"Un Negocio Arriesgado"

Disclaimer: La Saga Twilight y sus personajes no me pertenecen, son propiedad intelectual de la autora Stephenie Meyer.

Pareja: Edward Cullen/Bella Swan

Summary:Desesperada por sacar de la cárcel a su padre inocente, Bella acude al único con el suficiente poder para hacerlo: su multimillonario y arrogante jefe Edward Cullen, a quien jamás ha tratado. Para cobrar una herencia bastante importante, Edward necesita una esposa y la necesita ya. En un arrebato de desesperación, lo que surge como un negocio puede convertirse en el arreglo más peligroso de sus vidas.

Notas de la autora: Hola a todos mis lectores! ¿Cómo han estado? Espero hayan tenido una excelentes fiestas navideñas y de año nuevo, y aquí me tienen con el último capítulo y el final de esta historia. Debido a que inconscientemente no quería que esta historia terminara y como me resulta agridulce, hice el capítulo final más grande de todos los que he escrito y es el más largo de esta historia, siendo que considero que debía tener un final digno. Por eso me tardé tanto en actualizar, y claro que mientras leía sus reviews e intenté actualizar antes como regalo de Navidad no pude hacerlo pues el capítulo aún no estaba terminado y quería que fuera excelente. Pero me prometí subirlo en el primer día del año 2015, y aunque en algunos lugares probablemente ya sea el segundo día del año, en donde me encuentro sigue siendo el primero (por poco termina) así que he cumplido mi promesa!

No me queda más que decir que fue un placer haber escrito esta historia y recibir tantos reviews tan increíbles de todos ustedes, y espero que disfruten este último capítulo tanto como yo disfruté escribiéndolo. Claro que leí sus comentarios acerca de un epílogo, y sólo puedo decirles que he sido convencida. No revelaré la naturaleza ni la longitud de este, pero prometo traerles uno que creo será la manera más adecuada de cerrar la historia.

Sin más que decir, los dejo con el capítulo, esperando que tengan un año excelente y disfruten su lectura. Un abrazo!

Capítulo 24°: Un Nuevo Arreglo

~Bella's POV~

En cuanto llegamos a la habitación, Edward cerró la puerta de una patada y lentamente, casi como si temiera lastimarme, me dejó en el suelo y quedé parada frente a él. No tuve que mirar toda la habitación para saber que era de él- el varonil aroma de su colonia me bastó para saberlo-, y con calma tomé aire y me dejé llevar por la familiaridad de estar en esa habitación de nuevo.

Los grandes y masculinos muebles, el ventanal detrás de mí con la ciudad de Seattle y los rayos de sol iluminando toda la habitación, la cama con sábanas de seda a un lado de nosotros, los dos de pie justo frente a ella, a escasos centímetros uno del otro. A punto de hacer el amor.

Todo lo que había extrañado y añorado estas últimas semanas, materializado a mí alrededor.

No dejamos de besarnos en ningún momento, lenta y suavemente, tal como Edward había dicho que sería. Mis brazos alrededor de su cuello, mis manos acariciando el cabello en su nuca, sus brazos rodeándome, sus manos acariciando mi cintura, mis caderas, mi espalda y mi trasero como si me estuviera conociendo.

Como si me estuviera reconociendo. Me pegó a él tanto que solo las telas de nuestra ropa estaban entre nosotros y cuando sentí su excitación golpear mi cadera solté un gemido contra sus labios y me pegué aún más a él para sentirlo mejor. Maldición, lo necesitaba dentro de mí cuanto antes.

-Edward-

Llevé mis dedos temblorosos a los botones de su camisa blanca, los cuales comencé a deshacer lentamente y con gracia que no sabía de donde estaba sacando, cuando lo único que quería era arrancarle la ropa y dejarlo hundirse dentro de mí. Pero también entendía a Edward y porque quería tomarse su tiempo, y dispuesta a disfrutar de él deshice los botones de la camisa hasta que su pecho desnudo quedó frente a mí.

Le quité la camisa hasta tirarla a nuestro lado, y con mis manos ansiosas por tocarlo acaricié sus hombros, sus brazos, su espalda y su pecho mientras nos seguíamos besando. Sonreí mentalmente al reconocerlo, igual de grande, fuerte, firme y caliente contra mis manos que lo conocían a la perfección. Conocían el temblor de sus brazos cuando acariciaba su abdomen, la tensión en sus hombros cuando mis uñas de hundían en su espalda, el calor de su pecho contra mis palmas.

-Preciosa-

Susurró contra mis labios mientras lo acariciaba, y sus manos dejaron mi cuerpo para tomar mi rostro mientras nos hundíamos más en el beso y acariciaba mis mejillas. Sus labios pasearon por mi cara, dejando un reguero de suaves besos por mi nariz, mis ojos, mi frente, mis mejillas y mi mandíbula mientras me susurraba palabras de amor al oído. Ese era el Edward tierno que pocas veces había visto, el Edward que me demostraba algo más que simple deseo y que me había sinceramente hecho el amor en algunas ocasiones, ocultos bajo las sábanas y en la oscuridad de su habitación. Entonces lo entendí todo.

Aquél Edward, ese Edward tierno y suave que tan pocas veces había visto, tenía miedo. Miedo de entregarse, miedo de verse vulnerable, miedo de ser mío al igual que yo era suya. Sin embargo, este que tenía ahora frente a mí, que me había salvado de todas las formas posibles y que ahora me permitía acariciarlo y hacerlo mío, ya no.

Entonces me sentí feliz, y abrumada por las sensaciones de sentirlo tan mío y entregado a mí, lo besé con fuerza y llevé sus manos al cierre de mi vestido Chanel que tenía en la espalda. Él lo entendió de inmediato, y sonriendo juguetonamente contra mis labios, bajó lentamente el zipper de mi vestido acariciando mi espalda desnuda en el proceso. Sus dedos calientes contra mi espalda fueron un alivio para mí, y soltando un gemido contra su boca dejé que metiera las manos por debajo del vestido hasta acariciar mi espalda baja.

-Quítamelo, por favor- susurré con tono urgente, soltando un ligero gemido chillón mientras me pegaba más a él.

Sonrió de nuevo contra mi boca, y sólo entonces dejé que me alejara un poco para hacer lo que le pedía con tanta urgencia. Con movimientos suaves, llevó sus manos a mis hombros y deslizó la tela por mis brazos hasta que el vestido cayó por mi torso y se arremolinó en mis caderas, dejándome desnuda en la parte de arriba excepto por mi sostén. Sonriendo aún más contra mi boca, llevó sus manos hasta mis caderas y de un solo movimiento deslizó el vestido hacia abajo, en donde cayó alrededor de mis piernas hasta dejarme desnuda excepto por mi ropa interior de encaje rosa pálido.

Entonces fue mi turno de sentirme nerviosa, y algo insegura lo dejé mirarme de arriba abajo lentamente, sus ojos reconociendo cada parte de mí, desde mis piernas, mis muslos, mi vientre, mis pechos y mis brazos. Cuando sus ojos se encontraron con los míos sonrió ampliamente y se acercó de nuevo para tomarme de la cintura.

-Eres hermosa-

El contacto y sus palabras fueron electrizantes, e inclinando la cabeza volvió a besarme con una necesidad tan primaria que me dejó sin aire. Y nuestras manos se movieron por el cuerpo del otro. Primero con timidez, casi pidiendo permiso para seguir; después con necesidad y desesperación, recorriendo cada centímetro de piel descubierta. Sus manos se entretuvieron con mis caderas un buen rato, jugando con el elástico de las bragas y acariciando mi trasero por debajo del encaje que cubría poco.

Pasaron por mi cintura, acariciando ligeramente mi vientre aún plano durante largo rato como reconociendo lo que había dentro de él, subiendo lentamente por mi abdomen, mis costillas, hasta llegar a mis pechos que acunó con sus manos y apretó con fuerza. Excitada, solté un largo gemido contra su boca y mis manos se hicieron puños en el cabello de su nuca. Con mis brazos alzados alrededor de su cuello le di mejor acceso a mis pechos que ardían contra la tela del sostén, mientras mi abdomen se pegaba a su vientre y su excitación se encajaba en mí de manera casi perfecta.

Solté su nombre en un suspiro mientras sus manos hacían maravillas con mis senos, y cuando el simple roce de sus manos con la tela no fue suficiente para ninguno bajó las copas y pellizcó mis pezones entre sus dedos. Gemí más fuerte e incapaz de seguir con el beso enterré mis uñas en su espalda y eché mi cabeza hacia atrás mientras él dejaba un reguero de besos por mi cuello, pasando por mi clavícula, mis hombros y de regreso a mis labios.

Las caricias pronto se volvieron insoportables, y con mis pechos sensibles y atrapados en la tela lo besé con fuerza y sus manos se fueron a mi espalda hasta llegar al broche de mi sostén que deshizo en segundos. Antes de poder siquiera reaccionar levanté mis brazos para que pudiera sacarlo y una vez en sus manos lo aventó al suelo junto con su camisa y mi vestido. Entonces mis pechos quedaron libres para sus caricias, pero contrario a lo que esperaba no volvió a tocarlos. En cambio, pasó un brazo por detrás de mis muslos y me cargó en sus brazos para dirigirse a la cama.

Sin dejar de mirarme, me depositó con cuidado y quitándose los zapatos y calcetas para dejarlos en el piso se unió conmigo en la cama mientras lo miraba. Con cuidado de no aplastarme, se colocó encima de mí y colocando cada pierna a un lado de las mías y sus manos se engancharon a las mías a cada lado de mi cabeza. Me sonrió y yo hice lo mismo, y entonces volvió a besarme.

