Desde hace un tiempo me he planteado hacer un fic con la trama original; es decir, que involucre a la orden con sus exorcistas y he aquí el resultado. Quizás el inicio no sea la gran cosa pero denle una oportunidad y verán cómo se desarrollaran esta misión extraña y sospechosa, en la cual los protagonistas se verán obligados a permanecer mucho tiempo juntos y a solas en un lugar ajeno a todo lo que conocen y en otras condiciones. No les cuento más, ustedes solo sigan la historia..:) Por cierto. ¡Es Yullen!
Disclaimer: D. gray -Man y sus personajes pertenecen a Hoshino Katsura-sama.
Rumbo desconocido
Aún no había amanecido en su totalidad, pero ya los primeros rayos del sol amenazaban con traspasar el vitral, iluminando el estrecho espacio entre aquellas cuatro grisáceas paredes.
Apoyando todo su peso sobre el pulgar en el espaldar de una silla, Allen Walker se ejercitaba descendiendo y ascendiendo cada dos segundos. Régimen de ejercitación que hacía diariamente a tempranas horas. Se había habituado a ello y no era algo que le desagradase en lo absoluto. Era una buena manera de comenzar el día —afirmaba más para sí mismo que a los de su alrededor—. De ese modo, no solamente se mantendría en forma a pesar de la inactividad, sino que podría ocupar su mente con pensamientos positivos.
Una vez realizado su entrenamiento, acostumbraba a tomar un refrescante baño y con energías renovadas iría animadamente a la cafetería a degustar (devorar) los exquisitos alimentos que cariñosamente preparaba Jeryy.
Esa era la rutina, amarga rutina. Tenía tiempo sin hacer nada fuera de las paredes de la Orden; que a pesar de ser su hogar, se sentía aprisionado en más de un sentido. Obligándose a enfocarse en diversas actividades, disminuía la tensión y aligeraba un poco los pensamientos paradójicos que se aglomeraban en él. Lo menos que deseaba era preocupar a sus compañeros y la mejor manera de hacerlo era mostrándose animado, haciéndoles ver que su situación no le afectaba o por lo menos no le incomodaba tanto.
No obstante, con ciertas personas fallaba miserablemente.
Ese día, probablemente no sería la excepción. Comenzaba a plantearse en ayudar un poco en la sección científica —siempre había mucho que hacer allí después de todo— y si se desocupaba pronto, tal vez entrenaría con algún compañero. Ya verificaría quién no se encontraba de misión.
Desde no hace mucho, su Inocencia había tomado forma de espada, no era precisamente hábil en su manejo pero lo sobrellevaba sin contratiempos (o por lo menos así lo sentía). En algunas ocasiones entrenó con el oriental—si es que a sus rutinarias discusiones se les puede llamar entrenar—, ya que usualmente después de algunos insultos se iban a los golpes y al ser estos insuficientes, hacían uso de sus armas anti-akumas sin ningún tipo de reparo en su alrededor ni los presentes.
A pesar de que esa conexión con Kanda se limitara sólo a eso, no era del todo desagradable. Era una persona vulgar, un grosero sin remedio, un egoísta, patán y pretencioso; le costó un tiempo en entenderlo y batalló mucho consigo mismo para aceptarlo; pero lo logró, así era su compañero.
Un suave golpeteo en su puerta le hizo interrumpir tanto su extraña línea de pensamientos como su entrenamiento matutino. Posó sus pies en la fría loza y masajeando el hombro del brazo ejercitado se dirigió a la puerta a descubrir quien le llamaba a esas horas tan sólo para abrir sus platinadas orbes con sorpresa al encontrarse con la china.
Lenalee Lee en rara ocasión le buscaba en sus aposentos. Es una chica prudente por lo que usualmente compartía con ella en las áreas públicas casi siempre en compañía de otras personas; y si a eso se le suma la obsesión de su hermano, era lo mejor que podía hacer si quería conservar su integridad física y resguardarse de algún Komurin que posiblemente sería el… ¿seis o el siete?, ya ni recordaba.
Aún sorprendido pero repuesto, se dispuso a saludar con la cortesía y amabilidad que le caracterizaba.
