Nota de autora: Creo que este es el capítulo que muchas personas han estado esperando. Confío en que cumpla con vuestras (exigentes) expectativas, y que no defraude.

Anuncio de responsabilidad: Todos los personajes pertenecen a Andrew W. Marlowe, a pesar de que han encontrado su propio camino a mi corazón.


18. IN(DECENTE)


Beckett agarró el borde de la gruesa cortina de terciopelo y dio un fuerte tirón, encerrándose en el probador. Desde lo alto del techo, la tela caía pesadamente como una cascada hasta el suelo, donde unos veinte centímetros sobrantes se amontonaban sobre la moqueta. La detective se desabrochó rápidamente la blusa, se quitó las botas y los pantalones, y lo dejó todo sobre el taburete tapizado que había delante del espejo. Cuando se encaró hacia las cinco prendas de ropa que iba a probarse, sintió que la cortina se movía a su espalda y una corta brisa entraba en el pequeño habitáculo.

—Castle, no espíes —advirtió la detective por encima del hombro—. Todavía no me he puesto nada.

Con cuidado de no dañar el delicado encaje, Kate sacó el primer jersey de su percha. De repente, una mano estaba sobre su cadera, cálida y firme. Giró la cabeza de golpe para ver que el escritor se había metido en el probador con ella y estaba reajustando la cortina.

—Castle, ¿qué haces? Sé cambiarme sola.

Dios, es que lo sabía, se reprendió a sí misma en silencio. Sabía que se arrepentiría de ir de compras con Castle. Parecía que le era imposible comportarse como un adulto, siempre jugando y haciéndola rabiar con su actitud impertinente, infantil y testaruda. No era capaz de mantener ni las manos ni los ojos despegados de ella ni por un momento, como si escapara a sus posibilidades por completo. Para él, cualquier excusa era siempre buena para verla en ropa interior.

—Shhh, calla —dijo el escritor en voz baja, agitando una mano y lanzando una mirada furtiva hacia la cortina cerrada—. No hables tan fuerte.

—¿Por qué? —respondió ella, con una sonido que parecía más bien un siseo que un susurro, su tono acercándose a uno de irritación.

—Es que… —Castle se arrimó más a ella, obligándola a retroceder un paso. Beckett chocó contra la pared a su espalda y su cabeza quedó alineada entre los dos ganchos llenos de ropa que aún se debía probar—. Tengo que decirte una cosa —murmuró bajo el escritor.

—¿Y no puede esperar? —comentó ella sarcástica, indicándose a sí misma y su obvio estado muy ligero de ropa.

Él la miró brevemente de arriba abajo y dijo:

—No.

—Está bien. ¿Y qué es?

—Eh… Esto… Pues, cómo te lo digo…

Castle —espetó ella con tono mordaz, mostrando su impaciencia.

—Sí. Vale, verás… —Castle bajó aún más la voz a un susurro apenas audible—, Desde que empecé a salir contigo… Bueno, en realidad, desde hace bastante antes…

—Ya, lo supongo —interceptó ella, rodando los ojos.

Él ignoró su pequeño comentario.

—Siempre he querido meternos a ambos en una situación incómoda que requiriera del uso de tus credenciales autoritarias, del uso de tu placa —enfatizó la palabra enarcando una ceja—, para salir de dicha situación en el caso de… ser pillados.

Beckett frunció el ceño, un poco confundida, pero simultáneamente identificando algo en el semblante de Castle que conocía bien, algo que la hizo desconfiar automáticamente de sus intenciones.

—¿Salir de qué situación?

—Eh… —Castle tomó una rápida y profunda bocanada de aire—. ¿Exposición indecente? —respondió despacio, encogiéndose de hombros con inocencia.

—Exposición… —repitió ella en voz baja, analizando en su cabeza el significado de esas dos palabras. Y luego cayó en la cuenta y sus ojos verde avellana se abrieron como platos—. ¿Exposición indecente? ¿Exhibicionismo? ¿Te refieres a que quieres que…?

—Síp.

¡¿Aquí?! — siseó Kate, incrédula. Castle asintió enérgicamente, sus labios presionados en una diminuta sonrisa ávida—. ¡¿Ahora?! ¡¿Ahora mismo?! ¡¿Aquí?!