Fue un beso largo, lento y necesitado, como si pudiéramos respirar sólo gracias al otro. Sus manos dejaron las mías y recorrieron mis brazos, mis pechos, mi cintura, mi vientre hasta quedar en mis muslos, los cuales abrió aún más para encajarse entre ellos y los flexionó hasta dejarlos a la altura de su cadera.

-Mucho mejor-

Fue lo único que dijo contra mi boca antes de seguir su recorrido por mi cuerpo. Hacia abajo. Sus labios dejaron mi boca para besar mi mandíbula lenta y tortuosamente, bajando por mi cuello en donde dejó un reguero de besos, mi clavícula, mis hombros, para volver al centro de mi pecho, justo debajo de mi cuello. Encima de mis senos, que esperaban ansiosos sus caricias desde que me había quitado el sostén.

Con tremenda calma, besó ese punto y bajó por el valle de mis senos mientras cubría mi sensible y caliente piel con sus labios y su lengua, ignorándolos a propósito, tentándome con su boca, alargando la agonía y la tortura.

-Edward, por favor-

Aquello pareció bastarle. Con una suave sonrisa contra mi piel, llevó sus labios hasta uno de mis pechos y lamiendo lentamente la sensible piel lo recorrió hasta llegar a la punta, que atrapó entre sus labios y succionó con fuerza. Solté un largo gemido que me liberó un poco, y sintiendo sus manos acariciar de nuevo mi cuerpo, llevó una de ellas a mi otro seno y comenzó a masajear con fuerza, pellizcando el pezón entre sus dedos mientras sus labios mordían y succionaban el otro.

En un largo, lento y tortuoso proceso, se dedicó a lamer, besar, morder, acariciar y pellizcar mis senos hinchados y sensibles, alternando las caricias con manos y boca de uno a otro por largos minutos. Explorando, reconociendo y recordando todo a su paso, y por supuesto, recordándome a mí lo mucho que había extrañado sus caricias y sus labios sobre mi piel. Volviéndome loca poco a poco, con aquella tortura que se había tomado en serio al decir que sería lenta.

Para entonces estaba tan mojada y excitada que lo único que quería era que me penetrara de una vez por todas.

Pero Edward no tenía esas intenciones ni por mucho.

Antes de poder acostumbrarme a esa suave cadencia, y notando que comenzaba a relajarme bajo su cuerpo, mordió mi pezón con fuerza y pellizcó el otro al mismo tiempo, sacándome un ligero grito que me devolvió a la realidad y me hizo arquearme un poco.

-Ah, Edward!-

Aquello pareció satisfacerlo, y frustrada me dejé caer en la cama y cerré los ojos mientras mi territorial y cruel esposo seguía dándose un festín con mis pechos. Me llevaba tan lentamente al placer que estaba segura llegaría al orgasmo por primera vez en mi vida con esas simples caricias en mis senos. Pero conociendo todas y cada una de mis reacciones, y como si quisiera torturarme aún más, me llevó al punto límite y antes de poder alcanzar el clímax alejó sus labios de mis senos.

Y siguieron su recorrido hacia abajo. Mucho más abajo. Entonces supe que sus intenciones eran llevarme al orgasmo de otra manera. Y antes de poder quejarme siquiera, temblé al darme cuenta de lo que quería hacer.

-Eres tan hermosa- susurró contra el centro de mis costillas, y entonces siguió bajando por mi cuerpo que temblaba de excitación.

Pasó por mi abdomen, dejando un reguero de besos para después entretenerse en mi ombligo, el cual lamió durante minutos que parecieron una eternidad mientras sus manos iban en dirección contraria. Subiendo desde mis pies, por mis pantorrillas, paseando por mis muslos abiertos y flexionados en sus caderas. Sus manos subiendo y sus labios bajando, hasta ese punto en el centro que lo esperaba con ansias.

Hasta mi sexo empapado que esperaba por él.

Una vez que se cansó de besar y lamer mi obligo, bajó hasta detenerse en mi vientre, en donde pasó la mayor parte del tiempo besándolo y acariciándolo. Tardé solo unos segundos en entenderlo, en descifrar su mirada sorprendida que no dejaba de mirarlo, en entender sus caricias y sus besos suaves y serenos. Lo estaba entendiendo, lo estaba haciendo parte de él, absorbiendo el hecho de que justo en ese lugar, su hijo crecía dentro de mí.

Sonreí ligeramente. Miraba mi vientre con adoración. Y entonces supe que al igual que yo, la felicidad de Edward estaba completa al saber que iba a ser padre. Tragué con emoción contenida que no me dejó absorber antes de devolverme al placer.

Siguió su camino de besos hacia abajo, sentí sus habilidosos dedos detenerse en mis caderas y encajarse en los delgados bordes de encaje de mis bragas. Con una sonrisa maliciosa subió la vista para mirarme y lentamente comenzó a bajar mi última prenda por mis piernas hasta que estuvieron en mis tobillos. Una vez en sus manos, las lanzó en un puño hacia el resto de la ropa en el suelo y finalmente quedé desnuda.

Entonces supe lo que venía, y antes de poder reaccionar enterró su cara entre mis piernas y yo arqueé mi espalda en un largo y aliviado gemido.

Sin darme oportunidad de nada, hizo suyo ese lugar entre mis piernas en el que sólo él había estado. Tocó mi clítoris con su lengua y me retorcí debajo de él, soltando un gemido lloroso que fue seguido por un grito cuando lo succionó con fuerza.

-Edward!-

Si quería matarme de placer lo estaba logrando, y estaba segura que era cuestión de unas cuantas caricias más para que me viniera de manera casi escandalosa. Pero me conocía a la perfección, y sabía cómo mantener un ritmo que me podía llevar casi a la gloria sin llegar al orgasmo. Con una experiencia casi arrogante, lamió mi clítoris mientras enterraba y movía sus dedos en mi apretado interior, resbalando y acariciando mi vagina sin piedad alguna. Sus dedos y su lengua se intercalaban, sus dedos frotaban mi clítoris y su lengua me penetraba lentamente, su cuerpo sobre el mío, calentando todo a nuestro alrededor. Entonces volví a sentirlo, esa vorágine de sensaciones y el placer aumentando, mi clímax a punto de llegar de la misma forma que había llegado ya muchas otras veces.

Entonces hizo lo que sabía me volvería loca, y de nuevo se alejó de mí antes de que pudiera alcanzar el orgasmo y se apoyó en sus manos para dejar su rostro a la altura del mío y mirarme. Frustrada, exhalé el aire contenido al borde del llanto por la desesperación y Edward lamió sus labios llenos de mi esencia para sonreír maliciosamente.

Dejándome expectante, excitada, frustrada y sin el alivio que estaba buscando. Verlo lamer sus labios fue tan condenadamente sexy que fue como un latigazo de placer en mi pelvis. Me estaba torturando.

Por supuesto, estaba disfrutando con aquello. Y yo lo necesitaba como nunca. Entonces decidí que había tenido suficiente.

-Maldición-

Gimiendo frustrada, coloqué mis manos en su nuca y lo acerqué con fuerza a mí para besarlo completamente desesperada. Edward me correspondió el beso de igual forma, y mientras sus manos recorrían mi cuerpo desnudo para excitarme de nuevo, mis manos bajaron por sus hombros, su espalda, su pecho, su estómago y su vientre hasta encontrarse con el maldito cinturón que me impedía quitarle las últimas dos prendas que le quedaban.

Sólo por un segundo, recordé la misma situación más de tres meses atrás en donde había hecho lo mismo, con la única diferencia de que esta vez le quité el cinturón con habilidad y en menos de segundos bajé su pantalón junto con sus bóxers y fueron a dar al fondo de la habitación.

Y finalmente los dos estuvimos desnudos. Sin poder evitarlo, recorrí ese cuerpo que tanto extrañaba con la mirada y me mordí el labio inferior entre nerviosa y emocionada. Ese hombre era mío. Fueron unos cuantos segundos, pues antes de poder siquiera tomar aire, Edward abrió mis piernas de par en par y se encajó en el espacio entre ellas con fuerza, sacándome un gemido de satisfacción.

Pero cuando sentí la punta de su miembro rozar mi entrada mojada, arqueé mi espalda y fui al encuentro de sus labios que callaron mi gemido con un beso. Con todos los nervios fuera por fin y deseosa por tenerlo dentro de mí, llevé mis manos a su trasero para acercarlo aún más a mí en un gesto que Edward entendió a la perfección.

Terminando el beso, se alejó solo lo suficiente para verme y recibiendo a cambio un sí con la mirada, volvió a besarme y finalmente entró en mí con fuerza. Solté un gemido aliviado y me arqueé en sus brazos mientras lo abrazaba.

Dios, como había extrañado a este hombre.

Como respuesta, gimió contra mi boca y yo rodeé su cintura con mis piernas. Y eso fue todo lo que necesitamos para hacer lo que tan bien habíamos aprendido a hacer. Terminar con dos personas para hacernos uno sólo. Para amarnos sólo con el cuerpo.

