Disclameir: Star Wars es propiedad del maestro Geoge Lucas, de la Fox y de cualquier otro que disponga sus derechos. Esta historia es únicamente por diversión y sin ningún animo de lucro. Con su permiso, tomo prestados a los personajes con afán de devolverlos.

Resumen: En las negras arenas de Mustafar Vader y Obi-Wan combaten en un duelo a muerte. Padmé recupera la conciencia en su nave y se propone ir a salvarlos. Cúando las pesadillas de Anakin comiencen a hacerse realidad, ¿serán capaces el antiguo maestro y el aprendiz de unir sus fuerzas para salvar la vida de ella y sus dos pequeños?

Personajes Principales: Anakin, Vader, Padmé, Obi-Wan, Luke, Leia.

Personajes Secundarios: Palpatine, Yoda(?).

Notas de Autora: Será una historia breve, ocho o nueve capítulos, yo creo. Ya os hablé de ella a los lectores de "Ángel del desierto". La mayoría de las escenas serán lienales, sin apenas saltos bruscos en el tiempo o el espacio. La temática principal será el romance entre Anakin/Vader y Padmé, y la riña y el amor fraternal que existe entre él y Obi-Wan. No será un fic de aventuras o luchas espaciales. Está centrado el la psicología de los personajes y en sus emociones, en los motivos que los impulsaron a ser como son y a tomar la decisión que han tomado, y en cómo afrontar y superar algunas de estas decisiones.

El fic se inicia en los eventos finales del episodio III, mientras Obi-Wan y Anakin están todavía luchando. Está inspirado en tales momentos de la película pero sobre todo en la novelización de la misma (¡Grande Matthew Stover), la cual contribuye muchúsimo a entender la verdadera esencia de casa personaje. Así que no os asusteis si encontrais varias citas tomadas de allí, e incluso un par de escenas calcadas que tomé para éste primer capítulo (sólo para éste, a partir de ahí es todo mío).


Capítulo I

Eran idénticos, sable contra sable. Tras miles de horas practicando con sus armas, se conocían mejor que hermanos, más íntimamente que amantes; eran las mitades complementarias de un solo guerrero.

En cada intercambio, Obi-Wan cedía terreno. Era su forma de luchar. Y sabía que derribar a Anakin convertiría su propio corazón en cenizas.

Los intercambios restallaban. Los saltos eran esquivados o recibidos con patadas voladoras, los barridos al tobillo eran evitados y los puñetazos bloqueados. La puerta del centro de control cayó hecha pedazos, y siguieron luchando dentro de él, entre los cuerpos de los nemoidianos. Las consolas explotaron en fuentes de chispas al rojo al ser arrancadas de sus agarres y arrojadas al aire. Manos muertas se tensaron en gatillos, y disparos láser sisearon en dibujos de rebote imposiblemente intrincados.

Obi-Wan apenas pudo captar alguno y devolverlo contra Anakin en un gesto de desesperación. Cualquier cosa valía para distraerlo, para retrasarlo. Anakin lo rechazó con facilidad, con desdén, y los disparos refulgieron al rebotar entre sus hojas, más y más próximas, hasta que el rebote fue tal que el galvanizado de los paquetes de partículas de rayos se desintegró, y éstas se dispersaron en una niebla radioactiva.

— No me obligues a matarte, Obi-Wan —la voz de Anakin se había vuelto más profunda que un pozo, y árida como los riscos de obsidiana—. No eres rival para el poder del Lado Oscuro.

— Ya he oído eso antes —dijo Obi-Wan entre dientes, parando enloquecidamente los ataques—, pero nunca creí oírtelo a ti.

Un rugido de la Fuerza aplastó a Obi-Wan contra una pared, arrancán dole el aire de los pulmones, dejándolo mareado, medio aturdido. Anakin pasó por encima de los cadáveres y alzó la hoja para matar.

A Obi-Wan sólo le quedaba un truco, uno que no le funcionaría dos veces...

Pero era un truco muy bueno.

Después de todo, le había funcionado espléndidamente bien con Grievous...

