Sé que muchas me odias y maldecís mi nombre con razón, no voy a poner excusas. He tardado mucho en actualizar y todavía tengo pendientes dos nuevos capis para dos historias inconcluisas. Sólo diré que intentaré seguir con ello cuando la inspiración llegue y que agradezco muchísimo el apoyo que todos los lectores dais a este fic y al reste de los que tengo subidos. Sin vosotros habría abandonado hace ya mucho tiempo. Por vosotros y para vosotros, aquí sigue esta historia.


Capítulo II

Las piernas de Padmé se tambalearon, incapaces de sostener su peso. El temor inundó sus sentidos como un anticipo. Anakin aulló de nuevo, previendo su caída antes de que ocurriera y negándose a que sucediera. Sus músculos se tensaron, dispuesto a saltar hacia ella.

Obi-Wan parpadeó confundido, agente ignorante de los eventos que ocurrían a su alrededor. Creyó de alguna manera que él grito iba dirigido hacía él, que Anakin iba a cometer por fin una disparatada e imprudente maniobra regida por la ira y el odio que controlaba sus sentidos y, mientras su propio corazón ardía en llamas, consciente de que sería menso doloroso para él cercenarse a sí mismo con su propia arma, alzó el sable para detenerlo. Porque Obi-Wan era y sería siempre un jedi por encima de todo y, como jedi, jamás podría rendir la victoria a los Sith.

Pero Anakin no saltó hacía él. Podría afirmar sin equivocarse que Anakin se había olvidado completamente de su presencia en esos cruciales instantes. Obi-Wan lo observó saltar hacia la cumbre de la arena negra, hacia la mujer cuyo cuerpo se desplomaba indefectiblemente, lo observó saltar justo a tiempo para recoger su inerte figura mientras caía, y lo observó impedir, por una trascendental milésima de segundo, que su vientre chocara contra el suelo en lo que había sido un golpe fatal para el bebé.

Obi-Wan no supo ya qué pensar.

Anakin no estaba pensando en Obi-Wan. Él ni siquiera se acordaba ya de Obi-Wan. Todo cuanto podía procesar era la imagen de la frágil mujer en sus brazos, cayendo… cayendo sin fin… hacia un hoyo infinito de oscuridad… cayendo donde ni siquiera él podría alcanzarla.

El Lado Oscuro bullía a su alrededor. Él trató de aferrarse a él con todas sus fuerzas. Trató de recordar su enfado, su justa ira, que ella lo había traicionado. Todo, todo lo había hecho por ella. Había inmolado su alma por ella, y ella así se lo agradecía.

¡Desagradecida!

¡Traidora!

¡Mentirosa!

¿Pero de qué servía todo ese odio, de qué servía el enfado, la ira, si ella se desvanecía indefectiblemente de su vida?

El miedo congelaba sus entrañas de nuevo, y Anakin volvía a sentirse un joven padawan impotente ante los regaños del consejo el consejo. ¡Pero Palpatine lo había prometido! ¡Había prometido salvarla! Ésta no era su hora. Había sucedido todo… demasiado pronto. Él aún no estaba preparado… No era todavía lo suficientemente fuerte.

— ¡No, Padmé! ¡Padmé!

— Anakin… —los ojos de ella parpadearon; el dolor se hallaba imbuido en sus oscuras pupilas—. Anakin… no puedo… no puedo respirar…

Él bajó la vista a su cuello, culpable, donde antes la había magullado. Ella le había mentido, lo había merecido. Pero él nunca quiso causarle un daño prolongado. No lo hizo. Esto jamás debió haber ocurrido. No sabía qué hacer.

Estaba perdido.

— Padmé, respira —ordenó, encubriendo su miedo bajo una máscara de ira—. Respira. Tienes que respirar, ¿me escuchas? Te necesito. ¡No te atrevas a abandonarme!

Pero parecía que ella ya no lo escuchaba. Las facciones que enmarcaban su bello rostro eran simbiosis perfecta entre una profunda calma y un dolor desgarrador.

