Disclaimer: No soy JKR, ni pretendo serlo, así que todo lo que está aquí, salvo cuatro cositas contadas, pertenecen a esta gran escritora.


Todo comenzó en Halloween...

El olor a calabaza y a melaza invadía cada rincón del castillo. Aquel dulzón aroma salía de las cocinas y, como si tuviera vida propia, caminaba por los pasillos y recorría las escaleras, alcanzando lo más alto de cada una de las torres. Los alumnos se habían despertado con la decoración de Halloween ya colocada: calabazas en todas las esquinas, bandadas de murciélagos que iban y venían por el Gran Comedor y las Salas Comunes, chirriantes y escalofriantes sonidos en los pasillos,... Después de la comida, los profesores desistieron de conseguir algo de atención por parte de sus alumnos, emocionados con la cena de aquella noche, y se limitaron a repetir lecciones anteriores a modo de repaso.

James Potter se balanceaba distraído sobre las patas traseras de su silla mientras contemplaba la masa emborronada en la que se había convertido el aula después de que se quitase las gafas. Escuchaba la voz de McGonagall como si viniese de un lugar muy lejano, como si fuera un tenue murmullo procedente de otra habitación. La voz de Sirius le devolvió de nuevo a la realidad de la anodina aula. Cerró los ojos mientras trataba de focalizar su atención en la áspera voz de su amigo, aunque la pesadez que había tomado sus miembros le había amodorrado el cerebro. Le miró de soslayo, divisando la figura del muchacho cuyos bordes no se perfilaban con gran nitidez.

–Después de la cena con Slughorn deberíamos buscar un lugar donde estar... –El profesor de pociones, como solía ocurrir, había decidido organizar una de sus cenas con la élite de la escuela el mismo día en que el colegio tenía prevista una celebración. Era su manera de dejar claro su visión sobre la educación. –Filch esperará que merodeemos durante toda la noche y, colega, mi expediente es ya lo suficiente abultado como para joderla aún más...

Sirius se rascó la nuca, desperezándose y poniendo en tensión los músculos del brazo. James pudo notar como más de una mirada se fijaba en él. Si era sincero, no entendía cómo un gesto tan normal y habitual como aquel podía estar cargado de tanta elegancia y, al parecer, sensualidad. "Pero Lily no le mira", se dijo con una sonrisa en los labios mientras observaba a la joven pelirroja de unas filas más adelante.

–Os recuerdo –dijo una voz tras James. Había notado el suave movimiento del muchacho sentado tras ellos– que Peter no ha sido invitado a la cena y que lo más seguro es que Filch le siga para encontrarnos.

–Remus tiene razón –concedió James. Apoyó de nuevo todas las patas de su silla y se puso las gafas. De pronto, todo tomó un nuevo aspecto, más real, más vívido.

–Que se joda... –Sirius a veces tenía la sensibilidad de un sapo. Por suerte, su amigo Peter se había visto obligado a sentarse en primera fila, lejos de esas mentes manipuladoras y perversas que eran sus compañeros de dormitorio, o al menos así les había denominado la profesora McGonagall cuando reubicó al rechoncho Gryffindor.

–Podríamos dejarle a él el map...

–Ni de coña, Remus –la voz del chico sonó tajante. James casi podía adivinar lo que iba a venir a continuación: una chica. –Necesito el mapa para poder escabullirme con Amy.

–Suponiendo que ella quiera ir contigo... –No pudo reprimir un tono burlón en la voz. –La última vez creo que trató de maldecirte.

–Un pequeño bache sin importancia.

Se quedaron un instante en silencio. Sirius se apartó el pelo de cara y se dedicó a fingir interés en la clase, aunque James estaba seguro de que su cerebro seguía uniendo los cabos de su plan para conseguir llevarse a su territorio a Amy Hill. Remus volvió a sus pergaminos y él, por su parte, volvió a su mundo lleno de ilusiones al quitarse las gafas. El olor del pastel de calabaza que elaboraban los elfos del castillo inundó su nariz y ocupó buena parte de su cerebro. Lo cierto era que él también había depositado ciertas esperanzas en aquella noche, aunque quizá no tan altas como las de su mejor amigo.

