¡Holiiiis! Aquí yo reportándome para amargarles la vida con más sucesos extraños.

Una advertencia: una parte de este capítulo está escrito en primera persona, narrado por nada más y nada menos que nuestro amante preferido: ¡Lee!


Transmisión Reestablecida...


La mañana siguiente, hubo un acontecimiento distinto.

Número Uno había llamado a todos los habitantes de la casa del árbol, y con su seriedad característica, había anunciado que se iría unos días a hacer un tipo de "investigación".

Y no lo haría solo.

Tendría la compañía de nada más y nada menos que Número 362.

-Pero, ¿por qué?

La japonesa fue la primera en hablar tras semejante revelación, y todos miraron a Nigel, esperando ansiosos la respuesta. Inclusive, Número 84 había alzado una de sus cejas con curiosidad.

El pálido carraspeó la garganta, pero se mantuvo sereno y con la frente en alto. Se llevó ambas manos a su espalda.

-En un estado vecino detectamos un grupo de adultos que planean extender las horas de clase en las escuelas. - Respondió firmemente, mientras Rachel sólo se mantenía en pie a su lado, con la mirada un tanto perdida, pero que supo disimular bien.

-Uno, combatir a los adultos ya no es asunto nuestro. - Hizo notar Wallabee, con desconfianza. Se cruzó de brazos. - Déjale ese trabajo a los del KND.

Por una vez, sus compañeros estuvieron agradecidos -y al mismo tiempo impresionados- de la intervención del rubio. Estaba claro que esta vez usaba el cerebro, no como hacía ya años.

Los presentes le dieron la razón, naturalmente. Pero no movieron un músculo.

-En efecto, Número Cuatro. Sin embargo, estamos hablando de extender a diez horas diarias. - Agregó con dramatismo, sacándole a todos ahí un grito ahogado ante la idea. - Comprenderás la gravedad de la situación.

El australiano no habló más.

De cualquier manera, la situación era extraña. Pese a lo increíblemente catastrófico que pudiera ser el plan de esos adultos, era impensable que Nigel, o cualquier otro ex-miembro ahí presente se involucrara en esos asuntos. ¿Por qué? La respuesta era sencilla, y son tres simples puntos. Se suponía que:

1) El sector V estaba completamente desaparecido desde hacía seis años. Todos habían sido considerados fugitivos en su momento.

2) La ex líder suprema, Número 362, estaba secuestrada por los de la Otra Cuadra, y nadie sabía su paradero.

3) Sólo para agregar, otro miembro, del sector W en este caso, Lee, había huido de la destitución también; quebrantando la ley interna del KND.

Considerando todo lo anterior, mostrarse ante aquella asociación de niños era un suicidio total. ¿Con qué cara enfrentarían a toda una sociedad? Podían ser niños; sí. Pero eran cientos, qué decir: miles de ellos. No durarían ni dos segundos antes de que se los llevaran a interrogatorio o en el peor de los casos, una rápida y dolorosa limpieza de memoria.

Rachel pareció leer los pensamientos de todos, dando así con seguridad dos pasos al frente.

-Como ven, mientras más ayuda, mejor. De todas maneras, sólo vamos a confirmar, por el momento. -miró a Nigel de reojo. - De ser necesario nos involucraremos con el KND bajo identidades falsas.

-¿No nos necesitarían? - preguntó entonces Memo, decaído.

No era para traer la mala vibra al grupo, pero simplemente, a veces sentía que no se le daba el trato que merecía. Él también había sido un agente muy trabajador, y sin sus experimentos el sector V no hubiera llegado a ser lo que fue.

Su líder suspiró.

-Claro que tendré problemas sin ustedes, pero los necesito aquí. Si Los de la Otra Cuadra hacen algún movimiento, deben avisarme, y dar todo por retener sus planes hasta que regrese.

Abby lo buscó con la mirada, pero éste la evadió: incapaz de verla a la cara.

Nigel esperaba que lo dicho anteriormente tuviera la suficiente lógica para que sus compañeros no dudaran más, ni hicieran más preguntas innecesarias.

Y esta vez, se lo tragaron.


-¿Ya terminaste de cenar, Abigail? - preguntó la mujer frente a ella con preocupación en su timbre de voz.

Abby se volvió a su madre, antes de pararse de la silla. Después observó su plato a medio comer.

Era extraño. Ella nunca dejaba comida desperdiciada. Y por más estúpido que sonase, no se había dado cuenta si quiera que no había terminado de cenar. Hizo una mueca de asco; no precisamente porque hubiera vegetales en el plato (que los había) sino más bien porque, desde esa mañana, su estómago no dejaba de dolerle y eso sólo sucedía en contadas ocasiones.

-Lo siento, no tengo hambre.