Él continuaba sosteniendo su espalda con sus brazos, mientras la parte inferior de su cuerpo permanecía recostada sobre la arena. Las sombras anaranjadas del río de lava se reflejaban en la textura de su piel, pero ella tampoco parecía reparar en ello. Ella lo miraba a él.

— Anakin… lo siento… —su voz se había apagado hasta ser apenas un murmullo—. Mi amor, lo siento mucho… perdóname… por favor…

Él no sabía porque ella se disculpaba.

¿Le pedía perdón por su traición o porque no había sido capaz de salvarlo? ¿Veía ahora lo correcto de sus acciones? ¿Comprendía que cada crimen acaecido había sido realizado con el único fin de salvarla? ¿O estaba arrepintiéndose, acaso, por haberlo vendido a Obi-Wan?

Su breve intentó por discernir la razón indicada le produjo un fuerte dolor de cabeza. Él no le concedió su perdón, ni tampoco le negó el mismo. Estaba demasiado conmocionado para formular palabras. Se sentía totalmente incapaz de racionalizar la situación.

Se le escaba de las manos.

— No… Padmé, ¡no!

Ella se estaba muriendo. Su respiración era cada vez más dificultosa. El brillo de su espíritu disminuía en La Fuerza. Su mano se alzó con esfuerzo y acarició débilmente su propia mejilla. Sus labios se torcieron en una sonrisa de amor. Él supo que se estaba despidiendo.

Él seguía exclamando no sus gestos sin ser consciente de tal acción. No podía perderla. No de nuevo. Porque hacia muchos segundos que Anakin el esposo, el guerrero poderoso, el jedi caído, el señor de los Sith, había dejado de ser cualquiera de esas cosas.

Anakin se había convertido en hijo otra vez, arrodillado sobre las áridas arenas de Tatooine, muy lejos de la grava de Mustafar. Luchando contra su desgarradora impotencia mientras los labios de su madre susurraban su último adiós… Por su culpa; porque él había sido débil, demasiado débil para salvarla. Y sucedería de nuevo, justo ahora.

Padmé intentó hablar. Fracasó. Tomó aliento y lo intentó una vez más.

— Anakin, yo… te quie… te… quier…

Él cerró los ojos. Ya sabía cómo terminaba aquella escena, no quería verlo. Percibió el tacto cálido de la piel de su mano acariciar su mejilla un último instante. La escuchó concluir aquella frase. Te quiero. Supo que había fracasado de nuevo.

Otra vez.

La amaba pero no había podido salvarla.

Todo lo que había hecho… Todas sus ambiciones…

Su cabeza se cubrió con imágenes de los últimos días. Se vio a sí mismo en el tempo. Los jedis a los que había asesinado. Los niños. ¡Oh, fuerza! ¡Los niños! Pero había habido una causa justa. Todo había sido echo por una buena razón. Que los jedi fueran o no fueran traidores no era suficiente. Lo había hecho por ella. Ella había sido la razón. ¡Para salvarla!

Su vida merecía la pena el coste, pero la estaba perdiendo.

— No… ¡No! Tú no puedes morir. ¿Me escuchas? —rogó mientras acariciaba con sus dedos la cálida piel de sus mejillas dormidas—. Él me lo juro. Dijo que estarías a salvo. Padmé no puedes abandonarme ahora. Vas a vivir. ¡Te necesito!

Silencio…

Anakin enterró su rostro entre sus pechos, desolado, y su cuerpo comenzó a temblar a un ritmo incontrolado.

— ¡Padmé! ¡Padmé, no! —comenzó a agitar su cuerpo violentamente, frustrado porque sus párpados permanecían cerrados y sus labios no pronunciaban respuesta—. Padmé…

— No está muerta —la voz llegó hasta él con la intensidad de un susurro lejano—. Anakin, no está muerta.

Las palabras carecían de sentido. Nada en su expresión ni en su postura delató si había escuchado, mas, lentamente, Anakin fue asimilando su significado. Su rostro se alzó confuso, abandonado la desgarrada postura entre los inertes pechos de su amada, junto a su vientre henchido, y su mirada taladró la de Obi-Wan.

