Arthur jamás había corrido tan rápido en su vida. Sus pies resonaban contra el duro pavimento y no estaba seguro si su cabeza giraba por la agitación, el alcohol que corría por sus venas, o la revelación recientemente descubierta que todavía le inquietaba. Pero incluso cuando el sudor recorría su rostro y sus pulmones demandaban aire, no desaceleró hasta que llegó a la entrada del hospital militar, que se encontraba a algunas cuadras del pub. Sus pensamientos daban vueltas debido a la confusión y la incredulidad. Su corazón latía tan fuerte que estaba seguro que estallaría. No podía creerlo… no quería creerlo… era demasiado increíble, demasiado maravilloso. No podía ser cierto. Pero, oh, ¿y si realmente lo era?

Arthur corrió por la entrada del hospital y directamente hacia la recepción. El fuerte olor a químicos le golpeó como un puñetazo, sus ojos luchaban por ajustarse a las tenues luces después de haber corrido por las calles soleadas. Le tomó toda su fuerza bajar la velocidad hasta una decente mientras caminaba apresuradamente por los interminables pasillos blancos.

"¡Disculpe, señor! ¡No puede estar aquí!" Un hombre con uniforme militar intentó detenerlo en el pasillo. Arthur simplemente lo esquivó y continuó caminando.

"Asuntos importantes, vengo de… la Oficina de Guerra."

El oficial volteó y le observó con sospecha. "¿Cuál es su código de autorización?"

Arthur contestó sin pensar. "B 51 19". Se apresuró y, afortunadamente, el oficial no continuó con el tema. Arthur no sabía adónde ir. No tenía idea si debía preguntarle a alguien o qué preguntar… Disculpe, ¿estará un estadounidense increíblemente ruidoso, fastidioso y atractivo rondando por ahí?" Arthur buscaba desesperadamente por todas las habitaciones que pasaba, desesperándose cada vez más. ¿Por qué demonios no le había pedido más información a Francis en vez de salir como relámpago del pub?

Desde una habitación al final del pasillo se escuchó un fortísimo estruendo que interrumpió el silencio del lugar. Una enfermera apareció inmediatamente en la puerta de la habitación y dijo con fuerza. "¿Podría alguien traerme otra inyección a la habitación 105?"

Arthur se detuvo, sintió que el pasillo giraba a su alrededor, y se dirigió hacia la conmoción en un estado hipnotizado. Otra enfermera pasó apresurada a su lado y desapareció dentro de la habitación, dejando la puerta abierta. Mientras más se acercaba, mejor podía escuchar lo que decían las voces en aquel cuarto.

"No podemos seguir inyectándole este sedante," dijo una mujer joven.

"No tenemos otra opción. ¡Cada vez es más difícil contenerlo!" dijo la enfermera que había gritado en la puerta.

Luego habló un hombre. "¡Teniente, cálmese o tendremos que sedarlo otra vez!"

"¡Y yo les he dicho cien veces…!" El impacto golpeó tan fuerte a Arthur que se quedó congelado. No podía moverse; se sentía desvanecer. Él podría reconocer esa voz en cualquier lugar. La había escuchado reír, suspirar, cantar… "Me calmaré si me dejan salir de aquí por sólo una hora… ¡Una maldita hora! Ustedes no entienden, ¡necesito ver a alguien!"

"Le puede escribir una carta a esa persona," dijo la mujer joven para calmarle.

"¡Han confiscado todas mis cartas!"

"Por favor, recuéstese. ¡Está herido!"

"Sólo son algunos moretones…"

Arthur se recordó que debía moverse; se forzó a seguir las voces. Una alegría cautelosa le llenaba el pecho.

El hombre habló de nuevo. "Es una hemorragia interna y quemaduras graves; está poniendo en peligro su recuperación…"

"No pueden tenerme aquí contra mi voluntad. ¡Que alguien llame a la embajada estadounidense!"