Contrajo un dedo, buscando en la Fuerza para invertir la polaridad de los servomotores de la mano mecánica de Anakin.

Los dedos de duracero se abrieron, y un sable láser cayó libre.

Obi-Wan alargó la mano. El sable láser de Anakin giró en el aire hasta su mano. Enarboló ambas hojas ante él, formando una cruz.

— El defecto del poder es la arrogancia.

— Dudaste —dijo Anakin—. El defecto de la compasión...

— No es compasión —dijo Obi-Wan con tristeza—. Es reverencia ante la vida. Incluida la tuya. Es respeto por el hombre que fuiste —lanzó un suspiro—. Es pesar por el hombre que debiste ser.

Eso lo irritó. Anakin lanzó un rugido y voló hasta él, usando tanto la Fuerza como su cuerpo para volver a aplastar a Obi-Wan contra la pared. Sus manos aferraron las muñecas de Obi-Wan con una fuerza imposible, obligándole a abrir las manos.

— ¡Estoy harto de tus sermones!

El poder oscuro aumentó la presión.

Obi-Wan sintió que los huesos de sus antebrazos cedían, empezando a agrietarse para convertirse en las fracturas que sobrevendrían antes de romperse del todo.

Oh, pensó. Oh, esto es grave.


Paz. No existía nada más. Su mente, su cuerpo, su alma… Todo rebosaba paz. Una emoción tranquila, sosegada, suave… Un sentimiento únicamente cálido. No se sentía corpórea, sus sentidos físicos se habían desvanecido, y sin embargo, su conciencia existía… vagaba de uno a otro rincón del universo… Flotando en paz.

Ella no quería despertar.

Tal vez no recordara el por qué, el cómo o el cuándo, pero sabía que no estaba preparada para experimentar la horripilante pesadilla en la que se había torcido su vida en tan sólo unos instantes.

Su esposo.

Su bebé…

Su amor por él la ayudo a concentrarse.

¿Qué sería de él ahora? ¿Qué sería de la inocente criatura que habría de pagar por los pecados de sus padres…?

Sus padres.

Su Anakin. El hombre que ella amaba. El hombre que había traido una nueva razón de ser a su existencia, una existencia que recordaba ahora mustia y triste antes de su presencia, antes de que Padmé mirase en sus ojos y hallara en ellos no la adoración sin condiciones del pequeño Annie de Tatooine, sino la pasión directa, abrasadora y sin vergüenza de un poderoso jedi.

¿Cómo…? ¿Cómo las cosas habían podido llegar a torcerse tanto?

Su esposo. Su bien amado.

¡Anakin!

De súbito, con la conciencia todavía sumergida ese pacífico reino de lo etéreo, lo recordó todo. Las memorias regresaron a ella en un torrente demencial de terror, temor y culpa.

¡Obi-Wan!

Él se había colado en su nave. Contra su voluntad, ella lo había conducido hasta aquí. Había tomado parte en su batalla. Por su falta de previsión, su esposo estaba ahora luchando contra su mentor en un combate a muerte.

Haciendo acopio de las últimas fuerzas que todavía guardaba, pese a la tranquila y dulce serenidad que la llamaba a permanecer inconsciente, Padmé luchó por despertar. Su amado la necesitaba. Anakin y Obi-Wan estaban luchando el uno contra el otro e, independientemente del resultado final de la batalla, ella sabía que el alma su esposo sería destruida para siempre si no llegaba a tiempo para detener ese duelo.

Con un sublime esfuerzo y una férrea llamada a su fuerza de voluntad, Padmé abrió lo ojos.


Alrededor de ellos llovía fuego.

Obi-Wan retrocedió hasta el borde de la balconada; más allá sólo había un cable energético, no más grueso que su brazo, que llevaba a la principal planta colectora de la vieja mina de lava. Obi-Wan retrocedió y puso el pie en el conducto sin titubeo alguno, manteniendo un equilibrio impecable mientras paraba un golpe tras otro.

Anakin siguió adelante.

