EL BOXEADOR

Por Cris Snape

Disclaimer: El Potterverso es de la Rowling.


1

Prefacio

Si existe un hombre en todo el mundo que sepa de boxeo, ése es el entrenador Tyson. Después de tres décadas dedicado al negocio, está bastante convencido de que su chaval se encuentra al borde del colapso. Poco importa que sea la final del Campeonato de Europa de los Pesos Pesados, va a tirar la toalla.

—Hasta aquí hemos llegado, chico.

Pero el púgil niega con la cabeza. Sus ojos se deslizan entre la gente hasta dar con su representante y se quedan fijos en él. Tyson cree que aquel tipo es un auténtico gilipollas y que sólo está interesado en hacer dinero a costa de su supuesto mejor amigo, pero no hay manera de hacérselo ver a su chaval. Y aunque intenta detenerlo para evitar que vuelva al combate, sus esfuerzos son infructuosos.

Tyson ha visto al maldito cretino instando a su chaval a seguir con la pelea y quiere ir hasta allí y decirle un par de cosas bien dichas, pero se obliga a sí mismo a permanecer junto al ring. Por lo que pueda pasar. Y durante treinta larguísimos segundos no ocurre nada, hasta que el vigente campeón le da un soberbio derechazo y su chaval cae al suelo boca arriba.

El tiempo parece ralentizarse. Tyson espera que su chico se mueva, pero sigue allí inmóvil, con los ojos bien abiertos y la cara desencajada. Y no hace falta ser muy listo para darse cuenta de que está a punto de irse directo al otro barrio.


2

El Departamento de Misterios es aburrido

"Espérame a la salida del Departamento de Misterios, Parvati. No tardaré nada". Parvati Patil lleva más de media hora de pie en mitad de ese pasillo, recordando las palabras de su hermana una y otra vez y sacando siempre la misma conclusión: "¡JA! ¡JA, JA, JA! ¡JA!". Parvati es vagamente consciente de que su mente podría mostrarse un poco más elocuente, pero es que a esas alturas del cuento no tiene fuerzas para pensar en nada más. Y es que está tan aburrida. Por norma general es lo suficientemente sensata como para no esperar a Padma, pero ese día no ha podido escabullirse porque tienen que ir juntas a casa para celebrar el aniversario de boda de sus padres. Y, por supuesto, llegarán tarde.

Parvati en ocasiones se pregunta a qué se dedican exactamente los inefables. Padma, que tiene rotundamente prohibido hablar sobre ello, ni siquiera con la familia, asegura que es el trabajo más emocionante del mundo. Parvati no lo cree. Cree que se pasa demasiadas horas en el Ministerio y que no tiene tiempo para actividades mucho más divertidas como, por ejemplo, salir de marcha con los amigos o ir de compras. A Parvati todo eso de descubrir los secretos de la magia podría interesarle únicamente si fuera menos complicado, mientras que a Padma le apasiona. Seguramente se deba a que es una Ravenclaw.

Después de observar detenidamente las rayas del suelo y de no encontrar nada interesante en las paredes, Parvati se mira las uñas. "¡Uhm! Estas dos necesitan ser cortadas con urgencia y tengo que limarme estas otras. ¡Madre mía! ¡Qué desastre! ¿Cómo he podido llegar a esto?". Decide que llamará a Lavender por red flú en cuanto llegue a casa, esa misma noche. Y es que Lavender Brown no sólo es una excepcional vidente, también es capaz de hacer unas manicuras prácticamente perfectas.

Al cabo de un rato, Parvati consulta su reloj y se da cuenta de que han pasado quince minutos más. A ese paso no podrá adecentarse un poco antes de ir a casa de sus padres. Y eso no le gustaría en absoluto porque en las celebraciones familiares siempre se hacen reuniones multitudinarias y no le gustaría nada que sus primas chismosas de Nueva Delhi le digan que tiene el pelo horroroso o cosas parecidas. Por eso, cuando ese brujo aparece por el pasillo y va directo a la entrada del Departamento de Misterios, Parvati le interrumpe.

—Disculpe. ¿Usted trabaja ahí, verdad? —El inefable asiente. Es un tipo mal encarado y a Parvarti no le extraña. Todavía no ha conocido a ningún compañero de Padma que sea medianamente agradable—. ¿Podría decirle a Padma Patil que llevo un buen rato esperándola? Soy su hermana Parvarti.

—¿Acaso te crees que voy a perder el tiempo buscándola?

Y sin darle tiempo a reaccionar, el inefable pasa por su lado y cierra la puerta del Departamento de Misterios de un portazo. Parvati se ha quedado medio paralizada, sorprendidísima por la falta de educación de ese imbécil. "Ni que te hubiera enviado a la China a buscarla, estúpido maleducado. ¿Qué hago ahora?". Echa un vistazo a su alrededor en busca de alguien más que pueda ayudarla y, entonces, lo ve.

Es un chico más o menos de su edad. Tiene el pelo pegado a las sienes y únicamente va vestido con unas botas rojas y, ¿unos calzoncillos dorados? Parvati duda entre salir corriendo o sacar la varita pero se da cuenta de que hay algo raro en el chico. Lo primero es que parece muy perdido y da vueltas de un lado para otro. Lo segundo, pero no por ello menos importante, es que es medio transparente, como si fuera un fantasma pero sin ser un fantasma de verdad.

—¿Qué demonios…?

En cuanto la escucha, el chico se gira bruscamente y la mira. Parvati comprueba con horror que camina decididamente hacia ella y comienza a retroceder hasta toparse con la pared.

—¿Puedes verme? —La chica boquea y es incapaz de decir nada—. ¡Oh, gracias a Dios! ¡Puedes verme!

—¡Perdóname, Parvati! Me he liado haciendo unos cálculos muy interesantes sobre… ¿Parvati?

Durante unos segundos, la bruja es incapaz de reaccionar. Hace un instante, tenía frente a sí a aquella especie de fantasma en calzoncillos, pero ahora sólo está su hermana. Ni rastro del tipo semidesnudo.

—Parvati. ¿Está bien?

—¿No le has visto?

—¿A quién?

Parvati mira a su alrededor. Ni rastro del chico raro. "Habrá sido una alucinación. Estaba tan aburrida".

—Nada, da igual. ¿Podemos irnos ya? Vamos a llegar tarde.

—No seas exagerada. Todavía falta una hora para la fiesta.

—¿Y te piensas que una hora es tiempo suficiente para arreglarme?

Padma pone los ojos en blanco y sonríe con condescendencia mientras echan a andar por el pasillo. Parvati no puede evitar mirar atrás y se alegra al no ver nuevamente a su alucinación. No le gustaría convertirse en una pirada.


3

Cuando no te quitas de la cabeza al fantasma de los calzoncillos dorados

Por algún extraño motivo que Parvati jamás podrá desentrañar, su querida hermana gemela está enamorada de Zacharias Smith, uno de los tipos más desagradables del mundo mágico. Trabaja en el Departamento de Relaciones Internacionales, pero bien podría ser un inefable habida cuenta de lo arrogante y antipático que se muestra casi todo el tiempo. A Parvati ya le caía fatal en Hogwarts, pero desde que se ha convertido en un asiduo de las fiestas familiares, no puede soportarlo. Es consciente de que deben mantener una relación civilizada por el bien de Padma y realmente se esfuerza por llevarse bien. Y es que, pese a todo, a Smith se le nota a la legua que está loco por su hermana.

Aún así, cuando Zacharias se acerca a ella esa noche, sonrisa petulante mediante, Parvati tiene ganas de arrojarle a la cabeza el objeto más cercano, que resulta ser una enorme bandeja repleta de tentempiés.

—Padma dice que estabas un poco rara esta tarde. ¿Te pasa algo?

"No, nada. Sólo tengo ganas de estrangular a mi hermanita. Por cotilla". Parvati le dirige a su casi cuñado una mirada de pocos amigos y se esfuerza por sonar tan amable como el propio Zacharias. Hay que reconocer que es bueno disimulando.

—Estoy perfectamente, no tienes que preocuparte por nada.

—¿De verdad? —Zacharias les echa un vistazo a los aperitivos y devora uno de ellos sin muchos miramientos—. Padma dice que estabas un poco pálida, como si hubieras visto un hombre lobo o algo así.

—Pues Padma se equivoca. ¿Quieres dejarme en paz?

—¡Uhm! Tampoco es para ponerse así. Sólo venía a interesarme por tu salud, pero ya me voy.

Parvati se muere de ganas por decirle cuatro frescas, pero Smith cumple su promesa y se larga en busca de Padma. No termina de entender qué ha pasado allí, pero si Padma está preocupada por ella, ¿por qué no preguntarle directamente? Una vez Zacharias está lo suficientemente lejos, otra duda le asalta. "¿Tan mala cara se me ha puesto? No creo que haya sido para tanto, aunque el tipo de los calzoncillos me ha asustado un poco. Casi nada."

¡Oh, el tipo de los calzoncillos! ¿Es real o producto de su imaginación? Cuando era pequeña, su madre solía acusarla de estar siempre pensando en las musarañas. Padma siempre fue una niña muy sensata, adicta a la lectura y capaz de pasarse horas y horas concentrada en cualquier cosa de su interés. Parvati era más creativa, muy dada a tener amigos imaginarios. ¿Podría ser el tipo de los calzoncillos uno de esos amigos? "Es absurdo, Parvarti. Ya eres mayorcita para eso. Además, a todos esos amigos invisibles no podías verlos. Al tipo de los calzoncillos sí le has visto. ¿Verdad?"

Aunque había decidido quitárselo de la cabeza en cuanto llegó a casa para cambiarse de ropa, Parvati ha fracasado en su cometido. Y rotundamente, además. Porque no sabe quién era ese chico, pero cada segundo que pasa está más convencida de que es real. Medio transparente y ridículo, pero real.

"Espera un momento. Estaba cerca del Departamento de Misterios. Y en el Departamento de Misterios está ese velo del que Luna y Neville hablaban a veces. ¿Y si el de los calzoncillos se ha escapado de ahí?" Parvati se muerde el labio inferior y llega a la conclusión de que solo una persona puede sacarla de dudas: Padma.

Desgraciadamente, su hermana está con Smith. Están demasiado abrazados teniendo en cuenta que sus padres están delante, aunque a decir verdad ninguno de los señores Patil presta atención a lo que pasa en casa. Están muy ocupados dándose el lote, sin ningún tipo de vergüenza. Parvati prefiere no mirarlos. Por norma general, sus progenitores son muy comedidos, pero esa noche se les ha pasado un poquito la mano con los licores afrutados mágicos que ha traído uno de sus tíos directamente desde la India.

Mientras espera a que Smith se vaya a hacerle la pelota a, por ejemplo, su abuela, Parvati mata el tiempo charlando con sus numerosas primas. Es divertido porque no se ven demasiado a menudo y porque tiene muchísimas cosas en común con ellas.

