Hola, hola, hola, aquí estoy de vuelta con un capítulo un poco perverso y dramático, pero que, ya lo aviso, va a dar pie a que en el próximo capítulo haya acción y muy posiblemente una escena de sexo explícito (sí, estoy muy pervertida últimamente).

También quería daros las gracias por leer el fic, dejar vuestros encantadores comentarios y añadirme a vuestros favoritos. ¡Sois geniales! ¡Gracias! ^^

Bien, ahora sí, ¡espero que os guste!

Uzumaki-neechan: jajaj te diría que las saco de debajo del portátil, pero sabes que no es así xD Las saco de mi dichosa imaginación, ya conoces la historia x) Me alegro de que te guste, ¡muchas gracias por apoyarme con todos mis fics y en cada capítulo, eres genial! ¡Gracias!

Billy Cox: Jajaja lo sé, mátame, no hago más que publicar y publicar y casi nada de actualizar, pero no pienso dejar ninguna sin terminar, tranquila, las acabaré todas aunque me vaya la vida en ello (Hollywood puro xD). No, en serio, pienso terminarlas todas :) ¡Gracias!

Los personajes de OP no me pertenecen, pero sí parte de la trama y sus OCs.


- Diálogos.

"Pensamientos"

Memorias/Flash backs/Sueños

Canciones

"Libros/Escrito"


Capítulo 1: El principio del final

Nada del plan estaba saliendo tal y como el FBI lo había planeado. Ya habían pasado dos meses desde que se había instalado en la familia de Eustass Kidd y casi no había descubierto nada, no habían hecho nada importante que hubiese llegado a oídos de alguien de su rango. Eso hasta que, una tarde, mientras tomaba unas copas con Lean y Netto, dos soldados más de la familia, una joven entró al bar de la mano de Zoro y comenzó a empinar el codo con él.

Aquella tarde fue normal, de lo más normal. Los problemas vinieron a la semana siguiente.

El sábado era para ella el peor día, pues le tocaba acompañar a Killer a ver a Kidd para informarle de cómo se desarrollaban todas sus órdenes. Era horrible más que nada porque le tocaba levantarse a las seis de la mañana. Cuando el despertador sonó, lo apagó de un golpe y se puso en pie tan rápido como pudo para llegar a la ducha cuanto antes y despejarse mojándose el rostro con agua fresquita. Una vez pudo abrir los ojos sin que las legañas le impidiesen ver más allá de su nariz, se puso unos vaqueros pitillos oscuros y una camiseta blanca con una chaqueta de cuero negra y tacones también negros. Se peinó con las manos, pues no tenía tiempo ni para desayunar, y salió por la puerta justo a tiempo de ver cómo un coche negro paraba frente a su edificio. No dudó ni un momento antes de subir al transporte.

- Siempre se me olvida lo mal que te sientan los sábados – se burló Killer.

Ella desvió el rostro con gesto aburrido hacia la ventana.

- Cállate.

El resto del trayecto continuó en silencio hasta que el rubio recibió una llamada.

- ¿Estás seguro? … Ya, ya entiendo. … Pero ¿estás seguro de que está preparada? … Claro, en seguida.

Mía miró de reojo al rubio mientras colgaba la llamada.

- ¿Ha pasado algo?

El rubio la miró largamente bajo su casco antes de responder.

- Hay un cambio de planes. Dé la vuelta y llévenos bajo el acueducto que está en obras – le dijo al conductor, antes de volver a mirarla a ella –. Kidd quiere que despistes a la policía. Al parecer, hace unos días apareció el cadáver de la chica con la que estuvo Zoro la semana pasada en el bar y sospechan de nosotros. Me ha dicho que ya es hora de que muestres si puedes sernos de utilidad o no.

Mía soltó una carcajada armoniosa.

- ¿Despistar a la policía? ¿Y cómo se supone que voy a hacer eso cuando ni siquiera sé quién era ella?

- ¿Hace falta que lo preguntes? Zoro dijo que eras una excelente ladrona. Despístales igual que harías en un robo.

- ¿Quiere que los despiste porque sabe quién fue el asesino?

Esa fue la pregunta equivocada.

- ¿Y si es así?

Ella sonrió.

- Entonces sería mucho más divertido.

- Tú sólo haz tu trabajo – murmuró el rubio, amenazante.

