Una broma del destino
una melodía acelerada
en una canción que nunca acaba


Capítulo I

Perdida toda esperanza


La mano de Harry estaba inmóvil alzada en un adiós.

Estará bien —murmuró Ginny.

Cuando Harry miró hacia ella, bajó la mano ausentemente y se tocó la cicatriz en forma de rayo en su frente.

Lo sé.

La cicatriz no le había dolido a Harry en diecinueve años. Todo iba bien…

De pronto, un trueno estridente rompió la tranquilidad del día y un rayo surcó el firmamento haciendo parecer que se partía. Harry miró de nuevo hacia Ginny, quien estaba observando el cielo. Escucharon el tren pararse en seco; las ruedas hicieron un sonido endemoniado al detenerse tan sorpresivamente sobre las vías. Harry quiso tomar su varita pero tan pronto como la cogió se incendió entre sus dedos. Un nuevo rayo hizo que el cielo se vistiese de rojo. Ginny corrió hacia el tren; Harry quiso detenerla pero no lo logró. En cuanto la pelirroja subió, el tren explotó quemando todo a su alrededor. Increíblemente, Harry salió ileso.

Podía oler el olor a piel quemada. La sangre chorreaba por todo lo que había sido el andén. Lo rodeaban cuerpos quemados. Un nuevo trueno y luego la lluvia. Estaba caliente. Harry tomó una gota entre los dedos. Con horror, se dio cuenta de que no era agua, era sangre. El líquido que le bañaba, espeso y caliente, era sangre.

Le empezó a faltar la respiración, los latidos del corazón se le aceleraron cada vez más y le fue imposible tomar aire… Hasta que desfalleció y cayó al suelo.

—¡NOOOOO!

Harry se despertó temblando. Jadeaba ferozmente hasta que se dio cuenta de que en realidad a su cuerpo no le hacía falta más aire. Poco a poco, empezó a normalizar su respiración. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba en su habitación…

De nuevo esas malditas pesadillas. Harry las conocía demasiado bien. Las tenía desde hacía muchos años, diecisiete para ser exactos. Las peores eran aquellas que le daban esperanzas de un final feliz y luego se tornaban terroríficas. A veces eran sólo él, Ron y Hermione, sin hijos; otras era Ginny o cualquier otra mujer; de vez en cuando era un hombre al que no podía verle el rostro pero que sostenía su mano. Había niños, por lo regular siempre los había. En ocasiones eran sus hijos, en otras sólo eran los hijos de Hermione y Ron o un ahijado que nunca conoció. Harry no recordaba todas las combinaciones pero sí recordaba el final de todas: destrucción y muerte. Tal y como la guerra terminó en realidad.

Se levantó de la cama y se fue directamente a la ducha. Sentía el cuerpo pegajoso pero, más que eso, era como si la sangre en realidad le hubiera empapado. Se frotó la piel con fuerza hasta que se sintió más limpió. Se vistió con su acostumbrada túnica negra y salió hacia el ministerio. Aún era temprano pero sabía que no tenía nada más importante que hacer. Tal vez el trabajo podría distraerle.

Caminó por el gran pasillo que llevaba a los elevadores. Su oficina estaba en el último piso, justo al lado de la oficina del ministro. Harry la abrió, descorrió las cortinas y empezó a revisar los asuntos pendientes sin detenerse. Aún podía recordar la mirada feliz que Ron tenía en su pesadilla, lo orgulloso y satisfecho que se veía. Harry cerró los ojos, apartó la imagen de su cabeza y se obligó a concentrarse en el trabajo. Era fácil perderse en él; había demasiado que hacer, sobre todo desde que el ministro estaba enfermo.

—¿Jefe Potter? —Harry levantó el rostro de sus papeles cuando escuchó la voz de su secretaria—. Señor, ¿a qué hora ha llegado? —La voz de la mujer era un poco estrangulada. Era evidente que tenía miedo a una reprimenda por llegar tarde.

—Evidentemente más temprano que usted, señora Dench. —La mujer tragó saliva—. Pero no se preocupe, ya debería estar acostumbrada. Siempre llego antes que todos y me voy mucho después.