— ¡Oh Lenalee!, buenos días ¿Qué te trae por acá tan temprano? — preguntó entrecortadamente por el esfuerzo previo mientras que con el dorso de su mano humana se limpiaba el rastro de sudor que recorría su rostro.
—Allen-kun. Perdona por venir a estas horas—hizo una breve pausa avergonzada por la intromisión— pero mi hermano te requiere en su oficina.
—Me preparo y voy enseguida— dijo en tono entusiasta.
—Está bien, tómate tu tiempo—respondió con amable sonrisa mientras se giraba para retirarse—. ¡Necesitas tomar tu desayuno primero!— exclamó cuando se encontraba a varios metros de distancia.
Sonrió divertidamente para luego cerrar la puerta tras de sí, apoyándose en ésta al tiempo que se llevaba la mano a la barbilla de manera analítica. Eso sólo podría significar algo. Desde que lo tenían vigilado bajo sospecha de traición, no había recibido ningún tipo de encargo y la inacción lo estaba inquietando más de lo que quisiera admitir. Al fin le encargarían una misión, aprovecharía la oportunidad para demostrar a los altos mandos que no tenía lazos con el enemigo y que bajo ninguna circunstancia perjudicaría a sus camaradas.
Reincorporándose, se adentró un poco en su habitación dirigiéndose a una de las paredes laterales. Contempló el único cuadro en aquel lugar mientras en su rostro se formaba una sonrisa nostálgica. Contorneando con sus dedos la silueta y delineando con delicadeza los pincelazos del bufón que ahí descansaba.
—No abandonaré, Mana...—fueron sus palabras antes de separase del retrato.
Los sonidos de las hebillas doradas resonaban por todo el trayecto amenizando con metálica melodía su animada caminata. Se sentía entusiasmado por algún motivo y precisamente ese día decidió vestir su nuevo uniforme, ese que lo caracterizaba como clérigo oscuro. Hace tiempo que se lo habían entregado los muchachos de la sección científica y por estar "bajo vigilancia" no tuvo oportunidad de usarlo a pesar de que las ganas nunca estuvieron ausentes. Quería portarlo, ese traje negro y líneas rojas en sus dobles haciendo contraste con su pálida apariencia. Esta vez el diseño había cambiado un poco, ya no ocultaba sus cabellos con la capucha pues no le veía caso. Por primera vez dejaría de lado ese ridículo complejo por su apariencia, se había parado frente al espejo para contemplar las marcas de sus cortos 15 años de vida, la única razón que tenía para continuar, la prueba de su existencia.
Se dirigía al lugar en donde le habían solicitado desde tempranas horas. Por sugerencia de su amiga, se había tomado su tiempo y si en verdad le asignaban una misión, al menos tendría sus necesidades básicas complacidas y no haría esperar al que fuese su compañero. Caminaba a paso veloz por los largos pasillos, la Orden Oscura sin duda era inmensa y a pesar del tiempo que llevaba ahí aún tenía que hacer muchos esfuerzos para no perderse. Mientras aceleraba su andar, veía con detalle las grisáceas y deterioradas paredes que subdividían las incontables estancias con las que contaba el cuartel, casi como si quisiera grabárselas a pesar de que era ridículamente inútil. A donde su vista se posara todo le parecía igual. Estando en su destino, dio dos golpes a la ancha puerta de madera y esperó el llamado que no se hizo esperar.
— ¡Adelante!— habló Komui Lee desde adentro.
—Disculpe…—musitó mientras sólo asomaba algunos blancos cabellos— Komui-san, Lenalee me dijo que quería verme.
— ¡Allen-kun!, llegas en el momento preciso. Toma asiento por favor— solicitó el supervisor con el exagerado ánimo que le caracterizaba mientras sonreía.
Antes de adentrarse por completo, lanzó un vistazo fijándose por donde debía caminar si quería evitar tropezar con cualquiera de las cosas que seguramente habría bajo las montañas de papeles que siempre cubrían el piso. Alzó la mirada posándola en el amplio sillón rojo notando que alguien ya estaba ocupando uno de sus extremos. El otro, apenas notando su presencia, soltó un sonoro chasquido de lengua haciendo que a Allen le saltaran unas cuantas venas en su sien por lo maleducado del gesto, "¿acaso le cuesta mucho ser cordial y saludar tan siquiera?", se preguntaba hastiado por la actitud del asiático.
