¡Hola!, bueno ahora sí, hemos llegado al final, gracias, me alegra ver que os ha gustado estos capítulos desde el punto de vista de Draco, la verdad es que creo que nuestro rubio merecía un momento y que algunas de sus reacciones quedasen "explicadas" Gracias por las lecturas, los favs, y en especial a todo/as las que os habeis animado a comentarme.Sé que me repito, pero es un placer leeros, y saber que no estoy "sola" y que os ha gustado lo bastante como para regalarme un poco de vuestro tiempo. He respondido de forma individual, como siempre, pero de nuevo gracias. Y no me enrollo más, os dejo con el final, y ya sabeis, las adevertencias son las mismas del primer capítulo y en este además aseguro una alta dosis de azúcar.


Beteado por Hermione Drake y RoHoshi, dos talentosas mujeres que me ayudan cantidad. ¡Gracias!


II


—Hola —susurró, dándole un beso en la nariz, que tenía helada—, es Nochebuena ¿verdad? —Harry gruñó contra la almohada y no respondió. Chasqueando la lengua, dejó la bandeja y se metió bajo las mantas. Era su cama, la que él había elegido junto a Harry años atrás. El moreno había tartamudeado, rojo como una remolacha, mientras le explicaba dos noches atrás que no había dormido allí con nadie más. Draco no debería haberse sentido tan feliz, pero lo había estado. Alisó las sábanas estampadas con unos horribles cuadros escoceses que se habían vuelto sus favoritas y le zarandeó de nuevo.

—Hummm, cinco más... —La voz ronca sonó apagada desde debajo del cojín.

—Tengo que irme en veinte minutos y tú también —amonestó. Coló una mano, fría tras la ducha, y la posó sobre las nalgas desnudas del Gryffindor, que se tensó dejando escapar una palabrota—. Esa boca, ¡voy a tener que castigarte!

No había acabado de hablar cuando ya lo tenía encima; con una carcajada, se dejó asaltar, recibiendo gustoso esos besos dulces, llenos de hambre y sueño. Los dedos enredados mientras sus cuerpos se entibiaban, frotándose el uno contra el otro. Apoyó las manos en la espalda ancha, bajando despacio por la depresión central, recorriendo la suavidad de los huesos de la cadera hasta perderse en las curvas gemelas de las nalgas. Luego aún más abajo, hasta ganar el vello de los muslos y la dureza que se le clavaba en el vientre, enloqueciéndole de lujuria.

Harry alzó la cabeza, mechones dispares de azabache, ojos de jade, brillantes y líquidos, que hacían que la cabeza le diese vueltas. Esa boca roja curvándose en una sonrisa tierna y a la vez llena de picardía. Le enseñó los dientes antes de bajar de nuevo y morderle, despacio, haciéndole gemir y arquearse, las palmas abiertas todavía rozando la parte baja de la espalda, el trasero. Tembloroso por la impaciencia, llevó el dedo corazón hasta sus labios y lo lamió, mientras Harry le embestía con suavidad. Le acarició el apretado botón en círculos, incitante.

—Draco... —jadeó en su oído. Su lengua ardiente creando dibujos imposibles sobre su pecho—. Evanesco...

La magia vibró, ronroneando, el Slytherin rozó su pene erecto contra el de Harry. Aquellas muestras de poder eran tan... excitantes. Abrió las piernas y chupó cuanto pudo alcanzar de su novio.

—Házmelo —rogó el moreno entre suspiros, recibiendo dentro de sí dos de aquellos dedos que tanto adoraba. Con un jadeo complaciente, se arqueó, intensificando el contacto—. Ah, sí... sí...

—Arriba, móntame, quiero verte —pidió Draco, las pupilas dilatadas por el placer que le proporcionaba aquella tórrida visión. Harry era pura sensualidad, era amor, lo era todo. Encajaban con tal perfección que estar enterrado en él era como regresar a casa. La imposible estrechez, caliente y sedosa, le impulsaba a alzarse y pujar con desespero, pero estaba demasiado absorto en el rostro de dicha del hombre que le dominada con su mirada verde. Los dedos se entrelazaron mientras le cabalgaba, lento y hondo, los huesos adaptándose a los de Draco, el cuerpo tiritándole por el esfuerzo de no dejarse arrastrar al clímax demasiado pronto—. Así...

