Capítulo 1: La chica de la fotografía.

Harry Potter era un auror exitoso, a sus veinticuatro años tenía una carrera consolidada y todos en el ministerio creían que sería él el próximo jefe de aurores del cuartel de Inglaterra, en el ámbito profesional tenía todo lo que quería.

Él era un joven apuesto, poseía un físico nada extraordinario pero trabajado dado a los frecuentes ejercicios que realizaba para su carrera. Era un chico afectuoso, responsable y caballeroso, cualidad que embobaba a muchas mujeres. Era un tipo enamorado de la simpleza de la vida, sencilla y gentil. Seguía siendo el mismo Harry. Ron y Hermione Weasley seguían siendo sus mejores amigos, que si bien ambos se habían casado hace un par de años y fruto del amor que se profesaban habían tenido una hija, Rose Weasley quién por supuesto era ahijada de Harry. Él pasaba sus ratos libres con sus amigos, a veces visitaba a los señores Weasley en la Madriguera, o se limitaba a estar en casa con su padrino.

Sí, Sirius Black vivía con él desde la promesa que se habían pactado desde su tercer año en Hogwarts desde aquel entonces ya no se separaron, y Harry ya no sabía que tan bueno era eso.

En ese instante estaba por llegar a su casa, cruzó la verja y caminó por el jardín, con un simple movimiento de su varita la puerta de su casa estaba abierta para él. Pero al poner un pie dentro de la sala deseó haber dicho mal el conjuro. Un nubarrón rubio seguido de uno castaño pasaron rápidamente frente a sus ojos. Él último era por supuesto el de su padrino desnudo.

― ¡Sirius! ― Exclamó un Harry escandalizado.

― ¡Mierda! ― El animago tomó lo primero que encontró para cubrirse que fue un cojín con figuras de snitches. Ambos escucharon un gritito que fue ahogado por un portazo ― ¿qué se supone que haces aquí?

― Es el lugar donde vivo, ¿no?

― Lo sé, pero ¿y el cuartel?

― Hace una hora y media finalizó el horario... debí hablar yo con el ministro y justificar tu "rubia desaparición" del cuartel. Kingsley necesitaba hablar algo urgente contigo, pero tú saliste antes del cuartel.

― No sabía que quería hablar algo conmigo... yo debía tratar otros asuntos...

― ¡Tener sexo con una de tus amigas! ― Le recriminó.

― Para el discurso ahí crío...

― ¿Cuándo vas a madurar?

― Me decepcionas muchacho, ¿dónde están tus genes de merodeador? ¡donde los dejaste! tu padre estaría a punto de sufrir un trauma ante tu desvergonzada forma de actuar ― A pesar de la seriedad que Harry quería aparentar rió igualmente.

― Eres imposible, esa mujer debe tener mi edad.

― Deberías seguir mis pasos, cachorro.

― Sirius, en dos semanas me caso con Sophie ― Insistió Harry

― No me lo recuerdes ― Repuso Sirius con expresión melodramática llevándose una mano al pecho. Harry rió.

― ¿Ha llamado Sophie?

― ¿Me viste cara de secretario, mocoso?

― No Sirius... que molesto te pones, has estado toda el día aquí ¿no?

― Pues no, ese aparato no ha sonado.

― Es extraño ― repuso ceñudo.

― ¿Qué cosa?

― Que Sophie no llame... ― Sirius soltó una carcajada y Harry le lanzó una mirada asesina ― ¿de qué te ríes tarado?

― ¿Extrañas a tu novia?

― Prometida ― Le corrigió con desdén.

― ¿Estás seguro en querer continuar con esto? ― El chico lo miró a los ojos y un brillo suplicante se apoderó de su mirada. Ya sabía a que se refería su padrino y no quería tocar el tema.

― Es lo que debo hacer y punto.

― Punto las pelotas... te estás equivocando, Harry.

― Claro que no Sirius... ― El joven compuso una expresión confusa, debía evitar el tema a como diera lugar. ― ¿te puedes vestir? es hilarante hablar con mi padrino en pelotas. Vuelvo en cinco minutos y por tu bien me desharía de esa amiga e iría a hablar con el ministro.

― Sí cachorro, no te preocupes.