—El color melocotón está de moda en el barrio mágico de Nueva Delhi —Dice una de las chicas, que apenas tiene quince años pero ya es toda una entendida en moda—. Es una pena que en la escuela de magia no nos dejen cambiar el color de nuestros uniformes. ¿En Hogwarts podíais seguir las últimas tendencias, prima?

—No. Siempre teníamos que llevar esa ropa tan sosa y horrorosa.

Durante un buen rato, Parvati desahoga todas sus frustraciones. Aunque Hogwarts quedó atrás mucho tiempo antes, aún tiene guardada una espinita. Y es que se le había hecho muy duro no poder lucir toda la ropa que se compraba durante los veranos. Eso de llevar el uniforme era una lata y la joven bruja hubiera podido despotricar durante horas si no fuera porque, al fin, Smith ha dejado a su hermana sola. Y quizá no sea el momento adecuado, pero necesita saber.

—Oye, Padma —Dice sin más preámbulos una vez está junto a ella—. ¿Cómo es el velo ese que hay en el Departamento de Misterios?

Su hermana entorna los ojos como si no diera crédito a la pregunta. "Pues no es muy normal pero, ¿qué hacer si no?"

—¿El velo? Pues la verdad es que nunca lo he visto. Trabajo en una sala diferente.

—¿En serio? ¿Y tus compañeros no te han dicho como funciona?

—Se supone que los inefables no podemos hablar de nuestro trabajo. Es secreto.

—Ya pero, ¿cabría la posibilidad de que una de esas personas que Lunática Lovegood escuchó se escapara de allí?

Los ojos de Padma están tan entornados que apenas son dos ranuras diminutas. Parvati tiene la sensación de haber metido la pata, pero realmente necesita respuestas. Si alguien no le da una explicación medianamente aceptable antes de irse a dormir, tendrá pesadillas. Seguro.

—Ya te he dicho que no sé cómo funciona. ¿Se puede saber a qué viene este interrogatorio?

—No sé. Curiosidad.

—Tú nunca has sentido curiosidad por mi trabajo —Padma la mira con suspicacia. Y es que la conoce mejor que nadie—. ¿De verdad que estás bien? Esta tarde estabas rarísima.

—Estoy bien —Parvati pone morritos y se acuerda de una cosa que le ha molesta mucho—. Y no deberías mandar a Smith a sonsacarme cosas.

—Se llama Zach y no quería sonsacarte nada. Sólo está preocupado por ti.

—¡Claro! Lo que tú digas.

—En serio, Parvati. ¿No podéis llevaros bien?

—No nos llevamos mal.

—No quiero que os toleréis. Quiero que cuando estemos juntos no os miréis como si os desearais lo peor.

Parvati quiere decirle que no le desea lo peor a Smith. No por Smith, por supuesto, sino por su hermana. Quiere decirle que le cae fatal porque es arrogante, prepotente y sabiondo, pero se muerde la lengua y vuelve al tema que tanto le preocupa.

—Entonces no sabes nada del velo, ¿no? —Padma niega con la cabeza—. ¿Sabes quién puede ayudarme?

—Ya te he dicho que el trabajo de los inefables es secreto. No puedo decirte quién trabaja en la Sala de la Muerte porque no lo sé.

—Pues vaya —Parvati se siente muy frustrada, aunque no puede evitar hacer una pregunta más—. Si no trabajas en la Sala de la Muerte, ¿dónde estás? —La sonrisa de Padma es inmensa antes de contestar.

—Buen intento, hermanita, pero no me vas a sonsacar nada. Y no te pienses que me creo que estás bien. A ti te pasa algo y lo voy a averiguar —Padma echa un vistazo a su alrededor y se dispone a reunirse con un grupito de familiares—. Pero será en otro momento. Ahora toca atender a la familia.

—Sólo espero que no me encasquetes a Smith.

—Te he dicho que se llama Zach y, no te preocupes por él. Tampoco le hace gracia pasar la noche contigo.

Parvati ve a su hermana alejarse y sonríe. El asunto del chico en calzoncillos aún le preocupa un poco, pero no lo suficiente como para no disfrutar de la fiesta. Después de todo, el aniversario de boda de sus padres sólo es una vez al año.


4

Siguiendo los consejos de la gran Lavender Brown

—Un chico medio desnudo. ¿Y dices que era casi transparente?

Parvati asiente y espera con ansias el veredicto de Lavender Brown, su mejor amiga desde los once años. Aunque hay mucha gente que afirma que Lavender es una auténtica cabeza de chorlito, Parvati confía muchísimo en su criterio porque, lo crea el resto del mundo o no, su amiga tiene un ojo interior súper desarrollado, especialmente desde que ese monstruo, Fenrir Greyback, estuvo a punto de matarla. Parvati reconoce que antes de ese ataque, los poderes de Lavender era un fraude, pero después de él todo es diferente. Porque Lavender puede ver el futuro, está segura. Y aunque esa mañana no está muy interesada en que nadie le lea las cartas porque los acontecimientos que están por venir no la preocupan demasiado, sí quiere que le eche una mano con el tema del chico misterioso.

—Era rarísimo, Lav. Parecía un fantasma pero al mismo tiempo no lo era.

—¿Cómo lo sabes?

—Pues porque no flotaba. Y no se parecía nada a los de Hogwarts. Era diferente. Extraño.

Lavender parece meditar la situación. Parvati tiene la sensación de que en realidad no sabe lo que está pasando, pero le agradece el esfuerzo.

—¿Te habló?

—Me preguntó si podía verle y se puso muy contento cuando le dije que sí.

—Entiendo —Un nuevo silencio. Lavender, que tiene las cartas del tarot entre manos, las barajea rápidamente antes de seguir hablando—. Me temo que tu amigo escapa de mi campo de conocimiento, Parvati.

Cuando Lavender Brown se dio cuenta de que puede ver ciertas cosas relacionadas con el futuro de la gente, decidió montar un consultorio de adivinación en pleno Callejón Diagón. Y el negocio no le va nada mal a juzgar por la cantidad de gente que la visita cada día.

—Ya lo suponía, pero te lo estoy preguntando cómo amiga. No sé qué hacer.

Lavender vuelve a quedarse pensativa. Después del ataque no volvió a ser la misma en muchos sentidos. Físicamente tenía unas enormes cicatrices que iban desde el cuello hasta la parte baja del abdomen. Psicológicamente era más reflexiva y menos frívola, aunque seguía siendo una chica apasionada y amante del romanticismo.

—Has dicho que se alegró de que pudieras verlo. ¿Verdad? —Parvati asintió—. Eso debe significar que nadie más lo ha hecho hasta ahora. ¿No?

—No creerás que soy una pirada. Porque te juro que era real.

—No es eso. Lo que quiero decir es que si sólo tú puedes verlo, debe ser por algo.

—¿Por qué?

—Creo que para averiguarlo deberías hablar con él otra vez.

—¡Pues claro! Con el mal rollo que me dio.

—No creo que haya otra salida, Parvati. O te olvidas de él o vas en su busca. Tú decides.

En ocasiones como esa, Parvati Patil echa mucho de menos a la otra Lavender, pero considera que su consejo no es del todo malo y toma una decisión digna de un Gryffindor: intentará hablar de nuevo con el casi fantasma de los calzoncillos dorados.

Es por eso por lo que esa misma tarde se persona en el Departamento de Misterios. Cree que Padma tiene el día libre, así que reza para que nadie la vea rondando por ahí porque no le gustaría que pensaran cosas raras de ella. Se pregunta cuánto tiempo tendrá que hacer guardia, pero el fantasma no se hace esperar ni cinco minutos.

—¡Oh! ¡Has vuelto! ¡Menos mal! Pensé que nadie más podría verme otra vez.

Parvati tiene la tentación de salir corriendo, pero se recuerda que es una Gryffindor. Y los Gryffindor son valientes. Por eso lucharon en la Batalla de Hogwarts y por eso son héroes de guerra. Y un tipo en calzoncillos no debería intimidarla en absoluto. "Ni aunque seas tan raro, joder". La chica echa un vistazo a su alrededor para asegurarse de que no hay nadie en el pasillo y se asegura de tener los pies bien anclados al suelo.

—¿Nadie más puede verte?

—No. Y no sé por qué.

—¿Has intentando que alguien, ya sabes, te vea?

—¡Pues claro! —El chico parece ofendido. "Si alguien me ve hablando sola, creerán que estoy loca. No quiero terminar en San Mungo, por favor"—. He gritado y he traspasado a un montón de gente, pero lo único que hacen es estremecerse. ¡Excepto tú! ¡Tú sí me ves!

—¿Y por qué te veo? —La pregunta es retórica, pero el fantasma parece apenado al no poder contestarle—. ¿Cómo te llamas?

—¿Qué?

—Tu nombre, ¿cuál es?

El chico se lo piensa y al final parece perder todo el ánimo.

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? Tienes que tener un nombre.

—Seguro que sí, pero ahora mismo no sé cuál es. ¿Vale?

Parvati se muerde el labio. Eso supone un pequeño contratiempo, aunque cree poder lidiar con él.

—De acuerdo. No te acuerdas. ¿Sabes al menos qué estás haciendo aquí?

El chico mira a su alrededor como si realmente no tuviera mucha idea de qué lugar es aquí.

—No sé. Me aparecí aquí y ya está.

—¿Cómo que te apareciste aquí?

—Es lo único que recuerdo, que aparecí aquí. Antes de eso, no hay nada.

—¿Qué viste exactamente al aparecerte?

—Una especie de arco enorme o algo así.

"¡El velo de la muerte! ¡Sí, sí, sí! Aunque, espera un momento. ¿De qué me sirve saber eso?"

—Y dices que no te acuerdas de nada más. Pues vaya. ¿Cómo voy a ayudarte entonces?

—Pues ayudándome. Eres la única que puede verme.

Parvati se queda callada. "No necesito esto. No es mi problema. No debe interesarme".

—¿Has intentando salir de aquí?

El chico niega con la cabeza y le echa un vistazo a su alrededor. Después se rasca la nuca con energía y da una vuelta sobre sí mismo.

—¿Qué sitio es este?

—Es el Ministerio de Magia.

La reacción del casi fantasma es del todo inesperada. Suelta una especie de gritito y retrocede dos pasos.

—¡Magia!

—Sí, magia. No sé por qué te sorprendes tanto. Si eres un fantasma o lo que seas, debes tener magia.

—No creo que tenga magia.

—Pues yo creo que sí.

—Te he dicho que no.

Parvati frunce el ceño. No quiere verse inmersa en una discusión inacabable.

—No te acuerdas de quién eres. ¿Por qué estás tan seguro de que no eres un brujo?

—Pues porque no puedo serlo. La magia no existe.

—Sí existe. Cuando quieras te lo demuestro.

—¿En serio? ¿Cómo?

Parvati entorna los ojos y extrae su varita con determinación. No menciona una palabra mientras conjura unos pequeños fuegos artificiales que dejan al testarudo casi fantasma con la boca abierta.

—¿Ves cómo la magia sí existe? Ahora me gustara ir al meollo de la cuestión. Tenemos que averiguar quién eres.