James no era como Sirius, ni remotamente. Tal como él lo veía, Sirius terminaba por hacerle el bueno de la historia. En los estudios, ambos tenían una media elevada, sólo que Sirius ni siquiera necesitaba esforzarse. En los deportes, James era capitán del equipo de quidditch y Sirius... Bueno, Sirius solía dedicarse a estar con alguna chica bajo las gradas mientras todo el colegio se centraba en lo que ocurría en el aire. Con los amigos, a Sirius le daba igual hacer comentarios envenenados, como acababa de hacer con Peter, y poco o nada le importaba que el aludido estuviese delante o no. James era todo lo contrario: jamás saldría una mala palabra de sus labios sobre alguno de sus amigos. Y en cuanto a todo lo demás... James consideraba que Sirius era demasiado pasional en su día a día, tanto con las bromas, los slyherin, las chicas,... Con todo.

Cuando por fin la clase terminó, James, Sirius y Remus recogieron sus cosas y se prepararon para la última hora de sufrimiento en los invernaderos. Estaban cediendo el paso antes de salir, cuando una cara pecosa se detuvo ante ellos. Sin poder evitarlo, James se ruborizó levemente y se revolvió el pelo en un gesto nervioso. La chica que tenía en frente sonrió de manera tímida y se pasó un mechón pelirrojo por detrás de una de sus pequeñas orejas. A James le encantaban aquellas orejitas.

–¿Vas a ir a la cena de Slughorn? –Tenía la mirada fija en el suelo y a James le apenó no ver sus grandes ojos verdes en aquel momento. Abrió y cerró la boca varias veces, aún sorprendido. "Pareces estúpido, ¡habla!", se increpó a sí mismo.

–S-Sí... Los tres... –Hizo un gesto con la cabeza, señalando a Sirius y Remus, que contemplaban la escena expectantes.

–Me da... Me da un poco de vergüenza pedirte esto, pero –su voz era aterciopelada y tan dulce que sería capaz de tapar el sabor de cualquiera de los postres que habría aquella noche– ¿te importaría que os acompañase hasta allí, James?

–¡Por supuesto que no le importa! –oyó decir a Sirius tras él.

–No, no... Claro que no me importa... –¿Porqué se lo decía a él? Había utilizado el singular, se había dirigido a él expresamente. James sentía que estaba empezando a levitar.

Un rato después supuso que habría terminado la conversación como un idiota, mirándola fijamente, con la boca entreabierta e incapaz de unir dos palabras en una frase, pero según le explicó Remus fue aún peor: ni siquiera habló y sólo tenía una sonrisa estúpida en los labios cuando Lily se despidió. Durante seis años había intentado atraer la atención de la muchacha y sólo había conseguido su desdén y respuestas malhumoradas.

–No entiendo nada... –confesó a sus amigos mientras se enfrentaban al frío viento otoñal que azotaba los invernaderos.

–Es simple, ya no eres un estúpido arrogante que la acosa por los pasillos. Creo que Dumbledore acertó al entregarte el premio anual.

James se encogió de hombros, sin entender muy bien a qué se refería Remus. Estaba demasiado emocionado. Entendía perfectamente que aquello no era una cita, que sólo era hacer un favor a una compañera de casa, pero aún así... Había algo dentro de él que subía y bajaba a una velocidad frenética, inundando de calor sus mejillas, sus manos, sus pies,... Ni siquiera se percató de la presencia de una nueva persona en el grupo cuando Marlene les alcanzó en la puerta del invernadero número 3.

–¿Y a este qué le pasa?