—Draco... —gimió el Gryffindor. Los músculos le palpitaban, cada movimiento más fuerte y errático que el anterior. El miembro erecto pulsó necesitado y el Slytherin correspondió rozando aquella carne turgente, tomándolo entre sus dedos—. Estoy... muy...

—Cerca... —lloriqueó. Aquel calor era inaguantable, tiraba de él y con un jadeo clavó las uñas de la mano libre en aquella cadera sinuosa, apremiándole a apretarle más—. ¡Harry... ah sí... por Merlín! —El orgasmo le arrastró mientras su amante seguía recibiendo todas y cada una de las oleadas. Las yemas de los dedos resbalaron frenéticas, masturbándole mientras Harry latía, convulsionando en torno a su falo.

Besarse, lamerse, morderse, era tan necesario como respirar, más importante que recobrar el aliento. Riéndose por lo bajo, convocó su varita y les refrescó con un fregotego.

—Voy a llegar tarde —se quejó juguetón.

—Hummm —Harry apoyó la cabeza en su hombro y suspiró. Draco sintió como se erizaba de gozo ante ese íntimo sonido lleno de satisfacción. Él había provocado eso... esa mirada dulce, un poco desenfocada, llena de ternura y paz.

—Tienes que comer, Harry, hoy estás de guardia hasta las doce, ¿verdad?

—Oh, sí mami, me tomaré toda mi leche... —Arqueó una ceja y rió más fuerte cuando Draco le empujó sin miramientos.

—Te he dicho mil veces que no hagas chistes, Potter, eres muy malo para eso —se burló. Harry se estiró, aún desnudo, caminando hacia la ducha—, te perdono sólo porque tienes un precioso culo, cabrón.

—¿Quién es ahora el poeta, Draco? —El agua silenció la carcajada del moreno. Draco se vistió, recogiendo el desastre de mantas con un par de pases de varita. En una silla, descansaba la capa de auror que su pareja rara vez usaba. Tomó la taza llena hasta los bordes de la humeante infusión, sorbiéndola con deleite antes de levantarse y empezar a ordenar su ropa. Estaba enfrente del espejo cuando Harry regresó, una toalla en las caderas y el cabello chorreando agua.

—Anda, tómate un café, si le dejas el hechizo no está igual de bueno —le ofreció su tazón con un poco de crema y azúcar—. Trae, cafre, dame eso.

Hubiese podido secarle con magia, pero adoraba el tacto del cabello húmedo entre sus yemas. Besó la nuca y frotó la espalda, hasta descubrirle el trasero.

—Si sigues así —le amenazó con una risa ronca— vas a pasarlo mal, Draco.

—No es mi culpa que te pasees desnudo e indecente a mi alrededor —comentó, palpando el músculo con regocijo.

—Ya, claro... —Apuró el último sorbo y levitó la taza hasta la bandeja. La ropa interior llegó hasta su mano.

—Eres un chulito, ¿no es así, Potter? —Le dio un beso y se sentó para calzarse—. ¿No puedes sentarte como todos?

—Si me siento ahora mismo Malfoy, no me voy a acordar de tu familia para algo bueno, así que... cállate —amenazó, guiñándole un ojo antes de convocar el resto de su indumentaria.

Vestidos al fin, Draco tomó su gorro y la bufanda para abrigarse camino del metro. Harry, que iría por la red flú hasta el Ministerio, sólo llevaba una camisa de franela y uno de aquellos vaqueros que a juicio de Draco eran demasiado ajustados. Ojeó con ganas aquel delicioso trasero, prometiéndose que esa noche volvería a darle toda su atención. La capa reglamentaria estaba doblada sobre el sofá. Era la primera vez que se separaban desde que, en aquel pub del Soho, habían decidido volver a empezar de cero.

—¿Te veo esta noche...?

—¿Crees que podríamos...?

Rieron, un poco nerviosos. Harry alzó la mano y le mostró un juego de llaves.

