CASTILLO DE NAIPES

Baraja Inglesa

La Nación de los Naipes era una pacifica tierra abundante de recursos, prados verdes se extendían por sus territorios poblados de personas afables que pasaban sus días tranquilos entre los campos de cultivo y las granjas. Los niños jugueteaban junto con el ganado y los perros pastores, las mujeres aguardaban pacientes en casa a sus maridos que trabajaban arduamente para llevar el alimento a la mesa y hacer de la nación una muy prospera como sus antecesores habían hecho durante generaciones.

Todos trabajan en armonía sabiendo que estaban bajo el velo protector de los cuatro reyes y sus cortes. Las guerras eran leyendas que se habían convertido en parte de la historia de la Nación de los Naipes, esos relatos que solo hablaban acerca de cómo el país se había dividido en diferentes reinos y tras una serie de batallas la paz llegó y con ella cuatro gobernantes que la resguardarían.

En tiempos actuales llenos de tranquilidad, los descendientes de esos cuatro reyes cumplían con el deber que su linaje les demandaba aunque con el paso de los siglos, los símbolos que identificaban a cada realeza habían estado perdiéndose en la memoria de los libros y documentos que se empolvaban en alguna bodega cerrada con llave… siendo ahora meros escudos de armas sin algún significado que no sea el de dar renombre a quien los porta.

Aquella mañana estaba programada una audiencia con los cuatro gobernantes en el palacio que estaba en la capital de la Nación de los Naipes. Una edificación de muros azules rebosante de relieves, con paredes curiosamente inclinadas unas contra otras recordando un castillo hecho con las cartas de una baraja. Los pasillos de azulejos blancos y negros hacían sentir que caminabas sobre un tablero de ajedrez y el papel tapiz a los costados estaba estampado con motivos de una baraja inglesa, mostrando así los símbolos de las cuatro familias reales.

-¡Del Reino de los Corazones, sus majestades el Rey Ludwig y la Reina Kiku!- anunció uno de los voceros con toda la potencia de su voz dando un par de golpes con su cetro contra el piso al momento en que las puertas de una enorme habitación se abrían de par en par dejando pasar a los mencionados.

El rey Ludwig entraba con su porte imponente, la espalda recta como un alfiler, la frente y la barbilla en alto, sus ojos celestes regalando miradas penetrantes y sus pasos se escuchaban retumbar, llevando su característico atuendo rojo sangre y su capa ondeante del mismo color además de la pequeña corona que descansaba en su cabeza. Mientras que a su lado, la reina Kiku estaba tranquilo, su gesto serio y algo inexpresivo, sus pasos más cortos un poco apresurados para seguirle el ritmo al rey, luciendo una especie de kimono negro con corazones rojos bordados en él; y por último, detrás de ellos cuidando sus espaldas estaba la Sota de Corazones, consejero de ambos y confidente de uno. Feliciano iba también en ropas rojas, con un asta que cargaba la bandera de su reino, iba con su cabeza castaña inclinada hacia abajo a una prudente distancia como si fuese la sombra de sus amos.

-¡Del Reino del Trébol sus majestades el Rey Iván y la Reina Elizabetha!- anunció por segunda vez el vocero, otro par de golpes se hicieron escuchar a la vez que otra pareja entraba.

El rey Iván entraba mostrándose sonriente pero no por ello menos amenazante, cubierto por su enorme y pesado abrigo verde de lana con estampados de tréboles y la bufanda que le cubría hasta la barbilla; ofrecía su brazo a la reina Elizabetha que lo rodeaba con elegancia… la bella pero fuerte reina que brillaba en su vestido verde esmeralda también con estampados de tréboles pero que sus ojos se desviaban a una dirección por encima de su hombro e intentando ser discreta le dedicaba miradas prohibidas a la Sota de Tréboles, Roderich era su nombre, el muchacho que les seguía los pasos también con la cabeza gacha en signo de sumisión, usando el color verde intenso en sus ropas para denotar a quien servía.

-Elizabetha ¿Podrías ser un poco más discreta por favor?- le pidió en voz baja Iván sin dejar de sonreír.

-No estoy haciendo nada malo querido- respondió la dama también con un gesto dulce en su rostro.

-Pues si sigues mirando a Roderich te va a doler el cuello o tus ojos se van a salir, al menos finge que somos una pareja por hoy- seguía diciéndole el de ojos violáceos.

-No lo hagas sonar como si yo fuera una adultera, tú tampoco eres un esposo ejemplar- contesto la castaña ahora viendo a Iván y ambos se sonrieron como si fueran jóvenes enamorados.

