Ranma ½ es propiedad intelectual de la artista Rumiko Takahashi. Esta historia ha sido creada únicamente como un homenaje a su obra.

Fantasy Fics Estudios es un grupo fundado hace más de diez años en torno a la fantasía, la escritura de fanfictions y de relatos originales. Nuestra misión es pregonar el libre uso de la imaginación y la diversión.


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Podía escuchar el viento sacudiendo las hojas de los árboles, su padre le había contado que así también se escuchaban las olas en el mar.

El niño acunaba las manos alrededor de las orejas. Abrió los ojos y corrió adelantándose a su padre. La carretera doblaba en una pronunciada curva sobre un acantilado antes de descender por una larga pendiente. Apoyó las pequeñas manos en la barrera y admiró ciudad que los esperaba en el fondo del valle, rodeada de cerros cubiertos por un denso bosque de húmedo verdor oscuro. Nubes enormes y esponjosas se deslizaban silenciosas rozando los árboles. Una muy grande descendía por el lado de la carretera. El niño abrió la boca con ingenuo asombro ante la gigantesca pared gris, y los grandes ojos en su pequeño rostro, reflejos del cielo, brillaron de puro entusiasmo. Imaginó que era una ballena flotando sobre un mar de árboles. La saludó con su pequeña mano en alto llamándola a gritos: ¡ballena-chan, ballena-chan!

Su padre, un hombre joven de cabello oscuro y corto cubierto por un pañuelo blanco, se detuvo a su lado. Respiró profundamente el aire fresco de la mañana hasta llenar el pecho y posó su mano grande y pesada en la cabeza del pequeño, haciéndole una brusca caricia. El niño luchó para zafarse de esa mano que le revolvía el cabello, sin escuchar el profundo pensamiento que decía su padre. Cuando lo consiguió, notó que su padre lo observaba fijamente, se ajustaba los anteojos y le volvía a decir algo; luego apuntó hacia la ciudad. El niño miró en esa dirección, pero al volver el rostro descubrió que su padre no se encontraba, pues había echado a correr pendiente abajo por la vereda, burlándose y arengándolo a seguirlo.

A medida que el niño corría tras su padre, se olvidaba del desafío y las burlas, pues volvía a alegrarse al gozar de la velocidad que alcanzaba al dejarse llevar por la inclinación del camino, con el cabello hacia atrás descubriendo su amplia frente, la diminuta coleta estirada hacia atrás y el aire frío golpeándole el rostro. Tan deprisa iba que creyó ver que las paredes de roca natural en la vereda opuesta se volvían lisas y cubiertas de cemento; que los árboles a los lados del camino desaparecían y eran reemplazados por postes del tendido eléctrico; que una pequeña explanada por la que acababa de cruzar se convertía en una plaza con juegos y césped delante de altos edificios de departamentos. La calle se volvió más amplia bajos sus rápidos pies que casi no tocaban el suelo, transformándose en un camino mejor pavimentado. El niño comenzó a saltar en zigzag esquivando las pozas de agua como de lluvia reciente, y vio en el camino a una pareja abrazándose con fuerza.

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Fantasy Fics Estudios presenta el final de un relato sin fin

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Akane lo abrazó metiendo las manos por dentro del abrigo.

—Ranma, yo… estoy embarazada.

Quedó perplejo. ¿Escuchó bien?... ¿Embarazada?... ¿Y qué significaba embarazada?... Sería que… ¿Embarazada?... ¡Ah, embarazada! Consiguió cerrar la boca, pero su mirada continuaba perdida en el vacío. Entonces… Akane estaba… ¿embarazada?

Palideció.

Akane esperaba un bebé... ¡Su bebé!

Las piernas le flaquearon víctima de un pánico inexcusable. Eran demasiadas emociones en tan corto tiempo y su mente se desconectó dejando caer los brazos. Olvidó por un momento que estaba casado con Akane, olvidó el año que transcurrieron juntos, olvidó lo aprendido, olvidó lo vivido, olvidó las promesas que se hicieron cuando una vez creyó pasar por eso mismo, olvidó su propio deseo por ser padre, olvidó incluso quién era Akane, ¡olvidó quién era él! Todo lo que retumbó en sus oídos fue una voz oscura, malévola y cruel que hizo eco dentro de su cabeza diciéndole: no estás preparado, no tú que nunca tuviste un buen ejemplo y todo lo que aprendiste fue a escapar de los problemas, no puedes hacerlo, ¡jamás serás un buen padre!

El viento zumbó sobre su espalda agitando su cabello. Una sombra pequeña cruzó por su lado arrancándolo violentamente de sus pensamientos y por reflejo reaccionó moviendo los brazos, rodeando a Akane con mucho celo. Despabiló sacudiendo el rostro y a media cuadra vio a un niño deteniendo su carrera bruscamente arrastrando los talones. Era pequeño, con una enorme mochila de viaje, cabello negro, coleta, con una tenida sucia y gastada de entrenamiento hecha a su medida. El niño giró lentamente moviendo los pies.

Los ojos de ambos eran del color del mar, brillantes, que reflejaban a una única alma juguetona como la turbulenta marea. Se encontraron a través de la distancia y del tiempo que los separaba. Ranma Saotome parpadeó sorprendido y aquella visión, que no supo interpretar, quizás pensó se trataba de una alucinación o de un recuerdo palpable. Lo que fuera, la imagen de ese niño sin problemas, sin preocupaciones, sin miedos, consiguió rescatarlo de la fiebre de extraños pensamientos que lo torturaban. El joven volvió a sentir el intenso latido de su corazón dando golpes contra las paredes de su pecho, y la sangre recorriendo su cuerpo inyectando calor en sus miembros. Suspiró profundamente una vez, dos veces, tres veces y finalmente más calmado el joven hombre esbozó una sonrisa infantil y límpida, sin maldad, sin miedo al mañana; como la imagen en el espejo del alma pura e inquieta de aquel niño que lo observaba lleno de curiosidad.

Akane comenzó a temer, Ranma tardaba mucho en responderle. Sus manos se aferraron con más fuerza de la camisa por debajo del abrigo y quiso separar su rostro.

—¿R-Ranma…?

Pero no pudo apartarse cuando Ranma la envolvió con más fuerza, con una mano sobre su cabeza obligándola a descansar su mejilla sobre el agitado pecho del joven hombre.

—No tengo miedo —Ranma susurró con fuerza—, voy a ser padre, no tengo miedo, ¡voy a ser padre! ¡Voy a ser padre, maldición, voy a…!

Cerró la boca y cogiendo a su esposa por los brazos la apartó bruscamente buscando su mirada.

—¿Es verdad? —la interrogó desesperado—. Dime, Akane, ¿esta vez sí es verdad? ¿Lo es?... ¿Lo es?

Akane se sintió un poco aturdida por la forma en que él la remecía sin cuidado. Iba a protestar cuando mirándolo a los ojos enterneció. Aquel hombre era un desastre, con el cabello despeinado sobre su frente, convertido en una masa de nervios y emociones que refulgían en sus ojos y que Akane encontró tan bellos en ese momento, más perfectos por el miedo y la atención que le prodigaban como si su vida dependiera de una sola de sus palabras. Y ella no podía ser cruel haciéndolo esperar por más tiempo.

—Es… es verdad, Ranma, ¡es verdad, esta vez sí que estoy embarazada! Siento el no habértelo dicho antes, porque… porque… —los labios de la joven temblaron, negó con la cabeza, no podía pensar en eso ahora—. Sí, seremos padres… ¿Ranma? ¡No! ¿Qué haces?... ¡Bájame!

Ranma sin escucharla ni permitir que lo detuviera con sus forcejeos, alzó a Akane en sus brazos y comenzó a girar y reír como un auténtico demente.

—Voy a ser padre, ¿lo escuchaste, Akane? ¡Voy a ser padre!

—Ranma, ya lo sé, si yo te lo dije. ¡Ranma, no!... ¡Bájame, que me mareo!... ¡Ranma, haces que me sienta mal!... ¡Ranma, no, tonto, ya bájame! ¡Ay, no… Ah!

—¡Voy a ser padre!...

—¡Bájame!

—… ¿Escucharon todos? ¡Voy a ser padre! —casi cantó en su alegría.

Aquella acción provocó más extrañeza en el pequeño niño que los miraba, cuando la voz de su padre lo interrumpió.

—¡Ranma, qué esperas, baja ya! —gritó el joven maestro Genma Saotome que lo esperaba en la vereda al final de la pendiente—, ¿o es que tienes miedo de perder?

—Yo no tengo miedo, papá —protestó el pequeño niño en respuesta—, ¡no tengo miedo a nada!

Pero no avanzó más que un par de pasos y se detuvo otra vez mirando hacia atrás. Le provocaba curiosidad esa pareja de raros adultos y su juego, en que aquel sujeto tomaba a esa mujer en brazos y giraba riéndose hasta marearla. ¿Era alguna clase de competencia? ¿O sería una técnica de combate desconocida? Aunque lo que más lo intrigaba era el rostro de esa joven mujer, la manera en que parecía reírse, rabiar y llorar, todo al mismo tiempo; también la forma de sus ojos, sus labios pequeños, su corta melena que se mecía con cada giro de una forma que lo atrajo mucho más que las divertidas cigarras cuando jugaba a perseguirlas de árbol en árbol en el bosque. No podía entenderlo a su infantil edad qué era esa fascinación que le provocaba, pero que dejó una impresión en su alma infantil que perduraría más allá de sus recuerdos.

Solo años después reviviría esa misma extraña sensación: parado sobre una cerca mirando a esa chiquilla sonreír con el atardecer de fondo, con el cabello recientemente cortado. Y entonces conocería la palabra correcta para definir lo que le provocaba esa mujer, a pesar que todavía tendría el rostro sucio por las lágrimas: que ella era muy bonita.

Continuó por otro regaño de su padre. Descendió unos pocos metros más cuando un fuerte y frío ventarrón le dio en la espalda sacudiendo sus ropas y cabello, inclinando los árboles y haciendo sonar un coro de hojas. Al volverse rápidamente el pequeño Ranma notó que ya no había edificios, ni modernas lumbreras, tampoco los charcos de agua sobre el pavimento. Tampoco pudo ver a esa rara pareja.

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Capítulo final

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«La esposa secuestrada»

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Seis meses habían transcurrido con la velocidad de una semana.

Deslizaba las pantuflas perezosamente por el pasillo. Llevaba los gruesos calcetines arrugados a medio caer alrededor de los tobillos. El borde del grueso vestido de mezclilla azul tipo jardinera cubría sus rodillas. Había arremangado las mangas del jersey blanco y cargaba una pequeña caja, la que rebotaba suavemente contra su vientre más abultado, todavía no muy grande, pero lo suficientemente pronunciado como hacerse notorio recogiendo un poco el vestido.

Tarareaba a viva voz una de sus canciones predilectas cuando cruzó frente al espejo en la pared del pasillo. Se detuvo al momento y dejó de cantar. Retrocedió un par de pasos hasta quedar otra vez frente al espejo y giró observándose.

Depositó la pequeña caja sobre la mesita a un costado del teléfono que empujó sin darse cuenta que por poco lo tira, y se plantó ante el espejo examinándose con detenimiento. Se pasó ambas manos por el cabello enredando la punta de sus dedos con el final de la corta melena. Le había crecido bastante rápido y ya le rozaba los hombros. Se sacó el fino cintillo, del mismo color del jersey con una pequeña margarita de adorno a un costado, lo sostuvo con los labios mientras se recomponía el peinado y se lo volvió a colocar ajustándose cuidadosamente. Movió la cabeza de lado a lado mirándose otra vez como le había quedado el cabello.

—Tendré que cortármelo antes que ese bobo comience a reclamarme —posó un dedo en su mejilla pensando en voz alta—, si tan solo lo hiciera de manera amable y no con bromas pesadas. ¡Es tan inmaduro! Si a veces se comporta como si fuera un crío.

—¡Yo no soy un crío, Akane! —se escuchó el grito de Ranma desde la alcoba al fondo del pasillo.

Ella apretó los dientes sorprendida, como una niña en una travesura, y luego suspiró resignada retocándose otra vez el cabello frente al espejo.

—Tenía que ser, cuando le conviene tiene buen oído, pero cuando no… —esperó mirando fijamente hacia la alcoba. No escuchó ningún reclamo esta vez—. ¡Me lo suponía!

Siguió observándose. Se fijó en sus ojeras y exhaló un lamento con pesar. Luego, divertida, estiró sus párpados hacia los lados haciendo morisquetas, afilando la mirada.

—Soy una chinita metiche y desvergonzada —sacó la lengua.

Se palpó las mejillas con ambas manos y ya no se sintió tan divertida. Pensaba que había subido un poco de peso y en realidad se veía un poco más hinchada de rostro. Se las pellizcó y tiró con fuerza.

—Si sigo engordando pronto voy a parecer una ballena…

Se soltó las mejillas asustada cuando su joven esposo le habló justo al pasar por detrás.

—Pero vas a ser una ballena muy bonita —Ranma exageró un meloso tono romántico, cerrándole un ojo para seguir caminando, ahora más aprisa.

—Oh, gracias… —su sonrojo duró apenas un momento—. Espera, ¿qué fue lo que me dijiste?... ¡Ranma, regresa acá! ¡Repite eso!

Akane agitó los puños, cogió su caja y lo siguió por el pasillo.

—Y ahora te haces el sordo. ¡Ranma, deja de silbar, te estoy hablando!... ¡Ranma!

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Cuatro días atrás, en la panadería, Akane se encontraba sumida en un profundo silencio. Cargaba un molesto peso en su corazón que dolía con cada una de sus respiraciones y subía hasta apretarle la garganta; era una parte de ella que en el fondo no deseaba despegarse de todo lo que había encontrado en ese lugar. Akane terminó de cambiarse el uniforme de la panadería, dejándolo muy bien doblado sobre la mesa de la pequeña habitación que usaban de vestidor. Ya no tendría nada que guardar en su casillero para el día siguiente, por lo que fue retirando una a una las fotografías, el pequeño estuche con cosméticos, una novela de tapas envejecidas y celestes, y algunas cosas más que guardaba allí hasta dejarlo vacío. Todo lo fue depositando en la mesa al lado del uniforme.

La tenida la guardaría como un recuerdo, pues la señora Ozawa se la había obsequiado a pesar que el vestuario era propiedad de la panadería. De todas maneras ninguna otra chica podría usarlo dado los pequeños ajustes que le fue haciendo durante esas últimas semanas para que le entrara, por su vientre un poco más notorio. Posó su mano sobre la blusa doblada y suspiró. Entonces recordó que todavía le faltaba una prenda. Levantó las manos hasta su cabeza donde tenía la pequeña gorra que parecía un pañuelo doblado. Dudó. Bajó las manos vacías; se lo llevaría puesto por lo menos hasta la entrada, porque todavía era parte de ese lugar, a lo menos en los últimos metros que la separaban de la puerta. Contuvo un sollozo.

Caminó por el oscurecido pasillo llevando sus cosas en una bolsa de papel rectangular con un bonito mango de género. Pasó frente a la cocina. No había nadie, pero para ella fue como si hubiera podido verlos a todos correr en los días de mayor movimiento, cuando incluso las chicas ayudaban a los dos maestros panaderos en la elaboración de los pasteles y panes. En esos días la señora Ozawa siempre obsequiaba a sus trabajadoras y panaderos algunas porciones de pastel o panes dulces para que llevaran a sus hogares. Akane se sonrió al recordar que Ranma parecía tener un olfato prodigioso, pues siempre se las ingeniaba para salir temprano y pasar por ella cuando sabía ella llevaría alguna delicia a casa. Volvió a suspirar, se pasó una mano por el rostro, ¡qué sensible se había puesto!

Akane se quedó paralizada cuando llegó al amplio frontis de la panadería. Entre las vitrinas y la caja, en lugar de público se encontró con todas las chicas, los dos maestros panaderos y la señora Ozawa que la habían esperado pacientemente para despedirse, con un bonito lienzo que extendían colgando delante de ellas en el que podían leerse claramente: «Nunca te olvidaremos, Akane».

—No… no es verdad —se quejó Akane, cubriéndose la boca, porque ya le era difícil poder contenerse hasta ese momento.

—¡Sorpresa! —gritó Suzume reventando un cono de confeti sobre su amiga.

—¡Ay!

—¡Suzume!, no en el rostro de la pobre, ¿en qué estás pensando?

—Lo siento, señora Ozawa.

—¡Calma!, estoy bien, no tiene importancia —Akane no sabía si reírse o llorar, cuando la joven Yushiko corrió para ayudarla a sacudirse el papel de los hombros y cabello, entre las risas y aplausos de las demás chicas—, pero no tenían que haberse molestado.

—¿Bromeas, niña? Se va una de mis mejores empleadas en años, lo menos que puedo hacer es despedirte de la manera correcta, ¿no es así Yuki?

—Sí, mamá. La extrañaremos mucho, señora Saotome —dijo Yushiko igualmente emocionada.

—Pero yo también soy una buena empleada —reclamó Suzume—, ¿no es verdad, señora Ozawa?

La señora Ozawa le respondió con una cruel carcajada.

Akane se quedó observándolos a todos, como si de pronto se hubiera convertido en una espectadora sintiéndose fuera de sí misma. Veía como el recio y veterano maestro panadero Muto llenaba de elogios a la señora Ozawa, y esta no se mostraba tan reacia como solía ser en su trato con los hombres, o a lo menos no con el maduro panadero. Yushiko intentaba consolar a Suzume que de un momento a otro rompió en lágrimas; quitándole a ella misma el deseo de llorar. Luego notó, guardando un secreto silencio para que la señora Ozawa no se percatara, como el joven ayudante panadero Abe conversaba animadamente con Yushiko, y la manera en que a la muchacha le brillaban los ojos al responderle. Claro que reconocía esa mirada, pensó Akane, ¡tan boba no era!, porque era la misma que ella tuvo desde la preparatoria cada vez que pensaba en su tonto esposo Ranma.

Las demás reían, conversaban, recordaban anécdotas de lo sucedido durante ese tiempo, poco más de un año y medio que llevaban juntas.

Fue en ese momento que Akane, silenciosa y con los ojos cristalinos, alzó las manos para despojarse finalmente de su sombrero; un gesto que quizás pareció insignificante para el resto, pero no para ella.

Había terminado su tiempo en la panadería de la señora Ozawa, jamás volvería a trabajar en ese querido lugar.

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Recordaba la despedida de la panadería mientras apilaba la pequeña caja sobre la otra más grande que antes su esposo dejó contra la pared, en la que guardaba también la gorra de su uniforme de trabajo junto a algunos marcos con fotografías que le eran queridas. Cansada se pasó la manga por la frente, para después llevar las manos detrás de su cintura arqueando los brazos, estirándose hacia atrás como si le doliera un poco la espalda. Lo que hizo más notorio su abultado vientre. Suspiró profundamente mirando las otras cajas que habían reunido en la sala.

—Es increíble todo lo que juntamos en tan poco tiempo —alzó la voz hacia el pasillo—. ¿Ranma, acabaste de bajar eso del clóset?

—¡Ya casi!... ¡Ah!

Akane encogió los hombros cerrando los ojos cuando escuchó un fuerte golpe seguido del estruendo como si algunas cosas hubieran caído y rodado por el piso. Los abrió al momento y corrió hacia la alcoba.

—Ranma, ¡Ranma!... ¿Qué sucedió, estás bien?

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—¡Buenos días, papá!

Tres días antes, en el gimnasio Takeda, así lo saludó uno de los instructores cuando se cruzó con Ranma. El joven levantó la mano desganado.

—Buenos días, papá —lo saludó una chica que se topó camino a su siguiente clase.

—Buenos…, papá —Chiyo Ueda, tan dormida como cada mañana, le alcanzó una ficha con los alumnos que tendría para su siguiente sesión.

—¡Buenos días, papá! —exclamó Michi, con las mejillas coloradas y los ojos brillantes, poniéndose de pie mientras compartía una mesa del casino desayunando junto a otras chicas.

Todas las chicas la imitaron parándose también con entusiasmo, saludándolo con las manos en alto, coreando al unísono:

—¡Buenos días, papá!

Y estallaron en risas.

Shota Takeda revisaba unos documentos con sus anteojos puestos cuando Ranma entró violentamente en su oficina, cerró la puerta con fuerza y la bloqueó con la espalda respirando agitado, como si estuviera escapando desesperado por su vida.

—¿Saotome…?

—¡Hasta cuándo van a molestarme con eso, demonios! Han pasado meses desde que se enteraron y todavía no se cansan, esos idiotas.

—No me digas —Takeda se sonrió aunque un poco preocupado, comenzaba a vislumbrar que Ranma sería un jefe con bastantes problemas de autoridad. Bien, a lo menos el muchacho tenía carisma por lo que sabía ganarse inconscientemente el afecto de los que lo rodeaban—, ¿siguen con eso, papá?

Ranma lo miró furioso y Takeda se disculpó con las manos en alto.

—Lo siento, Saotome, lo siento. Pero no puedes negar que es divertido.

—Para usted lo será.

—¿Es que no estás feliz?

El joven lo miró fijamente, entonces dejó de torcer los labios y resignado se sonrió. Sí que lo estaba, más de lo que podía permitirse expresar. Se encogió de hombros con las manos en alto.

—Supongo que un poco.

—¿Solo un poco? —Takeda dejó el escritorio acercándose al muchacho.

—Bien, un poco más que un poco.

—¡Ah, muchacho terco! —de una risotada lo abrazó por los hombros remeciéndolo con tal violencia que Ranma creyó que tendría que recoger los trozos de sus espíritu del piso—. ¿Es que no recuerdas como lo celebramos ya?