Y eso hicimos. Primero lento, como dos amantes que empiezan a conocerse sólo que nosotros nos reconocíamos. Nos recordábamos. La familiaridad de su pecho contra el mío, la calidez de sus brazos y su espalda, la cercanía de nuestras piernas enredadas a tal punto de no saber que extremidad era de quién, la sensación de su fuerte y grande hombría dentro de mí apretado y palpitante interior. La sensación de sus músculos tensándose cuando me embestía y relajándose cuando salía de mí, para volver a repetir el mismo vaivén con más fuerza y necesidad una y otra vez.

La idea de los dos amándonos sin reservas. Eso fue todo lo que necesité para sentirme completa, y para desear más.

-Edward…-

Y el susurro de su nombre contra su oído fue la perdición de los dos. Algo se incendió entre nosotros y dentro de nosotros, y con el cuerpo de Edward aprisionado por mis piernas y nuestras caderas juntas en una sola, las suaves embestidas pasaron a ser fuertes y desesperadas y sólo en ese momento recordé nuestra primera vez, algo más tímida pero casi igual a ésta, más de tres meses atrás.

Con una sola diferencia. Amaba completa y profundamente a este hombre.

Y lo amaría toda mi vida.

-Bella…-

Fue su turno para susurrar mi nombre al oído, y rodeando su espalda con mis brazos mientras la acariciaba, nos movimos rápidamente y con fuerza mientras la idea se afianzaba en mi mente y mi cuerpo caía de nuevo en esa vorágine de sensaciones, el placer y la excitación aumentando. Mis suaves suspiros y gemidos se convirtieron en gritos mientras hacíamos el amor, mientras nos redescubríamos, mientras aceptaba que esa sería siempre mi realidad.

El amor que sentía por Edward. Y aunque jamás me lo dijera, sabía en mi interior que él también me amaba.

Y esa misma idea fue la que terminó con todo.

-Edward!-

Soltando un grito atronador, el orgasmo me alcanzó segundos antes que a Edward, y arqueándome en sus brazos mientras lo abrazaba con fuerza pegué mis labios a su oído para susurrar lo que jamás podría ocultar o negar.

-Te amo-

Y con esas dos simples palabras me desvanecí en el colchón debajo de mí y Edward me siguió segundos después, dejándose caer encima de mí. Sintiéndome la mujer más feliz del mundo, con mi hombre y nuestro hijo junto a mí, me quedé dormida casi al instante.


~Edward's POV~

Con Bella de espaldas a mí, mi brazo sobre su cintura desnuda, y el sol metiéndose en el horizonte, miraba por el ventanal abierto el atardecer mientras el reloj marcaba las cinco.

Bella llevaba más de una hora dormida.

Y yo llevaba casi el mismo tiempo despierto, pensando en las últimas dos palabras que me había dicho mientras hacíamos el amor. Las palabras que ya me había dicho alguna vez, pensando que yo estaba dormido. Sólo que esta vez las había dicho completamente consciente de que yo las escucharía.

Bella me amaba. Y aunque no era algo nuevo para mí, lo impresionante era que ahora me lo había dicho de frente, sin timidez ni tapujos. Esa simple expresión verbalizada, que significaba mucho más de lo que pensé que podía significar para mí. Significaba que, contra todo mí pronóstico y expectativa, alguien estaba dispuesto a entregarse a mí.

Pero conocía a Bella lo suficiente para saber que eso no era digno de impresionarse, pues era tan fuerte pero vulnerable a la vez para amar a una persona sin reservas que me sentía afortunado al saber que me había elegido a mí para hacerlo.

Lo impresionante era que también contra todo pronóstico, yo estaba dispuesto a entregarme a ella. En realidad lo había hecho desde hacía meses, tal vez desde que la había conocido. Maldición. Porque la amaba demasiado. Tanto que me asustaba.

Y tal vez era ese miedo el que no me dejaba decírselo. Bella me lo había dicho de manera sincera y sin esperar una respuesta de regreso, pero me preguntaba sí nunca esperaría que yo lo dijera y seguiría conmigo sin tener la certeza de lo que yo sentía.

Sabía la respuesta a eso. Sonreí y abracé a Bella aún más contra mi pecho, en respuesta soltó un ligero suspiro y se acomodó contra mí para seguir durmiendo. Debajo de las sábanas y asimilando el hecho de que Bella estaba de nuevo conmigo, acaricié su cuerpo desnudo lentamente, disfrutando todos y cada uno de los rincones de su piel y su calor mientras ella seguía respirando relajada.

Mis manos se detuvieron en su aún plano vientre y se cerraron ahí, consciente de que dentro de ella crecía lo que los dos habíamos hecho. Dentro de ella estaba mi hijo.

Dejé que esa idea me llenara antes de quedarme dormido.

~o~

Cuando me desperté eran las siete de la tarde. Lo supe antes de mirar mi reloj, observando por el enorme ventanal como el sol se había metido mientras la ciudad de Seattle comenzaba a iluminarse poco a poco.

El invierno estaba llegando de manera definitiva.

Pero no fue ni la falta de luz ni la hora lo que me hizo levantarme, sino la falta de calor de un cuerpo contra el mío. Confuso, fruncí el ceño y me enderecé ligeramente para tocar el lugar a mí lado que seguía caliente. No había rastro de Bella.

Boca abajo y completamente desnudo salvo por la gruesa sábana que me cubría la cadera me tomé unos segundos para recordar todo lo que había pasado en los últimos días y para ser más preciso las últimas horas, y seguro de que ésta vez no había sido un sueño y efectivamente le había hecho el amor a mi mujer, me levanté de la cama y tomé un pantalón de pijama para ponérmelo antes de salir a buscar a Bella. No estaba en ningún lado de la habitación.

Una vez en la planta baja, miré por todos lados hasta que la encontré en la sala, donde con su camisola de seda azul marino y pegada al ventanal, miraba Seattle mientras se mordía el pulgar. Eso sólo lo hacía cuando estaba concentrada o nerviosa, y procurando no hacer mucho ruido me acerqué a ella y la abracé por detrás recibiendo un saltito de su parte.

Segundos después se relajó por completo y recargó su espalda en mi pecho mientras sus manos acariciaban mis brazos en su cintura.

-¿Qué haces aquí?-

Tardó en contestar.

-Nada importante- se mordió de nuevo la uña del pulgar- Sólo…pensaba-

Quise preguntarle que pensaba, pero incapaz de hacerlo por alguna razón, bajé la vista para mirarla y me topé de nuevo con aquella expresión. Pensaba algo seriamente, algo que la tenía inquieta, algo que le impedía estar completamente tranquila en casa, conmigo.

Para entonces estaba casi seguro de cual era esa razón, pero incapaz de ahondar en ese asunto aún, la abracé más contra mi pecho e hice el amarre más fuerte alrededor de su cintura. Como respuesta Bella se recargó más sobre mí y en ese momento me sentí despreciable. Sabía que era lo que le molestaba, y aunque no podía enfrentarme a la idea de hablar de eso Bella tampoco había hecho mención alguna del asunto.

Demostrando que estaría conmigo sin importar nada, sólo con la seguridad de su amor por mí y nada más.

-Será mejor que nos arreglemos-

Su voz me sacó de nuestro ensueño, y dejé de mirar las luces de Seattle a lo lejos para mirarla a ella quien se giró hacia mí y alzó la cabeza.

-La cena en casa de tus padres es a las ocho-

Tomé una larga inspiración e hice memoria de esta mañana. Alice había propuesto una "celebración" en familia esa noche en casa de mis padres. Después de entornar los ojos, sonreí y me incliné para besarla lentamente, un beso que me correspondió llevando sus manos a mi nuca. Corté el beso y con mi frente pegada a la suya sonreí de medio lado.

-Empieza a las ocho. No tenemos porque llegar tan puntuales-

Recibiendo a cambio una enorme sonrisa contra mis labios, tomé a mi esposa en brazos y cargándola con facilidad la llevé de vuelta a nuestra recámara para comenzar a "arreglarnos".

~o~

Casi dos horas más tarde manejaba mi Volvo rumbo a casa de mis padres mientras una bellísima y enfurruñada Bella me miraba como si me hubiera vuelto loco.

-Pero, no puedo simplemente no ir- me miró con ojos como platos- No puedo simplemente dejar de trabajar, me volveré loca!-

La conversación giraba en torno a la situación laboral de Bella que ahora por supuesto había cambiado radicalmente. Había vuelto conmigo, lo que significaba que no iba a dejar por ningún motivo que trabajara, mucho menos ahora que estaba embarazada y yo podía mantenerlos a ella y a mi hijo con el mejor y más costoso estilo de vida. Incluso cuando estábamos casados no me agradaba la idea de que trabajara en mi propia empresa, mucho menos me agradaba la idea que trabajara embarazada y en la empresa de un extraño.

-Puedes seguir trabajando en mi empresa, en tu antiguo puesto- me encogí de hombros y aceleré al acercarnos a la avenida- No te estoy prohibiendo trabajar-

Aunque en realidad si quería hacerlo, sabía que eso estaría fuera de discusión para la obstinada e independiente de mi esposa. Jamás aceptaría dejar de trabajar, aunque yo se lo pidiera.

-Eso puede ser casi tanto como no trabajar, con todo mundo sabiendo que soy tu…- se detuvo antes de decir "esposa", y fruncí el ceño- Me estás prohibiendo trabajar en donde yo quiero!-

-Corrección: Es el lugar en el que tuviste que empezar a trabajar porque fuiste lo suficientemente orgullosa como para renunciar en mi empresa-

-Sea como sea, es el lugar en el que me contrataron y yo ni siquiera fui a dar la cara!-

Claro que eso también ya estaba arreglado. En cuanto Bella había sido rescatada Sam había ido personalmente a la empresa a hablar con el próximo jefe de Bella para explicarle la situación y comentarles que ya no se presentaría a trabajar. Suponía que Bella ya intuía que yo había cerrado el ciclo por ella, mas al saber como solía manejarme con esos asuntos, pero en aquellos momentos estaba usando aquella carta como último medio para convencerme.