-¡Del Reino de los Diamantes sus majestades el Rey Francis y la futura Reina Lily!- el vocero presentó, el rey Francis entró con pasos largos haciendo su largo cabello rubio hacia atrás, presumiendo sin descaro alguno sus exageradas ropas de tonos naranja y amarillo, el saco largo de fino terciopelo con bordados de oro y la mascada de exquisita seda que llevaba al cuello; con un gesto galante ofreció su mano a la muchachita de ojos verdes a su lado que parecía tan nerviosa que iba a colapsar en cualquier momento, pero aun así, temblorosa tomó la mano del otro que depositó un beso en los nudillos de la chica a quien se le pintaron las mejillas de un intenso rojo e hizo que la Sota de Diamantes soltara un sonoro gruñido pues era bien sabido que Vash, la Sota, era el hermano mayor de la futura reina que por cierto apenas si podía caminar con su ostentoso vestido amarillo e intentaba cuidar que su corona de flores de oro no se le fuera a resbalar de la cabeza, muy a diferencia del rey Francis a quien ni siquiera se le movía la corona, pareciese que la tuviera pegada a su cráneo.

-¡Del Reino de las Espadas, el Rey Alfred!- y por ultimo un muchacho de brillantes ojos azules, anteojos y cabello rubio abrió de un solo empujón las puertas, luciendo un atuendo que dejaba mucho a desear puesto que era parte de la realeza y aun así tan solo llevaba una sencilla gabardina azul marino casi purpura con botones en forma de las picas de la baraja inglesa, debajo tan solo un desaliñado traje también azul obscuro, del bolsillo del saco se dejaba ver una cadenilla que parecía ser de algún reloj de bolsillo y para concluir, una corbata color purpura y camisa blanca.

-¡Hola a todos!- gritó soltando una risa estridente y caminando por el pasillo con las manos en las bolsas de la gabardina.

-Su majestad, le he dicho miles de veces que esa no es manera de saludar aru- le reprendió nervioso Yao, la Sota de Espadas que caminaba a un par de pasos detrás del engreído rey, con su traje también azul y purpura de mangas anchas que alcanzan a cubrirle por completo las manos además de un pequeño sombrero con una pica bordada en él.

-Tranquilo Yao, ya sabes que yo odio tantas formalidades- dijo el joven rey Alfred restándole importancia a las preocupaciones de Yao y riendo de nuevo

-Qué lindo es ser joven, te puedes olvidar de las cortesías- comentó entonces el rey Francis mirando con notable desagrado al otro rubio.

-Eso no es verdad, es solo que a su majestad Alfred le cuesta trabajo recordar los protocolos. Discúlpenlo aru- le defendió Yao haciendo una pronunciada reverencia ante los reyes.

-Levántate, no tienes porque disculparte en mi nombre- le ordenó molesto Alfred sentándose en una de las sillas que estaban frente a la gran mesa donde el resto de los miembros de la realeza estaban sentados siendo escoltados por sus respectivas Sotas que permanecían parados a sus costados derechos.

-Rey Alfred, le pedimos de la manera más atenta que se comporte, después de todo, esta reunión es por usted- le pidió el rey Ludwig quien era el que siempre terminaba poniendo orden.

-Oigan yo nunca convoqué a esta reunión, fueron ustedes, yo les dije mas de mil veces que no quiero tener una reina y aparte una que ni siquiera es mujer y no conozco- se quejó el ojiazul haciendo un mohín con la boca y cruzándose de brazos.

-Usted sabe que el género no importa mientras nazcan con la marca de la realeza y Arthur nació con ella así que es la obligación de ambos casarse- sermoneó Ludwig haciendo rodar los ojos a Alfred que dio un sonoro y maleducado resoplido.

Cabe mencionar que como bien decía el rey Ludwig, a diferencia del sistema común de heredar el trono en la monarquía que conocemos en donde se entrega el poder de padres a hijos, en este reino era diferente: Siempre había un rey y una reina, sin embargo cuando se trataba de la reina no importaba si esta era mujer u hombre siempre y cuando tuvieran la marca de la realeza en su cuerpo. Los que eran herederos al trono como reyes siempre eran varones que al instante de nacer la marca de alguno de los reinos aparecía en su piel, mientras que cuando se trataba de las reinas esta aparecía años después a la edad que fuera y más pequeña, siendo así que no se necesitaban tener hijos pues al morir un rey algún niño inmediatamente después nacería con esta característica única, lo mismo sucedía con las reinas aunque no compartiesen lazos de sangre; podría decirse que era cuestión del destino.

-Obligaciones obligaciones obligaciones ¿Es que no saben hablar de otra cosa que no sea eso?- se quejó el más joven de los reyes.