—Vale... mira, no te asustes ni creas que quiero que me correspondas con las de tu piso ni nada, pero desde aquí sólo hay unas paradas de metro al hospital, si necesitas venir y no estoy... úsalas —pidió, cerrando los dedos de Draco en torno al metal—. Las protecciones te van a dejar entrar sin problemas y tienes la flú, podrás ir a San Mungo si necesitas hablar con Ewan o lo que sea...

—Potter —le interrumpió, abrazándose al cuello del Gryffindor—, te quiero.

—Y yo —susurró, besó los labios de Draco, que sabían a menta—; venga, vamos, te acompaño.

—Vas a llegar tarde —objetó, pero enlazó los dedos con los de su chico, guardando las llaves junto a las del apartamento que compartía con Paul.

Se caló el gorro negro y cogió una abrigada chaqueta, sus botas tenían un discreto hechizo para evitar que resbalasen en el hielo, que también aplicó sobre las de Draco. Se cruzó un viejo bolso en el que embutió la capa y algunos libros.

—Son para lo de la maldición de la cámara de los Middleton, los duendes nos han pedido ayuda —explicó.

—¿Los duendes... en serio? —Draco le arregló el cuello de la prenda, besándole de nuevo—. No te has afeitado.

—Ajá —Encogió los hombros y caminaron juntos, tomados de la mano.

—¿De verdad no vas a tener problemas por llegar tarde? —repitió antes de entrar en el subterráneo.

—Draco, soy el puto niño que vivió, en los años que llevo trabajando allí sólo he dejado de ser puntual cuando he estado enfermo. Por una vez, hoy les diré que se me han pegado las sábanas porque mi novio no me dejaba salir de la cama. Si me quieren amonestar, que se jodan —comentó, con una sonrisa de oreja a oreja.

—Idiota —susurró en su oído, tan feliz que creía que iba a reventar.

En la puerta del hospital se volvieron a ganar una sarta de bromas por parte de alguno de los compañeros de Draco, que en su mayoría recordaban a Harry y les vitorearon mientras se despedían.

—¿Te espero entonces? —pidió Harry, los dedos fríos sobre las mejillas del Slytherin, que asintió.

—Llevo la cena. ¿Indio? ¿Te sigue gustando el cordero vindaloo? —propuso—. Tú sólo...hummm, desnúdate.

—Pervertido. —Rió deleitado, con las mejillas encendidas—. Nos vemos; te quiero, Draco.

—Adiós y cuídate —Le tomó por los hombros y le miró con seriedad—, nada de arriesgarte.

—Vale, mami —se burló.

—Te quiero, Potter. Si no te cuidas...

—Que sí... —asintió. Un último beso antes de alejarse, los ojos verdes brillando de pura dicha—. ¡Te quiero!

Le observó caminar mientras se giraba, seguramente buscando un buen lugar donde desaparecerse. El corazón le iba a mil. Apretó las manos en torno al bolso donde llevaba esas llaves, sus llaves. Quizás para la mayoría de la gente aquello era una locura, pero se conocían tanto... Con una sonrisa de complacencia, se topó con Tony, que silbó examinándole.

—Acabo de ver a alguien que parecía Potter y tú traes esa cara que no te veía desde... ¿hace un par de años?

—¿Qué cara? —rezongó, arreglándose el pelo.

—De recién follado, a conciencia, más de una vez. —Tony se carcajeó ante la mirada de altanero desprecio de su compañero, a veces Draco parecía haberse criado en palacio.

—Jódete, Tony. —La sonrisa lenta, sincera, le iluminó el rostro—. Qué tópico eres.

—Pero cierto, amigo mío, los tópicos están muy subestimados —porfió de buen humor—. Venga, vamos, hay que trabajar a pesar de que sea Navidad.


—Ven un segundo. —Draco, de pie frente al vestíbulo del salón de actos del Ministerio, tiró de Harry. Habían llegado algo más tarde de lo esperado y por suerte estaban solos—. Puedo entrar antes, los chicos están ahí, así evitas que...

El Gryffindor le observó durante un segundo: —¿No quieres...? Sé que esto está siendo muy rápido, que sólo hace unos días que salimos... —Tragó saliva con nerviosismo—. No somos como Ewan y Cody, por ejemplo, nosotros nos conocemos y yo estoy seguro si tú lo estás. Eres mi pareja y vamos a entrar juntos o no vamos a entrar.