La mujer parpadeó, incrédula.

-Pero si a penas has tocado el plato…

-Comí en casa de Memo. - Mintió.

Por alguna razón, cuando miró de reojo a su hermana, que estaba al lado suyo juró que casi destrozaba el brócoli con sus propias manos. Frunció el ceño, pero la ignoró, o por lo menos eso intentó.

-Déjala, querida. - Intervino su padre, que justo terminaba de darle un gran trago a su bebida. - Así son los adolescentes, es normal.

La morena le sonrió como todo agradecimiento, y subió a su habitación. Suspiró con algo de nostalgia, pues su padre la había llamado "adolescente" y ella, al no ser destituida, tenía todavía muy presentes esos sentimientos de odio hacia el crecer, dejar la niñez y todo lo demás.

Ella había madurado físicamente; ya no era una niña. Sus definidas curvas eran prueba de ello. Así que, ¿por qué sentía que seguía siendo fiel a su espíritu joven? ¿Eso estaba bien?

A veces… sólo a veces, días como hoy en los que se sentía extrañamente melancólica, no sabía en qué bando debería estar.

Volvió a suspirar. Seguramente todos en su equipo tenías los mismos problemas.

Una vez dentro de su ordenado cuarto, decidió que le vendría bien un regaderazo, y después de eso, aún con la bata de baño puesta y el cabello escurriéndole, se dejó caer de golpe en su cama, y se colocó sus auriculares. Subió a todo el volumen, sintiendo en cada fibra de su ser ese método para liberarse de los problemas: la música.

Ser un adolescente y fingir no serlo era tremendamente exhausto.

Suspiró.

A todo esto, ¿por qué suspiraba tanto últimamente? Eso no era normal en ella, ni de chiste. Es decir, ¿la extravagante y difícil Abigail Lincon, suspirando? ¡Por favor! Si alguna de sus "amigas" (compañeras, más que nada) la vieran justo ahora, no podrían asegurar que la chica estuviera en sus cabales.

Y es que esos suspiros sólo podían ser arrebatados por un chico.

Sintió un dolor punzante en su pecho al instante. Pensar en suspiros, le llevó al amor, y pensar en el amor le llevó a…

Maldición.

¿Desde cuándo su mente era estúpidamente cursi?

Quiso pensar en otra cosa, pero era inútil. Ya se le había metido a la cabeza y no iba a poder sacárselo, y mucho menos esa preocupación enorme que rondaba en torno a él. ¿Ya había mencionado que tenía un muy mal dolor de estómago? A la morena no le sucedían esas cosas, a menos… a menos que tuviera un mal presentimiento.

Y no había dejado de tenerlo desde esa mañana.

¿Por qué Número Uno se iba, de nuevo?

No era idiota. Sabía que el líder no les decía toda la verdad, y por lo mismo tenía un mal presentimiento. Nunca, jamás en su vida, él les ocultó un secreto a su equipo. ¿Sería acaso por la intervención de 362?

Frunció el ceño con molestia.

Algo con respecto a ella no terminaba de convencerla. No por ella en sí, sino la actitud de Uno, la misión y todo aquello.

No quiso preocupar a sus amigos, por lo tanto no compartió sus pensamientos con ellos. Pero se preguntaba, ¿Cuál fue el verdadero objetivo de rescatar a Rachel?

Quizá sonaba egoísta, porque sea quien fuere, ellos deberían ayudar a las personas. Pero Nigel nunca les dio detalles del por qué Rachel estaría ahí encerrada, ni quien le dio la orden de rescatarla. Todo eso era un misterio, y ahora… ahora ambos se marchaban, pero, ¿a dónde?

Hubiera seguido con sus ideas, pero un fuerte ruido la puso alerta.

Giró su cabeza, y se encontró con que alguien había abierto la ventana de su habitación desde fuera.

En la oscuridad, vio una sombra moverse ágilmente.

-¿Quién anda ahí? - habló fría y duramente.

El sujeto se detuvo de golpe ante la amenaza de la morena, y simplemente se quedó ahí, en la esquina de la habitación, esperando.

Abby tomó su celular discretamente, que descansaba bajo su almohada. Cuando lo tuvo en sus manos, lo alzó e iluminó con la pantalla el lugar donde se encontraba la persona.

Cuando lo reconoció, tuvo que reprimir la sorpresa.

-¿Qué haces en mi habitación?

Quiso morderse la lengua, pero fue lo primero que cruzó su cabeza. Nunca le hubiera gustado preguntarle eso a Nigel, justamente la persona que más deseaba en esos momentos que le hiciera compañía.

Nigel hizo una mueca de incomodidad.