Se terminó acomodando en el espacio libre y decidió que lo mejor era pasar del imbécil para evitar una irritación innecesaria. Se limitó a dirigir nuevamente la mirada al Supervisor Lee que ya tenía papeles en mano y sin pensarlo mucho preguntó: — ¿Eso es...?
—Una misión—le respondió con radiante sonrisa.
Entonces estaba en lo correcto. Después de un tiempo rezagado al fin le asignaban una misión; y realmente la estaba necesitando. Últimamente, su ojo izquierdo le había molestado más de lo usual; se sentía ansioso, angustiado e incluso había perdido la cuenta de todas las horas de insomnio que el agudo dolor le provocaba. Sin notarlo había llevaba su mano izquierda a su ojo con aire ausente.
En un principio no los distinguía, pero desde que su maldición había evolucionado ahora podía escucharlos claramente. Todos los lamentos y sollozos de las almas encadenadas a la materia oscura. Sonrió con ironía, hasta podía entablar una conversación con dichas ánimas. Una verdadera tortura, esa situación era una tortura para el albino, la impotencia de encontrarse con las manos atadas, reprimido de muchas manera y si a eso le sumaba la frustración que le invadía al no poder cumplir su objetivo de vida.
Todo estaba haciendo estragos en él.
Ahora podía ir a liberar algunas almas cautivas y así subsanaría parte de esa depresión que desde hace un tiempo lo tenía al borde del colapso. Miró de reojo la figura que descansaba a su lado entendiendo que esa persona le acompañaría en su travesía. "De todos tenía que ser él" pensaba sin evitar que se le escapara un suspiro cansino. No era del todo agradable, pero reconoció que cumplirían su cometido rápido. Siempre era así cuando salía de misión con el bastardo insensible.
No cabía duda de que el japonés era uno de los mejores exorcistas con los que contaba la orden, pero el hecho de compartir un viaje con el personaje en cuestión, pronosticaba peleas interminables. Infinitas imágenes se acumularon en sus pensamientos de los numerosos enfrentamientos e incluso las heridas que se provocaban mutuamente, muy a pesar de que el otro le llevara una considerable ventaja en la cicatrización.
Restándole importancia su compañero, clavó su mirada plateada al frente, esperando que Komui Lee comenzara a explicar en qué consistiría el trabajo.
Revisó los papeles por milésima vez. Quería convencerse así mismo de que la misión era viable, de que había indicios contundentes para justificar semejante movimiento, intentando en vano encontrarle una lógica al asunto. Pero, por más que leía, sólo lograba constatar que realmente había algo másen el inesperado mandato de los comandantes.
No sólo era bastante peligrosa, sino que también los datos estaban muy por debajo de los estándares considerados antes de asignar cualquier trabajo a alguno de sus valiosos exorcistas. Eso, más que extraño, le estaba resultando sumamente sospechoso. Usualmente para enviar a sus clérigos a algún sitio, requerían de la investigación exhaustiva de un buen grupo de buscadores, los que fuesen necesarios con el propósito de verificar la existencia de la inocencia o algo relacionado a sus objetivos.
Alzó la mirada acomodándose los lentes en el proceso. Les vio, sus rasgados ojos solo reflejaban una profunda nostalgia dirigida a los jóvenes guerreros. No sólo les enviaría a un sitio peligroso y sin datos suficientes como para asegurar por lo menos un poco su supervivencia, sino que irían a los confines del mundo, donde quizás nadie más pueda ayudarles. Poco se conocía de la situación así que le quedaba rogar a Dios por estar equivocado y pueda tenerlos de vuelta sanos y salvos. Estaba tan sumergido en pensamientos cuando una prominente voz le hizo salir de ellos abruptamente.
— ¿Vas a quedarte como un estúpido o nos vas a dar la misión de una vez?—gruñó Kanda con su usual molestia endureciendo sus facciones.
