Disclamer: Los personajes son propiedad de la gran Akira Amano-sama


"Lo siento Hibari-san, Haru no puede estar con usted, por que Haru aún ama a Tsuna-san"

¿Cuánto había pasado desde que Hibari escuchó esa frase que quebró todo su interior? No solo su corazón se hizo trizas como si fuera un plato al caer contra el suelo, sino que las venas y arterias que lo rodeaban también se vieron afectadas, porque de pronto había un vacío en su pecho que le hacía creer que no había nada ahí.

Como era antes de conocerla, él iba rondando Namimori como el carnívoro que era, haciendo pagar a todos los que perturbaran la paz, hasta que conoció a Haru y por ella, y solo por ella, había descubierto que esa cosa que latía en su pecho se llamaba corazón y latía de manera especial cuando amabas a alguien.

Y aunque hubiera querido, él no pudo obligarla a estar con él, la dejó irse a pesar de que Hibari sabía que desde ese día Haru iba a sufrir en silencio, cada vez que viera a su amiga Kyoko y a Tsuna, al igual que él sufriría cada vez que la viera, por esa ironía estúpida de la vida.

Pero el dolor no fue eterno, o al menos Hibari pensó que ahora que el décimo Vongola estaba muerto, esta trágica historia alfin tomaría otro rumbo.

Sin embargo, la inocente Haru nunca dejó de repetir que Tsuna volvería algún día, esa estúpida fe que tienen los herbívoros, capaces de creer en cosas tan irreales como la magia o la fantasía,, planteándose ideas esperanzadoras cuando la verdad era evidente y desconsoladora.

A pesar de eso, todos se veían en cierto modo esperanzados con la firme postura de Haru y rezaban por que el presentimiento de la castaña fuera cierto.

El carnívoro en cuestión, tal vez en cierto modo también cayó víctima de las esperanzas absurdas, pero se convenció a él mismo de que los motivos de su partida eran diferentes. Él quería saber más de los anillos, ocupar su mente, despejarse y buscar una solución por su cuenta, al ver que todos de pronto habían caído en la ilusión de que el Décimo Vongola iba a volver.

Hasta que un día, milagrosamente las esperanzas de Haru se materializaron, como si fuera un sueño hecho realidad.

Lo peor de todo no fue que la absurda predicción se hiciera cierta, lo malo es que esas ilusiones se salieron de control –ilusiones, siempre había odiado esa palabra porque le recordaba a la estúpida piña-, pero lo que importaba ahora era que de pronto no solo el Tsuna del pasado vino al presente, sino que por algún extraño motivo, todos los guardianes se estaban cambiando.

—Yo no me cambié, por que no soy tan estúpido—fue la única explicación que encontró.

Manifestó su hipótesis cuando regresó a Namimori para salvarle la vida al rey de los herbívoros y a su amigo cabeza de pulpo, los dos guardianes Vongola más molestos de todos.

Lo que no se esperó fue que al llegar a la base estuviera esperando Miura Haru, pero no la Haru que lo rechazó hace mucho tiempo atrás, sino que la Haru de hace aún más años atrás, esa que apenas tomaba en cuenta la existencia de Hibari, ya que nunca se habían cruzado palabra.

Su mirada se mantuvo seria cuando se topó con esos ojos achocolatados llenos de esa inocencia y ternura que para él ya eran bien conocidas.

Había pasado tanto tiempo desde la última vez que vio el rostro de la mujer que amaba, él no esperaba que a su regreso ella lo estuviera esperando como sale en todas las novelas de amor. No, ella tenía todas sus esperanzas puestas en Tsuna Sawada, no en él. Pero tampoco esperaba encontrar a una herbívora 10 años más joven.

No quería esperanzarse por el hecho de que esta Haru no era la misma que lo había rechazado, pero eso no significaba que ambas dejaban de ser la misma persona.

Nuevamente miró esos ojos infantiles y vivaces, combinados con esa radiante sonrisa que ella nunca olvidaba mostrar. Su cabello recogido en un pequeño moño, y sus movimientos torpes y pocos femeninos, tan distinta e igual a la Haru adulta.