El viejo jedi se sintió empequeñecer ante las miles de emociones que enmarcaban dichos ojos. Unas negras como el carbón y una aureola de fuego ardiente que coronaba su iris; pero había pocos destellos de ambarino en ellos. Entre el azabache y el carmesí, despuntaba un azul tan luminoso como el que brota del cielo cuando despierta el alba. Un azul cargado de promesas y de futuro, un azul bañado por las lágrimas que se deslizaban por las mejillas del Sith como chispas cristalinas de brutal desesperación.

La ira invadió el espíritu de Vader cuando vio a su viejo mentor tan próximo a ella. Tan cercano a su cuerpo que casi podía tocarla.

— ¡Tú! —escupió con ira, empañado por los celos—. ¡Tú tienes la culpa! ¡Hiciste que me traicionara!

Obi-Wan retrocedió con lentitud, abriendo distancia entre él y su díscolo aprendiz. La mirada herida de sus ojos reflejaba una milésima pizca de la agonía que carcomía su alma, y esa pequeña pizca era suficiente para que pocos resistiesen la mirada de sus ojos sin romper a llorar desesperados. Traición. Dolor. Conmiseración.

El jedi sabía que debía matarlo. Había estado a punto de hacerlo antes, y la alternativa era exclusiva: matarlo o morir por su mano. Se había resignado. Su hermano estaba muerto, su alma había sido consumida por el maligno espíritu del Sith, vendida y aniquilada por causa de Palpatine. Yoda se lo había confirmado.

No existía más verdad.

Entonces, en medio de la batalla, Vader había saltado. Pero no contra él, no con intención de derrotarlo. Había saltado por ella, para socorrerla. La había tomado entre sus brazos y la había salvado de que cayera, olvidando por completo su ansias de venganza y su duelo. Y ahora lloraba a su lado.

Obi-Wan sufrió una revelación. Comprendió, con escepticismo, que Vader todavía la amaba, incluso después del acto tan vil que había cometido en su contra, incluso después de atentar contra su vida, de alguna manera, de algún retorcido modo, enterrado bajas las capas de odio y rabia, todavía existía en él una parte que era capaz de amar.

Una parte de Anakin.

El jedi no entendía cómo eso era posible, aun si acaso lo era, pero no podía refutar lo que sus ojos contemplaban, y se repitió a sí mismo que la diferencia era inapreciable, que su deber continuaba siendo el de un jedi.

Los jedi combatían a los Sith. Los Sith erradicaban a los jedi.

Obi-Wan había saltado al montículo de arena negra dispuesto a cumplir su deber, incluso si su adversario parecía haberse olvidado de él; había alzado el sable sobre su espalda… había escuchado a Padmé susurrar lo mucho que lo amaba, y lo había escuchado a él rogarle que no lo abandonara. Había visto sus lágrimas, había visto su iris teñirse de un azul que jamás creyó ver de nuevo… Y no había sido capaz de actuar.

Paralizado. Capturado por la memoria del niño al que crió, el dulce y compasivo Anakin que él amaba. No un jedi, no un Sith. Sólo un joven hombre que lloraba mientras sostenía en sus brazos a su amada moribunda, y que no era capaz de ver nada más allá de su amor y su preocupación por ella. No podía matarlo ahora, no de ese modo tan deshonroso, no sin que él se defendiera. Y si era demasiado tarde para salvarlo a él, al menos debía intentar salvar a su hijo… Ese niño por nacer cuya vida peligraba tremendamente.

El hijo de Anakin y Padmé.

Obi-Wan tenía que salvarlo, sería la única paz que conseguiría su alma tras la magnitud de sus fracasos, incluso si para lograrlo era necesaria la alianza más insólita que la Orden Jedi hubiera conocido jamás. Un jedi y un Sith… bajo un objetivo común.

Por ello guardó su dolor y su justa ira por la vil tracción y no retrocedió, ni siquiera cuando las ponzoñosas palabras de Vader hicieron tambalear sus recientes convicciones. Porque bajo el odio, bajo la furia manifiesta, esta vez Obi-Wan fue capaz de leer el profundo temor que anegaba a su antiguo discípulo. Su agonía.