"Ahora me va a escuchar, Teniente Jones." Esta segunda voz masculina era fuerte y agresiva. "Se va a acostar y se va a callar."

"Puedes intentar obligarme."

Arthur alcanzó el final del pasillo, aun sintiéndose en un sueño. Al cruzar la puerta sintió cómo su respiración se detenía. Allí estaba él. Alfred. Arthur sacudió su cabeza, se sintió mareado, intentaba comprender. Se sostuvo con el marco de la puerta mientras intentaba aceptar lo que sus ojos veían. Tres enfermeras y un doctor observaban mientras dos guardias vestidos en uniformes militares trataban desesperadamente de contener a Alfred. Estaba cubierto de vendas y vestido con ropa blanca de hospital con su chaqueta de bombardero por encima de los hombros. Luchaba con fuerza para liberarse del agarre de los guardias… y parecía ganar. Nadie había notado a Arthur mientras éste observaba todo el alboroto.

"¡Hasta aquí! ¡Me tengo que ir! ¡Estoy harto de esto!" Alfred se volteó y lanzó a uno de los hombres contra el suelo. El otro intentaba exasperadamente mantener su agarre sobre Alfred mientras el doctor rápidamente le tomaba el brazo, le clavaba una aguja, e inmediatamente salía del camino. Alfred se sacó al otro guardia de encima antes de detenerse, mirarse el brazo y gruñir. "No otra vez."

Arthur seguía de pie, inmovilizado por la conmoción. Finalmente logró decir algo. "Alfred." Lo dijo en un suspiro, pero todos en la habitación voltearon a verle. Arthur apenas lo notó. Sus ojos estaban fijos en los de Alfred.

Alfred observó a Arthur por un momento, luego dirigió la mirada hacia su brazo y donde había sido inyectado. "Huh. Eso funcionó más rápido de lo normal." Alfred pausó, abrió sus ojos, y alzó la mirada una vez más, lentamente, para encontrar la de Arthur. "No estoy… soñando, ¿verdad?"

Arthur negó lentamente. "Alfred," dijo nuevamente, otra vez en un susurro. No sabía qué otra cosa decir. No podía pensar. "No estás muerto."

"Creo que no…" Una expresión fugaz de pánico apareció en el rostro de Alfred y miró al doctor con ojos bien abiertos. "No estoy muerto, ¿cierto?"

El doctor rodó sus ojos. "Por supuesto que no está jodidamente muerto, Teniente. A pesar que eso es un milagro."

Los militares estaban de vuelta en pie, pero mantenían una distancia cautelosa de Alfred. Uno de ellos dio unos pasos hacia Arthur. "Señor, no sé quién es usted, pero no puede estar aquí."

"Él no se va a ningún lado," gruñó Alfred ferozmente.

El doctor llevó una de sus manos al aire para detener al guardia. "Está manteniendo al paciente en calma. Sugiero que lo dejemos quedarse, a menos que quieran lidiar con las consecuencias." Hizo un ademán hacia Alfred. El guardia lucía como que esa era la última cosa que quería hacer y regresó sus pasos.

Arthur sacudió su cabeza, las palabras inundando su cabeza, aún sin poder creer lo que estaba frente a él. "Pero tú… tu avión… la radio dijo que fue derribado y, y Matthew dijo que tú… y yo estaba seguro…" Arthur no pudo terminar su frase. No podía terminar de pensar. Alfred estaba delante de él. Lo golpeó como si fuera un martillo. Era real. Sin pensar en la gente que estaba a su alrededor, Arthur cruzó la habitación velozmente y envolvió a Alfred en un abrazo. Se aferraba a sus hombros, tratando de convencerse de que esto estaba pasando, aún aterrado de aceptarlo. "Eres real," dijo sin aliento. "¡Eres realmente real!" Finalmente se permitió creer lo que estaba pasando y no pudo reprimir una risa llena de alegría y alivio.