Draco giró los ojos y apartó una pelusa imaginaria de la túnica de gala de Harry, el tejido verde botella, casi negro, le daba un tinte intenso a la mirada cristalina. La camisa de cuello rígido relucía blanca e inmaculada. Harry había prescindido de pajarita o corbata, pero seguía estando espectacular.

—Estás guapísimo, Harry, no te apartes de mí o los moscones te alejarán de mi lado y tendré que batirme en duelo con ellos —bromeó, posando la mano sobre el pecho, sintiendo latir el corazón de su novio.

—Tú también, a nadie le sienta tan bien ese color rojo —alabó.

Draco observó su túnica, era de un profundo tono burdeos, saturado e intenso, sin llegar a la estridencia.

—Es color borgoña, Potter, no es rojo y no es rojo Gryffindor —aseguró; dándole un beso, acercó los labios a su oído—, pero no descarto nada en otra ocasión más íntima, ¿qué me dices del uniforme de quidditch, lo conservas verdad...humm?

—Depravado —respondió a la caricia y entrelazando los dedos, suspiró—. Odio esto, ¿no me dejarás, verdad?

—No, haremos una elegante entrada, saludarás al Ministro y nos iremos a nuestra mesa —afirmó—. Si tengo que hechizarles para que dejen de lamerte el culo lo haré. Seré tu paladín, ¿qué me dices?

—Que estás loco, Draco, y que te quiero.

El verles de nuevo juntos como pareja había convertido el salón en un pandemónium, pero el ambiente festivo de la ocasión seguía su curso con relativa normalidad. Con una copa de champán, Cody y él observaban los pequeños grupos alrededor de Harry, que se movía lentamente hacia ellos. Draco descubrió a los Weasley a algunos metros. Granger, que parecía de nuevo embarazada, fue la única del clan que se había acercado a saludarle. Para su sorpresa, Ron se les unió. Frunció las cejas al ver el gesto seco en Harry. La mirada de Granger prometía sangre para su marido. Inquieto, observó a la menor de los hermanos, la pelirroja tenía la vista clavada en su ex amante con una intensidad que no le gustó para nada. Apretó los dientes y respiró hondo.

—Ese tipo es un imbécil —dijo Cody casi para sí mismo—. Hace cosa de un mes hubo una reunión entre nuestro departamento y el suyo y se pasó toda la puta tarde lanzándole pullas a Harry.

—Son amigos... o lo eran —masculló, sin dejar de observar a su pareja, que, pese a todo, respondía amable a lo que le decían.

—Se aprovecha de eso para insultarle de forma velada, pero todos sabemos que lo hace, gilipollas.

Draco miró al delgado muchacho. Tenía un rostro agraciado, cabello castaño y ojos vivarachos. Ewan bebía los vientos por él. Le había conocido aquellos días tras el accidente de Harry, en San Mungo. El auror se pasaba a menudo por allí y fue entonces cuando los celos le impidieron apreciarle como merecía. En ese momento, escuchándole hablar del pelirrojo, su estima hacia Cody creció aún más.

—Harry, al fin —exclamó en voz alta al verle llegar, le tomó de la mano antes de besarle.

—Me duele un poco la cabeza —le confesó el moreno, sorbiendo su bebida.

—¿Quieres irte? —ofreció—. Ya son las dos de la mañana y has trabajado casi todo el día. Debes estar cansado.

—¡Eh, no os podéis ir! —interrumpió Roger, de la mano de una nueva novia—. Tenemos que largarnos a bailar, ¡venga!

Draco observó la cabeza cobriza moverse por el mar de gente. No había problemas para distinguirlo, no sólo por su estatura, sino por aquel horrible color.

—Voy al baño —anunció.

—¿Otra vez? —se burló Ewan—. Potter, ¿le has dejado embarazado o algo así? Hace diez minutos que fuiste, Malfoy.

—Cierra la boca, Ewan, eres peor que una vieja cotilla —le gruñó—. ¿Ahora controlas las veces que voy al servicio? En serio, Cody ¡no sé cómo le soportas!