Ranma recordó como Takeda y los muchachos lo obligaron a acompañarlos a un pequeño bar para beber en celebración a su paternidad. ¿El resultado? Pues una joven esposa para nada feliz al verlo aparecer en la puerta del departamento apenas sostenido en pie y, peor, gracias a una mala broma de Yoshiro y Eita, con un labial marcado en la camiseta del uniforme deportivo. Por suerte Akane confiaba lo suficiente en él como para creerle y no haberlo dejado durmiendo fuera del departamento o en el frío balcón; pero sí termino Ranma despertando del todo tras haber sido sumergido en una tina con agua muy fría en el baño. ¡Qué manera de recobrar la sobriedad! Akane tenía su toque… Aunque igual le costó una terrible discusión que se solucionó cuando tuvo que pedirle «amablemente» a Yoshiro que lo acompañara al día siguiente a la panadería para que contara toda la verdad de lo que hizo. Lo que finalmente consiguió el auténtico perdón de Akane y una disculpa por haber dudado de él.

Ranma sacudió el rostro, se había dejado llevar por los recuerdos.

—¿Para qué me llamaba, señor Takeda?

—Ah, eso —de pronto el rostro de Takeda ensombreció—. Pues, digamos que tengo un asunto entre manos un poco complicado.

—¿Hay problemas con la fundación?

—No, ¡no!, por supuesto que no, todo va viento en popa. El problema es otro y te necesito para solucionarlo. Ranma —cuando Shota Takeda llamaba a Ranma por su nombre, era cuando dejaba de lado el trato entre jefe y empleado, y se dirigía a él como a su socio y amigo—, ¿viste de camino acá a Michi?

—¿Michi?... Sí, la vi, estaba desayunando junto a las demás.

—¿Y cómo la viste?

—¿Cómo?... Igual que siempre —se rascó la cabeza no comprendiendo las preguntas del señor Takeda.

—¿Estaba feliz?

—Sí, supongo.

—Pequeña niña cabeza de pájaro —murmuró enfadado de manera paternal, como lo haría en sus días de maestro.

—¿Qué hizo Michi, señor Takeda?

—Pues lo que te contaré ahora quiero que sea un secreto, bueno, por lo menos hasta que Michi se encargue de contárselo a todas las chicas del gimnasio, ya la conoces —Takeda se vovió a sentar cansado en su escritorio y le hizo un gesto a Ranma para que ocupara la otra silla—. ¿Has visto a Yoshiro?

Ranma se tensó por instinto y no porque sospechara algo, pues Yoshiro Obuchi solía meterse en líos muy peligrosos, de los que Eita Doi y él tenían que sacarlo a menudo. Como aquella vez en que descubrieron que Yoshiro había apostado con unos yakuzas a los que no podía devolverles el dinero… Mejor no recordar la aventura de la que apenas salieron airosos sin que su Akane ya embarazada se enterara, ni mucho menos el señor Takeda o ya hubiera despedido a Yoshiro por imbécil. Intentando prestar atención respondió con prisa.

—En los vestidores.

—¿Cómo lo notaste?

—Ahora que lo dice… estaba silencioso. Extrañamente silencioso, no me molestó como el resto; eso es muy raro en él.

Takeda asintió.

—Yoshiro Obuchi y Michi Momoi están comprometidos.

Ranma se fue hacia atrás con silla y todo al piso. ¿Cómo dijo, esos dos? ¡Jamás los vio en nada…! Fuera de los intentos de Yoshiro por conquistarla, pero eso no era en serio, pues lo hacía con todas las chicas del gimnasio y jamás ninguna le prestó atención.

Se levantó enderezando la silla y dejándose caer con prisa, apenas respirando para volver a preguntar.

—Un momento, señor Takeda, no puede ser cierto, ¿cómo Yoshiro…? ¡Y Michi! ¿Pero cómo?

—Esta semana han sucedido muchas cosas que en tu distracción, futuro papá, ni siquiera te has percatado. Deberías estar más atento si vas a ser un jefe —lo regañó, pero suavemente, más parecía estar incómodo con la noticia que le estaba dando—. Hace unos días tuve la inesperada visita de la madre de Michi, la señora Hanako Momoi.

—¿Su madre?

—Esa niña loca es hija de una mujer que pertenece a Las Fuerzas de Autodefensa, y nada menos que de una coronel, ¿podrías haberlo imaginado, Saotome? Qué enorme diferencia, mientras la hija parece una niña bastante despreocupada… Digámoslo honestamente, una cabeza de gorrión; pues la madre es terrorífica, parece un reloj. En dos minutos que estuvo en mi oficina me recomendó limpiarla, ordenar mis documentos y, lo que era peor, me regañó duramente. ¡En mi vida tuve tanto miedo!, me volví a sentir como un crío. No te sonrías, ya la quisieras haber enfrentado tú, muchacho.

—No, muchas gracias —Ranma dejó de sonreírse y se puso serio—, ¿pero por qué motivo vino, algo malo le sucede a Michi?

—¿Además de casarse con Yoshiro?... Pues resulta que a ese tonto se le ocurrió seducir a Michi.

—¿Qué…?

—Tuvieron una cita y… no volvieron esa noche a casa. ¿Es necesario que te explique más? Es tal como lo estás imaginando; y no, no hubo malentendidos, fue así, Saotome.

—Entonces, ¿ella le creyó?... ¡Pero si todos saben que Yoshiro es un idiota que jamás habla en serio!... ¿Y cómo que fue lo que estoy pensando?... ¿Esos dos…? ¡Maldito pervertido! —Ranma enrojeció de pudor e ira.

Takeda asintió solemne y apesadumbrado.

—¿Recuerdas que Michi pidió licencia por algunos días?

—Sí…

—Nunca estuvo agripada. Según parece el problema fue sentimental, entre ellos dos. Michi debió darse cuenta que Yoshiro no hablaba en serio cuando la… sedujo, aún después de… eso.

—Ese imbécil… ¡Yo haré que se haga responsable!

—¡Saotome! ¿Es que no estás escuchando? Ya no será necesario, según parece la madre de Michi, la señora Momoi, se ha hecho cargo del asunto, hablando con él, con ambos… Y la boda será fijada para dentro de un mes a más tardar.

—¿Tan pronto?... Pero, ¿casarse por un motivo así? —Ranma dudó, ¿sería lo correcto para Michi, para esos dos?

—Por eso te preguntaba cómo los habías visto. Parece que Michi está bastante feliz.

—¿Pero casarse? —a Ranma se le revolvió el estómago, no estaba habituado a esa clase de problemas. No importaba las locuras que pasó en su juventud, él siempre fue noble y recto en su manera de pensar más conservadora. No comprendía mucho el libertinaje que predicaban algunos idiotas como Yoshiro.

—Pues, todo esto sucedió un tiempo atrás y, para más remate, la causa de «la gripe» de Michi no fue solamente un corazón roto.

—¿Qué está insinuando, señor Takeda?

Takeda se inclinó sobre el escritorio cruzando los dedos, su enorme cuerpo se veía desgastado, cansado de preocupaciones ajenas que cargaba como propias, con los mismos resquemores que ahora Ranma compartía para su descanso. Un matrimonio por los motivos equivocados podría ser un grave error; sin embargo, cada persona solucionaba su vida a su propia manera, y no todos podían ser medidos por la misma vara. Ellos dos no eran más que observadores de los hechos.

—Insinúo que ellos tienen que casarse lo más pronto posible. Yoshiro esta vez sí que la ha hecho grande.

Ranma no comprendió en su ingenuidad. Cuando sus miradas se encontraron fijamente, fue que sospechó y alzó una ceja. Takeda asintió lentamente.

—No es posible…

—La señora Momoi quiere que una vez casados, ambos vivan con ella en Tokio. Por eso te he dicho todo esto para que no te tome por sorpresa, además de pedirte que…

—No me diga más, señor Takeda, ya lo comprendo. Quiere que Yoshiro se traslade al nuevo gimnasio en Nerima.

—Exacto. Sé que podría buscar empleo por su cuenta, eso era lo que Yoshiro quería y por eso vino primero a presentarme su renuncia ayer. Pero me negué y le dije que él era necesario para el nuevo proyecto, que tú necesitabas gente de confianza para comenzar… Porque no puedo permitir que se escape por culpa de un arranque de pánico, o que en su situación cometa más tonterías. Siento dudar así de él, yo creo fielmente que las personas pueden cambiar, pero no de un día para otro; necesita tiempo y apoyo para llegar a ser un muchacho responsable, y tiempo no es algo que vaya a tener. Por eso necesita un poco de ayuda extra… eh… aunque no se entere que lo estamos en realidad apoyando.

—En realidad quiere que trabaje donde lo podamos tener vigilado para que no se le ocurra andar en malos pasos.

—Lo has adivinado a la perfección, Ranma. Sé que como jefe te he enseñado que no puedes involucrarte en la vida privada de tus empleados, por eso me complicaba un poco pedírtelo.

—No, no es por Yoshiro, pero Michi no merece a un idiota que pueda comportarse mal con ella; no ahora que ella está… —Ranma recordó a Akane y su actual estado, en que él temía por su seguridad y la de su bebé en todo momento hasta perder el sueño. De alguna manera sus sentimientos lo hicieron sentir igual de aprensión por el bienestar de la despreocupada Michi—. Cómo sea, no se preocupe, señor Takeda —el joven cruzó los brazos, no estaba nada feliz con el actuar de Yoshiro, y sonrió malévolamente—, yo me encargaré de que él esté lo suficientemente ocupado como para no pensar en andar mirando a otras chicas.

—Ahora sí comienzas a hablar como un verdadero jefe, Saotome. ¿O debería decir, papá?

Takeda lanzó una fuerte carcajada, finalmente parecía relajado. Ranma ya no pudo molestarse, sino que se unió a su risa. La vida seguía, no todo podía ser dulce, así como no todo sería amargo, y siempre habría algo contra lo que luchar o de que estar preocupado.

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Unos días después de esa conversación Ranma, sentado de piernas cruzadas en el piso de la alcoba, terminaba de recoger todas las cosas que había tirado por accidente metiéndolas de nuevo dentro de la caja. Akane llegó por detrás y se hincó parándose sobre sus rodillas, afirmándose del hombro de Ranma con una mano, para colocarle con delicadeza una bolsa de hielo sobre la cabeza.

—¡Ay! ¡Akane, qué haces!

—No te muevas.

—Pero está fría.

—Claro que lo está si es hielo, bobo. Ahora deja de protestar y quédate quieto, me preocupa que te quede un chichón.

—Como el que me dejaste con la mesa el día en que nos conocimos, ¿lo recuerdas? —se sonrió mostrando los dientes, susurrando pequeños quejidos de dolor cuando ella movió la bolsa intentando mantenerla en el lugar correcto.

—¿Todavía me guardas rencor por eso? Está bien, lo siento, se me pasó la mano. Pero era una niña apenas y estaba asustada, ¿qué esperabas que hiciera? Además, tú me provocaste.

—Ay, ay, cuidado… Pero tú empezaste con las ofensas.

—Yo no… Oh, bien, ¿de verdad? Ya no lo recuerdo —Akane puso la mirada en el techo evadiendo el rostro con cómica culpa—. ¡Pero tú me viste desnuda en el baño!

—Tú también me viste a mí… ¡Ay!, cuidado con eso.

—Lo siento, pero no te muevas tanto. Y no es lo mismo, tú eres hombre.

—¿Y qué con eso?

—Que los hombres son unos pervertidos.

—Akane, ¿hablas en…? ¡Ay!

—¡Pero quédate quieto!

Ranma suspiró pesadamente quedándose finalmente tranquilo. Akane pudo acomodar la bolsa y la sostuvo sobre la cabeza de su esposo, mientras que la otra mano, con la que se sostenía de su hombro, comenzó a moverla suavemente, como si lo estuviera acariciando casi por costumbre. Ambos, silenciosos, observaban su alcoba cada vez más vacía.

—En realidad… tenías un cuerpo muy bonito.

Akane, sonrojada, fingió enfado.

—¿Ahora no? No te culpo, con este vientre que tengo supongo que no debo verme para nada atractiva…

El joven la interrumpió girando rápidamente, parándose también sobre las rodillas, deslizando sus manos por la cintura y caderas de Akane, atrayéndola hacia él.

—¿Bromeas? —dijo entusiasmado con una sonrisa pícara—, ahora estás más bonita que nunca… ¡Ah!

Akane lo detuvo colocándole la bolsa de hielo en la cara. Antes de darle tiempo para reaccionar, se apoyó con ambas manos en sus hombros poniéndose de pie y escapándose en dirección de la salida.

—¡Akane, está fría! —se quejó despegándose la bolsa de su rostro enrojecido.

—Pues mejor, así se te enfrían también las ideas de una buena vez. Ranma, no tenemos tiempo para jugar, aún hay mucho que embalar antes de la comida.

—Pero…

—Nada de peros, deja de estar perdiendo el tiempo y muévete. ¿O quieres que tu esposa embarazada trabaje en tu lugar?

Lo dejó rabeando en la alcoba, y al llegar al pasillo Akane contuvo una traviesa risa con una mano en los labios.

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Dos días atrás, el cielo azul de la mañana poseía una limpieza casi cristalina. Hacía frío y la humedad podía respirarse en el aire. Ranma caminaba en silencio, Akane a su lado se colgaba de su brazo apegándose un poco más a su cuerpo a medida que subían por esos últimos peldaños de piedra, rodeados de hermosos arbustos, árboles, flores en enredaderas y tumbas.

Pararon ante una reciente tumba familiar. Ranma dejó en el suelo el balde de madera con agua. Akane le alcanzó a su esposo el ramo de flores que traía delicadamente sobre su otro brazo, para tomar por el mango el pequeño cuenco como cucharón y comenzó a lavar la tumba muy lentamente, esparciendo el agua por encima de la lápida como un manto. Mientras lo hacía, Ranma se alejó unos pasos mirando alrededor del cementerio. No le gustaban los cementerios, pues cada vez que venían a uno su esposa ponía la misma mirada melancólica que lo inquietaba. Como cuando visitaban la tumba de la señora Tendo en Nerima antes de casarse; de igual manera sucedía ahora. Akane sonreía, pero era una sonrisa triste, con el rostro palidecido y una expresión taciturna. Ella se veía débil, casi traslúcida a sus ojos, etérea. Por eso no le gustaban los cementerios, porque por un extraño presentimiento siempre se terminaba sintiendo como si estuviera solo en ese mundo; tan angustiante y real era aquel sentimiento, que le dolía la garganta, como si la Akane delante de sus ojos se convirtiera en un simple suspiro; un recuerdo que solo existía en su imaginación.

Sufrió un molesto escalofrío. Gruñó por ser un idiota e imaginar cosas tan espantosas y dolorosas. Akane seguía allí, con su pequeño vientre abultado bajo el abrigo que le demostraba que todo era real, que nada había cambiado. Recién se percató que ella lo estaba regañando por andar distraído, pues le pedía por cuarta vez que le alcanzara las flores. Apretó los dientes para contener aquel incómodo sentimiento que le escocía en los ojos, antes de volver con ella forzando su mejor sonrisa. Se frotó el rostro dando una rápida disculpa, que los tenía irritados por culpa del frío.

Akane se agachó doblando las piernas, cambiando las flores secas de un bonito florero que había delante de la tumba por las que habían traído. Las acomodó con cuidado, como si se tratara de un arreglo floral. Al terminar alzó la mano y Ranma, respondiendo con acostumbrado cuidado y afecto, se agachó ante ella cogiendo la mano de Akane con delicada firmeza, poniendo su otra mano en la cintura de su mujer, para ayudarla a levantarse. Entonces, en un gesto posesivo, Ranma no la soltó sino que la rodeó con el brazo por la cintura atrayéndola. Akane no se negó descansando su espalda en el amplio pecho de su esposo, dejándose rodear por sus brazos, sintiendo el agitado aliento del joven hombre sobre su cabeza.

El silencio de ambos se hizo eterno cuando se quedaron mirando los queridos nombres grabados en esa lápida. Y ambos pensaron, como si pudieran haber escuchado a los ancianos hablarles con sus divertidas pero siempre sinceras actitudes: «tan poco tiempo y tanto que vivir; tanto más hay que disfrutar lo que se tiene, en lugar de perderlo temiendo por el día de mañana, afanándose en lo que no se puede tener». Los jóvenes esposo volvieron a aprender una lección de sabiduría de sus queridos vecinos los Noda, cuando el abrazo de Ranma se estrechó alrededor de Akane, con las manos de ambos entrelazadas sobre el pequeño vientre abultado y lleno de vida.

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Cuando Ranma abrió la puerta del departamento todavía se sobaba la cabeza. Al parpadear se sonrió ante una cara conocida. El joven y apuesto Eita Doi sonreía también con su habitual encanto que infundía confianza. Además de mostrar la botella de sake que traía bajo el brazo como un pequeño presente de su parte para los esposos.

Tras los saludos iniciales los dos hombres ocuparon la mesa del comedor, pues la de la sala estaba cubierta con cajas y algunas cosas que faltaban por guardar. Akane apareció de la cocina con un par de copas, abriendo la botella sirvió el sake para su esposo primero y luego a su invitado, entonces se sentó junto a ellos uniéndose a la conversación.

—Señora Saotome, su cabello luce muy bien el día de hoy, ¿cambió de acondicionador?

—Oh, ¿lo ha notado? Muchas gracias, tenía el pelo un poco reseco, quizás se deba al embarazo, no estoy segura; tantas cosas están cambiando últimamente que es difícil cuidarse como antes.

—Eso es verdad, todo cambia constantemente. Pero Ranma no se ve nada mal tampoco.

—¿De qué estás hablando, Eita?

—Dicen que los hombres casados tienden a relajarse y descuidarse un poco, pero me alegra que sigas manteniendo esa figura tan atlética —le guiñó un ojo.

—Eita, no sigas o me pondré celosa —reclamó Akane en tono de broma. O quizás no tan broma cuando colocó su mano posesivamente sobre la de su marido.

—Y no sabes lo peligrosa que es celosa… ¡Eh! —Ranma se quejó cuando Akane le pellizcó la mano. La miró enfadado, pero ella lo ignoró con una calmada sonrisa.

Eita balanceó su copa lentamente mirado el sake girar en su interior.

—Entonces volverán a Tokio mañana.

—Así es… —dijo Akane.

—Bien, allá está nuestro hogar después de todo —se le adelantó Ranma en su respuesta.

Akane se quedó muda. Nerima era su hogar, el lugar donde había crecido, pero siempre tuvo presente que para Ranma no debía ser igual; pues él había viajado por todas partes de Japón desde que había tenido memoria. Por ello, las palabras dichas por su esposo con tanta seguridad y familiaridad, le provocaron una profunda emoción que cristalizó sus ojos. Nerima también era el hogar de Ranma, él mismo lo había dicho.

Tras una breve pausa, Akane suspiró profundamente, volvió a llenar las copas de los hombres y más animada se dirigió a su invitado.

—Gracias por ayudarnos con todo esto, joven Eita.

—Por favor, señora Saotome, me hace sentir un niño —Eita se rio de buena gana. Tenía razón, pues él era un poco mayor que Ranma y Akane, por lo que tal formalidad entre ellos era un poco ridícula—. Yoshiro quedó de venir también, además que no será gran cosa lo que haremos, solo encargarnos de recibir al camión de la mudanza y asegurarnos de que no se quede nada. Oh…

Eita al alzar el rostro guardó un profundo silencio. Notó que Ranma y Akane no le prestaban atención, sino que la pareja parecía perdida en sus propios pensamientos como si se hubieran olvidado de él, encontrándose solos en un mundo aparte. Cogidos de la mano ambos esposos observaban hacia un costado los mismos rincones del interior del departamento. ¿Qué pensaban, o qué recordaban? No quiso interrumpirlos, pero entonces comprendió que su amigo Ranma y su joven esposa Akane también extrañarían ese lugar. Él también los extrañaría a ellos. Alzó la copa en alto, siempre en silencio, y se bebió el sake hasta el final en honor a los jóvenes casados.

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El día final no tuvo grandes ni emotivas despedidas. Tampoco una fiesta sorpresa o algún evento inesperado. Ya se habían despedido de todos sus amigos durante esa última semana, de manera calmada, uno por uno, como debían hacerlo agradeciendo por sus atenciones y cuidados que tuvieron con ellos. Después de todo ninguna despedida sería para siempre. Ranma tendría que volver periódicamente para seguir tratando con Takeda asuntos del nuevo negocio que uniría sus familias, jamás se despedirían del todo de ese lugar; por lo que un poco de tristeza se fue gracias a las sinceras promesas que hicieron de visitarlos a todos, y que esperaban poder cumplir más pronto que tarde.

Las mañanas seguían frías aunque pronto comenzaría la primavera. Era un día de semana, uno cualquiera, todo el mundo debía encontrarse en sus trabajos o sus tareas cotidianas.

A esas horas Fumie Takeda se encontraba en la escuela y leía una lección ante sus alumnos de la preparatoria, durante la primera hora de clases. Pidió a uno de los chicos continuar con la lectura y mientras parecía seguirlo con su propio libro en las manos, se acercó a la ventana ajustándose los anteojos y mirando pensativa el paisaje urbano. Igual de pensativa se encontraba Yushiko Ozawa, de su misma clase, en una de las hileras de bancas del lado de la ventana, mirando también el paisaje del exterior sin prestar atención.

Los vehículos dejaban una estela de vapor con sus tubos de escapes cuando se cruzaban en la calle frente a la panadería. Suzume Miwa empujaba el cartel y se quejaba por el frío hablando sola, porque su uniforme era muy delgado y había olvidado el suéter. En el interior el maestro Muto y su asistente el joven panadero Ken Abe, preparaban el pan como cada día sudando por el calor del horno, pero envueltos en un inusual y solemne silencio. La puerta de la panadería se abrió y la señora Ozawa se asomó regañando a Suzume por su lentitud, pero antes de volver a entrar se detuvo un momento sin escuchar los descargos de su empleada ni sus murmuraciones, mirando el traslúcido cielo pensativa.