—Claro, señor —dijo la mujer con la voz aún más estrangulada—. ¿Necesita algo?

—Un café. Negro y sin azúcar. —La anciana mujer se dio media vuelta—. Señora Dench, quiero que me tenga listos todos los informes de los impuestos del callejón. —La señora Dench volteó de nuevo mirando a Harry con cierta incredulidad.

—Jefe…, hoy esperaba salir un poco más temprano para despedirme de mi nieto. Es el cumpleaños de mi hija y…

—Qué bien. Entonces espero que termine lo más pronto posible con ese reporte. —Harry regresó su atención a los documentos sobre el escritorio—. Le recomiendo que no pierda el tiempo en platicas inútiles con sus compañeros.

Cinco minutos después, Harry tenía una taza con café humeante sobre su mesa. Su secretaria le había dedicado una mirada desdeñosa pero a Harry eso no le importaba, necesitaba ese informe para adjuntarlo a los que tenía que mostrarle a Dumbledore. Harry le dio el primer trago a su café y suspiró pesadamente. El primer ministro Albus Dumbledore. Harry se frotó el rostro y giró la silla para mirar el cromo nublado que hoy había en su ventanal.

Él había destruido los horrocruxes y a Voldemort y con ello había traído un nuevo mago oscuro para gobernar el mundo: Albus Dumbledore. ¿Cómo había sucedido? Harry no lo sabía.

Después de acabar con Voldemort, Dumbledore regresó de la muerte y salió de la tumba blanca. Al principio todos estaban sorprendidos pero felices, después de todo era Dumbledore, el mejor mago de la historia. Harry fue uno de los emocionados, de los que nunca temieron ni desconfiaron. Lo había perdido casi todo, había luchado por los ideales de ese hombre y verlo vivo de nuevo sólo le hacía sentir feliz.

Dumbledore se sugirió de inmediato como ministro de magia. El ministerio estaba prácticamente destruido y la sociedad mágica era una ruina total después de la guerra así que pocos dijeron que no, pocos o casi ninguno pensó que aquella podía ser una mala idea. Harry ni siquiera lo dudó; apoyó a Dumbledore en su decisión. Y ése fue el principio del fin.

Dumbledore, como ministro, empezó a promover nuevas órdenes y pasó de ser un ministro de magia temporal a ser un ministro de magia vitalicio. Dumbledore le había dicho a Harry que la sociedad mágica no podría sobrevivir sin él y Harry se lo creyó porque no tenía más en quien creer, porque pensaba que Dumbledore jamás le fallaría. En aquel momento muchos protestaron y Albus convocó de nuevo al Ejército de Dumbledore para detener los levantamientos. Poco a poco, Harry y los demás detuvieron todos los focos de violencia e intentos de derrocamiento. Ya en aquellos años, algunos miembros del Ejército de Dumbledore manifestaron su disconformidad, entre ellos Ron y Hermione. Harry no quiso oírlos porque pensaba que Albus tenía sus motivos y que no debía de cuestionarlos.

Todo cambió cuando Dumbledore mandó a arrancar a los niños magos de sus casas desde su nacimiento. No importaba que fuesen hijos de muggles o de magos, Dumbledore los quería desde pequeños instruidos en magia. El Ejército estuvo completamente en contra y todos se rebelaron en contra del ministerio, en contra de Dumbledore. Harry se encontró entre la espada y la pared. Tenía que elegir y lo hizo. Se quedó con su mentor, con la persona que le había dicho que era la única familia que le quedaba. Se quedó con Dumbledore.

Lucharon para calmar las rebeliones mientras, paso a paso, se instauraba el totalitarismo en la sociedad mágica teniendo como cabeza a Dumbledore. Después de formar la sociedad mágica tal y como la quería, Dumbledore decidió derrocar la sociedad muggle. Cayeron de inmediato. Opusieron muy poca resistencia cuando vieron lo que los magos eran capaces de hacer. Algunos magos seguían rebelándose pero Dumbledore sabía cómo mantenerlos a raya; Harry le servía para eso.

