UNDERCOVER

Por:

Bel'sCorpse


Sakura y todos sus personajes son propiedad de CLAMP


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Parecía que el cielo estaba a punto de caerse.

Pesadas nubes negras flotaban sobre la ciudad, amenazando con soltar su pesada carga en cualquier momento. Transeúntes y autos iban de un lado al otro por las calles, desesperados por llegar a sus destinos a tiempo. En medio de esa masa de gente iba una muchacha de corto cabello castaño, embozada en una gabardina negra y una bufanda que le iba a la saga. Caminaba con rapidez, esquivando a la gente a su alrededor. Consultó su reloj de muñeca y soltó un gemido al comprobar la hora. No podía creer que iba a llegar tarde a su primer día de trabajo. Aceleró el paso al llegar al cruce y se lanzó a la calle sin mirar hacia los lados. Cuando escuchó el claxon de un auto reventarle en el oído se dio cuenta de lo que había hecho. Pidiéndole silenciosas disculpas al conductor, echó a correr. Todavía tenía cinco minutos. Volvió a consultar el reloj. Cuatro minutos. Corrió un poco más rápido. Tres minutos. Dos. Parecía que los pulmones se le iban a reventar. Uno.

Respiró profundamente, recuperando el aire que había perdido en la carrera. Cuando se sintió algo mejor, se enderezó y echó un vistazo alrededor. El hogar de la estación de policía de la ciudad era un edificio de tres pisos de ladrillo rojo y ventanas de guillotina. Más parecía una casa de campo que un recinto policial, pero las patrullas estacionadas en la entrada y el enorme escudo de bronce colgado sobre la puerta principal disuadían un poco ese efecto visual. Se quedó un breve segundo contemplando la fachada. No podía creerlo. Después de años de entrenamiento por fin había conseguido lo que quería. Sonrió brevemente y entró al edificio.

El interior era un hervidero de actividad. Decenas de hombres y mujeres, algunos uniformados, otros no, iban de departamento en departamento llevando documentos o reportándose a sus superiores. Con tanta gente allí dentro la muchacha creyó que pasaría desapercibida, pero se equivocó. Ni bien puso un pie dentro de la estancia se hizo el silencio y las miradas se clavaron en ella. Enrojeció automáticamente de vergüenza y dio un involuntario paso hacia atrás, pero no llegó lejos. Un rostro familiar había asomado entre la multitud justo a tiempo para salvarla. La expresión de alivio en su rostro debió ser bastante obvia, puesto que algunos de los presentes sonrieron divertidos ante su apuro.

—Buenos días, Sakura.

El jefe del departamento de policía, Yue Tsukishiro, era un hombre intimidante y atractivo a la vez. De largo cabello plateado, ojos de un azul helado y pálida piel blanca era sin duda alguna el elemento más codiciado de toda la estación, pero su seca forma de ser y la irritante forma que tenía para tratar a los demás, mantenía a la gente alejada. Desde que lo había visto la primera vez en una reunión familiar, hacia ocho años, Sakura concluyó que con él había que tener muchísimo cuidado. De todas maneras se acercó a él y le estrechó la mano.

—Buenos días, Yue-san —le devolvió el saludo con voz nerviosa—. Disculpe la tardanza.

—Ya hablaremos de eso luego, ahora acompáñame —echó a andar hacia una puerta cerrada al fondo de la estancia—. Te presentaré a tus compañeros.

Sakura lo siguió de cerca a través de la puerta directo a una habitación relativamente más pequeña que la anterior con apenas siete personas dentro. El pequeño grupo cortó inmediatamente la conversación al entrar su jefe seguido por una atractiva desconocida de ojos verdes. Yue le señaló a Sakura un escritorio desocupado junto a la ventana. Sobre la madera reposaba una placa con su nombre.

—Señores, les presento a Kinomoto Sakura, su nueva compañera. Sakura, ellos son miembros del departamento de criminología de la estación. Trabajarán juntos de ahora en adelante —hizo Yue las debidas presentaciones—. Yamasaki-san —llamó entonces a un muchacho alto de cabello castaño—, ponga a Kinomoto al corriente, explíquele como funcionamos aquí y llévela al depósito a retirar su placa y arma.

Sin decir nada más, salió de la habitación.