Dejó atrás el coro de risas y pullas contra Ewan, con la atención puesta en su objetivo.

Estaban solos y, sin decir nada, conjuró un fermaportus y un hechizo para impedir que les escuchasen. Ron, de espaldas a él, se lavaba las manos. El conjuro le trabó antes de que hubiese notado su presencia. Imaginaba que se había pasado con el alcohol, o que era el peor auror del mundo; fuese lo que fuese, le tenía en sus manos.

—¿Malfoy? —balbuceó. Sí, parecía un poco ebrio, decidió mientras se apoyaba en la madera que tenía a su espalda.

—El mismo. ¿Qué tal estás, comadreja?

Weasley intentó moverse, pero Draco sabía de antemano que era en vano. Caminó de forma mesurada hasta su oponente, sin dejar de observarle a través del espejo que les reflejaba. Sí, la vida no había sido demasiado fácil, pero tenía un trabajo que le encantaba y al hombre que amaba a su lado. Desoyó la ristra de improperios del pelirrojo y se situó a su lado. Era más bajo, pero la postura en la que el Gryffindor había sido atrapado les ponía a la misma altura.

—Verás... es inútil que forcejees, no he usado un petrificus ni ningún hechizo que tú conozcas, comadreja. Quizás no disfruté de la estancia del hijo de puta de Voldemort en mi casa, pero si puedo decir que aprendí... mucho.

—Puto mortífago... ¿Planeas hacer algo con Harry, verdad?

Sonrió y chasqueó la lengua, negando.

—No lo has entendido, siempre supe que no eras brillante, Ron, pero... esto roza lo ridículo. Sí, planeo hacer muchas cosas con Harry y una de ellas es hacerle feliz. ¿Te suena eso? —Le sostuvo del pelo para tenerle más cerca—. Si vuelvo a descubrir que te burlas, le lanzas pullas o simplemente le miras... no vas a verlas venir, comadreja. Te lo juro por mi honor de mago.

—¿Tu honor...? —escupió. No podía negarlo, era valiente o muy tonto.

—Exacto, Weasley. Hazte un favor y madura. Harry no es sólo el niño que vivió, es una persona, no va a vivir según tus deseos. Si no te gusta, apártate. ¿Lo has entendido?

No le respondió así que, con un ligero bufido, masculló un conjuro, era imperceptible, no dejaba marca mágica y el dolor era potencialmente mortal. Cuando vio que el pelirrojo se ponía de un peligroso color verde, levantó la varita.

—¡Hijo de...! —Los roncos jadeos llenaron el lugar.

—Puedo dejarte mudo y nadie, salvo yo o alguno de los que trabajó en el círculo cercano a ese cabrón, podría ayudarte y dudo que consigas que colaboren —explicó. Se estaba tirando un farol, pero aquel idiota no lo sabía—. Aléjate de Harry. Siempre dije que no estabas a su altura, ¿lo recuerdas? Gracias por darme la razón.

El auror no discutió, Draco sabía que los ecos de la maldición que había pronunciado aún debían tenerle descompuesto. No se arrepentía de haberlo hecho.

—Adiós, Weasley, y felicidades por el nuevo bebé. Dedícate a vivir y dejar vivir, como dicen los muggles, es más sano. —El eco de la puerta al cerrarse tras él fue la única respuesta.

Le encontró sentado en un banco fuera de la sala de baile, la túnica abierta revelando los pantalones negros y la camisa blanca. Tenía un vaso lleno en las manos y la cabeza apoyada en la pared, mirando al techo, que estaba hechizado para mostrar un hermoso cielo estrellado. Alguien había realizado el hechizo equivocado y mostraba las constelaciones del hemisferio sur. Se sentó a su lado y le quitó el recipiente, al que le dio un buen sorbo.

—Esa de ahí es lupus, el lobo. Eras amigo de aquel tipo, Remus ¿verdad? El que nos dio clase de DCAO en tercero.

Harry sonrió y asintió, apoyando la cabeza en el hombro del Slytherin, que aprovechó para atraerlo y besarle. Su lengua degustando la calidez de la boca del moreno, que gimió complaciente. Cuando se separaron, una nueva luz había reemplazado a la anterior tristeza.