Permaneció dentro de su pequeño templo de la base, libre de toda esa multitud de herbívoros confundidos, pensaba en esos ojos cafés y en el suave cabello que iba a juego.

Recordó ese triste día en que Haru lo rechazó. Días antes ella se había cortado su cabello, luciendo un corte muy distinto al que llevaba ahora, o hace 10 años atrás.

También recordó esos días en los cuales él era el presidente disciplinario de Namimori y ella una estudiante de la prestigiosa academia Midori, una chica problemática que siempre iba a la siga de Tsuna. Aunque él nunca había tomado en cuenta a esa joven castaña que día a día rondaba por su querida Namichuu.

Se podría decir que fue Hibird quien se la presentó, fue ese pequeño amigo emplumado el que conoció a Haru en uno de sus paseos, y antes de que su dueño se diera cuenta, el pajarillo ya se estaba paseando todos los días junto a Haru, cantando el himno de Namimori.

Ese día Hibari conoció ese meloso sentimiento que los herbívoros llaman: amor a primera vista. Y odiaba sentirse como herbívoro, asique se mantuvo al margen en su papel de carnívoro.

Pero esa niña seguía apareciendo y apareciendo en su camino. Y hoy, había vuelto a aparecer, como una pulga que salta de un lado a otro, sin poder quedarse quieta, la misma niña de hace 10 años.

También se le vino a la mente el día en que Tsuna definitivamente la dejó planteándole la firme decisión de que él prefería a Kyoko, suerte la de él que podía elegir y tomar la decisión correcta, ya que si el Décimo Vongola hubiera escogido a Haru, bien poco le habría importado a qué familia pertenecía el estúpido herbívoro, Hibari lo habría mordido hasta la muerte por robársela.

Y a pesar de eso, también sentía ganas de morderlo hasta la muerte por haberla hecho sufrir.

O bueno, eso creyó él, ya que al día siguiente la estúpida herbívora continuaba con las mismas estúpidas esperanzas de que algún día podría estar junto a Tsuna, ni siquiera estaba enojada con Kyoko, esa supuesta amiga que no dudó en quitarle a la persona que ella amaba. Haru siguió actuando como si nada hubiera pasado.

Estúpida. Estúpida herbívora.

¡Incluso había comprado revistas con vestidos y peinados de novia para ayudar a Kyoko el día de su boda!

Odiaba tener que ver de nuevo ese rostro infantil de hace 10 años, el rostro del cual se había enamorado. No ese estúpido rostro 10 años mayor que lo había rechazado.

Tal vez si ella hubiera mantenido el mismo corte hasta los hombros y ese rostro más maduro, sería más fácil mantenerse lejos.

—Hibari-san aquí le traje su almuerzo ~desu—dijo inocentemente Haru, sin saber las intenciones del ex prefecto.

Kyoya sonrió maliciosamente al ver que la joven había tomado en cuenta su petición, no sabía si era muy bajo usar una excusa tan cierta como verdadera.

—Realmente no deseo comer junto a todos—se disculpó cuando la estúpida herbívora le preguntó por qué no se sentaba con todos a comer.

—En ese caso, Haru le llevará su comida, no es bueno que pase hambre.

¿Qué pudo haber dicho en un momento como ese? ¿Que no tenía hambre? ¿En serio iba rechazar una oportunidad como esta?

—Haz lo que quieras—fue su respuesta.

Regresó a su habitación decorada como si esta fuera un templo y esperó a que Haru hubiera entendido el mensaje. Por fortuna, no era tan estúpida como él creía.

Hibari hizo señas para que dejara su comida en la pequeña mesa que había frente a él, Haru obedeció y se agachó para acomodar la bandeja, pero antes de que pudiera levantarse, Hibari cogió su muñeca, deteniéndola.

Haru se volteó sorprendida, esos ojos castaños miraron con sorpresa a Hibari.

Esta Haru, la misma Haru que apenas sabía de él. La Haru que aún ni siquiera lo conocía.

¿Podría su yo del futuro cambiar el futuro ahora?

—¡Hahi!—hipó la joven castaña.

—Dije que no quería comer con todos, pero tampoco deseo comer solo—explicó.

Haru obedeció y se sentó a su lado.

Esta era la última oportunidad de Hibari.