—Qué dices. ¿Quieres? —los ojos azules del escritor relucían con ilusión y esperanza, y la sonrisa modesta en su rostro se convirtió en una enorme sonrisa deslumbrante que se extendió sobre sus labios, otorgándole un aura de confianza que giraba a su alrededor.

Beckett se quedó sin habla. Su mandíbula estaba floja. Su boca colgaba medio abierta. Sus ojos registraron la cara del escritor en busca de alguna señal que delatara que lo que le estaba proponiendo era un farol. Pero no encontró nada.

—Oh, di-dios… —tartamudeó ella, pero él la interrumpió el mismo segundo.

—Decídete rápido —apremió, colocando sus manos muy bajas sobre su cintura desnuda—. Antes de que una de las dependientas venga para ver si necesitamos algo.

¡¿Te has vuelto completamente loco?! —siseó ella entre dientes, recuperando la voz. Él no dijo nada; sólo siguió sonriendo ampliamente. Kate le apartó las manos con brusquedad y sacudió la cabeza—. Castle, no puedes ir en seri… —comenzó a decir pero se detuvo a media frase y contuvo la respiración. Creía haber oído a alguien al otro lado de la cortina y sintió como su corazón ascendía a su garganta de un salto. La sonrisa de Castle se desvaneció y el escritor se concentró en estarse callado también. Ambos permanecieron en absoluto silencio durante diez largos segundos, en una estresante tensión que pareció eternizarse. La detective esperaba temerosa que en cualquier momento una dependienta abriera la cortina, encontrándolos allí a los dos, ella medio desnuda con su novio pegado a su cuerpo. Pero sólo escucharon la música de fondo y el murmuro lejano de voces procedentes de la zona delantera de la tienda. Soltando un suspiro tembloroso, Beckett volvió a mirar a Castle con cara de enfado—. Ésta es la mayor y más estúpida de todas las ideas estúpidas y alocadas que has tenido. Jamás. La peor y la más disparatada —se detuvo por un segundo, quedándose brevemente sin aliento por el esfuerzo que le estaba costando no alzar la voz demasiado—. Además —exhaló—, no llevo la placa.

—Sí que la llevas.

Ese comentario la confundió un poco.

—¿Qué? No, no la llevo.

—Te la metí en el bolso antes de salir de casa —confesó él de un tirón.

Oh, dios mío, pensó ella, su cerebro absolutamente atónito. Castle lo había planeado todo, había sido todo premeditado. Era mucho, muchísimo peor de lo que pensaba. Y creía que le conocía bien.

—Venga, Kate —ronroneó Rick muy cerca de sus labios antes de sellarlos con los suyos propios, robándole un pequeño beso—. Será divertido y excitante…

Antes de que la detective pudiera abrir de nuevo la boca para seguir discutiendo, Castle la estaba volviendo a besar, esta vez más lánguidamente, exactamente cómo solía hacer cuando quería excitarla. Se presionó contra ella, atrapándola entre su cuerpo y la pared, dificultándole la posibilidad de resistencia o huida.

¿Por qué le estoy dejando que me bese?, se preguntó Kate. ¿Por qué no estaba forcejeando contra las ataduras que las manos de Castle habían formado para mantenerla pegada a la pared? ¿Por qué no le apartaba hacia atrás? ¿Realmente estaba considerando la posibilidad de ceder a la fantasía de Rick?

—Dios… —suspiró la detective, dando voz a sus pensamientos, sus ojos cerrándose solos mientras Castle paseaba su boca abierta por la línea de su mandíbula—. No puedo creer que realmente me lo esté pensando...

—No pienses —exhaló él junto a su oído y descendió por la columna de su garganta, una mano enredada en su cabello, ladeando su cabeza a la derecha para tener mejor acceso; la otra a su espalda, el pulgar jugando con la goma elástica de sus braguitas—. Actúa…

Beckett estaba en conflicto consigo misma. Quería detenerle, sabía que debía frenarle antes de llegar muy lejos, antes de que alguien les pillara, encontrándolos en una posición muy incómoda y embarazosa. Porque Kate sabía con certeza que eso ocurriría, del mismo modo que ya podía ver en su cabeza con toda claridad los titulares que leían: El best-seller Richard Castle y la Detective Kate Beckett de la Policía de Nueva York des-cubiertos en plena acción en-cubriéndose entre vestidores. Pero las órdenes que se formaban en su cerebro no parecían llegar más allá, quedando atrapadas dentro de su cabeza, como un eco rebotando entre paredes sin una ruta de escape.