Diez años después, el mundo era exactamente lo que Dumbledore había querido y dejó de ser el ministro de magia vitalicio para ser primer ministro mundial. Los muggles habían sido rebajados a clase trabajadora, los magos con menor potencial les seguían en la cadena (habían servido muy bien de carne de cañón en todas las luchas contra los rebeldes), luego venían los magos más sobresalientes y, por encima de todos, Dumbledore manejando todo como mejor la parecía.

Los rebeldes, comandados por Neville, fueron los antiguos héroes de guerra, muchos de ellos también antiguos amigos de Harry. La mayoría ya estaban muertos, caídos en las batallas. Harry no sabía al cien por cien cuántos quedaban. Sin embargo, sí que podía recordar los rostros de las personas que habían caído por su mano. Entre ellos, todos los Weasley, incluyendo a Ron.

Harry no se enorgullecía, sabía que se había equivocado al elegir, pero ya no había marcha atrás, no después de todo lo que había sucedido y cómo había sucedido.

Soltó un gran suspiró y se terminó el café. Ésta era ahora su realidad: era un traidor, un asesino, el ejecutor de un juez cruel. Estaba más que bañado en sangre, estaba condenado en vida. Los ojos se le llenaron de lágrimas, las mismas lágrimas que siempre amenazaban con salir cuando recordaba. Evitó, como siempre, que salieran. Con las manos temblorosas regresó al trabajo. No quería pensar, no quería recordar. No podía llorar.

—Jefe Potter, aquí está el informe. —Harry levantó los ojos y miró el cansancio pintando en el rostro de la mujer mayor. Miró su reloj; aún era temprano, dos horas antes de su salida habitual.

—Bien, puede irse.

—Gracias, jefe. —Harry asintió distraídamente mientras miraba el informe. Sin embargo, la mujer no se marchó de inmediato.

—¿Sucede algo? —La mujer boqueó.

—¿Lo va a revisar y adjuntar ahora? —Harry enmarcó una ceja sin decir nada. La mujer se aclaró la garganta y lo miró con cierto cariño—. Es demasiado trabajo, señor. Es… Sólo eso…

—Le agradezco su preocupación, señora Dench, pero por lo regular hago lo que me da la gana con mi tiempo. Retírese.

La mujer asintió y salió apresurada. Harry sabía que la señora Dench le tenía algo de aprecio. Hacía cinco años que era su secretaria y poco a poco se había acostumbrado a su humor agrio. Pero a Harry le molestaban las ocasiones en las que la mujer lo miraba con algún atisbo de cariño.

Cuatro horas después, Harry terminó el informe para Dumbledore. El ministerio estaba casi desierto; sólo quedaban las personas de vigilancia, que lo saludaron cuando salió de su oficina. Pensó en llevarle los papeles al primer ministro pero sería una pérdida de tiempo, seguramente Dumbledore ya estaba dormido. Decidió caminar por las calles de Londres. Ahora eran los magos los que lo manejaban todo y ya no había necesidad de esconderse o de no aparecerse.

Después de avanzar unos metros se detuvo; sentía como si alguien lo estuviese siguiendo. Dumbledore necesitó diez años para llegar a consolidar su poder y ahora, después de nueve años más, Harry aún tenía que cuidarse las espaldas. Siguió caminando. Al llegar a una esquina se giró. Ya tenía el hechizo en la mente y estaba dispuesto a usarlo cuando escuchó una voz que jamás pensó oír de nuevo diciendo su nombre sin rencor.

—Harry, no voy a atacarte. —La sangre se heló le cuando escuchó la voz de Hermione—. Hay un bar en la siguiente esquina. Entra y ve directamente hacia la parte trasera. Encontrarás un callejón en el que podremos hablar. —Harry lo pensó un momento. Podía ser una trampa, una gran trampa que lo pondría en manos de los rebeldes—. Se lo debes, Harry. —Esas palabras… Él sabía a quién se refería.