Por supuesto, no estaba dando resultado ni iba a darlo.

-Bella, lo siento, pero está fuera de discusión- la miré unos instantes antes de volver la mirada al frente- No te presentarás a trabajar en esa empresa y punto-

A mí lado, mi mujer alzo los brazos al cielo y abrió su boca en un gesto ofendido. Entonces explotó.

-Eres…- pensó bien lo siguiente- Eres un machista Edward Cullen! Un autoritario, impositivo, acostumbrado a hacer siempre tu voluntad!-

Sonreí de medio lado.

-Tal vez- me encogí de hombros- Y podrás gritarme lo que quieras más tarde, de hecho planeo hacerte gritar por las razones correctas cuando estemos en nuestra habitación- vi de reojo como se ponía roja como un tomate- Pero resérvalo para cuando lleguemos a casa, porque ya llegamos-

Eso dio por terminada la conversación, y conteniendo una carcajada al mirarla pasé por la reja abierta de casa de los Cullen hasta que llegué a la imponente entrada y estacioné mi coche detrás del de mis hermanos.

Una vez fuera del auto, Randall nos recibió con su amabilidad de costumbre y pasamos por el enorme recibidor de estilo colonial hacia el comedor en donde se escuchaban fuertes risas y voces hablando. Una vez ahí, toda mi familia se giró para mirarnos y sonreí. Todos estaban ahí, desde mis padres y mis hermanos hasta Jake, Renesmee, Sam y su esposa Emily y el papá de Bella. Una vez que nos vieron se pararon de sus lugares y se acercaron a saludarnos eufóricos, claramente esperando que llegáramos al ser los más importantes de la noche.

-Hasta que por fin llegan!-

Soltó Alice una vez que terminó de abrazarnos, y con una enorme sonrisa acarició su incipiente barriga de tres meses mientras nos miraba emocionada. Después de su eufórico saludo, nos vimos rodeados de abrazos y besos de los demás mientras Bella los aceptaba feliz y despreocupada, como si nada le molestara. Como si no le preocupara lo que había estado pensando desde que habíamos regresado a casa.

Decidí no pensar más en eso, pero la observaba. Decidí observarla en todo momento, intentando descifrar los pensamientos de mi enigmática y sorprendente esposa, intentando adivinar sus emociones y sentimientos respecto a nuestra nueva situación y sobre todo ante el hecho de que no tenía idea de lo que sentía por ella. La miré conversar con Alice animadamente, abrazar a Renesmee incontables ocasiones mientras caminaban por el comedor y platicaban con todos, reír a carcajadas de las bromas de Jacob y Sam y dar besos amorosos al señor Swan cada que lo tenía cerca.

En ocasiones me observaba, algunas veces me descubría mirándola y me regresaba la mirada con un toque de picardía y confusión a la vez, y en otras ocasiones era ella quien establecía el contacto visual primero, para después lanzarme besos discretos o guiñarme el ojo coqueta. Sonreí de medio lado ante el último guiño y tomé un sorbo de mi copa al mirarla. En verdad estaba perdido con esa mujer.

-Hola hermanito!-

El grito de Alice en mi oído me sacó de mis cavilaciones y solté una maldición que se quedó a medias en mi lengua para girarme a mirarla. Me miraba con una sonrisa de oreja a oreja.

-Tranquilízate hermanita. Casi me dejas sordo-

-Ay pero si serás exagerado, sólo venía a saludar a mi hermano consentido- se colgó de mi brazo- Y a platicar contigo, siento que tenemos siglos sin hablar-

Y tenía razón. De la familia Cullen, Alice y yo siempre habíamos sido por mucho los más cercanos, unidos por un lazo que mi madre calificaba como incomprensible. No importaba que no tuviera la misma sangre que yo, pero desde el momento que la había conocido, siendo ella un bebé y yo con cuatro años, la conexión había sido instantánea. Cuando aún vivíamos todos en casa éramos los que conversábamos horas y horas en el sofá, y a ella le contaba cosas que a nadie más le contaba y viceversa.

En realidad estuve tentado a confesarle lo del trato con Bella y el matrimonio falso en muchas ocasiones pero no me había atrevido por miedo al saber lo que diría. Seguro me hubiera dicho la pura y más verdad absoluta que al final había terminado siguiendo: quedarme con Bella. Y por supuesto, me habría regañado como nunca.

Pero ahora que todo se sabía sentía un peso menos de encima en lo referente a mi hermana y podía volver a contarle todo lo que quisiera.

-En eso tienes razón- sonreí y choqué mi copa con la de ella- Pero eso es algo que se puede solucionar hermanita-

-Por supuesto, y más ahora que hiciste lo correcto- miró a Bella- Porque tal vez no lo sabías, pero si hubieras sido tan estúpido como para dejar a Bella para siempre, no pensaba volver a dirigirte la palabra-

Sorprendido por esa revelación, alcé las cejas y sonreí ante el puchero de mi hermana.

-Es bueno saberlo- miré a Bella también- De todas maneras creo que ya no tienes que preocuparte por eso-

-Claro que ya no me preocupa, pero en realidad, después de hablar con Bella hay algo que ahora me preocupa más- la miré confuso- ¿Cómo es eso de que ya no están casados? ¿Sí se divorciaron?-

Aquello me dejó más sorprendido que ella pero no dije nada, esperando que continuara.

-Le pregunté a Bella a modo de broma que cuando se irían por fin de luna de miel- se encogió de hombros- Y ella me contestó muy relajada que primero tendrían que casarse de nuevo para eso-

Abrí mis ojos de par en par, y de pronto hizo sentido en mi cabeza. Por eso Bella no se refería a mí como su esposo o a ella como mi esposa, tal vez era también parte de lo que la tenía inquieta- no era la única razón, claro- y no la dejaba estar tranquila. Bella pensaba que yo también había firmado los papeles del divorcio.

Pensaba que estábamos divorciados.

Sin poder evitarlo, la busqué y la miré platicar con mi madre mientras comía un canapé. Sonreí. Así que eso pensaba.

Consciente de que cambiaría esa manera de pensar ésa misma noche, miré a Alice y meneando la cabeza me coloqué un dedo en los labios y le guiñé un ojo cómplice. Ella sonrió emocionada y juntando sus manos en un aplauso pequeñísimo asintió.

Aunque el "casarnos de nuevo" de Bella no estaba del todo desacertado.

Media hora más tarde Randall anunció que la cena estaba servida. Finalmente Bella estaba a mí lado, y con mi brazo alrededor de su cadera y con el suyo en la mía conversábamos con Emmett y Rosalie mientras yo daba ligeros sorbos a mi whisky y Bella sonreía rechazando el alcohol como toda una excelente embarazada primeriza. Claro que todos seguían sin saber nada y con un "acabo de salir del hospital y no me cae bien, gracias" sonreía y decía no con la mano.

Yo solo me limitaba a sonreírle, enternecido por sus intentos de no revelar nada mientras repetía esa excusa una y otra vez. Al otro lado de mí, había visto a Alice lanzarle miradas a Bella cada vez que rechazaba una copa, mirándola incluso con ceño fruncido.

Yo sólo me divertía mucho con la situación.

Entonces Alice decidió tomar cartas en el asunto, y antes de que todos pasáramos a sentarnos se colocó en el centro del grupo y levantó su copa de licor frutal sin alcohol.

-Bien, ha llegado el momento de un brindis!-

En cuanto dijo aquello Randall se acercó a nosotros con una bandeja llena de copas con champagne y mientras yo tomaba la mía, Bella negó por enésima vez con la cabeza y sonriente pidió un jugo de naranja. Aquello pareció ser suficiente para Alice, y mientras los demás tomaban su copa se acercó a nosotros y nos miró con ceño.

-¿Pasa algo, Bells? ¿Te sientes mal?-

Preguntó aquello bastante fuerte para que todos escucharan, y una vez que tuvimos la mirada preocupada de todos encima, Bella abrió sus ojos de par en par y apretó su amarre en mi cadera.

-No has querido tomar una sola gota de alcohol en toda la noche!-

Ahí estaba. Reprimí una sonrisa, y a mí lado una nerviosa Bella se mordió el labio y alzó la mirada hacia mí. Como única respuesta hice más fuerte el amarre en su cintura y besé su cabeza antes de mirar a todos los presentes que nos miraban extrañados.

-Familia, tenemos algo que comunicarles-

Tomé la mano de Bella con fuerza y recibiendo un apretón a cambio sonreí ampliamente.

-Bella y yo…- la miré, sus ojos brillaban- Vamos a tener un hijo-

La reacción de sorpresa y alegría no se hizo de esperar. Antes de darnos cuenta nos vimos rodeados por los abrazos, los besos y las felicitaciones de todos, mientras los grititos y exclamaciones de emoción llenaban el comedor. A todos les tomó por sorpresa la noticia, pero al igual estaban felices como nosotros.