En el gimnasio Takeda las clases se desarrollaban con normalidad. Michi Momoi dejó de fingir sonreír apenas se separó de sus compañeras. No tenía motivos para estar feliz en esos días pues todo parecía salirle mal, tanto que siquiera se había arreglado bien el cabello pues lo tenía espantoso y había escogido mal el color de su rubor, errores que jamás cometería antes. Se sentía hecha un desastre. Llegó a la bodega y se arremangó. Como siempre todo el mundo se aprovechaba de la pequeña Michi, se quejó en voz alta, dispuesta a cargar una pesada caja con discos para las máquinas. Pero no alcanzó siquiera a hacer el gesto de agacharse cuando Yoshiro Obuchi apareció cogiéndola por sorpresa del brazo y corriéndola hacia atrás. Él se arremangó rápidamente y cargó la pesada caja llevándola por ella. Michi se sintió confundida obligada a seguirlo, luego un poco mal y desorientada, por ser tan duramente tratada por un desconocidamente serio y nervioso Yoshiro, que todo el camino no dejó de regañarla por su irresponsabilidad. Hasta que Yoshiro mencionó que no debía hacer tales cosas que pudieran lastimar «a su hijo», sin darse cuenta lo que él mismo había dicho dentro de su agitado discurso. A pesar del regaño, en ese momento Michi volvió a sonreír y de manera honesta.

Así los vio Chiyo Ueda al topárselos en el pasillo. ¡El mundo estaba de cabeza! Yoshiro por primera vez enojado como si de verdad tuviera carácter y Michi tras él sonriendo como una sumisa boba. ¿Sería algún tipo de fetiche masoquista el que tenía esa mujer? Se encogió de hombros. Al entrar en la oficina del señor Shota Takeda, este terminaba de responder a una llamada telefónica y seguía haciendo anotaciones en su agenda, mientras consultaba a la vez algunos documentos. Ella le dejó el café en el escritorio que él agradeció sin mirar, y siguió refunfuñando mientras leía y respondía con furor. Jamás recordaba haber visto a su jefe tan entusiasmado. Chiyo Ueda miró hacia la ventana. Ella misma jamás se había sentido tan motivada con la idea de viajar a Tokio y trabajar en un nuevo gimnasio recién inaugurado. Hasta podría decirse que se sentía con energías ante el cambio. Sonrió.

Eita Doi terminó de dar la clase a su club de admiradoras, las chicas que no faltaban jamás a sus sesiones de aeróbica. Mientras se secaba el rostro miraba nostálgicamente hacia la ventaba.

—Señor Doi —preguntó una de sus jóvenes alumnas con recato—, ¿le sucede algo? Hoy ha estado un poco… distraído.

—Ah, sí, lo siento. Es que pensaba en otra cosa.

—¿Qué cosa? Si se puede saber, disculpe mi curiosidad.

—No, cariño, no hay problema, tampoco es que sea algo malo. Es solo que hoy se despiden de esta ciudad unos queridos amigos míos —se sonrió volviendo sus ojos hacia el cielo—. Pasará un poco de tiempo antes que los volvamos a ver.

El tren estremeció el suelo del andén con su llegada. Las puertas se abrieron y los pasajeros comenzaron a bajar con prisa. Después otros pasajeros comenzaron a abordar, algunos con maletines, otros con bolsos de mano; algunos calmados, otros con prisa; unos sonrientes, otros lentos y somnolientos. En el andén una pareja se encontraba quieta. El joven sostenía una maleta, la muchacha notoriamente embarazada cargaba una amplia cartera. Ambos entrelazaban sus dedos un poco fríos con nerviosismo.

—Ranma —dijo Akane, con un tímido susurro—, ¿podemos esperar el siguiente?

Ranma no respondió de inmediato. Soltó la mano de Akane solo para abrazarla eliminando la distancia que todavía se interponía entre ambos, deslizando su mano alrededor de la cintura más amplia de su mujer.

—Pero ya hemos dejado pasar dos —respondió suavemente, tan afectado por el miedo y las dudas como ella.

Akane descansó su cabeza en el hombro de su nervioso esposo.

—Ranma…, tú no quisiste tomar el anterior; me toca a mí.

—Boba.

El silbato sonó y el tren cerró las puertas. Aceleró rápidamente al dejar la estación. Pero ellos seguían esperando en el andén. Pasarían dos trenes más, quizás tres, antes que los jóvenes esposos se decidieran a dejar finalmente la pequeña ciudad entre montañas que los ocultó y vio crecer, madurar, luchar, temer y amar durante un año y medio.

El invierno llegaba a su fin y muchos más terminarían antes que un Saotome volviera a refugiarse en sus montañas y bosques, en su neblina y quietud, en su lluvia fría y nieve, entre su gente amable y sus calles laberínticas. En su nostalgia poética y paz, tan diferente de la habitual rapidez y locura de los barrios de Tokio.

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Créditos:

Akane Tsukido Kou

MATT

joa-chan

koisshi saotome

Isakura Tendo

giby-chan

Generala

mariliz1987

Astron

Vicky

marifer yanbay 5

marilole

KatnissHermioneMarch

Ishy-24

Rokumon

Earilmadith21

Rogue Lee

Dulcecito311

Akai27

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Ambos esposos se detuvieron en el arco de entrada, soltaron sus manos pegajosas de sudor y guardaron un inquietante silencio mirando la casa que les pareció sospechosamente silenciosa, sombría y hasta tétrica.

—Ranma, ¿estás listo? —preguntó Akane, con su voz convertida en apenas un suave murmullo.

—Eso creo —respondió no muy confiado su esposo.

—No pareces muy seguro.

—Tú tampoco —respondió Ranma con sarcasmo.

—No me molestes, Ranma.

—Tú empezaste.

—¡No he empezado nada!

—¡Pues yo no…! Espera, ¿por qué estamos discutiendo ahora?

—Porque tienes miedo de entrar y me quieres echar la culpa —respondió Akane sin paciencia.

—¡No lo tengo!

—¿Cómo que no?

—P-Pues tú también tienes miedo.

—Pero no estamos hablando de mí.

—Porque te conviene, miedosa.

—¡Tú también eres un miedoso!

—¡No lo soy!

—Demuéstramelo, ¿o quieres que tu mujer embarazada sea la que vaya primero? —Akane lo encaró con las manos en la cintura, casi rozándolo con su abultado vientre como si fuera un desafío, obligándolo a dar un paso atrás.

—¿Qué? Yo no… ¡espera!, e-eso fue un golpe bajo, Akane.

Su esposa se sonrió mostrándole todos sus dientes como una pequeña niña malcriada. A regañadientes Ranma avanzó primero, dando cada vez pasos más cortos, casi arrastrando los pies, seguido por Akane que a pesar de sus burlas anteriores se cobijó en la espalda de su esposo agarrándolo por la camisa.

—No vayas t-tan rápido, Ranma.

—¿Y ahora quién es la que tiene m-miedo, ah? —Ranma intentó burlarse, pero tal era su nerviosismo que casi chilló.

Ambos cruzaron la corta distancia, que les pareció dolorosamente larga, que separaba el arco de la entrada de la puerta, y se detuvieron todavía dudando si recorrer ese último metro que les faltaba.

—Creo que…

—Ranma, ¿por qué te detienes?

—¿Qué yo me detuve? Deja de tirarme la camisa, Akane, me estás poniendo nervioso.

—¿A mí me lo dices?, eres tú el que no quiere avanzar.

—No me estás ayudando, boba.

—Tú tampoco, tonto…

La puerta se abrió sorprendiéndolos como criminales atrapados con las manos en la masa. Kasumi apenas dio un paso cuando se detuvo igual de asombrada con la escoba en la mano. Los tres se quedaron mirando fijamente. Parpadearon confundidos. La sonrisa de Ranma se tornó más forzada, nerviosa y culpable; y la de Akane se aligeró apenas ocultando su auténtico gesto de dolorosa resignación.

—¿Akane?... ¿Ranma? —Kasumi susurró casi estática.

—Ah… eh… pues… sí, somos nosotros, eso creo. ¿Lo somos, verdad? —Ranma le preguntó tan nervioso a Akane que siquiera sabía lo que estaba diciendo.

—¿Por qué me preguntas a mí? —exclamó Akane palideciendo—, ¿me ves cara de saberlo?

El ruido de la escoba rebotando contra el suelo los volvió a asustar prestando atención a Kasumi. La joven se había llevado las manos al rostro con los ojos vibrantes de emoción.

—H-Hola, Kasumi —Ranma la saludó torpemente rascándose detrás de la cabeza—, perdona que nos… eh… demoráramos un poco en llegar, fue… culpa del… tren… creo.

—Ya… —Akane tosió tratando de conseguir sacar su voz, forzando una débil sonrisa—… estamos en casa.

Kasumi no respondió al momento, sino que bajó su rostro observando detenidamente el cuerpo de su pequeña hermana, deteniéndose en el vientre donde cargaba a su futuro sobrino. Su mirada se cristalizó cuando volvió a alzar la cabeza. Fue en ese momento que Akane dejó de tener miedo, nervios o ansiedad. Olvidó que estaba casada, olvidó que pronto sería madre, olvidó todo lo sucedido. Ella era de nuevo una niña pequeña que volvía a casa, para encontrarse con la mujer que por años había sido como su auténtica madre, a quién amaba de una manera que jamás hubiera adivinado, de no haberse separado ese tiempo de ella.

—Kasumi… —repitió apenas, sin aire, como si se sintiera mareada pero de emociones intensas—, estoy en casa —repitió con su último aliento, como un gemido desesperado antes de un sollozo.

La voz de Akane desapareció y sus labios temblaron con fuerza. Ambas hermanas dieron ese último paso y se abrazaron con fuerza y delicadeza. Con amor, con afecto, y con ternura.

—Oye, Akane, ¿es que no tienes nada para mí? —preguntó Nabiki, que la miraba desde la puerta detrás de Kasumi.

—¿Nabiki?... —Akane se pasó las manos por los ojos cuando se hubo separado de Kasumi—. ¡Oh, Nabiki!

También se lanzó sobre su segunda hermana y ya no contuvo sus lágrimas.

—Vamos, vamos, Akane, que no es para tanto —se quejó Nabiki, pero contradiciendo sus palabras también la abrazó con fuerza, para luego apartarla sobándole el vientre—. Oh, vaya, sí que estuvieron ocupados, ¿eh, niños?

Akane ni siquiera se molestó por la broma. Reía, realmente reía como una niña en medio de sus dos hermanas que la cobijaban con atenciones.

—¿Escuché bien, ya llegó mi pequeña Akane?

—¡Papá!

En ese momento sería difícil saber quién lloraba más, si Akane o el emocionado de Soun Tendo. Atrás esperaba la señora Nodoka Saotome, limpiándose los ojos con un pañuelo mientras esperaba su turno para saludar a la niña y a su futuro nieto, al que todos igual agasajaban acariciando el vientre de Akane o molestándola con alguna broma que solo arrancaban más risas y lágrimas. Incluso el anciano Happosai parecía portarse mejor que de costumbre por el reencuentro, saltando alrededor del grupo esperando su turno para abrazar a la chica, aunque nadie le prestara atención.

No obstante, un poco apartado de la cándida reunión, los seguía observando Ranma sumido en un extraño silencio con las manos en los bolsillos. La emoción de Akane le provocaba una triste culpa, mezclada con una repentina nostalgia que se reflejó en su mirar. El joven Ranma solo, terriblemente solo. También un egoísta por guardar tales sentimientos cuando debería encontrarse feliz, tanto como Akane, porque esa familia también era su familia y ese hogar su hogar; lo habían sido mucho antes que se casara, incluso mucho antes de dejar la preparatoria.

Se regañó a sí mismo forzando la sonrisa, mostrando un poco los dientes, intentando no mirar la escena porque sintió un vergonzoso escozor en los ojos y dolor en la garganta que no se debían a la emoción o la alegría. Realmente se sentía solo. ¿Pero por qué importaba, si él siempre estuvo solo? Pero ya no era lo mismo desde que Akane estaba con él, siempre estuvo con él, pero en ese momento ella y el bebé que crecía en su interior estaban rodeados de tal afecto que se sintió olvidado por ella. ¿Es que era un crío inmaduro todavía? ¿Por qué no podía dejar de sentirse así de mal sabiendo que era una estupidez?

Siempre solo en los caminos, nunca necesitó de nadie más; le recordaba esa oscura voz dentro de su cabeza que cobraba más fuerza que nunca, envuelta en un irreconocible resentimiento, sintiéndose absurdamente traicionado e incluso abandonado.

Apretó los puños con fuerza… Ranma aspiró profundamente hinchando el pecho y expulsó todo el aire contenido hasta sentirse tan ligero como una pluma. Su sonrisa se tornó auténtica, porque se reía de sí mismo y de su torpeza. ¿Es que no podía controlar sus celos por Akane? No, no podía, no por ella, tampoco por su bebé; era incapaz de hacerlo y ese descubrimiento, de un inesperado y aterrador punto débil, se convirtió también en causa de su alegría y consuelo. Jamás lo diría a nadie, siquiera se lo confesaría a Akane; pero él la amaba, amaba a su hijo, y amaba ser víctima de una debilidad que en el fondo lo enorgullecía.

Cruzó los brazos y se relajó dejando caer los hombros disfrutando de la hermosa sonrisa de Akane, mientras ella, agitada, giraba de uno a otro miembro de la familia que la rodeaba de agasajos y preguntas que apenas, en su divertida torpeza, era capaz de responder. Seguía sintiéndose solo, pero era una soledad dulce, un frío que gustaba porque se debía a que ya había conocido y disfrutado del calor. Decidió que más valía extrañar el candor tras haberlo gozado, en lugar de vivir jamás sin haberlo sentirlo.

Algún día, en un muy lejano futuro, tendría que recordar sus propias palabras con mucho valor. Sin embargo, una vida entera le quedaba todavía llena de desafíos y experiencias que vivir juntos.

Ranma se tensó cuando sintió la pesada mano de su padre sobre el hombro. Lo miró perplejo y un poco a la defensiva. Pero Genma Saotome se sonreía de esa manera solemne en que esperaba que dijera algún discurso tonto y exagerado, por lo que se relajó ignorándolo, volviendo su atención a Akane y al resto que no paraban de hacer escándalo sin que ninguno recordara que todavía se encontraban en la puerta de la casa. Ranma esperó y siguió esperando a que su padre se decidiera a hablar. Se impacientó. Contrajo los hombros. Cerró los ojos. Siguió esperando y nada. Al final giró la cabeza impaciente encarándolo, cuando se detuvo sorprendido. Su padre observaba igual que él la escena, de brazos cruzados, silencioso. Se sintió un poco mal por haberlo subestimado.

—Ranma —dijo repentinamente cogiéndolo por sorpresa—, me siento orgulloso de ti.

—¿Qué dijiste?

—Eres un digno Saotome, hijo mío.

No dijo más. Ranma tampoco preguntó más. Ambos de brazos cruzados, tan iguales como diferentes, tan opuestos como a la vez cortados de la misma rama, se mantuvieron al margen de la escena. Observaban la felicidad de esa familia de la que se encontraban cerca pero a la vez apartados, como si fuera el calor de una fogata, como las muchas que compartieron durante sus años de viaje en que se sentaban juntos, silenciosos, cerca del fuego que se les hacía esquivo en las noches de invierno.

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Fría era la mañana en el tranquilo centro urbano de Nerima. Una fina capa de neblina cubría las calles envolviendo todos los colores en un particular resplandor cristalino. Unos pocos transeúntes recorrían sus veredas y cruzaban bajo el arco de entrada que les daba la bienvenida al callejón lleno de locales comerciales, buscando donde tomarse un café o una taza de té para calentar el cuerpo, mientras otros comenzaban a alzar las cortinas de los negocios donde trabajaban. En una vistosa esquina frente a un remodelado edificio de tres pisos, dos camionetas se estacionaron. Algunos trabajadores salieron a recibirlos con un rápido saludo a los conductores, para sacar después de la parte trasera materiales de construcción, tablones lijados y algunas latas de pintura.

El interior del edificio se encontraba casi completado y se terminaban de aplicar las últimas manos de pintura en algunas de las salas. Otros obreros instalaban los cristales del frontis, las planchas del mesón de la recepción y la puerta corrediza junto al sistema electrónico que la haría automática. Dos técnicos se encontraban batallando con el largo de un cable que meterían por un agujero en la pared insistiendo en que debían usar el taladro para agrandarlo, mientras un albañil les discutía q ue recién habían pintado y ensuciarían todo.

Ranma bostezó hasta las lágrimas, murmuró un par de instrucciones con la boca medio cerrada y volvió a bostezar. Chiyo Ueda, a su lado y con una taza de café, era la que terminaba de dar las verdaderas instrucciones luciéndose en su nuevo cargo administrativo, visible gracias a la placa que brillaba sobre su tenida bastante formal, un elegante vestido de dos piezas con una chaqueta ajustada al cuerpo y anteojos nuevos de diseño italiano. Además de su reluciente cambio de peinado, en que se había dejado el cabello suelto y ligeramente ondulado como si quisiera posar para alguna revista de moda. Un cambio tan radical que incluso a Ranma le costaba todavía acostumbrarse a reconocerla como a su antigua y apática compañera de trabajo.

—Jefe Saotome, ¿se le da tan mal madrugar?

—No bromes, Chiyo, ya te dije que odio que me llames «jefe», eso no va conmigo… —Ranma volvió a bostezar y se frotó los ojos con fuerza para secarse las lágrimas—. Anoche no pude dormir.

—¿Y por qué no? —Chiyo se sonrió maliciosamente—. Ah, ¿mucha diversión con la señora Saotome?

—Eso hubiera querido, pero desde que llegamos a Nerima nosotros no hemos podido… —Ranma despertó completamente sonrojándose—. ¡No me refiero a eso! Lo que sucede es que… que… —tosió intentando recobrar la voz—. Anoche tuvimos otra discusión —reconoció resignando, volviendo a frotarse los ojos con la mano, dando un suspiro de cansancio.

—¿Otra vez?

Guardaron silencio. Dos trabajadores vinieron a preguntarle algo a Ranma, y tan distraído se encontraba en sus propios problemas que no supo cómo responder. Chiyo volvió a responder por él, agregando a su habitual apatía la seriedad de su importante nuevo cargo.

—Debería dormir un poco en la oficina, después de todo ya está terminada y nadie lo molestará hasta el mediodía.

—¿Oficina, qué oficina?

—Jefe Saotome, «su oficina» —insistió Chiyo con paciencia ajustándose sus nuevos y estilizados anteojos.

—¡Ah, esa oficina! Sí, claro, ahora tengo oficina —se rio tontamente. Hubiera disfrutado aquello, de no ser porque sus otros problemas todavía lo agobiaban, volviendo a su aletargada tristeza.

Chiyo lo miró con curiosidad. Lo dejó solo un momento, con su caminar ahora firme y autoritario que parecía forzar con intención dado su nuevo papel, marcando el paso con sus tacones altos, disimulando para que no se notara cuando casi perdió el equilibrio. Al rato volvió con dos tazas de café recién preparado y cruzó una delante del confundido Ranma.

—¿Qué es esto?

—Café, jefe Saotome.

—Pensé que ya no servías el café, ahora que también eres una jefa —dio un corto bostezó.

—Esos chicos nuevos que contrató no tienen idea de cómo hacer un buen café. Así que si quiero que algo se haga bien, mejor hacerlo una misma, en especial si es de vital importancia.

—Sí, sí… Si tan solo pudiera hacer lo mismo —bebió un poco y se sorprendió. Agradado Ranma bebió un poco más hasta la mitad. Entonces suspiró aliviado—. ¡Está bueno!

—Por supuesto que lo está, jefe Saotome, lo preparé yo.

El joven se sonrió. Aquel sabor lo hacía recordar sus días como empleado del señor Takeda. Pensó con nostalgia que era mucho más feliz entonces que ahora con tantas responsabilidades, pues no dejaba de cuestionarse el haber vuelto a Nerima. No obstante, Akane parecía feliz con su familia; además, había comprometido su honor y también su futuro al participar de esa sociedad, por lo que no tenía más opciones que haber regresado a Tokio. No, no estaba tan asustado como creería ante los nuevos desafíos, bastante bien lo había instruido el señor Takeda en todos esos engorrosos detalles durante los últimos meses que vivió trabajando para su antiguo jefe y ahora socio. El problema estaba en su propio hogar, la casa de la familia Tendo.

Desde que regresaron hacía poco más de una semana, una extraña tensión se había apoderado de ambos. Ya no era igual a cuando vivían solos en el departamento. Las discusiones por situaciones bobas habían aumentado, la intromisión de sus padres, las bromas del maestro, los chantajes de Nabiki, todo estaba tal cual lo recordaba, pero por alguna razón lo incomodan mucho más que antes. No había podido tener un momento tranquilo con su esposa, a excepción de las noches en que tan cansados estaban que apenas podían intercambiar tiernos abrazos y algún tímido beso antes de dormirse, como mutuas disculpas por todo lo que se habían dicho y extrañado durante los largos días. Y él no podía dormir del todo teniendo siempre un ojo abierto, temiendo una emboscada como en los viejos tiempos, por su miedo a que algo le pudiera suceder a Akane o al bebé. Había perdido completamente la paz que tanto le costó conseguir.

Otros problemas se habían sumado a sus ya presiones habituales. Su madre no dejaba de intentar aconsejarlo, si bien con buenas intenciones, parecía olvidarse a veces que él ya era un adulto, un hombre que había demostrado su honor, e incluso dueño de un gimnasio pronto a abrirse, por lo que el más pequeño comentario intentando guiarlo le parecía ridículo y lastimaba su orgullo. El padre de Akane seguía cuestionando la unión del dojo a la sociedad y todas las noches le repetía durante la cena sus aprensiones, como si él no tuviera ya los mismos miedos que intentaba disimular lo mejor que podía por la salud de su esposa y futuro hijo.