El chico, que todavía está bastante alucinado, la mira como si el único ser sobrenatural de ese pasillo fuera ella. "Lo que hay que aguantar, Merlín bendito. ¿Qué estoy haciendo aquí?"

—Vamos a ver si sacamos algo en claro —A Parvati le horroriza darse cuenta de que su voz ha sonado muy parecida a la de Padma—. ¿Sabrías decirme al menos por qué estás en calzoncillos?

—No son unos calzoncillos —El chico responde automáticamente, sin pensárselo dos veces—. Son unos calzones de boxeador.

Suena tan convencido que Parvati se ve obligada a creerle.

—¿Qué es un boxeador?

—¿Qué?

—Has dicho que esos calzoncillos son de boxeador. ¿Qué es eso?

—¿Un boxeador?

—Eso es.

El chico se lo piensa. Su mente se ha quedado en blanco nuevamente.

—No tengo la menor idea.

Parvati, que se había sentido esperanzada, se desinfla como un globo y le observa atentamente durante unos instantes. Tiene la tentación de darse por vencida y largarse de allí para olvidarse del asunto, pero no le parece justo.

—Está bien. Averiguaré que es un boxeador y ya veremos qué pasa después.


5

Un boxeador no es ninguna especie de fantasma oriental

Aunque los Patil no son ni la familia más rica ni la más antigua de Inglaterra, sí que poseen una bonita mansión de influencias hindúes y una biblioteca que ya quisieran para sí muchos de esos ególatras que presumen de pureza de sangre. Parvati recuerda haber curioseado por las estanterías cuando era pequeña y ansiaba leer cuentos de príncipes y princesas, pero hace mucho que no pasa en esa estancia más de un minuto seguido. Por ese motivo, cuando Padma llega a casa ya bien entrada la noche y su madre le dice que Parvati lleva todo el día leyendo en la biblioteca, no duda en ir a buscarla.

Parvati ha apilado dos docenas de libros sobre la mesa, pero todavía no ha logrado averiguar qué es un boxeador. No se percata de la presencia de su hermana hasta que ésta no está a su lado.

—¿Qué haces, Parvati?

—¡Ah! ¡Qué susto, tía!

Y ha debido asustarse mucho porque incluso ha gritado. Padma se sienta a su lado y examina el rostro de su gemela en busca de cualquier síntoma de enfermedad.

—¿Te encuentras bien?

—Pues claro que sí. Últimamente estás un poco pesadita con eso. ¿No?

—Es que te noto distinta —Padma se muerde el labio y decide que es necesario un interrogatorio—. ¿Qué haces con todos estos libros?

—Leyendo. ¿Qué voy a hacer si no?

—¿Estás leyendo? ¿Tú?

Parvati parece hartarse de las preguntitas de su hermana y se apoya en la mesa para encararla.

—¿Se puede saber qué te pasa? ¿Es que no puedo leer tranquilamente?

—No nos engañemos, hermanita. La última vez que leíste un libro voluntariamente tenías siete años.

"Pues también es verdad". Y aunque Parvati no tenía intención de meter a su hermana en el asunto del fantasma en calzoncillos, al final decide contarle una parte de la verdad.

—Vale. Estaba buscando una información, pero no encuentro nada de nada. Estos libros no me sirven. Son demasiado viejos.

Padma, que adora los libros familiares porque son un compendio de sabiduría mágica, observa los tomos con algo curiosidad.

—Es rarísimo. Tenemos libros que tocan todas las ramas de la magia, no estarás buscando en el adecuado. ¿Qué es lo que quieres saber?

Parvati se muerde el labio antes de responder.

—Estoy intentando averiguar qué es un boxeador. Pensé que podría ser alguna clase de fantasma oriental porque creo recordar que cada uno tenía un nombre diferente, pero no hay nada de nada.

—¿Un boxeador, dices? Pues definitivamente estás buscando en el lugar equivocado.

—¿Por qué? ¿Tú sabes qué es un boxeador?

Padma sonríe y agita la varita para que todos los libros apilados vuelvan a su sitio. El desorden no le gusta demasiado y siempre la ha puesto un poco nerviosa. Después, se centra en su hermana y le da una palmadita en el hombro.

—Un boxeador es un chico que practica el boxeo, un deporte muggle en el cual los rivales se zurran hasta que uno de los dos gana.

—¿En serio? —Parvati está enormemente sorprendida—. ¡Qué cosa más absurda!

—Todos los deportes tienen su lado absurdo, incluido el quidditch —Y Padma dice eso únicamente porque nunca ha sido demasiado forofa del deporte mágico por excelencia. Sólo ella sabe lo que tiene que aguantar cada vez que Zach quiere llevarla a ver un partido de quidditch—. ¿Por qué te interesa de repente el boxeo?

—¡Uhm! Digamos que no puedo contarte nada por el momento —Parvati se queda pensativa un instante y se alegra enormemente de tener una hermana tan inteligente y preocupada por el mundo exterior como Padma. Si no llega a ser por ella, se habría leído todos los libros de la biblioteca. Infructuosamente—. Pero dime una cosa. Esos boxeadores, ¿son famosos?

—Pues creo que algunos pueden ser tan famosos como los jugadores de quidditch, sí.

—¿Y sabes dónde podría averiguar cosas sobre ellos?

Padma considera que el asunto está empezando a salirse de madre y obvia la pregunta de su gemela.

—¿De verdad no te pasa nada? Porque no entiendo qué mosca te ha picado, la verdad.

—Estoy muy bien, Padma, de verdad. Sólo quiero saber.

Su hermana se queda callada. No parece muy contenta cuando responde.

—El boxeo nunca me ha llamado la atención. Sé de deportes muggles sólo lo justo. Lo siento.

—Bueno, no importa —Parvati se pone en pie y sonríe abiertamente. Al menos ha conseguido avanzar un poco en su investigación—. Creo que sé quién podrá ayudarme.

—¿Quién?

—Dean Thomas. Es hijo de muggles, ¿recuerdas? Y mucho más simpático que Hermione Granger.


6

Averiguando quién es el boxeador

Queda con Dean Thomas en El Caldero Chorreante. Hannah Abbot, una antigua compañera del Ejército de Dumbledore, compró el local un año antes y desde entonces se han introducido numerosos cambios que van desde la limpieza en general hasta la decoración y la carta de cervezas. Parvati, que lleva cinco minutos esperando al brujo, se ha pedido una deliciosa cerveza de mantequilla con esencia de canela que está para chuparse los dedos.

—Hola, Parvati.

Cuando Dean llega, le dedica una de sus sonrisas repletas de dientes blancos y bien alineados que hacen que la chica sienta un algo en la parte baja de su vientre. Thomas ya era guapo en Hogwarts, pero los años transcurridos desde que se graduaron le han sentado muy bien. Parvati sabe que trabaja en el Departamento de Deportes Mágicos porque no pudo dedicarse al quidditch profesional, que era lo que realmente le hubiera gustado hacer.

—Hola, Dean. Siéntate.

El chico le hace un gesto a Abbot que significa algo así como "Tráeme lo de siempre, guapa" y se acomoda frente a Parvati sin dejar de sonreírle seductoramente. Dean tiene una merecida reputación de rompecorazones y es que, después de lo que pasó en la guerra, tomó la decisión de disfrutar al máximo de la vida. Ligar con chicas es su actividad favorita y Parvati debe reconocer que no se le da nada mal, aunque no está allí para dejarse caer en sus redes, sino para ocuparse de asuntos mucho más importantes.

—Reconozco que me sentí bastante intrigado cuando recibí tu carta —Suelta Dean sin más preámbulos. Directo al grano, como debe ser—. Y me extraño un poco también. No hace ni dos meses que rechazaste salir conmigo.

Aunque a Parvati Patil le gusta vivir la vida intensamente, hay cosas que no está preparada para hacer. Salir con Dean Thomas es una de ellas porque sabe que no existe ningún futuro con un chico como él. Y ella no quiere relaciones insustanciales. Quiere algo como lo que tiene su hermana con ese cretino absoluto que es Zacharias Smith.

—Esto no es una cita romántica, Dean, así que deja de mirarme así.

—¿Así cómo?

—Pues así.

Dean suelta una carcajada. Parvati agradece enormemente la llegada de Hannah, que trae una cerveza negra y amarga para el brujo. La chica pone los ojos en blanco, sin duda acostumbrada al comportamiento del animoso brujo.

—No me digas que te está molestando este crápula —Dice en tono de broma, logrando que Dean se ría aún más.

—No le hagas caso. Abbot está celosa.

—Sí, claro. Díselo a Neville, a ver qué opina él de mis supuestos celos.

Dean alza las manos como pidiendo paz y Hannah se aleja sonriendo. Parvati es consciente de que el chico no insistirá en sus avances románticos si es rechazado aunque sea una sola vez y lo agradece enormemente porque es una chica fuerte, pero a veces ejercer cierto autocontrol no es tarea fácil.

—Ya en serio —Y Dean parece seguir al pie de la letra sus propias palabras porque deja de sonreírle de aquella manera—. Parecías un poco preocupada por algo. ¿Qué pasa?

Parvati tiene la sensación de que está allí por una simple y llana tontería, que Dean se reirá en su cara y la mirará como si estuviera totalmente loca, pero entonces se acuerda del fantasma en calzoncillos y se arma de valor. Ha decidido ayudarlo y todo el mundo sabe que cuando Parvati Patil decide algo, no es fácil hacerla cambiar de idea.

—Recuerdo que en Hogwarts estabas obsesionado con ese deporte muggle. ¿Cómo se llamaba?

—¿El fútbol? —Dean parece realmente descolocado ante esa pregunta.

—Eso, el fútbol. Te gustaba un montón, ¿verdad?

—Pues sí. De hecho, aún me gusta. ¿Por qué lo preguntas?

—¡Uhm! Es que he pensado que si te gusta ese fútbol, es posible que también te gusten otros deportes como, por ejemplo, el boxeo.

Dean se le queda mirando con la misma expresión que puso su hermana en la biblioteca de casa. Obviamente no da crédito a lo que está escuchando. "¿Qué pensará de mí? Seguro que cree que estoy más chalada que Lavender. Y todo el mundo cree que Lavender no se quedó del todo bien después de lo de Greyback. ¡Ay, mi madre! ¿Qué estoy haciendo?". Al cabo de unos instantes, Dean reacciona.

—No me digas que te gusta el boxeo.

—En realidad no sé muy bien cómo es, pero tengo curiosidad.

—Pues no te lo tomes a mal, pero creo que hay otros deportes muggles que te gustarán más. Por ejemplo, la gimnasia rítmica. O el patinaje artístico. Son deportes bonitos.

Parvati tiene la sensación de que se está burlando un poquito de ella, pero decide dejarlo pasar porque no está allí para hacerle reclamaciones a nadie, mucho menos a Dean Thomas.

—Pero es que yo quiero saber de boxeo, no de esas otras cosas.

