Hola, hola. Os preguntaréis qué hago aquí con un fic nuevo. Es algo que lleva tiempo en mi carpeta de fics. Va a ser muy cortito, seis capítulos breves y tengo los cuatro primeros escritos, así que no me va a quitar tiempo para el capullo.

Un aviso antes de empezar: el fic contiene altas dosis de azúcar y es el resultado de la combinación entre las canciones de Taylor Swift y mi obsesión por las típicas comedias americanas de instituto. Proceded con precaución.

En la narración hay juegos entre el pasado y el presente, pero son fáciles de identificar. Espero que os guste ;)

Disclaimer: no soy Stephenie Meyer, por lo que ni los personajes ni el universo Twilight me pertenecen.

LOS CHICOS BUENOS SIEMPRE DICEN LA VERDAD

La oferta: ser el mejor novio que Bella pudiera tener. La recompensa: una promesa que Edward está dispuesto a cobrarse… a pesar de que Bella no recuerde haberla hecho. Los chicos buenos nunca mienten y Edward lo va a demostrar. Precaución: fluff y azúcar. Minific.


CAPÍTULO 1. ¿RECUERDAS?

I could give you fifty reasons why I should be the one you choose

—¿Recuerdas el día que empezó todo?

Levanté la cabeza del libro que leía. Edward estaba ahí, al otro lado del sofá, con su mata de pelo ingobernable y esa media sonrisa traviesa bailando en sus labios.

Le sonreí de vuelta, de forma involuntaria. Sabía a lo que se refería.

—¿Quieres decir el día que me engañaste para empezar a salir contigo?

Edward puso los ojos en blanco, dejando escapar una breve carcajada.

—No tuve que engañarte —me llevó la contraria—. Tan sólo persuadirte. Un poco.

—Mucho —corregí.

Él se limitó a esbozar de nuevo esa sonrisa torcida que hacía que me temblaran las piernas. Se reincorporó en el sofá y se acercó hacia mí, sentándose a mi lado y pasando un brazo por encima de mis hombros.

—No me refería a ese día, aunque fue memorable —aseguró, y sus ojos verdes brillaban con diversión—. Hablaba de antes.

Alcé las cejas, incapaz de adivinar hacia dónde quería llegar.

—¿Antes?

—Sí, ya sabes. El día que empezó todo —repitió, acercándose a mí y trazando la curva de mi cuello con su nariz—. El día que cambió todo.

Cerré los ojos y dejé caer mi cabeza suavemente sobre el sofá, mientras su aliento continuaba acariciando la piel sensible de mi cuello. Sí, lo recordaba perfectamente.

El día en que todo cambió.


El timbre que marcaba el final de la clase retumbó por todo el aula, sacándome de mi letargo. Parpadeé un par de veces en un intento por ubicarme. Enfrente de mí, el señor Banner continuaba hablando sin parar, a pesar de que la gente había comenzado ya a arrastrar las mesas y las sillas en su intento por escapar del aula. Me giré hacia mi derecha para toparme con un par de ojos verdes que me observaban con una mezcla de curiosidad y diversión.

—¿Una mala noche?

Le lancé a Edward una rápida sonrisa.

—No exactamente —dije, cerrando el libro de Biología y metiéndolo en la mochila—. Pero la clase del señor Banner es genial para echar una cabezada. ¿Vamos? —pregunté, señalando con la cabeza hacia la puerta del aula; la clase estaba ya prácticamente vacía.

Edward se echó su mochila a la espalda y me dedicó esa media sonrisa con la que casi podía hacerse pasar por un chico bueno. Casi.

—Todavía no comprendo cómo lo haces —dijo, negando con la cabeza de un lado a otro mientras nos hacíamos paso a través del pasillo abarrotado—. Te sientas en primera fila y Banner ni siquiera se da cuenta.

Me encogí de hombros con falsa modestia.

—Es fácil. Sólo tienes que colocar las manos sobre la frente, mirar hacia abajo y fingirte concentrado en el libro —expliqué, al tiempo que alcanzábamos nuestras taquillas—. Luego cierras los ojos y esperas a que la clase termine.

—¿Qué ocurre si Banner te hace una pregunta en mitad de la clase?

—Te tengo a ti para darme un codazo, despertarme y repetirme la pregunta sin que el profesor se entere.

Edward soltó una carcajada y no pude reprimir una sonrisa divertida.

—No sabes lo que te pierdes, Bella. Es una clase interesante —aseguró, mientras cogía los libros para la siguiente asignatura.

—Sí, escuchar un discurso interminable sobre animales invertebrados a las ocho de la mañana—coincidí, poniendo los ojos en blanco—. Fascinante.

Edward había abierto la boca, probablemente para dar rienda suelta al friki de la biología que llevaba dentro y tratar de convencerme de que las clases de Banner eran interesantes, y no ese pestiño infumable que incitaba al suicidio colectivo. Pero un grito desde el otro lado del pasillo le interrumpió.

—¡Bella!

Me di la vuelta inmediatamente para encontrarme con la sonrisa deslumbrante de Mike Newton.

—Deberías venir conmigo este viernes a La Push. Lo pasaremos bien —aseguró, guiñándome un ojo—. ¡Piénsatelo!

Sentí mis mejillas enrojecer furiosamente en cuanto Mike me dedicó una sonrisa cómplice, antes de darse la vuelta y desaparecer por el pasillo. Me volví rápidamente hacia mi taquilla, abriéndola con torpeza y vaciando el contenido de mi mochila.

