Disclaimer: "Once Upon a Time" no me pretenece. La idea original y los personajes son propiedad de ABC y Kitsis&Horowits.

La canción sobre la que está basado este capítulo es "After the Storm" de Mumford and Suns.

-oo-

Capítulo 5.

Después de la tormenta.

And after the storm,
I run and run as the rains come
And I look up, I look up,
on my knees and out of luck,
I look up.

(Y después de la tormenta

Yo corro y corro mientras la lluvia llega

Y miro arriba, miro arriba

De rodillas y sin suerte,

Miro arriba)

Aún sueña con ese día. Con el ruido ensordecedor de la batalla, de la maldición penetrando los muros del castillo, del viento golpeando en las ventanas… de Blanca llorando a su lado y Emma llorando a la par. Aún ve su rostro bañado en lágrimas pidiéndole, rogándole que se lleve a su hija lejos, a quién sabe donde, dándole su única… su mejor oportunidad. Y aún duele. Duelen los golpes. Duelen los cortes. Duele oír gritos a diestra y siniestra y no saber de quién son. Duele la incertidumbre de correr por los pasillos entre su cuarto y el cuatro de su hija y ver como aquél hogar que Blanca había construido con tanto amor, con tantas esperanzas, se cae a pedazos a su alrededor.

Aún sueña, sobretodo, con el peso vivo y delicado de su hija entre sus brazos. Con la calidez de aquel bulto de mantas y pequeños dedos. Con sus asustados ojos, grandes y verdes, que no lloran ya. Porque Emma no lloró aquella noche. No cuando él la tomó en brazos. No cuándo la protegió de los guardias. No cuando la puso en el ropero. Emma, su hija, acababa de nacer en un mundo lleno de incertidumbres, de dolor, de miedos… pero no lloraba.

A veces sueña con aquel beso que le dio en la frente. Aún recuerda el perfume a lilas (aquél que Blanca había elegido) y a nueva vida que emanaba de su hija. Aún recuerda su plegaria. Aún recuerda las últimas palabras que dijo antes de cerrar la puerta.

-"Encuéntranos"- murmuró, enviándola lejos, bajo la protección de una manta y un millón de esperanzas. Y allí murió. Allí se dejó morir, con una sonrisa en el rostro, con la certeza de que Emma volvería, buscaría a su madre y la salvaría, y (al menos ellas dos) serían felices de nuevo. Y James moriría por ellas un millón de veces más. Su vida es un precio que siempre estará dispuesto a pagar.

Él aún sueña con eso. Noches si, noches no. Pero entonces siente la mano de Blanca acariciando su frente, y esa mano es más real, más fuerte que cualquiera de sus pesadillas.

- Encantador…- susurra ella, su voz apenas un respiro cálido, húmedo, contra su oído. Y él abre los ojos. Despierta en su nueva vida. Su cabello es más corto, pero sus ojos son igual de brillantes. Y aquello le produce tanta, tanta alegría que James no puede evitar atraerla hacia su cuerpo, recostándola en su pecho, soltando un suspiro que no sabe desde cuando ha estado conteniendo (tal vez desde aquella vez, años atrás, en que creyó que respiraba por última vez). Ella suelta una risita, acomodándose en sus brazos, besándolo en la mejilla.

- Buen día.- dice, y su voz suena como una alegre cancioncita.

- Buen día…- responde él, besándole le frente, la punta de la nariz, la palma de su mano, antes de besarla en los labios. Blanca no opone resistencia. Nunca lo ha hecho (exceptuando en aquél tiempo en que ella no lo recordaba. Y James no quiere recordar esos tiempos). La tela de su pijama es tan suave, tan de ella, y su corto cabello se escapa entre sus dedos por mucho que él quiera agarrarlo. Está por rodarla en la cama para quedar encima de ella cuando oye un ruido estruendoso proveniente de la cocina.

- ¡Mierda!- se escucha la voz de Emma, contenida y en un susurro, pero cargada de ira. Ambos sueltan una risita.

- Debería ir a revisar que tu hija no esté quemando la cocina…- dice Blanca, poniéndose de pie y acomodándose el pijama. James frunce el ceño.

- Oh, y resulta que ahora es solamente mi hija, ¿no?- responde, fingiendo enfado.

- Sus habilidades culinarias son todas tuyas, Encantador…- explica su esposa, antes de retirarse. Él se pone de pie después de unos segundos, quitándose los últimos rastros de sueño, y adentrándose en la cocina. Definitivamente Emma ha quemado algo, pero a simple vista parecería no ser gran cosa. De todas formas, a juzgar por la discusión que ella y su madre están sosteniendo, uno creería que Emma acaba de incendiar el Hospital de Storybrooke.

- No, es tu culpa. Te fuiste y me dejaste sola y sabes que yo no puedo con estas cosas…

- Cariño, si te dejé sola es porque se que puedes con un par de panqueques…

- Bueno, ¡esta roca negra prueba lo contrario!

- Sabes, si te tuvieras la mitad de la fe que yo te tengo, las cosas te saldrían, es sólo una cuestión de actitud…

- No, es una cuestión de aptitud. Y esto ha probado una vez mas que no soy apta para este tipo de tareas…

- Tu padre se comerá estos panqueques de todas formas. ¿O no?- pregunta Blanca, echándole una mirada. Hasta entonces, James había pasado desapercibido, y ahora de un momento a otro se encuentra a sí mismo en el ojo de la tormenta.