Por un instante los ocho oficiales se miraron en silencio y al siguiente se desataron nuevamente las conversaciones. Uno por uno fue presentándose por su nombre y su cargo. Un par incluso la reconocieron de la academia de entrenamiento. Cuando el grupo se dispersó un poco Yamasaki se acercó a ella y le puso una mano en el hombro.

—Es bueno volver a verte, Sakura —Yamasaki sonrió a la muchacha de la misma forma que lo hacía cuando se encontraban en los pasillos de la secundaria—. Pero no pensaba encontrarte aquí.

—Puedo decir lo mismo —repuso ella, guiñándole un ojo—. ¿Comenzamos el recorrido?

Yamasaki asintió y ambos abandonaron la habitación.

El departamento de policía se repartía en tres áreas generales con subdivisiones específicas. Sakura había sido contratada como oficial de policía pero también como miembro del laboratorio de criminología. Yamasaki la llevó en un rápido recorrido por los tres pisos explicando vagamente en lo que se especializaba cada sector. Finalmente llegaron al depósito, dónde un oficial registró las huellas dactilares de la castaña y acto seguido le entregó su pistola, dos cartuchos y su placa. Sakura se quedó contemplando esas tres cosas por un largo rato, sin poder creer que después de tres años de sacarse el aire entrenando había conseguido pasar todas las pruebas y entrar finalmente a la fuerza. Elogiándose internamente se colgó el arma y la placa del cinto y guardó los cartuchos en el bolsillo del abrigo. Después los dejaría en su escritorio.

—Si eso es todo, ya podemos irnos, tenemos bastante que hacer arriba —índico Yamasaki, rompiendo el silencio—. Y el jefe quiere verte —añadió unos momentos después, tras revisar su móvil.

—Has cambiado mucho, Yamasaki —comentó Sakura mientras deshacían sus pasos rumbo al primer piso—. En la secundaria eras un poco… diferente. Ya sabes, de repente decías cosas extrañas.

Yamasaki pareció pensárselo un momento.

— ¿Qué te hace creer que he dejado de hacerlo? —repuso con tono enigmático mientras le abría la puerta de la oficina.

Sakura no supo como responder así que simplemente sonrió y fue a sentarse en su escritorio. Una portátil nueva descansaba sobre la madera junto con un bloc de notas, un portalápices y demás indumentaria de oficina. Le llevaría algo de tiempo acondicionar ese lugar y transformarlo verdaderamente en suyo. Encendió la computadora y comenzó a trastear por las aplicaciones. Todos los programas almacenados en la portátil había aprendido a usarlos en la academia. No podía esperar para comenzar a trabajar de verdad.

—Yue quiere verte —Yamasaki se había materializado a su lado de la nada, asustándola—. Su oficina es por allí —señaló una puerta pequeña que Sakura no había notado antes.

Sakura asintió levemente, ya recuperada del susto. Antes de ir a la oficina de Yue se quitó la gabardina y la dejó sobre la silla, revelando un cuerpo delgado pero esbelto, como el de una modelo. Sus compañeros la miraron en silencio, preguntándose todos como una mujer así terminó en un lugar como ese.

—Querías verme, Yue-san —la muchacha entró sin anunciarse, presa de un mal hábito que había desarrollado desde niña.

—Este lugar no es mi casa, Sakura, tienes que tener más cuidado con como te comportas a mi alrededor. Aquí nadie sabe que nos conocemos y preferiría mantenerlo así para evitar cualquier tipo de cometarios —dijo sin desviar la mirada de su portátil—. Lo que menos quiero es tener a tu hermano fastidiándome por no haberte cuidado lo suficiente.

—No soy una niña.

—Para mi si —repuso, zanjando la conversación—. Aquí tienes —metió la mano en uno de sus cajones para sacar un móvil, que a su vez se lo entregó a la chica—. El número de mi trabajo y el privado están en marcado rápido. Es tu obligación contestar cada vez que te llame, no importa la hora —explicó rápidamente—. El departamento también te proporciona un auto de civil para que puedas moverte libremente por la ciudad sin llamar la atención. Pasaré por tu departamento esta noche para entregarte la llave.

Sakura frunció ligeramente el ceño ante ese último comentario. Yue no era de los que hacían visitas a familiares, mucho menos a sus amigos, y que se ofreciera voluntariamente a hacer acto de presencia en casa de alguien más así fuese para entregar algo era bastante extraño. De todas formas asintió sin emitir comentario alguno.