Arthur enterró su rostro en el cuello de la chaqueta de Alfred e inhaló ese olor tan familiar y reconfortante. El sentir a Alfred, el oler a Alfred, su simple y estimulante presencia… Arthur no podía evitar las lágrimas que se acumulaban en sus ojos, completamente emocionado. Arthur sonrió alegremente al sentir los brazos de Alfred envolverlo; sentir su mano recorrer su espalda y jugar con su cabello. Se estremeció al sentir a Alfred suspirar levemente en su oído. Oyó a alguien acercarse a ellos pero Alfred alzó su cabeza y gruñó con voz amenazante. "Ni se te ocurra hacerlo."

Arthur apenas notó que había más gente en la habitación. No le podía importar menos. Todo lo que podía ver, en lo que podía pensar era en Alfred. Lo abrazó, lo tocó, respiró su aroma. "¡No puedo creer que estés aquí! ¡No puedo creer que seas real!" Esto era todo lo que Arthur recordaba, todo lo que había soñado. Era Alfred. Arthur lo apretujó y Alfred jadeó.

"Sí, estoy aquí. También estoy… uh… estoy algo adolorido."

Arthur rápidamente lo soltó. "Oh, bollocks, sorry." Intentó dar un paso atrás pero Alfred le tomó las manos. Arthur alzó la mirada hasta su rostro. Aún estaba ahí. Aún era real. Y estaba sonriendo. Sacudió su cabeza, abrumado. "No puedo… No entiendo…"

"Te lo explicaré todo. Pero primero…"

El corazón de Arthur casi se detuvo. "Yes?"

"First… tengo que desmayarme por un minuto." Alfred apretujó las manos de Arthur, le guiñó un ojo, y luego cayó al suelo, inconsciente, con una sonrisa en su rostro.

Una de las enfermeras silbó. "Eso es lo máximo que he visto a alguien estar consciente con esa cantidad de sedantes en las venas."

.

Arthur no podía apartar sus ojos de Alfred. No había dejado el hospital desde que había llegado, a pesar de los esfuerzos de los guardas quienes mantenían guardia en la puerta. Afortunadamente el doctor les prohibió sacarlo, destacando que había calmado a Alfred, y nadie quería saber cómo éste se pondría si no lo encontraba allí al despertar. Así que Arthur se mantenía sentado junto a la cama de Alfred, tomado de su mano, mirándolo mientras dormía. Alfred tenía grandes moretones púrpura alrededor de sus ojos. Las vendas parecían cubrirle casi todo su cuerpo. En la mano que Arthur tenía faltaba un dedo; a la otra mano le faltaban dos. A sus dedos restantes les faltaban las uñas. Arthur se sentía enfermo, enojado, devastado. Y al mismo tiempo se sentía aliviado, extasiado, porque a pesar de todo lo que le había pasado, Alfred estaba vivo. Estaba vivo, era real, y por alguna clase de milagro, se encontraba en Londres, durmiendo al lado de Arthur y tomando su mano.

El cuarto era bastante pequeño. Tenía dos camas, algunas sillas y nada más. La cama junto a la de Alfred estaba vacía; Arthur asumió que había sido de Francis antes de que éste escapara. La puerta se abrió y Arthur vio a la enfermera joven de antes entrar, sonriéndole. Well, eso era un buen cambio. Los militares que estaban en la puerta seguían lanzándole miradas de desdén y murmuraban cosas inaudibles. La enfermera colocó algunos frascos y empaques en la mesa auxiliar, escribió algunas cosas en un portapapeles que estaba junto a la cama, y luego tomó la mano de Alfred. Arthur observaba mientras ella le buscaba el pulso gentilmente. Su estómago se encogió nuevamente al ver la mano mutilada de Alfred.

"¿Qué le pasó?" preguntó Arthur en voz baja.

La enfermera alzó la mirada y le sonrió con calidez. "Por lo que pudimos recolectar, fui tenido prisionero durante casi un mes. Creían que tenía algún tipo de información e intentaron sacársela de distintas maneras."

Arthur se estremeció, una ola de ira recorriéndole el cuerpo. "¿Cómo escapó?"

