Draco Malfoy y el corazón de un Slytherin

Capítulo 1 – Vacaciones de verano

Así no era como había planeado pasar las vacaciones de verano.

Los ojos grises de Draco Malfoy taladraron la puerta símil madera del número 4 de Privet Drive. Albus Dumbledore estaba de pie a su lado, aferrándolo firmemente de la parte posterior del cuello para que no pudiera escaparse o transformar al director de Hogwarts —la Escuela de Magia y Brujería— en una salamandra; de otro modo, existía una alta probabilidad de que cualquiera de esos dos eventos se registrase.

Draco maldecía en silencio a su padre por haberlo metido en un tal aprieto. El infalible Lucius Malfoy había resultado no ser tan infalible como siempre alardeaba. El Ministerio lo había arrestado esa mañana por el asesinato de una familia de muggles. Se corrían rumores de que el Ministerio disponía incluso de un testigo ocular, las pruebas en contra de Lucius Malfoy eran abrumadoras. Draco no se había sorprendido demasiado. Su padre se había vuelto muy descuidado desde el retorno del Señor Oscuro, y si bien a Draco los muggles no le inspiraban ni un ápice de compasión, lo cierto era que los actos de su padre habían sido estúpidos y difícilmente le ganarían el encomio del Señor Oscuro, lo más probable era que Voldemort quisiera matarlo.

La madre de Draco, Narcissa, estaba de vacaciones en Francia. Draco dudaba que fuera a volver hasta que Lucius fuera liberado o encerrado en Azkaban. Draco habría ido a reunirse con ella, pero Dumbledore se había hecho presente en la Mansión Malfoy apenas minutos después del arresto de Lucius y "para su protección" el director había decidido que Draco debía cambiar de residencia durante el verano para ir a vivir con los Dursleys, en el número 4 de Privet Drive, Little Whinging, Surrey, el hogar de un tal Harry Potter.

Draco apretó las mandíbulas cuando Dumbledore hizo sonar el timbre. El Slytherin de cabellos rubio platinado no había recibido ningún tipo de explicación de por qué tenía que quedarse, de todas las personas posibles, nada menos que con Potter. Muchas de las familias de sus amigos lo habrían recibido en sus casas o podría haberse quedado solo en la Mansión como había ya ocurrido en múltiples oportunidades anteriores. Con quince años, estaba más que capacitado para cuidar de sí mismo.

Pero allí estaba inmovilizado por la férrea mano de Dumbledore en el umbral frente a la puerta. Decidió que por el momento aceptaría quedarse. Días más tarde ya vería de evadirse —no se animaría a usar magia fuera de las defensas protectoras de la Mansión, no quería que lo expulsaran de Hogwarts— pero podría tomar el Knight Bus para que lo llevara a la casa de alguno de sus amigos.

La puerta se abrió y la mueca desdeñosa se le borró instantáneamente de la cara. El chico que había atendido no era el mismo que había visto un mes antes bajando del tren en la estación de Kings Cross. Draco mismo había crecido unos centímetros durante ese último mes, su voz se había agravado un poco pero seguía siendo menudo y su piel conservaba aún la suavidad infantil.

Comparado con Draco, Harry Potter se veía… inmenso.

El Gryffindor estaba descalzo, vestía unos pantalones deshilachados que le llegaban a la mitad de la pantorrilla. Los tonificados músculos de las piernas sólo quedaban parcialmente ocultos. Un cordón hacía las veces de cinturón. Todo indicaba que eran pantalones que habían pertenecido a alguien mucho más gordo y menos alto que él. La remera muy amplia, tampoco era de él pero las mangas había sido desgarradas, probablemente para que se acomodaran mejor a los brazos musculosos.

Tenía ojeras muy marcadas pero por lo demás la cara se veía igual, las mechas negras seguían tan desordenadas como siempre. Tenía la piel muy bronceada, que contrastaba con la palidez de la de Draco. La cicatriz de la frente era menos evidente por el tono dorado de la tez.