El cómo se las arreglaba Castle siempre para enredarla y arrastrarla a este tipo de situaciones escapaba a su entendimiento. Quizá fuera su carisma, o a lo mejor era algún poder sobrenatural que tenía —su sentido arácnido le gustaba llamarlo a él. En cualquier caso, la detective se sentía totalmente indefensa. Como ya había ocurrido en tantas otras ocasiones, su propio cuerpo la estaba traicionando. Estaba empezando a reaccionar ante las caricias y los roces del escritor en maneras que escapaban a su control, y no encontraba el modo de detener el proceso. Sus manos, que en un principio se habían cerrado en torno a los brazos de Castle para apartarlo, parecían muy decididas en querer mantenerlo allí, muy cerca de ella. Ya fuera el remolino de la lengua del escritor, acariciándole el paladar, o la merodeadora trayectoria de su mano derecha, dirigiéndose hacia el sur sobre su cintura sin pausa, sólo ayudaban a que el fuego cobrando vida en su vientre se extendiera aún más rápido por todo su ser, haciendo hervir su sangre, originando una intensa excita…

¡Ay, madre!, sus pensamientos se vieron repentinamente interrumpidos cuando los dedos de Rick se deslizaron con osadía dentro de sus braguitas. Todo discurso interno que hubiese estado teniendo consigo misma para tratar de persuadirse de que lo que se estaba forjando en ese probador era un gran error, quedó olvidado al instante. La poca razón de decoro e integridad que aún le quedaba fue reemplazada por una serie de incoherencias que le impidieron pensar con claridad, que le impidieron pensar en absoluto. Y Kate supo que estaba perdida.

—Mmm… —gimió demasiado alto y se mordió el labio con fuerza. Dios, pensó, dejando caer la frente sobre el hombro de Rick, sus ojos firmemente cerrados, sus uñas clavándose en sus tríceps, tenían que intentar ser sigilosos si realmente iban a…

—Kate… —le murmuró Castle sensualmente contra la clavícula, haciendo uso de esa voz cálida y ronca que ella encontraba tan irresistible. La boca del escritor no se detuvo y continuó descendiendo más por su pecho—. Déjate llevar…

La última gota de auto-convencimiento se evaporó con esas dos palabras, consumida por la fiebre ardiendo bajo su piel, y la detective Beckett se dejó llevar. Completamente. Encontrando y bajando la cremallera de los pantalones de Castle.


La dependienta los observó con un cristalino recelo en sus ojos castaños, efectuando un barrido visual sobre todo lo que podía ver de ellos. Castle y Beckett sonrieron inocentemente al otro lado del mostrador, manteniendo una presencia natural y despreocupada, pero sobretodo intentando no estallar en risas. Habían procurado adecentarse lo mejor posible antes de salir del probador a toda prisa, pero había cosas que no podían disimular, como el ligero rubor en sus mejillas o el resplandor de absoluta dicha.

Concediéndoles el esbozo de una débil sonrisa pero todavía desprendiendo un aire de sospecha, la mujer bajó la mirada y pasó el lector de códigos por encima de las etiquetas de las cinco prendas de ropa. Por supuesto, Kate no se había probado nada, pero se lo llevaban todo igualmente. Querían marcharse de ahí enseguida, pero no sin antes expresar su gratitud, por así decirlo, de algún modo.

Tras pagar, Castle tuvo el valor —o el descaro— de darle las gracias a la señorita por las magníficas instalaciones del establecimiento, puntualizando lo muy acogedores y reservados que le habían parecido los probadores, lo cual dejó a la mujer con una expresión de total desconcierto.