Las siete de la tarde llegaron sin que James tuviese tiempo a percibir el paso del tiempo. La clase de herbología había sido un auténtico desastre y había terminado pronto para Remus y Marlene que, debido a un despiste de James con unos bubotubérculos, terminaron en la enfermería el resto de la hora. Sirius había desaparecido hacía ya media hora y Remus le abandonó en cuanto llegaron a la sala común, alegando que había prometido a Marlene que la recogería en su torre para que no tuviera que ir sola. Así que, si antes estaba nervioso, ahora sentía como sus rodillas entrechocaban en un incontenible temblor.

Observó a Lily bajar las escaleras mientras charlaba con una de sus compañeras de habitación, Mary. James pensó que no podía haber nada más perfecto que la pelirroja en aquel momento. Sonrió al muchacho antes de despedirse de su amiga y acercarse a él.

–Estás impresionante, Lily... –las palabras vinieron a su boca sin pensar y, nada más pronunciarlas, se vio obligado a bajar la cabeza, avergonzado. –M-Me temo que el resto de los mosqueteros zombies nos han abandonado...

–No importa –contestó con soltura. A James le sorprendió aquella animosidad en la muchacha, pero se limitó a encogerse de hombros y cederla el paso.

La temática de la cena de Slughorn se centraba en la época del rey Luis XIII de Francia, pero ambientada en Halloween, así que a medida que se acercaban a las mazmorras, los trajes de mosqueteros, cortesanas y demás personajes de la época llenos de sangre, cortes y laceraciones se sucedían de manera más y más continua. Sin embargo, James sólo tenía ojos para Lily, para su cabello rojo y sus ojos verdes. Tras girar a la derecha, justo después de rebasar la puerta del aula de pociones, una música cortesana llegó a sus oídos. Se detuvieron junto a la puerta, uno frente a otro.

–Gracias por acompañarme, James.

–No tienes porqué dármelas –musitó el muchacho. La apartó un mechón de pelo que caía sobre su mejilla mientras le sonreía. Su corazón se había acelerado y estaba seguro de que Lily podía oír cada una de las palpitaciones. Dio un paso al frente y, sorprendentemente, ella no retrocedió. Desde su posición percibía el olor a fresa de su champú, podía contar cada una de las pecas que poblaban su pequeña nariz y rozar su piel con solo levantar el brazo unos centímetros.

–¡Hey, James! –El muchacho cerró los ojos con rabia al tiempo que Lily aprovechaba para escabullirse y entrar en la fiesta.

–Sirius... –musitó mientras retrocedía un par de pasos. –Oh... Hola, Amy –James tuvo que admitir que estaba impresionado. Cómo lo había conseguido Sirius era todo un misterio, pero se limitó a sonreír a la chica y cederla el paso. –¿Cómo...? Sabes, no importa...

–¿Era Evans quien estaba contigo? –James se mordió la lengua y se tragó todo lo que deseaba decirle a su mejor amigo en aquel momento. Se limitó a asentir con la cabeza mientras abría la puerta y ambos entraban en el lugar.

Slughorn se había superado en aquella ocasión. La decoración se debatía entre la opulencia del siglo XVIII francés y lo sombrío del abandono y la oscuridad. Había murciélagos, calabazas, telas de arañas y una extraña niebla que cubría el suelo y se arremolinaba entre las faldas de las muchachas. En el centro del lugar se extendía una enorme mesa de roble decorada con enormes candelabros plateados y rodeada de sillas tapizadas con motivos florales. Descubrió a Lily en la otra punta de la sala, charlando animadamente con el profesor y con Amy Hill y desterró la idea de volver a la situación en la que se encontraban unos minutos atrás.

–¿Cómo ha ido, James? –preguntó Remus, que se había unido al grupo junto con Marlene.

–Pregunta al imbécil este –no ocultó su resquemor y golpeó con suavidad a Sirius en el pecho, quien alzó las manos en señal de rendición. –Parece que el único que ha tenido éxito esta noche es él.

–¿En serio?

–Siempre ese todo de sorpresa...

–¿Vas a hacerte el misterioso a estas alturas? ¿Cómo lo has conseguido? –Era evidente que todo el grupo estaba expectante, pues le rodearon buscando una respuesta. Era vox populi que Amy Hill era una chica fría y poco proclive a las relaciones esporádicas, por lo que Sirius había llegado donde muchos otros habían intentado sin éxito.