— ¡Qué impaciente Kanda-kun!—respondió intentando sonar divertido a pesar de que le implicaba gran esfuerzo.
Mostró su mejor sonrisa, tratando de que no notasen su justificada preocupación, sobretodo Allen que llevaba una gran carga en ese momento.
¡No quería enviarlos!, pero tenía que hacerlo...
—Hay extrañas desapariciones al Noroeste del Océano Atlántico-
— ¿Océano?, ¿tendremos que cruzar el océano?—interrumpió Allen sin reprimir las facciones extrañadas.
—Sí, Allen-kun. Se ha perdido el contacto con numerosas embarcaciones de las cuales no han dejado ni rastros de su paradero mientras que otras solamente al pasar cerca, recorren un gran trecho en pocos minutos sin explicación aparente—explicó tomándose el tiempo para que sus palabras salieran con fluidez—. La misión es: ir a los alrededores, verificar que la inocencia no esté relacionada y de estarlo, traerla de vuelta.
— ¡Entendido!—respondió cortante el moreno arrebatándole la carpeta con su contenido de la mano y azotando la puerta al salir.
Allen observó de manera reprobatoria por donde se había marchado Kanda para luego volver la vista a Komui—Entonces iré a prepararme.
El chino solo atinó a sonreír para luego verle salir. Cuando la puerta se hubo cerrado tras el inglés y confirmó su soledad, se dejó caer con pesadez en el sillón negro. Eso definitivamente le supuso más presión de la que había tenido en todos su años como supervisor, se quitó los anteojos colocándolos cuidadosamente sobre los papeles que seguramente debería firmar.
Una pequeña capa de sudor se había acumulado en sus sienes pero la ignoró dejando reposar su frente al tiempo que con el dorso de ambas manos presionaba sus párpados, intentando serenarse. No supo cómo hizo para no quebrarse y se notara la duda que se había apoderado de él.
Se suponía que había ingresado allí con claras intenciones de velar por el bienestar de los llamados Apóstoles, esa era su determinación cuando llegó a la Orden y encontró a su hermana padeciendo en carne propia la inhumanidad de los que dirigían dicha organización. Pero ahora... ahora simplemente no había nada que pudiese hacer por aquellos que ante sus ojos, aún eran niños.
—Soy un simple humano...
Realmente no podía hacer más.
Una vez tuvo preparado todo lo que consideró necesario para su largo viaje, salió al encuentro con el resto del grupo. Caminó animadamente acercándose al punto de reunión hasta que se detuvo en seco con un gesto de extrañez azotando su pálido rostro. Allen miró a los lados ampliando su campo de visión, lo más que podía intentando abarcar todo aquel largo corredor.
Nada. Por ningún lado se asomaban los rubios cabellos que desde hace un tiempo le seguían a todas partes.
Antes de que amaneciera, incluso estando aún bajo las sabanas, Link le movió un poco mientras le mencionaba algo referente a una reunión y desde entonces no le había visto. Estaba muy desconcertado por la ausencia de su acosador personal ya que nunca antes se había separado de él durante tanto tiempo. No quiso seguir dándole vueltas al asunto y continuó su camino, ya se encargaría de preguntar por el alemán luego.
— ¡Estoy listo!—exclamó animadamente cuando estuvo en la oficina.
— ¡Tsk!, ya era hora estúpido Moyashi, estaba cansado de esperar.
—Pudiste haberte ido por tu cuenta, Bakanda—respondió intentando no darle importancia al adjetivo con que el oriental se refería a él.
—Debe ser que la Orden ocuparía un barco para cada exorcista, imbécil.
Un gesto infantilmente molesto adornó su semblante por el comentario, pero prefirió no responderle. El replicarle al samurái era suplicar muerte certera y la verdad sería bastante insólito estar herido sin siquiera haber puesto un pie fuera del Cuartel General. Tras unos segundos suavizó sus facciones e ignorando del todo a su compañero recordó repentinamente lo que le había entretenido en el pasillo.
—Komui-san, ¿Link-san vendrá con nosotros?
