Los personajes y el universo mágico en que se desarrolla esta historia son propiedad intelectual de J.K. Rowling


DE SANGRE Y CORAZÓN


Primera parte: Fraternidad

I

Complejos

—¡No! ¡No! —suplicó con la voz rota—. ¡No! ¡Fred! ¡No!

Un joven escuálido, con el pelo, la cara y los cristales de las gafas sucios zarandeaba un cuerpo sonriente, pero sin vida. A su lado, otro muchacho, más joven todavía, aguantaba la respiración con los ojos fuera de sus órbitas, de rodillas, paralizado de terror. De pronto, Ronald Weasley sollozó. Sollozó bajito, tan bajito que solo su hermano pudo escucharlo, pero Percy negó con la cabeza con obstinación porque no podía ser verdad. No podía ser verdad. «Que se levante», pensó, «que me diga que es una de sus estúpidas bromas, por favor», pero Fred no se levantó.

—¡Agachaos! —escuchó gritar a alguien más.

Percy no se apartó de Fred. Se tumbó sobre él para protegerlo. Pasó una eternidad o un segundo mientras escuchaba las maldiciones que pasaban sobre él a toda velocidad. Durante esa eternidad o ese segundo, con la cabeza apoyada en el pecho de Fred, se dio cuenta de que el corazón de su hermano había dejado de latir. Entonces, sintió como los intestinos se le encogían de repente, un asfixiante nudo en la garganta, un vacío desgarrador en el pecho; el aire iba a estallar en sus pulmones. Oía a Ron pronunciar su nombre, pero dolía tanto que apenas notó que alguien lo tomaba de los hombros y le arrastraba hacia atrás. Percy se resistió a moverse y se desconectó del mundo. No fue consciente de la llegada de las arañas, de los gritos, de los hechizos, de las explosiones. Era horrible que el mundo pudiera continuar sin Fred; él no se sentía capaz de hacerlo.

Fred. Cuando lo vio por primera vez en brazos de mamá en San Mungo mientras George berreaba en brazos de papá, se preocupó porque no iba a saber distinguirlos nunca. Qué extraño fue cuando mamá le dejó tenerlo por primera vez entre los brazos. Tan chiquitín y delicado. El bebé bostezó como si pensara que Percy era muy aburrido y Percy pensó que Fred era muy feo, pero estaba muy contento porque siempre había querido ser hermano mayor y ahora no solo tenía un hermano pequeño: tenía dos. Iba a enseñarles tantas cosas...Luego, Fred le vomitó encima y no quiso volver a sostenerlo nunca más.

«Nunca más».

A partir de ahora, nunca más le vomitaría encima, ni le escondería las cosas ni se burlaría de él ni volvería a decir un maldito chiste sobre lo estirado y presumido que era. Nunca más volvería a llamarlo Perce... Percy notó como una lágrima furtiva se deslizaba por su mejilla.

Entonces, alguien cogió a su hermano por los brazos y, esta vez, vio que se trataba de Harry. Percy entendió entonces que lo último y lo único que podía hacer ya por el más travieso de los Weasley era resguardar su cadáver y, por eso, decidió ayudar. Desplazar el cuerpo de su hermano fue sorprendentemente fácil. Hacer algo por él, por insignificante que fuera, le aclaró las ideas, canalizó el dolor y le devolvió a la realidad: la guerra. De repente, se acordó de que la muerte de Fred no había sido accidental.

Vociferó que iba a ir a por Roockwood porque fue al primer enemigo que vio, pero iba a descuartizarlos a todos. No iba a dejar cuello con cabeza. Iba a darles una lección e iba a vengar a su hermano muerto aunque fuera lo último que hiciera en su puñetera vida... Fue a por él y le pilló de sorpresa porque nadie se habría imaginaba que semejante rabia y sufrimiento pudiera emanar de Percival Weasley. Combatió con fiereza y desarmó a Roockwood con apenas tres movimientos elegantes y fulminantes de la varita; no en vano había estudiado a conciencia para convertirse en un mago competente. Su hermano menor había muerto, pero él iba a seguir siendo el prefecto perfecto. Por Fred.

El mortífago estaba contra la pared, arrebujado en el suelo y con los ojos abiertos de par en par muerto de miedo mientras miraba a Percy Weasley apuntarlo con la varita a punto de formular las palabras mágicas:

—¡Avada…!

—¡No! ¡Percy, no! ¿Qué estás haciendo! ¿Se te ha derretido el cerebro? —gritó un voz familiar tras él—. ¡Desmaius!

Roockwood recibió el impacto del maleficio y perdió el conocimiento. Percy parpadeó. Se dio la vuelta lentamente para encontrarse cara a cara con su peor pesadilla. De pie, perplejo, pelirrojo, ojos azules, alto, complexión fuerte, nariz afilada y un montón de pecas. Prácticamente idéntico de no ser por la oreja. La rabia desapareció para dar paso a la miseria, a la tristeza, al pánico.