—Por hoy te quedarás en la estación ayudando en el laboratorio, desde mañana podrás salir a la calle. Aquí nos dividimos en pares, así que el que no tenga pareja de los demás será tu compañero de ahora en adelante —continuó Yue con su explicación—. De todo lo que hagas escribes un informe y me lo entregas al final del día, si no estoy aquí lo dejas sobre mi escritorio. Hablando de, aquí tienes las llaves de mi oficina, Yamasaki tiene otro juego —le entregó también un llavero con tres llaves colgadas de la argolla—. Del armario del fondo puedes sacar municiones cuando necesites en lugar de ir hasta el depósito. Escribes tu nombre en la hoja de registro para tener un control de quién retira qué.

— ¿Algo más?

—Ten cuidado.

Sakura asintió nuevamente y salió de la oficina. Afuera la esperaban sus compañeros, todos vestidos para salir.

—Vamos por algo de comer, ¿vienes con nosotros? —Yamasaki ya estaba en la puerta, listo para irse.

—No tengo hambre, gracias —y era cierto. Por alguna extraña razón la conversación que había mantenido con Yue le había quitado el apetito—. Además tengo que ir al laboratorio, ordenes de arriba —señaló la oficina de su jefe.

—Yo te llevo —se ofreció Yamasaki—. Chicos, adelántense, yo los alcanzo luego.

Los demás no se hicieron de rogar y se marcharon de inmediato. Sakura recogió su abrigo y siguió a Yamasaki por un laberinto de pasillos hasta dar con el laboratorio. Aquel lugar parecía una ratonera de cristal, con múltiples cubículos y pequeñas oficinas. Unas veinte personas trabajaban sin descanso dentro de esas paredes transparentes, analizando las pruebas que les llevaban los demás oficiales a diario. Al igual que antes, cuando Sakura entró en aquel ambiente esterilizado fue el centro de todas las miradas.

—Llamas bastante la atención —comentó Yamasaki distraídamente—. Supongo que tu apariencia de modelo tiene algo que ver.

—No eres el primero que me lo dice —repuso ella con una sonrisa nerviosa.

—En fin, te dejaré en manos del jefe del laboratorio.

Cruzaron unas puertas automáticas de cristal ahumado a una oficina ligeramente más grande que el resto, y decorada a lo minimalista. Su ocupante estaba de espaldas a los recién llegados, leyendo algo junto a la ventana. Al escuchar las voces dio media vuelta, revelando un rostro de piel pálida y sin edad, un par de ojos azules y cabello azabache.

—Sakura, te presento a Hiragizawa E—.

— ¡Eriol!

Sakura corrió hacia él y lo abrazó con toda la fuerza que fue capaz de reunir. Eriol hizo lo propio levantándola en el aire y luego dejándola nuevamente en el suelo. No podía creerlo. De todos los lugares que había imaginado encontrarse con Sakura, el laboratorio de criminología había sido el último. Poniendo un poco de espacio vital entre ellos, el muchacho por fin pudo mirarla con atención. Había cambiado tanto que si la hubiera visto pasar por la calle ni siquiera la hubiera reconocido. La Sakura que él conocía era una mujer totalmente diferente a que tenía en frente en ese momento.

—Recuerdo tu cabello un poco más largo —comentó Eriol jugueteando con un mechón de cabello que apenas y le rozaba el hombro a la muchacha—. No te veo tres años y eres otra persona.

—Algún día te contaré sobre eso, ahora no es momento —con una discreta cabezada señalo a Yamasaki, quién seguía de pie junto a la puerta, asistiendo atentamente a la conversación—. Yue me envió contigo por el día de hoy —añadió, cambiando radicalmente de tema.

Eriol asintió levemente pero no dijo nada. Volvió a clavar los ojos azules en el rostro de Sakura, como buscando algo que recordaba haber visto antes en ella. Hacía falta luz, chispa. Sí, se veía feliz, pero no se sentía de esa forma. Luego hablaría con ella.

—Muchas gracias, Yamasaki-san, yo me encargaré desde aquí.

—Por supuesto, Hiragizawa —realizó una pequeña reverencia y abandonó la oficina.

