padre unos mortífagos, por ser simplemente mi padre.-Y cerró los ojos.-Mi madre lo vio todo, junto a mí, y mi hermana. Doy gracias que todavía me deja ir a esta escuela.-Apretó los ojos con fuerza, con rabia.

-Vaya, no lo sabía…-Susurró, apenado. Alfred abrió los ojos, y se dio cuenta que había metido la pata.

-No te lo tendría haber dicho.-Dijo, dando por acabada y zanjada la conversación.-Por cierto, antes no me dijiste lo de tus sentimientos.

-¿Eh?¡Ah, claro!-Y de repente, se puso rojo.-P-P-P-Pues…-No pensaba con claridad, como si una espesa nube haya conquistado su fría mente.-Verás, yo… N-N-Nunca me había pasado esto ¿s-sabes? Y-Y-Y no sé qué decir, s-simplemente.

-Oye, si por un casual me expulsan de aquí. ¿Por dónde vives?

-Londres.-Y volvió poco a poco recuperando la compostura.

-¡Hala, como yo!-Volvió a apoyar su cabeza en su hombro, cada vez la escuela estaba más cerca de ellos, y a lo mejor era el final para Alfred.-Si quieres, te doy mi número o algo, para mantener el contacto.-Susurró, cerrando los ojos y sonriendo.

-Ah, claro…

Ya quedaba menos, quedaban unos minutos para que por fin el dragón pueda aterrizar en el bosque, y poner punto final a la experiencia. Por una parte, ambos se alegraban se seguir vivos y volver "sanos" y salvos, mientras que por otra parte, querían dar la vuelta, y huir de aquel lugar sobre los lomos del dragón dorado.

Y entonces, Alfred puso su mano en su barbilla, le giró la cara, y le besó. Todos los músculos de Arthur se pusieron tensos, y se quedó totalmente quieto. Pero momentos después, sus músculos, cada uno de ellos, se relajaron, y respiró profundamente por la nariz, mientras Alfred le seguía besando.

Tras aquel largo beso, ya estaban prácticamente al lado de la escuela, y el dragón rugió victorioso, y soltando una gran llamarada que iluminó parte de la escuela con la luz roja intenso entre la negra oscuridad de la noche.

Los alumnos y alumnas de la escuela de magia se levantaron de sus camas, y fueron hacia las ventanas, y vieron tras ellas a Alfred y Arthur montando el maravilloso dragón dorado. Hacía días que estaban perdidos, y los daban ya hasta por muertos.

-¡Arotemus Dragón!-Ordenó con la firmeza de siempre Arthur, y a Alfred se le encogió el corazón, ahora el de siempre, por lo tanto, se acabó lo de hablar en público.

Aunque no le quedaba mucho tiempo en la escuela.

El dragón aterrizó sin problemas, y se tumbó, cansado en el suelo, y suspiró cansado. Y en ese momento, aparecieron dos chicas corriendo a la vez, una de Gryffindor, otra de Slytherin. La de Gryffindor tenía el pelo corto rubio, los ojos claros y azules. La otra chica era un poco más bajita que la otra, tenía dos coletas largas rubias, y sus ojos eran de un color esmeralda.

-¡Alfred!-Dijo la chica de Gryffindor, y se subió sobre el dragón para abrazarle.

-¡Arthur!-La otra chica esperó a que Arthur se bajara el dragón, y entonces le abrazó.

-¡Idiota! ¡Pensaba que estabas muerto!

-T-Tranquila Annie…-Dijo Alfred, dándole unas palmaditas en la espalda para calmarla.

En efecto, aquellas chicas eran sus hermanas.

-¿Dónde estabas? ¿Estás bien?-Preguntó con calma Alice.

-Tranquila, estoy bien.

-Bueno, bueno ¿qué tenemos aquí?