No se movió del lugar en el que estaba, por temor a sobresaltar a la morena más de la cuenta. Así que se quedó allí, mirándola desde la oscuridad.

O eso creyó Abby, pues sentía la penetrante pero a la vez dulce mirada sobre ella.

Se estremeció.

-No quise asustarte. - atinó a contestar él, en voz baja.

Ella esperó a que prosiguiera, pero el pálido no agregó nada más. Se despojó de sus audífonos -que ya desde hacía bastante habían dejado de reproducir sonido alguno- y se revolvió su cabello chocolate, con cierta frustración.

Estaba nerviosa. Qué decir, nerviosísima. Y aunque por fuera mantenía su actitud serena y desafiante, por dentro se estremecía como gelatina. Ya comenzaba a sentir el calor esparcirse por todo su cuerpo en esa fría noche.

Era curioso como antes, ante la idea de que la "sombra" fuera algún tipo de villano o secuestrador, no se hubiera puesto nerviosa ni un pelo. Y con Nigel, sí.

Pese a todo, alzó su mirada oscura, y le miró.

-¿Vienes a despedirte, acaso?

Soltó la pregunta con cierto tono sarcástico y de reproche, para no sonar realmente preocupada al respecto, pero lo que en verdad hacía era disfrazar su verdadero temor.

Nigel abrió la boca para decir algo, pero no le salieron las palabras. Enmudeció de nuevo, pues esa pregunta le había pillado desprevenido.

Después de unos segundos en profundo silencio, despegó sus labios resecos.

-Volveré, Cinco.

Ahora fue el turno de Abigail para sorprenderse. Uno se había tomado su pregunta anterior con seriedad, y ya no había vuelta atrás. Se maldijo. Había dado inicio, lo quiera o no, a una intensa y sincera conversación. Para su mala suerte, Nigel la conocía bastante bien.

Bufó con sorna, y se dejó caer en su cama, cubriendo su rostro con su gorra. El líder se acercó unos pasos más.

Abby dejó escapar una sonrisa cansada.

-A veces. - murmuró lo bastante alto para que él la escuchara - No sé si creerte cuando prometes ese tipo de cosas.

Enseguida sintió su cama sumirse en una esquina. No necesitaba ser un genio para darse cuenta que su amigo se había sentado allí. La cercanía con el chico la puso más nerviosa si esto fuera posible, pero como era de esperarse, a penas y dio señas de haber reaccionado al respecto.

-A veces - habló dulcemente él, con un tono de voz que Abby nunca había escuchado en él, lo que la estremecerse de la cabeza a los pies. - Debes creer ciegamente, aunque las circunstancias no favorezcan la situación.

La gorra roja que la protegía de los penetrantes ojos azul cielo de Nigel, fue súbitamente apartada, dejando así al descubierto el asombrado rostro carmesí de la chica, quien lo miraba retadoramente, pero aún así era clara la fina cortina de lágrimas en sus ojos.

En cuanto se dio cuenta de la situación, parpadeó y se compuso al instante, pero era tarde. Algo en el pecho de Nigel se había roto al ver la molesta, pero triste mirada de su compañera de aventuras.

Acercó su blanca mano al rostro de la fémina peligrosamente, pero a penas y rozó su suave mejilla, ésta se apartó.

-Abby… - llamó por su nombre.

-¿A qué van realmente?

El cambio de tema fue tan drástico, que Número Cinco tuvo que repetir la pregunta, con más énfasis que antes.

-¿A qué van?

Uno carraspeó su garganta con nerviosismo, pero en ningún momento dejó de mirarla seriamente.

-Ya te lo he dicho, Cinco.

En el rostro de ella se dibujó una media sonrisa. Se incorporó en su cama, y se cruzó de brazos.

-No me pidas que te crea, Nigel Uno.

Pese a los honorables intentos de actuar como normalmente era, el líder no se tranquilizó en lo más mínimo. Más bien, su preocupación incrementó.

-¿Confías en mí?

Quien formuló esa pregunta, fue el chico. Abby arqueó una de sus cejas, con curiosidad.

Se sorprendió al darse cuenta que habló rápidamente, y sin dudar.

-Siempre.

Él sonrió ampliamente, aliviado. No quería irse sin antes saber que su amiga le apoyaría, y lo esperaría.

Siguiendo un instinto, se acercó a ella y la rodeó en sus brazos. Por un momento, pudo oler el cabello húmedo de Abby, y tocar su suave piel color canela.

Ella no reaccionó. Se quedó ahí, como una estatua, sin acabarse de creer lo que estaba sucediendo.

El tacto de su amigo la volvía loca, y además…

-Entonces con eso me basta. - susurró en su oído él, envolviéndola más en ese abrazo.

Un sin fin de emociones explotaron en el pecho de la chica. Como un volcán en erupción.