-No te quejes, no es tan malo tener una reina que sea hombre, el rey Ludwig no parece molesto con la reina Kiku… aunque pase tanto tiempo con la Sota- comentó Iván mirando aun sonriente a Feliciano que parecía nervioso de pronto.

-N… no diga esas cosas su majestad, yo soy un simple sirviente ve~- dijo el castaño inclinando de nuevo su cabeza sintiendo sus rodillas temblar.

-Oh Iván, no creo que seas el más indicado para insinuar esas cosas cuando tú mismo eres el protagonista de varios rumores- dijo entonces Francis con su sonrisa socarrona notando la incomodidad de los representantes del reino del Trébol.

-Su majestad Francis, si quiere decir algo por hágalo de manera directa, le aseguro que nosotros no tenemos ninguna verdad que esconder ¿O acaso lo dice por experiencia propia? Después de todo también hay rumores que hablan de usted; ya sabe, todos esos que dicen que frecuenta lugares de vicio y placer- contraatacó la reina Elizabetha con una mueca triunfal al ver a Francis fruncir el seño y a Vash perforándolo con la mirada esperando su respuesta.

-Las habladurías siempre nos acechan mi lady pero le aseguro que yo soy incapaz de faltarle al respeto a mi futura reina a la cual ya le soy fiel y se lo seguiré siendo hasta que ella cumpla la mayoría de edad y eventualmente la inminente muerte nos separe- recitó el rubio llevándose una mano al pecho elevando la voz agregándole dramatismo a su confesión logrando que la pequeña Lily se pusiera aun mas colorada por el galante discurso.

-En ese caso su señoría, procure no invitar a terceras personas a su cama; incluso después de la muerte, la fidelidad se convierte en sinónimo de lealtad- le recomendó Kiku con su voz monótona al notar la pisca de cinismo que se había colado entre las palabras de Francis.

-Le aseguro que así será- contestó el ojiazul siguiéndole el juego al moreno.

-¿Y así quieren que me case? Al parecer ninguno de ustedes es feliz con su matrimonio y aun con ello quieren forzarme a que yo contraiga nupcias- les interrumpió entonces Alfred recorriendo con sus ojos azul tornasol a todos que se removieron ligeramente incómodos en sus asientos por el comentario anterior, como si hubiera puesto el dedo en la yaga.

-La felicidad es algo muy subjetivo además eso no tiene lugar dentro de lo que estamos tratando- le contestó Ludwig aclarándose la garganta –Y su matrimonio no es una decisión que usted pueda tomar, es un deber que tiene que cumplir- le recordó con firmeza enfatizando el hecho de que Alfred no tenía voz ni voto en aquella cuestión, a lo cual Alfred pareció molesto y desafió al ojiazul con la mirada.

-Pues los deberes y las tradiciones deberían cambiar, yo no necesito una reina ni nadie con quien compartir mi trono porque tengo la fuerza necesaria para ser un pilar de esta nación y también su héroe- exclamó de manera digna poniéndose en pie e hinchando su pecho tras decir todo aquello.

-¿Y tú crees que nada más se necesita fuerza bruta para sostener un reino? Mi querido Alfred, tus palabras solo dejan ver que aun eres un chiquillo- le regañó Francis.

-¡No soy un niño!- le gritó enfadado el otro rubio a punto de abalanzarse sobre él pero fue detenido por Yao.

-Sus majestades tranquilícense por favor- Vash intervino tratando de imponer orden, cosa que logró por unos segundos.

-No lo tome como contradicción su majestad Alfred, pero mi señor tiene razón pues una nación no se dirige solo con fuerza, necesita una base económica estable también- explicó el ojiverde intentando reprimirse para no agarrar a golpes a ese niñato ignorante.

-Y tú otra vez hablando de dinero, siempre avaricioso buscando ahogarte en oro- esta vez fue Roderich quien habló al parecer sin poder resistir las ganas de molestar a Vash con quien no llevaba una buena relación.

-No soy avaro si eso es lo que intentas decir, soy realista y a diferencia de otros, no le dejo nada a la suerte- le contestó la otra Sota.

-Oye Francis, más vale que controles la lengua de tu sirviente porque sus palabras las puedo interpretar como ofensas- le advirtió entonces Iván comenzando con ello una gran pero ya acostumbrada discusión.

Los cuatro reyes se gritaban los unos a los otros a la vez que las reinas y las Sotas intentaban apaciguar a los varones que alzaban la voz cada vez más y de vez en cuando azotaban sus puños contra la mesa lo que hacía que los ánimos se calentaran aun mas.

Mientras tanto, mirando el espectáculo desde las sombras del segundo piso de la habitación, alguien sonreía de manera burlona.

