Liar

Era más o menos una semana de estar de vuelta en casa, se lo decía el televisor y el calendario; había algunas horas que parecían interminables al estar en un espacio limitado —aunque tan conocido— tenía que decirlo, y Aomine que llegaba tarde.

Llevaba todo ese tiempo encerrado, ni siquiera las ventanas podía abrir —todas las había cambiado el moreno junto con la chapa de la puerta— así lo dejaba todo el día ahí, incomunicado, silencioso, en su torre triste.

Kise había empezado a usar la ropa del moreno pues la suya ya no estaba ahí, ninguna de sus cosas estaba ahí, y no podía pedirlas a nadie, ni siquiera a Aominecchi porque no encontraba el momento, a pesar de que tenía todos sus momentos cuando él atravesaba la puerta; Kise iba asimilando más lo diferentes que habían crecido mediante la ropa, Daiki estaba tan grande y fuerte, tan rápido; Kise no, por supuesto su cuerpo era hermoso, terriblemente hermoso y estético, pero no se comparaba con Daiki, no podría, él era incluso más alto en ese momento y apenas que le quedaba grande la playera del día que le tomaba prestada era que se daba cuenta, habían crecido bien diferentes; pensando se pasaba una mano por la nuca, su cuello era un desastre adornado de mordidas y chupones que se extendían desde éste hasta sus hombros, en su espalda, en su pecho, por todos los lados que Aomine había mordido; antes había sido un problema ya que Kise vivía de su cuerpo, de mostrar su hermosa piel y adornarla, pero ahora no, Daiki iba dejando bien claro que Kise era su prenda personal.

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Entrando la tarde Kise iba a la cocina, sabía poco de ello pero se aplicaba fácil, Daiki no dejaba a nadie de servicio entrar a su casa, así que era el rubio quien para matar sus horas cautivas arreglaba por aquí y por allá, y procuraba no pensar; seguro que lo estaban buscando afuera, aunque la verdad, no tuviera tantas ganas de ser encontrado.

Daiki estaba jugando con él, se desquitaba por la humillación que le hizo cuando lo dejo solo, Daiki caprichoso porque… era absolutamente imposible que Daiki hiciera eso porque lo quisiera, porque lo amara o siquiera lo fuera deseando, eso lo tenía bien presente; Daiki nunca lo había amado ni con la punta de sus dedos, esto debía ser sólo por orgullo, por posesión. Kise dejaba colgar sus largas pestañas entonces, los muebles y la luz se ponían más tristes, todos esos años había estado a su lado esperando ser correspondido, ser amado, aguantando, conformándose, creyéndole y esperándolo, pero ya no podía, se había agotado, ya no eran unos niños y él ya no se encontraba bien, Daiki era su enfermedad, una que no lo amaba ni por ser quien palidecía y amorataba su cuerpo, quien lo enrojecía y succionaba su alma.

La puerta se abría mientras él terminaba de picar los vegetales, entonces volteaba y sonreía ensayadamente, aunque en sus labios realmente ya no quedara nada de sonrisa real.

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Comían en silencio, Kise ya no le decía más que de tonterías superfluas cuando le hablaba, y respondía lo mismo cuando le preguntaba; había dejado de pedir que lo dejara ir en la tarde del tercer día de cautiverio, tan poca resistencia tenía.

Entonces el moreno era víctima de la diaria gota que derrama el vaso, y se levantaba y el tenedor golpeaba la mesa, la silla trastabillaba hasta caer de espaldas a piso y Aomine seguía al rubio que se llevaba los platos a lavar y cuando lo alcanzaba, esa pieza de la vajilla que le gustaba se volvía mil cachitos en el piso, Aomine lo jalaba del brazo y se lo llevaba para su cuarto donde la cama ya estaría limpia y bien arreglada por el cautivo mismo. Kise no decía nada.

Como una muñeca se dejaba llevar y Aomine le apretaba la piel, le azotaba en la cama y le enterraba los dedos con todas sus uñas sobre la dermis también, para que se quejara, para que fuera por unos segundos real por lo menos, y así lo hacía; solo siendo lo suficientemente malvado conseguía del rubio movimientos autónomos, aunque fueran para zafarse, de lo contrario este simplemente se quedaría sobre el colchón a la espera, y le regalaría un par de gemidos y un orgasmo que no era tan húmedo como cuando peleaban y se mordían los cuellos.