En la cuerda floja que era el cable energético, sus espadas eran borrones incluso más veloces que antes. Atacaban, cortaban, paraban y bloqueaban. Bombas de lava atronaban en el suelo bajo ellos, desprendiendo gotas de ardiente piedra que les quemaron las túnicas. El humo amortajaba la estrella del planeta, y las únicas luces que quedaban eran el brillo infernal de la lava bajo ellos y la de propias hojas. Bengalas de energía que crepitaban y escupían.

Esto no era un Sith contra un Jedi. No era la luz contra la oscuridad o el bien contra el mal; no tenía nada que ver con el deber o la filosofía, con la religión o la moral.

Era Anakin contra Obi-Wan.

Era personal.

Los dos solos, y el daño que se habían hecho mutuamente.


Lo primero que Padmé percibió al despertar fue un punzante ardor en el cuello y los pulmones: los pulmones le ardían. Cada respiración se convertía en un suplicio. Los recuerdos la atormentaban. Él, el hombre que había jurado amarla, cuidarla y respetarla por todos los días de su vida e incluso más allá, su esposo, era el culpable de su dolor. Él había alzado su mano contra ella, la había estrangulado sin reparar siquiera en su vientre, donde ella cargaba todavía el fruto de su amor.

Su mano descendió inmediatamente hasta su estómago abultado, muy asustada. Pero no había nada que la hiciera temer allí. Él bebé seguía con vida, nervioso y temeroso, reflejo inequívoco de las emociones de su madre, pero con vida. Padmé era capaz de sentirlo.

La joven suspiró con inmenso alivio y percibió cómo la quemazón en su pecho se incrementaba. La atmosfera de Mustafar no haría nada por reparar sus heridas. Pese a todo el mal que él había causado, pero a todas las atrocidades que había cometido, sólo había una cosa que se creía incapaz de perdonar a Anakin. Pero su bebé estaba a salvo y ella debía aferrarse a la fé de que todo lo demás podía arreglarse. Se lo debía a ese hijo, a la familia que debían construir para él.

No había tiempo para revolcarse en lamentaciones, ni siquiera, por más que lo deseara, para buscar un culpable que lo excusara a él de sus acciones.

— Milady, ha despertado —trespeó se interpuso en su camino—. Oh. Yo no le recomiendo abandonar la nave, milady. Este planeta que ha elegido el amo Anakin es un verdadero horno para mis circuitos. Con sinceridad, no entiendo qué…

Padmé ignoró la verborrea del droide de protocolo, suprimiendo la necesidad de verter lágrimas ante la mención del nombre de su esposo, e hizo caso omiso de sus recomendaciones, así como el de los silbidos precavidos de erredós, mientras conducía a las frágiles piernas que la sostenían fuera de la nave.

Tenía que encontrarlos.

Y rápido.


Un rugido más sonoro que el de la erupción del volcán vino de río arriba. El metal empezó a chillar y a estirarse. Anakin contrarrestó con facilidad la embestida de Obi-Wan y encajó una certera patada en su pecho haciéndolo retroceder de nuevo. El río descendía bruscamente en una sábana vertical de fuego que se desvanecía en ardientes nubes de humo y gases.

La planta colectora entera estaba siendo arrastrada, de forma inexorable, hacia una catarata de lava.

Obi-Wan decidió que no quería ver lo que había en el fondo.

Apartó la hoja de Anakin con un bloqueo a dos manos y propinó una patada bien colocada que los separó. Antes de que Anakin pudiera recuperar el equilibrio, Obi-Wan echó a correr para dar un salto que se con virtió en una zambullida de cabeza fuera de la azotea. Descendió, nivel tras nivel, a sólo unas decenas de metros de la lava. La Fuerza llevó a su mano un cable que colgaba, convirtiendo su zambullida en un arco que lo elevó muy arriba y muy lejos, hasta el mismo límite del cable.

Y lo soltó.

Con la misma seguridad con la que habría saltado desde un columpio en una de las salas de juego del Templo, su velocidad lo envió volando en un arco que lo disparó hacia la orilla del río.

Hacia. No hasta.