-Nuestras majestades otra vez discutiendo sin llegar a nada ¿Cuándo van a aprender a escuchar otras voces que no sean las suyas?- cuestionó una persona que soltó un par de risas burlonas tras formular la pregunta.

-Más bien yo creo que esas coronas les pesan tanto que les han aplastado los pensamientos coherentes, ahora solo parlotean tonterías como si en realidad fueran sabios dando enseñanzas cuando ellos no son mas que un bonche de tontos jugando a ser líderes- dijo con desdén una segunda voz.

-¡Basta! Esta discusión está fuera de contexto- Ludwig alzó su voz por encima de las demás haciendo callar a todos –Rey Alfred, esta noche se hará público su matrimonio y conocerá a quien será su reina lo quiera o no- ordenó con firmeza aunque sin lograr intimidar al otro joven.

-Tú no eres nadie para mandarme- le espetó Alfred realmente enfadado.

-No, pero la marca que lleva en su piel se lo exige así que intente madurar y cumpla con su obligación- volvió a decir Ludwig haciendo enfadar aun mas a Alfred que buscó apoyo en Yao pero este solo se mantuvo cabizbajo detrás de él dándole la razón al otro rey.

-Ustedes son increíbles, solo porque son desgraciados quieren que yo tenga el mismo destino- les siseó a todos que en realidad no le dieron tanta importancia a lo que tomaron como los berrinches de un niño.

-A pesar de tus protestas Alfred, te esperamos esta noche a ti y a tu reina- dijo entonces Francis sonriéndole galante levantándose de su lugar seguido de Lily y de Vash; pasó a un lado del muchacho que tenía las mejillas rojas de furia y le dio un par de palmaditas en el hombro intentando tranquilizarlo.

-Hasta esta noche- se despidió Francis saliendo de ahí con sus respectivos acompañantes.

Y así el resto de las cortes también salieron dejando a Alfred maldiciendo su suerte.

-¿Por qué tengo que hacerlo? Ya les dije que soy lo suficientemente fuerte para encargarme solo de mi reino- mascullaba el rubio caminando por los pasillos dando zancadas mientras que Yao lo seguía casi corriendo para mantener el mismo paso.

-Pero su majestad, las leyes lo dictan así aru- le trataba de convencer el moreno que llevaba sus manos escondidas en las anchas mangas de su atuendo.

-Leyes- repitió en un bufido -no necesito leyes, solo se requiere el poder para mantenerlos a todos sanos y salvos, así lo he hecho todo este tiempo y mi reino está mejor que bien- continuaba diciendo enfurruñado Alfred escuchando los suspiros de cansancio que su Sota daba a sus espaldas.

Finalmente la noche llegó y la esperada presentación en sociedad de la nueva reina del Reino de las Espadas se llevaba a cabo en el palacio que había sido decorado con esmero para darle la bienvenida a un nuevo miembro de la realeza así que todos entraban siendo presentados una vez más por el vocero que anunciaba a los más reconocidos invitados y por supuesto, a los reyes y reinas.

-Mi señor ¿Ya está listo aru?- preguntó Yao entrando a una habitación en donde un muchacho rubio solo alcanzó a sobresaltarse cuando el moreno entró.

-S… si, ya casi termino- respondió el chico retomando su atención al espejo encontrándose con sus ojos verde esmeralda que le regresaban la mirada en el reflejo.

Arthur se sentía raro, envuelto en aquel elegante traje azul marino y purpura decorado con las picas características del reino del que no hace mucho era un súbdito mas. Respiró profundo tratando de arreglar el pequeño sombrero de copa que parecía empeñarse en quedarse chueco sobre su cabeza y procuró no maldecir pues se supone la realeza no hace eso.

-Si quiere puedo ayudarlo aru- se ofreció Yao al ver la lucha entre Arthur y su accesorio el cual solo alcanzó a sonrojarse por la vergüenza pero al final aceptó así que Yao se acercó y arregló el sombrero rebelde junto con el moño alrededor del cuello del Arthur.

-No se ponga nervioso aru, el rey Alfred puede ser un malcriado, berrinchudo, engreído y altanero… pero es una buena persona aru- comenzó a decir la Sota fijando sus ojos en la cinta de seda que amarraba con cuidado.

-No dudo de sus virtudes… tampoco es como si me importara mucho, después de todo ninguno de los dos pidió este compromiso- dijo aun sonrojado Arthur frunciendo el seño y desviando la mirada haciendo que a Yao se le dibujara una discreta sonrisa en sus labios.