Todos se giraron, y ante ellos estaban las tres personas más importantes de la escuela: En el medio, el director, que no tenía cara de estar contento. A su derecha estaba el profesor de la asignatura de cuidado de las criaturas mágicas, él mismo había traído el dragón desde Hungría, y estaba muy contento por tenerlo de vuelta, aunque, estaba enfadado al ver que casi pierden su preciado dragón. Y a la izquierda del director estaba la profesora de Defensa de las artes Oscuras, una señora siniestra, fría, y que de vez en cuando, severa y malvada.

-¡Director!-Dijeron los dos a la vez.

-Veo que estáis vivos chicos.-Y observó con atención a la enorme criatura.-Y la dragona.

-Espera…-Dijo Alfred, entrecerrando los ojos.

-¿…Dragona?-Preguntó Arthur, también sorprendido por la noticia.

-Sí, ¿es que no os lo habían contado?

-Pues no…-Dijo Alfred.

-Bueno, ya hablaremos de eso luego. Ahora, a mi despacho.-Alfred y Arthur bajaron la cabeza, como si fueran animales dóciles, y dijeron al unísono.

-Sí.

Una vez tras dejar atrás a la dragona, a sus hermanas, y a los dos profesores, los dos alumnos, Arthur Kirkland y Alfred F. Jones, se metieron en el despacho del director.

-Bueno.-El director les daba espalda, estaba mirando atentamente a su enorme reloj.-Habéis perdido una dragona que valía millones de galeones, desaparecéis, la encontráis y volvéis en plan "Somos los héroes."-Y se giró, y miró atentamente a Alfred.-¿Me equivoco?

-¡Señor directo, todo fue culpa mía! ¡Yo era el piloto, y perdí el control, Arthur no hizo nada!

-A mi no me importa quien tuvo la culpa, los dos podías haberos matado, y la dragona haberse perdido.

-En realidad, la dragona podría haber muerto si no hubiéramos llegado a tiempo.-Intervino Arthur, levantando su mirada fría y calculadora de siempre.-Un hombre la estaba matando, o cazando, o secuestrando, quien sabe. Pero lo que se, es que si Alfred y yo no hubiéramos ido a buscarla, ahora estaríamos caminando hacia la escuela, y la dragona estaría muerta.

El despacho se quedó en silencio, el director observaba atentamente a Arthur, y sonrió.

-Increíble Kirkland, como siempre.-Arthur sonrió ligeramente, y miró a Alfred.

-Pero también gracias a él.

-Bueno.-Dijo el director.-Viendo lo visto, ambos os quedaréis. Y ahora, volved a vuestros cuartos.

Los dos se levantaron en seguida, a la vez, y salieron del despacho a paso ligero. Caminaron por los pasillos oscuros, y Alfred le cogió la mano a Arthur, y lo llevó a un lugar donde nadie pasaba, donde nadie les podría ni ver y oír.

-Arthur, lo has conseguido.-Susurró, con una sonrisa.

-"Hemos"-Corrigió.-Si no me hubieras sacado del Lago, estaría muerto.

-Dime una cosa… ¿Realmente, quieres algo conmigo?

-¿Eh? Bueno, sería difícil… Bueno, podemos hacer que no ha pasado nada entre nosotros, y luego no sé ¿vernos aquí algunas noches? Pero por favor, que nadie se entere…

-Tranquilo.-Y le abrazó.-Haremos lo mejor que podamos.

Volvieron a sus habitaciones, sin decirse nada.

A la mañana siguiente, muchas personas fueron a preguntar miles de preguntas a los dos supervivientes.

-¿¡Qué comisteis?!-Preguntaban sin cesar.

-¿¡Cómo encontrasteis a la dragona?!

Ambos no contestaron mucho, no estaban de humor, tenían sueño, y ayer casi les expulsan. Tras acabar de desayunar, tocaba clase de cuidado de las criaturas mágicas.

Si, había pasado una semana justa, y se había vuelto a repetir el horario.

Todos los alumnos estaban ya en el bosque, preparados, miraban de reojo a Alfred y a Arthur, cuando apareció el profesor, y cogió los brazos de Arthur y de Alfred.