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Veinte minutos más tarde Harry volvió a la casa y encontró un pergamino en la mesa de centro que había en la sala

Querido Cachorro:

Seguí la juerga en un motel... no te preocupes solo fueron unos minutos más. No podía dejar a mi chica con las ganas de conocer a "Canutín" Ya estoy en el ministerio y me dirijo a hablar con Kingsley. Cenamos juntos, ahijado. Te quiero

Canuto

PD: Cocina delicioso.

Harry lanzó el pergamino hacia la mesa de centro esbozando una sonrisa, su padrino jamás cambiaría. Fue hasta su habitación y de duchó durante varios minutos. Instantes más tarde salía del baño con una toalla blanca atada a la cintura y caminaba en dirección al armario, comenzó a escoger una ropa cómoda y no reparó en que una hoja blanca había caído de entre sus ropas. Hasta que estuvo completamente vestido pudo observar un papel blanco tirado en el suelo.

No era un simple papel. Era una fotografía de hace unos cuantos años atrás. Su corazón latió con la fuerza de mil caballos, los inocentes recuerdos que poseía arremetieron sin piedad y la distancia se redujo en centímetros y pudo sonreír.

Siempre estuvo enamorado de la chica de la fotografía, desde que vio esa mirada brillante y expectante, y ese cabello que le resultaba deslumbrante. Definitivamente toda la vida había amado a la hermana de su mejor amigo, a Ginny Weasley. Y en tres años no había visto a esa persona tan importante para él, tres largos y repudiados años sin esa pelirroja en su vida. Hace tres años ella se había ido con otro, dejándolo sin vida aparente. Ella se fue sin importar dejar a su familia, todo por correr a los aborrecibles brazos
de Dean Thomas, el hombre que Ginny siempre había amado.

Con el tiempo él y Ginny construyeron una amistad que dio paso a que Harry se convirtiera en el confidente de la menor de los Weasley. Él había sufrido cuando ella le comentaba sus aventuras amorosas con el joven "Oh Harry, Dean me besó" "Oh Harry, Dean me pidió ser su novia" "Oh Harry, Dean me pidió que nos pusiéramos las ilusiones" "Oh Harry, Dean me hizo el amor" "Oh Harry, Dean me propuso vivir juntos"

Él había escuchado eso y debía fingir felicidad y comprensión ante su amiga... aunque todo el mundo supiera, hasta la misma Ginny, lo enamorado que Harry estaba. A ella no le importó confesarle sus secretos íntimos y él se contentaba con verla feliz. Del mismo modo en que él estaba buscando su felicidad en manos de otra. Miró la fotografía donde una bonita pelirroja saludaba a la cámara y luego reía a carcajadas. Suspiró condenadamente... esa mujer solo necesitaba reír para volverlo loco.

El teléfono sonó y él dio un respingo aún con la foto en la mano se dirigió hasta la sala y tomó el auricular.

― ¿Bueno?

― ¡Harry! mi amor, ¿cómo estás? ― Exclamaba una emocionada voz.

― Sophie... mi amor, estoy bien ¿Cómo estás tú?

― Bien, pero te extraño demasiado. Mi hermana y madre me traen vuelta loca escogiendo el vestido apropiado.

― Pues diles que con cualquier vestido te verás hermosa.

― Gracias cielo ― A Harry le pareció ver el sonrojo de su novia ― ¿cómo están las cosas en el ministerio?

― Bien, sin novedad

― Te extraño, amor.

― Yo también cielo.

― Faltan aún dos semanas para mi matrimonio... ¡Es tanto tiempo! ― Harry sonrió

― Aprovecha estos días con tu familia, cariño, solo son catorce días más.

― Catorce días... y solo fue ayer que dejé Inglaterra y parece que no te viera hace años. ― Repuso ella con voz acongojada.

― Exagerada ― Sonrió.

― Te amo, Potter.

― Te amo, Sophie.

― Mañana te llamo.

― ¿Mañana?

― Sí, más tarde tengo una cita con el diseñador.

― Que divertido ― Ironizó.

― Gracioso ― Alguien tocó la puerta desesperadamente y Harry consultó la hora en su reloj pulsera. Eran las 19:00 horas en punto.

― Están tocando la puerta Sophie... mañana hablamos.

― Por supuesto... te amo.

― Yo también... adiós.