—Fred… —intentó explicar Percy, pero le tembló la voz.

—No, Percy, soy George. ¿Tan poco tiempo fuera de casa y ya nos confundes? —George sonrió, aunque se veía a la legua que se sentía algo desconcertado. Percy se quedó sin aire una vez más.

Habrían sido necesarios muchos miles de años encerrado en el Ministerio de Magia para que Percy Weasley no supiera diferenciar a los gemelos, con o sin orejas extirpadas de por medio. El primer temor tras el nacimiento de sus primeros hermanos pequeños se había disipado al cabo de un mes. A Fred lo reconocía porque le brillaban los ojos cuando lo veía acercarse y hacía esas pedorretas que, al principio eran graciosas y con el tiempo, molestas a más no poder. George siempre se reía mucho y aplaudía desde la cuna.

—No, George —negó Percy sacudiendo la cabeza—. Fred ha… ha… está muerto. Fred está muerto.

Y el mundo se detuvo.


Con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos, George salió del Salón Comedor sin muchas ganas de celebrar nada. Por fin, Harry Potter había vencido a Lord Voldemort y ya no había por qué tener miedo y el futuro… Dio tres pasos y, por un segundo, vaciló y miró a su izquierda. No, Fred no estaba allí. Realmente se había ido. El futuro era una mierda.

—Traidor —masculló entre dientes.

En realidad, pretendía ser una broma, pero no tenía fuerzas para reírse. Al revés, estaba aterrorizado y sentía unas ganas terribles de llorar, pero se contuvo. Ya había llorado suficiente. Ya había llorado suficiente todo el mundo... Miró hacia arriba y se sintió muy solo en aquel vestíbulo tan grande. Se le ocurrió pensar que el techo se había derrumbado sobre su cabeza y no la de su hermano gemelo. Y, en realidad, tendría que haber sido así, ¿no?

«Ojalá hubiera sido así»

Se suponía que iban a ser gemelos de por vida. Que si nacían el mismo día, morirían el mismo día. Y, si no, George era el gemelo prescindible, no Fred: Fred era el más ocurrente, el más atrevido. Siempre llevaba la voz cantante; las bromas de Fred eran mucho mejores que las suyas. Era incluso más lanzado con las chicas. George solía, simplemente, seguirle la corriente, así que no se le hubiera echado tanto en falta, su ausencia no dolería tanto. Fred habría sido un mejor representante del dúo que él, una vulgar imitación desorejada.

Pegó una patada a una piedrecilla y esta se desplazó dando tumbos hasta la puerta principal. George siguió a la piedra porque se dijo que no tenía nada mejor que hacer, pero, en realidad, necesitaba desesperadamente un poco de aire fresco... La deliciosa caricia del sol se le antojó injusta y estuvo a punto de volver a la oscuridad, a las ruinas del castillo y a la piedra ennegrecida por la batalla, pero decidió robar un poco más de esa inmerecida belleza y se buscó un lugar apartado junto al lago, donde los vítores del comedor ya no pudieran escucharse. Se sentó bajo un árbol y hundió la cabeza entre las rodillas durante un minuto.

Aún recordaba la voz temblorosa de Percy cuando le comunicó la muerte de Fred y el eco de esa declaración en su cabeza lo torturaba casi tanto como las lágrimas de su hermano mayor. No habrían hecho falta, en realidad, para que le creyera porque Percy siempre hablaba en serio, pero… Jamás había visto a Percy llorar antes. Se habrían mofado de él cientos de veces y nunca, jamás de los jamases, había sucumbido al llanto. A diferencia de Ron, por ejemplo, que en palabras de Fred era más «blandengue». Maldita sea, no había un solo momento de su vida que la sombra de Fred no empañara y, al mismo tiempo, la mera perspectiva de empezar a crear recuerdos sin él era desoladora.

—George.

Sorprendido, levantó la mirada. Percy se apoyaba en el árbol y lo miraba con una sombra de preocupación en los ojos.

—No pongas esa cara —comentó George y agregó, no sin disimular el sarcasmo—: Ni que estuviéramos de funeral ya…

—Lo siento, George —dijo Percy muy formal, muy en su línea de premio anual y secretario del Ministro de Magia. George sonrió agradecido por la presencia de su hermano mayor. Parecía mentira, pero lo había echado de menos.

—Anda, siéntate —le instó el menor. Percy tomó asiento a su lado y los dos se quedaron en silencio mirando las aguas del lago durante un momento, pensando en Fred.

—Perdóname —exploto Percy y George arqueó una ceja, sorprendido. De pronto, comprendió que cuando Percy había dicho que lo sentía, no le estaba transmitiendo simplemente sus condolencias por la muerte de su gemelo. El haberle malinterpretado siquiera había sido muy egoísta por su parte. No era el único que había perdido a alguien ese día. De hecho, los dos habían perdido a la misma persona.

