Disclaimer: No soy rubia ni quiero serlo. Así que no, esto no me pertenece, to's de JK.
Este fic participa en el reto Tres palabras, tres personajes del foro The Ruins. Tiene que contener tres capítulos con tres personajes y relacionarlo con tres palabras (en mi caso: Minerva McGonagall: Metamorfosis, Aberforth Dumbledore: Cabra y Pansy Parkinson: Interés). Además, no podía pasar de las 500 palabras (¡y no pasa!) por capítulo.
Capítulo 1: Vocación
Minerva, o Minnie como la llaman sus hermanos pequeños, tiene once años, el cabello negro y recogido en dos trenzas largas y el escudo de Gryffindor (rojo, aunque siempre le haya gustado más el verde) en la pechera. Está emocionada, ¡es la primera clase a la que asistirá!
Desde que supo que era una bruja, Minerva ha estado dando vueltas de arriba abajo. Sueña con hacer levitar objetos, encantar mágicamente los platos para que se laven solos (tarea que ha odiado, sobre todas las cosas) y conseguir una montaña de oro con solo un giro de muñeca.
Si tiene que ser sincera, Minerva no tiene muy claro que significa ser una bruja. Su madre lo es, pero nunca hace nada especial. Solo se sienta junto a la lumbre, con mirada apagada, y le cuenta historias de su juventud en las que la magia tiene un papel muy secundario.
En su casa, ser una bruja es algo vergonzoso. Es un secreto que hay que ocultar a los vecinos y del que no se puede hablar bajo-ninguna-circunstancia. Pero Hogwarts es distinto. Todo el mundo lleva sus varitas a la vista y hablan sin miedo por los pasillos. Así que Minerva está emocionada. Es un gran cambio.
Se sienta en primera fila, quiere absorberlo todo, saberlo todo. Hasta la última palabra. Quiere que su madre vuelva a llorar de orgullo cuando la vea convertida en una gran bruja, tal y como decía que era su abuela.
Cuando entra el profesor, ya tiene todos sus útiles sacados. El libro sobre la mesa, la pluma y el tintero a un lado y el pergamino para tomar notas convenientemente estirado. El profesor, un hombre alto y delgado, con larga cabellera y barba pelirroja, se acerca hasta el atrio. Lleva un vestido -una túnica, se recuerda rápidamente- y la varita entre los dedos delgados y alargados.
— Bienvenidos— dice el hombre—, mi nombre es Albus Dumbledore y yo os enseñaré el noble arte de la transformación.
Y sin decir nada más, apunta hacia Minerva que no puede evitar soltar un jadeo mal contenido. El profesor Dumbledore hace una pequeña floritura y una suave luz amarillenta choca contra su escritorio. Minerva se asegura de no cerrar los ojos ante el resplandor, sea lo que sea aquello es la primera vez que ve hacer magia de verdad (no magia accidental, como la que hacen sus hermanos pequeños) y no piensa perdérsela.
Ante sus ojos aparece una flor. Minerva alarga la mano sorprendida. Es una flor fría al tacto y dura, de cristal, de tallo alargado y elegante, hojas finas y delicados pétalos. Minerva tiene los ojos tan abiertos que creen que se le van a salir.
Levanta la mirada y se encuentra con la de su profesor. Es una mirada cómplice, una que solo comparten ellos dos. Él sonríe un poco y le guiña un ojo. Minerva toma una decisión.
Sea lo que sea lo que ha hecho ella también quiere aprender a hacerlo.
Y piensa ser la mejor.
Continuará.