No obstante, cada día se acercaban más a la inauguración del gimnasio y Ranma veía frustrados sus planes de comenzar desde ya a trabajar en lo que más le interesaba y lo único que le gustaba hacer: las artes marciales; y veía como Soun Tendo postergaba el darles el dojo a Akane y a él como supuestamente debía haberlo hecho desde que se casaron. ¿O para qué entonces intentaban tanto casarlos, si ahora se negaba a entregarles el dojo? ¿Y cómo peor podría irles que ahora, cuando el dojo Tendo había perdido a todos sus alumnos desde hacía muchos años antes que él llegara a Nerima? Intentaba acallar las críticas dentro de su cabeza, usar la madurez que tanto le costó ganar, pero ahora que él también era un adulto no podía dejar de ver a sus padres con una mirada mucho más crítica, notando más sus miedos y defectos, que no ayudaba a mermar su enfado o a calmar su impaciencia.

Su propio padre Genma Saotome no lo ayudaba mucho, ¡pues era el peor de todos! En especial cuando lo obligaba a andar por toda Nerima deshaciendo los entuertos que provocaba con sus intentos de comprar comida gratis o cosas inútiles a nombre de la cuenta del gimnasio, haciéndolo perder el valioso tiempo que apenas le quedaba al final de cada día, por lo que menos podía hablar con Akane sin que alguna crítica cruzada terminara en alguna discusión, o el maestro intentara espiarlos arruinando toda intimidad que necesitaba para hablar con ella, o simplemente estar con ella. Lo que menos podía entender era el que Akane las tomara en su contra siempre. ¿Qué le pasaba a ella, es que seguía pensando que todo era su culpa? ¿Dónde estaba la comprensiva y madura mujer que había descubierto cuando se casó con ella? Era como si al volver a vivir bajo el mismo techo con sus padres, sus personalidades volvieran a ser la de un par de críos inmaduros y tercos. Porque debía reconocerlo también, que perdía la paciencia y volvía a decirle cosas que siquiera imaginaba durante sus discusiones.

Ranma se sentía solo, muy solo aun estando rodeado de gente y ruido en su propio hogar. Solo incluso durmiendo cada noche en la misma cama que Akane, porque la sentía a ella cada vez más dolorosamente lejos de él. A lo menos Akane estaba feliz con su familia, era su único consuelo y la razón para seguir adelante con todo. ¿Qué más podía hacer? Porque si podía seguir así, consiguiendo que ella sonriera y cuidando del bienestar de ella y de su futuro hijo, no importaba lo que sucediera con él. Después de todo estaba acostumbrado a esa clase de tensión y locura, e injusticias, ¡nada había cambiado después de todo!

Nunca tuvo deseos reales de volver al hogar de los Tendo, no porque no los extrañara, sino por un presentimiento amargo que se había apoderado de su corazón, tras un consejo que le hiciera aquel sabio y anciano amigo que fuera su vecino Tetsu Noda. Sin embargo, quería hacer lo que realmente fuera mejor para su esposa. Si Akane era feliz, él podría soportar que otros se entrometieran en su vida, lo habían hecho por mucho tiempo, ¿qué importaba aguantar un poco más? Todo lo que debía hacer era enfocarse en su nuevo trabajo y proteger el futuro de su familia.

—Jefe Saotome… ¡Jefe Saotome!

—¿Qué? ¿Qué cosa, Chiyo? —Ranma preguntó un poco asustado al haber sido cogido distraído por su asistente.

—Lo necesitan en el segundo piso, creo que hay un problema con el envío de las cintas trotadoras —le dijo sin siquiera alterarse, para dar otro sorbo a su taza de café.

—¿Pero quién debía encargarse de eso? —Ranma preguntó fastidiado frotándose con fuerza el rostro, para terminar pasándose las manos por el cabello despeinándose.

—Yoshiro.

—¿Yoshiro…? ¿Y qué hizo ahora ese idiota?

—Creo que cometió un error con el pedido. Vi a Michi por ahí, podría pedirle a ella que se encargue del asunto…

—¡No!... No, eso podría provocarle un disgusto, ella… Michi no sabe tratar con discusiones o problemas, ¿me entendiste? Nada que pueda alterarla, es por… porque es un poco torpe y… podría estropearlo, y...

—Deje de actuar como si nadie más lo supiera, Jefe Saotome. Es un secreto a voces que Michi está embarazada y fue la razón por la que se casó con ese inútil de Yoshiro; pero el que esté embarazada no la hace una mujer de cristal, ella puede encargarse perfectamente de discutir con los distribuidores y corregir el problema…

—Yo iré —bufó tajante cortando bruscamente la perorata de Chido. No estaba de ánimo para recibir lecciones de nadie. Dando después un cansado suspiro se encaminó con los hombros inclinados hacia las escaleras sin esperar una respuesta—. Ah, y asegúrate que Michi no haga ningún trabajo pesado —ordenó fríamente, con una autoridad que recordaba un poco al atemorizante Takeda.

—Como ordene, jefe Saotome.

—¡Y deja de llamarme jefe!

—Ya lo escuché, jefe Saotome.

Ranma murmuró en lugar de insistir. Apuró los pasos hacia las escaleras, esquivando a sus nuevos chicos y chicas, sus jóvenes empleados, en realidad de su misma edad, que lo saludaban al pasar repitiendo «jefe Saotome» para su disgusto.

A eso también tendría que acostumbrarse, pensó con amarga resignación.

.

.

Akane leía una novela en la sala, de encuadernación lisa de tapa dura en un tono celeste avejentado, con el grabado con la forma de una llave antigua en la portada. A su lado Nabiki muy aburrida, con el codo sobre la mesa, le daba al control remoto repetidamente cambiando de canal la televisión. Poco o nada de atención podía prestar la joven señora Saotome a su lectura, pues era distraída por el molesto ruido.

En rápidos pantallazos alcanzó a verse la imagen de un programa de concursos donde participa una inusual pareja, Ryoga Hibiki y su novia Akari Unryu, vestidos como para una cita, y que parecían no saber dónde estaban parados; el noticiero de la tarde donde entrevistaban a la joven esposa de un oficial y piloto de la base aérea de Misawa, una maestra de escuela de anteojos y actitud tan cortante que tenía en problemas al nervioso periodista; en el siguiente canal los gritos de terror de una mujer eran opacados por tétricas y espantosas rimas; al cambiar, un comercial de goma de mascar con chicas bailando junto a la famosa mascota querida por los niños, la mula Panchita; un recital en vivo donde la famosa Megumi Hayashibara cantaba Kujikenai Kara; un documental sobre la capital histórica de Kioto, realizando tomas del jardín interior una de las famosas casas de geishas u okinas; al cambiar de canal, el fuerte sonido de los disparos antecedió a la escena de una película de acción, donde un maltratado y sucio Ferrari rojo derrapaba al realizar un giro desesperado en una cancha de tierra aplanada, entre hileras de camiones militares estacionados, esquivando los explosivos disparos del cañón que en cada impacto hacía volar las paredes de los edificios que los rodeaban; al cambiar, se veía la escena de una popular serie de animación, donde dos jóvenes armados con espada y lanza, antes amigos ahora rivales, se enfrentaban a muerte en las alturas de las ruinas de un castillo tan alto como las nubes en un mundo silencioso, con un sol rojo y dos lunas de fondo; cambió otra vez, a un programa sobre vida social donde comentaban el matrimonio de la famosa gimnasta olímpica japonesa Kodachi Kuno con un pomposo representante del deporte europeo.

Nabiki se detuvo de improviso levantando ambas cejas con curiosidad, en un canal donde se transmitía el último episodio de La esposa secuestrada. Y en la imagen se veía a ella misma echada sobre la mesa con el control remoto en la mano, y a Akane girada hacia el lado opuesto intentando leer su novela muy molesta. Nabiki alzó la mano viendo que en la imagen sucedía lo mismo, hizo morisquetas, gestos, posó como una modelo con una mano en la cintura y la otra detrás de la cabeza, y todo se replicaba en la pantalla de la televisión. Se sonrió, era como jugar frente a un espejo. Entonces la segunda hija de Soun Tendo miró hacia la pantalla de tu monitor… Sí, a ti, que lees con tanta atención esta historia; no, no a otro, ¡sí, a ti, que estás leyendo este capítulo final, deja de procrastinar y atiende con concentración! Es a ti a quién está mirando Nabiki con un gesto astuto y divertido... Nabiki te hizo un rápido saludo sonriéndose de tu expresión de sorpresa. ¿Qué esperas para levantar la mano y responderle? ¡Anda, salúdala, te está mirando y no te conviene hacerla esperar, ya la conoces!... Nabiki entrecerró los ojos amenazadoramente por las palabras del narrador… ¡Oh!... Eh… ¡Pero salúdala, que se nos hace tarde para continuar con la historia!... Bien, así está mejor, ¡perfecto, lo haces muy bien! Pero no es necesario exagerar tanto.

Agradada de tu entusiasmo y tan buena actuación, Nabiki te cerró un ojo con complicidad, agradeciendo tu participación en esta historia; pues ahora tú también fuiste parte del final. ¡Felicidades! Y no lo has hecho nada mal, algún día puede que seas un buen personaje. Nabiki Tendo realizó un rápido gesto llevándose un dedo a los labios, para que tú, que lees, guardes un cómplice silencio junto con ella. La chica se giró de nuevo hacia la pantalla, se arregló el cabello mirándose su propia imagen en la pantalla, y cambió una vez más la televisión rápidamente, volviendo a saltar de canal en canal.

—Nabiki, ¿puedes dejar de hacer eso? —reclamó Akane por la molesta indecisión de su hermana mayor que ya la había hartado.

—¿Qué cosa, Akane? —respondió distraída, acomodándose un poco mejor cuando volvió a cambiar de canal.

—Eso.

—¿Eso qué? —sonriéndose con malicia, cambió una vez más y subió el volumen otro poco.

—¡Ah!, si no quieres ver nada ponte mejor a leer, me distraes.

—¿Por qué no mejor vas a seguir con esa novela en tu habitación? No soy como tú, Akane, no me gusta tanto la lectura.

—Aquí se está más fresco que arriba —respondió—. ¿Y no debería darte vergüenza decir que no te gusta leer, siendo una estudiante de Todai?

Nabiki insensible se encogió de hombros. Tomó una patata de la fuente que ambas compartían y volvió a cambiar de canal. Lo dejó donde había un comercial de gaseosas, donde dos luchadores de sumo con la piel pintada de amarillo y fucsia, disfrazados como una banana y una sandía respectivamente, se enfrentaban entre sí por cuál era el mejor sabor de los dos.

—¿Y no deberías estar estudiando? —insistió Akane un poco fastidiada de que su hermana mayor no le hiciera caso—. Kasumi me dijo que tenías un importante examen la próxima semana.

—¿Para qué?, si ya me conseguí las preguntas.

—Ah, pues en ese caso está bien… ¿Qué dijiste? —dio un pequeño grito cuando se dio cuenta de lo que su hermana mayor le decía.

Nabiki apagó la televisión y rindiéndose se acomodó sobre la mesa, deslizando el rostro perezosamente sobre los brazos cruzados para mirar a su indignada hermanita sin siquiera disimular su modorra.

—Se filtró un inquietante rumor: parece ser que un maestro intentó chantajear a una de las alumnas de primero para que tuvieran una cita en uno de esos hoteles que... ya sabes, de esos para parejas que tú no conoces, hermanita.

—Pues para tu información sí los conozco, y… ¡Ah!

—¡Oh! —los ojos de Nabiki resplandecieron de emoción—, ¿los conoces, Akane?

—¡No!... Digo, no, que eso es… pero es normal para un matrimonio… ¡No tiene nada de extraño que nosotros…! A-Además, con Ranma llevamos más de un año de casados y… y… podemos… somos adultos… nosotros… frecuentar… que además ya no somos… vírgenes… ¿Cómo podríamos si estoy embarazada, y…? Y… —la voz de Akane fue mermando hasta convertirse en un débil murmullo ante la implacable sonrisa de Nabiki. Sacudió el rostro y agregó intentando cambiar bruscamente de tema—. ¡Pero qué horrible lo de ese profesor! Es un pervertido y un degenerado, merece que lo despidan.

Nabiki agrandó su sonrisa, ahora sí que se estaba divirtiendo. Pero prefirió no presionarla, después de todo, había comenzado a tener ciertas delicadezas con su hermanita ahora que esperaba a su sobrino… que por supuesto no tendría jamás con el resto.

—No seas tan inocente, Akane, eso pasa más seguido de lo que crees; profesores aprovechándose de sus alumnas es solo una de muchas situaciones que suceden a diario. Lo que sucede es que tú nunca te das cuenta de nada.

—¿Lo dices en serio? —repentinamente la curiosidad de Akane se tornó en sospecha—. ¿Será que alguno de los profesores que conocí cuando estudiaba también lo hacía?

Su hermana mayor suspiró. Tan boba era Akane, ni siquiera se había dado cuenta que uno de esos «pervertidos» había sido justamente un profesor al que ella, cuando estudiaba antes de casarse, había creído una persona honesta, pero que en realidad había querido acercarse a ella para buscar una oportunidad y aprovecharse de su inocencia. Y que fue Nabiki junto con Ranma que había advertido el peligro, los que se habían encargado de darle una pequeña lección. No obstante, Ranma le hizo prometer que guardaría el secreto, y ella jamás traicionaría la confianza de un cliente, era parte de sus principios para hacer siempre buenos negocios. Se encogió de hombros fingiendo ignorancia.

—Pues, así como que lo tenga claro, me parece que no.

Ambas hermanas se miraron a los ojos en silencio. Quizás los años habían hecho madurar a Akane lo suficiente como para comprender la mirada brillante y la sonrisa soslayada que le estaba dedicando. Y pareció que así era, lo que aumentó la sonrisa de Nabiki mientras los ojos de Akane se abrían de manera exagerada y repentina, y luego los entrecerró mirando hacia un costado como si hiciera memoria de algunas escenas que finalmente hicieron conexión dentro de su cabeza. Luego, Akane se relajó y se sonrió, tiernamente. Sí, ella lo había finalmente entendido y sabía, quizás, más o menos lo que de verdad había sucedido recordando lo celoso que estaba Ranma en cierta época por causa de uno de sus maestros de la universidad; también recordó la manera en que ese profesor siempre era amable con ella, una advertencia que le hizo una de sus compañeras que no comprendió hasta ahora, y luego la extraña renuncia de ese profesor tan repentina, junto con lo relajado y satisfecho que se veía su en ese tiempo su todavía prometido. El rostro de Akane se tornó un poco rojo por la vergüenza y la culpa, si todo eso era cierto, entonces había sido injusta con él en algunas ocasiones y jamás él se lo reclamó. Realmente se sentía un poco tonta de no haberlo entendido antes. Sintió deseos enormes de tener a Ranma ante ella en ese momento… para abrazarlo con todas sus fuerzas y, quizás, consentirlo un poco. ¿Pero por qué no se lo dijo? ¿Y Nabiki también lo sabía?

Entristeció inclinando el rostro. Ella no conocía todo sobre Ranma, pues parecía que él insistía en guardarle secretos siempre, lo que provocó una incómoda sensación de inseguridad que hizo temblar ligeramente sus manos, contra la que intentaba luchar apelando a su lógica. Sin embargo, esos días también habían sido difíciles para ella, apenas podía ver a su esposo durante las noches, sin contar que las discusiones habían aumentado. ¿De qué le servía a ella estar casada con Ranma, ser dueños de una sociedad, tener un mejor pasar económico, una familia... si lo vería cada día menos?

Nabiki examinaba el rostro de su hermana como si fuera un libro abierto, leyendo sus cambios de ánimo a la perfección. Suspiró, en otro tiempo hubiera sido divertido, pero en ese momento algo le desagradaba. Desvió el rostro y forzó su gesto para tornar su repentina molestia en otra irónica sonrisa.

—Y como imaginas, sería muy malo para la reputación de un profesor que todos se enteraran de sus malas costumbres, por no decirlo criminal…

Akane reaccionó, creyendo que su hermana mayor no se había percatado de su repentina tristeza, y forzó su ánimo para parecer un poco molesta.

—Nabiki, ¿estás chantajeando a uno de tus profesores para aprobar?

La joven universitaria enderezó la espalda despegando el rostro de la mesa y estiró los brazos con fuerza. Solo tras suspirar de placer respondió a su hermana sin mostrar arrepentimiento.

—Descubrir la verdad y hacer justicia son los principios de una buena periodista. Digamos que estoy haciendo solamente un adelanto de mi práctica profesional.

Akane también suspiró, pero no era de alegría.

—Me alegra que finalmente decidieras lo que quieres hacer con tu futuro, Nabiki, ¡pero chantajear no es lo que hace una profesional! ¿Dónde está la justicia en eso?

—Deja de regañarme, por Kami, ya te pareces a Kasumi. ¿Qué no lo ves? Así todas ganamos: ese profesor no volverá a intentar nada temiendo a que lo sigan vigilando, las novatas de nuestra facultad se sentirán más seguras y yo me sacaré un diez en mi examen final; ha sido otro caso más resuelto por la famosa Vengadora de Todai, y también otro pequeño peldaño directo a graduarme con honores. Oh, y no le he cobrado a nadie por mis servicios, como una buena y muy ética profesional lo he hecho todo solo por la satisfacción del logro, digo, por la satisfacción de prestar un buen servicio a la comunidad. ¿No estás orgullosa de mí, Akane?

«Orgullosa» no era la palabra que la joven señora Saotome tenía en mente, al mirar silenciosamente a su risueña y descarada hermana mayor. Sin embargo, algo de razón tenía, y su recta mente no sabía cómo dilucidar si lo que había hecho Nabiki finalmente estaba bien o mal.

—Has lo que quieras —le dio la espalda volviendo a su novela.

—¡Pero qué tensa estás! Parece que alguien se levantó de pésimo humor, ¿es así con todas las mujeres embarazadas? —Nabiki observó atentamente como los hombros de su hermana comenzaban a temblar y a pesar de sus nobles intenciones, no pudo resistir la tentación de dejarse llevar por sus malos hábitos presionándola un poco—, ¿será que el cuñadito hizo algo que te molestara? —notó como Akane se inclinó un poco más y su temblor aumentó—. Últimamente Ranma ha llegado muy tarde a casa y sus discusiones han aumentado, todos los hemos podido escuchar—miró detenidamente a su hermana cuando esta se inclinaba un poco más sobre su novela conteniendo a duras penas la agitación de su cuerpo—. Es una auténtica lástima, pensaba que finalmente habían arreglado sus problemas ahora que estaban casados. Me pregunto si ya mi cuñadito se aburrió de la vida marital. Conociéndolo seguramente él, ya sabes, siendo un hombre tan apuesto y joven, tan acostumbrado a la libertad y ahora atado a mil responsabilidades… Ya me tenía bastante sorprendida que todavía no… colapsara —se escuchó como Akane apretó los dientes—. Además, me he enterado que Ukyo sigue disponible y Shampoo no ha tenido ningún progreso con Mouse, ni ha vuelto a su aldea. ¿Es que no te preocupas siquiera un poco, Akane, de lo que pudiera estar haciendo Ranma durante las tardes?

—¿Qué insinúas, Nabiki? —susurró Akane lentamente en un tono tétrico y amenazador.

Nabiki aumentó su sonrisa, como si fuera el travieso espíritu de un zorro.

—¿Tan ingenua eres, Akane? Seguramente la razón por la que Ranma llega tan tarde, como si evitara estar en casa, es que seguramente tiene… una amante.

Akane jaló tan fuerte con las manos que rasgó la novela en dos. Al darse cuenta de lo que hizo, se turbó apenas un instante antes de tirar ambas mitades. Giró hacia su hermana dando un fuerte manotazo a la mesa.

—¡No es posible que sigas con tus tontas bromas, Nabiki!

—Akane, vamos, no me dirás que no estás siquiera un poco preocupada de Shampoo o Ukyo, o quizás alguna nueva admiradora del famoso campeón, ahora que mi cuñadito se ha vuelto más popular.

—Basta, ¡sólo basta! ¿Qué pretendes al asustarme así? ¿Es que no piensas en mi salud, en la salud de tu sobrino?

—No, no… claro que pienso, solo yo… solo…

—Querías divertirte a costa nuestra, lo sé.

—Calma, Akane, te puede hacer mal…

—Gracias, pero no necesito tus consejos.

—Akane, bien, como quieras, quizás exageré un poco… —Nabiki se mostró contrariada, no era la reacción que hubiera esperado de su hermana, y su curiosidad fue mayor y preguntó con odiosa ironía—. ¿Desde cuándo te volviste más ingenua?

—No es ingenuidad, se llama «confianza», y es algo que una persona como tú, acostumbrada a engañar, no conoce.

—¡Ay! —reclamó Nabiki con burlesca exageración—, eso dolió.

—Te lo tienes merecido —respondió Akane con seguridad—. Y para que lo tengas bien en claro, yo creo en Ranma.

Nabiki se quedó con la boca abierta, la cerró. La situación se le estaba escapando de las manos.

—¿Hablas en serio?

—Sí, Nabiki, muy en serio. Ranma es mi esposo y no lo sería si yo no pudiera confiar en él. Ninguno de los dos somos los mismos niños inseguros a los que acostumbrabas burlar.

—Akane…

—Puede que siga siendo tan torpe, ingenua y tonta como antes; pero algo si no aceptaré es que los miedos vuelvan a ponerse entre nosotros. No, Nabiki, no tienes idea, me extraña que no lo hayas pensado antes siendo tan astuta, pues llevo más de un año viviendo con Ranma, somos un matrimonio solo por decisión nuestra, hemos pasado por muchas experiencias desde entonces sin que ninguno de ustedes se entrometiera en nuestras vidas, y nunca necesitamos tampoco a nadie que «intentara ayudarnos». ¿Realmente crees que somos los mismos a los que un simple rumor podría provocarnos? ¿Realmente me crees capaz de no conocer a mi propio esposo? ¿Tan niña me ves, Nabiki?

No, ya no lo era. Su pequeña hermana embarazada parecía tener una firmeza que antes como adolescente jamás notó. Nabiki se enderezó y su sonrisa se tornó nostálgica pero también satisfecha. Realmente había cambiado, su hermanita ya no era una niña temerosa que pretendía esconder su inseguridad y miedo con su fuerza física. Ahora era toda una mujer dueña de una seguridad auténtica, una abnegada esposa a su manera, y pronto una valiente madre. Nabiki comprendió que era ella la que no había cambiado.