Hubiera querido estar así por siempre, de no ser porque él se apartó bruscamente, incapaz de mirarla.

Se había dado cuenta que lo único que cubría el cuerpo de su compañera, era una toalla y nada más.

Tragó saliva y se maldijo mentalmente por haber notado el cuerpo bien formado que tenía bajo esa simple tela.

-Me voy. - intentó decir firmemente él.

Abby, muy a su pesar, y aún sintiendo los brazos del chico en su cintura, asintió con la cabeza.

-Suerte. A los dos. - se corrigió.

Él sonrió tristemente.

Después de eso, sólo compartieron un par de oraciones más. Y por último, el líder desapareció por donde había entrado, sin más.

No sabía si sentirse decepcionada.

¿Había olvidado acaso que fue él quien le robó un beso en la mansión? ¿Qué pasaba con eso?

No le dio señales de haberlo recordado, o que le importara, o que pensara hacer algo con respecto a eso y ellos dos.

Se le hizo un nudo en la garganta.

¿Realmente quería que Nigel formalizara algo entre ellos, o que le dijera abiertamente sus sentimientos?

La respuesta la confundió aún más. Mucho, mucho más.

Porque… por un momento, cuando él la abrazó, la chica confundió el cálido abrazo de él con los que su mejor amigo, Memo, siempre le regalaba.


-¡Les daré sus nalgadas a los cuatro!

Su risa golpeaba contra cada una de las paredes de nuestra casa del árbol, casi causándome sordera. Yo no quería mostrarme intimidado, pero lo cierto era que pensar en sus enormes manos golpeando mi trasero era aterrador.

Una razón más para no permitirlo.

Miré de reojo al líder, Número 363, quien mantenía una sonrisa forzada. Supongo que intenta hacerse el héroe, de nuevo.

Tommy está muy asustado, hasta juraría que tiembla ante la mirada venenosa del vampiro. Pero esto se busca por andar queriendo ser algo que no es. Vamos, que yo ya le había dicho que ser un agente no era juego de niños.

Finalmente, mi mirada se dirige a mi compañera, Número 83. Lo único que la delataba de estar muriéndose del miedo era su rostro pálido, casi fantasmal que tenía. Y sentía que si alguien no la tomaba en este preciso instante, se desmoronaría ahí mismo.

Nos tenía acorralados contra una esquina. Admito que fuimos bastante idiotas -o por lo menos, Tommy lo fue- al no percatarnos de que venía por nosotros. Aún así, tengo la mente en blanco. Las ideas no vienen a mi cabeza, y mi líder tampoco parece tenerlas.

Y el tiempo para mi preciada retaguardia se agota.

-¿Por quién empezaré? - Tundácula nos miró uno a uno, señalándonos con el dedo, como si jugara al tin marín. Por fin, su dedo se detuvo ante la pavorida mirada del Gilligan. - ¡Ah, tú! El lindo hermano de Número Dos. Espero que tu trasero esté igual de suave que el de él - finalizó con una carcajada.

Casi tan rápido que no lo pude ver, al tiempo en que dejó de reír, se abalanzó contra Tommy, quien en un intento de evadir el ataque se echó a correr como un gallina.

Por dentro, esbocé una sonrisa.

-Genial. - murmuré.

-¡Ayuda, amigos!

Lo quiera o no, acababa de darnos una tremenda y única oportunidad para escapar. Era algo así como una carnada, o yo lo veía de ese modo.

Me sorprendí al no ver a Número 363 ya. Supongo que él pensó lo mismo que yo y huyó por su cuenta. No lo culpo, después de todo, si se tratara de la vida de mi trasero: yo sería igual de egoísta.

Pero el trasero de mi amigo estaba en peligro también.

-¡Ayuda! - escuché de nuevo el grito desesperado de Tommy, que corría por toda la habitación tratando de huir.

Suspiré. No era tan malo para dejarlo ahí, sin más.

Preparé mi yo-yo, y sin decir palabra, me dispuse a ir a patear el trasero de otro. Sin embargo, algo me detuvo.

No sé lo que fue. Pero algo me obligó a mirar atrás y ver a mi compañera de sector.

Número 83 estaba paralizada del terror. No se movía, no sabía qué hacer. Se veía muy perdida y yo no tenía el corazón para dejarla allí.

En mi familia siempre hubo tradiciones. Y sabía que las damas siempre iban a tener privilegios.

Le di la espalda a Tommy, confiando que podría arreglárselas solo un par de minutos más, y sin previo aviso corrí hacia mi compañera y tomé su mano, obligándola a seguir mi paso.

Tenía que sacarla de ahí.

-¿A… dónde vamos? - tartamudeó, recobrando un poco el poder del habla.