Llegaron al lugar del crimen poco después y la dejaron lejos de donde se encontraban los coches patrulla para que la policía no les viese. Mía suspiró al no reconocer a los inspectores y decidió que lo más seguro sería seguir la escena desde lejos. ¿Cómo iba a despistarles? Al carajo. Comenzó a alejarse de allí cuando uno de los inspectores la vio desde la plataforma de hormigón en la que había aparecido el cuerpo de la joven. "Esto no es bueno" pensó Mía, y echó a correr tan rápido como se lo permitieron aquellos malditos tacones, que no fue mucho. Pasó corriendo sin darse cuenta por la calle en la que estaba situada la taberna de Kidd y, para colmar el vaso de su mala suerte, fue poco más adelante donde la pillaron los inspectores que la habían perseguido.

- ¿Qué hace una chica tan mona huyendo de la escena de un crimen?

- ¿Qué más te da, poli? – Escupió ella, mientras la tumbaban sobre el capó del coche para esposarla.

- Realmente, cada vez son más guapas las delincuentes, ¿no crees? – Le preguntó el inspector a su compañero.

- Ya lo creo – murmuró el otro –. ¿Por qué huías?

Ella se volteó, aún medio tumbada sobre el coche y les fulminó con la mirada.

- Porque los polis sois muy rápidos convirtiendo a alguien inocente en culpable – siseó antes de ponerse en pie, donde su rostro estuviese oculto a las posibles miradas que estuviese recibiendo desde el interior de la taberna –. Metedme en el coche ya, idiotas, soy poli.

Los policías se miraron entre ellos y acto seguido la metieron en el coche sin emitir ni una sola burla más. Durante el trayecto, ella suspiró al verse esposada. Cada vez se parecía más a los salvajes con los que convivía ahora. Sonrió. En cierto modo, aquello la divertía bastante. Finalmente, llegaron a la comisaría, donde los policías la llevaron hasta la sala de interrogatorios donde le soltaron las esposas y la sentaron frente al espejo polarizado tras el cual, supuso, habría más policías.

- Y bien, ¿qué hace una niña como tú en la banda de Eustass Kidd?

- Tu trabajo – contestó, arrogante.

- Oye, no eres muy amable – la acusó el otro inspector.

- Si los policías hicieseis vuestro trabajo, yo no tendría que verme envuelta en estos marrones ni habría tenido que dejar de ver a mi novio durante meses para meterme de infiltrada en la banda de semejante saco de músculos descerebrado como lo es Eustass Kidd.

- Está bien, dejemos lo temas éticos y morales al margen. ¿Qué sabes del asesinato de la joven?

- Nada. Esa chica apareció hace poco por el bar en el que de vez en cuando tomamos unas copas y estuvo hablando con un par de tipos que no conozco de nada. Después de eso, esta mañana me han soltado cerca del lugar del crimen para que despistase a la policía porque Eustass Kidd sabe quién es el asesino y, al parecer, no quiere que lo atrapen.

- ¿Te soltaron para despistarnos? – Murmuraron, incrédulos.

- Así es, de modo que no seáis capullos y no deis mucho la nota o sabrán que es cosa mía. Y ahora volved a esposarme y a dejarme donde me encontrasteis, si hacéis el favor – murmuró, mostrándoles las muñecas para que la esposaran de nuevo.

Tal y como ella lo había pedido, la bajaron en el mismo lugar en el que la habían atrapado y la soltaron las esposas, con brusquedad. Ella mostró en todo momento una sonrisa de superioridad destinada no a los policías, sino a los mirones que observaban con desconfianza la escena, como dándoles a entender, que la policía no había obtenido ninguna información que ella no quisiese darles.

Lo que ella no sabía, era que entre todas las personas que la observaban se encontraba Eustass Kidd, con el ceño fruncido y los dientes apretados.

- Killer – murmuró –, quiero que alguien la siga en todo momento.

- ¿Ocurre algo?

Él sonrió.

- Es lo que quiero averiguar.


Volvió a su casa de bastante mal humor, con las muñecas arañadas por el roce de las esposas y uno de los tacones de aguja roto. Cuando llegó a su pisó, los lanzó contra la pared con rabia, rabia que ocultaba su creciente preocupación con lo ocurrido. ¿Esa chica había muerto? Por lo poco que Zoro le había contado, ella era la profesora extraescolar de Lean, el más joven de la organización. ¿Habría pasado algo más? De haber sido alguien de dentro… ¿quién habría sido? Desde luego, Kidd no se habría ensuciado las manos personalmente, y no contaba con que Killer lo hubiese hecho tampoco. Así pues, que ella supiese, no podía haber más que tres sospechosos interesantes: Zoro, Lean y Nick, el hermano mayor de Lean.