- Por supuesto.- responde, sin dudar. Blanca sonríe, alzándole las cejas a Emma.

- Que vaya a comerlos no quiere decir que vayan a gustarle…- murmura ella, entre vencida y molesta, volteándose para darles la espalda. Por un segundo, James cree que Blanca va a perder la paciencia, pero termina por suceder todo lo contrario. Su mujer toma a Emma de los hombros y le murmura algo en el oído que James no alcanza a oír, pero que hace sonreír a su hija (a medias, pero una sonrisa la fin). Y así como la discusión empezó, así también termina. Justo cuando Henry aparece, con la marca de las sábanas en sus mejillas y el cabello revuelto.

- Buen día.- le dice a su nieto, invitándolo a sentarse a su lado. El niño obedece, frotándose los ojos con energía, intentando mantenerse despierto.

- ¿Qué hay para desayunar?- inquiere, entre bostezos.

- Buen día para ti también.- dice Emma con una sonrisa, acomodándole el cabello. Inmediatamente, Blanca le da un vaso de leche, uno de jugo de naranjas, y pone una generosa pila de panqueques en el medio de la mesa. James puede distinguir a la perfección cuáles son los que ha hecho su esposa y cuáles los que hizo su hija. Sin dudarlo dos veces, toma un par de los más negros y desprolijos de todos.

- Están buenos…- miente, tragando con un poco de dificultad el primer bocado. Emma lo mira por un segundo con desconfianza, como si estuviera midiéndolo, y termina por sonreír y soltar un suspiro.

- ¿Vamos a ir al bosque a practicar con el arco y la flecha esta tarde?- inquiere Henry, ya totalmente despierto, mientras Blanca cierra la puerta del apartamento y los cuatro bajan las escaleras.

- No, no puedo hoy. La camioneta se rompió ayer.- se lamenta él, abrazándolo por los hombros. La decepción de Henry es evidente.

- ¿Qué le pasó?- pregunta Emma, una vez que han llegado abajo, señalando a la camioneta estacionada en la acera. James se frunce de hombros.

- Se detuvo ayer a tres cuadras de aquí. Tuve que empujarla.

- Esto con los caballos no ocurre, ¿no?- bromea Blanca, besándolo en la mejilla antes de meterse en su auto, con Henry en el asiento del acompañante.

- ¿No llamaste al taller?- vuelve a preguntar Emma.

- Si debo llevarla mañana…- responde él. Emma se acerca al vehículo, mirándolo con detenimiento.

- Dame las llaves.- pide. Él obedece, entregándole el juego de llaves que, por costumbre, lleva en el bolsillo. Emma intenta encender la camioneta un par de veces, sin éxito, antes de bajarse y abrir el capó, revelando el motor.

- Es la batería.- responde, segura. James no puede evitar soltar una carcajada.

- Y, ¿desde cuando sabes tanto de autos?- inquiere, sorprendido. Emma alza las cejas.

- Llevo conduciendo aquella chatarra por doce años. Terminas por aprender un par de cosas.- explica, señalando el pequeño auto amarillo con un movimiento de cabeza. Emma examina el motor por unos segundos, su ceño fruncido en concentración.- Yo podría… no.- dice, después de unos momentos.

- ¿Podrías qué?- inquiere James, sin entender. Emma parece incómoda de pronto.

- Tu sabes… arreglarlo.- responde ella, enfatizando sus palabras, mirándolo fijamente a los ojos, pero sin perder el tono incómodo. Sólo entonces James entiende. No puede evitar la sonrisa que se le forma en los labios.

- Hazlo.- adhiere.

- ¿Estás seguro? Porque podría… no sé, romperlo…

- No, no lo harás. Confío en ti.- responde él, seguro, dándole un apretón en el hombro. Los ojos de Emma se iluminan por un segundo, y también sonríe… y James tiene que contener el impulso de decirle lo bonita que luce, porque sabe que ella no aprecia del todo ese tipo de cosas.

- Está bien.- murmura ella, dando el tema por terminado, y sacudiendo las manos antes de meterse en las profundidades del motor de la camioneta. James la ve cerrar los ojos, concentrada, y entonces… su piel empieza a brillar. Y no importa que ya lo haya visto antes o un millón de veces, James no puede evitar el escalofrío que le recorre el cuerpo al ver a Emma en esa forma, cuando ella y la luz del sol parecen ser solo una. Hay un chispazo, una descarga, y la incandescencia de su hija se apaga con la misma facilidad con la que se encendió.

- Bueno… inténtalo ahora.- le dice con soltura, como si acabara de ajustar un simple tornillo con una tenaza. James sólo asiente, porque aún está demasiado impresionado como para hacer otra cosa. Le da encendido a la camioneta… y el motor comienza a rugir como si nada. Emma sonríe, conforme, cierra el capó y se limpia las manos en sus jeans.

- Gracias…- murmura James.

- De nada. ¿Te veo más tarde? Tenemos ese almuerzo.- dice ella, tomando las cosas que dejó en el interior de la camioneta y jugando con las llaves de su auto.

- Sí, el almuerzo, sí. Con Gruñón y Roja, a las doce, en lo de la abuelita. No olvides llevar…

- Los mapas, lo sé. Nos vemos.- finaliza ella, sonriéndole antes de girarse sobre sus talones para dirigirse a su auto.