No le contesté, nunca había sido un chico de muchas palabras. De hecho prefería no hablar en la medida de lo posible, y me limitaba a usar "genial" en la mayoría de los casos. Aunque ahora, no quedaba mucho, claro está.

Aún así, lo hice. Hablé.

-Tú sígueme.

Creo que la tranquilicé, porque su pequeña mano dejó de estar tensa, por lo menos un poco. Y mirándola por encima del hombro, me di cuenta que había esbozado una tierna sonrisa de alivio. Una muy linda sonrisa.

Misteriosamente, me sentí muy bien de haber sido yo quien había pintado esa sonrisa en su rostro color carmesí.

Hasta ahora me había dado cuenta que era la primera vez que tomaba de la mano a una chica.

Me sonrojé sin querer ante este pensamiento.

No era para nada genial.

Sin embargo, un extraño sonido, similar al de un niño chapoteando en el agua, me volvió a la realidad. ¡Aquello había sido una nalgada!

Y se había escuchado bastante cerca...

-¡Cuidado!

Aquel grito había provenido de Tommy. Fruncí el ceño, y cuando miré hacia atrás…

Fugaz como un rayo, alguien había arrebatado a 83 de mi lado. Alcancé a ver su mano desesperada por aferrarse a la mía de nuevo, pero yo había reaccionado muy tarde, y lo único que alcancé a sujetar fue el vacío aire.

Su rostro infantil, bañado en lágrimas, reflejaba el más puro horror. Se me oprimió el corazón.

Y lo último que vi en ese entonces, fue la oscuridad tragársela en manos de aquel psicópata de manos grandes, acompañado de su grito de auxilio, aquella voz que me llamó por vez primera, por mi nombre…

-¡Lee!

-¡Sonya, ahí voy, espera!

Obligué a mis pies a correr lo más rápido que pudieran, y con cada paso que daba, en vez de acercarme a ella sentía que me alejaba.

-¡Lee!

En efecto, estaba cada vez más lejos. Se alejaba de mi lado y yo no podía alcanzarla.

Maldición...

-Lee… - aquel último lamento fue desapareciendo, como si el viento se lo llevara lejos.

Ya era una mancha borrosa, perdida en las tinieblas. Sólo escuchaba sus llantos desesperados, y la risa macabra de Tundácula.

Sentí la desesperación correr por cada fibra de mi ser. Por un segundo, supe lo que era el pánico real, el terror y la culpa de que, debido a mí, aquella linda niña iba a sufrir.

No podía soportarlo.

Creía que la oscuridad iba a consumirme a mí también, cuando escuché una lejana voz en lo más recóndito de mi alma, que me decía cada palabra como un susurro penetrante.

-Esto ya tiene final, no lo olvides. No tengas miedo. Sigue adelante.

.

.

-¡Lee!

Cuando abrió los ojos lentamente, se topó con otro par que lo miraban preocupados, demasiado cerca de él.

-¡Está despertando! - celebró la chica, mirando con triunfo a su acompañante. - Te dije que no era necesaria la fuerza bruta, Wally.

-¿Kuki...Sanban? - Murmuró el ahora adolescente, con un reciente dolor de cabeza.

La aludida sonrió ampliamente.

-Creí que no despertarías. Estábamos muy preocupados.

-Habla por ti. - El güero rodó los ojos, y recibió al instante una mirada de reproche por parte de la fémina.

Número 84 se incorporó en el sofá, mareado.

-¿Qué pasó? - se animó a preguntar Lee, aún sujetándose la cabeza.

Número Cuatro no hizo ademán de hablar, por lo que la japonesa tomó la palabra.

-Estabas gritando en sueños. - sus ojos reflejaban preocupación, pero sacudió su cabeza y sonrió. - El nombre de una chica. ¿Cómo era? Susan… Sol… Sulem..

Número 84 palideció.

-Sonya… - su voz a penas era un murmullo, pero ambos chicos lo escucharon perfectamente.

-¡Sí, ella! - lo miró, y al darse cuenta del aspecto fantasmal que tenía, decidió ayudarle. -Vaya, no te ves muy bien. - Kuki se puso de pie, y ante la indiferente mirada del rubio que estaba a lado suyo, dijo: - te traeré algo de agua.

Su menudo cuerpo desapareció rápidamente tras la puerta, dejando a los dos muchachos solos y en un tenso ambiente.

Wally despegó sus labios.

-¿Estás bien?

La pregunta era estúpida, pues él era probablemente el único que sabía la situación en la que 84 se encontraba. Conocía su historia, y a diferencia de Kuki, recordaba perfectamente quién era Sonya.

El chico lo miró, con sus dos ojos cristalinos y una mirada dolida.