—Si Ranma y yo tenemos un problema —insistió Akane ante el silencio de su hermana—, te aseguro que será un asunto nuestro, que nos compete únicamente a nosotros. Es mi matrimonio, Nabiki, yo sabré qué hacer y no dejaré que fracase por nada del mundo; y te prometo que no podría perdonar siquiera a mi propia hermana si intentara meterse entre nosotros.

La mirada salvaje de Akane la hizo parecer más una fiera leona protegiendo su cubil, que a la antigua e insegura chica. Nabiki sufrió un involuntario escalofrío; ¿escuchó bien, Akane la estaba amenazando?... ¿A ella?

—Bromeas, ¿no es así?

Akane irguió la espalda, parecía más tranquila. Sonrió a medias de una manera que Nabiki, maestra en el arte de la mentira, no fue capaz de identificar hasta qué punto se trataría solo de una broma, pues los ojos de su pequeña hermana seguían siendo oscuros, profundos y amenazadores. Después de todo eran hermanas y compartían la misma sangre, y quizás alguno de sus talentos para atemorizar a sus enemigos.

—Quizás —respondió Akane, antes de que su sonrisa se tornara completa y con gran inocencia inclinó ligeramente la cabeza—, pero gracias por preocuparte, Nabiki, eres una gran hermana —agradeció cándida.

Nabiki asintió en respuesta, desarmada, no sabiendo cómo tratar con esta nueva Akane que parecía haber levantado tan buenas defensas.

—Claro, no hay de qué, Akane.

Akane también asintió sonriendo con su habitual e infantil encanto, y susurrando una melodía más alegre comenzó a recoger las hojas que quedaron desperdigadas de su novela, para terminar dando un suspiro lastimoso porque la había destrozado por completo y le era muy querida. ¿Podría pegarle las hojas con cinta adhesiva? Se distrajo como si aquello fuera la mayor de sus preocupaciones. Nabiki se levantó silenciosamente y le dedicó una última mirada a su hermana menor que la ignoraba por completo. Entonces se retiró desapareciendo por el pasillo. Quizás era hora de llamar a sus amigas de la universidad y salir a dar una vuelta, pensó, porque las cosas en casa estaban muy aburridas.

.

.

Ranma se encontraba agotado. Se acomodó en la silla reclinándose hacia atrás, subiendo los pies cruzados sobre su nuevo escritorio. Estaba solo en la limpia y casi vacía oficina, mientras cada vez entraba menos luz debido al atardecer, todavía rodeado del aroma a pintura fresca y barniz para madera. Desde el ventanal que ocupaba toda la pared se podía ver muy de cerca el arco que daba de entrada al centro comercial de Nerima cruzando la calle. Ese día finalmente se había desocupado un poco más temprano, tal como se lo había propuesto. Los últimos detalles del gimnasio se encontraban casi acabados y el nuevo personal ya conocía sus tareas, en ello Chiyo fue de mucha más ayuda de la que podría haber pensado, e imaginaba que quizás Takeda lo sabía y por ello la envió con la auténtica intensión a apoyarlo. Siempre se veía tan perezosa e irónica, rápida solo para evitar el trabajo, pero al final sí que sabía lo que hacía.

Nunca se terminaba de conocer a las personas, recordando así otro consejo de sus queridos vecinos los Noda… Los extrañaba, como le hubiera gustado que gente como ellos vivieran en Nerima, o que no hubieran partido tan pronto antes de haberlos podido conocer mejor. Y sin la sabiduría de Tetsu Noda o los consejos directos del señor Takeda, a veces las inseguridades lo invadían.

La publicidad estaba dando muy buenos resultados pues ya tenían varias clases y horarios copados para el día de la apertura. En ello debía agradecer a su cuñada Nabiki por un par de consejos, que no le salieron nada económicos. A lo menos tener una membresía de por vida y gratis había sido suficiente para satisfacerla, por ahora. Ranma se frotó detrás de la cabeza, pensativo, Nabiki realmente se había suavizado un poco, pero no se lo diría por miedo a provocarla.

Pasó las manos por la frente y luego se frotó el rostro con fuerza para intentar despertar. No tenía encendidas las luces, por lo que se sumergió en las rápidas penumbras tras el atardecer, dejando que la luz de la calle entrara a través del cristal e iluminara a los muebles y las paredes casi vacías. Unos pocos trofeos y medallas adornaban una todavía extensa pared y casi vacío mostrador. Prefirió traer al gimnasio los premios que había ganado en el último par de años antes de casarse; únicamente la mitad que consiguió salvar cuando pidió a su madre cuidarlos, luego que los demás desaparecieran misteriosamente sin dejar rastro. Suspiró recordando lo cansado que estaba. Se estiró en su silla reclinándose un poco más hacia atrás, con la cabeza descansando sobre el borde del respaldo. Observó quietamente el techo blanco, sin mácula. Cerró los ojos lentamente y dormitó, pensando en su vida, en cómo había comenzado y ahora la manera tan extraña en que seguiría.

No sabía si se había quedado dormido, o solo imaginaba cosas. Pero con los ojos cerrados pudo escuchar la fuerte brisa de la pradera zumbando en sus oídos y erizarle el vello de los brazos desnudos, agitando su ropa como si estuviera recostado de espaldas en una suave pendiente a un costado del camino. Pudo incluso sentir el cosquilleo del césped fresco, húmedo, rozando su cuerpo, y dejar de sentir la mullida silla de oficina en su lugar sintiendo hasta las rocas del suelo en la espalda. Casi no escuchaba nada, solo el zumbido del viento provocándole escalofríos. Abrió los ojos. Ya no estaba en la oficina. El techo blanco fue reemplazado por un cielo celeste, intenso y profundo como la eternidad que le proseguía. Nubes blancas se movían lentas, enormes, como islas flotando en el cielo. Pudo sentir el cálido sol sobre su cuerpo.

—Ranma —escuchó perfectamente la voz a su lado, firme y un poco ronca.

Al girar la cabeza vio a su padre, no como ahora, sino más joven, con el cabello oscuro asomándose por el borde de su pañuelo. ¿Qué edad tendría entonces, no sería solo un poco mayor que él ahora? Jamás se ponía a pensar en lo mucho que había cambiado su padre Genma a través de los años, para él siempre fue el mismo.

—Ranma —insistió Genma girando también la cabeza, ajustándose los anteojos al mirarlo a la cara, y Ranma se sintió otra vez el pequeño niño que vivía sin ninguna responsabilidad—, mañana ya no acamparemos en el bosque. Llegaremos a una ciudad entre las montañas, allí hay buenas posadas y podremos darnos un baño caliente. ¿No te gusta la idea, hijo?

—¿A dónde vamos, papá? —preguntó Ranma. El joven sabía que ya no era un niño, que quizás eso no fuera más que un sueño de sus recuerdos, y creyó que hasta su propia voz se escuchó pequeña e infantil.

El joven Genma se sonrió. Había algo en los ojos de Genma que Ranma no recordaba, o que ahora recién podía apreciar al mirarlo en sus recuerdos… ¿era afecto?

—Papá… —susurró Ranma medio dormido.

—¡Jefe Saotome! —lo llamó con fuerza una voz de mujer.

—¡Ah!

Ranma despertó bruscamente de su sueño, cayendo hacia atrás de la silla y dando un giro en el piso.

—¿Chiyo?

—¿Dormía, jefe Saotome?

Ranma se levantó furibundo, otra vez estaba en la realidad, en su oscurecida y fría oficina frente a la ciudad. Le hubiera encantado quedarse más tiempo en la pradera soleada de sus recuerdos. Frotó su adolorida cabeza, levantó la silla y se volvió a acomodar subiendo los pies a la mesa, estirándose como si nada hubiese cambiado.

—Deberías ser más suave para despertar a alguien.

—Lo fui, jefe Saotome, lo llamé en varias oportunidades.

—¿En serio? —preguntó un poco apenado sintiéndose culpable por su mal humor.

—No —respondió tajante Chiyo Ueda.

Ranma chasqueó los dientes y volvió a cerrar los ojos, murmurando con fuerza y haciendo notar su tono de cansancio.

—Debo estar loco para haberme metido en todo esto.

—¿Y recién se percata de ello, jefe Saotome?

Ranma abrió un ojo al escuchar a Chiyo pero no se movió, notó que ella colocó una taza de café sobre su escritorio y caminó hacia la ventana bebiéndose el suyo.

—Podría despedirte por eso —dijo desganado, rascándose el vientre por encima de la camiseta.

—No se atrevería o tendría que sumar usted mismo las facturas a finales de mes, o peor, encargárselo a Yoshiro a riesgo de que deje algún desastre con los números; o a Michi, y sabe que ella domina tan bien las cuentas como sabe manejar su matrimonio con ese incompetente.

Ranma levantó los brazos deslizando las manos debajo de la cabeza, volviendo a reclinarse un poco más en la silla.

—Hablando de ese par de bobos, ¿cómo están? ¿Dejaron de gritarse por los pasillos? —mostró los dientes, no se sonreía por maldad, sino porque las discusiones de Michi y Yoshiro le traían gratos recuerdos de su difícil inicio como prometido de Akane.

—Le recuerdo que la terapia de pareja no está entre mis obligaciones contractuales. Usted debería haber dado el ejemplo en lugar de ordenarme a mí tratar con estos asuntos. Ha sido muy cruel de su parte escapar y dejarme con ellos, jefe Saotome.

—Ya estoy casado y no tengo tiempo para lidiar con las discusiones de otros, ¡suficiente tengo con las mías! —bostezó con mucha fuerza para luego volver a acomodar los hombros, mientras hacía sonar los labios.

—Por eso mismo, usted debería tener mucha más experiencia que yo sobre estos asuntos. A menos que las cosas entre usted y la señora Saotome también estén pasando por un momento complicado.

Ranma al momento dejó de mecerse suavemente en la silla y gruñó.

—Lo supuse —concluyó Chiyo—, aunque no es un secreto. Cuando usted tiene alguna discusión con la joven señora Saotome, todo el personal se entera… y lo sufre. Esta sola mañana regañó muy duramente a esos tres muchachos que dejaron caer las pesas.

—¿Yo lo hice? —Ranma abrió los ojos realmente preocupado, inclinando la cabeza hacia adelanta para mirar a Chiyo.

—Por poco los hace llorar, fue divertido.

—Ah, bien —Ranma comenzó a girar los ojos cuando se sintió un poco culpable—, antes de irme hablaré con ellos y me disculparé, supongo. ¿Algo más?

Chiyo asintió, como si estuviera repasando mentalmente una agenda en su cabeza.

—Yoshiro ya se reconcilió con su mujer, hace poco lo vi como siempre engañándola con palabras melosas y regalándole flores. Esa ingenua de Michi debería darle su merecido y no perdonarlo por andarle coqueteando a las nuevas chicas tan descaradamente —Chiyo suspiró desilusionada—, realmente esperaba ver un poco de sangre esta vez.

—Deberías alegrarte por ellos.

—Fingiré estarlo, jefe Saotome, si únicamente me lo ordena.

—Te lo ordeno, Chiyo —respondió medio en broma, medio en serio.

—Pero sigo creyendo que fue mala idea el permitirles seguir trabajando tras haberse casado, a lo menos no juntos.

Ranma levantó ligeramente la comisura del labio como si hubiera sonreído para su interior.

—Comienzo a entender por qué el señor Takeda confiaba tanto en ti.

—Si me sigue halagando, me sentiré culpable por la pobre señora Saotome.

—Olvida lo que dije —respondió Ranma con prisa y algo de enfado.

—Mucho mejor, jefe Saotome. Así debe ser siempre con su personal: gruñón, insensible y atemorizante.

—Chiyo, nunca sé cuándo hablas en serio.

—Yo siempre hablo en serio, jefe Saotome, debería ya conocerme.

—Eso me temo.

Hubo un largo momento de silencio, se escuchaban como ecos muy lejanos el ruido del personal trabajando cerca del final de la jornada y el de los automóviles cruzando por la avenida frente al gimnasio.

—No los despediré —dijo repentinamente Ranma—, a ninguno de los dos.

—Cómo usted ordene, jefe Saotome. ¿Seguro que podrá lidiar con tantos inconvenientes?

—Realmente eres nueva en Nerima, ¿eh, Chiyo? Esto no es nada, si supieras la mitad de lo que yo… —guardó repentino silencio.

—¿A qué se refiere, jefe Saotome?

Ranma no respondió. Pero su sonrisa fue auténtica y algo amenazadora. Su nueva administradora de personal se sintió un poco insegura, por lo que dio otro sorbo al café. A ella le molestaban los problemas, en especial los que la hicieran hacer trabajar más de lo debido. Pero se resignó a su suerte, después de todo Nerima le pareció un barrio muy tranquilo dentro de la ruidosa metrópolis de Tokio, no podría tratarse de algo tan espantoso como lo pintaba el joven jefe Saotome… ¿o sí?

—Se le está haciendo tarde para volver a casa, yo me encargaré del resto por hoy, jefe Saotome.

Ranma se enderezó en la silla y comenzó a doblar el cuello, para seguir con elongaciones de los brazos.

—Estás extrañamente amable hoy.

—Si para variar regresa un día temprano a su hogar, tendrá más posibilidades de hablar con la señora Saotome y solucionar sus problemas domésticos. Sé que así mañana no lo tendremos otra vez con el humor de un ogro infernal con dolor de muelas que se tropezó con su porra y que al caer se enterró su palo en el cu…

—¡Chiyo!

—… me corrijo, digo en su grande y sonrosado trasero, y que para rematarla vive con sus suegros, sin ofender, jefe Saotome. Créame que lo hago únicamente como parte de mi trabajo por el bienestar mental del personal, para que no se siga desquitando con ellos y luego me dé más trabajo, al tener que ser «comprensiva» y además «hablarles y escucharlos», para así solucionar el problema, si me comprende. Es algo realmente desagradable y agotador ser empática con la gente.

—Ya lo sé, entendí, no debo maltratar al personal por mis problemas personales. Pero no es con Akane que tengo líos exactamente. Si tan solo nos dejaran a lo menos hablar sin interrumpirnos, era mucho más fácil cuando vivíamos solos.

—¿Se refiere a la familia de su mujer?

—Sí, algo así… además que el padre de Akane insiste en no querernos dar el dojo, y… —Ranma se llevó la mano al mentón, pensativo, cuando chasqueó los dedos como si hubiera dado con alguna idea—. Gracias, Chiyo, pero creo que hoy tampoco podré volver temprano a casa.

—¿Por qué lo dice?

—Tengo que pasar a otra parte primero —se sonrió recobrando el resplandor travieso y enérgico en su mirada, llenándose de entusiasmo.

—Oh —Chiyo Ueda lo observó un poco arisca—, pues espero que no esté haciendo nada indebido a espaldas de la señora Saotome…

—¿A qué te refieres? —preguntó Ranma ingenuamente.

—Me he enterado que es bastante famoso por aquí, en especial por todas las mujeres que parecen haber estado esperando su regreso. Me pregunto si… ¿no sería más agradable estar con alguna de ellas, que al lado de su mujer embarazada y con tantas presiones sumadas por culpa de su familia? El estrés puede ser un pésimo consejero, jefe Saotome.

—¿De dónde sacaste esa estupidez? —bramó contrariado.

—Oh, ¿otra vez con el humor de un ogro con un palo en el cu…?

—¡Chiyo!

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Créditos:

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Cristina AT

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Mirian martinez

Skidzeez

L4psis4angelus

karitochan

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Akane cogió el teléfono y agradeció a su hermana Kasumi por haberla llamado, entonces lo acercó a su oreja. Descansó su otra mano sobre su vientre que comenzó a acariciar por costumbre.

—Ranma…, sí, soy yo, ¿me escuchas?... ¿Se puede saber dónde te has metido?

Escuchó ruidos como si le hablaran desde un teléfono público en la calle, apenas pudiendo comprender lo que decía su esposo. Pero no necesitaba entenderlo del todo cuando escuchó otra vez las mismas disculpas que ya se sabía de memoria, las que había repetido cada tarde en los últimos días. Akane susurró un triste quejido de resignación. Intentando ser fuerte actuó con normalidad; suficientes responsabilidades tenía Ranma como para cargarle ahora sus pequeñas inseguridades que sabía eran solo invento de su soledad. Debía ser fuerte, pronto todo se normalizaría y volverían a tener largas tardes, abrazados, mirando la televisión, hablando, bromeando, discutiendo a base de bromas, o conversando en especial del hijo que venía en camino y del que ahora su atolondrado esposo parecía casi olvidar su existencia por culpa de su cansancio. Sí, muy pronto estarían los dos solos sin que nadie los interrumpiera, aunque no sabía de qué manera lo harían por culpa de su familia que volvía a ser tan molesta como antes, o incluso peor, ¡pero ella lo conseguiría!

Sacudió ligeramente la cabeza cuando se percató que él parecía esperar una respuesta.

—Ranma, ¿ya cenaste?... ¡Pero…! ¿Cómo que no lo recuerdas, es posible que un Saotome se olvide de comer?... Deja de bromear conmigo que hablo en serio, ¡no te rías!, no es gracioso, me preocupas… Más te vale que no me estés mintiendo y sí hayas comido algo, o te las verás con tu adorable y paciente mujer, ¿me entendiste?... Sí, sí, no temas… Ranma, espera, ¡espera, no cuelgues todavía!

Dio un suspiro de alivio cuando escuchó la voz de su esposo del otro lado de la línea. Todavía no había cortado.

—Escúchame… No, ¡no, estoy bien, a mí no ha pasado nada malo, solo escúchame un poco, bobo, y guarda silencio!... Ranma, yo… te amo.

Esperó jugando con el cordón del teléfono nerviosa. Había susurrado tan suavemente que temió no haber sido escuchada. Cuando aquellos segundos de angustiosa espera fueron recompensados: Akane lo escuchó decir atentamente las mismas palabras con temblorosa emoción. Se sintió aliviada solo en parte, seguía sintiendo una oprimente soledad que aumento como un puñal clavado en su pecho al sonido del teléfono cuando lo colgó.

Al regresar a la sala todos guardaron repentino silencio, mientras Kasumi y Nodoka ya comenzaban a servir la cena. La observaron como si esperaran algún tipo de anuncio importante.

—Ranma está ocupado en el gimnasio, no llegará a cenar así que me pidió que lo disculparan y que no lo esperáramos —Akane dijo en un tono neutral, evitando las miradas de su familia. Volvió a sentarse en una esquina de la mesa, entre su padre a la cabecera y un puesto vacío a su otro lado.

—Como si pensara hacerlo —protestó Happosai, más enojado de que lo hicieran esperar por el hambre que tenía que por la ausencia de Ranma—, ese muchacho descuida mucho a Akane.

—Pero, maestro, es el deber de un hombre trabajar por su familia —respondió Soun con paciencia.

—Así lo he educado —dijo Genma orgulloso—, se parece mucho en responsabilidad a su padre.

—No me diga, tío Genma, ¿y usted ha sido siempre un buen ejemplo?

—Nabiki, no molestes al tío Genma.

—No necesito hacerlo, Kasumi.

Genma cerró la boca sintiéndose acusado, pero sin poder defenderse cuando Nodoka levantó una ceja mirándolo fijamente de manera acusadora, provocándole un escalofrío que recorrió su espalda.

—Mi hijo solo está intentando hacer lo mejor con su nuevo trabajo, además que es un puesto con muchas responsabilidades, no es que no desee estar en casa acompañándote, Akane —le dijo Nodoka, intentando consolar a su decaída hija por ley, cuando le servía una porción bastante más grande de arroz que la joven notó con molestia, pues carecía de apetito.

—Gracias, mamá Nodoka, eso ya lo sé. Comprendo lo que Ranma intenta hacer, pero él no sabe medirse. Cuando algo se le mete en la cabeza… —suspiró—. Me temo que se esté tomando esto del gimnasio tan en serio como cuando alguien lo desafiaba a un duelo. Si es así, me preocupa, no se detendrá… Quizás debiera llevarle algo de comer al gimnasio.

—No es prudente que salgas a esta hora, Akane, menos en tu estado actual.

—Pero…

—¿O es que no confías en mi hijo? ¿No te dijo él que estaba bien?

Akane no notó la traviesa y sospechosa sonrisa de Nodoka. En lo que ella pensaba en ese momento distaba mucho de una simple demora por un problema con las obras del gimnasio. Ranma la había llamado para decirle que no volvería a cenar porque se encontraba atareado con los últimos detalles a tan solo unos días de la esperada inauguración. Sin embargo, la había llamado desde un teléfono público. ¿Tendrían problemas los teléfonos del gimnasio que Ranma la tuvo que llamar desde la calle?

No, no podía dudar ahora de Ranma. Había sido capaz de enfrentar a Nabiki durante la tarde, demostrando que podía confiar en su esposo… Pero las palabras de su hermana eran como veneno que sutilmente se introducían en su mente y corazón, no importando la firmeza o confianza de una persona, la duda siempre puede encontrar cabida, más si el agotamiento o el estrés han debilitado su espíritu. ¿Y si Ranma le había mentido?

Evitando aquella terrible voz que intentaba destruir sus buenos sentimientos, volvió a concentrarse en la cena. Resignada tomó su fuente de arroz, hizo sonar los palillos un par de veces acomodándoselos entre los dedos y comenzó a comer lentamente… ¿Y por qué Shampoo no se había aparecido todavía por casa para molestarlos? ¿Estaría acosando a Ranma en el gimnasio y él no se lo decía para no incomodarla, menos ahora que estaba embarazada? Hubiera hecho mucho mejor si se lo dijera… Dejó de mascar un momento, ¿estaba de verdad dudando de Ranma? No, ¡no!, seguramente Shampoo no se aparecía por el gimnasio, por ello Ranma no le había dicho nada, porque no había nada que contar, ¡nada! Ella lo conocía perfectamente, Ranma no sabía mentir, lo hubiera descubierto… Pero hablando de ello, sí había notado la turbación en la voz de su esposo cuando la llamó, como si le hubiera mentido u ocultado alguna cosa… No, no, ¡no! Se tenía que deber a que estaba cansado, es todo, ha trabajado mucho por el bien de ambos, y por el de su hijo que estaba pronto a nacer. Ranma era un idiota pero jamás le haría algo tan cruel, tan… despiadado.