-Otro Cullen en la familia!-

-Por fin me vas a dar un sobrinito, hermanito! Qué emoción!-

-Felicidades a los dos, que alegría!-

Entre el ruido de las felicitaciones, los abrazos y las risas no escuchamos que una persona entró al comedor hasta que Randall se aclaró la garganta y todos dejamos de conversar para mirar al enorme arco de entrada en donde se encontraba la persona que acababa de llegar.

Abrí mis ojos de par en par. Con un vestido blanco y zapatos a juego, su cabello rojizo suelto y sus ojos algo llorosos, Victoria nos miraba serena desde su lugar. Nos miraba a Bella y a mí.

-Buenas noches- la salió la voz un poco quebrada- Lamento interrumpir su cena-

Con las manos de Bella sobre mi pecho y mis manos alrededor de ella, miré a Victoria completamente mudo al igual que todos los presentes. Jake y Sam, al igual que yo, la miraban con sorpresa y decepción a la vez.

¿Qué rayos hacía ahí?

-Seré breve, no les quitaré mucho tiempo-

Mi amarre sobre Bella se hizo más fuerte.

-Necesito hablar con Bella, a solas-

A mí lado, Bella se apartó de mí y asintió ligeramente sin dejar de mirar a Victoria.


~Bella's POV~

Una vez en el estudio cerré la puerta detrás de mí y tomé una larga bocanada de aire antes de girarme. Miré a Victoria, quien con su bolso en las manos y hombros algo caídos no se parecía en nada a la mujer altanera y arrogante que siempre había sido. Al contrario, daba algo de pena.

Me miré al espejo a mí lado, enfundada en un vestido Dolce & Gabanna negro con detalles dorados y unos zapatos de satín negro Manolo Blahnik a juego no me veía como cualquier mujer. Aquello me dio las fuerzas para ser la primera en hablar.

-Bien, estamos solas- me encogí de hombros- ¿En qué te puedo ayudar?-

No contestó de inmediato. Se miró las uñas con su típica antipatía y por un momento pensé que la Victoria de siempre había vuelto para recibir de nuevo aquella mirada arrepentida que tenía desde que había llegado.

-Escuché que estás embarazada- sonrió ligeramente, casi con vergüenza- Felicidades-

Me llevé la mano al vientre de manera instintiva y la miré sin entender. ¿Estaba hablando en serio?

-Gracias- fruncí el ceño- ¿Qué haces aquí, Victoria?-

Sonrió de medio lado y miró el piso unos instantes, como si ni siquiera ella misma supiera porque estaba ahí.

-Venía a asegurarme que en efecto James estuviera en la cárcel, pero después de verlos a todos ustedes en el comedor me di cuenta que sí- se encogió de hombros- Me cuesta creer que haya hecho algo así-

La miré algo sorprendida el escucharla, pero recordaba lo que Edward me había dicho en el hospital sobre Victoria y James. Eran amantes incluso cuando Edward y ella estaban comprometidos, y había intentado por todos los medios comprobar que lo mío con Edward era una farsa para obtener la herencia.

¿Por qué entonces le había confesado a Edward el plan de James de secuestrarme?

¿Por qué estaba en ese momento frente a mí, felicitándome por mi embarazo?

-Pues increíble o no, lo hizo- fue mi turno de encogerme de hombros- Tarde o temprano iba a dar a la cárcel-

-Lo sé, supuse que siempre quise creer que era…decente- sonrió irónica y se cruzó de brazos- Pero claro que no lo era. De hecho nunca fue mejor que Edward, en ningún momento-

Sin poder evitarlo me tensé de inmediato al escucharla expresarse así, admirando al hombre que alguna vez había sido su prometido y con el que había estado a punto de casarse. El hombre que ahora era el padre de mi hijo. Obviamente aquello no me gustó nada.

-Eso es evidente-

-Tienes suerte ¿Sabes? Es un gran hombre- meneó la cabeza- Yo fui demasiado estúpida para verlo y tiré todo por la borda por un…-

Fue mi momento para sorprenderme, incapaz de creer que Victoria estaba ahí prácticamente diciéndome que se arrepentía de haber dejado a Edward. Y aunque Edward estaba conmigo, no pude evitar imaginar que sería de nosotros si Victoria hubiera decidido quedarse con Edward y casarse con él. El trato jamás habría existido. Probablemente jamás habría conocido a Edward.

Entonces supe que después de todo tenía algo que agradecerle a la mujer que tenía frente a mí.

-Capricho- terminó después de mucho meditar- Pero eso ya no importa, y ya es muy tarde para remediarlo- meneó la cabeza- Tu estás con Edward, y tu eres la que vas a tener un hijo de él-

No pude contestar. No sabía cómo interpretar sus palabras que evidentemente denotaban su decepción y su arrepentimiento al haber dejado ir a Edward. Por un lado la entendía, pues yo misma sabía el hombre que Edward era y a la vez no podía evitar sentirme celosa al saber que ella seguía de alguna manera interesada en él.

Decidí quedarme callada por el bien de ambas, y Victoria siguió hablando.

-Supongo que tengo lo que me merezco- sonrió- Y Edward y tú también claro. Se ven…muy felices juntos-

-Lo somos-

Mi respuesta fue inmediata, no tan a la defensiva como antes pero algo ruda. Para entonces estaba tan confundida que no entendía que rayos quería sacar de esa conversación, y recordé que Edward estaba en el comedor ansioso por saber que estaba pasando en el estudio. Entonces mi paciencia se agotó por completo y solté un suspiro.

-¿Qué quieres, Victoria?-

-Quiero disculparme, Bella-

La frase me cayó como balde de agua helada, segura de que de todas las cosas que esperaba escuchar, esa no estaba en la lista. No pude contestar nada, y con ojos abiertos y la mandíbula desencajada me limité a mirar a Victoria hasta que volvió a hablar.

-Sólo eso- se encogió de hombros y cruzó sus brazos- Te hice cosas terribles sin conocerte, y siendo o no una farsa, estabas casada con Edward-

No contesté. La miré rígida desde mi lugar, esperando sus siguientes palabras mientras intentaba comprender las que acababa de decirme.

-Cuando supe que Edward se había casado contigo, una mujer con la que jamás se le había visto y no era como todas las que conocía y además con el asunto de la herencia de por medio, me prometí hacer de todo para separarlos o por lo menos mostrar su farsa-

Me miró fijamente antes de seguir hablando.

-Claro que me mentí a mí misma diciendo que sólo lo hacía por la herencia, para que fuera a dar a manos de James y no de Edward- sonrió de medio lado- Pero la verdad es que también estaba celosa- tragué en seco- Celosa de ti, de que fueras mejor que yo, celosa de Edward, celosa de los dos. De lo que tenía él contigo, algo que nunca tuvo conmigo-

De nuevo la miré sin saber que decir, intentando esconder mi sorpresa en una expresión de frialdad e indiferencia mientras ella seguía hablando.

-Pero al final tuve que darme por vencida al darme cuenta que lo de ustedes era real. Es real- corrigió- No sé cómo ni cuándo pasó, pero si sé que lo que empezó como un arreglo terminó siendo real- me apuntó con una mano, aún cruzada de brazos- Y aquí estás, esperando un hijo de Edward-

No pude decir nada.

-De cualquier forma, solo venía a decirte eso. Y a pedirte perdón por todo lo que te hice a ti y a Edward. Lamento mucho lo que James te hizo también-

Tomó su bolso que estaba en la silla a su lado y me miró con una media sonrisa.

-Eso era todo. Será mejor que me vaya, todos afuera están esperándote seguramente-

Comenzó a caminar rumbo a la salida que estaba detrás de mí, y pasando por mí lado inclinó la cabeza con una sonrisa hasta que llegó a la puerta. Una vez abierta, se detuvo para mirarme y yo también lo hice, sin moverme de mi lugar.

-Él te ama, Bella. Más de lo que nunca me amó a mí-

Con una sonrisa me dio una última mirada antes de cerrar la puerta detrás de ella, dejándome a mí boquiabierta y sorprendida en mi lugar. No me moví durante unos minutos.


Una vez que Victoria salió por la puerta principal y estuve a un lado de Edward mientras todos mirábamos como se cerraba la puerta detrás de ella, el suspiro de alivio y el ambiente relajado de nuevo no se hizo de esperar. Con su brazo posesivo en mi cintura, me miró y presionó sus labios contra mi sien.

-¿Todo bien?-

-Sí- sonreí y besé su nariz ligeramente- Sólo quería…disculparse-

No me preguntó nada más al respecto, lo cual fue bastante sorprendente, y mientras todos volvían a lo que estaban haciendo, me aferró aun más por la cintura y pegó su boca a mi oído.

-Nos vamos después de la cena ¿Está bien?-

Como única respuesta asentí con la cabeza, feliz de regresar a casa después de un día tan ajetreado y compuse una sonrisa para conversar con Rosalie que se había acercado a mí.

Cinco minutos después el ama de llaves nos llamó a la mesa del comedor para la cena de esa noche y bastante hambrienta me acerqué a la mesa y tomé mi lugar entre Edward y Emmett. Los Cullen nunca escatimaban en nada y aquella cena se veía simplemente exquisita. Carne, pollo, mariscos, pastas, sopas, ensaladas y postres de todo tipo adornaron la mesa casi al instante y quise comer todo lo que tenía enfrente. Con mi plato aún vacío, el ama de llaves esperaba pacientemente a que me decidiera por algo y Alice soltó una risita traviesa unos cuantos lugares a mí lado.