La enfermera soltó la mano de Alfred y escribió algo más en el portapapeles. "Pues, esa es nuestra pregunta. Un grupo de italianos lo entregó a una de las bases estadounidenses, pero… no tenemos ni idea de cómo logró liberarse del SS. No se lo quiso decir a nadie. Hasta que lo haga, la milicia quiere mantenerlo bajo observación." Hizo ademán hacia los guardas junto a la puerta.

"Se siente caliente…"

"Sí. Está luchando contra una fiebre. Me temo que no está en muy buena forma, pero comparado a como estaba antes… digamos que es increíble que lograra luchar de esa forma para irse. No pasaba un minuto despierto cuando empezaba a pelear para que lo dejaran salir. Definitivamente debía tener algo muy importante por hacer."

Arthur sonrió. Algo importante. Estúpido y maravilloso Alfred. "Supongo que sí."

"Pero supongo que, ya que usted está aquí, finalmente pueda descansar un poco." La enfermera le guiñó un ojo a Arthur y salió de la habitación. Arthur parpadeó por varias veces ante la sorpresa de esa declaración. Rió un poco para sí mismo, miró a Alfred y sintió su corazón saltar al ver que sus párpados se movían. Contuvo el aliento al verlo abrir sus ojos lentamente. Alfred parpadeó varias veces y luego dirigió su mirada hacia Arthur. Su rostro se iluminó con una gran sonrisa.

"¿No estoy soñando de verdad?"

Arthur negó con su cabeza y sonrió de vuelta. "No, al menos que yo también lo esté haciendo."

Alfred sonrió alegremente. "Oye, Arthur. Si estamos soñando… no despertemos nunca."

Arthur asintió, sintiendo un nudo en la garganta. Con gentileza, llevó la mano de Alfred a sus labios y la besó. "All right."

"Creo…" Alfred empezó a cerrar sus ojos. "Creo que necesito dormir un poco más."

"No hay problema, Alfred. Duérmete. No me iré a ninguna parte."

Alfred cerró sus ojos, la sonrisa aún en sus labios. Suspiró quedamente. "My… Arthur…"

Durante el resto de la tarde, Arthur no hizo más que estar sentado junto a Alfred tomándole la mano y viéndolo dormir. Fue una de las mejores tardes de su vida.

Parecían haber pasado muchas horas cuando Arthur abrió sus ojos nublados para encontrar que habían encendido las luces. Se debió haber quedado dormido en algún momento de la noche. Parpadeó varias veces, confundido, sin saber muy bien dónde estaba, hasta que un relámpago de alegría le atravesó el cuerpo y le hizo recordar todo lo que había pasado. Frotó sus ojos con la mano que tenía libre, bajó la mirada hacia Alfred, y lo encontró sonriéndole. Arthur le devolvió la sonrisa. Jamás se había sentido tan feliz, tan lleno, tan increíblemente agradecido por la vida. Las semanas de desesperación ya parecían ser un recuerdo distante. Por meses sintió que una parte de su ser había sido arrancada de su cuerpo, pero ahora volvía a sentirse completo. Ambos se miraron fijamente el uno al otro por lo que podría haber sido minutos… podrían haber sido días. Arthur no quería moverse.

"¿Qué le pasó a tu cara?" finalmente preguntó Alfred, al mismo tiempo que intentaba alzar su mano para tocar el rostro de Arthur. Sin embargo, su mano cayó pesada sobre la cama.

"Nada," dijo Arthur rápidamente. Se encogió de hombros. "Vidrio roto."

"¿Estás bien?" Alfred frunció el cejo, preocupado.

Arthur rió por la ironía. "¿Y me lo preguntas a mí? Dios mío, Alfred, es sólo un rasguño. Estoy un poco más preocupado por ti en este momento."

Alfred sonrió. "No te preocupes por mí. Estoy bien."