—No, Allen-kun. Él tiene asuntos que atender en la rama americana con el inspector Lvelliel y partió temprano en su compañía.
No pudo evitar hacer un gesto extrañez que no pasó desapercibido ante ninguno de los presentes; sin embargo, nadie mencionó palabra. Restándole importancia a eso, decidieron seguir con los planes y salir inmediatamente al puerto ya el barco que los llevaría a su destino, había sido reservado.
El grupo entero se encontraba acomodado en el pequeño bote que comunica la Orden con el pueblo. Los hermanos asiáticos les despedían efusivamente dándole instrucciones rutinarias y nada relevantes para Kanda que estaba exasperándose con la habladuría de ambos. Allen que le conocía bien, notó su molestia (tampoco era muy difícil predecir sus acciones) y decidió acelerar las cosas antes de que su colega tuviera alguno de sus usuales arranques. Tomó disimuladamente el largo remo dispuesto a llevar el control pero le fue impedido por uno de los buscadores.
—Walker-dono. No se preocupe, yo me encargo.
Él insistía en que no era necesario, pero su colaboración fue nuevamente rechazada. Un poco alejados del sitio de embarque, se escuchó un llamado proveniente de Lenalee, tanto Allen como el grupo de buscadores le correspondió mirando hacia atrás y lo que percibieron fue una alegre sacudida de manos unido a un sonoro «Regresen con bien» por parte del supervisor y su hermana.
El albino y los otros correspondieron con amplias sonrisas agitando sus brazos mientras que el samurái ni se le inmutaba un músculo de su enfadado rostro. "Bakanda amargado", pensó para luego sentarse frente a él sin dirigirle la mirada. Realmente le molestaba la actitud del otro exorcista, entendía que no era de relacionarse, pero un poquito de cordialidad y empatía no le quita nada a nadie.
No mencionaron palabra alguna en todo el trayecto hacia el pueblo. El silencio era cada vez más incómodo pero con la persona que tenía como acompañante no podía esperar la gran cosa. Ellos no compartían ningún tipo de relación afectuosa en ningún sentido. No podía de la nada hacerle alguna conversación puesto que desde el punto de vista del inglés, no tenían nada en común. Además, nadie le aseguraba que le respondería y sin siquiera intentarlo, decidió darse por vencido antes de que le dejaran en completo ridículo frente a los otros.
Una vez en el pueblo, Allen inhaló el agradable viento de la libertad. Observaba con atenta emoción todos los rincones como si hubiera estado cautivo durante años. A pesar de que era el mismo poblado que había visitado decenas de veces antes de retirarse a cumplir con su deber, nunca lo había encontrado tan hermoso.
Desde que le tenían bajo vigilancia, no había podido hacer nada sin que fuese supervisado y el chico más que estar en desacuerdo, se sentía asfixiado. Pese a sus inconformidades, no tenía el ánimo de recriminar que ellos tomaran esa actitud con él; era normal que sospecharan de alguien con extraña apariencia y más aun, que podía manejar un objeto que perteneció al enemigo durante miles de años sin poder entender el porqué.
Se lo repetía constantemente, pero no podía simplemente ignorar esos sentimientos, esos que había experimentado muchas veces antes de convertirse en exorcista. Rechazo, la palabra hizo eco en su cabeza. Lo palpaba en el ambiente (no con todos) pero si con muchas personas, los altos mandos le veían y hablaban despectivamente, algunos científicos de otras ramas hacían comentarios hirientes con toda la mala intención de que llegasen a sus oídos e incluso algunos buscadores lo evitaban descaradamente.
Traicionado. Esa era la definición que más se acercaba a esa desagradable sensación que apretaba en su pecho cada vez que le hablaban con aquella notoria ironía y sarcasmo respecto a sus acciones en el arca. Abandonado. Nuevamente abandonado por aquellos que comenzaba a considerar sus amigos y familia. Abandonado por la vida, por los dioses que irónicamente lo habían colocado en esa situación tan desfavorable. Sonrío con ironía, siendo un apóstol reconocido y aceptado por su propia inocencia.