Hubiera deseado posar una mano en su hombro para consolarlo, como hacia antaño, desde que el pequeño Annie despertara en mitad de la noche a causa de sus pesadillas, y el serio maestro jedi no hallara otro medio mejor para consolarlo, y así hubiese obrado ahora si las cosas hubieran sido diferentes; si Anakin continuara siendo Anakin.

Obi-Wan no era tan positivo. Sabía que Anakin se había ido para siempre, incluso si Vader todavía seguía preso de algunas de sus pasiones. Centró atención en la mancha oscura que cubría la parte baja del vientre de Padmé, valiente senadora Padmé, y supo que el tiempo se le agotaba.

— No está muerta —repitió—. Todavía respira. Debemos adelantar el parto si queremos salvar al bebé. Ana… ¡Vader! —se corrigió inmediatamente, incapaz de nombrar como Anakin a la caricatura de él que se hallaba frente a él—. Podemos salvarla.

Quizá fue el tono de desesperación con el que pronunció aquella última sentencia, que los ojos del joven esposo se alzaron hasta atrapar su rostro y, por primera vez, pareció que lo veía a él de verdad. Más allá de la furia, del odio… pareció que escuchaba y entendía el significado de sus palabras.

— ¿Puedo salvarla?

¿Sería posible de verdad? Él ya sabía que si esposa aún no había muerto, percibía su espíritu todavía con él en la Fuerza, pero débil, cada vez más débil… Se desvanecía.

Los muchos días que había transcurrido sin dormir, sin ingerir alimento alguno, comenzaron a cobrarse su precio. El paisaje que lo rodeaba se desvanecía, así como la presencia de su viejo maestro, de su esposa enferma; todo oculto tras muchas nubes de intenso sopor. Lo único que experimentaba su mente una y otra vez era los ecos de esa horrible pesadilla, pesadilla que ahora, frente a él, se estaba convirtiendo en realidad.

El dolor de perder a su madre. Su cadáver en sus brazos. El cadáver de Padmé. Ella llamando por él. El lejano llanto de su hijo en la lejanía. Había entrado su alma al diablo por impedir ese destino, había cometido mil y uno actos terribles; todo para cambiar nada.

Anakin se había rendido. Se había resignado al destino y no fue sino hasta que escuchó las palabras de su viejo maestro, el hombre al que más odiaba, el único padre que había amado, que comprendió que aun era pronto para rendirse, que quizá aun quedaba una oportunidad.

De ahí su débil pregunta:

— ¿Puedo salvarla?

— Tenemos que llevarla adentro —instruyo el jedi—. La atmosfera del planeta está abrasando sus pulmones —era cierto, Anakin comprobó. Padmé resollaba—. Deprisa. La llevaremos a la sala de control. La nave está demasiado lejos.

Las instrucciones eran lógicas y él era incapaz de elaborar cualquier otro curso de acción. La preocupación por su esposa, el cansancio, el Lado Oscuro siempre presente… le impedían pensar con claridad. Si cederante Obi-Wan era lo que se necesitaba para salvar su vida…

Había cometido crimenes peores.

— Bien —cedió—. Pero yo la llevaré. Tú no te acerques a ella.

El jedi accedió sin cuestionar la poderosa obsesión por mantenerlo a él a distancia de ella. Contempló el cuerpo inconsciente de Padmé, la sangre que bañaba su cintura, y supo que el tiempo se les agotaba.

Obi-Wan lo siguió hacia la sala de control, mientras él llevaba consigo a su esposa en sus brazos.

— ¿Annie…?

Su corazón palpitó. Anakin descendió la vista hacia el rostro de su amada, cuyos grandes ojos castaños, ahora abiertos, lo observaban colmados de ternura. Había recuperado la conciencia poco después de entrar en el interior del edificio. Obi-Wan había estado en lo cierto, la atmosfera del planeta no era buena para ella.

— Annie…

Las trampas del lado oscuro, los susurros malditos que pretendían que apagara su amor y dirigiera su furia contra ella, palabras que él no era capaz de acallar ni cuando la preocupación por ella lo consumía… que la acusaba de traición y de viles engaños, que prometían calma y olvido cuando finalmente su vida se apagase, se silenciaron milagrosamente ante la dulzura con la que Padmé pronunció su nombre.