—¿Qué le has dicho? —preguntó al cabo de un rato.

—¿A quien? —divagó. Nada se le escapaba al perfecto auror, sonrió de lado. Puñetero Potter.

—A Ron.

—Le hice creer que era el mortífago más aplicado de los que habitaban en Malfoy Manor, cosa que, como sabes, es tan falsa como mi heterosexualidad. —Harry rió, besándole el cuello—. No voy a permitir que te insulten... ni tú deberías.

—Lo sé, pero... no lo hago por él, sino por Hermione —aclaró, hundiendo la nariz en la garganta de Draco—. Son patadas a ciegas, siempre fue así, ya ni siquiera me importa, de verdad.

—Lo sé —asintió—. Siento que... —Se mordió un labio—. No tendrías que escoger, me duele que lo hagas, aunque por mi puede irse a la mierda, sé que le aprecias pese a que es un tonto que no lo merece.

—Draco —murmuró, sus bocas a milímetros, los ojos verdes intensos, fijos en los suyos—. He vivido sin ti y sin él. Sé perfectamente de quién puedo prescindir. No le necesito para ser feliz. Pero tú... tú lo eres todo, ¿vale? Si Ron no quiere entenderlo... lo siento por Hermione, que es como mi hermana, pero ya está.

—Joder, Harry —dijo. Le abrazó con fuerza, sin palabras para expresar lo que sentía—. Vamos a casa... estoy harto de compartirte, te quiero para mí.

—Me has leído el pensamiento —asintió Harry, tomándole de la mano para desaparecerlos—. A casa, héroe —bromeó.

—Eso se ha sentido maravilloso —dijo, antes de abrazarle y dejarse llevar.

Seis meses después.

—¿Es la última? —preguntó Harry. Levitó una caja hasta situarla en lo más alto del montón que dominaba el saloncito del piso que, hasta ese momento, había compartido con Paul.

—Sí —asintió Draco, observando a su alrededor, aquel espacio había sido su casa durante más de una década, iba a extrañarlo. Los brazos de Harry le apretaron la cintura y sus labios, húmedos y tiernos, le rozaron en cuello.

—¿Listo o prefieres un rato a solas?

—No. —Se giró para besarle, apretándose contra su novio, que ronroneó de placer al notar la lengua de Draco dentro de su boca dispuesta—. Estoy deseando llegar y colocarlo todo.

—Le he pedido a Kreacher que vaya adelantando. Odia mi piso, pero la idea de servir a un descendiente de los Black le hizo levitar del gusto —le explicó.

—Deberías obligarle a adecentar la casa de tu padrino —amonestó, apartando un mechón para ponérselo tras la oreja.

—Ya pensaremos en ello. —Agitó la mano antes de robarle otra caricia—. Estoy deseando ver tus cosas en casa, saber que no te vas a ir más.

—Harry, si casi vivía allí —protestó, aunque la verdad era que la idea de trasladarse le hacía extremadamente feliz.

—Me da igual, ahora eres mío de forma oficial —agregó de buen humor—. Los chicos nos esperan para tomar una copa, no pudimos celebrar tu cumpleaños como deberíamos. ¿Dónde está Paul?

—Vale, creo que se ha largado por si queríamos pegar un último polvo de despedida o algo de eso comentó. De todas formas, va al pub también.

—No sé, creo que prefiero nuestra cama —le aclaró, metiéndole la mano en el bolsillo trasero del vaquero.

—Estás mayor, Potter —ronroneó, atrapando sus labios.

—Habló el abuelo... ven aquí —gruñó, desapareciéndoles.

Entre besos desesperados, acabaron desnudándose, lanzando la ropa de cualquier manera sobre muebles y suelo. La cama, perfectamente arreglada, esperaba a sus dueños.

—Bienvenido a casa, Draco —le dijo el moreno, inclinándose para atrapar su boca, lamiéndole a placer.

Enredándole las piernas en la cintura, se entregó a la certeza de que estaba en el lugar donde pertenecía. Junto a Harry.

—Lo mismo digo... —murmuró. Nunca nada le había parecido más cierto. Se alegró de no haber perdido jamás la esperanza.

Nox...

Aeren,28 de Agosto de 2012