-¿No puedes decidir?- me sonrió ampliamente- Te entiendo Bells, me pasa lo mismo- se acarició la pancita y miró a Edward- Y solo va empezando. Te quedan ocho meses más de lo mismo, hermanito!-

Con esa declaración la mesa estalló en risas y Edward apretó mi mano debajo de la mesa divertido mientras yo me ponía tan roja que sentí mi cara arder. A mí lado, Edward pegó sus labios a mi oído.

-Termina rápido tu cena para irnos a casa-

Su mano acarició mi muslo por debajo de la mesa y se introdujo debajo de mi vestido, cerca, muy cerca de mi entrepierna. Ahogué un gemido.

-Y una vez que estemos en nuestra habitación, te daré razones de verdad para sonrojarte así-

Con esa simple afirmación tragué grueso e intenté por todos los medios no sonrojarme más de lo que ya estaba sin éxito alguno mientras servían mi cena en el plato.

Cuarenta minutos más tarde y una vez que todos estuvimos en la sala para conversar, Edward se levantó del sofá principal y me tomó de la mano para ayudarme a levantarme. Con las miradas de todos en nosotros sonrió ampliamente y me tomó por la cintura.

-Bueno familia, es hora de irnos- me miró sonriente- Bella necesita descansar, y yo también a decir verdad-

Aquello era totalmente cierto. Aunque habíamos dormido gran parte de la tarde no había terminado de recuperarme del todo, y en aquellos momentos lo único que quería era estar en casa con Edward. Con una sonrisa acepté los abrazos emocionados y felicitaciones repetidas mientras me despedía y Edward hacía lo mismo.

Minutos más tarde y con un último abrazo de mi papá, tomé la mano de Edward y salimos por la puerta principal en donde Randall le entregó a Edward las llaves de su coche y nuestros abrigos. Una vez fuera en el frío de la noche, me abracé a Edward y una vez en el auto me dio un beso en el dorso de la mano y me sonrió tiernamente.

-¿Lista?-

Ignoré la sensación de que se refería a algo más que ir a casa, y sonriente asentí mientras Edward encendía el auto y comenzaba a acelerar.

Pasaron cinco minutos en lo que ninguno dijo nada, y salimos de la lujosa colonia de los Cullen para adentrarnos en la ciudad de Seattle, que en Viernes comenzaba a dar señales de su agitada vida nocturna. Me relajé por completo en el asiento, y esperando la vuelta a la izquierda para ir hacia nuestro apartamento abrí mis ojos atenta al darme cuenta que había girado a la derecha y se alejaba por completo del destino.

Fruncí el ceño y miré a través de la ventana. Seguíamos en el centro pero en dirección al este, cuando la avenida de nuestro pent house estaba al oeste de Seattle. Confundida y nerviosa me giré a ver a Edward quien completamente sereno seguía el camino por la calle algo desierta.

-¿Edward?-

-¿Sí, preciosa?-

-¿A dónde vamos?-

Casi satisfecho porque hubiera descubierto el cambio de rumbo, sonrió de medio lado y aceleró en cuanto una luz se puso en verde.

-Es una sorpresa-

Fue lo único que dijo como respuesta, y dejándome bastante expectante y sobre todo curiosa me acomodé en mi lugar y lo miré de reojo mientras intentaba descifrar su expresión tranquila. No tenía la menor idea de lo que tramaba, y el no saberlo me puso nerviosa al instante.

El camino fue familiar todo el tiempo. Recorrimos las calles del centro de Seattle sin prisa, y traté de relajarme y evitar preguntar a toda costa hacia donde nos dirigíamos de nuevo. Unos cuantos semáforos más y algunas calles desoladas dio vuelta a la derecha en la zona de los rascacielos de la ciudad, en donde se encontraban todas las empresas más importantes del país y estuvimos en la calle de Empresas Cullen.

Fruncí el ceño. Con demasiada calma Edward entró al estacionamiento subterráneo del edificio y todos los guardias de seguridad dejaron pasar sin problema alguno al dueño de la empresa, quien en cuanto estacionó en el lugar con su nombre a un lado de las puertas del elevador bajó del auto y me abrió la puerta para ayudarme a bajar. Sin entender nada de lo que pasaba tomé su mano y mirándolo extrañada lo dejé guiarme hasta el elevador.

Una vez dentro oprimió el número veinticinco el cual era el último piso del edificio y las puertas se cerraron mientras el elevador comenzaba a subir. Dentro, dejé que Edward rodeara mi cintura y me diera un suave beso en los labios mientras seguíamos subiendo rumbo a la dirección general y mi cabeza seguía procesando todo. Qué rayos hacíamos en Empresas Cullen a las once de la noche y porque íbamos a su oficina era un completo misterio para mí, pero sintiendo la emoción contenida de Edward a mí lado decidí quedarme callada y disfrutar lo que fuera a pasar.

Estaba de nuevo con él, y eso era lo único que me importaba.

Finalmente las puertas del elevador se abrieron y estuvimos en la recepción de su oficina en donde todo estaba exactamente igual que como lo recordaba. Paredes claras, sillones de cuero negros, el escritorio de Nessie y la enorme puerta de caoba de la oficina de Edward al final de la salita. Entonces recordé como casi cuatro meses atrás, exactamente en aquél lugar y nerviosa como nunca lo había estado, me preparaba para conocer al intimidante Edward Cullen y pedirle que me ayudara a sacar a mi padre de la cárcel.

Lo que me había pedido a cambio me había sorprendido tanto que pensé que estaba loco, y ahora ahí estábamos, meses después. Tal vez no casados, pero si juntos. Sonreí ligeramente.

-Bien, sígueme-

Me tomó de la mano para guiarme y quedándome plantada en mi lugar para atraer su atención, se giró para mirarme confuso y yo alcé una ceja inquisitiva.

-¿Qué te traes entre manos, Cullen?-

Sonrió ampliamente y me atrajo a él para plantarme un beso que me dejo sin aliento.

-Si me sigues lo sabrás-

Fue lo último que me dijo antes de guiarme de nuevo hacia su oficina que para mí sorpresa no se encontraba cerrada con llave. Renesmee siempre la cerraba, y hacia mucho más sentido puesto que Edward había pasado los últimos cuatro días fuera. No pude pensar más en eso pues en cuanto Edward abrió la puerta entramos y miré la oficina que no había cambiado en nada salvo por unas cuantas cosas.

Al final de la oficina, los ventanales sin cortinas dejaban ver la ciudad iluminada, su enorme escritorio de madera oscura estaba impecable como siempre, al igual que su silla de cuero negro. Dos velas apostadas en cada esquina del escritorio y prendidas lanzaban destellos suaves de luz. En la salita, un ramo de flores rojas adornaba desde la mesa de centro así como dos velas encendidas daban luz, y unas cuantas flores se encontraban desperdigadas en el escritorio y el sofá. La chimenea estaba encendida, algo que jamás sucedía según Nessie, y encima de ella cinco velas encendidas del mismo tamaño llameaban intensamente.

Y para rematar, una botella de champagne, el mismo champagne que habíamos probado en nuestra cena en París, reposaba en hielo a un lado de la chimenea.

Fruncí el ceño al darme cuenta que la oficina estaba a media luz, con la ayuda del fuego de las velas y la chimenea complementando el cálido, acogedor y bastante sexy escenario.

Sin poder evitarlo recordé cuando Edward había bromeado que nunca habíamos tenido sexo en su oficina y sonreí de medio lado. A decir verdad no tenía idea de porque ese lugar seguía sin ser "bautizado" como uno de nuestros lugares para hacer el amor. Era exquisito.

No dejé que ese pensamiento me sacara de mi confusión inicial, y sin decir una sola palabra y con ojos muy abiertos dejé que Edward me guiara hasta la salita frente a la chimenea mientras mi cabeza trabajaba a mil por hora. ¿Cómo rayos había Edward arreglado todo eso si había estado conmigo todo el tiempo?

Entonces recordé la infinidad de veces que lo había visto platicando en la tarde en nuestra casa y esa noche en casa de sus padres con cierta mujer que resultaba ser su asistente y mi mejor amiga.

Renesmee. Todo eso había sido obra de Renesmee.

Aún sonriente Edward se sentó en el sofá individual y me invitó a sentarme en el sofá de dos personas en diagonal a él.

De nuevo y sin poder evitarlo mi mente viajo cuatro meses atrás en donde en esa oficina me había pedido que me casara con él, y horas más tarde en una sala bastante parecida en su casa habíamos revisado y firmado el trato de nuestro matrimonio.

Miré la carpeta color manila en la mesita frente a mí y fruncí el ceño. Esos eran los únicos papeles que había a la vista en la oficina.

-¿Qué hacemos aquí?-

-Aclarando algunos puntos, y haciendo un nuevo trato- divertido, apoyó un codo en el posa brazos y su barbilla en un puño para sonreír- Primero, quiero que leas eso-

Entonces no era mi imaginación. Edward lo sabía, y de alguna manera me había llevado al lugar que me recordaba como habíamos empezado todo aquello. Después de todo, su oficina era el lugar en donde todo había empezado.

Sin embargo y en aquella ocasión, no tenía idea de que pretendía y estaba más asustada que la primera vez que había leído unos papeles frente a él. Los papeles del trato prenupcial.

-De…- tomé los papeles- De acuerdo-

Con una sonrisa triunfal a cambio, abrí la carpeta y mi garganta se hizo un nudo al leerlo. Eran los papeles del divorcio. Los papeles que había firmado días antes de que me secuestraran y que me deslindaban por completo de Edward. Tragué en seco y los apreté con fuerza.