No tenía ningún móvil aún, pero eran los tres con los que la chica había tenido contacto. Entrecerró los ojos. Lo primero era lo primero: llamar a Zoro. Dieron tres toques antes de que el peliverde contestara.

- Mía – la nombró, con voz cansada.

- ¿Quién era?

Escuchó un suspiro al otro lado de la línea telefónica.

- Una estudiante. Cuando vi que ayudaba a Lean pensé que podría ayudarnos a acabar de desmantelar esta banda de criminales.

Mía palideció.

- ¿Que tú hiciste qué?

- La daba droga de vez en cuando para que la distribuyese como si fuese de Kidd y los demás con el fin de que la policía lograse atar algún cabo.

- ¡Te aprovechaste de ella! – Exclamó, furiosa.

- ¡No me cuestiones! ¡Si llevases aquí la mitad de tiempo que yo lo entenderías! Día tras día, semana tras semana, veo a estos maníacos hacer lo que les viene en gana por las calles de la ciudad y llevo ya más de seis años aquí metido. ¡Y estoy harto!

La joven no supo qué decir inmediatamente. Le comprendía, entendía por qué lo hizo, como también entendía lo culpable que su amigo se sentía en aquel momento. Respiró profundamente, consciente de que no merecía la pena seguir echándoselo en cara.

- ¿Crees que la han matado por eso?

- ¿Por qué si no? No sé me ocurre nada más…

Mía miró el nombre de los tres sospechosos que tenía apuntados en el cuaderno. Zoro no había sido, por lo cual, quedaba descartado, aunque el tema de las drogas hubiese podido ser un motivo más que suficiente para cualquiera de los otros dos. ¿Y si Lean, su estudiante, se había enterado de los trapicheos de drogas que la joven se traía entre manos y la hubiese matado por los beneficios que hubiese obtenido? Negó con la cabeza. "No, en absoluto es por eso. Lean no tenía motivos para matarla. A menos que…" se le encendió la bombilla.

- ¡Zoro! Dime, ¿esa chica tenía novio?

- No, por lo que sé, tuvo uno pero lo dejaron hace unos meses.

- ¿Y si fue por celos?

- ¿De quién? – Preguntó Zoro, interesado.

- De Lean. ¿Y si Lean estaba enamorado de su profesora y se acabó declarando? Si ella se hubiese negado, lo mismo podía haberse puesto violento…

- No, eso no es posible. Conozco a Lean desde que entré a la familia y él nunca ha matado a nadie, ni sería capaz de hacerlo. Es un buen chico, no como los demás.

- Mmm… ya veo – miró el siguiente nombre de la lista –. ¿Y qué hay de Nick? ¿Y si hubiese estado enamorado de la joven y, no sólo ella se hubiese negado, si no que supiese su relación con las drogas?

- No, eso no fue, pero se me ocurre…

Se quedó callado al teléfono, pensativo, y desesperando a Mía, quien esperaba al otro lado de la línea con evidente interés.

- ¿Qué? ¿Qué pasó?

- No tuvo nada que ver con las drogas – sentenció el peliverde antes de colgar bruscamente.

- ¡Eh! – Se quejó ella al altavoz.

¿Cuál habría sido el razonamiento de Zoro? Era imposible de descifrar, él era el típico policía silencioso y calculador pero, sobretodo, alguien muy poco conversador. Suspiró, agachando la cabeza con agotamiento. Miró la fecha del calendario mientras se quitaba la ropa para ducharse.

Sábado.

Frunció el ceño, pensativa, mientras se metía bajo el chorro de agua tibia de la ducha. Ya habían pasado ocho semanas, ya era hora de volver a ver a Sanji, y los sábados eran los días en los que se celebraba la cena en casa de Usopp. Se cubrió con la toalla mientras sacaba un zumo de la nevera y se iba a vestir a su dormitorio. Esta vez, ya era hora de ir.


Los labios de Sanji eran los más suaves y bien moldeados que había probado nunca. Eran tiernos, dulces y apasionados, y le encantaban más que los de cualquier otro novio que hubiese tenido antes. Si bien, sabía que era un mujeriego de cuidado, él la había prometido centrarse sólo en ella. ¿No era un encanto? Pensaba, constantemente.

Suspiró mientras ambos se separaban para tomar aire y le miró a los ojos.

- Te he echado de menos – suspiró la joven.

- Y yo a ti – ronroneó él, dando pequeños mordiscos a la piel de su cuello.