-¡Chicos! ¡Tenéis que venir!-Les dijo apresuradamente el profesor. Se miraron vacilantes, y le siguieron, sin saber exactamente lo que pasaba. Los guió, hasta donde la dragona descansaba, dormida en un profundo sueño.-Ya no me hace caso, ya no soy su dueño.

-¿¡EH?!-Dijo Alfred, confuso.

-¿Y quién lo es…? No me digas que nosotros…

-Esta dragona, es especial, no es como los otros, que son asesinos, desleales, es valiente, inteligente, leal. Y ahora quiere agradeceros esto, así que… ¿Cómo queréis llamarla?

Alfred y Arthur se miraron, preguntándose quién de los dos debería ponerle el nombre.

-Hazlo tú anda, tú le curaste.-Dijo Alfred, mirando otra vez a la dragona, que descansaba.

-Sí, tiene razón.-Recordó que tenía que ser cuidadoso, tenía que comportarse con Alfred como si nada hubiera pasado entre los dos.-Pero tú también me ayudaste… Dime ¿Por qué letra debería empezar el nombre?

-Hump… ¿Por la 'E'? Ni idea.

-Pues podría ser… ¿Eiyú?

-¿Eiyú?-Se preguntaron todos.

-Es raro el nombre, pero de narices.-Respondió Alfred.

-¿Y cuál sino, eh?-Le dijo Arthur en un tono arisco.

-Pues a mí me gusta.-Dijo el profesor con una sonrisa.

-Yo no lo he negado.-Dijo Alfred con una media sonrisa.

-Muy bien, pues adelantaros, poned vuestras manos en su hocico…

Los dos se adelantaron, seguros de sí mismos, y colocaron la palma de sus manos en el hocico de la enorme bestia.

-Llamadle, vamos.-Les animó, con los brazos cruzados.

-¿E-Eiyú?-Dijo Alfred, un poco vacilante. Pero la dragona no se despertó.

-Deberíamos decirlo a la vez…-Susurró Arthur.

-Me parece buena idea.-Susurró.-Venga, a la 3…-Y miraron fijamente los ojos cerrados de la dragona.-1,2 y… ¡3!

-¡EIYÚ!-Gritaron a la vez, pero la dragona no pareció moverse.

-¡Otra vez!-Dijo en alto Alfred.-1,2 y…¡3!

-¡EIYÚ!-Gritaron todavía más alto, pero la dragona no hizo nada.-¡EIYÚ!-le volvieron a gritar, con más fuerza que antes, y los parpados de la dragona se empezaron a mover.-¡EIYÚ!-Volvieron a gritar más fuerte. Y por fin, la dragona abrió los ojos, y al ver a sus dueños, "sonrió", los dos chicos se apartaron, ya que la dragona había elevado su largo cuello hacia arriba, y rugió.

-¡Subid sobre ella, rápido! ¡Tenéis que hacerlo rápido!-Les apresuró el maestro, los dos se miraron, y Alfred salió corriendo hacia el asiento del piloto, se sentó y cogió las riendas con un brillo en los ojos.

-¡Eh! ¿Por qué tú de piloto?-Se quejó Arthur.

-¡Calla y sube!-Le cogió del brazo, y le subió sobre la dragona de un salto, Arthur rodeó su cadera con sus brazos, ligeramente rojo, Alfred dio la orden de despegar, y la dragona desplegó las alas, rugió, y despegó con facilidad.

Alfred controló con una gran facilidad y naturalidad la dragona, con una sonrisa.

-Vaya nombre que le hemos puesto… ¿No crees?

-Sí, un poco… original.-Dijo Arthur entrecerrando los ojos.

-Te recuerdo que no estamos en la escuela, puedes tratarme bien.-Y se rió.-Y puedo hacer esto.-Se giró un poco más, y le besó en la boca. A Arthur le pilló por sorpresa, así que se dejó llevar mientras se agarraba con más fuerza a su cadera.

-Te quiero, idiota.