- ¿Emma?- la llama él, acercándose a su hija. Antes de que ella diga nada, la abraza por los hombros y le da un beso en la frente.

- Gracias.- repite. Ella solo asiente, con una sonrisa tan similar a la de su madre que James cree que el corazón se le ha parado.

- Te encuentro allí.- grita ella, antes de poner en marcha el auto, y James la ve partir, mientras una especie de melancolía lo embarga, le aprieta el pecho, en cuanto piensa en no verla por un par de horas.

Porque James aún recuerda como se sentía tener a aquél bebé indefenso en sus brazos… pero, si le preguntan, abrazar a su hija ahora es un millón de veces mejor.

-oo-

Night has always pushed up day
You must know life to see decay
But I won't rot, I won't rot
Not this mind and not this heart,
I won't rot.

La noche siempre a traído al día

Necesitas conocer la vida para ver la decadencia

Pero yo no cederé, no cederé

No esta mente y no este corazón,

No cederé.

Él es un héroe. Hijo de una heroína. Nieto de héroes. De valientes, de guerreros, de justos. Él fue un profeta. Y él fue un loco. Eso es difícil de olvidar para un niño como Henry.

Él no es rencoroso. No puede y no quiere serlo. Por muy pequeño que sea, Henry aún así puede distinguir entre las cosas buenas y malas, y sabe que el rencor es una de las peores. El rencor transformó a su madre en lo que es. Y si hay algo que Henry no quiere ser nunca es como su madre.

Aún la considera su madre, sin embargo. No ha sabido nada de ella, pero aún así Henry la considera su madre. Y una parte de él la entiende. Sólo ahora, cuando ama mucho, entiende cuán duro puede ser perder a quién se ama. Él no sabe qué sería capaz de hacer si alguien lastima a Emma, o a sus abuelos. No mucho, porque es un niño. Pero los niños, tarde o temprano, crecen. Y Henry está creciendo. A la fuerza, a veces. Él lo nota.

Antes de que todo ocurriera, cuando las personas de ese pueblo eran para él simples maestras y camareras, psiquiatras y madres, Henry se sentía solo. Moría por ser amigo de los otros niños, por jugar con ellos, por ser parte de sus grupos. Pero todos temían tanto a Regina que ni siquiera se atrevían a hablar con él. Los niños no le hablaban, y los adultos lo trataban bien sólo por ser el hijo de la Alcaldesa, y no por ser el pequeño Henry. Todos exceptuando, claro, a Mary Margaret Blanchard.

Así que Henry tenía una madre que se preocupaba demasiado por cosas que no importaban en lo más mínimo, una casa enorme que no podía compartir con amigos, y muchos juguetes con los que apenas jugaba. Y entonces tuvo un libro.

Henry aún recuerda la primera vez que lo leyó, entre las sábanas de su cama, con su pequeña linterna de Iron Man. Recuerda la pequeña cartita que la Señorita Blanchard le dejó entre las primeras páginas. Recuerda que se quedó dormido abrazando el libro y la carta con fuerzas. Y soñó con Blanca Nieves y el Príncipe Encantador y un bosque inmenso, lleno de aventuras. Cuando se despertó, Henry ya no se sentía más solo. Ahora, Henry tenía un par ideas, un sueño, una esperanza, que lo acompañaban a todos lados.

El resto es historia conocida. Una larga y tediosa historia, pero con un final feliz. O con muchos finales, algunos mas felices, otros menos.

- ¿Alguien sabe qué fueron las "Guerras de los Ogros"?- pregunta su abuela a la clase, escribiendo la pregunta en el pizarrón con su prolija, curvada y perfecta letra. Se voltea para mirarlo por un segundo, y Henry le sonríe. Él sabe qué fueron, adónde ocurrieron, en qué tiempo, y quienes fueron los ganadores. Pero sabe también que debe dejar que otro conteste. Es parte de un trato que tienen con la abuela. Y él nunca en su vida rompería un trato con su abuela.

Tarde o temprano otro niño contesta, y la clase sigue, y Henry sabe que tendrá alguna recompensa por haber mantenido su palabra. No pasa mucho tiempo hasta que suena la campana del almuerzo, y de nuevo Henry entiende cuánto han cambiado las cosas, porque todos los niños de agolpan a su alrededor.

- ¿Quieres almorzar conmigo, Henry? Podemos mirar mis figuritas…

- ¡No, almuerza conmigo! Tengo unas espadas de madera…

- ¡Almorzará conmigo! Yo traje un chocolate para ti, Henry…

- De hecho…- dice su abuela, apareciéndose entre la multitud, y esta se abre a su alrededor, dándole lugar (es la Reina, después de todo);- Henry hoy almorzará conmigo.- dictamina, tomando a su nieto por los hombros y sonriéndole al resto de los alumnos. Henry cree que nunca la ha visto más bonita que en ese momento.

- No tenías que hacer eso, yo puedo con esos niños…- le dice él, mientras caminan por el pasillo hacia el jardín de la escuela.

- Seguro que puedes, pero no es por eso que te saqué de ahí.- explica ella con una media sonrisa, buscando las llaves de su auto en su cartera. Henry sonríe brillantemente.

- ¿Adónde vamos?- inquiere, entusiasmado, sentándose en el asiento del acompañante. Su abuela parece igual de entusiasmada que él, de hecho.

- ¡Oh, eso no puedo decírtelo! ¿Estás dispuesto a perderte tu clase de gimnasia, no?- bromea, encendiendo el auto.