Caminó hacia el bar sin detenerse. El lugar estaba lleno. A pesar de ser conocido por todos, Harry estaba casi seguro de que la gente no le prestaba demasiada atención. Caminó hacia la puerta de atrás, salió y se encontró con un callejón negro y vacío. A los pocos segundos vio a Hermione salir de una capa de invisibilidad. Dumbledore las había prohibido y mandado destruir todas las que existían, aunque evidentemente no habían hecho un buen trabajo.

—Guardamos algunas. Las usamos muy poco porque son un arma demasiado valiosa como para desperdiciarla —le dijo Hermione como si hubiese adivinado los pensamientos de Harry.

Tenían dieciocho años sin verse, por lo menos así de cerca. Las veces que se lo habían hecho desde entonces había sido en alguna batalla. Hermione había envejecido, se veía mayor de lo que en realidad era; había marcas de expresión profundas en su rostro pero, sobre todo, sus ojos eran menos brillantes. En ellos había desafío, lucha interna, pero también una decisión. Harry se preguntaba cuál podría ser.

—Lo que has hecho ha sido muy arriesgado. —Hermione se irguió delante de Harry mirándolo intensamente.

—¿Aún piensas que elegiste bien? —le preguntó. Harry tragó saliva y fijo sus ojos en los de Hermione.

—No. Lo supe hace mucho pero era demasiado tarde. —Hermione asintió.

—¿Fue antes o después de haber asesinado a Ron?

Cinco años después del regreso de Dumbledore las luchas contra los rebeldes eran constantes. Hubo varios ataques y el ministerio se tambaleaba. Harry buscaba la forma de darles un buen golpe y así fue como llegó a un traidor de los rebeldes. Era un mago joven que quería dinero y una buena posición y que estaba cansado de luchar sin descanso y de ser marginado por el ministerio. Le dio información: una reunión en un bosque al norte de Escocia.

Harry, acompañado de numerosos magos especialmente capacitados, encontró el lugar y atacó. Les dio a los Weasley la oportunidad de irse; sólo quería que le entregaran a Neville. Ellos se negaron. Habrían muerto muchos más si los Weasley no se hubiesen quedado a luchar. Harry intentó no levantar su varita contra los miembros de esa familia y lo logró. Sin embargo, los magos que le acompañaban eran muy capaces y lograron herir a Billy y al señor Weasley. Harry sintió que la vida se le escapaba pero tuvo que continuar; Dumbledore se lo había pedido.

Harry iba por Neville. Sabía que capturarlo serviría para calmar la rebelión, con un poco de suerte tal vez acabarla. Entre hechizos lanzados y cuerpos cayendo, Harry logró ver a Longbottom luchando contra otro mago. Corrió hacia él dispuesto a capturarlo, sin embargo, antes de alcanzarlo, Ron se interpuso entre ellos. Harry no quería tener una pelea con Ron, así que lo desarmó y encaró a Neville. Pero Ron no se dio por vencido y Harry se encontró luchando contra ambos, Ron y Neville. Eran diestros, los años de lucha habían incrementado sus habilidades. Querían su cabeza y Harry estaba en verdadero peligro. Fue entonces cuando se decidió: tenía que acabar con Neville y así darles una lección a los rebeldes.

Aun con los años, Harry no podía olvidar como ocurrió todo paso a paso. Se había escondido tras un pilar mientras Ron y Neville le buscaban. Justo cuando tuvo a Longbottom en una posición cómoda, salió de su escondite y le lanzó la maldición. Nunca, jamás imaginó que Ron se cruzaría en el camino de la maldición. De repente, su amigo, su mejor amigo, yacía muerto frente a él.

Harry también recordaba lo sucedido después: la mirada de odio de Hermione, la maldición saliendo de la varita de Neville directamente hacia él, terminar siendo salvado por uno de sus hombres, alguien sujetándolo la muñeca y el tiro de la desaparición. Harry nunca había sentido tanto asco por sí mismo como aquella noche, como todas las noches después de esa. Dumbledore estuvo especialmente trágico cuando se le informó. Reconfortó a Harry diciéndole que había sido necesario, que ellos sólo querían el bien para todos y que los rebeldes tenían que entenderlo de alguna forma. Sin embargo, Harry se sentía destruido, muerto y vacío.

