Lovino traga saliva una vez más, nervioso ante lo que sabe que va a suceder. Antonio lo observa con ternura, esbozando una de sus mejores sonrisas, y le promete que todo saldrá bien, que no tiene por qué tener miedo. Pero Lovino no puede evitar sentir los nervios a flor de piel.

Dicen que la primera vez siempre duele.

—Ten cuidado —Lovino quiere sonar firme y mandón, pero su voz se convierte en un susurro patético.

—Iré despacito —asegura Antonio mientras acaricia la piel bronceada de Lovino.

Se miran durante unos segundos, vacilantes, y Lovino ya va sintiendo un calor abrasador en su piel. Su respiración se agita, cierra los ojos. Antonio procede con delicadeza, y aun así Lovino gruñe y murmura entre dientes.

Y de repente, Lovino siente que le están arrancando toda la piel. Grita, patalea, se caga en la puta madre de Antonio y así se lo hace saber.

Antonio ríe.

—¡Despacito, dice el muy animal! —Lovino protesta tras propinarle la tercera patadita— ¡Joder, esto es peor que parir!

—Míralo por el lado bueno, hombre —agarra los tobillos de Lovino, que se menea como si fuera un pez fuera del agua—, ¡ahora tienes la pierna toda suave!

—¡Que le den por culo a la depilación y a la metrosexualidad! —hace tales aspavientos que Antonio se pregunta si sería económicamente viable convertir a Lovino en una central eólica— Ni se te ocurra ponerme la cera esa en la otra pierna, avisado quedas.

—Pero no puedes ir por ahí solo con una pierna depilada —apunta Antonio con la única pizca de sentido común que le queda.

Que Antonio diga algo lógico no logrará que Lovino ceje en su nuevo propósito. Eso sí, si él va a ir por ahí haciendo el garrulo con la selva negra en una pierna y un desierto en la otra, Antonio también.

Quién sabe, a lo mejor marcan tendencia.