-Disculpe mi atrevimiento mi señor, pero a mí me pareció muy feliz cuando supo que sería la reina- dijo la sota alisando por último el largo saco del otro

-¡Por supuesto que no!- exclamó apenado Arthur sin modular su voz y de inmediato Yao retrocedió un par de pasos e hizo una profunda reverencia.

-Mis disculpas, no era mi intención insultarle aru- dijo con su cabeza tan agachada que su frente casi tocaba sus rodillas.

-Ah… no, perdón… yo, no quería gritarte- dijo apenado haciéndole señas con las manos a Yao para que se incorporara, aun no estaba acostumbrado a ese tipo de reacciones por parte de su actual sirviente, se tomaba todo muy a pecho.

-Cuando esté listo por favor baje, será anunciado pronto y al fin el rey Alfred lo conocerá aru, me retiro- y con esto dicho el moreno dio un par de pasos hacia atrás sin darle la espalda a Arthur y después una media vuelta para salir de ahí dejando al ojiverde con sus nervios.

El rubio volvió a mirarse al espejo, era increíble pensar que él conocía al rey Alfred pero este a él no; siempre lo había visto en las caravanas que lo acompañaban cada vez que salía de viaje, lo miraba escondido entre la multitud acompañado de sus hermanos que se unían al barullo, cuando era tan solo un campesino… antes de que la marca del reino apareciera en su cuerpo y fuera declarado reina.

En otras partes del palacio Ludwig parecía malhumorado, iba de un lado a otro seguido de Feliciano que guardaba su distancia.

-¿En dónde diablos está ese chico? Se la pasa cargando un reloj y no puede llegar puntual al anunciamiento de su matrimonio- decía Ludwig masajeando el puente de su nariz tratando de controlar la migraña que seguro le iba a dar.

-No se preocupe mi señor, su majestad aun es joven así que se toma las cosas muy a la ligera ve~- dijo Feliciano con su sonrisa bobalicona.

-Su juventud no es pretexto- contradijo Ludwig poniéndose las manos en la cintura.

-Ve~ tal vez no… pero también debemos considerar que es difícil para él concebir que le han impuesto compartir su vida con alguien que no conoce… es algo cruel- comentó Feliciano con su sonrisa cambiando por una expresión melancólica.

-¿En qué sentido es cruel?- preguntó entonces Ludwig girando para encarar a Feliciano que agachó su cabeza al instante.

-No poder estar con la persona a quien tú amas… eso es lo triste de la situación- contestó sin más, su voz un poco mas apagada de lo usual, osando alzar su cabeza y mirar directamente a su rey como si estuviese reprochándole algo, Ludwig tan solo volvió a darse la vuelta y caminó hacia el salón principal dejando zanjada la discusión de nuevo siendo seguido por Feliciano que ya no dijo más.

Al mismo tiempo en otros pasillos Lily caminaba desorientada tratando de recordar el camino al salón principal pues el palacio era enorme y ella no terminaba de memorizarlo todo, apenas unos meses atrás había sido nombrada futura reina (pues aun era menor de edad) así que gracias a sus múltiples deberes no había tenido tiempo ni siquiera de explorar ese lugar en donde la mayor parte de las audiencias se llevaban a cabo y para terminar de empeorar su situación, el rey Francis la había dejado sola un momento, lo que bastó para que ella terminara extraviada ahí.

-Ah… creo que solo estoy caminando en círculos- se dijo a si misma afligida yendo de un lado a otro por los pasillos kilométricos hasta que a lo lejos vio una figura alta que supuso podría ayudarle a regresar con su prometido.

-Disculpe- llamó la muchachita alzando su falda para correr más rápido hacia la otra persona que cuanto más se acercó pudo notar que se trataba del rey Iván así que se detuvo en seco cuando este volteó sonriente y escalofriante como siempre.

-Señorita Lily ¿Qué hace por aquí?- preguntó este con su tono infantil haciendo que la chica temblara un poco y mirara asustada a sus lados esperando que alguien llegara a rescatarla.

-M… me perdí y no encuentro el camino de regreso al salón- respondió ella intentando no tartamudear -¿Y usted su majestad, qué hace aquí?- preguntó mas por la obligación de no dejar que se hiciera algún tipo de silencio incomodo.

-Estaba buscando a Elizabetha pero creo que debe de andar escondida con la Sota… y yo que le insistí tanto al decirle que se comportara esta noche- dijo con una falsa decepción.

Lily pareció algo intrigada por aquel comentario ¿Acaso eran verdad los rumores de que la reina de Tréboles tenía un romance con la Sota? No… no podía ser cierto porque de ser así el rey Iván estaría hecho una furia y ya hubiera mandado a degollar a su esposa y su sirviente.