Hermione tenía razón, ese evento había sido la muestra perfecta de lo equivocado que estaba. Pero su arrepentimiento no le regresaría la vida a Ron, ni a nadie. Era demasiado tarde para abandonar a Dumbledore y demasiado tarde para unirse a los rebeldes, ellos jamás lo aceptarían. Harry perdió cualquier esperanza aquella noche.

—¿Importa? ¿Hay alguna diferencia? Lo siento, Hermione, pero hace mucho que me equivoqué y ya no hay marcha atrás. Tus reclamos, aunque justificados, son inútiles. —Ella asintió y se humedeció los labios en un claro intento de calmarse.

—¿Y si hubiese marcha atrás? —Harry notó de nuevo el desafío en la mirada de Hermione.

—No la hay. No me uniré a ustedes. Hay demasiado odio de por medio. Incluso en ti, justo ahora, intentando ser civilizada conmigo, puedo notar todo lo que me odias, todo lo que te gustaría decirme esas palabras hirientes que se te quieren escapar de la boca.

—No quiero que te unas a nosotros. Neville te cortaría la cabeza justo antes de que ni siquiera pudieras decir que lo sientes. —Harry se estremeció—. Quiero que regreses, Harry. Quiero que cambies todo lo que salió mal. —Harry no entendía.

—¿A qué te refieres? —Hermione miró al principio del callejón.

—Ven mañana a este lugar. —Le dio una nota con una ubicación—. Te lo repito, no es una trampa y se lo debes más que a nadie. Lo tienes que hacer por él.

Hermione desapareció justo después de acabar de hablar. Harry hubiese pensando que era una jugada de su imaginación pero se aferró a la nota en su mano como la prueba de que el encuentro había sucedido de verdad. Unos segundos después escuchó unas fuertes pisadas que llegaban de la entrada del callejón. Era uno de los aurores que patrullaba la zona.

—Señor, ¿está bien? Nos informaron de que lo vieron salir de este bar y pensamos que podía estar en…

—Largo —dijo Harry caminando hacia la calle—. Quiero estar solo. Y no se te ocurra seguirme.

Esa noche Harry no pudo dormir. Cada vez que cerraba los ojos su mente se llenaba de imágenes de las batallas contra sus amigos: el cuerpo de Ron cayendo inerte, Dean gritando enloquecido por una maldición cruciatus... Lo peor era el llanto de los niños cuando eran arrancados de los brazos de sus padres. Harry se pasó la mitad de la noche pensando en qué podría ser lo que Hermione quería de él.

Regresar… ¿Sería posible hacerlo? Reescribir la historia de una forma en la que todo terminase con un final feliz. Harry pensaba en ello pero era un sueño inalcanzable. No se puede regresar.

Cuando salió el sol, Harry decidió actuar con normalidad. Esa mañana tenía que reunirse con Dumbledore para darle el balance mensual del ministerio. Decidió que debía hacer las cosas como siempre porque, si Dumbledore llegaba a sospechar, haría cualquier cosa por evitar su encuentro con Hermione. Se vistió con su habitual color negro, cogió los pergaminos y se apareció en la mansión que ahora ocupaba Dumbledore: la antigua mansión Riddle.

Él era la única persona con acceso, la única que podía aparecerse dentro ya que, según Dumbledore, ellos eran familia y siempre se tiene que confiar en la familia. La figura de Dumbledore se alcanzaba a vislumbrar entre la oscuridad de la recámara. Harry descorrió las cortinas con magia y miró al viejo. Diecinueve años no pasaban en balde.

—Harry, muchacho, acércate. Has llegado temprano. —Dumbledore apareció un reloj de arena y frunció el ceño—. Mis disculpas, soy yo quien no ha estado a tiempo. Últimamente me cuesta más levantarme. —Harry se sentó en el sillón de al lado de la cama, entregó los pergaminos al viejo y esperó mientras los revisaba—. Todo va de maravilla y eso es muy bueno, sobre todo ahora. —Harry se extrañó.