Un silencio incómodo se hizo entre los dos amigos. Sakura podía sentir la mirada de Eriol recorriéndola de arriba abajo, como un escáner. Sabía la clase de cosas que se le estaban pasando por la cabeza y ella no estaba lista para explicárselas todavía, mucho menos considerando lo que había sucedido la última vez que se habían visto. Esa noche había caído un aguacero sobre la ciudad y ella se había quedado vagando por las calles sin ánimo de nada, ni siquiera para respirar. Cuando Eriol la encontró en el muelle no hizo preguntas por que simplemente ya sabía las respuestas. Parecía que había pasado una eternidad desde aquello y aún así a veces se sentía como si todo hubiese sido ayer.

— ¿Has hablado con Tomoyo?

—No —repuso ella con la voz quebrada—. Hace meses que no tenemos contacto. Sé que está molesta conmigo, puedo sentirlo.

Eriol chasqueó la lengua.

—A mí todavía no me perdona por lo de esa noche, cada vez que tocamos el tema se pone a llorar, así que preferí no volver a mencionarlo, al menos por un tiempo.

—Es lo mejor —se pasó una mano por el cabello, revolviéndolo un poco—. Bueno, ¿qué tengo que hacer?

—Sígueme, por favor.

Salieron de la oficina a una estancia el doble de grande con cuatro mesas de trabajo, cada una con su microscopio, portátil y demás implementos de laboratorio. Un grupo de cinco hombres trabajaba sin descanso repartidos entre las mesas. Ninguno se movió ni levantó la cabeza cuando Eriol entró en su espacio de trabajo y él tampoco les dijo nada.

—Ellos son nuestros laboratoristas permanentes, están aquí a toda hora del día —explicó Eriol—. Tus compañeros de área, al igual que tú, tienen libre acceso al laboratorio y sus demás divisiones para realizar las pruebas que necesiten. Luego te enseñaré los protocolos de trabajo y el manejo de evidencia, aunque asumo que en la academia también recibiste entrenamiento en esa área.

—Fueron bastante exhaustivos. Pasamos un mes entero encerrados en el laboratorio, solo podíamos salir para ducharnos y comer. Tienen métodos extraños de enseñanza en esa academia.

—Es por culpa del director, que está loco —se aclaró la garganta y los cinco tipos se quedaron quietos de inmediato—. Chicos, les presento a Kinomoto Sakura, es el nuevo elemento del departamento de criminología. Pasará el resto del día con nosotros, así que por favor trátenla bien y pónganla al corriente —los cinco asintieron y uno de ellos le hizo señas a la castaña para que se acercara—. En una hora vendré por ti para ir a almorzar, quedé con Tomoyo. Deberías verla.

Sakura se lo pensó un momento.

—Pero sólo treinta minutos.

Eriol asintió y salió del laboratorio.


—Llegará en cualquier momento —dijo Eriol mientras echaba un vistazo al menú del restaurante—. No le dije que estabas conmigo, si eso es lo que quieres saber —añadió, adelantándose a la pregunta no formulada—. No sé si hubiera aceptado venir.

Sakura se encogió de hombros, sin saber muy bien que decir. Llevaban veinte minutos esperando en una de las mesas del restaurante a que llegara Tomoyo y con cada segundo que pasaba, la castaña se iba poniendo más y más nerviosa. Tomoyo había sido su mejor amiga de toda la vida, pero esa noche en la que Eriol fue a verla al muelle, algo en su relación se había roto. No sabía si era la confianza ciega que tenían la una en la otra o tal vez el cariño que alguna vez habían llegado a compartir. Unos meses después de aquello, cuando Sakura ya se había escapado prácticamente de la ciudad, recibió una llamada de la pelinegra. Le exigía saber lo que había sucedido. Nunca se habían ocultado nada y a pesar de que Tomoyo sabía que Sakura nunca hubiera sido capaz de involucrarse de ninguna forma con Eriol, no podía evitar pensar que algo sucedía entre ellos. Técnicamente había sido así, pero no de la forma en la que ella creía.

—Deja de pensar en eso —como siempre, Eriol tenía la capacidad de leerle la mente. Por eso confiaba tanto en él—. Ya solucionaremos todo; ella entenderá, Sakura. No te preocupes.