¿Cómo alguien así puede conocer y comprender un arma que estuvo a merced del que causa dolor y tragedia al mundo que Allen decidió?
Había estado tan ensimismado en sus pensamientos que no se percató que se encontraban en el punto habitual y la lujosa carroza dispuesta por la orden, ya les esperaba. Sin más, fue inmediatamente abordada sólo por los exorcistas, los rastreadores prefirieron correr a la par del vehículo "temiendo por su vida seguramente", aseguraba el inglés. Era mejor eso que estar en un espacio tan reducido con el japonés, temido tanto por Akumas como personas sin distinción.
No estaba para nada satisfecho con la situación, pero no había mucho que pudiera hacer; y resignándose antes de ejercer cualquier acción, se acomodó en el compartimiento al tiempo que le indicaba al chofer que podía avanzar.
Le parecía increíble el miedo que Yû Kanda generaba en los demás, realmente se comparaba a pocas cosas. Él era una de las pocas personas que se atrevía a enfrentarle, las lesiones que se provocaban eran tan serias que cualquiera que le viese aseguraría que se las había hecho cumpliendo con su obligación.
Curvó sus labios en una leve sonrisa, intentando no ser evidente a pesar de que su compañero no le prestaba la más mínima atención. Siempre fue así. Un suspiro abandonó sus labios. Desde el primer momento en que se vieron, aquella noche cuando la tenue luz de luna le iluminaba y en sus ojos se reflectaba el brillo de la hoja de su espada. La suave brisa ondeaba grácilmente sus azabaches cabellos al igual que la parte superior de su uniforme ya que estaba abierta dejando al descubierto su pecho que por alguna razón que desconocía, estaba vendado.
Recordó tan detalladamente su primer encuentro. Peculiar bienvenida le dio, no pudo evitar sonreír estúpidamente con ese pensamiento mientras apoyaba su barbilla sobre la palma de su mano derecha y le observaba atentamente. Estaba maravillado con la presencia que se posaba imponentemente sobre uno de los altos pilares que conformaban la entrada de la organización, claro que cualquier encanto que dejara su apariencia quedaba totalmente opacado con esa arrogante actitud. Resopló de manera resignada al tiempo que rodó sus ojos por la ventanilla del carruaje.
Ciertamente desprendía un aura asesina, sus compañeros exorcistas no le temían, o por lo menos no tanto como el común de la gente probablemente porque tenían con qué defenderse. Fijó nuevamente su vista en la persona que yacía frente a él, estaba sentado sin mencionar palabras, cruzado de piernas y con ojos cerrados prácticamente ignorándole. Estaba acostumbrado a recibir ese tipo de trato por parte del oriental (a pesar de que en las peleas se ponía extrañamente intenso), pero eso no le quitaba lo incómodo a la situación. No sabía a ciencia cierta cuánto tiempo estaría fuera y creía que no tendría muchas opciones más que tratar de limar asperezas para hacer el viaje lo más llevadero posible.
—Kanda, ¿cuánto tiempo crees que nos tome llegar al sitio?
No hubo respuesta. Lo que ocasionó que la serenidad y amabilidad del inglés se fuera a destino desconocido y perdiera la cordura.
— ¡Bakanda deja de ignorarme!, no seas mal educado.
— ¿Cómo mierdas crees que podría ignorarte con esa vocecita tan escandalosa que tienes?— le respondió el pelinegro en un gruñido evidentemente irritado.
— Sólo te hice una pregunta. ¿Qué te costaba contestarla?—le refutaba Allen refunfuñando mientras se cruzaba de brazos, a la defensiva.
— ¿Cómo quieres que sepa cuánto tiempo nos tomará llegar?, ¿o acaso estás asustado?—preguntó al momento que bajo su tono y se formó una sonrisa socarrona— Ni creas que voy a andar salvando tu trasero, así que más te vale que sepas nadar, Moyashi.
— ¡Es Allen! Y claro que sé nadar no como…
— ¡¿Cómo quién, jodido Moyashi?!—gritó mientras le alzaba de su chaleco de exorcista con una mirada llena de furia.