—Vale. El boxeo no te pega para nada, pero si realmente te interesa… —Dean se encoge de hombros—. ¿Te gustaría ver algún combate? Podría pedirle a alguno de mis hermanos que te consiga unas entradas y, si no encuentras a nadie, hasta podría ir contigo. Y no sería ninguna cita, que conste.

—No quiero ver ningún combate —Parvati niega enfáticamente con la cabeza. Algo le dice que ver a dos tipos dándose puñetazos hasta quedarse medio muertos no le gustará nada—. Me gustaría saber cosas sobre los boxeadores, conocer a alguno que sea famoso.

Se nota que Dean se está mordiendo la lengua, pero al final se ve obligado a claudicar.

—¿Por qué quieres conocer boxeadores, Parvati?

"Porque creo que he conocido a uno al que sólo yo puedo ver y necesito averiguar todas las cosas que pueda sobre él, por eso. Y porque es muy raro que sólo yo pueda verle y hablar con él. Estoy obligada a ayudarle, lo sé"

—No sé. Me parece que podrían ser buenos Gryffindor y todo eso.

"Y he ahí una excusa patética". Obviamente, Dean no se lo traga, pero no insiste más en el asunto porque se ha dado cuenta de que Parvati no le dirá la verdad ni en un millón de años.

—Mi madre dice que es una mala costumbre y realmente agradezco no tener novia porque seguramente no me dejaría tenerlos todos guardados en mi apartamento, pero estás de suerte —Dean sonríe, agita la varita y sobre la mesa se materializan un montón de periódicos muggles del todo—. Soy aficionado a la prensa deportiva y me gusta coleccionar los números antiguos. Puedes quedarte estos y buscar boxeadores y leer todo lo que quieras sobre ellos. Sólo te pido una cosa: devuélvemelos en buen estado.

—Claro, Dean, no te preocupes. Y muchas gracias por tu ayuda, de verdad.

Él no se ve muy feliz al tener que separarse de todo ese montón de papel muggle, pero por fortuna no se echa para atrás. Lo que hace es sonreír de nuevo de aquella manera. Parvati se estremece sin poder evitarlo.

—¿Estás segura de que no quieres que esto sea una cita oficial?

—Estoy muy segura, Dean.

Intercambian una sonrisa cómplice y, aunque no sea una cita de las de verdad, se lo pasan en grande recordando los buenos tiempos. Cuando Parvati regresa a casa, está de un humor estupendo y, aunque lo que tendría que hacer sería meterse en la cama, se pone a ojear los periódicos. Descubre que todo está organizado por deportes y se dice que asistir a un partido de rugby no debe estar nada mal. Sin embargo, y aunque hay secciones que le llaman la atención, se centra en el boxeo. Al principio lee los artículos, hasta que se da cuenta de que lo único que conoce del fantasma en calzoncillos es su cara, así que se pone a mirar las fotos. Eso le permite ahorrar mucho tiempo y aún así necesita de dos horas para encontrar a su amiguito en el periódico.

Se llama Dudley Dursley y lleva tres meses en coma.

El nombre le resulta vagamente familiar, pero Parvati no piensa mucho en ello porque está loca de alegría. ¡Al fin sabe quién es su fantasma particular!


7

Salir del Ministerio de Magia es posible. Y pasear por el mundo muggle muy incómodo

—¡Ey! ¿Estás aquí?

Parvati habla en susurros. Ese día el pasillo que lleva a la entrada del Departamento de Misterios está bastante transitado y no le gusta nada cómo la miran un par de brujos que trabajan por allí. La chica esboza una sonrisa de circunstancias y se queda pegada a la pared hasta recuperar la soledad anterior. Realmente está ansiosa porque el casi fantasma aparezca. "Vamos, tío. ¿Dónde te has metido? Sal de una vez. Sal. Sal. Sal".

—¿Hola? ¿Dónde estás?

Parvati ya lleva allí casi diez minutos y empieza a pensar que el chico ha desaparecido, lo cual le supondrá un gran alivio. Aún así, decide darle una nueva oportunidad y eleva un poquito la voz tras asegurarse de que no hay nadie por ahí cerca.

—Escucha, ya sé quién eres. ¡Sal!

—Parvati, ¿con quién estás hablando?

"Mierda. Padma. Mierda. Mierda. Mierda".

—Hola, Padma —"Bien hecho. Disimula"—. ¿Qué tal estás?

—¿Con quién estabas hablando? —Se nota que su hermana está muy preocupada y seguramente no le sirva de nada utilizar tácticas de distracción.

—¿Yo? ¿Con nadie?

—Te he escuchado perfectamente, así que no me quieras hacer pasar por tonta. Estabas hablando sola.

—¡Pues claro que no!

—Mira, Parvati, llevas unos días rarísima. Si te pasa algo quiero que me lo digas.

—No me pasa nada. Estoy perfectamente. Como una rosa.

Padma va a protestar, pero un memorándum se estrella contra su frente e interrumpe sus palabras. Mientras lee el mensaje, su ceño se frunce más y más.

—Han surgido unos problemas en el trabajo y tengo que irme, pero no te pienses que esto acaba aquí.

—¡Si estoy bien!

—Eso ya lo veremos.

Padma prácticamente corre hasta llegar al Departamento de Misterios y desaparece de su vista. Parvati suspira, momentáneamente aliviada. Sabe que dentro de unas horas tendrá a su hermanita encima, haciéndole preguntas y sacándola de quicio, pero aún tiene tiempo para pensar en una buena excusa porque, sí, estaba hablando sola. Su intención es hablar con el fantasma de los calzoncillos de oro, sin demasiada fortuna por el momento.

—Escucha, contaré hasta cinco. Si no sales, me iré —Parvati echa un vistazo a su alrededor. Se siente un tanto ridícula—. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco.

Nada. Parvati frunce el ceño y, aunque realmente le hizo mucha ilusión descubrir la identidad de su fantasma, no puede hacer nada si el chico no se digna a aparecer. Así pues, se encoge de hombros y se dispone a marcharse. Y justo cuando está a punto de doblar una esquina, se lleva un susto de muerte.

—¡Has vuelto! —Dice el chico con entusiasmo.

—Sí. Y llevo un buen rato esperándote. La gente se cree que estoy loca y por tu culpa voy a tener que aguantar un interrogatorio de mi hermana. ¿Dónde estabas?

—¡Oh! Pues he salido a dar una vuelta por ahí, para ver si podía dejar este sitio. Y adivina qué. ¡Puedo!

Por algún motivo que no alcanza a comprender, Parvati se alegra un montón y se le olvida que está enfadada con él. Y también que sigue en mitad de aquel pasillo y hablando sola a ojos de los demás porque, sí, aún es la única que puede ver a ese fantasma extraño.

—He ido de arriba para abajo y he visto un montón de oficinas y a mucha gente. Y todos llevaban esos palitos para hacer las cosas raras que hiciste el otro día.

—Se llama magia. Y por supuesto que todos llevaban varita. Somos magos.

El chico se estremece como si la idea no le hiciera ninguna gracia. Parvati supone que es una reacción normal porque no se acuerda de nada y la gente no suele recibir demasiado bien noticias como aquella.

—¿Sigues pensando que yo también soy uno de esos brujos?

—Tienes que serlo. Los muggles no se convierten en fantasmas.

—¿Te piensas que soy un fantasma? —Y parece genuinamente sorprendido. Y asustado.

—No pareces estar demasiado vivo, ¿no te parece?

—Puedo atravesar las paredes, supongo que tienes razón.

El chico luce patéticamente triste y Parvati se apiada de él, así que decide darle las buenas noticias.

—He venido para decirte que ya sé quién eres.

—¿En serio? ¿Sabes qué es un boxeador?

Parvati sonríe, asiente con la cabeza y rebusca en su bolso hasta dar con el periódico muggle. Se lo muestra al chico y éste intenta cogerlo. Fracasa estrepitosamente.

—Un boxeador es una persona que practica un deporte llamado boxeo. Por lo visto, te dedicabas a zurrarle a la gente.

—¿Cómo un matón? Porque no creo que yo sea un matón.

—No es exactamente eso. Creo que en el boxeo hay unas reglas y todo eso. Y no se trata de hacer daño al contrincante, sino de vencerle usando la cabeza.

—¿Dando cabezazos?

Parvati se queda inmóvil un instante y al final se ríe ante la ocurrencia. El fantasma frunce el ceño y se cruza de brazos, molesto ante tanta hilaridad.

—No, me refiero a idear una estrategia o algo así. Hasta ayer mismo ni siquiera sabía que existía un deporte que se llama boxeo, así que no podré explicarte mucho sobre él, pero sí hay una cosa que tengo clara: tú sí sabías de esas reglas. Eras todo un profesional.

—¿Yo? ¿Me gano la vida zurrando a la gente?

En resumidas cuentas eso era lo que hacía, pero Parvati se da cuenta de que al chico no le está gustando mucho descubrir esa realidad, así que utiliza la escasa información de la que dispone para intentar calmarle los ánimos.

—No. Participas en combates organizados, con jueces y árbitros que evitan que los contrincantes se dañen demasiado. Y debías ser muy bueno porque aspirabas a convertirte en el campeón de toda Europa.

—¿En serio?

—Sí —Parvati carraspea, consciente de que llega la parte más difícil—. Pero algo no salió bien durante esa pelea. Por lo visto, los golpes que recibiste de tu rival hicieron que te desmayaras y, bueno, tu cuerpo ahora mismo está en un hospital muggle.

Parvati piensa que el chico se echará a llorar, pero en lugar de eso, se ríe. Está muy contento. Exultante de alegría.

—¿Qué es tan gracioso?

—No es gracioso, es que estoy feliz porque me has dado dos noticias geniales.

—¿En serio?

—Sí. Por un lado es evidente que no estoy muerto. Por el otro, si estoy en un hospital para gente normal, significa que no soy un brujo.

Parvati le observa mientras da saltitos de alegría y una duda la asalta. Aún tiene que decirle un par de cosas relacionadas con su cuerpo físico, pero prefiere darle un descanso.

—Oye, ¿tú sabes lo que es un muggle?

—Pues claro. Es una persona normal, alguien que no tiene magia.

—¿Y cómo sabes eso? Porque yo no te lo he dicho.

El chico se queda pensativo y al final se encoge de hombros.

—Sólo lo sé, ¿por qué?

—Me ha parecido curioso que lo supieras cuando no te cansas de repetir que no eres un brujo.

—Pero es que es evidente que no lo soy. ¿O hay magos boxeadores? Porque el otro día no sabías lo que era un boxeador.

—No. No hay magos boxeadores, pero el hecho de que tú seas uno de ellos no significa que no seas brujo. Hay muchos hijos de muggles que optan por no vivir en el mundo mágico y tú podrías ser uno de ellos.

El chico la mira con cara rara y nuevamente parece llevarse una pequeña desilusión. A Parvati le da un poco de pena decirle lo que debe decirle, pero no le queda otro remedio.

—Además, respecto a lo de estar vivo, es algo bastante relativo.