—No lo sé, Eriol, no lo sé.

El muchacho iba a añadir algo, pero en ese instante se abrió la puerta del restaurante, dando paso a una guapísima mujer de largo cabello negro y ojos claros. Llevaba un vaporoso vestido blanco, a juego con sandalias de paja y un sombrero. Al reconocer a su marido entre los comensales, echó a andar hacia la mesa, pero se detuvo en seco al ver a la mujer a su lado. Le parecía extrañamente familiar, pero no estaba segura de donde la había visto antes. Con paso nervioso acortó el camino que le quedaba y tomó asiento junto al pelinegro.

—Perdonen la demora, vengo del estudio —se excusó mientras se quitaba el sombrero y los lentes de sol—. El tráfico estaba espantoso.

—No te preocupes —repuso Eriol plantándole un beso en la mejilla—. Te ves preciosa.

Tomoyo enrojeció ligeramente.

—Gracias —susurró, desviando la mirada—. ¿Y quién es tu amiga?

Eriol se tensó involuntariamente y Sakura clavó los ojos verdes en la mesa. Transcurrió un minuto de silencio en el que Tomoyo esperó pacientemente por una respuesta.

—Es Sakura, mi amor, Kinomoto Sakura.

El rostro de Tomoyo era un poema. Palideció repentinamente y los ojos se le abrieron como platos. El labio inferior comenzó a temblarle del esfuerzo que hacía por hablar. Miró a esa mujer de cabello castaño y ojos verdes y entonces recordó a la hiperactiva adolescente con la que había compartido casi toda su vida. Se llevó una mano a los labios, ahogando un grito. No podía ser ella, definitivamente no era ella.

—No es ella —voceó sus pensamientos—. Eriol, no es ella.

El aludido asintió levemente con la cabeza y le puso una mano en el hombro a su mujer.

—Tomoyo…

Sakura asintió también, corroborando sus palabras. Estaba muerta de miedo, esperando a que procesara la noticia y que reaccionara. Nunca antes la había visto así de alterada, mucho menos por su culpa. Hizo el esfuerzo de respirar profundo y serenarse un poco. Tenía que mantener la compostura por su propio bien.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó la pelinegra un segundo después—. ¿Por qué volviste?

—Por qué ya estoy bien —repuso sencilla y llanamente. No iba a darle esa clase de explicaciones en ese lugar ni en ese estado—. Y por que quería volver.

Tomoyo la miró fijamente por un momento, evaluándola con la mirada. Había algo diferente en ella, algo faltaba. Ni ella ni Eriol quisieron explicarle nunca lo que había sucedido hacia tres años y tenía la impresión de que si preguntaba en ese momento, recibiría la misma respuesta de siempre. Respiró profundo, cerró los ojos un instante y luego, de la nada recogió sus cosas y salió del restaurante. Eriol y Sakura cruzaron una fugaz mirada antes de que el pelinegro saliera corriendo tras ella.

—La señorita perdió esto cuando corría —un mesero salió de la nada con un móvil de color rosa en la mano, que le entregó rápidamente a Sakura. Era de Tomoyo—. Con su permiso.

El mesero se retiró tan rápido como apareció. Sakura se quedó en el restaurante unos minutos más antes de salir ella también. Las calles estaban abarrotadas de gente y hacía un frío espantoso. Había comenzado a llover. Se arrebujó en su gabardina y echó a andar hacia la estación, conteniendo las imperiosas ganas de llorar que amenazaban con quebrarla en plena calle. Sabía que las cosas iban a pasar así. No podía esperar que después de tanto tiempo Tomoyo simplemente olvidase todo lo que había sucedido y volviera a ser su amiga. De todos los errores que había cometido en su vida, el último le había costado excesivamente caro. Lo perdió todo: sus amistades, su vida, incluso a su familia. Había sido difícil y doloroso recuperar poco a poco los pedazos de su persona, armarse de nuevo y hacer con lo que quedaba de ella algo bueno. Metió la mano en el bolsillo del abrigo y apretó con fuerza el móvil de Tomoyo. Iría a dejárselo en persona, era la única forma que se le ocurría para hablar con ella.

— ¡Sakura! —escuchó a alguien gritar su nombre a lo lejos. Volteó para encontrarse con Yamasaki, quién corría hacia ella—. Pensé que no irías a comer.