–No os hacéis ni la menor idea de lo que ha sido... –susurró, con una sonrisa triunfal. –¡Qué cuerpo! ¡Qué manera de moverse! ¡Merlín... y sus tetas...!

–¿En serio? –musitó Marlene con un suspiro. –¿Es esto necesario? –Puso los ojos en blanco y, dando media vuelta, se alejó de ellos en dirección a la mesa. Los muchachos se miraron entre ellos.

–¿Qué he dicho? –Sirius se encogió de hombros y miro a su alrededor. Remus le dio unas palmaditas en el hombro y se alejó sonriendo al oír como el profesor le llamaba.

Sirius volvió a encogerse de hombros y continuó con el relato de su escarceo con Amy hasta que llegó un punto en el que James, ante la emoción de su amigo, tuvo que pedirle que parase y se ahorrara todos aquellos detalles o terminaría por sonrojarse. Pronto les convocaron a la cena y, tras tomar posiciones, disfrutaron de una agradable velada acompañada de una dulzona bebida hecha a base de ponche y calabaza. Sin embargo, al llegar el postre, todo se comenzó a torcer.

Slughorn dio dos palmadas y la mesa se vació. Repitió el mismo gesto y tartas, helados y una fuente de chocolate aparecieron. El profesor les animó a levantarse, a conversar entre ellos. James podía ver en sus ojos que deseaba empezar la limpieza de alumnos, quedarse sólo con aquellos que realmente le reportarían algún tipo de beneficio en el futuro. Estaba seguro de que tanto Sirius como Remus no estarían invitados a la próxima cena, y le preocupaba que ocurriese lo mismo con Lily, aunque la pelirroja parecía ser el ojito derecho del profesor.

Buscó a la chica con la mirada, pero algo se interpuso en su búsqueda. Reconoció la melena castaña de Marlene al otro lado de la gran mesa de roble. Estaba hablando con un muchacho que reconoció de inmediato: Evan Rosier. Con disimulo, golpeó suavemente con el codo a los dos muchachos que estaban a su lado y señaló a la chica con la cabeza. No podían verla la cara, pero sí la del Slytherin, que le hablaba pegado a su oído. Cuando se dio cuenta de que su conversación ya no era privada, les dedicó una extraña sonrisa, besó a la joven en la mejilla y se separó. En lugar de girarse, Marlene se alejó hasta perderse de la vista de los muchachos.

–Cada día está más rara... –musitó Sirius. –En fin, os diré que esta noche me veo en la obligación de abandonaros en los planes merodeadores... –James giró la cabeza violentamente y, a juzgar por la cara de Remus, ambos muchachos se hallaban igual de sorprendidos. –Bueno, no me miréis así... Sólo mirad a Amy y sus...

Hizo un gesto con las manos bastante elocuente, que obligó a que los otros dos chicos volviesen la mirada hacia el generoso escote de la muchacha. Remus se volvió de nuevo hacia el chico, con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

–¿En serio nos vas a cambiar por echar un polvo, Sirius?

–Bueno, ya no tenemos catorce años, Lunático... Quiero decir, está bien lo de salir a merodear y esas cosas en luna llena, pero...

–Dame el mapa –James no recordaba la última vez que vio a Remus tan serio. –Dame el mapa –repitió, extendiendo una mano. –Hemos dejado a Peter en la estacada por ti y ahora te largas con Hill... Genial, que te aproveche, pero no cuentes con que te apoyemos.

–¿James? –La voz de Sirius sonó suplicante, pero el chico se limitó a alzar las manos, pidiendo así quedar al margen de todo aquello. –Estupendo, muy bien... Disfrutad de vuestra noche.