Y era justo el momento donde sus cúspides se encontraban, chocaban en el cielo, que Aomine después de tanto tiempo que su pareja había esperado al fin le confesaba su más ardiente sentimiento, su locura y su dolor de pecho, la causa de su vandalismo físico, entonces Kise decía, ya bajando de la cúspide a una velocidad de dos Kilómetros de piel por segundo, que no le jugara esas bromas, maldito mentiroso. Porque Kise lo supo, en lo más profundo de su ser, lo entendió desde que conoció a Aomine, que este nunca lo iba a amar, se lo había gravado con un montón de dolor y fuego en la espalda, y no había palabras en el mundo, convicción o persona que lo convencieran de lo contrario ahora, incluso que ahora Aomine de verdad lo amara, tanto como para encerrarle de ese modo, no lo iba a convencer, Aomine debía estar jugándole una broma cruel.

Te amo… todos estos años yo…

Mentiroso, tan mentiroso… ¿por qué nunca pudiste amarme?

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Una semana más y Aomine fue llamado por la persona a la que esperaba antes lo hiciera, se vieron en las instalaciones del lugar de Aomine, pues este nunca iría por su cuenta donde el empresario, ni atendería una cita en otro lugar.

Era curioso que aun habiendo cruzado y mar, y con todos esos años pasados, ese tipo de situaciones se hubiera quedado totalmente entre ex compañeros de secundaria.

Una charla fatal, tan despiadada.

Nunca una persona podría contarle a Daiki las cosas de un modo tan real y frio, tan sínico.

Akashi Seijuuro era una persona realmente sorprendente, a su edad ya era uno de los empresarios más importantes de Japón, y solo iba en asenso; esto también debía ser un capricho, pero Akashi sabía cómo darse a entender, y declarar su poder contra las personas.

Por supuesto, nada había sido tan difícil con Kise y su actitud de cachorro abandonado, compadeciéndose de él mismo y negado a salir de su patetismo; Akashi no miraba eso, pues si lo hiciera simplemente hubiera dado la vuelta olvidando que lo conoció, pero Akashi, lo que él veía, era el potencial de las personas, sin duda el rubio tenía mucho potencial.

Era como la más carísima joya que se hubiera presentado a sus ojos en un tiempo, un adorno peculiarmente hermoso, perfecto y gracioso, de los cuerpos más codiciados del momento, pensó entonces que le faltaba trofeo de ese tipo en su casa, y Daiki siempre había tenido la guardia tan baja, por lo demás, había sido demasiado fácil, casi aburrido; podía identificar a Ryouta como un necesitado en un segundo, él sólo le tendió la mano.

Lo llevo a su casa y lo lleno de más lujos, reviso por todos los lados su compra, tocando por aquí y por allá, oprimiendo y puliendo el desgaste, le puso un hueco en medio del pecho y le entreno los modales y las palabras. Y él era tan obediente como un cachorro.

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El empresario le invirtió tiempo y disciplina, era natural que fuera a ver al deportista para que le devolviera lo que ahora era suyo, que para ese momento ya debería entender que no podría tener nunca nada más con Ryouta; una persona debe cuidar a su mascota hasta el último momento.

Por supuesto el moreno se negó, Akashi estuvo serio por un momento y luego sonrió, sus órdenes eran absolutas.

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Cuando Aomine llego a su casa las luces estaban apagadas, fue directo a su habitación y como esperaba Kise estaba durmiendo, un par de días atrás había empezado a hacer eso; comía con Aomine cuando este llegaba y luego luchaban en la cama hasta dejarla húmeda, entonces el rubio dormía y no despertaba hasta el día siguiente, hasta tan tarde, que cuando Aomine regresaba lo encontraba en el mismo lugar, cada día más pálido y somnoliento, enfermando por él en la tertulia, llamándolo mentiroso cuando le acariciaba tiernamente la mejilla.


Bueno, me tarde un poco en actualizar y al final puse Akakise, espero no les moleste, es poquito v.v...

gracias por sus hermosos revs! y ojala que se pasen por mi tabla "Treinta líneas" trae todo mi amor! ciaus!