—¿Ahora? ¿A qué se refiere, profesor? —Era una vieja costumbre. Harry no podía dejar de llamarle así y Dumbledore parecía aceptarlo, nunca le había dicho nada sobre eso.

—Me estoy muriendo, muchacho. —Harry negó de inmediato. Con los años lo había odiado tanto como lo había admirado y le era casi imposible pensar que pudiese morir.

—Claro que no, señor. Usted tiene que ser nuestro ministro para siempre. —Dumbledore negó y pareció no notar la amargura en lo que Harry había dicho.

—Ya no. Hemos estado en guerra todo este tiempo, Harry, y eso poco a poco me ha agotado. Estoy tranquilo, logré lo que quería y —los ojos azules de Dumbledore parecieron resplandecer—, te tengo a ti. Serás un digno sucesor, sabrás seguir con mi obra. Tienes muchos años por delante, Harry. —Potter negó de nuevo. No podía morir, Dumbledore no podía dejarlo en ese mundo con la responsabilidad de continuar esa obra retorcida y asquerosa. Dumbledore no podía heredarle ese mundo enfermo y resentido—. Será mi legado para ti, hijo. Sé que no ha sido un camino fácil pero era el camino necesario para llegar hasta aquí. Harry, la sociedad nos necesitaba, sin nosotros hubiesen estado perdidos. La magia es el mayor valor que existe y nosotros hemos logrado que prevalezca.

Harry sabía que Dumbledore estaba diciéndole algo pero él no escuchaba. Las lágrimas que no había querido derramar durante años empezaron a fluir solas sin que él lo notara. Se imaginó en ese mundo, siendo la cabeza de todo, el amo y señor. Tuvo que aguantar las arcadas. No, él no era Dumbledore, él no podía hacerlo. Estaba asqueado de su vida y odiaba como nunca al viejo que estaba frente a él pero, a la vez, deseaba que no muriera nunca, que jamás obtuviese el descanso que da la muerte. Lo quería como el vigilante permanente de su enfermiza obra.

—¿Puedo retirarme, profesor? —Dumbledore asintió. Harry sabía que había intentado entrar en su mente pero que había sido inútil. Hacía años que había levantado una barrera impenetrable. Y, era cierto, el viejo estaba demasiado débil como para intentarlo de verdad.

Harry se apareció en una calle indeterminada de Londres y vomitó casi de inmediato. Quería llorar, gritar, destruirlo todo. Se calmó en cuanto sintió que su magia empezaba a salirse de control. Respiró profundamente esperando, rogando por que Hermione tuviese la respuesta que él quería. El resto del día se aferró a esa idea, a esa esperanza que, al final, era ya lo único que le quedaba.


Se apareció a la hora indicada en el lugar que Hermione le había señalado en la nota. Era una bodega abandonada. Harry tenía una extraña sensación pero se obligó a permanecer tranquilo. La oscuridad nunca le había gustado, tal vez era un remanente de su vida con sus tíos durmiendo dentro de una alacena.

Sintió la aparición de alguien y se alertó de inmediato; la figura era demasiado fornida para ser Hermione. Harry pensó inmediatamente en una emboscada, y tal vez era lo mejor. Prefería morir a manos de los rebeldes que ser el sucesor de Dumbledore. La figura fue acercándose. Cuando pudo distinguirla más claramente, al principio no reconoció al hombre pero cuando sus ojos se encontraron Harry se estremeció. Era Neville, su enemigo número uno, el tipo que pondría fin a su vida.

—Así que te ha enviado para matarme. —Neville también se veía mucho mayor de lo que era. Su barba tenía unas partes encanecidas y su pelo corto también mostraba un poco el paso acelerado de la edad.

—De hecho, me ha enviado a darte una oportunidad. —Le tendió una nota. Harry lo estudió por un momento. Neville era mucho más alto que él, su cuerpo era más fornido y sus facciones se habían endurecido con los años. No quedaba nada del chico gordito y temeroso que Harry había conocido.

—¿Dónde está Hermione? —Neville dio un paso más hacia él.