—Lo pensé, pero sigo sin apetito. ¿Necesitas algo?

—No en realidad —repuso, encogiéndose de hombros—. Vamos, te acompaño a la estación.

Echaron a andar por las abarrotadas calles de la ciudad hasta llegar a la oficina. Yamasaki se despidió de ella en las escaleras y subió al departamento, mientras que ella se encaminaba al laboratorio. Se secó el rostro con la manga del abrigo antes de entrar. La sala donde había pasado toda la mañana estaba vacía en ese instante, así que optó por pasear alrededor de las mesas, echando un vistazo a los trabajos pendientes de los hombres que trabajaban allí. Cuando se aburrió de dar vueltas se sentó en una silla junto a la puerta y sacó el móvil que Yue le había dado para entretenerse un rato. No llevaba ni cinco minutos jugando con las aplicaciones, cuando sintió una mano posarse en su hombro. Dio un involuntario respingo y soltó un grito. La melodiosa risa de Eriol resonó entonces en sus oídos.

—Casi me matas de un susto —le recriminó mientras ponía algo de distancia entre ellos—. Ese tipo de bromas no tienen gracia, Eriol.

—Te veías tan indefensa, que no lo pude evitar —repuso, recostándose contra la pared—. Deberías, ya sabes, mejorar un poco tus reflejos.

Sakura le lanzó una mirada cargada de veneno y se sentó al otro lado del laboratorio.

— ¿La alcanzaste?

—Casi se me escapa —Eriol fue a sentarse junto a ella—. Está bastante alterada.

La castaña chasqueó la lengua. Eso era obvio.

—Pero no está enojada contigo.

— ¿Y cómo lo sabes?

—Se lo pregunté y ella me respondió —se cruzó de brazos y recostó la cabeza contra la pared de cristal—. Solo no entiende por que te desapareciste. Hasta hace un año dice que ustedes hablaban seguido, pero un día simplemente dejaste de llamar.

Sakura soltó un pesado suspiro y enterró el rostro entre las manos.

—Mis entrenamientos en la academia se estaban poniendo cada vez más difíciles y me estaba costando cada vez más estar a la par con el resto de mis compañeros. Apenas comía, no tenía energía para nada… y Tomoyo comenzó a insistir demasiado sobre lo que pasó esa noche. Yo no estaba lista para decírselo en el ese entonces, y por eso corté la comunicación. Es más, ni siquiera creo estar lista para decírselo ahora.

— ¿Cuál es el problema? Me lo contaste a mí, puedes contárselo a ella, y de paso a tu hermano. Él tampoco lo sabe —lo último no era una pregunta, sino un hecho.

—Yo no te lo conté, Eriol, tú te enteraste por tu cuenta. Además, en el estado en el que estaba era demasiado sencillo darse cuenta de lo que había pasado.

Eriol guardó un momento de silencio.

— ¿Qué mas te hizo ese idiota, Sakura?

Sakura no pudo contestar. Se le formó un nudo en la garganta que le impedía hablar. De solo pensar en él le entraban unas ganas espantosas de llorar y de esconderse en algún lugar oscuro dónde nadie pudiera verla. Eriol volvió a ponerle una mano en el hombro, pero esta vez para reconfortarla.

—Tienes que contarle la verdad a Tomoyo.

—Tal vez vaya a tu casa esta noche —sacó el móvil rosado del bolsillo de su abrigo—. Tengo una buena excusa para aparecerme por ahí.

—Yo no he visto nada.


Salió de la ducha envuelta en un mullido albornoz negro. Con una toalla de mano comenzó a secarse el cabello y luego lo peinó para que cogiera algo de forma. Afuera, en su habitación, sacó lo primero que encontró del armario y se lo puso: unos vaqueros desgastados y un jumper blanco. Se puso unas botas y una chaqueta de cuero a juego. Se maquilló un poco para disimular las ojeras y la expresión de cansancio. Su primer día de trabajo había sido bastante extenuante. Entre pasar el día entero en el laboratorio, el encuentro con Tomoyo, la conversación con Eriol y demás cosas, se le había ido el tiempo a una velocidad alarmante. Y cuando por fin estaba en casa, tenía que salir de nuevo. Agarró su bolso, las llaves del departamento, su móvil y el de Tomoyo y salió de su habitación. Hizo una pequeña escala en la cocina para buscar algo de comer. Tenía hambre, pero no le provocaba nada, así que se decantó por una botella de té helado y siguió con su camino.