Pero la Fuerza le había llevado hasta allí, y seguía sin traicionarlo. Abajo, zumbando a pocos metros sobre el río de lava, apareció una enorme, lenta y vieja plataforma repulsora que transportaba droides y equipo hacia la planta colectora, dado que su programación no era lo bastante sofisticada como para darse cuenta de que estaba a punto de resultar destruida.

Obi-Wan giró en el aire y dejó que la Fuerza le permitiera aterrizar como un gato. Un golpe rápido de sable láser inutilizó el sistema de guía de la plataforma, y Obi-Wan pudo dirigirla hacia la orilla con un simple desplazamiento de su propio peso.

Se volvió para ver cómo la planta colectora chillaba como los condena dos en el infierno corelliano, derrumbándose por el borde de la catarata hasta precipitarse a una destrucción invisible.

Obi-Wan bajó la cabeza.

— Adiós, viejo amigo.

Pero la Fuerza le susurró una advertencia, y Obi-Wan alzó la cabeza a tiempo de ver a Anakin saltando hacia él desde la humareda que había sobre la catarata, agarrado a un pequeño droide movido por repulsores. El pequeño droide era mucho más rápido que la aparatosa plataforma de carga, y Anakin pudo rodear a Obi-Wan y cortarle el acceso a la orilla.

Su lucha continuaba.


Corrió a través de la plataforma en su busca. No estaban a su alcance. Decidió revisar primeros los centros de control. Cada uno de ellos poseía señales de su reciente lucha, así como varios cadaveres de importantes representantes de la Federación de Comercio, pero el combate los había conducido más lejos. Sin detenerse a pensar sobre su propia seguridad, Padmé siguió el rastro de cables destrozados y quemaduras láser hasta el exterior de la plataforma.

La lava consumía el ambiente. El planeta entero constituía un peligroso volcán en erupción y, a cada paso, a Padmé le resultaba más y más difícil extraer el oxígeno para calmar sus pulmones. Ya no era dueña ni de su propio cuerpo, pero aun así continuó corriendo. Continuó corriendo porque, si ya era tarde para preservar su vida, al menos debía asegurarse de que el corazón su amado volviese a ella y fuera salvado.

Sus pasos la condujeron hasta más allá de la plataforma, hasta aún camino arcilloso. Tuvo que detener unos segundos para recuperar el aire, pero se obligó a sí misma a seguir adelante antes de estar recuperada, ignorando los fieros calambres que amenazaban ahora con anegar su vientre. Ella permitió totalmente a su instinto que quien la guiara, así como lo había hecho durante otros combates, o como lo hacía cuando se hallaba enredada en los galimatías del Senado.

La entrega dio sus frutos. Allá, a lo lejos, en mitad de una colina de fuego, dos figuras se enfrentaban llevando en sus manos dos sables azules.

— ¡Anakin! —exclamó su desesperada, pero él se hallaba todavía perdido en la lejanía y ni siquiera pudo escucharla—. ¡Anakin!

No hubo respuesta. Comenzó a correr hacía él todavía más rápido.


Los sables láser se repelieron nuevamente entre sí. Obi-Wan volvió a desplazar su peso a un lado y a otro, pero el droide de Anakin era ágil como una pantera de las arenas; no había forma de sortearlo, y el calor, tan cerca de la lava, era lo bastante intenso como para chamuscar el pelo a Obi-Wan.

El viejo pupilo embestía sin descanso, negándole cualquier tregua a su gastado maestro, cuyo perfecto dominio del Soresu lo impulsó a retroceder y a seguir defendiendo. Obi-Wan sabía por experiencia que el estilo pasivo de su combate siempre había una fuente de irritación para Anakin, y confiaba que dicha furia lo condujera a cometer una imprudencia que él debería aprovechar.

— ¡Anakin! ¡Anakin! —una voz que no era la suya lo llamaba—. Obi-Wan, por favor…

Una voz femenina…

Una voz que no se interpuso en su lucha.

Ella lo había llamado de nuevo. De nuevo no había habido ninguna respuesta.