Vio al mayor levantar la mano con la intención de asestarle un puñetazo, pero éste nunca llegó. La carroza se había detenido bruscamente provocando que ambos pasajeros se cayeran aparatosamente en el estrecho compartimiento. Entreabrió los ojos adolorido mientras se quejaba por el golpe que recibió aunque no pudo pensar mucho en ello observando su situación.
Estaba tendido en el suelo y su pierna izquierda sobre uno de los asientos quedando totalmente expuesto, aunque eso no era en lo que estaba enfocado precisamente ya que Kanda se encontraba totalmente inmóvil entre sus piernas y con el extremo superior del cuerpo sobre el suyo. A pesar de que el sonrojo invadía todo su rostro, comenzaba a impacientarse porque estaba quedando sin aliento a causa del peso del mayor.
—Kan-da…
El japonés que apenas comenzaba a reaccionar del impacto, se llevó una mano a la cabeza mientras chasqueaba con molestia. Le vio abrir los ojos exageradamente y era normal que se sorprendiera al verse en esa situación embarazosa y que podía ser fácilmente malinterpretada. El mismo lo creía, pero la falta de oxígeno le impedía pensar con claridad y más al quedar su cara totalmente aplastada por el pecho del oriental.
—N-o Pue-do Respi-rar…
El mayor sin siquiera pensarlo, se levantó con premura sin importarle lastimar a su compañero en el proceso. Allen que aún se reponía intentando llenar sus pulmones le regañó a pesar del esfuerzo que le supuso.
— ¡Auch! Ba-kanda eso dolió.
— ¡Tsk!—fue lo único que le respondió mientras le daba la espalda descaradamente.
Se bajó del transporte unos segundos después mientras se acariciaba la zona adolorida. Levantó la vista notando que ya se encontraban en el puerto y caminado detrás de Kanda con apenas un metro de distancia separándoles, se adentraron para hablar con el encargado mostrándole de inmediato la insignia que los representaba como sacerdotes. El hombre mayor, comenzó a sudar frío por la tensión a la que el samurái lo sometía y nerviosamente les guió hasta la zona de embarque.
Ambos exorcistas vieron la gran embarcación que la orden había dispuesto para ellos. Era un hermoso navío de roble pulido, mástil con diseño único elaborado con el pino de la mejor calidad y en cedro, con decoraciones doradas llevaba tallado la palabra "Horizon".Velas en marfil claro resaltando la elegancia parda.
El oriental haciendo uso de su poca paciencia, no se hizo esperar y se aproximó a la misma pasando entre la tripulación que seguían haciendo los preparativos de manera apresurada.
— ¿Walker-dono?
— ¡Ah! Perdón. ¿Decías algo?—preguntó apenado.
— ¿Quiere que lleve su equipaje?
—No, gracias. Yo me encargo—dijo dedicándole una amable sonrisa.
Comenzó a caminar hacia el transporte que les guiaría a rumbo desconocido. Subió el puente que comunicaba el barco con el puerto mientras veía las cristalinas aguas que desfilaban bajo sus pies mientras su cara develaba una sonrisa infantil.
Nunca había viajado tan lejos en barco. Utilizar el Arca hubiera sido una tarea sencilla, pero necesitaba conocer el lugar de antemano para crear la puerta; además, la Orden aún estaba investigándola.
Una vez dentro, comenzó a mirar por los alrededores verificando el interior del navío, comprobando que era igual de impresionante que su exterior. El piso de madera estaba hermosamente pulido y los barandales de las escaleras para acceder al puente tenían un diseño que no pasaba desapercibido ante la vista de nadie. Deslizó delicadamente sus dedos humanos que habían sido despojados del guante, sintiendo el acabado de las mismas y dirigiéndose a la Proa, posó los codos en uno de los barandales apreciando la visión tan confortante que ese día ofrecía. Perfecto para zarpar. Cerró sus ojos sintiendo la brisa marina cantar en sus oídos mientras que los blancos mechones se rodaban sutilmente hacia atrás, dejando al descubierto su relajado rostro.