—¿Que te perdone? ¿Por qué?

—Porque murió en mis brazos y… yo no hice nada para evitarlo.

—No pudiste hacer nada por evitarlo —negó George con voz cansada.

—Debería haber muerto en su lugar —replicó Percy con amargura y George se sorprendió escuchando precisamente eso de los labio de Percy. Pensar que a ambos les asediaban y atormentaban las mismas ideas le conmovió profundamente—. Yo soy el menos Weasley de todos y nadie me iba a echar de…

—¿Que tú eres qué? ¡Por las barbas de Merlín, Percy! ¿Quién te ha dicho eso?

—No seas hipócrita, George —susurró Percy—. Fred y tú siempre habéis dicho que soy un idiota.

—Y lo eres. Lo eres. ¿Qué duda cabe? —le aseguró George moviendo afirmativamente la cabeza de arriba a abajo—. Ron es también un poco idiota a veces. Sobre todo, es muy gruñón. Ginny tiene muy mal genio, como mamá. Bill siempre ha sido un poco chulito y a Charlie le gustan los dragones casi tanto como a papá los enchufes. ¡Enchufes, Percy! Los dos están un poco grillados, ¿no te parece? —George sonrió, más animado—. Y en cuanto a Fred, Fred era un poco cruel a veces… —Percy lo miró sorprendido y George soltó una carcajada y, luego, un suspiro. Miró de nuevo al lago con una sonrisa triste y continuó—: Sí, conozco a mi hermano gemelo muy bien. Sé que a veces se pasaba un poco.

Percy tragó saliva y miró al frente.

—Quiero que vuelva, George.

—Yo también —reconoció el menor y se restregó los ojos con la manga de la túnica porque se le había escapado una lágrima, sin querer—. Pero ya ves, la Weasley es una familia de idiotas. El único que se salva soy yo, que no tengo defectos. —Percy sonrió—. Y como tú eres el rey de los idiotas, Perce, te aseguro que eres el más Weasley de todos.

—Os he dado la espalda durante tres años, George.

—Pero has vuelto y eso es lo que verdaderamente importa —rebatió George—. Todos nos equivocamos, pero tener el valor para reconocerlo y enmendar tu error… Eso no lo hace cualquiera.

Puede que aquella fuera la primera cosa bonita que había dicho George sobre Percy en toda su vida. George se acababa de dar cuenta según hablaba y se sintió extrañamente liviano, como si se hubiera quitado un peso de encima. La verdad es que habían martirizado a Percy tanto, que no le extrañaba que hubiera llegado a sentirse fuera de la familia.

—Perdóname, Perce. Bueno, a los dos. A Fred y a mí. Por burlarnos tanto de ti, quiero decir.

—No pasa nada. Me habéis curtido a base de bien —sonrió Percy—. Te voy a pedir un favor.

—¿Cuál?

—Sigue así.

—¿Así cómo?

—Bájame los humos de vez en cuando, cuando lo necesite. No podría ser de otra manera.

George asintió, serio.

—A Fred le habría gustado —continuó Percy—. No te hubiera perdonado jamás que te volvieras un aburrido. Un idiota sí, pero un aburrido, nunca.

Los dos se miraron con complicidad y, finalmente, George se puso en pie y extendió la mano para ayudar a Percy a levantarse. Percy hizo lo propio, pero después, le pasó el brazo por los hombros a su hermano y los dos Weasley regresaron al castillo, con el corazón en un puño.

Ya en el Salón Comedor, se sentaron con el resto de sus hermanos, que se quedaron inmediatamente callados. George, entre Charly y Bill, pasó su mirada por la mesa y posó los ojos en su madre, la más valiente de todos, que le sonrió a duras penas. Su padre la tenía tomada de la mano y apretaba la mandíbula.

De repente, George observó una jarra de cerveza de mantequilla que los elfos debían de haber traído de Cabeza de puerco y se sirvió un vaso. Echó la cabeza para atrás y se rió, para sorpresa de todos.

—¡Bueno! Creo que esta familia tiene algo que celebrar, ¿no? ¡Venga, servíos!

Percy lo miró extrañado, como todos, pero tanto él como los demás obedecieron sin rechistar, quizás por miedo. A continuación, George elevó la jarra de cerveza en al aire y propuso un brindis:

—¡Por Percy Weasly, que ha vuelto a casa!

Su madre sonrió de verdad, con todos los dientes, cuando todos elevaron las jarras en el aire. Percy lo miró de hito en hito y George supo entonces, con toda certeza, que Fred, donde quiera que estuviera, se reía de lo lindo y aplaudía, con los ojos, muy, muy brillantes.