—¿Por qué?

—En el periódico dice que tu cuerpo se mantiene con vida gracias a un montón de máquinas —"Y vete tú a saber cómo son esos cacharros muggles"—. Hace semanas que no tienes actividad cerebral.

Parvati tardó en comprender qué significa ese concepto, pero el chico lo capta enseguida. Si minutos antes estaba contento por poder recorrer el Ministerio de Magia entero, ahora parece al borde de la depresión.

—¿Crees que por eso estoy aquí? Porque siempre he creído que al morir iría a un sitio más allá. A lo mejor, me he quedado atrapado aquí hasta que apaguen esas máquinas y me muera del todo.

—No sé cómo funciona, así que no te puedo decir nada. Lo siento. En el periódico dicen que tu madre no quiere desconectarte.

—¿Viene alguna foto suya ahí? —Parvati niega con la cabeza—. ¿Y mía?

La bruja extiende el periódico ante los ojos del chico y aguarda pacientemente.

—Así que esta es la pinta que tengo. ¿Puedes creerte que tampoco me acordaba de eso? Y ni siquiera me reflejo en los espejos. No seré alguna clase de vampiro, ¿verdad?

—No lo creo. A menos que te apetezca beber sangre a todas horas —El chico no capta el tono irónico y niega aquello con convicción.

—Y me llamo Dudley Dursley —Frunce el ceño y, sin venir muy a cuento, vuelve a reírse—. Si intentas repetir ese nombre muchas veces, se forma un trabalenguas. ¿En qué estarían pensando mis padres?

—Estoy convencida de que pensaron que el nombre era bonito.

—Sí, precioso —El fantasma de los calzoncillos dorados, de nombre Dudley, suspira profundamente y suelta una frase lapidaria así, de repente—. Quiero ir al hospital a ver mi cuerpo.

—¿Qué?

—Tal vez así pueda volver a meterme dentro. No me gusta la idea de estar muerto.

Parvati tiene la sensación de que, si finalmente Dudley va al hospital, ella tendrá que acompañarle. Y no quiere hacerlo porque nunca ha ido al mundo muggle y no sabe qué se encontrará allí.

—No creo que esas cosas funcionen así. El alma de la gente no entra y sale del cuerpo con esa facilidad.

—¿En serio? ¿Sabes mucho sobre el tema? Porque te ves muy enterada —El fantasma está molesto, es evidente.

—No soy una experta, pero estoy segura de que lo que pretendes no servirá de nada.

—Pues no creo que pierda nada por intentarlo.

—No es buena idea.

—No he pedido tu opinión. Me voy.

Dudley, el fantasma de los calzoncillos dorados, se dispone a atravesar la pared, pero Parvati no puede consentir que se vaya. Realmente está interesada en saber cómo se desarrollan los acontecimientos. Si para saciar su curiosidad debe sacrificarse e ir al mundo muggle, pues lo hará y punto.

—Escucha, Dudley. ¿Antes has podido abandonar el Ministerio?

—No lo he intentado.

—Pues entonces deberías tener cuidado. Es posible que tu esencia espiritual esté ligada a este lugar mágico y que desaparezcas si te alejas demasiado —"Podría ser verdad. Suena sensato. Y funciona".

—¿En serio?

—A lo mejor, si voy contigo podemos evitar que eso pase. Mi aura mágica contrarrestaría cualquier efecto negativo.

Dudley la mira como si pensara que es una chiflada. "Tú también no. ¡Lo que me faltaba!".

—Pues entonces date prisa. No tengo toda la vida.

El fantasma desaparece de su vista y Parvati, que se ha sentido un poco molesta por su tono de voz un tanto condescendiente, decide darle una lección y se aparece directamente en la entrada para visitas del Ministerio. Y tiene que esperar cinco minutos a que el chico salga, pero al final lo hace.

—Vaya, vaya, señor Velocidad, al fin llega.

—No te rías de mí, acabo de ver algo horrible. He traspasado la pared de un baño público y he visto a una señora flacucha y llena de pellejos en paños menores. Ahora mismo casi agradezco estar medio muerto porque si no me habría puesto a vomitar.

Parvati se ríe a carcajadas y un par de transeúntes la miran extrañados. No le importa porque son muggles y le da absolutamente igual que se crean que está loca. Y entonces comprende que es la primera vez que se ve inmersa en esa clase de aventuras y se le hace un nudo en la garganta. El mundo muggle, lleno de gentes sin magia, atestada de coches y contaminación y ruidoso a más no poder. Parvati ha leído un par de cosas sobre él, pero es ahora cuando lo conoce de primera mano. Y lo encuentra fascinante. Extraño y peligroso, pero fascinante.

—Será mejor que vayamos al hospital ahora mismo.

—¿Y cómo llegamos allí? No sé donde está.

—Pues cogiendo un taxi.

Dudley lo dice como si fuera obvio y Parvati se queda a cuadros.

—¿Qué es un taxi?

—¿Un qué?

—Un taxi. Lo acabas de decir.

—¿En serio? Pues no sé qué es.

—Pero sí…

—Vamos. Pregúntale a alguien.

Dudley la interrumpe y Parvati se encuentra a sí misma intercambiando sus primeras palabras con un hombre muggle. Y les cuesta un poco de esfuerzo, pero al cabo de una hora están en el hospital y Dudley Dursley se dispone a reencontrarse con su cuerpo físico. Sólo Merlín sabe lo que pasará a partir de ahora.


8

El otro lado de la historia

Durante los últimos tres meses, Piers Polkiss no ha faltado a su cita matutina en el hospital. Siempre llega muy temprano y va directo a la habitación de Dudley para sustituir a la señora Dursley en los cuidados del enfermo. La mujer le ha dado las gracias en varias ocasiones y siempre insiste en que no es necesario que actúe de esa manera, pero Piers simplemente necesita ir allí y estar con Dudley. En primer lugar, porque es su mejor amigo desde la infancia. En segundo lugar, porque la señora Dursley se quedó viuda dos años antes y no le resulta nada fácil sobrellevar la situación. Y en tercer lugar, y quizá sea su motivación más importante, porque se siente culpable. Después de todo, no fue el vecino del quinto quién instó a Dudley a seguir participando en aquel último combate.

Piers saluda a las enfermeras de planta y va directo a la habitación de Dudley. Su estado es crítico pero estable y está conectado a un montón de máquinas que pitan y hacen ruidos que llegan hasta lo más profundo del cerebro. Piers incluso los oye en sueños y supone que pasar tantas horas en ese lugar no es bueno para su salud mental. Menos aún cuando ve a la señora Dursley, más delgada que nunca, con el rostro demacrado, los ojos hundidos y en pelo canoso porque no se ha puesto el tinte dorado ni una sola vez en esos tres meses. Piers también sabe que su propio aspecto no es el mejor porque también ha adelgazado, porque ha descuidado su barba bastante y porque tiene ojeras. Últimamente no puede dormir demasiado bien.

—Buenos días, señora Dursley.

La mujer, que está sentada junto a Dudley y le sostiene la mano y le acaricia los dedos, le dirige una mirada y sonríe. Piers se estremece, tal vez consciente de que no es digno de esa sonrisa. A la señora Dursley no le gusta que su hijo se dedique al boxeo. Ella hubiera preferido que siguiera los pasos de su padre en la empresa de taladros, pero Piers y el difundo Vernon insistieron: si Dudley era buen boxeador, debía explotar esa faceta al máximo. Y vaya si lo ha hecho. Prácticamente le ha costado la vida.

—Hola, Piers. ¿Qué tal estás?

El joven se encoge de hombros y se acerca a la cama. Dudley sigue teniendo la misma pinta de siempre, así que se siente más preocupado por su madre.

—¿Por qué no deja que me quede con él durante un par de noches? Tiene que descansar.

—¡Oh, no! Necesitas hacer tu vida, querido. Te agradezco enormemente que vengas a cuidar de Dudders, pero no quiero que cambies tu rutina por nosotros. Además, estoy perfectamente.

—No es una molestia, en serio. Y de verdad pienso que no le vendría mal dormir una noche completa. ¿Por qué no avisa a la tía de Dudley? Seguro que está encantada de ayudar.

—¡Oh, no! ¡Pobrecita Marge! Está tan afectada aún por la muerte de Vernon, que ni siquiera tiene fuerzas para salir de casa. Le sugerí que se viniera a vivir conmigo ahora que Dudley ya no está, pero asegura que eso le traería demasiados recuerdos de su hermano. ¡Está tan deprimida!

Piers no dice nada. Apenas conoce a la tía Marge. Recuerda haberla visto algunas veces cuando era niño. Sus perros acostumbraban a perseguir al primo raro de Dudley y Piers siempre lo encontró muy divertido. Dudley le había reclamado por ello en alguna ocasión. Al parecer, se arrepiente de haberle hecho daño a Harry y Piers, que realmente ya no le da importancia a esos hechos, nunca le discute nada relacionado con el tema. Nunca hasta ahora, porque Dudley suele defender a su primo con uñas y dientes y el muy cabrón ni siquiera ha ido a visitarle al hospital. ¿Qué clase de descastado no se apiada de los enfermos? Aunque tal vez quepa otra posibilidad dado el poco afecto que Petunia Dursley siente por su sobrino. Durante un instante, Piers considera que lo mejor que puede hacer es guardar silencio, pero la mujer le preocupa muchísimo.

—Señora Dursley, no quisiera ser entrometido pero, ¿ha avisado al primo de Dudley?

Petunia se envara y frunce los labios. Dudley algunas veces ha comentado que Harry es un tema tabú en el seno familiar y Piers no necesita más para comprender que no exageraba nada. Aunque Dudley nunca da demasiadas explicaciones al respecto, la realidad es que su primo lleva ya muchos años alejado de Privet Drive. El único con el que solía mantener contacto era el propio Dudley, aunque dicho contacto únicamente se llevaba a cabo a través de cartas.

—Harry no pinta nada aquí —Espeta Petunia con brusquedad, apretando un poco la mano de su hijo.

—Dudley sentía cierto afecto por él. Tal vez, lo adecuado sea informarle de la situación. Incluso podría ayudarla a…

—No necesito la ayuda de ese anormal y no voy a contarle nada, ¿entendido, Piers Polkiss?

La señora Dursley nunca le ha hablado en ese tono autoritario. Siempre fue el culmen de las madres mimosas y consentidoras y jamás regañaba ni a Dudley ni a sus amigos. Así pues, Piers supone que es mejor no hurgar en viejas heridas y deja el asunto en punto muerto. Por un instante se plantea la posibilidad de llamar él mismo a Harry, pero la descarta de inmediato porque no quiere hacer enfadar a esa mujer.

—¿Por qué no se va a casa y descansa? —Pregunta con suavidad—. Puedo quedarme con Dudley hasta media tarde. Váyase tranquila.