-Seguro que debió haber surgido algo, bueno… algo para que hayan tenido que ausentarse y…- trataba de decir Lily para que no pareciera que de verdad creía los chismes que se decían entre nobles, en cambio Iván solo le sonrió sin decir nada haciendo que la chica se callara, era obvio que eso ni siquiera Iván se lo había tragado.

-Señorita Lily se ve que usted es una buena persona, Francis es afortunado al tenerla como futura esposa- Iván cambió el tema abruptamente guiando a la chica por los pasillos.

-Muchas gracias su majestad, el que usted diga eso en verdad me alaga- agradeció la jovencita que jugaba nerviosa con sus dedos enlazados frente a ella mientras caminaba.

-Sinceramente le deseo la mejor de las suertes en su reinado- dijo Iván viendo que se acercaban al salón de donde se escuchaba a la gente y los músicos; Lily estaba a punto de agradecer una vez mas pero el ojivioleta le interrumpió.

-Aunque permítame decirle que la suerte no siempre atrae la felicidad- y apenas dicho esto se alejó al mismo tiempo que Francis se acercaba a la chiquilla que por segunda vez no pudo contestar.

-Lily vida mía ¿Dónde te habías metido?- le preguntó tomándola de la mano –Tu hermano casi me asesina con los ojos cuando no te encontrábamos- dijo viendo de reojo a Vash que pareció molesto por aquel comentario.

-Perdón, es solo que me perdí pero el rey Iván tuvo la amabilidad de ayudarme- dijo viendo al mencionado perderse entre la multitud.

-Oh… Iván haciendo algo bueno por otra persona, eso sí que es raro, pero bueno al menos tú estás bien y a salvo. Será mejor que vayamos con los demás, la nueva reina será anunciada pronto- dijo poniendo la mano de la rubia sobre su brazo y caminando juntos hasta el centro del salón en donde Alfred por fin se había dignado a hacer acto de presencia.

El rubio estaba parado casi al pie de las escaleras con su peculiar reloj de bolsillo con forma de pica en las manos, abriendo y cerrando la tapa mirando la hora aburrido.

Todos se fueron acercando al centro del salón mirando a las escaleras donde verían a la nueva reina, un par de escoltas del reino de las Espadas custodiaban una gran puerta y el ya conocido vocero se disponía a hacer presentación de quien sería el compañero de por vida de Alfred que seguía aun con esa cara enfurruñada. Las trompetas se hicieron escuchar para llamar la atención de todos, el salón quedó en silencio y el vocero abrió la boca para hablar pero antes de siquiera poder sacar un sonido de su garganta las velas de todo el lugar se apagaron repentinamente como si una ráfaga de viento hubiese recorrido todo el palacio.

Los gritos de algunas damas no se hicieron esperar a la hora en que todo quedó a obscuras, murmullos e intentos de calmarlos a todos también inundaban la habitación ¿Qué había pasado?

-¡Kesesesesese!- una risa peculiar hizo eco a la par que las velas del candelabro de cristal que estaba en lo alto y en el centro del techo se volvieron a prender como por arte de magia dejando a la vista la figura de un muchacho que estaba sentado en él, columpiándose como si el fino objeto que colgaba del techo fuese un columpio para niños.

-¡¿Quién eres!? Baja en este mismo momento y muéstrate- ordenó Ludwig queriendo tomar de inmediato el control sobre la situación.

-Como usted ordene su majestad- dijo en un tono sarcástico el joven saltando de pronto del candelabro haciendo que unos cuantos gritaran asustados por la temeraria acción pensando que el chico terminaría quebrándose todos los huesos del cuerpo al saltar desde esa altura sin embargo el joven aterrizó en el piso de una manera muy sobrenatural, como si su cuerpo pesara tan solo unos cuantos gramos.

-¿Así está mejor?- preguntó el chico que quedó frente a Ludwig el cual pudo ver mejor entre la lúgubre iluminación el cabello plateado y los ojos carmín de aquel intruso que sonreía con sorna, vistiendo de negro luciendo una extraña cola que terminaba en punta de flecha y un par de cuernos entre su desordenada mata plateada.

-Eres… un Comodín…- dijo en voz apenas audible el rubio recorriendo atónito con la mirada a quien estaba frente a él provocando que un montón de murmullos de nuevo inundaran la habitación y todas las miradas se posaran sobre el peliblanco que se regodeaba con toda la atención puesta en él.

-Oigan, Gilbert no es el único- agregó otra persona y todos comenzaron a buscarlo. Así que a base de empujones haciéndose paso entre los voluminosos vestidos de las señoras y los bastones de los caballeros, un chiquillo rubio de ojos azules con tupidas cejas también vestido de negro, un sombrero decorado con cuernos y una cola que ondeaba desde la base de la espalda se acercó hasta quedar a un lado del tal Gilbert.