No supo cuánto tiempo pasó, pero sabía que había sido lo suficiente como para disminuir la tensión que le envolvía desde hace mucho tiempo. Escuchó unos pasos tras de sí y no le hacía falta mirar hacia atrás, ya sabía a quién le pertenecían. No sabía por qué, pero siempre lograba identificarlo claramente. Algo debió haberlo llevado allí, así que mientras el otro se decidía, prefirió seguir en lo suyo.
Pasaron algunos instantes pero comenzó a ponerse nervioso al sentir que Kanda le miraba la espalda sin ejercer ninguna acción. Sinceramente, prefería que lo insultara o lo golpeara de una vez y no estar sometido a un intenso escrutinio. Se removió con disimulada incomodidad. Al ver que su compañero seguía sin hacer nada, prefirió volverse a él y averiguar qué le pasaba. Se tensó un poco cuando vio al japonés, tenía una cara totalmente inexpresiva lo cual lo alertó en sobremanera, bajó un poco la mirada notando que traía algo en su mano derecha.
— ¿Kanda, esos son…?
—Los archivos de la misión—interrumpió de inmediato.
El que el oriental se hubiera acercado a él de forma voluntaria y sin intenciones de golpearle, no auguraba nada bueno, cada fibra de su ser se lo gritaba y la expresión del otro se lo confirmaba.
—Aquí hay algo raro Moyashi. Sígueme al camarote.
Estaba tan fuera de sí que ni siquiera hizo comentarios con respecto al molesto sobrenombre que el mayor le había acreditado. Tragó saliva notoriamente y le siguió hasta que entraron a la habitación sin siquiera prestarle atención al hecho de que la compartirían, le interesaba más saber qué quería decirle Kanda como para que lo hubiera buscado.
En ninguna de las misiones anteriores, el japonés había tenido la iniciativa de comunicarle planes, estrategia o el método grupal que usarían para la batalla, Casi siempre se iba por su cuenta y el resto del equipo tenía que seguirle el paso o hacer las cosas a su manera y congeniarlas con las tácticas del otro exorcista. Se había habituado a esa forma de trabajar cuando estaba con él, pero hoy era inesperadamente distinto.
Le miró acomodarse en una de las dos camas individuales y mover la mesa de noche que las separaba para acomodar convenientemente los papeles que le había mostrado anteriormente. Allen le miraba expectante desde la puerta hasta que Kanda le devolvió la mirada haciéndole un llamado silencioso. Se acercó y dejando la maleta al lado de la cama libre se sentó frente a él y la mesa con los documentos dispuestos.
—Fíjate en esto—ordenó mientras le señalaba un sitio de aquel blancuzco trozo.
Abrió sus ojos enormemente al darse cuenta lo que su compañero quería decir. Tomó los papeles acercándolos, intentando cerciorarse de que lo que veía era cierto, repasó las paginas varias veces sin creerse lo que leía. Le devolvió la mirada a Kanda que estaba viéndolo con rostro serio mientras tenía apoyada su barbilla en el dorso de ambas manos, posiblemente esperando la reacción de Allen para discutir el tema.
Se levantó con nerviosismo. Dando vueltas en la habitación mientras se mordía el pulgar analizando la información. Kanda cerró los ojos mientras suspiraba, quizás para meditar el próximo paso. Allen se dio la vuelta observándole, apenas iba a abrir la boca pero un brusco movimiento le hizo perder un poco el equilibrio y sosteniéndose de la pared evitó caer. Ambos exorcistas se miraron pero un fuerte chirrido les hizo dar un respingo saliendo de su letargo, salieron corriendo a los barandales y lo primero que divisaron era como el puerto y su costa se iba haciendo cada vez más pequeña. El buque se había puesto en marcha.
—Kanda…—le llamó sin mirarle— volveremos, es una promesa.
— ¡Tsk! Por lo menos yo no moriré como un llorica.
El comentario le causó mucha gracia, así que no pudo responderle como acostumbraba. Sólo se quedaron por un largo tiempo sin mencionar palabra, viendo como la extensión azul se iba haciendo cada vez más grande.
Notas finales:
¿Qué tal? Muy largo para ser el prólogo lo sé, pero espero que no les moleste.
Críticas y comentarios, ya saben donde dejarlos.