La mujer musita unas palabras de protesta, pero finalmente se va. Piers aprovecha entonces para sentarse junto a Dudley. Los primeros días habló mucho con él. Se vio en la obligación de disculparse una y otra vez por el mal que su comportamiento le había ocasionado, pero poco a poco comprendió que su amigo no podía escucharle. A veces hace un comentario mientras lee la prensa y se entretiene con los juegos de su teléfono móvil, pero los soliloquios son cosa del pasado. Eso sí, en esa ocasión no puede evitar mencionar a Harry.

—Tal vez debería buscar a tu primo. ¿Te gustaría que estuviera aquí?

Dudley no mueve un músculo y Piers echa un vistazo al teléfono. Tiene decenas de llamadas perdidas y una veintena de mensajes sin leer. Sólo hace un par de días desde que consultó esos datos por última vez y decide borrarlo sin comprobar si hay algo importante que atender. No tiene ganas. Lo único que quiere es que Dudley se despierte y se ponga bien. Es lo único que le ayudará a dormir por la noche, lo único que aplacará su sentimiento de culpa.

Al cabo de un rato, aprovecha la llegada de médicos y enfermeras para tomarse un café. Está bastante cansado, cierto, pero determinado a estar junto a Dudley hasta el final. Desea de todo corazón que el desenlace sea bueno porque no podría soportar la pérdida de su amigo. No después de lo que ha hecho.

Esa mañana se entretiene más de la cuenta porque, aparte del café, se come un par de rosquillos con chocolate que le saben a gloria. Tampoco ha estado alimentándose muy bien últimamente porque prefiere pasar el tiempo libre machacándose en el gimnasio antes que volver a casa. El desgaste físico le agota y le hace olvidar todo aquello que le atormenta. Se dice a sí mismo que no pasará nada por echar una cabezadita hasta la hora de comer, pero justo cuando enfila el pasillo que le llevará directo a la habitación de Dudley, ve a aquella chica parada junto a la puerta. Y hablando sola.

Es una joven de su edad, de largo y lacio pelo oscuro y rasgos exóticos. En otro tiempo, Piers la hubiera encontrado ciertamente atractiva y hubiera intentado ligársela, incluso aunque vista de forma rara y no parezca muy en sus cabales, pero esa mañana no tiene ganas de nada. Ni esa mañana ni ninguna de las mañanas de los últimos tres meses. Cuando Piers se acerca un poco a ella, escucha perfectamente lo que está diciendo.

—Te dije que no funcionaría, así que ahora no te quejes —Hace una pausa, como si alguien le estuviera hablando, y Piers frunce el ceño—. ¡Oye, que no es mi culpa! —Otra pausa—. ¡No lo sé!

Piers se acerca a ella, dispuesto a poner fin a esa especie de locura. La chica, que no le ha visto llegar, se lleva un pequeño sobresalto cuando le habla.

—Perdona —Piers no suena amable porque no quiere ser amable—. ¿Qué haces aquí?

—¿Yo? —La chica se pone nerviosa y mira a su alrededor—. He venido a ver a Dudley.

—¿En serio?

—Es un amigo de la infancia.

—No me digas —Piers, que no está de humor para aguantar tonterías, da un par de amenazadores pasos hacia ella. Tiene una idea bastante aproximadamente de lo que pretende—. Dudley y yo crecimos juntos. Somos buenos amigos y sé que no te conoce de nada, así que no me cuentes milongas —La chica boquea y es incapaz de hablar—. Si has venido a echarle fotos, ya me estás dando la cámara.

—¿Qué? No he venido a…

Pero Piers no la deja continuar. Sabe como son los de su calaña. Durante las primeras semanas de ingreso, esos parásitos repugnantes que son los periodistas se habían colado en el hospital, habían fotografiado al pobre Dudley y su imagen enfermiza llenó las portadas de toda la prensa nacional. La señora Dursley sufrió un ataque de nervios y Piers estuvo a punto de pegarle al jefe de seguridad del hospital. Después de ello, los paparazzi se colaron un par de veces más, pero Piers los interceptó a tiempo. De la misma forma que ahora ha pillado in fraganti a esa chica. Busca entre sus ropas la cámara, pero ella se resiste con fiereza.

—¡Eh! ¿Qué haces? ¡Déjame!

—Estoy hasta los cojones de vosotros. Sois unos aprovechados hijos de puta.

Piers supone que no ofrece muy buena imagen en ese momento, pero no le importa. Agarra con fuerza el brazo derecho de la chica para evitar que se mueva con facilidad y escucha algo cayendo al suelo. Al mirar, ve un palito de madera y no le da importancia. Cuando mira a la chica, ella parece horrorizada y Piers comprende que ese palo es más de lo que parece ser y por eso va a cogerlo.

—¿Qué es esto? ¿Tienes una mini—cámara escondida aquí?

Justo cuando roza con los dedos el palito, siente una corriente gélida recorrerle entero. Se estremece y da dos pasos atrás, confundido y un poco asustado. ¿Qué ha sido eso? Sea lo que sea, le da tiempo a la chica para coger el palito y alejarse pasillo abajo a toda velocidad. Piers siente la tentación de ir tras ella, pero entonces recuerda que le ha prometido a la señora Dursley que cuidará de Dudley. Además, si es una periodista obviamente no ha podido cumplir con su objetivo y eso le hace sentir muy tranquilo. Satisfecho.


9

Actividades de riesgo

"¡Oh, mierda! ¡Ese muggle casi me pilla! ¡Joder, joder! ¡Qué cerca ha estado! ¡Madre mía!"

Parvati ha salido del hospital muggle corriendo todo lo deprisa que ha podido. Siente que está al borde del colapso y no puede dejar de darle vueltas a lo que podría haberle pasado si ese chico se hubiera dado cuenta de que tiene una varita y puede hacer magia. Ha estado a punto de quebrantar el Estatuto del Secreto. "Podría estar en Azkaban. ¡Mierda!". Le parece escuchar al casi fantasma de los calzoncillos dorados llamarla una y otra vez, pero no le hace casi ni siquiera cuando se desaparece para ir directa a casa. "¡Qué te den, Dudley Dursley! No me la pienso jugar por ti otra vez. ¡No señor!".

Necesita pasar diez minutos sentada en el sofá de casa para tranquilizarse un poco. Su primera experiencia en el mundo no—mágico ha sido un horror y no piensa repetir nunca más. ¡Casi la pillan, por Merlín! ¡A ella, que nunca ha sentido grandes deseos de mezclarse con los muggles! Y no es que no le gusten, es que simplemente prefiere mantenerse alejada. Y para una vez que asume un riesgo, mira lo que pasa. Y todo por ayudar a ese fantasma. Maldito ser extraño. Maldito muggle. Maldito Estatuto del Secreto.

Parvati aún está bastante nerviosa cuando Padma irrumpe en casa. "¡Y yo qué pensaba que esto no podría empeorar!". En cuanto la ve, Padma la mira con esa expresión severa tan parecida a la de su madre y se prepara para el interrogatorio. Parvati sólo puede gimotear y cerrar los ojos.

—Ahora no, por favor.

—¿Ahora no? ¿Y dices que no te pasa nada? ¡Mira la cara que tienes!

Siente a su hermana sentarse a su lado y decide mirarla. Sigue teniendo la misma expresión.

—¿Y bien? —Pregunta mientras pone los brazos en jarra.

—¿Y bien qué?

—¿Se puede saber qué te pasa? Y no me digas que nada porque desde ya te digo que no te voy a creer.

Parvati suspira. "¿Qué opciones tengo? ¿Dejar que insista e insista durante horas o contarle la verdad? ¿Se pensará que estoy loca si lo hago? ¿Me dejará en paz si encuentra mi explicación medianamente aceptable?" Parvati se arrepiente de no haberse inventado alguna mentira porque ha tenido tiempo para ello y suspira de nuevo. Y no sabe muy bien cómo, pero decide que no puede guardarse todo aquello para sí misma. No después de lo que ha pasado en el hospital.

—Está bien. Te lo contaré si prometes no interrumpirme ni una sola vez.

—Prometido.

—¡Y no te puedes pensar ni que te estoy mintiendo ni que me estoy volviendo loca!

Padma la mira como si creyera que esa decisión no se puede tomar a priori, pero se compromete igual. Parvati aún se lo piensa durante unos segundos, pero al final termina confesándolo todo. Incidente hospitalario incluido.

Cuando termina, Padma está muy seria y pensativa y su hermana espera con ansias el veredicto. "Me va a llevar a San Mungo, seguro. Se cree que estoy tan chiflada como Lockhart"

—¿Dices que sólo tú puedes ver a ese fantasma? —Pregunta al fin, logrando que Parvati se ponga a la defensiva.

—¡Prometiste que no me ibas a tomar por loca!

—No te estoy tomando por loca, Parvati. Sólo te he hecho una pregunta. ¿Estás segura de que nadie más puede ver a ese tipo?

—Eso es lo que dice él.

—Bueno —Padma se encoge de hombros y relaja del todo su expresión—. Todo lo que me cuentas es un poco raro, pero no creo que sea imposible. Si ese chico no está del todo muerto, no creo que lo que ves sea un fantasma.

—¿Y qué es entonces?

—¿Cómo quieres que lo sepa?

—Tú trabajas en el Departamento de Misterios. ¿Quién mejor para saberlo que tú?

—Ya te he dicho varias veces que no me ocupo de los asuntos de la Muerte —Antes de que Parvati pueda hacerle la correspondiente pregunta de qué asuntos lleva exactamente, Padma sigue hablando—. El chico ese, ¿está aquí ahora mismo? —Parvati mira a su alrededor, sólo por si acaso, y niega con la cabeza—. ¿Y dónde está?

—No sé. Me desaparecí a la salida del hospital muggle y no le he visto desde entonces.

—¡Oh, rayos!

—¿Qué?

—¡A saber dónde se ha metido ahora!

—¿Qué más da? No quiero saber nada más de él.

—¿Cómo que no? —Padma parece ligeramente indignada—. No puedes abandonarlo.

—Claro que puedo. Ese muggle casi me pilla la varita. No quiero terminar en Azkaban por culpa de una especie de espíritu muggle.

—¡Venga, hermanita! No exageres. Seguro que ese chico no se imaginó ni por un instante que tu varita era tu varita. Y, además, si puedes ver a ese fantasma es por algo. No puedes abandonarlo. Tienes que ayudarle, bien a recuperar su cuerpo, bien a pasar al otro lado.

Parvati está boquiabierta. Padma siempre ha sido extraordinariamente responsable y ahora, ¿le viene con esas? Tarda un instante en reaccionar y, aunque le duele, reconoce que su hermana tiene más razón que un santo. No puede dejar tirado a ese pobre chico.

—Está bien. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora?

—Pues mucho me temo que tendremos que ir a buscarle.

—¿Al Departamento de Misterios? —Parvati puede parecer tonta en algunas ocasiones, pero en el fondo no lo es y por eso conoce de antemano la respuesta que le dará Padma.

—No, hermanita. Nos vamos al hospital muggle.


10

¿Otra vez por aquí?