Pero esta vez fue diferente. Padmé había llegado ya muy cerca de ellos, se hallaba al pie de la colina de arena negra que enmarcaba el río de fuego. Él la había escuchado. Los dos la habían escuchado. Ella pudo distinguirlo en sus gestos. Vio como los músculos de ambos se tensaban tras su llamada, uno fruto de la ira, otro fruto de la preocupación. Ninguno se giró para mirarla, ni hizo otro copio de notar sus presencia.

Los dos se hallaban imbuidos en su propia pelea, en su propio rencor, en el daño que se habían causado y en la ira que fluctuaba entre ellos. Los dos decidieron ignorarla. Observarlos combatir, con las marcas del odio bullendo con cada mandoble de sus espaldas, le rompió el corazón.

Si es que éste no estaba completamente ya roto.

— Éste es tu final, mi Maestro —dijo Anakin—. Ojalá fuera de otro modo.

— Sí, Anakin, yo también lo hubiera preferido —dijo Obi-Wan mientras corría para dar un salto, convirtiendo su hoja en una lanza.

Anakin se echó a un lado y desvió el embate casi con desdén. Falló un mandoble a las piernas de Obi-Wan cuando este pasó por su lado. Los propulsores del droide que lo sostenían se tambalearon, arrastrándolo hacía la derecha, mientras el pequeño barco de Obi-Wan fluctuaba en dirección contraria, hacia la orilla.

— ¡Anakin! —ella lo llamó de nuevo; él se adiestro a sí mismo para ignorar su llamada una vez más, sin remordimientos—.

Todavía no era el momento. Él se alegraba de saberla despierta, significaba que sus heridas no eran tan graves como había temido, pero ahora debía centrar todo su atención en el combate. Pronto, muy pronto, se dijo a sí mismo, en cuanto Obi-Wan estuviese muerto, dispondría de tiempo para ocuparse de Padmé.

Traidora o no, él todavía la quería a su lado. La amaba demasiado para renunciar a su presencia. Incluso si debía retenerla junto a él contra su voluntad. Seguía siendo la madre de su hijo.

La presencia de Padmé trajo a él el recuerdo de la traición, del cruel fantasma de los celos que aún lo devoraba y, por primera vez desde que comenzó el duelo, deseó verdaderamente asesinar a Obi-Wan, no sólo humillarlo y herirlo en todas formas posibles. Quiso matarlo, y rápidamente.

Sabía que el Lado Oscuro podía convertir ese deseo en realidad. Observó los ojos grisáceos de su antiguo maestro, las gotas perladas de sudor que discurrían por su frente, y supo que él también lo sabía. Se sentió preparado.

— Anakin… —ella lo llamó de nuevo—. ¡Ana… ah!

Pero ese último intento por alcanzarlo fue distinto a los demás. Un murmulló ininterrumpido. Un mal agüero. Anakin contrarrestó con eficacia la estocada del laser del Obi-Wan por la derecha y no se opuso cuando su droide tomó distancia del enemigo, dirigiéndose a la izquierda del río de lava. El jedi contempló con recelo como erigía una leve distancia entre ambos.

Un presentimiento de muerte.

Por primera vez desde que la emoción de la batalla lo había abducido, Anakin sintió el fantasma del miedo, ese que creía haber aplastado al convertirse en Darth Vader, ascender precariamente por su sangre hasta congelar sus entrañas desde lo más profundo.

Todas las cosas mueren con el tiempo.

Hasta las estrellas se consumen.

Pero no. Él era ahora Darth Vader, un Señor de los Sith. Su inmensurable poder convertiría en pedazos esa verdad. La destrozaría para siempre. Todas sus energías se centraron en ignorar esa premonición. Lo intentó desesperadamente, absorbiendo su espíritu en la batalla, pero sus ojos eran inexorablemente atraídos hacia ella.

Ella no lo miraba. Ella ya no lo miraba.

Ella mantenía la vista inmóvil sobre su vientre, sobre lo que había más allá de su vientre. Él vio como entre temblores su mano se deslizaba por su estómago abultado y rodeaba su curva, y continuaba descendiendo cuando ésta ya finalizaba, hasta palpar con sus propios dedos la mancha oscura que se estaba extendido por su pantalón, a la entrada de la vagina.