—¿Vas a ir?

La voz de Edward me sobresaltó. Había olvidado que se encontraba todavía a mi lado.

—Hmm… no. Sí. No lo sé —divagué, sin volverme hacia él; todavía sentía el calor sobre mis mejillas.

Que fuera mi mejor amigo no quería decir que me sintiera cómoda hablando con él de… buenos, chicos. Para eso era indispensable que tuviera un par de cromosomas XX.

—No deberías salir con Newton.

Me giré hacia él rápidamente, abriendo la boca con sorpresa. Él fingió estar ocupado con el cierre de su mochila.

—De hecho —continuó, tomando aire al tiempo que se reincorporaba para clavar sus ojos sobre los míos—… de hecho no deberías salir con ningún chico.

Alcé las cejas. El murmullo del pasillo había desaparecido y sospechaba que íbamos a llegar tarde a nuestra siguiente clase, pero tenía curiosidad por averiguar de qué iba todo aquello.

—¿En serio? —pregunté, tratando de reprimir una sonrisa burlona.

¿Iba a empezar a actuar como el hermano sobreprotector que nunca tuve y nunca quise?

—Bueno —murmuró, llevándose una mano a su mata de pelo y alborotándola aún más; fruncí el ceño, sabía que ese gesto delataba su nerviosismo—. Con ninguno, excepto conmigo.

Reí entre dientes. Edward y yo. Saliendo juntos. Ya. ¿Y qué iba a ser lo próximo? ¿Jasper y Alice dándose el lote en el baño de la segunda planta? ¿O Rosalie sucumbiendo ante los encantos de Emmett?

—¿Qué me ofreces, Cullen? —pregunté, siguiéndole el juego, mientras me colgaba de nuevo la mochila del hombro.

Edward me imitó y comenzamos a caminar hacia nuestra próxima clase. Todo rastro de nerviosismo había desaparecido de su rostro, sustituido por esa media sonrisa encantadora.

—Te prometo ser el mejor novio que puedas tener.

—No creo que pudieras cumplir todas mis expectativas —dije, retándole con una sonrisa—. Soy muy exigente.

—Lo sé. ¿Pero quién te conoce mejor que yo para aceptar todos tus defectos? —ofreció Edward.

—Si empiezas hablando de mis defectos, lo vas a tener muy difícil para convencerme —le advertí.

—Puedo ser el novio que todo padre querría para su hija —continuó Edward, sin darse por vencido.

—Y si pretendes gustarle a Charlie antes que a mí, sigues en el mal camino.

Edward esbozó una sonrisa misteriosa, apretando el paso. Sí, íbamos a llegar rematadamente tarde.

—Bella, conmigo, siempre podrás ser tú misma —aseguró—. No tendrás que fingir ser el prototipo de chica que le gusta a Newton.

—¡Yo no tengo que fing…!

Cerré la boca cuando Edward detuvo sus pasos en seco. Habíamos llegado a la puerta del aula de Historia. Apoyé mi espalda contra la superficie de madera, mientras Edward me observaba con una expresión imposible de descifrar.

—Prometo darte el mejor recuerdo de tu vida.

Sus palabras se convirtieron en un murmullo grave y me encontré con sus ojos verdes a escasos centímetros de distancia. Jamás había estado tan cerca de él. Los amigos respetaban el espacio vital del otro pero, por alguna extraña razón, no me sentía incómoda por su proximidad. Desde ahí, podía sentir el ritmo de su respiración y el calor que desprendía su cuerpo. Y si olfateaba disimuladamente, podía percibir a la perfección su perfume.

Extendió su brazo, agarrando el picaporte y acorralándome entre su cuerpo y la puerta.

—Prometo estar siempre a tu lado —susurró y me sentí incapaz de apartar la mirada de sus ojos—. Incluso cuando ni siquiera sepas que me necesitas.

Tiró del picaporte hacia abajo y abrió la puerta, esquivando mi cuerpo para entrar en el aula. Me quedé en el pasillo, con mi mochila al hombro y mi libro de Historia sujeto con fuerza contra mi pecho.

¿Qué demonios acababa de pasar?


—¿Lo he conseguido?

El suave murmullo de la voz de Edward me devolvió al presente. Me volví hacia él y esbocé una sonrisa perezosa al encontrarme con su rostro.

—¿El qué exactamente? —quise saber, dispuesta a no dar mi brazo a torcer; al menos, no tan rápido— ¿Que no saliera con ningún chico aparte de ti? ¿O ser el mejor novio que pudiera tener?

—Ambas.

Me liberé de su agarre, dejando el libro sobre el sofá y encaramándome sobre su cuerpo. Me senté a horcajadas encima de él y rodeé su cuello con mis brazos.

—Sabes que eres el primero —le recordé, depositando un beso sobre su garganta—. El último —otro beso debajo de su oreja—. El único —uno más en la comisura de sus labios—. El mejor —me separé de él y le regalé una sonrisa sincera—. ¿Te parece suficiente?

—¿Suficiente? —repitió Edward.

En un movimiento rápido, me agarró por la cintura y me tumbó sobre el sofá, colocándose encima de mí.

—Contigo suficiente no me vale ni para empezar.


Hmm... no estoy muy segura del resultado. Se admiten todo tipo de opiniones. Todos los capis van a tener más o menos la misma extensión y también van a seguir el mismo juego entre el pasado y el presente. Actualizaré una vez por semana.

Nos leemos en los reviews, contadme que os ha parecido, porfa ;)

Bars