Después de espantar a esa periodista, Piers ha vuelto junto a Dudley y se ha sentado a su lado. Lo observa detenidamente durante unos minutos y una vez más se pregunta cómo es posible que hayan llegado a esa situación. Recuerda con nostalgia los buenos tiempos, cuando Dudley Dursley descubrió que era realmente bueno boxeando y decidió convertirse en boxeador profesional. Se recuerda a sí mismo estudiando economía en Londres y aceptando la proposición de Dudley. "¿Quién mejor que tú para ser mi representante? Eres el más listo de todos nosotros?" No pudo negarse. Piers está seguro de que su amigo estaría mucho mejor si lo hubiera hecho. Porque tenía razón, Piers Polkiss siempre fue el más listo de todo el grupo de amigos, pero eso no es necesariamente bueno. No después de aquel horrible combate.

Una nueva llamada a su teléfono móvil le saca de sus pensamientos. Es Wallace. Otra vez. Piers frunce el ceño y no responde. Sabe que más tarde o más temprano tendrá que hacer frente a ese otro problema, pero espera poder retrasarlo todo lo posible. Lo único que importa es que Dudley se ponga bien. Y da igual que los médicos aseguren que está clínicamente muerto porque Piers no les cree. Dudley es fuerte y cabezota y no se dejará abatir jamás. No puede darse por vencido. No puede morirse porque si se muere, Piers no se lo perdonará nunca.

El teléfono suena otra vez. Wallace se está poniendo nervioso y Piers corta por lo sano y apaga el móvil. Cuando alza la vista y mira la pared acristalada, le parece que ve doble. La chica de antes está allí y, justo a su lado, hay otra persona con sus mismas facciones sólo que con el pelo un poco más corto. Piers siente que la furia le invade de nuevo y va directo a enfrentarlas.

—¿Es que no respetáis nada? Ya te dije antes que no te quería ver por aquí.

La chica del pelo más largo se pone roja y abre la boca, pero es la otra la que le habla. Está bastante tranquila y su voz suena tranquilizadora, pero Piers no se fía.

—Sé que te piensas que somos periodistas, pero no lo somos.

—¿No? ¿Qué sois, entonces?

—Yo me llamo Padma y esta es mi hermana Parvati. Parvati conocía a Dudley.

—Permítame que lo dude mucho. Conozco a todas sus amistades.

—No a las que él quería mantener ocultas.

Piers entorna los ojos y se fija en la chica. Sí, realmente es muy guapa. Dudley nunca ha sido un tipo demasiado ligón, pero desde que se hizo boxeador y su aspecto físico mejoró considerablemente, las cosas cambiaron un poco. Es un chico tímido que siempre dice las cosas más inoportunas en el peor momento, pero se las arregla para tener sus rollos aquí y allá pero, ¿líos secretos? ¿Es realmente posible que estuviera con una chica y no le hubiera contado nada? Se estremece al pensar en la desconfianza que él mismo se encargó de sembrar durante los últimos meses y decide darles un voto de confianza a aquellas dos. Después de todo, parecen sinceras.

—Parvati y Dudley tienen una relación muy especial, señor…

—Polkiss. Me llamo Piers Polkiss.

—Bien, señor Polkiss. A mi hermana le ha costado mucho trabajo decidirse a venir aquí. ¿Le importa que pase cinco minutos a solas con Dudley?

Piers la observa y la nota ansiosa. Tras una breve deliberación, accede. ¿Qué puede perder?

—Está bien, que pase. Pero sólo tiene diez minutos. La señora Dursley no tardará en volver y no quisiera importunarla.

—Estoy segura de que Parvati tendrá tiempo suficiente. ¿Verdad?

La tal Parvati asiente y mira hacia la habitación de Dudley con los ojos muy abiertos.

—Está ahí.

—Entra y dile lo que tengas que decirle. Yo te espero aquí.

Parvati asiente de nuevo y mira a Piers antes de entrar a la habitación. El chico no puede evitar sentir cierta desconfianza, especialmente cuando se pone a hablar sola. No escucha lo que dice, pero lo encuentra muy raro.

—¿Por qué habla sola? ¿Es una chiflada?

—Está convencida de que Dudley puede oírle —La tal Padma sonríe con condescendencia.

—Es una estupidez.

—Pero no pierde nada.

La chica permanece en la habitación los diez minutos de rigor y cuando se va con su hermana se le nota contenta. Piers procura no pensar demasiado en la visita, pero en el fondo se siente fatal. Dudley ya no confía en él. Tiene una novia y ni siquiera se lo ha dicho. Y se lo merece. Se ha ganado todo eso a pulso, por imbécil.

Cuando la señora Dursley regresa, le despide con el cariño de siempre y Piers va en busca de su coche. Ya ha anochecido y la zona está relativamente desierta, así que en el fondo no le sorprende ser abordado por esos dos. Los hombres de Wallace.

—Buenas noches, Piers. ¿Cómo está nuestro campeón?

Piers siente el miedo subiéndole por la columna vertebral, pero es capaz de sonar arrogante. Aún conserva un poco de dignidad y hará lo que sea por conservarla.

—¿Es que no lees la prensa? Porque hay informes diarios. ¿O es que no sabes leer?

El tipo, que es enorme y tiene unos brazos incluso más gruesos que los del mismísimo Dudley, le agarra del cuello y le estampa contra un coche. El dolor que siente en la espalda le hace soltar un gruñido, pero no se queja. Se merece aquello y más.

—No te hagas el listo, Polkiss. Wallace quiere hablar contigo.

—Pues yo no quiero hablar con él. Siempre le cuelgo el teléfono, debería darse cuenta.

El agarre en su cuello se hace más firme, pero hasta los matones de Wallace se dan cuenta de que no pueden extorsionarle. Después de todo, no incumplió el trato.

—Hablarás con Wallace. El asunto de Dursley aún no está cerrado.

—Dudley está medio muerto, gilipollas. No hay ningún asunto con él.

—Con él no, pero sí contigo —El matón le suelta. Piers no puede evitar mirar al otro, al que no le ha tocado ni ha abierto la boca. El peor de los dos—. Mañana vendrá a hacerle una visita a Dursley y aprovecharéis para hablar. ¿Entendido?

Piers no asiente ni hace nada. Los hombres de Wallace se alejan y el joven se queda pensativo.

—¡Mierda! —Exclama antes de meterse en su coche y prepararse para lo que está por llegar.


11

Estar cerca de tu cuerpo es bueno para la memoria

—Está guay que seáis gemelas.

Parvati ignora el comentario del fantasma de los calzoncillos dorados y procura prestar atención a los avances de su hermana con aquel cacharro. Supuestamente se lo ha dejado un compañero inefable y tiene acceso a una cosa llamada "Iltesté" que contiene todo el conocimiento muggle habido y por haber. Aún le resulta un poco chocante que Padma se haya tomado tan en serio eso de ayudarle a resolver el problema de Dudley Dursley. De hecho, está tan concentrada en su trabajo que no ha tenido problemas a la hora de llevarse a Smith a su casa. ¡SU CASA! "Es que habíamos quedado. Ya verás cómo no nos molesta" Y no es que no moleste, es que Parvati sigue sin tragarlo.

—¿Y dices que tu fantasmita va en calzoncillos? ¡Qué forma tan ridícula de morirse!

—¿Este quién es, Parvati? Parece idiota.

—¿Y va flotando por ahí o camina como tú y como yo? ¿Puedes preguntarle si ha visto alguna luz blanca?

—¿Y tú puedes decirle que le voy a dar dos hostias en cuanto recupere mi cuerpo?

—¿Piensas que siente cosas hacia ti? ¿Quién sabe? A lo mejor es tu media naranja y por eso no ha cruzado al otro lado. ¡Igual te está esperando!

—¡CALLAOS DE UNA VEZ!

El grito hace que Padma retire los ojos del ordenador y la mire con extrañeza. Parvati no se arrepiente de haber parecido una histérica. Entre Dudley y Smith van a volverla loca y no soporta a ninguno de los dos. Además, ¿para qué le ha contado Padma nada? Porque ni siquiera le ha pregunta su opinión, se ha limitado a ponerle en antecedentes en cuanto Smith ha puesto un pie en SU CASA. "Confío en él. Seguro que puede ayudarnos".

—Estoy harta de vosotros dos —Parvati señala a Smith y a Dudley, aunque en realidad parece que de quién está harta es de una horrible lámpara hindú que le regaló una tía abuela—. Vais a hacer que la cabeza me estalle, así que si no tenéis nada útil que aportar, haced el favor de dejarme tranquila. Muchas gracias.

Smith frunce el ceño y se cruza de brazos, aparentemente ofendido. Dudley la mira con cierta culpabilidad y se pone a dar vueltas por ahí. Padma vuelve al ordenador y Parvati recuerda lo fácil que le resultó convencer al fantasma de que se fuera con ella. Al principio se mostró ofendido por haber sido abandonado de esa forma, pero el hecho de que Parvati pudiera verle pesó más que su orgullo y optó por dejarse ayudar. Y puesto que Parvati espera escuchar cosas útiles, se le ocurre que hay algo que tal vez pueda considerarse de esa forma.

—Escucha, Parvati. No quiero que te enfades conmigo, ¿vale?

—No quieres que me enfade contigo porque si dejo de hablarte no podrás hacerlo con nadie más, ¿verdad? —El fantasma se encoge de hombros y Parvati suspira—. ¿Quieres algo?

—Verás, esta tarde, cuando estaba en el hospital mirando mi cuerpo, me he acordado de cosas de cuando era pequeño.

—¿En serio? ¡Es genial!

—Sí, bueno —Dudley se rasca la cabeza y observa a Smith un segundo. Sería interesante traspasarle para verle estremecerse como ese tipo del hospital. Pero no, mejor en otro momento—. Es sobre eso de la magia. Sigo creyendo que yo no soy un mago, pero en mi casa había un chico que sí hacía cosas de esas. Raras, ya sabes. Creo que era mi primo o algo así. Se llama Henry, Larry, Harry o algo parecido.

—Bien —Parvati mira a su hermana. Smith no ha dejado de observarla con expresión de burla. Cretino—. Padma. Dudley dice que le parece que tiene un primo mago. Se llama Henry, Larry o Harry.

—Y es más o menos de nuestra edad. Tal vez un poco más pequeño.

—De nuestra edad.

Padma asiente y no hace comentario al respecto. Sólo Merlín sabe si la información es útil o no.

—¿Te acuerdas de algo más?

—Me vienen imágenes de mis padres y creo que yo no era demasiado bueno con el chico mago, pero no me acuerdo bien.

—Es fantástico, una buena forma de empezar. ¿Qué me dices del chico del hospital? Dice que sois amigos desde pequeños.

—También me acuerdo un poco de él —Dudley cierra los ojos y suspira—. Creo que se me da mejor recordar cuando estoy cerca de mi cuerpo.

—¿En serio? —Parvati da un respingo. Eso suena bien—. Padma. Dudley dice que se acuerda de más cosas cuando está cerca de su cuerpo. Tenemos que volver al hospital.