—Muerta. —Harry se permitió soltar un jadeó de sorpresa—. Una maldición oscura la consumía poco a poco desde hacía meses. Se intentó sanar pero era inútil, así que empezó a trabajar en un proyecto especial para ti. —Harry negó. Aún no se había recuperado de la noticia—. Ella seguía creyendo que tú eras el elegido, me lo decía todo el tiempo. Irónicamente, ella creía en ti. —Harry se humedeció los labios para evitar llorar. Bajó el rostro y abrió la nota.

Para este momento, Neville ya ha debido decirte que estoy muerta. Eso no es lo importante, lo importante es que he logrado descubrir la forma de mandarte de regreso. No será un viaje en el tiempo como los que conocemos sino algo más complicado, algo que me ha llevado todo este tiempo.

Regresarás a sexto curso. Desafortunadamente no te puedo decir a qué momento, sólo sé que será antes de que Dumbledore te hable de los Horrocruxes. Recordarás todo, Harry, tendrás tu memoria, podrás recordar estos diecinueve años y espero que nunca olvides cada error. Es el momento de que enmiendes todo lo que salió mal.

Sólo hay una oportunidad, sólo una para recuperar todo lo que hemos perdido. Sólo hay una oportunidad para regresar a Ron.

Harry dobló la nota. Sentía de nuevo la responsabilidad del mundo sobre sus hombros. Quería que el terror se fuera pero no sabía cómo.

—¿Y tú? ¿También crees que lo soy? —Harry tenía que preguntar. Quería saber desesperadamente si aún le quedaba un vínculo con alguien vivo. Neville se encogió de hombros.

—Hermione siempre fue más inteligente que todos nosotros y si ella creía en ti a pesar de todo lo que le hiciste, ¿qué podía decirle? Antes de morir me obligó a perdonarte. Esa fue su última voluntad. —Harry vio a Neville tensarse, como si hubiese sido un gran esfuerzo. Longbottom extendió su mano izquierda y le entregó a Harry algo que parecía un giratiempo pero más grande y con unas inscripciones—. No me preguntes cómo lo hizo pero esa cosa te trasladará al pasado. No es un giratiempo, es otra cosa, algo que Hermione inventó. Es un viaje astral o algo así según ella me explicó de manera que pudiese entenderlo.

—Pero… ¿qué diablos quería con esto? —explotó Harry aún sabiendo que Neville no le respondería—. ¿Qué se supone que tengo que hacer? —Harry elevó la voz. Se sentía frustrado, solo e inútil.

—Sólo tienes que darle vuelta. Hermione lo dejó listo para regresar a sexto curso, no sé exactamente a qué momento. —Harry asintió. Podía notar el gran esfuerzo de Neville para no darle un golpe.

—¿Y después? —Neville negó.

—No tengo ni idea. Hermione dijo que eras lo suficientemente inteligente como para descubrirlo tú solo. —De pronto, Harry se sintió mareado y con ganas de que Neville lo asesinara.

—No puedo, Neville. Esto es demasiado. Yo… Joder… Lo siento tanto… —Neville arremetió contra Harry acorralándolo contra la pared.

—Lo harás. Regresarás y terminarás con esta locura antes de que empiece. —Neville lo soltó un poco y luego reafirmó su agarre golpeando a Harry contra la pared—. A donde vas hay un montón de chicos y adultos que en el momento indicado te seguirán hasta la muerte, ¿lo entiendes? En el pasado todos éramos unos estúpidos que jamás hubiésemos cuestionado las intenciones de Dumbledore. Allí hay un Neville idiota que te admira y respeta más que a nadie en el mundo, un imbécil que quiere ser como tú. Esta vez, Harry, no lo podemos arruinar. Si tienes éxito, si de verdad lo logras, nada de esto existirá. Nada de sufrimiento, nada de terror, nada de este mundo enfermo y agonizante. Hermione te perdonó, Harry, y además te dio una oportunidad de reescribirlo todo de nuevo. —Neville se tragó el nudo de la garganta y miró a Harry a los ojos a la vez que aflojaba su agarre—. Yo también me estoy muriendo, de la misma maldición que ella. Dentro de unos meses dejaré a los rebeldes sin líder. Los que quedan son casi unos niños y esto es lo que les dejaremos como mundo, un campo de batalla donde tendrán que pelear a muerte sin saber exactamente por qué.