Eran las siete y media de la noche cuando salió a la calle, todavía abarrotada de gente. Esa ciudad nunca dormía, de eso estaba segura. Echó a andar por la acera, cuando un auto se detuvo a su lado. Sakura reconoció a su ocupante de inmediato, después de todo ese cabello plateado era inconfundible. Yue bajó la ventana del copiloto y le hizo señas a la castaña para que se subiera. Sakura entró al auto sin hacerse de rogar y él arrancó inmediatamente. Sin decir una palabra le entregó a la castaña las llaves del auto que le había mencionado en la tarde.

—Podrás usarlo desde mañana, está en el garaje de la estación —le indicó—. ¿Ibas a algún lado?

—A casa de Tomoyo, a hablar con ella.

—Te llevo.

Ese comentario estaba demás, era obvio que tenía que llevarla, si ya estaba dentro del auto. El viaje desde su casa hasta la zona plenamente residencial de la ciudad fue relativamente corto. En ese sector se veían casas normales de dos plantas hasta enormes mansiones, como en la que vivía Tomoyo con Eriol. Esa casa la conocía desde que era una niña, allí había pasado muchos de sus días jugando o haciendo los deberes o no haciendo nada en absoluto. Cuando la madre de Tomoyo murió ella decidió quedarse en la mansión en lugar de mudarse. Eriol no tuvo ningún inconveniente en sacar sus cosas del departamento en el que vivía y llevarlas a la residencia Daidoji. Yue se detuvo frente a la puerta principal y le quitó los seguros a las puertas.

—No llegues tarde mañana.

—Claro, jefe.

Sakura abrió la puerta para bajarse del auto, pero Yue la detuvo.

— ¿Por qué te fuiste de Tomoeda?

—Es una larga historia —repuso y cerró la puerta tras de sí.

Sakura se quedó petrificada en la calle hasta que el auto de Yue desapareció en una esquina. Solo entonces le regresó el alma al cuerpo. Nunca se hubiera esperado que él, de todo el mundo, le hiciera esa pregunta. Conocía a Yue desde que era una niña y en esos ocho largos años él nunca había demostrado nada parecido a la preocupación por ella. En el fondo sí le importaba, o al menos eso le decía Yukito, el mellizo de Yue. Ese par eran tan diferentes y a la vez tan iguales, que a veces dudaba de que fueran familia. Le echó un último vistazo a la calle antes de llamar a la puerta. La voz de una mujer salió flotando por el intercomunicador. Sakura se anunció y al minuto le abrió la puerta una mucama ataviada con un kimono.

—Hiragizawa-san la espera en el salón, sígame por favor —le indicó la mucama mientras la llevaba por el amplio jardín hasta la puerta principal.

—Yo sé como llegar, no te preocupes.

Y se le escabulló a la chica rápidamente. Entró al vestíbulo y una ola de recuerdos se le vino encima. Hizo un esfuerzo por ponerlos a un lado, al menos por ese momento y se encaminó al salón. Efectivamente Eriol estaba allí, con un libro en una mano y una copa de vino en la otra. Una segunda copa de vino reposaba en una charola de plata, intacta. Sakura sospechó que era para ella.

—Tú eres el único jefe de laboratorio que conozco que está en su casa tan temprano mientras que su personal se queda en la oficina hasta quién sabe que horas —comentó Sakura al tiempo que cogía la copa de vino y le daba un sorbo—. No, enserio, que haces aquí. Se supone que deberías estar trabajando.

—Le pedí a Yue la noche libre, igual él se quedará de guardia hoy, así que no me necesitan —Eriol cerró el libro y lo dejó en una mesilla cercana—. Tomoyo ya sabe que estás aquí, pero no quiere bajar a verte —añadió.

— ¿Y entonces?

Eriol la miró fijamente un segundo.

—Sube tú.

Sakura se atragantó con el vino. Definitivamente eso no era parte del plan. Estuvo a punto de dar media vuelta e irse, pero eso no hubiese sido una reacción madura. Tenía veintiséis años y debía comportarse como tal.