- ¡Claro que si!- contesta él sin dudar, abrochándose el cinturón de seguridad.

- Bien, mejor así.- dice Blanca, dando el tema por terminado. Henry se queda en silencio entonces, preguntándose hacia adonde puede estar dirigiéndose.- ¿Henry… puedo preguntarte algo?- dice su abuela después de un rato, con un tono precavido.

- Claro.

- Los otros niños… ¿no te molestan, no?- pregunta. Henry tiene que meditar su respuesta por un segundo.

- No. No, no me molestan.- responde, con sinceridad. Sin embargo, a Blanca no parece convencerla esa respuesta.

- Cariño… sabes que no tienes que mentirme, ¿no?- murmura, deteniendo el auto. Él no entiende a qué se refiere. Él no le está mintiendo. Nunca le mentiría. Ella suspira.- Mira Henry… se que las cosas han cambiado mucho últimamente, sobretodo para ti. No olvides que yo se… yo se como te trataban esos niños antes. Se lo que decían a tus espaldas. Sé que estabas solo. Y entiendo que ahora que todo ha cambiado tal vez… tal vez puede que te moleste que, de pronto, todos quieran ser tus amigos. Créeme, lo entiendo. Tampoco fue fácil para mi crecer siendo la hija del Rey.- finaliza, con voz dulce, acomodándole el cuello de su remera polo. Henry se siente muy triste de repente, como si su abuela hubiera encontrado algo adentro de él que él no sabía que tenía (o que se negaba a ver).

- Yo sólo… no estoy acostumbrado a tener amigos. Estoy acostumbrado a estar solo.- dice, sin mirarla, porque de pronto tiene que contener las lágrimas que le vienen a los ojos. Blanca lo toma de las mejillas, obligándolo a mirarla.

- Mira Henry… puede que muchos de esos niños hayan sido malos. Puede que muchos quieran ser tus amigos porque… porque nos salvaste a todos. Pero estoy segura de que debe haber alguien entre todos esos que quiere ser tu amigo porque conocen al verdadero Henry, al Henry que yo conozco. Al que yo quiero. No dejes que el árbol te impida ver el bosque.- dice ella, sonriéndole, como dándole coraje. Y Henry se siente mejor.

- Tal vez tienes razón…- dice él. Su abuela suelta una carcajada, dándole un golpecito en el hombro.

- ¿Tal vez? ¿Cómo que tal vez?- bromea, bajándose del auto. Henry la imita. Hasta entonces, ha estado tan concentrado en la conversación que ha olvidado por completo su sorpresa.- Bien… cierra los ojos.- le ordena Blanca, y él obedece. Ella lo toma por los hombros, guiándolo entre los árboles. Después de un buen rato, le da un apretón.- Y… ábrelos.- dice. Henry vuelve a obedecer.

- ¡Sorpresa!- alguien grita. Henry no sabría decir quién, porque hay tanta gente a su alrededor que por un minuto lo confunden un poco. Entonces Henry ve a su madre, quién le sonríe, sentada en la baranda del viejo castillo de madera que un tiempo atrás Regina derribó.

- ¡Mi castillo!- grita él, emocionado, corriendo hacia ella.

- ¿Te gusta?- dice Emma, abrazándolo por los hombros.

- ¡Es genial!- responde él. Lo han reconstruido por completo, de hecho, le han agregado una buena parte a un costado. Ahora tiene casi el doble de tamaño, y está pintado de blanco, rojo y azul, con banderines en las puntas de las torres y hasta un pequeño periscopio que mira hacia el.

- Es el emblema de nuestra casa.- le explica su abuelo, señalándole los banderines que ondean al viento.

- Yo los hice.- dice la Abuelita, inflando su pecho de orgullo. Sólo entonces, Henry mira al resto. Están Roja y los enanos, Archie y Gepetto, y Hansel y Gretel y mucha gente más de la que Henry sólo reconoce sus rostros.

- Pero… ¿porqué?- le pregunta a su madre. Ella lo mira extrañada, como si Henry acabara de preguntarle la simpleza más grande del mundo.

- Porque te lo mereces.- responde ella, con una sonrisa. Y Henry la abraza con fuerzas, y la siente reír contra su cuerpo, siente sus brazos abrazándolo, la siente infinita, cálida, hermosa como ninguna.

- Gracias, mamá.- le murmura, esperando que ella llegue a oírlo, esperando que ella entienda que no le agradece sólo por esto, si no por todo lo que ella le ha dado desde que regresó a su vida. Emma lo abraza con mas fuerzas.

- No, Henry. Gracias a ti.- responde, en el mismo tono, besándolo en la coronilla, acariciándole el cabello, y Henry tiene la impresión de que están hablando de lo mismo.

Eventualmente, Henry se suelta de los brazos de su madre para hablar con el resto, para jugar con los otros niños, para comer un pedazo de pastel y disfrutar de su castillo.

Y cuando se acuesta esa noche, antes de dormirse, cierra con fuerzas los ojos y agradece. No sabe a quien, pero lo hace de todas formas.

Agradece por su abuelo, que le enseñó a usar una espada y montar un caballo y a ser un caballero, un hombre.

Agradece por su abuela, que le enseñó las tablas de multiplicar y a compartir, y le enseñó a tener sueños, esperanzas, a creer en lo imposible.

Agradece por su madre, que le enseñó a tener paciencia, a ser un héroe, a amar sin esperar nada a cambio.