Estampó el pergamino en el pecho de Remus, quien lo cazó al vuelo mientras caía, y se alejó de ellos, malhumorado. James contempló al licántropo con gesto serio, un poco perdido entre la sorpresa por la dureza de su actuación y la indignación por la decisión de Sirius. Se despeinó distraído y se rascó con suavidad el cuello. ¿Y ahora qué? Podían ir los dos solos, pero sabía que era una fiesta condenada al fracaso. Quería a Remus, pero si de merodear se trataba, era mejor recurrir a cualquier otra persona que siguiese al pie de la letra la normativa del colegio. Su amigo pareció entender su mirada y abanicó entre ellos el mapa del merodeador.

–No voy a disculparme, si es lo que esperas –afirmó, contundente. –Ten, ve a buscar a Lily y pasad buena noche.

–Gracias –sonrió como un niño a quien acabasen de regalarle una caja llena de caramelos. –¿Qué vas a hacer tú?

–Creo que voy a buscar a Marlene, preguntarla por Rosier y volver a la torre. Se me han quitado las ganas de celebraciones.

Hizo un leve gesto con la cabeza y se perdió entre la gente. James volteó sobre sus talones y buscó la melena pelirroja de Lily entre los presentes. No tardó en localizarla cerca de una de las ventanas, sonriente, hablando con el profesor Slughorn. Durante un momento dudó en qué hacer, pero pronto sus pies avanzaron sin pedir permiso a su cerebro. Cuando estaba a una escasa distancia, el hombrecillo le saludó con su vocecilla.

–¡Ah, Potter! Me alegra ver que está disfrutando de la velada.

–Así es, profesor. Nadie como usted sabría organizar un evento como este.

–Pequeño adulador. ¡Eres igual que tu padre! –Lo dijo con un leve tono de regañina que pronto quedó tapado por una carcajada. James aprovechó para volver la mirada hacia la chica que le dedico una sonrisa. –Bien, bien... Creo que iré a hablar con el señor Rosier. Me gustaría que diera un mensaje a su tío. ¿No le conocen? Es el dueño de "Pócimas de hoy", una revista de gran prestigio...

El hombre continuó hablando mientras se alejaba, dejando a los dos muchachos solos. James no sabía qué hacer o qué decir en aquel momento, pero, por suerte para él, Lily nunca tenía problema en llevar la iniciativa. Comenzaron alabando el gran trabajo que habían hecho los elfos con aquella deliciosa cena y, cuando quisieron darse cuenta, eran los únicos alumnos que quedaban en aquella enorme sala. Debatieron sobre pociones, comentaron noticias recientes de El Profeta y James terminó por contarle todo lo sucedido aquella noche con sus amigos.

–No creo que tengas de qué preocuparte, James –comentó la pelirroja, encogiéndose de hombros mientras salían a los fríos y húmedos pasillos de las mazmorras. –Black sólo tiene las hormonas revolucionadas, ya se le pasará.

–Black lleva con las hormonas revolucionadas desde que le conozco y, sinceramente, dudo que algún día se le calmen. –Lily dejó escapar una sonora carcajada que resonó en el pasillo. Aquellos debían ser los dientes más blancos y perfectos que existían en el mundo. –No, estoy hablando en serio. En tercer curso se declaró a una chica de séptimo de nuestra casa, en cuarto tuvo su primera "novia" –marcó esta palabra gesticulando las comillas –y en lo que llevamos de curso ya nos ha cambiado tres veces por chicas.

–Es algo pasajero, estoy segura.

–Ya, bueno, yo no lo estaría tanto... –se detuvo para dejarla pasar tras un tapiz. Lily le miró con el ceño fruncido. –Confía un poco en mí. No estoy intentando llevarte a un lugar oscuro, es un atajo... Sí, un atajo oscuro, pero atajo a fin de cuentas.

Lily le sonrió divertida y entró sin protestar. Cuando James entró, sacó la varita y susurró "lumos". Era un pasillo estrecho con escaleras de caracol de piedra. Subieron con paso lento y llegaron jadeantes al final. Durante la subida, utilizando la ventajosa posición de ir detrás, el muchacho consiguió sacar el mapa y descubrir su secreto. Filch se paseaba por la tercera planta, muy por debajo de donde ellos se encontraban. James empujó con suavidad una piedra y una gran losa les dio paso a un iluminado pasillo.