La incredulidad enturbió sus facciones. Un profundo temor que la anegó cuando ella trajo de nuevo sus dedos a la altura de su vista y comprobó por sí misma que el cálido líquido que había recogido allí poseía el mismo color de la sangre. Una terrible comprensión.

Sus ojos buscaron los suyos, acuosos. Lo buscaron a él y lo hallaron. Hubo tanto que ella consiguió trasmitirle a él con esa mirada: terror, ternura, culpa, remordimiento, disculpas, súplicas, amor… perdón. Se mantuvieron en contacto por lo que Anakin percibió como toda una eternidad… pero que fue tan sólo un latido.

Un efímero latido de su desvariado corazón.

— ¡Nooo! —el aullido había sido un reflejo automático de sus labios—.

Los siguientes eventos de produjeron todos simultáneamente.

Las piernas de Padmé se tambalearon, incapaces de sostener su peso. El temor inundó sus sentidos como un anticipo. Anakin aulló de nuevo, previendo su caída antes de que ocurriera y negándose a que aconteciese. Sus músculos se tensaron, dispuesto a saltar hacia ella.

Obi-Wan parpadeó confundido, agente ignorante de los eventos que ocurrían a su alrededor. Creyó de alguna manera que él grito iba dirigido hacía él, que Anakin iba a cometer por fin una disparatada e imprudente maniobra regida por la ira y el odio que controlaban sus sentidos y, mientras su propio corazón ardía en llamas, consciente de que sería menos doloroso para él cercenarse a sí mismo con su propia arma, alzó el sable para detenerlo. Porque Obi-Wan era y sería siempre un jedi por encima de todo y, como jedi, jamás podría vivir la victoria a los Sith.

Pero Anakin no saltó en dirección hacía él. Podría afirmar sin equivocarse que Anakin se había olvidado completamente de él en esos cruciales momentos. Obi-Wan lo observó saltar hacia la cumbre de la arena negra, hacia la mujer cuyo cuerpo se desplomaba indefectiblemente, lo observó saltar justo a tiempo para recoger su inerte figura mientras caía, y lo observó impedir, por una trascendental milésima de segundo, que su vientre chocara contra el suelo en lo que había sido un golpe fatal para el bebé.

Obi-Wan no supo ya qué pensar.

.

.

.

To Be Continued...


The end para el primer capítulo XD. Ójala que os haya gustado. En lo personal, me siento muy satisfecha de cómo ha quedado. Creo que es mi capítulo favorito de todos cuántos he escrito para Star Wars. Es que iba viviendo el momento mientras escribia, como si yo misma pudiera sentir lo que sentía elllos, y ha sido un trabajo que he disfrutado muchísimo. Pero estoy muy ansiosa por conocer vuestras opiniones. ^-^

Como la mayoría sabeis, estoy inmersa ahora mismo en la conclusión de mi fic "Ángel del desierto", el cual continua siendo mi prioridad y lo será hasta que finalice los cuatro o cinco capítulos pendientes. En consecuencia no habrá actualizaciones tempranas para este fic, tal vez hasta dentro de dos semanas. Lo siendo por eso. Por más que desearía poder mantenerme al día con todo, actualmente me es imposible.

Sin embargo, estoy super ansiosa por saber vuestras opiniones sobre el capi presente... ¿Os ha gustado u os ha defraudado? ¿Creeis que tiene potencial así como está o mejor lo rehago desde el principio? ¿Sigo con él. o lo aparcó y me dedicó a escribir el otro cuyo argumento también os presente en la encuesta? ¿Estais de acuerdo en que "Angel de desierto" siga siendo la prioridad, con dos capis por semana, o preferís que compagine ambos al ritmo de un capi de cada por semana?

¡Jajaja! Como veis estoy llena de dudas... Pero suele ocurrer al comenzar un fic nuevo. De momento espero con muchas ansias vuestras respuestas. ¡Un gran abrazo a todos! Os quiere,

Kheyra A.S.