Agradece, sobre todo, nunca haber perdido la fuerza. Después de todo, fue un poco esa fuerza lo que los reunió a todos de nuevo.

Aquella noche sueña con un caballero de capa y espada, que corre por el bosque rescatando doncellas, batiéndose a duelo con oscuros demonios, peleando con dragones. Un caballero que hace lo que sea, porque tiene algo por lo que luchar. El caballero que sueña ser algún día.

Una parte de él nunca se despierta de ese sueño.

-oo-

And I took you by the hand
And we stood tall,
And remembered our own land,
What we lived for.

And there will come a time,
you'll see, with no more tears.
And love will not break your heart,
but dismiss your fears.
Get over your hill and see
what you find there,
With grace in your heart
and flowers in your hair.

(Y te tomé de la mano

Y nos mantuvimos de pie

Recordando nuestra tierra

Y para que vivimos

Y vendrá un tiempo,

Tu verás, sin más lágrimas

Y el amor no romperá tu corazón

Pero si eliminará tus miedos.

Sube la colina y mira

Lo que encontrarás alli,

Con gracia en tu corazón

Y flores en tu pelo).

Mary Margaret Blanchard solía vivir en un mundo en donde la felicidad era un concepto vago, abstracto, fuera de su alcance. No, era peor que eso. Mary Margaret creía que era feliz. La pobre ingenua no tenía idea alguna de la vida miserable que llevaba y, menos aún, de la que estaba destinada a tener.

Blanca piensa en ella como en una hermana pequeña, perdida, más que en una parte de sí misma. Ella y Mary Margaret no tienen nada en común… excepto por una cosa: sus deseos (a veces dolorosos, insoportables) de tener una familia. Ese deseo, esa urgencia, era demasiado enorme como para ser desarraigado de ella, por muy poderosa que fuera la maldición. Podía quitarle a su familia… pero no el amor que ella sentía por cada uno de ellos.

- ¿Estás lista?- inquiere James, sacándola del tren de sus pensamientos. Apoyado en el umbral de la puerta y usando un traje gris oscuro, se ve mas encantador que nunca.

- Sí, dame cinco minutos.- dice, poniéndose de pie para darle un beso breve en los labios. Él se mira al espejo por un segundo, arreglándose la corbata, antes de salir de la habitación. Se están preparando para el primer Baile de Navidad de Storybrooke. De donde ellos vienen, el Baile de Navidad solía ser una tradición. El padre de Blanca solía organizarlo todos los años, abriendo al pueblo las puertas del palacio y sirviendo un banquete a todos, mientras tocaba una banda que invitaba a todos a bailar. Blanca amaba los Bailes de Navidad, amaba el gran salón adornado con gigantescos árboles navideños iluminados por las hadas, amaba el sonido de la multitud festejando, celebrando, riendo. Llenaban el castillo de aquella chispa, de esa vida que parecía haberse ido cuando su madre había muerto. Así que, en cuanto el resto de los problemas fueron solucionados, Blanca no dudó en proponerles a los integrantes del Concejo Real la idea de realizar el primer Baile de Navidad en Storybrooke.

- ¿Mamá… estás ocupada?- inquiere Emma, golpeando el umbral de la puerta. Blanca sonríe. No importa cuántas veces Emma la llame así, cada vez es como la primera. Y Blanca ama el hecho de que Emma la llama así cuando están solas, como si fuera su pequeño secreto.

- No, no lo estoy. ¿Necesitas ayuda?- responde ella, terminando de ponerse los zapatos. Sólo entonces la mira de verdad. Emma lleva un vestido azul a la rodilla, sin muchos adornos, pero que le queda a la perfección. Se nota que no está del todo cómoda con eso, que está más acostumbrada a los jeans ajustados y las camisas cazadoras, pero Blanca cree que tal vez sólo ella notaría una cosa como esa.

- ¿Puedes hacer algo con mi cabello?- pregunta, cruzándose de brazos. Blanca asiente.

- Sí, siéntate aquí.- le ordena, señalándole la cama. Ella obedece en silencio. Blanca busca entre sus cosas un pequeño prendedor brillante de flores que guarda en su joyero, y examina el cabello largo y rizado de su hija, considerando las opciones.- ¿Quieres algo en particular?

- No, lo que tu quieras.- responde Emma, frunciéndose de hombros. Blanca pone manos a la obra. Emma se mira a si misma en el reflejo del espejo que tiene enfrente, y Blanca sabe que hay algo que está dándole vueltas en la cabeza.- ¿Hay algo de lo que quieras hablar?- pregunta, en un susurro, mientras trenza parte del cabello de su hija. Ella suspira.

- Yo no… no sé cuál es el protocolo para estas cosas. No se que se espera de mi.- explica ella, en el mismo tono. Blanca sonríe.

- Cariño, no creo que haya protocolo alguno. Hace mucho que dejamos ese lugar. Piensa en esta noche como… una fiesta entre amigos en un día cualquiera.- explica ella.

- Excepto que no es un día cualquiera, es Navidad. Nuestra primera Navidad.- la corrige Emma, con una media sonrisa. Blanca nota entonces que aquel tono triste, melancólico, que solía empañar ese tipo de conversaciones con Emma ha desaparecido. Eso la reconforta. Le alegra saber que su hija ha comenzado a sanar, que ya no vive tanto en aquel pasado doloroso en el que no estaban juntos. Y le alegra porque, a su manera, Blanca también está aprendiendo a hacer eso.