Ella lo estaba llamando a él, no a Obi-Wan. Únicamente a él. Tal revelación, tan simple en su apariencia, lo colmaba de felicidad.

— Sssh —la acalló, rozando con sus labios su mejillas—. Calma, mi amor. Pronto estarás bien. Yo voy a cuidarte. No permitiré que nadie te aparte de mi lado.

— Annie, el b… —resopló y lo intentó de nuevo—. …bebé.

Los ojos del joven se abrieron, comprendiendo por fin qué atormentaba a su amada. Su corazón se contrajo dolorosamente en consecuencia. Tal había sido su preocupación por perderla que ni un único pensamiento había sido dedicado a la divina criatura que crecía en su vientre.

El fruto de su amor.

El bebé que hubiera sido la niña de sus ojos. O, si su esposa estaba en lo cierto, el pequeño piloto con quien compartir todos sus viajes.

— Anakin —pese a la debilidad que consumía su cuerpo, los ojos de Padmé estaban increíblemente lucidos cuando atraparon su mirada—. El bebé… salva al bebé. No importa si yo… —su voz flaqueó pero se repuso en —. Nuestro bebé, Annie. Promet… Lo salvarás. Nuestro. Prométemelo.

Anakin dudó. Tanto como amaba a ese bebé por nacer, tantas como habían sido las noches pedidas en el espacio exterior soñando con esa familia, con ese ser que sería fruto de su sangre, no podía compararse al amor que sentía por ella. A ella la conocía, llevaba años amándola, era un adicto del tacto de su piel, del toque de sus labios, de su ternura…

El joven podía imaginar una vida sin ese bebé, al fin y al cabo, ni siquiera lo conocía, pero no sería capaz de vivir sin ella. Eso era una certeza. Por desgracia, Padmé no parecía compartir ese pensamiento.

Ella percibió sus dudas y eso la alteró. Comenzó a resollar.

— Anakin, por favor… —tartamudeó de nuevo—. Promételo. Si me amas… Prométemelo.

Su palidez se había incrementado de nuevo. Ya apenas era capaz de respirar. Él temblaba mientras la sostenía a ella en brazos y caminaba hacia el centro de control. Estaba aterrorizado. Su esposa agonizaba en sus brazos. Sabía que asentir a lo que Padmé pedía de él, la calmaría y le permitiría concentrarse de nuevo en salud. Era un requisito pequeño a cambio.

— Te lo prometo.

Inmediatamente, el peso de aquella promesa se alzó entre ellos. Padmé jadeó con alivió y le dedicó a él una sonrisa de gratitud. Anakin percibió como los músculos de su cuerpo, antes tensos, quedaban inertes y ella volvió a perder el conocimiento. Pero al menos ya respiraba con facilidad.

Alcanzó el centro de control en seguida. Obi-Wan lo estaba esperando. Había apartado algunos cadáveres del centro de la sala y había preparado la mesa central, lo suficientemente amplia para actuar como camilla, cubriéndola con algunas capas acolchadas en un intento por hacerla más cómoda. El espíritu de Anakin se debatía entre la gratitud, los celos y el odio, pero apenas tenía tiempo para actuar en consecuencia.

Rezongó al pasar por su lado, y con sumo cuidado y delicadeza, depositó el cuerpo de Padmé sobre la mesa. Ella no se despertó, aunque su cuerpo se resistió levemente cuando tuvo que separarlo de él. Anakin lo consideró una buena señal.

Durante unos instantes, el jedi y el sith se observaron en mutuo silencio. Obi-Wan comprobó con sorpresa que los ojos de su discípulo habían perdido todo rastro de ambarino durante el trayecto, y sus iris volvían a celestes por completo, si bien la aureola carmesí permanecía todavía anclada en ellos.

La visión de Obi-Wan, tan en calma, tan herida y melancólica, atrajo a las entrañas de Anakin memorias que prefería olvidar, sentimientos que creía ya enterrados. Pero el odio se mantuvo y se aferró a él.

to be continued?