-Estos…- se me quebró la voz- Pero si ya los…-

-Léelos-

La orden fue directa pero suave, y aunque no pude mirarlo a los ojos supe que él me miraba con ternura. Sin saber por qué rayos me quería torturar así, leí de nuevo todos los papeles en donde no había nada diferente hasta que llegué a las últimas tres hojas en donde iban nuestras firmas.

Sólo para darme cuenta de algo que me dejó helada. Las firmas de Edward no estaban.

Abriendo mis ojos de par en par alcé la vista para mirarlo y abrí mi boca lo más que pude.

-Pe…pero qué…- señalé los papeles en mi mano- Entonces tu…-

-No los firmé- se inclinó hacia mí y tomó mi mano izquierda que estaba flácida para mirarla- El día de tu secuestro fue el día que me llegaron esos papeles. No tuve tiempo de firmarlos pues me hablaron para decirme que habías desaparecido- besó mi mano con fuerza, sin dejar de mirarla- Pero la verdad es que lo estuve pensando, y creo que aunque no me hubieran interrumpido, como quiera no los habría firmado-

Sólo entonces subió la mirada para encontrarse con la mía, y con mis ojos algo borrosos sonreí ampliamente en respuesta. Aquella última frase se quedó bailando en mi cabeza, y feliz de escuchar que al igual que yo Edward tampoco quería el divorcio apreté su mano con la mía.

No iba a ponerme a pensar en lo que pudiera o no sentir por mí, y en aquél momento me conformé con saber que Edward no quería terminar con el trato que habíamos hecho meses atrás.

-Eso quiere decir que…-

-Que sigues siendo mi esposa- sonrió aún más- Seguimos estando casados por ley, Bella. Nunca estuvimos divorciados-

No pude hacer más que sonreír satisfecha, y fue lo único antes de que Edward me señalara los papeles de nuevo. Con una suave mirada se recargó en el sofá y soltó mi mano.

-Sigue-

Extrañada, lo miré con ceño y bajé la mirada a los papeles que no se habían terminado. Debajo de ellos había otro montón que aún no leía, y curiosa dejé los papeles de divorcio de lado para seguir leyendo. Era el contrato prenupcial que había firmado cuatro meses atrás en su casa, antes de cerrar nuestro trato.

-Pero…estos papeles también ya los…-

-Créeme, no lo has hecho- sonrió al ver mi confusión- Verás que les he hecho algunas modificaciones-

Segura de que lo mejor era no discutir y con la curiosidad picándome por dentro comencé a leer los papeles en los que efectivamente había no solo "algunas" modificaciones. Era un documento totalmente diferente. En ninguna cláusula se mencionaba la frase "cuando termine el trato" y tuve que detenerme y tragar grueso cuando llegué a la cláusula en donde se especificaba la cantidad mensual que Edward me daría para mis gastos. La suma se había triplicado.

Sin decir nada, seguí leyendo el documento hasta llegar a la última cláusula en donde cuatro meses atrás se establecía que nos casábamos por bienes separados y que todo lo ganado durante nuestro matrimonio no sería de ambos sino del que lo hubiera ganado, así hasta nuestro divorcio, en donde no vería un solo centavo de Edward una vez separados.

La leí de nuevo para darme cuenta que todo eso había cambiado ahora, y la frase bienes separados había cambiado por bienes conjuntos.

Todo lo que Edward tenía, incluido su penthouse, propiedades en Seattle, autos, su empresa, sus acciones en otras compañías, su dinero en el banco y sus propiedades alrededor del mundo pasaban a ser mías en aquél documento, en donde el cincuenta por ciento de sus bienes actuales y construidos en el futuro eran míos y seguirían siendo aún si nos divorciáramos. Boquiabierta, terminé de leer el documento hasta la sección de firmas en donde la de Edward ya estaba ahí. Solo faltaba la mía.

-Ed…Edward…- lo miré sorprendida- Esto es…-

-Nuestro arreglo final, preciosa- se inclinó para besar mi mano de nuevo- El único trato que debí haber cerrado contigo cuando hicimos esto, sólo que fui muy lento para entenderlo-

-Pero es que es tanto. Y no es mío- negué con la cabeza- No puedo…-

Antes de poder decir más, se inclinó hasta que estuvo a escasos centímetros de mí y tomó mi rostro con ambas manos para obligarme a mirarlo. Sus ojos verdes me miraron con ternura y severidad a la vez.

-Escúchame bien Bella- acarició mi mejilla con su pulgar- Eres mi esposa, la madre de mi hijo y la mujer con la que quiero pasar mi vida. Todo lo que tengo es tuyo, sin importar quién lo ganó o no- sonrió de medio lado- Y porque sé que no me abandonarás por otro y te irás con la mitad de mis bienes-

Sonreí junto con él ante su broma mientras procesaba lo que acababa de decirme. Era la mujer con la que quería estar siempre, aunque aún no supiera si era la mujer que amaba. ¿Tenía que decirlo para saberlo? Tal vez no, y aunque no necesitaba nada más que estar con él a partir de ahora, no podía evitar la necesidad de escucharlo decirlo. Después de todo, semanas atrás lo había escuchado decir que no me amaba y jamás me amaría, pues no creía en el amor.

Y aunque sabía que eso era mentira, necesitaba escucharlo de su boca.

Aunque tal vez nunca lo haría. Era Edward después de todo, y yo había aceptado amarlo así.

No pude decir nada. Con un nudo en la garganta y mi vista nublada por la emoción sonreí ligeramente y me incliné para besarlo. Fue un beso corto y suave para mostrarle mi agradecimiento, pues estaba segura que si hablaba se escucharía mi voz quebrada.

-Bien- se alejó de mí y me pasó una pluma- Ahora sólo falta que firmes-

Entrelazó sus dedos y alzó las cejas en gesto de espera sin dejar de mirarme. Aún sonriendo, meneé la cabeza en gesto de resignación y firmé el papel para cerrar el nuevo trato que ahora teníamos. Una vez tuvo los papeles, cerró la carpeta y los puso en la mesa fuera de mi alcance sin dejar de sonreír.

-Bueno, creo que el trato está cerrado de nuevo, Señor Cullen-

Soltando una ligera risa bastante sexy, se levantó de su lugar y me ofreció su mano para ayudarme a levantarme. Una vez que estuve parada rodeó mi cintura con sus brazos y me pegó a él con fuerza sin dejar de sonreír.

-No del todo- me besó y yo lo miré confundida- Aún falta una última cosa-

Fue todo lo que me dijo antes de tomar mi mano y dirigirse a su escritorio que estaba completamente vacío, excepto por una cosa. Curiosa, lo dejé guiarme hasta que estuvimos detrás de él y frente al ventanal en donde pude apreciar las luces de la ciudad en la distancia.

Entonces lo noté. Algo que jamás había notado en Edward y que me dejó aún más confundida de lo que estaba. Su mano temblaba ligeramente contra la mía. Estaba nervioso.

-¿Edward?- coloqué mi mano en su pecho para mirarlo a los ojos- ¿Qué pasa?-

Componiendo una sonrisa a cambio, estiró su mano para tomar lo único que había en el escritorio y cuando lo tuvo en una mano lo pude distinguir. Era una cajita cuadrada de terciopelo color negro que cabía a la perfección en la palma de su mano y que tomó con fuerza para mirarme.

-Hay algo en lo que he pensado desde que nos casamos, y que recordé en estos días más que en cualquier otro-

Abrazó mi cintura y me pegó a él con familiaridad mientras me miraba a los ojos con una sonrisa, una mirada suave que yo le regresaba más relajada pero aún confusa. Curiosa, acaricié su pecho y ladeé mi cabeza.

-¿Qué?-

Edward bajó la mirada algo nervioso, como un niño pequeño que teme decir algo. Jamás lo había visto de esa manera, pues siempre cumplía su papel como magnate y amo del universo tan bien que nunca lo veía asustado o nervioso por algo, y el bicho de la curiosidad me picó de nuevo. Tomando aire, Edward alzó la mirada a mí de nuevo y al parecer encontró el valor para hablar.

-En realidad no estamos casados-

Fruncí el ceño en un gran "¿Qué dices?" que no pronuncié.

-Quiero decir, nos casamos sólo por lo civil, como una manera de cerrar formalmente el trato que habíamos hecho- se encogió de hombros- Pero no nos casamos por la iglesia-

Sin dejarme decir nada, puso la mano que tenía aferrada la cajita entre nosotros y mi corazón comenzó a acelerarse enseguida al imaginar lo que podía contener y lo que Edward estaba por decirme. Abrí mi boca ligeramente mientras miraba el pequeño contenedor en su mano y después a él. Entonces todo comenzó a hacer sentido, y recordé mi ligera decepción de meses atrás al no haberme casado por la iglesia. Al inicio y después de la ceremonia civil con Edward, con aquello me había bastado pues sabía que era una farsa, sin embargo, la ilusión de entrar a la iglesia tomada del brazo de mi padre mientras me entregaba seguía ahí.

Poco tiempo después me había dado cuenta que Edward era el hombre al que quería esperándome en el altar.

-Tampoco te hice una propuesta de matrimonio-

Me quedé sin aliento en sus brazos. En ningún momento dejamos de mirarnos a los ojos, y con una suave sonrisa Edward tragó grueso y lo dijo.