Aquella noche prometía. Usopp estaba haciendo en el jardín sus famosas chuletillas de barbacoa a pesar de que ya comenzaba a notarse el viento frío del otoño, y Nami, Robin, Chopper y Franky estaban disfrutando más que nunca de la música que ella había llevado a la fiesta por petición de él. Con un gruñido, la dejó caer sobre la cama y se subió sobre ella, lamiendo hasta la saciedad la piel de la curva de su cuello y besando sin pausa la punta de aquella dulce y puntiaguda nariz.

Escuchó el timbre de la verja del jardín al sonar y a Usopp exclamar asustado algo de "Moto peligrosa", pero ya nada podía bajarle aquello que crecía en su entrepierna y que estaba dispuesto a clavar en la pequeña muchacha que disfrutaba bajo su cuerpo. De pronto, la puerta de su dormitorio se abrió de golpe y Usopp entró por ella, sonriente.

- ¡Sanji! ¡Mira quién ha…! – La sonrisa quedó petrificada en sus labios a la par que alguien entraba tras él.

Sanji se enfureció, sin mirar si quiera a la puerta.

- ¡Usopp! ¡Te dije que llamases antes, que Porche y yo estaríamos ocupados! – Exclamó, mínimamente avergonzado.

- Ya lo vemos – susurró quedamente otra voz.

Aquella voz le atravesó los tímpanos y siguió moviéndose por su cerebro hasta golpearle en la conciencia como una maza de 500 kilos. Se volvió para mirarla, sin saber si creerse que de verdad ella estuviese allí, viendo aquella escena.

- Mía… – susurró.

La joven le dedicó una mirada herida antes de darse la vuelta y detenerse al lado de Usopp.

- Creo que ya vendré en otra ocasión. Me alegra verte, Usopp.

Y salió de allí a paso lento. No entendía por qué no corría ni por qué motivo de sus ojos no salía ni una sola lágrima. Lo que más deseaba en aquel momento era salir de allí, correr en la distancia y perderse de vista para siempre, y sin embargo, allí estaba, despidiéndose de sus amigos con una sonrisa fingida a pesar de que su mente y su corazón aún seguían atrapados en la imagen de su novio sobre Porche. Se subió a la moto y tomó el casco entre sus manos antes de ponérselo.

- ¡Mía! ¡Mía, espera!

Vió de reojo al rubio salir corriendo tras ella y arrancó la moto sin haberse puesto el casco si quiera. Lo sostuvo entre las piernas mientras aceleraba por la autopista para volver a la ciudad, pues la casa de Usopp era una casa en las afueras. Durante el camino los ojos comenzaron a llorarle, y no fue sólo por el hecho de que el viento se los estuviese irritando al golpearla de frente mientras avanzaba con la moto, sino también por cientos de sentimientos encontrados. Amor, dolor, traición, tristeza, desamor, liberación… Confusión…

¿Qué había hecho mal? Si no la quería… ¿por qué no la llamó para dejarla? ¿Por qué ponerle los cuernos? ¿Por qué engañarla? ¿Por qué jugar con ella de aquel modo? Demasiados "por qué" juntos para su gusto.

Cuando llegó a su edificio, le dio las llaves de su moto al portero y subió a su piso corriendo mientras las lágrimas seguían fluyendo inevitablemente de sus ojos. Nada más entrar, se quitó los zapatos y se lanzó sobre la cama, con ropa y todo, y se abrazó a la almohada.

Nunca se había parado a pensar en qué haría si sufría un desengaño amoroso de aquel tipo, pero lo que sí que había pensado múltiples veces al escuchar a sus amigas, era que nunca se derrumbaría, que nunca dejaría que un hombre la hiciese tanto daño. "Y ahora, mírame" pensó, mientras cerraba los ojos e intentaba dormirse hecha un ovillo.

Se durmió tan rápido, que no leyó a tiempo el mensaje de Zoro en su móvil antes de que otra persona lo borrase, al cogerlo de su mesilla mientras ella dormía. Una persona que la había estado esperando desde que su informador le había dicho quién era realmente.

- Es una lástima, gatita…

El mensaje había acabado de condenarla y a Zoro con ella, porque lo que el peliverde la había dicho, sin contar con que alguien más lo leyese antes de que ella lo borrase de la memoria de su celular, era: "Ya he entregado las pruebas del asesinato de la joven a la policía y mañana detendrán al asesino. Estate preparada para la redada".

El pelirrojo miró por última vez a Mía mientras dormía y le retiró las lágrimas del rostro con los dedos. Sonrió siniestramente.

- Mañana, estas lágrimas me las dedicarás a mí. Nadie juega con Eustass Kidd sin pagar las consecuencias, gatita.


Continuará…