-Tardaste en llegar Peter- le dijo el ojirrojo al chiquillo que lo miró molesto

-Disculpa por no presentarme de manera tan extravagante- le espetó el chico cruzándose de brazos.

-¿Porqué están aquí? se supone que los Comodines estaban…- comenzó a decir intrigado Ludwig aun sin creer lo que sus ojos veían

-¿Extintos? Oh si, casi lo estamos, Peter y yo somos los últimos de nuestra clase- contestó casualmente Gilbert.

-Hey dejen de de hablar como si todo el mundo entendiera- les interrumpió entonces Alfred que también se hacía paso en la multitud para quedar frente a los desconocidos -¿Qué diablos son ustedes? Yo nunca escuché hablar de Comodines ni nada parecido- comenzó a decir molesto

-Eso es porque se creían desaparecidos- contestó entonces Francis –Según tengo entendido, los Comodines son un tipo de criatura con forma humana que habían existido hace tiempo pero con el pasar de las guerras y los siglos fueron extinguiéndose… no se tenía registro de que aun hubiera algunos vivos- explicó el rubio caminando alrededor de las curiosas criaturas mirándolos de pies a cabeza concentrando su atención en la cola que se movía como un péndulo.

-Gracias por las lecciones de historia, al parecer no todos ustedes son tan tontos como parecen- dijo el chico Peter provocando un gritito ahogado por parte de todos los presentes en el salón por el atrevimiento de insultar a los reyes.

-Recuerda tu posición y controla tu lengua que no estás hablando con un igual- le reprendió entonces Alfred haciendo que el pequeño abriera un poco más sus ojos y parpadeara un par de veces, esta vez se dirigió a Gilbert que mantenía su mueca burlona.

-Oye Gilbert ¿Tú sabes de qué habla este tipo? Porque yo no recuerdo ser el súbdito de ninguno de ellos como para que me exijan respeto- preguntó el niño al ojirrojo.

-¿Qué quieres decir con eso?- esta vez fue Iván quien preguntó.

-Quiere decir que nosotros los comodines no servimos a nadie, pero al mismo tiempo podemos servir a quien queramos. Somos corazón, diamante, trébol o espada, el que ustedes quieran- comenzó a decir Gilbert que acarició la cabeza del niño que rió con picardía al sentir los mimos.

-Vaya… entonces pueden ser muy útiles…- opinó Iván y su sonrisa inocentona se tornó un poco mas maliciosa.

-Así es y en su momento fuimos de mucha ayuda; fuimos espías, consejeros, soldados… carne de cañón… creo que cabe resaltar que para sus antecesores no representábamos más que meros instrumentos sacrificables en masa, desechables cuando las guerras terminaron y ahora estamos olvidados e incluso nos dan por extintos antes de que los dos últimos hayamos muerto- dijo con tono casual sin embargo una mirada rencorosa se dejó asomar en sus iris escarlata.

-Esos reyes, uno tras otro haciendo gala de las virtudes de sus casas como si ellos de verdad fueran hombres ejemplares, no muy diferentes de ustedes- agregó mirando a los cuatro que se ofendieron por aquel comentario.

-¡Nosotros somos buenos reyes!- le contradijo Alfred molesto.

-¿En serio lo son?- le preguntó Peter, su voz infantil se tornaba más seria y con sus ojos atravesaba los de Alfred que no pudo evitar tragar saliva al ver esa cara acusadora.

-Una nación dividida en cuatro reinos con gobernantes vacios y tontos. El primero de ellos, el Rey de Corazones quien tiene el amor pero no lo puede ver ni siquiera teniéndolo frente a él- Gilbert recitó de nuevo posicionándose frente a Ludwig poniéndole una mano en el lado izquierdo de su pecho dirigiéndole una rápida mirada a la Sota de Corazones que dio un paso hacia atrás al sentir ese par de ojos escarlata sobre él, mientras que Ludwig solo frunció el seño y se quitó la mano del peliblanco de encima.

-Luego tenemos al Rey de Tréboles que tiene la suerte aunque su buena fortuna no atrae la felicidad- susurró Peter dando saltitos hasta acercarse a Iván que no borró su sonrisa ni siquiera tras escuchar las palabras del pequeño rubio.

-Ahora está el Rey de Diamantes quien tiene riquezas sin embargo no posee la verdadera abundancia- de nuevo Gilbert fue quien habló deslizándose hasta quedar a espaldas de Francis hablándole al oído.