Arthur frunció el cejo. Sus ojos golpeados, su cabeza vendada. No lucía bien. "Te extrañé, Alfred." Arthur tragó con dificultad y desvió la mirada. "No puedes…"

Alfred recorrió la mano de Arthur con su pulgar. "Lo siento, Arthur. No me dejaban salir de aquí, además que se seguían botando mis cartas. Era demasiado difícil… saber que estabas sólo a unas calles de aquí y no poder contactarte." Dolor recorrió el rostro de Alfred. "Casi me mata."

"Ojalá hubiese sabido… Pensé…" Arthur jadeó, los horribles recuerdos abordándolo. "Pensé que realmente habías muerto."

Alfred apretó su mano. "Te prometí que volvería por ti, ¿no? ¿Acaso no me creíste?" Arthur rió y Alfred sonrió. "¿Cómo me encontraste?"

"Un francés entró al pub y…"

"¿Francis?" le interrumpió Alfred. "Damn it, esa rana escapó y ganó la apuesta. Me preguntaba por qué su cama estaba vacía. Obviamente su estrategia fue mejor que la mía."

"¿Su estrategia?"

Alfred le guiñó un ojo. "Seducir a las enfermeras."

"Oh." Arthur se preguntaba cómo Francis se había escapado de los alemanes. Pero decidió que era mejor no pensar en eso. "Así que tú… ¿no intentaste eso?"

"¿Crees que podría seducir a alguien en este estado?" Alfred sonrió ampliamente, su cabello se asomaba entre sus vendas y caía sobre sus ojos.

El corazón de Arthur se aceleró un poco. "Well, francamente, sí." Alfred se mofó y Arthur enarcó una ceja. "Los caballeros nunca mienten, ¿recuerdas?"

Alfred desvió la mirada. "Basta. Sé que no estoy en mi mejor estado ahora."

"Luces magnífico." Alfred devolvió la mirada, ambas cejas enarcadas, y se consiguió con un Arthur rojo como tomate, quien mantenía la mirada fija en la cama. Se rió, nervioso. "Así que… ¿cuál fue tu estrategia? ¿Caerte a golpes con todos los militares del lugar?"

"Básicamente. Habría salido hace días si no fuese por esa maldita inyección para dormir que me siguen poniendo."

"Sedante. ¿Por qué demonios seguiste luchando contra ellos entonces?"

"Porque tenía que verte." Alfred lo dijo como si fuera la cosa más obvia del mundo.

Arthur ardía tanto de felicidad como de consternación. No podía creer que Alfred se metiera en problemas sólo por él. Avergonzado, encantado y lleno de regocijo, buscó una manera de cambiar la conversación. "¿Matthew no sabe que estás aquí?"

"No." Alfred miró con furia a los guardas que aún estaban fuera de la habitación. "No he podido comunicarme con nadie. Pero tú le dirás por mí, ¿cierto?"

Arthur sacudió su cabeza, excusándose. "Acaba de irse a Francia."

Alfred dio un quejido y cerró los ojos. "Maldición. Yo debería ir también."

"No, no deberías."

Alfred negó con su cabeza. "No es que pueda, anyway. El doctor dijo que no volveré a volar. No después de lo que le hicieron a mis ojos."

Arthur se sintió como si hubiese recibido una patada al estómago. Sus ojos… ¿qué le habían hecho a sus ojos? Buscó algo qué decir. Pero no había nada que pudiese decir. "Alfred…"

Alfred le interrumpió rápidamente mientras llevaba su mirada al techo, con ojos brillantes. "¿Recibiste mis cartas de Italia?"

Arthur dejó que Alfred cambiara el tema. "Yes. Tu gramática apesta y no sabes escribir en italiano."

Alfred rió, pero siguió mirando al techo, pestañeando rápidamente. "Oh. Mis más sinceras disculpas."

Arthur sentía dolor en su corazón. Todo lo que quería hacer era llevarlo a casa, quería tenerlo entre sus brazos, quería tocarlo y besarlo y… "¿Cuándo van a dejarte ir?" La pregunta salió antes de que Arthur siquiera pensara en ella.