-Sí. - mintió.

Aquella pesadilla había sido tan real, como si estuviera reviviendo aquello nuevamente. Los gritos de Sonya, sus llantos y lágrimas, la primera vez que ambos se llamaron por sus nombres y la primera vez que se sujetaron de las manos. Cómo se la habían arrebatado y se la llevaban al lugar que ella más odiaba…

Sonya odiaba con toda su alma la oscuridad.

Sacudió la cabeza, confuso. Y recordando de pronto las extrañas palabras que lo despertaron, se tranquilizó un poco.

Aquella misión había terminado bien, pues aunque el susto que se le dio fue tremendo, el lado oscuro de Sonya había salido a la luz y le había dado a Tundácula una buena cucharada de su propia medicina después de que se la llevara.

Así era ella. Cuando se veía realmente en peligro, dejaba de actuar como una bebé y se transformaba en un demonio.

Y, no obstante…

¿De quién había sido aquella voz que lo libró de las pesadillas?

El rubio lo miraba con seriedad, sin despegarle el ojo. No sabía cómo ayudarlo y no estaba seguro de querer hacerlo. El chico parecía tan perdido, y con el aspecto de un fantasma que a Wally le dio un escalofrío en la nuca.

-¡He vuelto! - la fémina se colocó en un salto al lado del muchacho. Le tendió un vaso con agua.- Aquí tienes.

No se lo agradeció, pero tomó el vaso de cristal con sus manos y le dio un sorbo.

Unos ojos verdes lo miraban intensamente, como tratando de descubrir qué se le escapaba. Lee le regresó una fría mirada.

Wally cerró los ojos.

-Vámonos, Tres.

Ella se volvió al rubio, perpleja.

-Pero Lee aún no se ve bien.

-Estoy bien. - aseguró el más joven de ellos.

Kuki se mordió su labio inferior, pues lo quisiera o no, estaba tremendamente preocupada, pero finalmente asintió con la cabeza y sonrió.

-Si necesitas algo, avísanos.

No recibió respuesta. Los brazos de Wallabee la sujetaron por los hombros y la guió fuera de la estancia.

Antes de que ambos chicos desaparecieran por la puerta, el güero miró por última vez al niño del yo-yo, que seguía con la mirada fija en el suelo y parecía darle vueltas en su cabeza a un tema que sólo él conocía.

Una vez fuera, la sonrisa en el rostro de la japonesa se borró al instante. Se libró del agarre del rubio y lo miró con preocupación contenida.

-Se veía muy asustado.

-Así son las pesadillas, Tres. No le des mucha importancia.

-Pero… - bajó la mirada. - él estaba gritando, se movía y hasta sudaba. ¿Una pesadilla puede hacer algo así?

El joven se masajeó la nuca, dudoso de qué le contestaría a la chica de cabello negro.

-Sí. Es muy normal, pero tú no te preocupes.

Kuki se estremeció como gelatina ante la dulce mirada que le había dedicado el australiano. Se sonrojó y giró su cabeza bruscamente.

Aún no olvidaba la plática pendiente que tenían.

Y por muy estúpido que sonara, le gustaría extenderla lo más posible. Nunca se había considerado valiente, pero reconocía que tenía algo de valor, sin embargo, cuando se trataba de hablar con Wally, todo se iba al caño.

-¿Vas a ir a casa?

La chica no supo controlarse y tartamudeó sin quererlo. Le dio la espalda.

-S-sí.

A su lado, Número Cuatro caminaba naturalmente con las manos en los bolsillos y ni siquiera la miró cuando pasó de largo.

-Pues vamos. Está oscureciendo.

Su corazón dio un vuelco.

-N-no es necesario…

Si las miradas mataran.

Kuki tembló, recordando de pronto la nueva personalidad fría que podía tener su compañero.

Pese a la mirada de acero que le había lanzado, sus ojos se dulcificaron y sonrió con sorna.

-¿Sabes cuántas chicas matarían para que yo las acompañara a casa?

Kuki soltó una bocanada de aire, sintiendo cómo sus músculos se relajaban considerablemente. Dejó escapar una risita.

-Qué engreído. - en un par de pasos, ya se había colocado a su lado.

-No soy engreído. Soy Wallabee Beatles.

El resto del camino fue exageradamente normal. Al contrario de lo que esperaba Número Tres, Cuatro no le mencionó en ningún momento el extraño acontecimiento que se libró en la mansión de los de la Otra Cuadra. Quizá, después de todo sí fue su imaginación, y el chico nunca tuvo intenciones de besarla.

"Pero estaba demasiado cerca" pensó con decepción.