Akane comenzó a sentirse ajena a las conversaciones en torno a la mesa. Sabía que debía levantar el rostro y sonreír agradecida, forzar una risa cuando escuchaba que la nombraban a ella o hablaban de su bebé, el futuro heredero del clan Saotome. Su padre y su suegro reían, hacían planes con su hijo y con el dojo que, volvía a sentirse enfadada, no querían entregarles a Ranma y a ella como se supone habían prometido. Jamás se los había visto tan contentos, hasta Happosai se daba aires de un maestro sabio y responsable hablando sobre el futuro de la escuela de combate libre. Nodoka frente a ella también comentaba sobre la maternidad, la disciplina, el deber, el honor y la abnegación que debía poseer una mujer de la familia Saotome. Nabiki por su parte hacía bromas sobre un hijo que sumara el orgullo y la terquedad de sus padres, mientras que Kasumi amablemente trataba de responderle a su hermana que quizás un hijo pudiera resultar tan noble y de buen corazón como sus padres; a lo que Nabiki volvía a contraatacar lamentando con exagerada burla lo que podría resultar de un niño dos veces tan ingenuo como su hermana y cuñado.

Más y más silenciosa se fue tornando la joven señora Saotome, opacándose como una pequeña y encogida silueta gris en medio de tanta alegría que era incapaz de disfrutar. Los demás no se percataron que sus ojos se quedaban fijos en la mesa por momentos cada vez más largos antes de contestar a las preguntas, más eran los gestos con la cabeza y el rostro que hacía para responder; pues sentía un intenso dolor en la garganta que la amenazaba con quebrar su ya débil voz si se atrevía a hablar. Sintiéndose víctima de una soledad que nadie en esa casa podría llenar, se encerró peligrosamente en sus pensamientos, dándole vuelta infinidad de veces al recuerdo de la llamada de Ranma, que en lugar de calmarla la hacía sentirse mucho más inquieta.

Durante la llamada Ranma le dijo que no tenía hambre, pero lo conocía, su esposo podría abstenerse de lo que fuera menos de comer. ¡Con lo glotón que era! ¿Y si estaba en ese momento comiendo donde Ukyo?...

Aunque, también fuera posible que Ranma evitara volver a casa temprano por culpa de su padre. ¿Sería eso? Pues las llegadas tarde se sucedían desde que anunciaron con su esposo sus intenciones de incluir al gimnasio dentro de la nueva sociedad y su padre Soun Tendo se negó tajantemente a entregárselos legalmente. La tensión y discusiones en la mesa se volvieron habituales entre los patriarcas y ellos; tanto como las discusiones que luego tenía con Ranma por tener que tomar en ocasiones partido por su padre, o la tensión que se respiraba en la mesa junto a su padre cuando por que el día anterior tuvo que tomar partido por su esposo. Akane se sentía presa entre la obediencia y respeto que debía a su padre, y el amor y fidelidad que le había entregado en juramento y corazón a Ranma. Ella notaba que ambos hombres también contenían su furor por ella, al verla expuesta a tantos predicamentos para conseguir un poco de paz. ¿Pero tenía Ranma que ausentarse de casa para complacer a su padre y así ella tener paz?

¡Ella no quería, desde que se casó con Ranma nunca fue lo que quiso!.. Todo lo que deseaba era estar a su lado.

¿Y si Ranma al no poder hablar con ella abiertamente de su padre para no lastimarla, buscó a un amigo con quién sincerarse?

Concluyó Akane palideciendo.

¿Y si ese amigo… era una amiga?

Akane mascó lentamente el arroz y le costó tragarlo mientras pensaba con los ojos fijos en la mesa. ¿Y si inocentemente Ranma fue a comer donde Ukyo para contarle sus problemas como hacía antes, en lugar de hablar con ella su propia esposa? No, no podía ser eso, no era como si ellos tuvieran tantos problemas en su matrimonio que les impidiera hablar, exageraba, pues Ranma jamás sería tan delicado como para no querer criticar a su padre frente a ella. Era su padre el que tenía problemas con Ranma porque no se daba cuenta que ya eran ambos adultos y no tenían por qué obedecerlo… Oh, exclamó en un susurro intentando no ser escuchada por su familia, asustada al recordar que últimamente no habían podido conversar de nada medianamente serio porque siempre habían sido interrumpidos. ¿Entonces era eso, Ranma no tenía con quién hablar en casa, siquiera con ella por culpa de su familia que siempre se encargaba de molestarlos y no dejarlos siquiera respirar un poco de intimidad?

Intimidad…

Antes de volver su embarazo jamás les había impedido seguir disfrutando de un poco de traviesa intimidad, ¡porque bastante pervertido que resultó ser en realidad ese bobo!... Y… y a ella le gustaba que él fuera así… Se sonrió sintiendo el calor en su rostro; por suerte para ella justo en ese momento todos se rieron de una broma del maestro pasando desapercibida. Suspiró aliviada. Dejó de sonreír. Porque recordaba que si bien su embarazo no los detuvo, sí lo había hecho el volver a esa casa. Siempre temían que el maestro Happosai los quisiera espiar, que Nabiki o alguien más estuviera detrás de la puerta escuchando. O que los interrumpieran por accidente, si hasta Kasumi había entrado una vez en su alcoba cuando ellos estaban a punto de… ¡Fue tan vergonzoso! ¿Es que nadie sabía lo que era respetar el espacio privado de las personas? ¿Alguno siquiera había pensado en golpear a la puerta?

¿Pero sería posible enseñarles a llamar antes de entrar, en una casa donde estaban acostumbrados a tirar las paredes o caer dejando agujeros en el tejado? Se quedó mirando confundida con el arroz en la punta de los palillos y suspiró penosamente.

Sacudió el rostro. Como fuera, no había excusa posible, aunque amaba a su familia a veces se pasaban del límite. Era imposible que no pudieran tener su espacio si ellos ya estaban casados… ¡Sí, su espacio! ¡Que ya no era una adolescente, por Kami!

Mascó la pequeña porción de arroz muy lentamente, pero con fuerza, furiosa, aunque todavía sin poder tragarla dándole vueltas en la boca por culpa de la inquietante idea que heló su corazón.

¿Y si Ranma tuviera mucho deseo frustrado, y entonces estaba con Ukyo que lo escuchaba siempre, y con lo pervertido que ahora era?... Porque Ranma después de todo era un hombre, ¡y vaya qué hombre!... ¿Y si Nabiki no estaba bromeando, sino como siempre ella intentaba decirle algo a base de indirectas?... ¿Y si todos sabían algo y ella no?... ¿Y si todos sonreían en esa mesa intentando animarla, para ocultarle la verdad ahora que estaba embarazada?

—Akane, querida, ¿te sientes bien? —preguntó Nodoka allegándose su lado.

Levantó el rostro confundida. No entendía qué hacía en la mesa cuando su imaginación la había llevado a crear la más escalofriante escena producto de sus dudas y desbordante fantasía. Tras despertar del todo y verse en la mesa, sonrojó apenada, ¿cómo podía ser tan horrible ella, de imaginar tales cosas de Ranma? Estaba bien antes, cuando era una niña insegura, ¿pero ahora? ¿No cargaba ella con el hijo de Ranma en su vientre? ¿No estaba él trabajando duramente para el futuro de ambos? Sin embargo, sus razonamientos ya no eran tan fuertes como antes cuando se enfrentó a su hermana; las palabras de Nabiki como veneno habían dado dolorosa forma a una duda que antes había sido únicamente una pesadilla sin importancia, sufrida durante algunas de las últimas noches por culpa de la presión a la que estaba expuesta.

¿Y si Ranma se cansó de ella, de los problemas que tenía con su familia y ya no la amaba, y si seguía a su lado únicamente por su hijo?... Para entonces el año y medio que vivieron juntos lejos de Nerima, le parecía cada vez más borroso ante la realidad que ahora enfrentaba, como un hermoso sueño que jamás ocurrió.

—¡Akane!

—¡Ah! ¿Qué…? —Akane descubrió que todos se encontraban en silencio observándola fijamente. ¿Tan fuerte había gritado?—. Sí… Lo siento, sí, estoy bien, mamá Nodoka.

—¿De verdad? No me mientas, Akane querida, si no te sientes bien será mejor que nos digas, ninguna precaución está de sobra. Llamaré a Ranma de inmediato, él debe estar en casa y encargarse de llevarte a lo menos con el joven Tofu, no podemos correr riesgos si te sientes un poco enferma; mi hijo debe velar por ti y por mi nieto, es su deber…

—¡No! —exclamó con fuerza.

De pronto el miedo la superó. ¿Y si mamá Nodoka llamaba al gimnasio y Ranma no estaba allí? Su corazón se retorció dolorosamente, no podría soportar enterarse que le había mentido, no ahora, aunque se tratara de otro malentendido. Ella no era tan fuerte.

Entonces debió reconocer que sí, que temía, que no le creía del todo, que las dudas la estaban mortificando, que ya no se sentía ni bonita ni atractiva para su esposo, que sentía más miedo a ese extraño silencio, al no ver a sus rivales de siempre aparecerse a cada momento para molestarla, sufriendo porque en su lógica tan tortuosa creía que si estaban satisfechas entonces no tendrían para qué buscar a Ranma allí en su casa. ¿Satisfechas, pero satisfechas de qué? ¿De… de Ranma? Y mientras más sufría dejándose llevar por sus tortuosas conjeturas, más sentía deseos de llorar porque todo lo que pensaba no dejaba de parecerle ridículo, estúpido, seguramente todo no resultaba ser más que ideas infundadas. Su Ranma era un hombre de honor, jamás la traicionaría.

Honor…

¿Sería por honor que Ranma seguía a su lado aunque se hubiera cansado de ella, tanto así, que evitaba volver temprano a casa cada día para no tener que verla?

¿Era honor solamente lo que seguía atando a Ranma a su vida? ¿Honor como un artista marcial, honor de padre al prometerse tantas veces ser distinto al tío Genma, honor de hombre como siempre le exigía su madre?... ¿Pero era honor y ya no sentía amor… amor por ella?

—Akane, ¿realmente estás bien? —insistió Nabiki con la pregunta de su tía Nodoka, cuando todos la seguían observando tan atentamente que solo la mortificaron aún más.

—S-Sí, sí, estoy bien —se llevó una mano a la frente—. Lo siento, creo que me recostaré un momento, no es nada de qué preocuparse.

—Pero, Akane…

—Estoy bien, realmente, no necesito nada más, es solo que me siento un poco mareada —mintió cubriéndose convenientemente el rostro con una mano, para que nadie notara la humedad cristalina que ella sintió cosquillear en sus ojos —, yo… yo… iré arriba —su voz fue apenas débil hilo a punto de cortarse.

Tan obvio para el resto que callaron, sintiéndose quizás culpables de alguna manera sin saber realmente por qué, o tal vez cada uno lo sabía recordando sus malos hábitos, pero ninguno imaginaría los auténticos temores que Akane albergaba en su alma, ni la terrible soledad que estaba sufriendo en el momento que más necesitaba a una única persona a su lado, y que nadie podría jamás reemplazar.

Ya no le importó lo que su familia llegara a pensar por su extraña actitud o su notoria tristeza, tampoco si llamaban a Ranma a sus espaldas. ¡Mejor sería que lo encontraran, y que él viniera únicamente a decirle lo tonta que había sido por haberse dejado llevar por su imaginación! Lo deseaba, realmente lo deseaba, aunque fuera para discutir con él, porque lo abrazaría en ese momento aunque él la insultara, ya nada le importaba más que verlo.

Lo extrañaba tanto, a pesar de verlo cada noche lo extrañaba porque ya no podían hablar, porque entre ellos solo había discusiones que comenzaban tan fácilmente como si ellos fueran pasto seco y su familia jugara a lanzar fósforos encendidos no dejándolos en ningún momento en paz. De no haber vivido sola con Ranma no tendría nada que extrañar, nada con qué comparar aquella situación donde no podían ser independientes o dueños de sus propios destinos, pero ahora…

Subió con cuidado las escaleras y descansó con una mano en la baranda y la otra sobre su vientre. Lo que más la agotaba era la herida en su corazón por la que parecía escurrirse toda su alegría. Siguió por el pasillo y en el camino se encontró con su vieja habitación, la que ahora nadie ocupaba mientras no le dieran un mejor uso. Todavía tenía el pequeño letrero con su nombre colgado a la puerta. Se pasó la mano por los ojos húmedos y las mejillas frías hasta el brazo humedeciéndose las mangas. Con una mano siempre sobre su vientre abrió la puerta y entró.

La cama seguía en el mismo lugar, los muebles permanecían vacíos e intactos. Limpia y aireada, pareciera ser que Kasumi se encargaba de limpiar esa habitación todos los días, como si ella nunca se hubiera ido en primer lugar; aunque ya había transcurrido mucho más de un año desde que en una madrugada se escapara con Ranma, cubriendo su pijama con un abrigo, cogidos de la mano y el corazón dando saltos de alegría tan fuertes que siquiera podía escuchar sus propios pensamientos. Pero faltaban cosas. Las cortinas no estaban y las ventanas desnudas y cerradas le provocaron un estremecimiento. Porque así de vacía y abandonada se sentía, igual de desprotegida, tan fría por dentro como debía estar afuera donde el cielo oscurecido comenzaba a dar lugar a las primeras estrellas.

—No fue tu culpa —susurró arrepentida cuando acarició su vientre, en aquel rápido segundo en el que llegó a pensar que por quedar embarazada las cosas cambiaron, ella dejó de ser atractiva para Ranma y tuvieron que regresar a Nerima. No, no, no se perdonaría siquiera pensarlo, su hijo jamás tendría la culpa de nada de lo que sus padres sintieran o dejaran de sentir—, ya verás que todo estará bien. Ya verás… jamás te dejaré solo.

Podía ser valiente para su hijo, pero no para ella misma.

Sentándose en el borde de su vieja cama se cubrió el rostro con las manos. Se sentía tan sola, ya no lo soportaba. No importaba si sus miedos fueran reales o no, la soledad que sentía sí era real, intensa, dolorosa. Y si Ranma ya no la amaba ¿sería siempre así? ¿Tendría que convertirse en una resignada dueña de casa o quizás dedicarse a dar clases en el dojo, viviendo solo del amor de su hijo, apenas viendo a su esposo por las noches? ¿Dormiría cada noche como habían sido esas últimas, mirando atentamente la espalda de Ranma, su cabello, su bonita trenza, su silencio, escuchando sus ronquidos que sabía hacía solo cuando estaba muy agotado, sin siquiera poder abrazarlo por miedo a ser rechazada? Conocía que muchos matrimonios funcionaban así, pero nunca fue lo que ella quiso para sus vidas. ¿Por qué apenas volvieron a Nerima todo se tornó tan difícil para ella? ¿Por qué en esa ciudad Ranma y ella no podían ser felices?

Dejó caer su cuerpo de costado en la cama, se quedó así un tiempo mirando el cielo casi oscuro por completo y giró sobre la cama alejándose del borde, doblando un poco las piernas y los brazos, acurrucándose le dio la espalda a la ventana. Tenía un poco de frío, pero ya nada le importaba, hasta dulce sintió las lágrimas que comenzaron a brotar por sus ojos y a humedecer un círculo sobre la tersa manta, ya que ellas eran su único consuelo.

Esa noche Akane deseó jamás haberse casado; para haber vuelto a ser la misma adolescente de antes, sin tan terribles temores, sentada en ese escritorio o durmiendo en esa cama, vistiendo su viejo uniforme de preparatoria, peleándose con Ranma por las cosas más triviales o viviendo juntos disparatadas aventuras… Porque a lo menos entonces, cuando discutía con Ranma, lo sentía más a su lado que ahora cuando apenas podía verlo y hablarle. ¿Por qué tenía que haber cambiado tanto? ¿Por qué volvieron a Nerima? Ella… ella jamás quiso volver. Ahora lo sabía, lo que antes su conciencia no quería confesarse siquiera a ella misma, y comprendió su tristeza, su incomodad; era que ella jamás había querido volver con su familia a pesar que de los dos era la que más decía extrañarlos y la que más anhelaba volver a la ciudad donde había nacido y crecido… ¡Pero a quién ahora extrañaba de verdad era a su esposo, a Ranma, al único que le hacía falta!, e imaginar que quizás él ya no la amaba de la misma manera que ella lo hacía, no la extrañaba con igual necesidad que ella sufría, que no la deseaba como antes como ella ahora disfrutaba también deseándolo, por estar ella tan gorda y fea…

¿Ranma ya no la amaba? ¿Era verdad, él ya no la quería?

Cerró los ojos rindiéndose inconscientemente al agotamiento. Su cuerpo se relajó, las ideas y palabras perdieron su forma hasta diluirse en una enorme y acogedora quietud negra. Y se quedó profundamente dormida con las frías lágrimas secándose en su rostro.

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Soñó que era otra vez una adolescente de preparatoria tal como lo había deseado. Nada había cambiado todavía en su vida. Escribía en una hoja en blanco en su escritorio, aunque no podía leer sus propias palabras y de pronto en un atisbo de conciencia se detuvo con gran curiosidad queriendo saber lo que ella misma había escrito. En su pequeña pero bien ordenada habitación el sol del mediodía la envolvía de un resplandor tan blanco que no parecía natural. Las cortinas se mecían con la brisa suave del estío y refrescaban su rostro infantil meciendo las puntas de su corta melena.

Creía que estaba a punto de conseguir leer lo que estaba escrito, cuando una mano grande se cruzó extendida delante de su rostro. Asustada retrocedió la cabeza y tiró la silla al levantarse bruscamente. En la ventana apareció una silueta que se le hizo odiosamente familiar, agachado con la destreza de un mono, apoyando los pies en el borde con las piernas dobladas y una mano descansando sobre la rodilla sin dejar de extender la otra hacia ella. Akane se enfadó, ¿hasta cuándo la molestaba y la interrumpía? Pero él no se movió, y aunque no podía verlo más que como una sombra oscura contra el sol, mantenía la mano extendida hacia ella como invitándola a seguirlo.

Como si hubiera sufrido de un repentino frío, su cuerpo se entumeció. Ya no se sintió tan dentro de aquel cálido sueño, sino que por el contrario estaba incómoda, adolorida, con el cuerpo pesado y muy triste. Sintió como si ella caminara hacia atrás sin desearlo, alejándose de la silueta, de la mano que extendía ante ella y a la que insegura no sabía de qué modo responder. ¿Por qué? ¿Estaba enojada con él? ¿Había cometido alguna de sus acostumbradas torpezas aunque no pudiera recordarlo en ese instante y por eso lo estaba rechazando?

Entonces sufrió cuando su conciencia reclamó como el coletazo de un pesado pez, herida fue por los recuerdos que invadieron su mente destruyendo la hermosa ilusión de revivir su adolescencia. Fue consciente de su futuro inmediato repasando rápidamente su historia: la graduación de preparatoria por la que tanto habían luchado para que ambos salieran juntos; los difíciles días en la universidad donde tuvo que aceptar al principio y llorando en secreto, que él no estudiaría junto a ella temiendo una terrible separación, para luego sentir el alivio de tenerlo fastidiándola cada día como si fuera un alumno más, como si su vida no hubiera cambiado en absoluto ni menos alejado de él; luego vinieron los torneos que sí los distanciaron en los que Ranma parecía estar obsesionado con ganar y ganar; las intromisiones acostumbradas de sus, no tan segura ahora, amigos y su propia familia que les impedían dar ese paso que tanto deseaban. Nada parecía cambiar.

No, se equivocaba, sí que algo ya había cambiado en ambos antes de dejar la escuela. Sentía seguridad en sus propios sentimientos y también en los de él, pero ambos tan lentos temían dar paso siguiente. A pesar de ello su corazón se había preparado, crecido, madurado, a la espera que él tuviera el valor suficiente para ir en su búsqueda. No importando lo preparada que estaba y segura de su futuro, aun así él se las ingenió para sorprenderla una noche y pillarla desprevenida. Y ella, a pesar de todo, no se negó. Luego en lugar de recordar el feliz tiempo que vivieron juntos, recordó su actual tristeza; la soledad, la extrañeza de sentirse en casa pero no en casa a la vez. Porque el día que se casaron ella prometió que su hogar estaría junto a él. Pero él no estaba ahora con ella. Ese no era ya su lugar.

¿Por qué?, quiso gritarle a la sombra y sufrió la angustia de sentirse no escuchada. Insistió en intentar hablar apenas consiguiendo susurrar débilmente: Ranma, ¡Ranma! ¿Por qué me dejaste sola? ¿Es que ahora me odias, es que ya no me amas?

La sombra insistió en estirar la mano hacia ella. Akane dudó, pero cuando sintió que se alejaba temió de verdad perderlo, o perderse a sí misma en las frías sombras, desde las que ya veía a Ranma y su habitación muy pequeños y lejanos, y desesperó.

«Deja de ser tan terca y toma mi mano, boba —escuchó por primera vez la voz de ese niño-hombre tan fuerte y ansiosa, tan demandante de ella, que consiguió quebrantar el silencio de su propia soledad, como un espejo haciéndose pedazos de fondo, reemplazando la oscuridad que la rodeaba por la brillante luz blanca—, ¿o es que de verdad te arrepientes de haberte casado conmigo?»

¿Se arrepentía ella? ¿De verdad llegó a pensar que no quería haberse casado con él?

El año y medio que vivieron juntos lejos de Nerima cayeron como un balde de agua caliente sobre su cabeza; cada situación, risa, lágrima, miedo, esperanza, angustia, cariño, todo llegó a ella. Desde los primeros besos que no se cansaron de dar aprendiendo como sentirse más cómodos el uno con el otro en esa nueva situación, hasta la vergüenza y las intensas emociones de sus primeras caricias, hasta haberse convertido auténticamente en su mujer.