"Tan rápido como mis heridas sanen, supongo. Bueno, las que puedan sanar, anyway." Alfred llevó su mirada a la mano que descansaba sobre la cama. Arthur sintió otra oleada de ira recorrer su cuerpo. Ira hacia los alemanes, hacia la guerra. Y por lo que le habían hecho a Alfred; lo que le habían quitado. Se suponía que Alfred sería joven y alegre y optimista e ingenuo por siempre. No estaba bien. No era justo.

Arthur apretó la mano de Alfred con gentileza. "Lo siento mucho," susurró.

"Nah, no seas tonto. Pudo haber sido peor." Alfred le guiñó un ojo y eso le recordó al encantador e irritante piloto de combate que había entrado a su pub por primera vez. Pero había algo diferente, algo había cambiado; algo se había perdido. Ya no era el mismo de antes. Pero seguía siendo el tonto impresionable por el cual Arthur no pudo evitar enamorarse – aún era Alfred.

"Quiero llevarte a casa, eso es todo." Nuevamente, lo dijo antes de pensarlo.

"Eso me gustaría," dijo Alfred, sonriendo. "Pero primero hay… uh…" Alfred tomó un respiro profundo. "…un pequeño asunto que debe aclararse."

"What?" Arthur recordó repentinamente la última carta que había recibido de Alfred, la que Matthew le había entregado… He hecho algo. Puede que haya sido algo increíblemente estúpido. Puede que haya sido traición. Arthur llevó su mirada hacia la puerta, se acercó a Alfred y le susurró, "Alfred, ¿qué hiciste?"

Los ojos de Alfred se abrieron como platos y se quedaron fijos en los de Arthur. "No soy un traidor, Arthur. No lo soy."

Arthur asintió para calmarlo, aun cuando su estómago se revolvía por la curiosidad y preocupación. "I know."

"Después de todo por lo que pasé, nunca dije nada… ¡no les dije nada! No lo hice… cómo pueden..." Alfred hablaba muy rápido y frenético.

"Ssh, todo está bien. Lo sé. No eres un traidor, Alfred. Eres un héroe." Arthur deseaba poder subirse a la cama y arropar a Alfred con sus brazos. Era muy doloroso no poder hacerlo. "Sí que lo eres."

Alfred rió, fuerte, un poco alocado, mientras mantenía la mirada en el techo. "Todos me llamaron héroe. No tenía ningún maldito sentido. Incluso salió en los periódicos, you know. El héroe estadounidense que derribó un escuadrón alemán completo." La sonrisa desapareció de sus labios. Su voz tomó un tono melancólico al continuar. "Siempre quise ser un héroe. Pero en alguna parte del camino me di cuenta que no quería ser su héroe." Alfred giró su cabeza, y sus deslumbrantes ojos azules miraron directamente a los de Arthur. Directo a su corazón. "Quería ser el tuyo."

Arthur sintió su respiración detenerse. Jamás había sentido lo que sentía en ese momento. Toda esa loca, salvaje, surreal e increíble tarde lo había llevado a este lugar, devuelta con su Alfred, a sentarse junto a la persona más perfecta, dañada y hermosa del mundo, que necesitaba de Arthur tanto como Arthur necesitaba de él. Arthur intensificó el agarre sobre la mano de Alfred, la cual no había soltado desde que se había sentado allí. "Si fueses mi héroe, ¿de qué me salvarías?"

"De la soledad," dijo Alfred, como si fuese obvio.

Arthur sonrió, la felicidad llenando su pecho; calentando cada parte de su ser, llevándose cada preocupación y llenando cada hueco que existía dentro de su alma. "Very well. Puedes ser mi héroe, Alfred. Si yo puedo ser el tuyo."

Alfred suspiró feliz, sonriente, le guiñó un ojo, tomó la mano de Arthur, su corazón, su alma, todo. Absolutamente todo. "Oh, Arthur. Siempre lo fuiste."


Continuará...