Hablando de sucesos, el de ayer sí que había sido extraño. No le preguntó a Wally el por qué, pues temía que se estuviera metiendo en temas de hombres, pero el hecho de que Ace y Wallabee estuvieran juntos, hablando, era aterrador. ¿Por qué estaban juntos?

Inclusive cuando ella misma se acercó a los dos chicos, sintió un pesado ambiente. Pero no preguntó. Se limitó a charlar con Ace e intercambiar números telefónicos.

Sonrió ante este recuerdo.

Ace era un chico bastante amistoso y enigmático, por no mencionar atractivo. Aunque esto último no le importaba mucho a Kuki, claro. La noche anterior habían pasado buen rato mandándose mensajes y descubrió que se sentía extrañamente a gusto al hablar con él.

Aunque… no toda la noche anterior había sido mensajes y risas.

Su sonrisa se borró y frunció su entrecejo.

El molesto radar se había descompuesto, o eso creyó Kuki. Pues literalmente, ¡se había vuelto loco! No le mostraba ninguna presencia, pero pitaba como si no hubiera un mañana, tan seguido y tan fuerte que la japonesa creyó que se le reventarían los tímpanos y tuvo que arreglárselas para que nadie en la casa del árbol la escuchara. Y, al final, después de varios minutos pitando sin control, se apagó sin más. No pudo volver a prenderlo.

¿Qué habrá pasado? No entendía el comportamiento de aquella máquina, aunque admitía que ya sin ella sentía que le habían quitado un peso de encima.

Aunque todavía tenía que descubrir el secreto de Rachel, y tomando en cuenta que había partido con Número Uno esa misma tarde, la tarea era extremadamente difícil.

-Si no mal recuerdo, por aquí estaba tu casa, ¿no?

La voz de Wally la bajó de las nubes bruscamente. Parpadeó.

-Así es. Es esa.

Le señaló una pequeña casa al estilo occidental como las demás, pero que tenía cierto aire oriental por deseo de sus padres.

Cuando se habían mudado a Japón, la habían puesto en venta, pero nadie la compró. Así que decidieron conservarla para cuando vinieran a vacacionar, como era el caso.

Al colocarse frente a la puerta, reinó un incómodo silencio, que Kuki fue la primera en romper.

-¿Gustas algo de tomar, o de comer?

Iba a negarse, pero ya no podía fingir más. Estar tantos años lejos de la alegre niña de su corazón habían sido lo suficientemente largos para darse cuenta que no desaprovecharía un solo momento con ella.

-Sólo algo de beber.

Ella sonrió satisfecha. Sacó sus llaves, y después de insertarlas giró la perilla, y con un leve empujón, se abrió la puerta principal.

-¡Hermana!

Al entrar, ambos chicos se toparon con las curiosas miradas de un grupo de niñas. Una de ellas, con el cabello oscuro como ala de cuervo y que le llegaba hasta los hombros, miró a Wally con recelo.

-Mushi… No sabía que habías invitado a tus amigas.

De hecho, ni siquiera sabía que ya tan rápido había hecho amigas. Pues ninguna de ellas era con las que llegó a convivir hace años cuando vivían allí.

-Papá me dio permiso. - Y al decir esto, le lanzó una mirada de demonio al rubio, que Kuki pasó desapercibida.

En la cien de Wally floreció una venita. Aquella condenada niña volvía para hacerle la vida imposible con Kuki. Y no era idiota, sabía que aquello había sido una advertencia, algo así como:

"Papi está aquí, en esta misma casa, así que no intentes pasarte de listo porque te las verás con nosotros."

-Tú siempre tan linda. - Kuki se acercó al grupo de niñas, y le revolvió el cabello a su hermana, que aunque supo fingir, ya no era una niña sino una adolescente, y ese tipo de tratos la cabreaban.

Después de saludar a cada una de las chicas, se dirigió a la cocina por la bebida de Wally, quien se sintió intimidado por las miradas que le lanzaba la pequeña japonesa.

"Pequeña bruja." maldijo en su cabeza.

Miró a cada una discretamente por el rabillo del ojo. Eran como cinco, si acaso siete chiquillas, que hablaban de moda y de chicos. Reprimió una mueca de asco.

Su mirada se detuvo específicamente en una de ellas, y cuando la miró detenidamente su corazón se detuvo sólo un segundo. Sintió que ya la conocía, y no era precisamente por el enorme parecido que compartía con cierta persona. Simplemente, la conocía, pero no recordaba haberla visto nunca antes, o por lo menos, no en esta vida.

Pero al instante, esta sensación se desvaneció. Cuando la volvió a ver, sólo observó a una niña más. Aunque no pasó por alto que ella también le había regresado una mirada de sorpresa. Sacudió la cabeza, confuso.

Kuki se acercaba sonriente con dos latas de refresco.