¿Se arrepentía?...

¡Por supuesto que no!

Ella jamás se arrepentiría de haberlo conocido.

Jamás de haberse casado con él.

Nunca de haberlo amado.

Preferiría morir, antes que negar la dicha que significaba esperar al hijo de ese querido y terco idiota. No importando cuál fuera su destino, o si estaba condenada a permanecer siempre sola, ella se rebelaría contra sus miedos, porque jamás se arrepentiría de lo que había sentido y ahora sentía con mayor fuerza que antes.

Alzó su mano queriendo alcanzarlo; ya no dudaba, no importando si él ya no la amaba como antes, porque ella lo sí que lo amaba y lo seguiría amando por siempre. No habría otro en su vida, era él o nadie más, su alma pura y determinada no tenía espacios para otro amor como el que ya sentía y atesoraría por siempre, porque le pertenecía, era de ella y de nadie más.

Todos sus miedos le parecieron pueriles: ¡porque no se arrepentía de nada, aunque el presente se mostrara gris, jamás cedería ni se daría por vencida! Finalmente su auténtico yo vencía, pues la debilidad jamás podría contra su fuerza innata que se rebelaba en su momento de mayor temor. Pero ella estaba demasiado lejos, casi como si la habitación flotara perdiéndose en la distancia…

Gritó el nombre tan querido de Ranma y su voz finalmente la obedeció con seguridad. Y él respondió como en su corazón siempre sabía que haría cuando más lo necesitara.

Sin saber de qué manera sucedió, la mano de Ranma la alcanzó cogiendo la suya con fuerza. Al parpadear, ella se encontraba otra vez delante de su escritorio como si nunca se hubiera alejado. Ya no era una silueta oscura el joven de la ventana, sino que era Ranma, su Ranma; no el adolescente atolondrado de antes, sino que un hombre joven, terco, torpe, infantil y muy arrogante; pero también seguro, dulcemente ingenuo y valiente al que sabía podía confiar su vida, a su hijo y su futuro sin dudar una sola vez. Ranma le sonreía inundándola de ternura, como si quisiera decirle que todo estaba bien entre ambos, que él jamás se apartaría de su lado, porque seguía siendo el mismo hombre que ella conoció y que su corazón amó desde el principio aún sin que su mente pudiera saberlo o sospecharlo.

Ranma tiró de ella con fuerza. Akane no se resistió, sino que movió los pies para ayudarlo y saltar a sus brazos, escapando de la habitación, del miedo que la ataba a su pasado para vivir del presente y caminar hacia el futuro infinito; sin paredes, sin límites, a veces atemorizante o vertiginoso, pero un lugar lleno de esperanzas y sueños donde se detendrían únicamente donde ellos quisieran parar. Donde el calor del sol los rodeó a ambos, donde la vida pateó en su interior con un dulce dolor, donde pudo vislumbrar, como si fuera una visión, otras manos, muchas manos, tiernas y pequeñas aferrándose a la suya, colgándose de sus dedos, junto a la mano grande de su esposo que la rodeó, y entre todas tiraron de ella ayudándola a seguir.

Entonces comprendió que su felicidad dependería únicamente de ella.

La verdadera pregunta que Akane nunca se atrevió a formular, jamás fue si Ranma la seguía amando a ella; era si ella lo seguía amando a él, a pesar de todas las dificultades del camino.

¿Y su respuesta?

«Sí, Ranma, te quiero. Y te quiero aunque un día ya no me quieras. ¡Te quiero, mi hermoso bobo, y siempre te voy a querer!»

.

.

Cuando despertó se sentía cálida, cómoda, envuelta en un aroma que le recordaba a la madera, a los bosques húmedos de pinos y cedros a los pies de la montaña. Fragancia que la hizo imaginar la libertad de una mañana de campamento, el sonido de un río lejano, la brisa que hacía cantar al follaje, las nubes que se convertían en neblina cuando descendían por las laderas, y acompañaban al caminante cansado que estaba destinado a viajar por siempre en ese mundo buscando un destino, quizás un hogar. Gozó del aroma de la libertad mezclado con la esencia salada que desprendía la suave piel un poco bronceada en la que descansaba su mejilla. No se asustó, tampoco se impacientó, pues ya estaba acostumbrada a disfrutar de un contacto tan íntimo, pero que últimamente había extrañado y ahora quería saborear. Lo sintió respirar, su enorme cuerpo pegado a su pequeña espalda, conteniéndose a sí mismo lo más posible para no despertarla. Ella siempre se agradó de esos gestos quizás insignificantes para muchos, pero que hablaban del auténtico cuidado que él tenía para con ella; gestos que no necesitaban palabras, pero que decían más que libros completos sobre lo que él sentía hacia ella, haciéndola confiar otra vez en su amor y devoción.

Se negó a abrir los ojos, avergonzada, porque también ese amor que le profesaba con su cuerpo la hacía sentir arrepentida de sus anteriores dudas que como una fiebre la habían atacado, miedos absurdos y lágrimas que ahora creía injustificadas. Todo era tan sencillo de entender cuando lo tenía junto a ella. ¿Cómo mirarlo a la cara sin enrojecer por la ridícula culpa? Pero su corazón la traicionó en su empeño por mantenerse lo más quieta posible y no alertarlo de que había despertado.

Su cabeza descansaba en el brazo que él tenía estirado sobre la cama. Una manta los cubría a los dos hasta los hombros. Al estar ella acurrucada de costado, su mano se movió inconscientemente por debajo de la cálida manta hasta escapar para encontrarse con la enorme y pesada mano de él que descansaba extendida hacia el cielo. Abrió un poco los ojos, la oscuridad los envolvía pero podía ver todo perfectamente claro y teñido de hermosos tonos azules, solo para admirar como su pequeña mano se deslizaba sobre la gran palma, y sus dedos tan finos acariciaron los dedos grandes, callosos de tantas batallas que había luchado por ella. ¿Cuántas de esas durezas también habían sido ocasionadas por su culpa? Desde proteger un compromiso contradiciendo con sus acciones lo que torpemente su boca negaba, hasta arriesgar la vida para salvarla. Así ella también había pasado por difíciles situaciones únicamente para protegerlo. Se sonrió apenas dejando escapar un suspiro y cerró los ojos. Rememoró también tantas ocasiones en que todo podría haber salido mal, muy mal para ellos, cuando eran todavía un par de críos inmaduros, orgullosos, obcecados; habiendo arriesgado en muchas ocasiones un futuro muy importante y delicado por culpa de sus egoísmos infantiles y miedos. Tan difícil era crear algo hermoso y tan sencillo era destruirlo con una palabra mal dicha o sencillamente silenciada.

Sin embargo, ella había aprendido a confiar en él; no importando la dificultad o el terrible fuera el malentendido, sabía que siempre él la buscaría, y siempre ella estaría para responder a su llamado y escucharlo. Porque así era siempre, porque así eran ellos. Quizás, pensó por primera vez tras todo lo sucedido durante los últimos años, el destino no era tan frágil como todos imaginaban. Tal vez, por más intentos, trampas o conspiraciones que hicieran para separarlos, jamás podría quebrarse lo que habían creado juntos el día en que cruzaron sus miradas por primera vez siendo un par de niños llenos de desconfianza y resentimiento.

Porque aquello que los unía no estaba hecho de delicado cristal, sino que era hielo sólido y eterno, duro como el acero templado, pequeño en apariencia, pero en realidad gigantesco echando sus raíces hasta las profundidades de sus almas. Un lazo firme, contra el que la más enorme empresa creada para apartarlos chocaría y se hundirían inútilmente. Aquello que los demás erraban creyéndolo un débil hilo carmesí fácil de cortar, era en realidad la más dura de las cadenas que despedazaría al que intentara tan solo interponerse entre los dos. ¿No fue siempre así, cuanto más aparente era la debilidad que los unía, más fuertes se mostraron ellos e imposibles de separar?

Él respondió a su caricia cerrando la mano, atrapándola con los enormes dedos como una prisión. Ella contuvo la respiración, quejándose sorprendida, apenas un murmullo débil e interrumpido. Luego descansó sintiéndose segura. Así era él, posesivo y celoso. Comprendió, con los ojos a medio cerrar y la satisfacción pintada en su somnoliento rostro, que aunque ella deseara escapar de su lado no podría hacerlo jamás porque sabía le pertenecía; porque ella representaba para él la más importante de todas sus batallas, y ese tonto jamás aceptaría perder aunque tuviera que luchar incluso contra ella misma y sus dudas.

De orgullo se hinchó su corazón hasta sentir que dolía al golpear su pecho. Nuevas lágrimas asomaron a sus ojos, pero estas eran cálidas. Pudo percibir la aprensión y también los nervios de ese hombre cuando deslizó su otro brazo por debajo de la manta. La mano grande y pesada que antes descansaba sobre su pierna, subió suavemente tallando su cadera y cintura, y luego buscó su vientre abultado, moviéndose más delicadamente que cuando atrapó su mano. Aquello también la complació y la hizo sentir segura, exhalando el aire que antes había retenido en un emocionante impulso, un profundo suspiro junto con un placentero estremecimiento.

—Akane…

Llamó su nombre con un susurro enronquecido, porque era de noche y no deseaba que nadie los interrumpiera en su pequeño momento de intimidad que el destino les había obsequiado. Y ambos sabían lo mucho que debían atesorarlo.

Akane obedeció a su mandato y perezosa se movió lentamente girando bajo el peso del fuerte brazo. Ranma se acomodó retrocediendo también el otro brazo que su mujer usaba de almohada, para levantar los hombros y la cabeza apoyándose en el codo, quedando de costado. Akane, de espaldas, volvió a apoyar la cabeza en el antebrazo de su esposo mirando fijamente el techo en penumbras, pues tanta era su vergüenza por sus anteriores dudas, como si fueran parte de una inconfesable pesadilla, y también la otra vergüenza que sentía por la latente emoción que pulsaba en lo más profundo de su cuerpo, que no se atrevía a mirarlo a los ojos.

Ranma la observaba con un silencio que para ella se convirtió en una tortura, porque el joven era víctima también de sus propios fantasmas. A pesar de la oscuridad estaba ya acostumbrado, la podía ver perfectamente en suaves tonos azules, y la luz de la luna que entraba por la ventana se reflejaba en aquellos ojos tercos que lo evitaban, tornándose dorados. ¿Cuántas noches tras alguna peligrosa aventura no se escabullía en esa habitación para vigilarla dormir, a riesgo de perder la vida si lo descubría? Pero no podía evitarlo, Akane siquiera imaginaba la cantidad de veces que P-chan terminó durmiendo en el jardín gracias a sus esfuerzos, o de las trampas que evitó de alguna de sus rivales sin siquiera que ella se hubiera enterado; luego ella le reclamaba por ser tan perezoso y quedarse dormido por las mañanas o durante las clases, ¿pero podía evitarlo tras pasarse noches en vela a su lado?

Las noches en que la observaba dormir, se sonreía por la energía natural de esa mujer que no sabía lo que era quedarse quieta un momento, siquiera durante el sueño más profundo. A menos que él colocara una mano sobre ella; en su cadera, rodeándola por la cintura o cruzando el brazo por delante de aquellos deliciosos senos que no se escapaban de su curiosidad. Estrechando sus cuerpos en un tierno abrazo, un pequeño truco que había aprendido después de casados y que aplicaba con mucho placer. Entonces ella dormía tan profundamente y tan calmada aferrada a su brazo, o a la camisa de su pijama, que casi la podía escuchar murmurar en sueños.

—¿Qué hora es? —preguntó Akane sacándolo abruptamente de sus cálidos recuerdos, también susurrando pesadamente por culpa de un sabroso sopor que no quería sacudirse como si estuviera bajo el efecto de un calmante. Intento hacerse escuchar con firmeza, pero su voz se quebró tiernamente revelando el auténtico estado agitado de su alma.

—Pasadas las dos… —Ranma contuvo un bostezo apretando con fuerza los labios. Estar con ella le producía una contradictoria mezcla de paz y ansiedad febril.

—¿De la tarde?

—Boba, ¿no ves que está oscuro?

—¿De la noche?... ¿Y por qué me despiertas a estas horas? —lo regañó frotándose con fuerza el rostro. Solo entonces Akane recordó el resto de lo sucedido durante la cena: la llamada telefónica, sus dudas y luego el haberse recostado en su vieja habitación—. ¿Dónde estoy? —examinó un poco desorientada el techo y las paredes que los rodeaban.

—Akane, eres una torpe, ¿qué te dio por dormirte aquí? ¿Te das cuenta que pudiste enfermar?

—No exageres, solo quise descansar un poco —se sintió ofendida ante los susurros tan fuertes de su esposo que prácticamente parecían gritos. Cruzó los brazos y lo evitó girando el rostro hacia la pared—. Me dormí, es todo, ¿es que ahora no puedo estar cansada como todo el mundo?

—¿Pero aquí, en tu vieja habitación? —Ranma se pasó la mano por el rostro, en una mezcla de agotamiento y frustración.

Recién el joven hombre podía sentirse más calmado recordando lo cansado que se encontraba. ¿Sabía Akane el miedo terrible que sufrió el tiempo desde que no la encontró en la alcoba que ahora ocupaban, hasta que la halló en ese lugar? Su corazón se había paralizado, su boca le supo amarga, su mente lo torturó con espantosas fantasías al pensar en sus «viejas amigas», todavía no creyendo del todo aquello que habían aceptado la derrota y se encontraran tan tranquilas desde que regresó a Nerima. ¿Había bajado la guardia? Tal fue su terror que cuando la encontró durmiendo en esa cama quiso despertarla de un fuerte vozarrón… Pero mayor fue el alivio que sintió, y la ternura al verla dormir, comprendiendo que ella también se encontraba tensa con toda la situación que los estaba envolviendo. Y en lugar de reclamarle terminó buscando una manta en su alcoba, para volver cerrando la puerta en silencio, colocando el seguro, cerrando la ventana, asegurándose dos veces que no había nadie más afuera, y esperando que a lo menos allí, donde no deberían estar, nadie llegara a molestarlos por el resto de la noche.

—Pudiste enfermar, ¿es que no piensas en tu salud, o la del bebé?

Akane suavizó su semblante. No era ciega al miedo de su esposo y se sintió más culpable todavía por haber dudado antes de su integridad.

—Perdóname, Ranma, no estaba pensando.

Ranma también suavizó su furor, no podía reclamarle nada, no después de haberla dejado sola por tanto tiempo creyendo que estaba segura con su familia. Cuando ahora comprendía, tras una dura conversación con su madre apenas llegó esa noche, que quizás Akane no estaba tan bien en esa casa como él imaginaba.

—¿Estuviste llorando?

—No.

La respuesta tan rápida y segura a su pregunta un poco burlona, le arrancó una sonrisa. Era la misma orgullosa mujer que tanto amaba. Lentamente acarició el vientre de su esposa por debajo de la manta que los cubría, luego subió la mano deslizando sus dedos por la mejilla y el mentón de Akane admirándola.

—Ranma, ¿qué estás haciendo?

—Me preocupaste, realmente pensé que te podrían haber secuestrado o algo peor.

—Lo lamento —Akane levantó la mano y la posó sobre la de Ranma, dejándola quieta en su mejilla, cerrando los ojos un momento como si disfrutara del contacto en su rostro y del aroma de esos dedos, la fragancia de la piel de Ranma que tanto le gustaba y siempre le recordaba a los bosques húmedos y a la leña quemada de una fogata—, no quise preocuparte.

—Me dijeron que te sentías enferma.

—No, no estaba enferma —confesó lentamente sus sentimientos. Hacía tanto tiempo que no podían hablar así sin que nadie los molestara, desde que habían dejado su querido y extrañado departamento lejos de Tokio, que se sentía ansiosa por conversar con Ranma, aunque fuese en susurros. Porque por un momento había temido de verdad que volverían a ser los adolescentes atolondrados del pasado, y que su nueva confianza se hubiera esfumado desde que pusieron un pie en Nerima—; me sentía un poco… sola.

—¿Sola? Pero si has estado aquí con todos.

—¡No es lo mismo, tonto!

—¡Pero cómo que no es lo mismo, si no estabas sola!

—¡Pero no estaba contigo y te extrañaba! ¿Tan difícil te es entenderlo?... Anda, jáctate, dilo: «Akane, eres una boba, ya sé que no puedes vivir sin el grandioso de mí…»

—Sí que eres una boba, Akane, ¡porque yo también te extrañaba!

Guardaron silencio cuando finalmente se buscaron. Sus pechos se alzaban y bajaban, sus labios entreabiertos vibraban, sus rostros estaban teñidos de azul intenso, sus ojos brillantes reflejaban las luces de la luna y de las lumbreras de la calle que entraban por la ventana sin cortinas. Y se encontraron. Sus cuerpos apegados se comunicaron antes que sus mentes confundidas, y ambos recordaron en un sencillo y provocador gesto, y una sonrisa que respondió llena de complicidad, que hacía mucho tiempo no habían podido gozar de tanta calma, silencio, cercanía y ansiedad.

La mano de Ranma temblaba mientras deslizaba sus dedos desde la mejilla de su mujer hasta los tiernos labios, que recorrió con la punta del pulgar de un extremo al otro en una inquietante caricia que le provocó un cosquilleo a Akane. Ella los juntó un poco, como si quisiera besar la mano de ese hombre, revelando su impaciencia. Ranma se inclinó un poco, un poco más, cuando Akane dejó las manos quietas sobre la cama como una señal de entrega, y como si lo hubiera también estado esperando desde el principio con el deseo de abrazarlo. Besó la frente de su mujer, luego deslizó su boca por la pequeña nariz susurrando su nombre tan anhelado, más que un susurro fue una voz ronca, profunda, sedienta de esa piel que deseaba devorar; pero que se retenía como si se estuviera relamiendo antes del banquete aumentando el placer, manjar de reyes, que únicamente él podía degustar. Sus labios se encontraron en un tierno beso. Primero fue un roce, en que Ranma cerró la boca mordiendo el labio superior de Akane, luego el inferior. Ella esperó estática, dejándose hacer, como si se tratara de un juego de voluntades; donde ella no debía revelar su deseo, mientras que él la provocaba únicamente para conseguir que ella confesara con un pequeño gesto que quería lo mismo que él. La besaba con suaves roces, tiraba continuamente de sus labios con suaves mordiscos y ella se negaba a responder tercamente, acusándose únicamente en su respirar cada vez más doloroso y contenido.

Porque no había nada que ellos no llevaran al terreno que mejor conocían para comunicarse plenamente: el de una buena pelea. Donde se dejaban llevar por el instinto y la pasión más intensa; la misma que antes los distanciaba, era la que ahora los unía con un fuego que difícilmente alguien podría contener, menos para una pareja de jóvenes enérgicos y explosivos.

—Ranma… —Akane suplicó, intentando conservar la razón en una batalla que en verdad deseaba perder. Habían sido tantos días y más difícil le estaba siendo no dejarse llevar por su anhelo—, por favor, Ranma, detente… —intentó sonar firme a pesar que su voz flaqueaba mientras Ranma desquitaba su frustración ante tanta terquedad, gruñendo en lugar de responder, buscando besar, casi succionar, el palpitante cuello de su mujer—, no… ¡No…!

Akane enmudeció, conteniendo el aire, mordiéndose el labio inferior para no gritar, dejando escapar un desesperado murmullo cuando ese maldito pervertido se había atrevido a jugar sucio mordiéndole la oreja. De pronto el azul se volvió intenso, la oscuridad se llenó de brillo, el frío se convirtió en fuego que la sofocaba, y un molesto escalofrío la recorrió desde la punta de los cabellos hasta el dedo meñique del pie, cuando sintió el fiero contacto de los largos y duros dedos metiéndose por debajo su falda, que comenzó a arrugar levantándosela hasta los muslos, siempre bajo esa manta que a medias conseguía ocultarlos en las penumbras.

—¡Para, Ranma! —Akane cogió la cabeza de su esposo con ambas manos para obligarlo a quedar frente a ella—, para…

—¿Qué pasa ahora? —preguntó impaciente, enfadado por ser interrumpido, jadeando, con sus mechones colgando delante de la frente humedecida provocándole a Akane otro escalofrío al ver esos ojos de mirada feroz puestos en ella, y solo en ella.

—¿Qué haces? —reclamó, intentó recobrar el aliento, sin acusar ni detener a Ranma al sentir que seguía deslizando su mano por sus piernas acariciándolas, y queriendo conquistar lo más oculto de su piel haciéndole más difícil la tarea de pensar.

Ranma torció las cejas y como si no comprendiera la pregunta de Akane. ¡Por los mil demonios!, pensó el joven aturdido por su propio deseo, ¡ya llevaban suficiente tiempo casados como para que ella le hiciera esa clase de preguntas justo ahora!

—No, Ranma, no podemos hacer esto, no aquí, nos escucharán y…

Akane fue incapaz de terminar cuando Ranma la beso con tal fuerza que ella hundió su cabeza un poco en la cama. Más sus brazos ya no respondieron y lo soltaron para rodear el cuello y hombros de su esposo, no deseando que se apartara jamás, mientras sus continuos besos eran más necesarios que incluso respirar.

—No… No… —intentaba hablar mientras Ranma la volvía a interrumpir al juntar sus bocas—. No… Ranma… escúchame… no… esto… no…

Akane no se percató que la mitad de las interrupciones eran porque ella misma levantaba la cabeza siguiendo los labios de su esposo para volverlos a besar. Pero su razón y pudor pudieron más, en un momento en que reaccionó al sentir la punta de los dedos de la traviesa mano de Ranma introduciéndose entre su pierna y… por debajo del borde de su ropa interior.

—… ¡Ranma!

—¡Qué! —reclamó furioso tras haber sido empujado por las manos que Akane deslizó bajo su pecho.

—No podemos hacer esto —Akane suplicó, sintiendo ella misma el dolor de no poder dar rienda a su más profundo deseo, doliéndole tanto como a él tanta injusticia—, no aquí, no ahora.