- La primera de muchas.- agrega, dándole un golpecito en el hombro para anunciarle que ha terminado con su trabajo. Emma se pone de pie, acercándose al espejo, seguida de cerca por su madre.

- Bueno… eres una artista.- le dice, con una risita, cuando ve el trabajo terminado. No es nada complicado ni pomposo, como Emma misma. No es mas que una pequeña trenza, casi como una bincha, sostenida por el prendedor de flores en un costado.

- Te ves hermosa.- murmura Blanca, intentando contener las lágrimas. Emma sonríe.

- Tu también.- contesta ella, mirando a su madre a través del reflejo del espejo. Blanca lleva un vestido de encaje color dorado, algo que una Reina sin trono usaría. Así, al lado de su hija, con sus rostros sonrientes en el espejo, no parecen más que hermanas.

- Gracias. Y ahora salgamos de aquí y vamos a darle un ataque a tu padre.- bromea ella, tomando la pequeña cartera que cuelga del perchero. James está enseñándole a Henry a anudarse la corbata.

- Si tu crees que esto es feo, deberías ver lo que me hacían usar a mi en los viejos bailes del castillo.- le dice a su nieto, con una media sonrisa, mientras termina de acomodarle el cuello de la camisa.

- ¿Están listos?- pregunta Emma, buscando su abrigo. Sólo entonces James la mira, y Blanca está segura de que su esposo ha perdido el habla.

- Emma… estás hermosa.- dice, casi sin voz, poniéndose de pie y limpiando las rodillas de su pantalón. Emma suelta una risita nerviosa, mientras le entrega su abrigo.

- Creo que es genético.- bromea ella, saliendo por la puerta seguida por Henry. James se gira entonces, tendiéndole una mano a su esposa.

- Tu también te ves fantástica.- murmura, besándola en la mejilla. Blanca sonríe.

- Tu no luces tan mal, Encantador.

- ¿Y que hay de mi?- inquiere Henry, acomodándose la corbata.

- ¡Oh, tu eres el más hermoso de todos!- le responde su madre, tomándolo por los hombros y dándole una sacudida.

Bailan toda la noche. Emma intenta bailar una pieza tradicional con su padre, pero termina por darse por vencida al tercer paso. Blanca se acerca a la orquesta y les pide una canción más lenta. Cuando los primeros acordes de "The way you look tonight" empiezan a sonar, Emma vuelve a tomar a su padre de la mano y se acomoda un poco entre sus brazos, marcándole el ritmo. Blanca los mira de lejos, mientras baila con Henry, y no se le escapa la sonrisa que su marido le dedica de pasada. En cuanto el ritmo cambia, Encantador la busca entre la multitud.

- ¿Tu les pediste esa canción?- inquiere él, sujetándola con fuerzas contra su cuerpo. Ella sonríe.

- Feliz Navidad, Encantador.- le murmura, acomodándose entre sus brazos, dejándose llevar por él.

Y a pesar de que las luces de este baile son solo eléctricas, los árboles son tan enormes, y el salón de la escuela no puede siquiera compararse con el Gran Salón del castillo… a Blanca le parece que allí, bailando en los brazos de su esposo, está viviendo la noche más mágica de todas.

-oo-

A la mañana siguiente, se reúnen en sus pijamas junto al pequeño árbol que hay instalado en el living a tomar chocolate caliente y abrir los regalos. La mayoría son para Henry, de hecho. James le regala a Emma un collar con un cisne de cristal colgando de él, y otro a Blanca con un corazón. Emma les regala una foto de ellos cuatro para colgar sobre la chimenea, además de otras chucherías. Ella y Emma se sientan en el sillón, mientras James y Henry arman un rompecabezas enorme sobre la alfombra. Y mientras más sonríen su esposo y su nieto, mientras más se acerca Emma a ella, colocando su cabeza en su hombro, dejándose abrazar, más se convence Blanca de que no deberían regalarle nada por los próximos cien años.

Todo lo que ella quiere tener, todo lo que ella ama, cabe en el pequeño sillón del living, y en la alfombra a sus pies.

-oo-

And now I cling to what I knew
I saw exactly what was true
But oh no more.
That's why I hold,
That's why I hold with all I have.
That's why I hold.

And there will come a time,
you'll see, with no more tears.
And love will not break your heart,
but dismiss your fears.
Get over your hill and see
what you find there,
With grace in your heart
and flowers in your hair.

(Y ahora me aferro a lo que supe

Vi exactamente aquello que era verdadero

Asi que no mas.

Por eso me aferro

Por eso es que me aferro con todo lo que tengo

Por eso es que me aferro.

Y vendrá un tiempo,

Tu verás, sin más lágrimas

Y el amor no romperá tu corazón

Pero si eliminará tus miedos.

Sube la colina y mira

Lo que encontrarás alli,

Con gracia en tu corazón

Y flores en tu pelo).

Emma solía creer que las familias no eran para ella. No, ella no estaba hecha para ese tipo de cosas. No estaba hecha para pertenecerle a nadie, para responder por ellos, para quedarse en un lugar por el resto de su vida. Emma solía ver esas familias felices en las portadas de las revistas, en los comerciales, en las tarjetas de Navidad, y se terminaba convenciendo de que la vida que tenía era la que se merecía, la correcta, la definitiva.