—¡No dude que volveremos! —le cantó el escritor por encima del hombro mientras Kate le arrastraba del brazo hacia la puerta. Abandonaron la tienda sin mirar atrás, aguantándose la risa hasta haber salido del recinto y encontrarse en la seguridad de la calle—. Ma-dre m-mía… —carcajeó Rick con una sonrisa de oreja a oreja, cogiendo a Beckett de la mano—. ¡Ha sido tan increíblemente alucinante!

Riendo con él, Kate se encontró a sí misma teniendo que coincidir con Castle.

—Sí… —jadeó entre carcajadas.

Se sentía increíblemente satisfecha pero a la vez horriblemente culpable. Era una inculcadora de la ley, al fin y al cabo, y acababa de quebrantar una norma en toda regla, y nunca mejor dicho. Lo había hecho plenamente, y sí, de forma voluntaria. Pero… —sintió un revoloteo en su interior— durante tres minutos había tocado el cielo en ese probador.

—Y bien… —continuó Beckett una vez hubo recobrado un poco el aliento, mientras paseaban los dos tranquilamente calle abajo—. ¿Tienes algún lugar más en esa lista tuya, Castle? —la pregunta sonó de lo más casual.

El escritor se detuvo en seco en medio de la acera, frenándola a ella también. La miró completamente incrédulo, con una expresión que aclamaba manifestar: '¿Lo dices en serio?'. Ella movió las cejas y le dedicó una pequeña sonrisa socarrona.

—Pues… ¡un montón! —respondió él, entusiasmado, y comenzó a enumerar—: El parque, la biblioteca, el cine, un restaurante, la playa, la cabina del aseo en un avión…

Una carcajada inesperada estalló de los labios de Kate.

—Y qué, ¿pretendes que viajemos en avión sólo para liarnos en el aseo?

—No lo dudes —afirmó él.

—¿Y con qué destino? —quiso saber ella, curiosa y, a la vez, divertida.

—¡Qué más da! Nos presentamos en el aeropuerto y cogemos cualquier vuelo de la pantalla de Salidas. Una mini escapada sexual. Ida y vuelta —Castle se rió solo y reanudó la marcha, tirando de la mano de Beckett y columpiando el brazo en el que sostenía la bolsa de la tienda—. Pero el mejor sitio… —empezó a decir pero entonces se calló para hacer el momento más emocionante. Sólo le faltó imitar un redoble de tambores, pensó Kate—, Atención… —hizo otra corta pausa antes de revelar con total solemnidad—, El ascensor de la comisaría.

Esta vez fue ella la que frenó bruscamente en mitad de la calle.

—Oh, dios… Sí que estás loco —se rió por lo bajo—. Castle, eso es muy arriesgado. Hay cámaras.

El escritor se acercó a ella, dirigiéndole una mirada seductora.

—Pero es que de eso se trata precisamente. El reto, la aventura, la emoción... —le murmuró, y se le veía realmente ansioso con la idea.

—Podrían despedirme —remarcó ella, incapaz de reprimir una risita irónica—. Definitivamente, me despedirían.

—Quizás —Castle se encogió de hombros con despreocupación—, si llegaran a pillarnos. Y en ese caso, sólo habría que flashear tu placa —imitó el gesto con dos dedos frente a la cara de la detective.

—Ja, ja —soltó Beckett, fingiendo divertirse por la hilarante respuesta del escritor, y le dio un débil empujón en el pecho—. Qué gracioso eres.

Él respondió con una sonrisa bufona.

—Pero no, en serio —el escritor levantó un brazo para hacerle señas a un taxi—. Si te sientes insegura, siempre podemos empezar practicando en otros ascensores. ¿El de mi edificio, por ejemplo?

El taxi se detuvo delante de ellos y Castle le abrió la puerta trasera a Kate.

—Ya veo —la detective se bajó de la acera y le dirigió una de sus miradas al escritor—. Porqué la práctica hace la perfección, ¿verdad?

—Me has leído la mente.


;) Gracias.

P.D: Para los/as que estéis esperando el nuevo capítulo de 'Dulces sueños', estoy en ello. Aparte de que esta última semana no he podido escribir porque he estado enferma, me ha costado encontrar una trama atractiva para la historia, pero ahora ya está. Me falta desarrollarla un pelín más y espero poder entregárosla lo antes posible. Os agradezco muchísimo vuestra paciencia y fidelidad. Un abrazo.