–¿Dónde estamos? –Lily parecía maravillada, mirando todo a su alrededor, intentando ubicarse. –¿El quinto piso?

–Sí. Pero no alces la voz, podría aparecer Filch en cualquier momento.

Tomó la mano de la chica y tiró de ella con suavidad para que le siguiera. Recorrieron el pasillo en silencio, aunque James podía oír con claridad el suave jadeo de la respiración de la chica, ansiosa por la aventura a la que se enfrentaba. Habían llegado a un cruce donde podían tomar caminos distintos para alcanzar cada una de las torres cuando el sonido de unos pasos amortiguados llegó hasta ellos. El muchacho sintió la presión de la mano de la chica y, al girarse, descubrió como, pese a no perder su gesto serio habitual, estaba ligeramente pálida. La apremió para que retrocediera y, cuando dieron con una puerta, entraron. Era un aula polvorienta, llena de mesas y sillas en desuso. James se llevó una mano a los labios, pidiéndola silencio, mientras apoyaba la espalda sobre la pared. Abrió levemente la puerta (no se atrevía a sacar el mapa frente a ella) para poder ver quien se aproximaba.

–Casi arruinas todo, imbécil –le llegó la voz amortiguada de un muchacho. –Si nos llega a descubrir podía haber ido con el cuento a sus amiguitos.

–¡Pero no ha pasado nada! –le contestó una segunda voz, también de un chico. –Os dije que conseguiría que nos ayudase.

–Sigo sin estar muy seguro de tus medios –comentó una voz, cada vez más cercana. –¿Qué pretendes hacer? ¿Amenazarla?

–Torturarla si hace falta. La he dejado bien claro a qué se expone si no colabora con nosotros –respondió con un tono ofendido la segunda voz. –No dará problemas, os lo aseguro.

–Espero que tengas razón –contestó el tercer muchacho, claramente amenazador.

Lily tenía la mirada clavada en James, con una expresión extraña en los ojos. El chico no pudo sostenérsela mucho rato, por lo que disimuló volviéndose de nuevo hacia el pasillo.

–Crees que hablaban de...

–Déjalo –contestó a la chica de manera cortante. No quería hablar de ello, no en aquel momento y no con ella. –Vamos, está despejado.

Hicieron el resto del camino en absoluto silencio hasta que alcanzaron el retrato de la Dama Gorda que, por suerte, continuaba en su posición y les dejó paso tras escuchar la contraseña. En la chimenea de la sala común apenas quedaban rescoldos, pero el chico se sentía ahogado. Se dejó caer sobre uno de los sillones, ignorando por completo que Lily se sentó junto a él.

–No tenían por qué estar hablando de Marlene.

–Oíste tan bien como yo la voz de Rosier y de Quejicus.

–Ese tipo de gente siempre están tramando algo, no puedes estar seguro de ello. Espera al menos hasta mañana y habla con ella.

–Quizá tengas razón –le concedió sólo porque no tenía ganas de discutir. Sería una conversación espectacular: "Perdona, Marls, pero ¿te están amenazando o coaccionado de alguna manera para que colabores con mortífagos?" –Siento que la noche haya acabado así. Ha sido culpa mía, si en lugar de quedarnos en la sala hubiéramos subido con el resto...

–No importa –le cortó ella, sonriente. –Ha sido divertido sentir la adrenalina y el miedo a ser pillados corriendo por las venas.

–Sí, doña Prefecta ha olvidado cumplir unas cuantas normas esta noche.

–Ha valido la pena –susurró, acercándose al muchacho y besándole suavemente en la mejilla. –Buenas noches, James.

–Buenas noches, Lily –musitó mientras observaba como la pelirroja se perdía escaleras arriba.


N/A: Espero que os haya gustado o, al menos, que no os haya disgustado demasiado. Cualquier crítica, halago, regañina o alabanza, será bien recibida :)