Emma no creía en la familia, no creía en sí misma, no creía en el amor y no creía en la magia. Entiende ahora, después de un tiempo, cuan estúpido era todo eso. Entiende que vivía de esa forma porque así dolía menos. Entiende que, en definitiva, nunca dejó de desear esas cosas.

Lo que Emma entiende ahora, por sobre todas las cosas, es la diferencia entre querer tenerlas, y creer merecerlas. Emma siempre las quiso, sólo que no se sentía merecedora. En su mente, sus padres no la habían querido lo suficiente como para criarla, y su hijo se merecía una madre mejor. Y Emma se siente muy, muy feliz de admitir cuán equivocada estaba (y no es que ella sea una persona a la que le resulte fácil admitir sus errores).

Se está muriendo de hambre, pero no es eso lo que la hace subir los escalones a casa de dos en dos. Hoy ha estado todo el día afuera, en el bosque con Gruñón revisando los límites del pueblo, y no ha visto a Henry ni a sus padres desde aquella mañana. Y los extraña. Demasiado para su gusto.

- ¿Hay alguien en casa?- pregunta, quitándose la chaqueta de cuero y colgándola en el pequeño perchero de la pared.

- Baja la voz, que Henry duerme.- dice su madre, saliendo de su habitación con los brazos cargados de papeles de colores y cerrando la puerta a su paso. Emma no puede evitar sentirse un poco desilusionada.

- ¿Puedo darle las buenas noches?- inquiere, en voz baja. Blanca reprime una risita.

- ¡Claro que puedes, eres su madre!- dice, besándola en la mejilla, y se sumerge en la en la heladera en busca de los restos de la cena. Emma sube a prisa las escaleras hasta su habitación, intentando no hacer ruido. Henry duerme pacíficamente, con la luz de la mesa de noche encendida y el famoso libro de cuentos bajo su almohada. Emma se acerca hasta él, y se inclina sobre la cama para besarlo en la mejilla.

- Buenas noches.- murmura, acariciándole la frente, el cabello. Henry se mueve en sueños, abriendo los ojos de repente, sonriendo en cuanto ve a su madre.

- ¡Volviste!- dice, abrazándola por los hombros. Emma se sienta su lado en la cama.

- Te extrañé hoy…- responde ella, acomodándole las sábanas. No suele decirle ese tipo de cosas, pero hoy ha sido un día largo y está cansada y las palabras se le escurren entre los labios sin poder evitarlo. Henry sonríe tanto que Emma sonríe a la par.

- Yo también te extrañé. Pero mañana no trabajas, ¿no?- pregunta. Emma asiente.

- No, mañana no trabajo. Así que mientras más rápido te duermas, más rápido podremos divertirnos.- dice ella.

- Bien. Buenas noches, mamá.- bosteza él, acomodándose entre las sábanas, y Emma vuelve a besarlo, esta vez en la frente, antes de ponerse de pie.- ¿Mamá?- siente la voz de Henry antes de salir.

- ¿Si?

- Tu sabes que te quiero, ¿no?- dice, más en sueños que despierto. Pero Emma sabe que es verdad. Puede sentir su pecho inflándose de orgullo, de amor por su hijo.

- Claro que si, Henry. Y yo también te quiero. Más que a nada en el mundo.- responde.

- Bien. Buenas noches.- dice él, y su voz se pierde de a poco, y Emma sabe que ya no está con ella. Cierra la puerta con cuidado, sin hacer ruido, y baja de nuevo las escaleras.

- ¿Y James?- inquiere, dejándose caer en una de las sillas de la cocina, mientras su madre le sirve un plato de espaguetis recalentados en el único espacio de la pequeña mesa que no está cubierto por, lo que parece ser, un sistema solar en progreso.

- Está con el Concejo.- responde Blanca, sentándose a su lado con una tasa de te en las manos. Emma se frota los ojos, intentando eliminar algo del cansancio, dejarlo de lado al menos por un par de minutos mientras come su cena. Su madre la mira comer con detenimiento.- Al fin es Viernes, ¿no?- murmura, acariciándole el cabello a su hija de forma automática, casi sin pensarlo. Emma solo asiente.- Luces muy cansada.- agrega.

- Estoy cansada. Caminé en el bosque todo el día.- se explica, dándole un buen trago a su cerveza. Su madre le regala una media sonrisa.

- Ya puedes irte a la cama…

- No, voy a quedarme contigo hasta que papá regrese.- dice ella, poniendo su plato en el fregadero y volviendo a sentarse. Su madre le apreta la mano con fuerzas.

- No tienes que hacer eso. En serio.- le murmura, pero Emma puede ver el brillo entusiasta en sus ojos.

- Pero quiero hacerlo.- responde, casi de forma testaruda. Vuelve a sentarse y toma una tijera, para comenzar a cortar las estrellas que Blanca ya marcó en un brillante papel amarillo. Se quedan en silencio, concentradas en su tarea. Su madre tararea una cancioncita mientras pinta, con una facilidad envidiable, un par de bolas de papel que imitan los planetas. Entonces Emma siente de nuevo esa sensación que minutos antes tuvo cuando le deseó a Henry las buenas noches, la inconfundible sensación de que hay cosas que deben ser dichas.

- ¿Recuerdas lo que me dijiste la primera vez que nos vimos? Cuando estaba buscando a Henry…- le pregunta a su madre, mientras se acomoda un poco más en la silla, recostando sus pies en la silla de al lado. Blanca medita su respuesta por un segundo.

