ATADOS

para siempre

Mycroft sintió como su boca ardía, haciendo que fuera incapaz de producir ningún sonido, y aún menos una palabra. O tal vez era todo su cuerpo el que ardía y temblaba bajo el de su pareja, que lo tenía preso en la cama.

Gregory embistió otra vez contra él, con fuerza, con desespero, como si aquella noche fuera la última de su existencia. Como si ya no hubiera mañana. El mundo se iba a acabar y aquello era lo último que iban a hacer, juntos. Y tal vez así era. Porque Mycroft sentía que todo había terminado. El vacío que se había formado en su interior se lo decía.

Su marido lo abrazaba con fuerza, perdido en su propio placer.

Mycroft y Sherlock estaban sentados delante, solos. Eran los últimos que quedaban. Detrás de ellos unos cuatro bancos eran ocupados por sus respectivas parejas y por varios conocidos – y no tan conocidos -, que estaban allí para mostrarles apoyo y para darles el pésame.

A Mycroft siempre se le había dado bien dar la mano a gente a la cual en realidad no le apetecía dársela, o que no conocía. A gente buena y a gente mala por igual. Pero en esos momentos no se sentía con fuerzas de fingir, de aparentar que todo iba bien. Porque nada iba bien. No cuando su madre se estaba pudriendo en un ataúd.

Entonces Gregory, un Gregory sudado y con la respiración entrecortada, dio otra estocada, haciendo que la mente de Mycroft quedara totalmente en blanco por unos instantes. Aquellos microsegundos era el paraíso para el político. Un lugar donde nada existía pero a la vez todo estaba allí. Donde los problemas no tenían cabida y todas las personas que le importaban estaban a su lado.

Pero después de la subida siempre llega la caída, y ésta iba a ser una importante. Porque su madre ya no estaba y nada cambiaría eso. Mycroft sabía y entendía lo que Gregory estaba intentando hacer en esos momentos, como estaba intentando llenar ese hueco que se había formado en su interior. Pero también sabía, ambos sabían, que por mucho que éste lo intentara no lograría nada.

Su madre los había dejado para siempre. Ahora Sherlock era totalmente responsabilidad suya y se sentía aún más perdido cuando pensaba en ello. Porque Mycroft ahora estaba solo, realmente solo.

Odiaba a su madre. La odiaba con todas sus fuerzas. La odiaba por haber sucumbido ante el cáncer, por no haber luchado con más fuerzas, por haberse rendido. La odiaba por haberle dejado solo.

Pero sobretodo la odiaba por haber hecho que la quisiera. Por haber sido tan buena con él y con su hermano. Si hubiera sido una mala persona, una mala madre, ahora podría fingir. Pero no había sido así, y ahora se veía incapaz de tirar hacia delante sabiendo que su madre seguía descomponiéndose a escasos metros de él.

Sentía el odio crecer en su interior mientras veía como se llevaban el ataúd donde estaba su madre. Pero en realidad no estaba allí, no ella, pero sí él. Porque parte de sí mismo había desaparecido con ella.

Pero en realidad él no estaba solo.

Todo terminó tal y como había empezado, de forma desordenada, caótica e improvisada. Tres cosas que generalmente no le gustaban a Mycroft, pero no era la primera vez que algo que no era de su agrado, si iba acompañado de Gregory, terminaba siendo una de sus cosas favoritas.

Fue entonces cuando lo sintió, como Gregory le rodeaba con los brazos y le besaba la nuca suavemente, y como el calor parecía volver a su cuerpo. Y lo supo. Supo que si realmente se iba a acabar el mundo, él no estaría solo. Que no lo estaría nunca más. Que en realidad nunca lo había estado. Porque su marido volvía a demostrarle, como horas antes había hecho, como años atrás había hecho, que estaba allí con él. Y que siempre lo estaría.

Sentía sus pies clavados en el suelo. De pronto su cuerpo pesaba dos toneladas y sus piernas eran incapaces de moverse, ni tan siquiera un milímetro del sitio. Si lo hacían, terminarían cediendo, y en consecuencia él caería.

Ya no quedaba nadie en aquel triste lugar. Las flores pronto se marchitarían, así como lo había estado haciendo su madre durante meses. Todo permanecía en silencio. Todo era vacío y frío.

Pero de pronto notó su mano tibia, y como poco a poco aquel tenue calor subía por su brazo hasta alcanzar su pecho. Miró con esperanza aquella mano, viendo como estaba envuelta por otra mano. Aquella era la respuesta a todas sus preguntas y deseos no formulados.

Mycroft se giró entonces para poder ver a Gregory a los ojos. Éste le miraba preocupado pero con una seguridad que pocas veces le había visto. Le estaba diciendo que le quería, que estaba con él, que para lo que quisiera lo tendría, que aguantaría cualquier cosa, que todo pasaría…

- Todo estará bien… - le susurró el de pelo gris.

- ¿En serio? – alcanzó a preguntar.

- Sí.

Y pese a que sabía que la respuesta era "no" no dijo nada más. Ninguno de los dos lo hizo. Porque en realidad al final ellos estarían bien. Nada sería igual, pero estarían bien.

Cualquier cambio importante en sus vidas tendría un efecto parecido, pero lo que nunca cambiaría es que siempre se tendrían el uno al otro. Como horas antes. Como años atrás. Para siempre.


Reto: Doing something hot

FIN.

Odio Windows y sus putas actualizaciones y cierres de ordenador sin avisar. He tenido que escribir dos veces este capítulo. La primera me estaba encantando, ésta… He hecho lo que he podido. Me he puesto a llorar. Os lo juro.

En fin, lo siento.

Gracias a todos los que habéis seguido esta historia conmigo, gracias a los que habéis comentado, leído, puesto el fic en favoritos o en seguimiento… Hasta a los que habéis leído el primer capítulo y habéis tirando para atrás.

He disfrutado mucho con todo esto. Ahora me toca terminar otro fic. Y luego publicar nuevos. Porque se ve que mi mente sólo sabe darme ideas para fics Mystrade. Pero I regret nothing.

PD: Después de esto ambos siguen igual. A veces discutiendo, a veces sintiéndose perdidos, pero teniéndose uno al otro y haciendo lo que sea por su pareja :D

Riku Lupin