—Señor. —saludó Potter, con una voz que no había cambiado del todo. Draco sonrió para sus adentros, por lo menos un efecto negativo tenía la pubertad sobre el Gryffindor.

—Harry. —respondió Dumbledore afable— Siempre es un gusto.

Harry le dirigió una rápida mirada distraída a Draco y centró su atención nuevamente sobre el director. —¿Puedo preguntar lo que lo trae por aquí, señor?

—¡Eh mocoso! ¿Quién es? —se oyó una resonante voz desde atrás.

Harry se dio vuelta a medias para responder. —Es el profesor Dumbledore, tío Vernon, de Hogw… de mi escuela.

Un buey descomunal con un muy poblado bigote apareció y empujó a Harry a un lado. —Ah, es Ud., viene a llevarse al muchacho, supongo… —dijo con un brillo esperanzado en los ojos.

—No. —respondió Dumbledore— he venido a solicitarle su ayuda para que reciba en su casa al joven Malfoy durante el resto del verano.

—Ya nos resulta muy oneroso tener que mantener a éste ¿y Ud. espera que recibamos a otro? —dijo tío Vernon con sorna.

Dumbledore sacó un grueso rollo de billetes de uno de sus bolsillos. —Será Ud. apropiadamente compensado por su asistencia, señor Dursley.

Vernon se relamió codicioso y estiró la mano para recibir el rollo. —Creo que podremos darle cobijo y sustento hasta que empiece el nuevo período escolar. Muchacho, conduce al señor Malfoy a tu cuarto, se alojará allí durante su estadía.

—Sí, tío Vernon.

—Gracias, señor Dursley. —dijo Dumbledore, tío Vernon asintió distraído y volvió al interior contando los billetes.

Harry reapareció, miró a Draco unos segundos y luego sus ojos derivaron al baúl que estaba a su lado. —¿Es el tuyo?

—¿Y de quién más podría ser? —preguntó Draco sarcástico.

Harry endureció los rasgos por un instante luego castañeteó los dedos y murmuró algo, el baúl se desvaneció con un pop. —¡Hey!

—Harry, si me permitís una palabra. —pidió el director soltando finalmente a Draco. Draco se frotó la parte posterior del cuello. Harry salió y él y el director se apartaron unos pasos de la puerta. Draco dudaba que el alumno favorito de Dumbledore fuera a recibir una reprimenda por esa demostración de magia, lo cual era una injusticia. Las reglas siempre se acomodaban para satisfacer al Gran Harry Potter.

—¿Cómo estás? —preguntó Dumbledore con tono de preocupación. No se habían alejado demasiado, Draco podía escucharlos.

—Bien, dentro de todo. —respondió Harry— Sé que Snuffles le ha estado informando de lo que le cuento en las cartas, así que presumo que Ud. ya sabe de los sueños.

—Así es.

Harry se pasó una mano por los negros cabellos, despeinándolos aun más. —Supongo que el que Draco esté acá no es algo casual. ¿Ud. quiere que le enseñe?

Draco frunció el ceño. No había nada que Potter pudiera enseñarle, Lucius Malfoy era su padre y ya le había enseñado mucho más de lo que Potter pudiera saber.

—Eso lo dejo a tu decisión. —contestó Dumbledore— Aunque creo que el señor Malfoy podría ser un aliado formidable…

—Señor, sus insinuaciones son tan sutiles como un martillo neumático. —dijo Harry con sarcasmo.

Dumbledore dejó oír una corta carcajada y le apoyó las manos sobre los hombros. —Espero que sigas bien, joven Harry. Nos volveremos a ver el 1º de septiembre.

—Prometo llevar el cadáver de Malfoy conmigo cuando vuelva a la escuela. —dijo Harry.