Neville lo dejó pensar. Harry miró el extraño artefacto entre sus manos y se decidió. ¿Qué podía ser peor? Muy pocas cosas, si era sincero consigo mismo.

—Tienes razón. Es hora de pagarles todo lo que les debo. —Neville dibujó la mueca de una sonrisa. Harry estaba seguro de que era lo más cerca que Neville había estado de sonreír.

—Me tranquiliza —dijo ausente, como si en realidad no quisiera decírselo a Harry sino a sí mismo—. Tenía miedo de dejar a Scorpius solo en medio de esta pesadilla. —Harry entrecerró los ojos.

—¿Scorpius? —le preguntó. Neville asintió apareciendo una botella de whisky de fuego. La abrió, le dio un gran trago y luego se la ofreció a Harry.

—Es el hijo de Draco. —Harry sintió un peso instalándose en su estomago. Los Malfoy se habían unido a los rebeldes. Harry había capturado a Lucius pero el mayor de los Malfoy se había envenado antes de llegar a la sala de interrogatorio. Narcissa había muerto en una batalla y Draco… Harry había terminado con él. Había sido un digno adversario, fiero y decidido, que había dado su vida por proteger a los demás. Quién le hubiera dicho que con los años admiraría el valor de Draco Malfoy—. Tiene doce años y es un gran chico. Lo quiero como si fuera mi hijo. Al final quise mucho a sus padres. —Harry sonrió con amargura.

—Terminaste siendo amigo de Draco Malfoy. De hecho, Malfoy terminó siendo mejor héroe que yo. —Neville también sonrió. Parecía estar evocando algo, pero luego se tornó serio de nuevo.

—Debes volver. Encuentra una manera para que esto no acabe así. —Harry asintió. Lo de Neville había sido casi una amenaza. No sabía cómo pero tenía que lograrlo—. Debes acabar con Voldemort mientras intentas descubrir cómo pudo regresar Dumbledore y evitar que suceda.

Aún pensaba que podía ser una trampa, que ese extraño objeto podría hacerlo explotar pero, de nuevo, poco importaba. Le dio un último trago a la botella y suspiró sonoramente antes de hacer girar el artefacto. De pronto, se sintió envuelto en una magia nueva y la bodega se fue borrando ante sus ojos. Neville dejó de ser solido para volverse una bruma. Harry se sintió mareado, cerró los ojos intentando olvidar la sensación vertiginosa y luego todo terminó. Cayó al suelo sin poder respirar y perdió el conocimiento.


Pues aquí estoy de nuevo. Extrañaba mis viernes, ya saben, la mujer viernes jejejejeje. Y también extrañaba a este fandom que me vio nacer. En me conocen más por mis fics de Glee pero en realidad empecé escribiendo historias de Harry Potter y aquí vamos de nuevo, esperando que les guste y que semana a semana me acompañen comentando.

Además es el primer longfic de Potter donde Winter me acompaña como beta. Empezamos hace un poco más de un año con un personaje que se gano el cariño de las dos y al que no podemos dejar. A mí personalmente me está costando un poco regresar pero me la he pasado leyendo historias del Potterverso y cada día me enamoró más de esas historias, de estos personajes así que escribir se hace más fácil, sobre todo por las ganas que tenía de retomar los fics de éste universo que fue mi primer amor.

Para Winter, como siempre, mi eterno agradecimiento. Saben, acaba de regresar de vacaciones y ya la estoy explotando. La tengo trabajando a marchas forzadas, espero que un día no se canse y me bote o me ponga una queja en la sociedad de betas maltratadas porque la verdad es que la hago sufrir con mi mente facilona. Por eso le agradezco que sea, no sólo mi beta; también mi amiga conspiradora, mi amiga trasformada en pirata, mi beta viernes, mi mentora en el fino arte de las pociones.

Aquí nos veremos cada vienes con un capítulo. Gracias por leer, pero sobre todo, por tomarse uso minutos y comentar.