-Te traje soda, tu favorita. - se la tendió.

-Gracias.

-No hay de qué. - volvió a sonreír de oreja a oreja.

Sintió cómo una flecha atravesaba su corazón de hielo, nuevamente. Sabía que ya no seguiría con la fachada de chico malo, pero no la iba a dejar por completo, o eso creía. Sin embargo cuando Kuki le sonreía así todo se desmoronaba y no tenía control de sí mismo.

Iba a cometer una tontería, justamente ahora.

Como obviamente no estaban solos en casa, su plan se vio un poco estropeado. Pero rápidamente cambió de idea, y, juntando toda la fuerza de voluntad que pudo, fijó sus ojos verdes en los oscuros de ella, sin pestañear.

-Kuki, tenemos que hablar.

Algo en su voz advirtió a la japonesa. Su corazón comenzó a bombear desfrenadamente, y los colores se le subían. Sintió cómo su mano sudaba bajo la fría bebida.

Sintiendo cómo el alma se le iba, consiguió decir una palabra:

-Claro.

Una sonrisa a penas visible se dibujó en el rostro mármol del chico.

-¿Afuera?

Ella asintió y ambos salieron.

Era el momento, Número Cuatro lo sabía. Ya estaba bien de ocultarse en las sombras y nunca decirle a esa niña lo importante que había sido para él -y que aún lo era- desde que ambos habían entrado al KND. Ya estaba bien de ser cobarde.

Iba a enfrentarla. Lo iba a hacer, y le dejaría en claro de una vez por todas lo que despertaba en él su dulce mirada.

Le diría que la amaba.

Al cerrarse la puerta de entrada, donde ambos chicos habían desaparecido, Mushi Sanban gruñó por lo bajo.

-¡No puede ser! Dice que Jeremy es mi pareja ideal, qué asco. No creo en estas cosas, ¿quién sigue? - preguntó una de sus amigas, sujetando una pluma con la mano mientras hacía un test en una revista.

Mushi quería hacer ese test de parejas también, pero antes de que lo pidiera, un alarido de dolor se lo impidió.

-¡Ah!

Se giró rápidamente hacia la persona que acababa de aullar de dolor.

Ella estaba sujetándose fuertemente, casi con desesperación su cabeza. Su pecho subía y bajaba como si su corazón quisiera salírsele del pecho. Estaba sudando por cada poro de su cuerpo y por poco se arrancaba su hermoso cabello negro de la fuerza que aplicaba para controlarse. Un terremoto se libraba en su interior.

-¡Ah, ah! - gritaba ella ya sin poder contenerlo. Apretaba sus ojos fuertemente para contener las lágrimas. -¡AHHH!

Las demás chicas la miraron perplejas, sin saber qué hacer. Se habían quedado paralizadas.

La única en reaccionar fue Mushi.

Se paró de un salto y se colocó al lado de ella. Apartó sus manos del rostro y la obligó a mirarle.

La sangre se le heló cuando notó que sus ojos estaban completamente blancos.

La chica parecía estar teniendo una convulsión ahí mismo.

-¡PAPÁ! - gritó Mushi pidiendo ayuda, con los ojos llorosos. No sabía qué más hacer. -¡PAPÁ! ¡HERMANA! Resiste, Dios mío, resiste.

Lo último que escuchó la chica, fueron unas pisadas precipitándose por las escaleras y la puerta de entrada abriéndose de golpe. Muchísimos ojos la veían sin saber qué hacer.

Se desplomó en los brazos de su amiga y escuchó su voz atropellada antes de que su vista se nublara.

-Tranquila. Resiste, Sally, estarás bien…


Transmisión Interrumpida...


Comentarios de la autora:

¡Jaaaa! Y le corté. Qué malota soy 8)

Dejaré que ustedes mismos saquen conclusiones de esto... porque en lo personal, estaba ya esperando con ansias el momento donde este personaje apareciera. ¿A que saben quién es?

Muchos pidieron un momento LeexSonya, pero aún no puedo hacer un encuetro de ellos dos. No todavía. Así que reviví en las pesadillas de Lee algo que tuvo lugar cuando ambos eran agentes, con una pizca de misterio. (¿Más?)

A partir de aquí, y por la ausencia de Nigel, habrá mucho AbbyxHoagie, porque nuestra morena preferida tiene muy confundido su corazón, pero no importa, porque me gusta hacer sufrir a los personajes XD

¿A dónde irán Nigel y Rachel? Chan chan chan chaaaaan~

Ya, me emocioné. Sé que es molesto que lo lean siempre, pero gracias, ASÍ MUCHÍSIMAS GRACIAS por sus lindos reviews. Les mando un abrazo psicológico como diría German. ¡Y nos leemos en el siguiente capítulo!