Dumbledore retrocedió un paso, saludó a Draco con un breve gesto y desaparicionó. Harry se quedó pensativo con la vista fija en el espacio que había ocupado el director. Después de un minuto, Draco carraspeó ruidosamente, fastidiado de que no le prestara ninguna atención. Los fulgurantes ojos verdes se volvieron a mirarlo y por un momento parecieron sorprendidos, como si se hubieran olvidado de la presencia de Draco.

—Ah, vos… —dijo finalmente, con un tono que aumentó más aun la irritación de Draco— Vení, seguime.

Draco iba pensando en toda una artillería de hechizos para atacarlo mientras iba caminando detrás de Harry. Cuando entraron en la casa Draco alzó la nariz desdeñoso. La vivienda entera era más chica que el hall de entrada de la Mansión. Era obvio además que los Dursley no tenían elfos domésticos. Draco no quería tocar nada, sólo Merlín sabría lo que podría llegar a contagiarse.

La segunda habitación en el piso superior estaba llena de libros, juguetes y dispositivos electrónicos rotos. Había además una cama, dos baúles —el de Harry y el de Draco—, un escritorio, una silla y una ventana con barrotes. Hedwig, la lechuza de Harry, estaba en su jaula y la Firebolt estaba apoyada contra la pared a un lado de la ventana abierta.

—La cama es para vos. —dijo Harry.

—¿Acaso creías que iba a aceptar dormir en el suelo? —replicó Draco altanero.

Harry se apoyó contra la repisa de la ventana y se cruzó de brazos. Los aires altivos de Draco no lo intimidaban en lo absoluto. —Presumo que no estás acá por tu voluntad, así que vamos a dejar de lado todas las formalidades. La única razón por la que podés quedarte con la cama es que yo muy raramente duermo. No sé si tío Vernon te va tratar como a un huésped o como a un sirviente, como me trata a mí. Así que más vale que vayas preparándote para trabajar.

Draco empezó a protestar pero Harry no le hizo caso y prosiguió: —Podés usar magia mientras estés dentro de los límites de la propiedad, pero no podés usarla contra los Dursleys, ni contra ningún otro muggle que venga de visita. —Harry entrecerró los ojos— Si llegaras a atacarme a mí, no vas a poder contarlo, ya pensaré en alguna excusa para explicarme ante Dumbledore cuando le entregue lo que haya quedado de vos.

—Eso quisiera verlo. —dijo Draco con desdén.

—Te puedo asegurar que no es algo que quisieras ver. —declaró Harry muy calmo.

Draco se erizó entero y se llevó la mano al bolsillo para sacar la varita, Harry se limitó a observarlo a través de esos ridículos anteojos redondos sin inmutarse. La actitud despreocupada de Harry lo indignó más aun, lo apuntó con la varita. Harry no se movió. —¿No vas a protegerte, Pottter? —le gritó.

¡Accio varita! —dijo Harry siempre calmo.

La varita voló instantáneamente de la mano de Draco a la de Harry. —No constituís ninguna amenaza para mí, Malfoy. Muchas cosas han ocurrido en este mes desde que terminó el período escolar, y si bien es muy posible que vos me superes en casi todas las materias, puedo asegurarte que soy mucho mejor que vos en encantamientos y en hechizos.

Harry cruzó la habitación y le ofreció de vuelta la varita. —Me pasé los últimos treinta días entrenándome para enfrentar a Voldemort y continuaré haciéndolo hasta que me sienta seguro de poder vencerlo. Dejando aparte la animosidad que sentís hacia mí, tenés dos opciones, o sos mi aliado o mi enemigo en la lucha. Vos elegís.

Draco alzó una ceja. —¿Y si eligiera ponerme del lado del Señor Oscuro?

—Si llegara a ser así, te deseo que disfrutes de tu estadía en Azkaban junto con los otros mortífagos… —dijo Harry enfilando hacia la puerta y agregó por encima del hombro— …si es que todavía estás vivo para entonces, claro.

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