-Quiero casarme contigo por la iglesia, Bella- abrió la cajita que tenía en su mano -Y nada me haría más feliz que aceptes-

Y ahí, en medio del terciopelo negro, el más maravilloso anillo de compromiso que había visto en mi vida brillaba frente a mí. Con una banda sencilla y delgada de platino, adornada a cada lado de la piedra central por siete pequeños diamantes incrustados en la banda, un enorme diamante de corte cojín en color blanco se alzaba imponente en el centro. Era la piedra más enorme que había visto en un anillo de compromiso, y supuse que había costado una fortuna.

El anillo era el más increíble que había visto en toda mi vida.

Pero incluso el anillo pareció poca cosa comparado con lo que acababa de pedirme. Casarme con Edward. Por la iglesia. Unirnos de la última manera posible. Y eso era lo único que me importaba en aquellos momentos. Por supuesto que no necesitaba mi respuesta.

-Oh Edward…-

-También me di cuenta que jamás te di un anillo de compromiso- se encogió de hombros, mirando también el anillo que teníamos entre nosotros -Lamento haberme tardado tanto en dártelo-

Fruncí el ceño al escucharlo. Edward había estado conmigo en todo momento desde que me habían rescatado, y estaba segura que no le había dejado la tarea de comprarme un anillo de compromiso a Nessie o a Jake o nadie de su familia. Era un anillo especial y casi hecho a mí medida, que estaba segura había escogido de acuerdo a mí y a mis gustos. Lo miré.

-Pero…¿Desde cuándo…-

-¿Lo tengo?- terminó la pregunta por mí mientras alzaba las cejas y se encogió de hombros -Desde que volvimos de París por tu cumpleaños. Lo compré unos días después-

Abrí mis ojos de par en par. Eso había sido hace tres meses, cuando aún estaba casada con él, cuando todo estaba bien entre nosotros. Abrí mi boca sin saber que decir.

-Lo sé- entendiendo mi reacción, dejó el anillo en el escritorio y me abrazó por la cintura de nuevo -Debí habértelo dado antes, pero pasaron tantas cosas…- miró por la ventana y luego a mí- Entre tu padre, James, la herencia y nuestro divorcio nunca encontré el momento adecuado para dártelo. Pero creo que ahora va con la ocasión, considerando que quiero casarme contigo de nuevo-

Tomó aire como si se preparara para lo que iba a decir y me atrajo más hacia él.

-Eres perfecta, y somos perfectos juntos- tomó mi mano y la apretó con fuerza contra su pecho -Me complementas por completo Bella, mucho más allá de lo meramente sexual o físico, de una forma que jamás pensé que alguien podría hacerlo-

-Edward…-

-No. Déjame hablar, porque tal vez sea una de las pocas veces que lo haga y diga esto- sonreí junto con él- Necesito hacerlo-

Asentí ligeramente y enlacé mis dedos con los suyos que seguían en su pecho para mirarlo atenta. De nuevo lo sentí temblar ligeramente y sonreí más.

Edward Cullen, el imponente y magnate hombre de negocios, asustado por una declaración. Entonces lo supe. Por fin vi todo claramente, y entendí que era eso lo que retenía tanto y había hecho que tiráramos todo por la borda con nuestra relación. El miedo.

Miedo a amarme.

-Tardé demasiado tiempo en comprenderlo, la verdad- alejó mi mano de su pecho para mirar nuestros dedos enlazados -O tal vez tenía demasiado miedo para verlo. Para ver lo perfecto que somos juntos, y cómo el no tenerte a mí lado hace que me sienta incompleto- me miró a los ojos, yo estaba conteniendo el aliento -Pero creo que eso lo supe desde siempre, desde el momento que te vi por primera vez en mi oficina, la primera vez que te besé, la primera vez que te hice mía, la primera vez que te abracé para dormir después de hacer el amor-

Tomó aire y exhaló para tomar el anillo que teníamos a un lado y mostrármelo.

-Por eso compré este anillo. Tal vez no sabía por qué ni que pretendía, pero ahora entiendo que simplemente quería pasar el resto de mi vida contigo. Porque tú me haces mejor, me retas, me desafías. Me motivas-

Sonrió, tal vez recordando todas esas veces en donde habíamos discutido o peleado por no querer hacer su voluntad. "Podrás tener todo el dinero del mundo, Cullen, pero no por eso vas a controlarme" le había dicho en más de una ocasión y gritado en más de una discusión.

Dejó el anillo en la mesa de nuevo.

-No es solo el sexo que tenemos, que es increíble, por cierto- sonreímos y me sonrojé ligeramente- Ni el hecho de que seas hermosa y te veas como la esposa ideal para un empresario. Para alguien como yo- sonreí aún más- Sino porque eres más que eso. No eres una careta ni un maniquí-

Fue mi turno para tomar aire mientras lo escuchaba. Mucho más de lo que jamás había esperado escuchar.

-Eres inteligente, culta, incluso más que yo. No dudas en hacerme frente y discutir conmigo cuando no estás de acuerdo, defiendes lo que crees y no te dejas controlar ni manipular por nadie ni nada- se aferró más a mí, sus brazos cerrados en mi cintura- Eres emocional y apasionada, totalmente opuesta a todas las frías mujeres con las que siempre salí-

Comencé a mirar borroso, y supe que era por las lágrimas que se estaban acumulando en mis ojos. Edward juntó su frente a la mía y llevando sus manos a acariciar mis mejillas me miró con una sonrisa.

-Eres tú la mujer con la que quiero estar el resto de mi vida-

Entonces lo dijo. Las dos palabras que inconscientemente había querido escuchar todo el tiempo, la razón por la que yo me había alejado de él al escucharlo hablar con Ron aquella vez. Dos simples palabras, que viniendo de ese hombre no podían más que ser la pura verdad.

-Te amo, Bella Swan. Ahora y siempre-

Fui incapaz de contener las dos lágrimas que bajaron por mi rostro, y con su frente aún pegada a la mía Edward cerró sus ojos y sonrió antes de pedirlo de nuevo.

-Cásate conmigo, por favor-

Fue casi un ruego. Parpadeando para salir de mi emoción inicial, subí la mirada a sus ojos y sonreí.

-Sí-

Fue mi respuesta antes de besarlo con tanta fuerza que nos quitó el aliento mientras sonreíamos. Tomé su rostro con mis manos para juntar nuestras frentes de nuevo y repetí mi respuesta.

-Sí. Sí. Sí. Mil veces sí-

Me abrazó con fuerza mientras yo lo rodeaba por el cuello y lo besaba de nuevo. Una vez separados me limpié las lágrimas mientras él tomaba el anillo y con una sonrisa le ofrecí mi mano izquierda mientras él la tomaba. Con firmeza y seguridad, deslizó el anillo por mi dedo anular y el enorme diamante quedó perfectamente colocado en mi mano. Era una mujer comprometida.

Nos abrazamos de nuevo. Pasamos varios minutos así, mirando la ciudad de Seattle iluminada en la noche, con sus brazos alrededor de mi cintura y mi cabeza contra su pecho. Entonces recordé en donde estábamos, así como la botella de champagne a un lado de la chimenea. Con una sonrisa miré todo detrás de mí y luego a Edward quien me miró con cejas alzadas.

-¿Sabes? Creo que ya sé porque me trajiste aquí-

Sonrió algo avergonzado.

-Bueno, creo que hacía todo el sentido del mundo volver al lugar en donde todo comenzó- se encogió de hombros- Aquí fue el lugar en donde nos conocimos. Y donde te pedí matrimonio por cierto-

-Estaba tan asustada- sonrió, dándome la razón en eso- Pero ¿Sabes?- lo abracé por el cuello y acaricié su cabello lentamente, y pegándome sugestivamente a él ladeé mi cabeza y sonreí coqueta- No me refería a eso precisamente- frunció el ceño, confundido- Me refería a…otra cosa-

Siguió con ceño fruncido sin terminar de entender lo que le sugería. Jamás habíamos hecho el amor en su oficina, y por supuesto Edward había bromeado demasiadas veces con que ese terminaría siendo el único lugar de Seattle en el que no lo haríamos al paso que íbamos.

Tardó segundos en entenderlo y sonriendo ampliamente alzó las cejas y me plantó un beso en los labios.

-Bella Cullen, creo que estás aprendiendo demasiado rápido-

Fue mi turno de sonreír contra sus labios.

-Sólo del mejor-

Soltamos una risa a mitad del beso, y mientras sus labios se encontraban con los míos en un sinfín de besos y sus manos se aferraban a mi espalda detuvo sus caricias y me miró a los ojos.

Para decirlo de nuevo.

-Te amo, Bella-

-Y yo te amo a ti, Edward. Siempre-

Fue mi única respuesta. Era cierto, la más pura y única verdad. Amaba a Edward Cullen. Él me amaba a mí. No todo había comenzado de la manera más romántica posible, pero había aprendido a conocerlo, a entenderlo, a amarlo. Era el hombre con quién jamás esperé pasar el resto de mi vida, era el imponente e intimidante hombre de negocios, era el codiciado magnate de Seattle, era un "amo del universo", pero todo eso no importaba para mí. Al final lo único que me importaba era que era el padre de mi hijo, el bondadoso hijo de los Cullen, el cariñoso hermano, mi increíble esposo.

Era el amor de mi vida.

Y cuatro meses después de lo que había comenzado como una farsa ahí estábamos de nuevo. Cerrando el arreglo que nos había traído hasta aquí y que era el final para comenzar uno nuevo.

Un arreglo bastante diferente que esta vez sería para siempre.


Muchas gracias a todos!