-Y por último el Rey de Espadas que tiene el poder, en cambio carece de la sabiduría para usarlo- volvió a hablar Peter pasando las yemas de sus dedos por las manos de Alfred.

-Hablan como si de verdad nos conocieran pero ¿Qué acaso ustedes no son más que tristes criaturas resentidas con nuestros ancestros? Si quieren venir a dar discursos conmovedores les recomiendo que entonces abran una compañía de teatro y se dediquen a dar sus monólogos en otro lado- dijo Francis cruzándose de brazos y riendo de manera despectiva viendo altivo al par de Comodines que no se sintieron insultados por las palabras de su señoría.

-Si, como bien dice su majestad… solo somos criaturas resentidas, pero déjeme decirle que estas criaturas tienen más de una habilidad. Fuimos eliminados no solo porque dejásemos de ser útiles sino porque también representábamos una amenaza, ya que de la misma manera en que podemos cambiar nuestra lealtad hacia algún reino a voluntad, también podemos jugar con la realidad y darle un giro inesperado a la partida…- Gilbert explicó sonriendo ampliamente.

-No estamos aquí por venganza, solo queremos darle una lección a estos reyes así que una vez aprendida podrán regresar-

Peter dijo y apenas terminó de hablar, un destello de luz cegó a todo mundo a la vez que todo alrededor se ensordecía, los cuatro reyes sintieron como el suelo bajo sus pies desaparecía y comenzaban a caer por un pozo de luz blanca que los obligó a cerrar sus ojos antes de que el resplandor siguiera lastimando sus retinas a la vez que el respirar se les dificultaba.

Justo cuando pensaron que estaban al borde de la asfixia y sus ojos jamás podrían enfocar algo, sus espaldas chocaron de lleno contra alguna superficie sólida.

Al mismo tiempo en el palacio la gente se cubría e intentaba escapar, Feliciano llamó a su señor en medio de su momentánea ceguera junto con Kiku, Vash abrazaba a Lily intentando cuidarla de cualquier sorpresa peligrosa, Elizabetha y Roderich apenas si se enteraban de lo que pasaba pues apenas llegaban al salón y por ultimo Arthur era detenido por Yao incluso antes de atravesar las puertas que se suponía se iban a abrir al nombrarlo.

En cuestión de segundos todo volvió a la normalidad, las velas restantes se encendieron y los presentes abrieron sus ojos mirándose los unos a los otros… notando la ausencia de los cuatro reyes.

-¡Esperamos hayan disfrutado de nuestro pequeño espectáculo!- anunció entonces Gilbert dándole una exagerada reverencia llevándose la mano al vientre inclinando su espalda y alzando su cola para que todos la vieran bien.

-¿Espectáculo? ¿De qué están hablando? ¿Dónde están el rey Alfred y los demás?- preguntó entonces Arthur abriendo las puertas de par en par seguido de Yao que parecía mortificado. Todos voltearon al pie de las escaleras encontrándose con el ojiverde que parecía furioso.

-Oh, pero si es la reina de Espadas- canturreó el peliblanco examinando con los ojos al rubio que caminaba a zancadas y todos le abrían paso.

-No se preocupe su futura majestad que su rey está a salvo… o eso creemos…- agregó el peliplata soltando otro par de risitas viendo como Arthur abría su boca para reclamar pero Peter se le adelantó.

-Vámonos de aquí, no tenemos porque dar explicaciones- ordenó el chiquillo mirando molesto a Arthur para luego sonreírle a Gilbert que compartió aquella mueca divertida

-Las cartas ya han sido repartidas y el juego ha comenzado, es hora de abrir nuestras apuestas Gilbert- seguía diciendo el pequeño rubio a la vez que veía como un montón de guardias cargados con alabardas entraban por todas las puertas tal vez demasiado tarde.

-Kesesese, así parece Peter, pero por ahora tenemos que retirarnos- ambos Comodines rieron, volvieron a hacer ridículas y exageradas reverencias cual bufones terminando de complacer a toda una corte y con una repentina nube de humo salida del suelo los dos desaparecieron... dejando tras los vestigios del humo, la ausencia de los gobernantes y la duda de su paradero.

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N/A: Solo por si alguien no lo sabe, la Sota es también la carta que conocemos como "J" "Jack" o "Joto".

Uffff, ¿Qué les pareció este primer capítulo? Espero les haya agrado esta idea que surgió tras ver la baraja de Himaruya, escuchar mucha música (a veces es como un alucinógeno…) e imaginar cosas mientras me ahogo en deberes de la escuela (haciendo tarea y pensando en historias, esa soy yo ja ja ja).

En fin, si alguien lee esto gracias por leer y ojalá sigan haciéndolo.