- Dije un par de cosas que deben haberte lastimado… y después te dije que creer en la posibilidad de un final feliz era algo muy poderoso… creo… ¿no?- dice, no muy segura, como si se tratara de un recuerdo muy distante y nuboso al que le cuesta llegar. Emma asiente.

- Eso es exactamente lo que me dijiste. Y en ese momento, pensé que eras…

- ¿Una loca?

- Sí. Adorable, pero loca al fin.- bromea ella. Su madre suelta esa risita que está más cerca de un canto que de una risa.- La cosa es… que he estado pensando mucho en eso últimamente. En la idea de un final feliz. Y ya no me parece tan descabellada, tan utópica.- explica, jugueteando con los restos de papel que han quedado aquí y allí.

- Eso es hermoso, Em. Es increíble.- murmura su madre, con emoción. Emma reconoce la mirada en sus ojos; la ha visto mucho últimamente. Es aquella mirada brillante, profunda, que alberga el más profundo orgullo.

- No es sólo eso…- continúa ella, fogueada por las palabras de su madre.- No se, últimamente creo que, tal vez, la vida no se trata solo de esperar ese final feliz. Tal vez se trata más de encontrar… de encontrar la felicidad en cada día que se vive. Y algunos días cuesta mas, y en otros cuesta menos. ¿Tiene sentido?- finaliza, casi avergonzada por sus propias palabras. Su madre asiente.

- Si ese es el caso… la felicidad de mis días es muy fácil de calcular.- le responde, con dulzura, y Emma sabe a que se refiere, porque ella misma mide su felicidad con la misma regla. Ella es feliz cuando puede compartir su vida con su hijo, con sus padres. Puede parecer una simpleza… pero para alguien como Emma Swan, no lo es. Se pone de pie y comienza a lavar los platos sólo para entretenerse, mientras su madre termina con la maqueta que con tanto empeño ha armado.

- Emma, ve a la cama.- le murmura su madre, acariciándole el cabello, cuando ella se queda dormida sobre la mesa por segunda vez.

- Pero…

- Anda, ve. Encantador volverá en cualquier momento.- repite. Ahora es una orden. Emma sabe reconocer la diferencia. Y aún cuando es una mujer adulta que no debería estar recibiendo órdenes de nadie… bueno, hay algo en la forma en la que su madre le pide las cosas que hace que Emma no pueda negarse. Se pone de pie, entonces, desperezándose, murmurando un "Buenas Noches" al pasar al lado de Blanca.

- Duerme bien.- responde ella, abrazándola con fuerzas, tomándola por sorpresa. Y Emma está tan cansada que le resulta imposible negarse al confort de los brazos de su madre. Le devuelve el abrazo, suspirando, dejándose envolver por el suave perfume que su madre usa.

- ¿Mamá?

- ¿Hmmm?

- Tu sabes que te quiero, ¿no?- inquiere, repitiendo las palabras de Henry. Puede sentir a Blanca sonriendo contra su cabello, y sus brazos la toman con más fuerza.

- Claro que si, Emma. Y yo te quiero más que a nada en el mundo.- le dice, en un susurro confidente, como si aquél fuera el secreto más importante del mundo cuando, en realidad, no lo es.

- Bien… ahora puedo irme a dormir tranquila.- bromea a medias, frunciéndose de hombros, y alejándose (con desgano) de los brazos de su madre, yéndose a su habitación a paso cansado pero con una sonrisa en el rostro.

Cuando se mete en la cama, y mientras siente cada parte de su cuerpo relajarse, Emma deja que su mente divague por aquellos recovecos en los que le gusta meterse. Piensa en que mañana es Sábado, y los sábados

Algo ha cambiado, piensa, que va más allá de los cambios evidentes, más allá de los reencuentros, más allá de las verdades develadas. No, algo en ella ha cambiado para siempre.

Emma ya no vive pensando en el día de mañana como en el próximo desafío de una cadena de infortunios. No vive esperando un futuro mejor, porque sabe que el presente es lo mejor que podría pasarle en su vida.

Ya no vive detrás de una pared, alejando a todos los que se acercan. Ahora, sin embargo, está dispuesta a servir como escudo para proteger a los que ama. Ahora sabe que no siempre vendrán tiempos mejores, que esto no ha sido más que la primera tormenta, que tarde o temprano las cosas se pondrán difíciles, y que deberá luchar siempre para no perder lo que tanto le costo conseguir. Pero también sabe que está dispuesta a dar pelea. Ahora cree en la magia. Ahora la vive, la usa, le saca todo el provecho que puede. Ahora cree en el destino, en el amor. Ahora sabe que amar no es ser débil. Amar, después de todo, la hace más fuerte. Y no le teme del todo a lo que viene. No, Emma se dice a si misma, sonriendo complacida antes de quedarse dormida.

Temor, miedo, deben tener los que se enfrenten a ella.

-oo-

A/N: Bueno, hemos llegado al final de esta historia! ¿Qué les ha parecido? La verdad es que, a veces, se me hace difícil escribir algo acerca de esta serie. Está tan bien escrita que no encuentro cosas que agregarle, cambiarle.

Quería agradecerles por la paciencia infinita que me han tenido, y por todos los mensajes que me han mandado!

Espero que sigan leyendo mis historias.

No falta mucho para la próxima!

Un saludos para todos.

B.