—Está bien —dijo a la final—. ¿Y dónde la encuentro?

—En su habitación.

Sakura subió las escaleras hasta el segundo piso y dio con la puerta que buscaba. La antigua habitación de Tomoyo se había convertido en una oficina después de que se casó. El ligero murmullo de una radio se escapaba por la rendija de la puerta. Esperó unos prudenciales cinco minutos antes de tocar. El permiso para pasar le llegó de inmediato.

La habitación era un desastre, llena de papeles, tela, maniquíes y demás. Y en medio de todo aquello estaba Tomoyo, batallando por armar una falda llena de pliegues en un maniquí. Tan concentrada estaba, que no se percató de su presencia hasta un rato después. Cuando la vio allí apagó la música con el mando a distancia y le clavó la mirada.

—Dejaste esto en el restaurante —sacó el móvil rosa de su bolso y se lo entregó—. Se te cayó cuando… cuando te fuiste.

—Gracias —repuso secamente tras dejarlo en una mesa de dibujo cercana—. Pero pudiste habérselo dado a Eriol, el trabaja contigo.

—Yo me ofrecí a traerlo, es en realidad una simple excusa para hablar contigo.

Tomoyo soltó una pequeña carcajada.

— ¿Ahora sí quieres hablar conmigo después de que llevas un año completo ignorándome? Asumo que comprenderás que yo no quiero hablarte.

—Entonces no lo hagas, solo escúchame.

Antes de que la pelinegra pudiera reaccionar, Sakura comenzó a hablar. Le contó muy por encima lo que pasó esa noche, le explicó por qué Eriol se había quedado esa noche en su casa, por que se había desaparecido de repente, por qué dejo de escribirle cuando todavía estaba en la academia de policía. Trató de que sus palabras sonaran coherentes, estaba dejando demasiados espacios en blanco, cosas que ni siquiera ella misma era capaz de reconocerse. Sabía que Tomoyo se había dado cuenta de ese detalle, pero por algún motivo no le dijo nada y ella no se atrevió a preguntar. Por último le pidió disculpas. De verdad no había querido lastimarla.

—Nunca planeé contárselo a nadie, Eriol se enteró por su cuenta —dijo con la voz estrangulada—. Me encontró en el muelle de casualidad y se quedó conmigo por que tenía miedo de que intentara, ya sabes… matarme de nuevo.

Tomoyo se tomó su tiempo antes de responder. Sakura le estaba ocultando algo, era obvio. Habían demasiadas lagunas en su historia como para pasarlas desapercibidas. La miró fijamente, contemplando su rostro. Se la veía diferente, más adulta, más madura. Entonces comprendió que algo muy malo le había pasado y su enojo se desvaneció en gran parte. Todavía seguía dolida, pero ahora que sabía la razón, o al menos parte, de lo que llevó a Sakura a cometer tantas locuras, era un poco difícil sentirse molesta. Finalmente decidió capitular y dejar esa conversación hasta ahí.

—Estás ocultándome algo —dijo al tiempo que se ponía de pie—, no te obligaré a decírmelo ahora, pero vas a hacerlo. Me lo merezco.

Una pequeña sonrisa iluminó el rostro de Sakura. Sin poderlo evitar se levantó también y abrazó a Tomoyo con fuerza. Le había hecho una falta enorme contar con el apoyo de alguien los últimos años, y ahora que tenía eso de nuevo se sentía infinitamente mejor.

—Perdónenme por interrumpir tan entrañable momento, pero la cena está servida y quiero comerla mientras esté caliente —dijo Eriol, quien se había aparecido en algún momento de la conversación, desde la puerta del estudio—. Saben lo mucho que detesto la comida fría.

El par de mujeres se miraron un segundo antes de estallar en carcajadas nerviosas. Eriol les dedicó una sonrisa condescendiente, como cuando uno da a alguien por perdido y se adelantó al comedor. Sakura y Tomoyo lo siguieron al instante.


Bel's Notes:

Este es mi nuevo proyecto, espero hayan disfrutado el capítulo. Por ahora todo parece bastante confuso, en especial por la actitud de los personajes y todo eso. Más adelante en la historia comprenderán por que todo está como está. Por favor, comenten. Críticas, sugerencias, cualquier cosa será más que bienvenida.

Nos vemos en el siguiente...