Su hermana parece alegrarse de oír eso, pero Smith la interrumpe.

—Es genial escuchar tus conversaciones con ese ser invisible, Parvati, te lo digo de verdad. Pero es tardísimo y Padma y yo tenemos que madrugar. Mañana será otro día.

Parvati piensa que su hermana no hará caso de Smith, pero después de un instante de deliberación se va con él. Es bueno haber avanzado un poco en aquel asunto, aunque en realidad no haya sido gracias a Padma. Sólo espera que cuando el fantasma esté cerca de su cuerpo otra vez pueda ser capaz de recordar todo su pasado y que eso sirva para poner punto y final a aquella extraña situación. No es algo que pase todos los días y no le gusta mucho.

—Tienes una casa muy bonita.

—Me alegra que te guste.

—Quería darte las gracias por haber ido a buscarme otra vez. No sabía a dónde ir y no era muy agradable estar ahí parado, viendo mi cuerpo. Tenía un poco de miedo. ¿Sabes?

—No debí marcharme de esa manera, pero me asusté un poco. Tu amigo estuvo a punto de coger mi varita.

—¿Y eso es malo?

—Los magos no podemos dejar que los muggles sepan que la magia existe. Pueden meternos en la cárcel por desvelar nuestro secreto.

—¿En serio? ¿Y qué pasará contigo cuando esto acabe? Si me despierto y me acuerdo del Ministerio de Magia y de cómo hiciste magia delante de mí y de cómo te desapareciste en la nada. ¿Te meterán en la cárcel?

Parvati se queda callada y medio paralizada. "¿Podrían hacerme algo por eso? No. Lo que pasa no es mi culpa. Yo no llevé a Dudley al Ministerio. Él apareció allí."

—No creo que pase nada. Seguramente ni te acuerdes de todo esto. Además, si tu primo al final es un mago, es posible que ya supieras cosas de la magia antes.

—¿En serio? Pues eso si que suena rarísimo, ¿no?

—Créeme, Dudley. Después de todo lo que está pasando, nada me parece raro —El fantasma suelta una risita y Parvati mira la hora—. Smith, el novio de mi hermana, me cae fatal, pero tenía razón en una cosa. Es tardísimo. Creo que me voy a la cama.

—¿A la cama?

—Tengo que dormir. Supongo que tú no lo necesitas —Dudley niega con la cabeza y Parvati considera que tienen un problema, así que procura sonar amenazadora—. Puedes quedarte en mi casa, pero ni se te ocurra entrar en mi habitación o al cuarto de baño, porque como seas un mirón te hechizaré.

—¡Eh! No soy ningún mirón.

—Por tu bien, eso espero.

—Tus insinuaciones son muy ofensivas.

—No sabes la pena que me das —Parvati sonríe porque Dudley parece un niño pequeño—. Hasta mañana.

—Que duermas bien. Yo me quedaré por aquí, haciendo nada.

Parvati cierra la puerta de su habitación y no vuelve a preocuparse por un supuesto fantasma espía. Algo le dice que puede confiar en Dudley Dursley y duerme toda la noche de un tirón.


12

Cuando tu mejor amigo es también tu peor enemigo

—Hola. ¿Puedo pasar?

Dudley está un paso por detrás de Parvati mientras ésta llama a la puerta y le habla a Piers Polkiss. Igual que le pasara el día anterior, siente una extraña fuerza que le atrae hacia su cuerpo pero, aunque lo intenta, no puede meterse dentro de él. Recuerda que de niño vio alguna película sobre fantasmas con cuentas pendientes y se pregunta si eso es lo que le pasa a él. Tal vez esté atado al mundo terrenal no por su cuerpo, sino por un asunto que se dejó sin terminar. ¿De qué podría tratarse? Da un poco de vértigo pensar en lo que podría ocurrirle después de averiguar cómo seguir adelante, pero no siente miedo porque, ¿qué es lo peor que puede pasarle? ¿Morirse del todo? No suena tan terrible porque sabe que no dolerá y, lo que más importa, que su padre estará allí para cuidar de él.

—No creí que fueras a venir hoy también. Pasa si quieres.

Dudley ve a Parvati sonreír y acercarse a la cama, pero apenas le presta atención porque su cabeza se acaba de llenar de imágenes de su padre. Unas son buenas y otras son malas, pero todas son nítidas y reales. Maravillosas.

—¿Cómo está?

Y junto a las imágenes de su padre, vienen las de su madre. Y las de su primo Harry. Y las de la tía Marge. Y las de sus amigos del barrio, Gordon y Malcolm y toda una vida que asalta de repente su cabeza. Son tantos y tantos recuerdos que le hacen sentir cierto mareo y le hacen tambalearse. Está a punto de caer hacia atrás, pero Parvati no se da cuenta porque está hablando con Piers. Y él no se acuerda de Piers.

—Ha pasado la noche sin cambios. Los médicos volverán a hablar con la señora Dursley para ver si quiere que le desconecten.

—¿Por qué? No pueden hacer eso.

—¡Es verdad, Parvati! No les dejes. Me acuerdo de todo.

Ella apenas le mira. Piers Polkiss estira los brazos y agarra una de las inertes manos de su cuerpo.

—No creo que vaya a despertarse nunca. Lo siento mucho.

Y entonces ocurre. Se acuerda de Piers. Del niño con cara de ratón que un día fue, ése que tenía ideas geniales pero que nunca se manchaba las manos. Se acuerda del adolescente que estudiaba durante horas y sacaba tiempo para ir a hacer burradas. Se acuerda del joven adulto que le animaba constantemente a hacer algo de provecho y le ayudaba a dar lo mejor de sí mismo. Se acuerda del mejor amigo que ha tenido nunca, de las borracheras que pillaron, de las noches que Piers ligó y él se quedó a dos velas y de las veces en las que el propio Piers se encargaba de buscarle alguna chica. Aunque fuera pagándole. De su propio bolsillo. Y también se acuerda de su insistencia para hacerse boxeador, de lo implacable que resultó ser como representante y de lo que le dijo esa noche, justo antes del combate.

"Tienes que ganar, Dudley. Scott me falló en la última pelea y necesito que ganes". Le dijo la noche de antes. Scott era otro representado, un chaval que acababa de cumplir la mayoría de edad, la nueva promesa del boxeo británico, el chico que nunca perdía. "Estoy hasta el cuello, Dudley. He estado amañando combates, pero Scott se negó a dejarse ganar. Me ha despedido y estoy jodido, Dudley. Te necesito"

Dudley se acuerda de eso y de las palabras de su médico, esas que tan sólo conocen el entrenador Tyson, Piers y él mismo. "Que sea el último campeonato, Dursley. Gana el combate y retírate porque podrías sufrir una lesión cerebral muy grave. De hecho, si estuviera en tu lugar no pelearía" Y Dudley, que nunca hizo caso del médico, tuvo miedo. Pero era importante para él. Porque Dudley nunca ha destacado en nada salvo en el boxeo y quiere ser el mejor. "Si es tan importante para ti, pelea. Pero te lo advierto, Dud, si te veo mal, tiraré la toalla" Tyson fue claro. Es un buen tío. Y Dudley le hubiera dejado tirar la toalla si Piers no le hubiera pedido una victoria. Porque Piers era su mejor amigo y los amigos se apoyan en las buenas y en las malas.

Lo que no hacen los amigos es joderse. Y eso es lo que Piers le ha hecho. Le ha jodido la vida. Por su culpa está al borde de la muerte. Por su culpa. Quiere gritárselo, pegarle y dejarle claro que ya no son amigos, pero la voz no le sale por más que intente hablar. Y entonces todo se vuelve blanco y un instante después siente cómo alguien le aprieta fuertemente la mano.

—Tampoco quiero que lo hagan —Escucha la voz de Piers, alta y clara, y se siente muy pesado. Intenta parpadear, pero el esfuerzo es demasiado grande. Agotador—. Es el mejor amigo que he tenido nunca y no se merece lo que le ha pasado. ¡Joder! Iba a ser su último combate.

—¿En serio? —Dudley escucha un movimiento y supone que Parvati se ha movido para acercarse más a la cama—. ¿Por qué?

—Boxear no es como ir a un balneario, Parvati. Estaba empezando a asumir riesgos innecesarios.

Parvati no dice nada, pero Dudley la escucha moverse. Ha debido darse cuenta de que ya no está rondando por la habitación. Ahora está dentro de su cuerpo. Puede notar cada terminación nerviosa y el dolor en la cabeza crece por momentos. Quiere decirle a Parvati que está allí, vivo de nuevo, y que por eso no puede dejar que le desconecten, porque no está seguro de ir a sobrevivir por sus propios medios. Y también quiere decirle a Piers que le suelte la mano y ordenarle que se vaya porque no quiere saber nada de él. Ahora no es su mejor amigo, sino el tipo que ha permitido que esté a punto de morir.

Apenas es consciente de la conversación porque está muy ocupado intentando abrir los ojos. Le resulta imposible, así que cambia de táctica. Piers sigue aferrado a él y Dudley concentra su escasa energía en mover los dedos. Y le cuesta un mundo, pero al final puede responder al apretón de ese maldito hijo de puta.

—¡Eh, se ha movido! —Le oye decir. Suena tan feliz que nadie podría negar que se alegra por ello.

—¿Cómo que se ha movido? —Y Dudley siente unas manos suaves en su pecho y escucha una voz susurrante en su oído—. ¿De verdad estás ahí?

Dudley tarda una eternidad, pero al final abre los ojos y ve a Parvati. Sí. Se acuerda de ella, de su Ministerio de Magia y su varita mágica, y se alegra de ver su cara en primer lugar porque no quiere mirar a Piers. Si pudiera, le molería a golpes en ese mismo momento.

—Voy a avisar a los médicos, Dud. Y llamaré a tu madre también.

Piers desaparece de su campo visual. Parvati se inclina un poco más sobre él y le acaricia la frente. Es agradable.

—Me asusté un montón cuando desapareciste —Susurra cerca de su oído para que sólo él pueda escucharla—. De repente no estabas y no sabía qué pensar, pero has vuelto ahí dentro. Me alegro por ti.

Dudley no puede decir nada porque está tan cansado que se queda dormido. Pero esa vez en un sueño de los de verdad y no aparece en ningún sitio extraño, ni es invisible ni va vestido con unos ridículos calzoncillos dorados. Esa vez logra reponer fuerzas y está seguro de que al despertar todo irá mucho mejor.


Esta historia iba a formar parte del reto "Parejas extrañas" del foro "La Sala de los Menesteres", pero como va a superar con creces el límite de las 15000 palabras, he decidido publicarlo como un fic independiente. Mi intención inicial es que tenga dos capítulos, pero conformo escribo todo coge vida propia y no sé cuánto se alargará al final. Lo único que espero que disfrutéis de la lectura y leáis la segunda parte que pienso publicar muy pronto (si mis ojos un poco pochos me lo permiten). Pues nada. Besetes y hasta pronto.