—Pero…

—¿Te das cuenta que el maestro podría querer espiarnos de nuevo?

Ranma se sintió un poco confundido, como si Akane le hubiera hablado en otro idioma, para luego reaccionar.

—Ah…

—¿Lo recuerdas ahora, al maestro?

—Sí, ya sé, no me hables como si fuera un idiota —besó rápidamente los labios de Akane hasta que ella le gruñó por su insistencia—. No te preocupes por ese viejo ahora —susurró entre sus labios pegados a los de Akane—, ¡créeme!

La volvió a besar. Akane lo empujó tras unos convenientes y tardíos segundos.

—Pero, ¿y nuestros padres?

—Hoy les traje un par de botellas de sake para celebrar y… ya no recuerdo qué les inventé —la besó rápidamente apenas permitiendo que Akane lo separara unos centímetros mientras agregó distraído—, creo que para festejar el nuevo gimnasio… ¡o lo que sea! —se sonrió a medias con esa astuta arrogancia que la enloquecía—. Te aseguro que esos tres no despertarán hasta el mediodía.

—Oh… ¡Uhmp!

Su impaciente esposo siquiera la dejo terminar su exclamación cuando le robó otro rápido beso que en instantes se convirtió en uno largo y profundo. Esta vez él no permitió que ella lo empujara. Akane se defendió como pudo, sus manos se deslizaron hacia la espalda de Ranma, tirándolo inútilmente de la camisa, le dio de suaves golpes con los puños, cada vez más lentos y débiles hasta que cayeron sobre la ancha espalda, acariciándolo tiernamente.

—No… —Akane ladeó el rostro para evitar que otro beso la acallara, pero en lugar de detenerlo siguió besando su cuello y mordiendo su oreja hasta hacerla temblar—, Ranma, ¿y Nabiki?

—¿Quién? —gruñó afiebrado, realmente ni siquiera recordó a quién se relacionaba ese nombre que le sonó a nada, pues toda su mente estaba únicamente enfocada en su mujer.

—Nabiki, ¡hablo de Nabiki!, ¿lo olvidaste? Ella nos escuchará detrás de la pared.

—No te preocupes, ella no está en casa.

—¿Cómo…? No… —intentó defenderse de otro beso—. ¿Cómo que no está?

—Salió a una fiesta con sus amigas de la universidad, me lo dijo cuando llegué.

—¿Y le creíste?

—No…, pero la seguí hasta asegurarme que fuera cierto.

—Ah… Ranma… un… momento… deja… ya… de… besarme… y… escúchame… un… ¡Alto!

—¿Qué ahora, Akane? —Ranma no pudo fingir su frustración resoplando con fuerza.

—¿Y Kasumi?

—Ella no nos escuchará desde el otro lado de la casa.

—¿Estás seguro?

—¡Lo estoy, maldición, y si nos escucha qué!...

—Ranma…

—¿Es algo malo que quiera estar con mi esposa una única noche? ¿Lo es? Respóndeme, Akane, maldición, solo respóndeme, ¿es que estoy equivocado?... ¿O no quieres?

Akane guardó silencio ante el atemorizante enfado de Ranma. Y sus mejillas sonrojaron ante su conclusión, dándose cuenta de todo lo que él le decía. ¿Y qué si el mundo se enteraba? Ellos estaban casados, no tenían que dar excusas por nada que quisieran hacer o sentir.

—No, no lo estás —rápidamente rodeó con sus brazos el cuello de su esposo atrayéndolo a ella para recompensar tantos esfuerzos con un profundo beso que a Ranma le erizó hasta los vellos de la nuca de una manera que tanto extrañaba y le gustaba.

—No, Ranma, espera.

—¿Qué demonios te pasa ahora?

—Ranma, yo… —Akane, a pesar de estar tan agitada como Ranma, jugó nerviosamente con la punta de los dedos evitando mirarlo a los ojos—, estás… ¿estás seguro que… que quieres hacerlo… conmigo?

—¿Ah? —el rostro del joven se tornó en un enigma, con la boca abierta y la mirada perdida, realmente no la entendía en absoluto.

—Deja de esforzarte tanto, Ranma, sabes de lo que hablo —insistió ella, con los ojos cristalinos, avergonzada. Pero no, él no la comprendía y se mantuvo en silencio—. Hablo de mi… del embarazo.

—¿Y qué con eso? —Ranma respondió rápido—, esa doctora dijo que podíamos hacerlo, que era normal, que no te haría daño, ¿no es verdad?... ¿O es que te sientes mal? —, preguntó sinceramente preocupado, levantando un poco el cuerpo a pesar de que estaba solamente cruzado sobre ella, recostado sobre su costado cuidando de no lastimarla con su peso.

—No, Ranma, estoy bien, cálmate. No me sucede nada.

—¿Segura?

—Que sí. Es… ¿es que me harás decirlo?

—Solo dilo de una vez qué demonios tienes en la cabeza, Akane, porque no te comprendo.

—¡Lo sabes!

—¡No lo sé!

—¿No?

—¡Claro que no! ¿Me ves cara de saberlo?

Akane lo observó detenidamente un momento a los ojos.

—No, supongo que no lo sabes… —suspiró resignada—. Ranma, sé que te esfuerzas por mí, pero no tienes que fingir.

—Fingir qué cosa, Akane.

—Eso…

—Eso qué.

—Eso que… ¡Por Kami!, ¿es que tienes que aparentar que te gusto?

—¿Aparentar?... No te entiendo, si me gustas.

—Sé que me amas, Ranma, estoy segura de eso… y te lo agradezco.

—De nada, sé que es un privilegio que te quiera un hombre tan perfecto como yo.

—¡Tonto! —Akane se sonrió dándole un juguetón golpe en el pecho—. No me refiero a eso.

—Akane, suéltalo ya —murmuró impaciente, y por otros motivos cuando su otra mano por debajo de la manta y del vestido de su esposa seguía acariciando la candente piel de los muslos, agradeciendo que ella ya no se lo impidiera.

—No tienes que fingir que te gusta mi cuerpo como está, toda así… gorda y…

—¿Y?...

—Y eso. ¡Mírame, estoy enorme! Embarazada, gorda, hasta en la cara se me nota que he subido de peso. Mis pies pasan hinchados, y… —Akane iba a nombrar que tenía problemas con su sostén, pero Ranma, adivinándolo, en lugar de quejarse bajó los ojos mirando fijamente los exuberantes pechos de su esposa que subían y bajaban con cada enérgica respiración muy cerca de su rostro. Akane gruñó y cogiendo la cabeza de su esposo lo obligó a que la mirara a los ojos no sin que el joven opusiera un poco de tenaz resistencia—. Ranma, estoy hablando en serio.

Ranma se quedó mudo. ¿Así que era eso? ¿Akane tenía un ataque de inseguridad con su cuerpo solo porque estaba embarazada? ¿Ahora, justo ahora, de todos los momentos en que podría…? ¿Y tenía que ser ahora? Apretó los dientes pensando, no tenía tiempo para eso, lo había planeado todo desde que se encontró a Akane durmiendo sola en su vieja habitación, donde creyó que tendrían la intimidad que en la última semana les fue negada. Todo era perfecto, incluso aceptó un chantaje de Nabiki con tal de darle dinero para que se divirtiera con sus amigas, salió a comprar corriendo las mejores seis botellas de sake que pudo encontrar, solo para que el maestro y sus padres no los molestaran. Cerró la cortina y puerta de la alcoba que usaban en casa para provocar a cualquiera que quisiera interrumpirlos, haciéndolos creer que se encontraban en el lugar equivocado. ¡Y!... ¡No!... ¡No debía perder el control!, por una vez tenía que usar la cabeza y no enfadarse, porque no dejaría que nadie arruinara su noche con Akane, ¡ni siquiera la mismísima boba de Akane!

Se quedó con los ojos bien abiertos mirando un punto de la pared cuando finalmente tuvo una idea.

—Akane… —Ranma la llamó muy suavemente, con una inocente mirada y una sonrisa llena de bondad.

—¿Sí, Ranma?

—Me conoces, ¿no es verdad?

—Supongo… —Akane murmuró desconfiada; lo conocía, sí, lo suficientemente bien como para no temer sintiendo un nuevo escalofrío, y no de placer.

—Sabes que… eh… —a Ranma le costaba enormemente reconocer una debilidad, pero en ese momento, por una causa mayor, estaba dispuesto a hacer tan grande sacrificio—, digo, sabes que eso de… no se me da muy bien… ah… eso de…

—Dilo ya, Ranma.

—¡Mentir!, sí, eso, que yo…

—¿Que eres un pésimo mentiroso? Ay, Ranma, eso lo sabe todo el mundo.

El joven encogió los hombres acusando el golpe a su estima. Respiró profundamente, debía soportarlo, ¡él podía! Lo haría por ella. La miró otra vez a los ojos y sonrió.

—Akane, ¿y crees que yo podría fingir esto?

—¿Fingir qué cosa?... ¡Ay, no!

Ranma tiró del borde de la manta cubriéndolos a ambos hasta la cabeza. Del agitado bulto sobre la cama solo los quejidos y reclamos de Akane se escucharon. Y sus pequeños pies cubiertos por calcetines, que entre los pies de Ranma se asomaban por el borde inferior, revelaban la dura batalla bajo la tela. Ella movía los pies, los juntaba y separaba, doblaba, estiraba y volvía a golpear con los talones la cama presa de una terrible desesperación. Y en un intenso momento se paralizaron doblando los pequeños dedos como si estuviera soportando una enorme tensión, hasta que en una explosiva reacción, como un profundo estremecimiento, se encogieron como si hubiera querido doblar un poco las piernas cerrándolas… para luego dejarlos descansar, cayendo rendidos, sin fuerzas.

—¡R-Ranma!

Akane se quejó furiosa cuando finalmente Ranma retrocedió la manta hasta sus hombros descubriéndose sus rostros enrojecidos, jadeantes, sudados y despeinados. Pero a los nerviosos reproches de su mujer, él solo se reía con una alegría infantil y descarada dejándose regañar.

—Eres un… eres un… —los ojos de la joven estaban humedecidos y su rostro afiebrado como si quisiera llorar o reír, apenas consiguiendo conservar el aliento, pero más era el pudor que sentía tras lo sucedido, en que intentaba cubrirse con los brazos juntando los bordes de su blusa que le había bajado hasta quedar alrededor de los suaves hombros ahora desnudos, y las cintas de su sostén colgaban sueltas, inservibles, sobre la piel y la cama—, eres un…

—¿Un hombre increíblemente seductor? —preguntó arrogante.

—¡Un desvergonzado, tramposo, aprovechador, degenerado, abusivo, odioso, descarado y engreído e insoportable pervertido!

—¡Oye! —reclamó ofendido el joven—, ¿no te gustó?

—¿G-Gustarme?

—Akane, nunca antes me reclamaste cuando yo…

—No lo digas.

—Pero si a ti siempre te ha gustado que yo…

—¡No lo digas! —susurró más fuerte con lágrimas de vergüenza saltando de sus ojos.

—Si mal no recuerdo, hasta tú me pediste la última vez que yo te hiciera…

—¡Calla, Ranma! ¡Calla!

—Akane —Ranma suavizó su tono, preocupándose ingenuamente—, ¿de verdad no te gustó?

Ella notó su temor, pero en su enorme orgullo y pudor lo evitó girando la cabeza en la cama, apretando los labios, antes de responder tardíamente con un resignado murmullo.

—Quizás… Tal vez…

—Entonces sí te gustó.

—Yo no dije eso.

—¡Pero te gustó!

—¿Quieres guardar silencio o lo vas a gritar a todo el mundo?

—Ah, lo siento —Ranma se rascó la cabeza como si hubiera hecho una de sus habituales travesuras.

Akane al verlo dio un profundo suspiro.

—No, está bien, no te preocupes, que no me hiciste nada… tan malo.

—Pero sí te gustó —volvió a sonreír insistiendo como un crío.

—Bueno sí… No, quizás, o sea sí… Digo, casi nada.

—¿Cómo que casi nada?

—Apenas un poquito —cerró los ojos, y obcecada cruzó los brazos como si estuviera molesta, sin ceder un centímetro.

Ranma torció los labios furibundo.

—A mí me parece que estás mintiendo, Akane, porque sí te gustó mucho; de hecho, hasta me dejaste que yo te…

—¡Ay, Ranma, basta! Pues olvida lo que dije, no me gustó. ¡Listo! De hecho, no sentí casi nada, no, digo nada.

—¿Cómo?

—Eso, que no me gustó, nada, absolutamente nada, no sentí nada, ni una cosquilla, ¿ahora estás satisfecho?

Se miraron a los ojos fieramente desafiándose.

—Bien, Akane, pues para no haber sentido «casi nada» —Ranma habló muy lentamente en un tono amenazador—, pues que no te diste cuenta cuando me quedé con «esto» —terminó sonriendo como un demonio.

Akane arrugó las cejas intentando dilucidar en la oscuridad qué era eso que tenía Ranma en la mano. Cuando el joven, con maldad, abrió los dedos uno por uno, dejando que la prenda colgara ante los ojos de su mujer.

—Eso es… Oh, ¡oh, no! —los pies de Akane se cruzaron cuando por debajo de la ropa cerró las piernas por pudoroso reflejo, sintiendo la incómoda humedad de su íntima desnudez apenas protegida por una falda arrugada y una manta revuelta—. ¡Devuélvemela!

La chica quiso arrebatársela, pero más rápido fue el joven que retiró la mano con la prenda.

—Jamás, hasta que lo reconozcas.

—Estás jugando sucio.

—Tú empezaste por querer mentirme.

—¡Dámela!

—¡No!

—¡Tonto!

—¡Boba!

—¡Que me la devuelvas!

—Nunca, hasta que te rindas.

—No pienso hacerlo.

—Entonces es mía.

—¡Pervertido!

—¡No me importa!

Ranma la arrojó por sobre su cabeza y la prenda cayó en la alfombra, en el centro de la habitación, muy lejos de la inmovilizada Akane. Ella torció los labios y giró la cabeza para encararlo con disgusto.

—Si piensas que con eso vas a conseguir que yo…

Ranma la interrumpió colocando un dedo en sus labios.

—¿Sigues creyendo que no me gustas, Akane, solo porque estás embarazada?

La pregunta de Ranma la tomó por sorpresa. Ella dejó de luchar por abrir los labios, movió los ojos como si intentara pensar, se había olvidado por completo de sus dudas, y dándose por vencida sonrió de una manera que él tanto extrañaba, y que ni la oscuridad pudo opacar el efecto que provocó en su corazón.

—No, Ranma, ya no lo creo. Gracias.

—Akane —Ranma acercó su rostro lentamente a ella—, ¿quieres que… nosotros?

—¿Y todavía… me lo preguntas? —susurró entrecortadamente, permitiéndole que volviera a rozar sus labios con suaves toques—, como si… pudiera alguien… detenerte, mi terco bobo.

La aletargada sonrisa de Akane fue interrumpida por Ranma. Los roces se convirtieron otra vez en largos besos en el que depositaban ya libres todo el deseo que habían contenido durante los últimos días llenos de estrés, discusiones y enfadosas responsabilidades. Akane rodeó el cuello de Ranma con sus manos, acarició su cabeza y también su rostro. Los jóvenes esposos parecían querer sanar cada uno las heridas que la vida le había causado al otro. Labios con los que no eran buenos para hablar, sí los sabían utilizar de otra manera para comunicar lo que sus cuerpos, corazones y almas deseaban en todo momento.

Ranma bajó su mano por el cuello de Akane, talló el hombro desnudo de su mujer hasta topar con la tela enredada en el brazo, luego el otro. Ella arqueó su cuerpo para ayudarlo a librarla de esas últimas cadenas de su pudor, mientras con sus dedos comenzó a desabotonar y jalar lentamente la camisa de su esposo.

Algo había esa noche de especial. No era solo deseo reprimido, no era tampoco el sentirse libres de los curiosos que siempre los interrumpían; era mucho más que solo amarse allí, en Nerima, donde no habían tenido la oportunidad de ser ellos, los de verdad, los que eran ahora, en los que se habían convertido tras tantas luchas y no ecos de sus personalidades pasadas, llenas de miedos que ya habían logrado vencer. Ranma lo sabía, Akane también, sin necesidad de decirlo ambos eran conscientes de lo que alimentaba su pasión, y les gustaba. Era un poco de deliciosa morbosidad, otro poco de seductora travesura, una dosis de fantasía, una gran cantidad de desquite: contra todos, contra ellos mismos, contra esa casa que siempre había deseado interrumpirlos; y contra esa oscura sombra que se encargaba de arruinar los buenos momentos, como una voluntad externa que tantas veces les había negado lo que más deseaban.

Era allí en la antigua habitación de Akane, donde Ranma sentía alimentado su deseo de perpetrar lo que antes hubiera sido el más osado crimen, el lugar al que tantos enemigos quisieron irrumpir en el pasado y que él protegió con tanto celo. Pero no era el lugar en sí; era ella, la que le pertenecía, la que jadeaba entre susurros entrecortados a su oído al abrazarla buscando la piel que descendía de su cuello hasta el delicado hombro. ¡Mentía!, porque también era ese lugar, esa habitación, era finalmente poder cumplir aquel deseo secreto que arrastró desde la adolescencia, desde sus primeros sueños vergonzosos, desde sus primeras madrugadas en que debió levantarse a escondidas para limpiar lo que no había podido contener ni comprender sintiéndose humillado, hacer lo que fantaseaba desde los primeros momentos en que su mano tembló al acariciar el rostro dormido de Akane en sus noches en vela cuidándola, y que luego se sentía avergonzado tan solo de haberla rozado sin su consentimiento como si hubiera cometido una terrible falta, pero que no dejaba de provocarle un insospechado deseo, como un vacío bajo sus pies, era vértigo lo que había sentido entonces maltratando su pudor infantil.

Y ya no era un niño, no tan ingenuo, no ignorante de los placeres que ella le prometía con una sonrisa y un simple roce de sus manos cuando habiéndole abierto la camisa la chica acariciaba su cuerpo rígido por culpa de una vida de entrenamiento, suavizando todas las aristas de sus temores y odios pasados. Pero algo había diferente, pues sentía secándole la boca hasta jadear el mismo vértigo que sentía de adolescente, y ahora alimentaba la pasión que ya sentía por su mujer, agravada por los días de obligado celibato al que él, un alma libre que gustaba hacer siempre lo que más quería, solo lastimaba. Ya no, todos los placeres venían a invadirlo en ese momento junto con el sentimiento de triunfo, segundo por debajo del placer que sentía al estar con esa mujer que tanto amaba.

Un vértigo que también Akane compartía, porque lo sentía, se lo decía, en la manera en que su cuerpo se estremecía bajo las manos de su esposo como si sufriera pequeños espasmos, como jamás antes les había sucedido a ninguno de los dos desde que comenzaron a vivir los placeres de una vida juntos. Aprendiendo finalmente que no era la juventud ni la experiencia lo que provocaba el placer más perfecto en la hermosa danza de una pareja; sino que la confianza de poder buscarse, experimentar, liberarse de sus miedos, soñar estando despiertos, dejar de lado la vergüenza reemplazada por la confianza de saberse amados, amados y para siempre. La seguridad de entregarse al otro sin barreras, hasta lo más íntimo de sus almas y pensamientos, que alimentaba como aceite las lámparas de sus suspiros.

Finalmente poder consumar su amor en ese lugar antes sagrado, era una experiencia totalmente nueva que les enseñaba que en tan solo un año o dos de casados todavía no habían aprendido nada. Que el placer se perfeccionaba, que el conocerse lo aumentaba, que las caricias ya no le daban la espalda a la razón, sino que esta se unía a sus cuerpos para buscar una satisfacción más profunda y duradera; porque el amor que los movía se encargaba que se preocuparan del placer del otro tanto o más que el propio. Y allí, en esa habitación, era como una segunda oportunidad para revivir la primera experiencia de la entrega; una pequeña revancha que los competitivos y orgullosos esposos se tomaron con mayor diversión.

—Ranma… —lo llamó rodeándolo en un estrecho abrazo, acariciando el cabello y recorriendo con la punta de sus dedos cada forma de la trenza, con los ojos cerrados, mordiéndose los labios, ante una nueva convulsión de placer. Mientras permitía que él se degustara en saborear el sudor de su piel enrojecida de fiebre, con las inquietas manos ocultas buscándola bajo la manta, acariciándola en lugares antes prohibidos, escribiendo con los bruscos dedos una historia que ninguno de los dos hubiera sido capaz de decir con sus bocas a riesgo de perecer por la inmensa vergüenza y pudor que los caracterizaba—, ¡Ranma!... ¡Ranma, ya!

Asintió, levantándose para mirar a su esposa a los ojos con una sonrisa de torpe satisfacción. Pero antes de moverse ella lo retuvo con un dedo en los labios.

—Por favor, ten cuidado, se más suave —le recordó con un poco de temor, que su cuerpo, si bien no se negaba al placer, necesitaba mayor atención y delicadeza en su actual estado.

—Pero si siempre lo soy, Akane —reclamó ofendido.

Akane giró los ojos.

—Ay, Ranma, si serás bruto.

—¿Qué dijiste…?

Ella no lo dejó terminar, cuando cogiéndolo por el rostro con ambas manos lo atrajo para besarlo muy tiernamente, un gesto que tenía pasión, pero más poseía un mensaje de amor y de mesura que sí comprendió. Sus besos se tornaron cortos, casi roces, parte de las caricias con que recorrieron sus cuerpos, mejillas, orejas, mentón, brazos y manos que cuando se encontraban se entrelazaban amándose mutuamente. Así Ranma beso tiernamente pero dedicado los hombros de Akane, cuando la ayudó a que ella se acomodara girando de costado, descansando así el peso de su cuerpo y su viene abultado sobre la cama. Se acomodó tras ella con cuidado, apegando sus cuerpos, recorriendo con sus grandes e insaciables manos los senos de su mujer, mientras ella giró el rostro buscando sus labios como una ave sedienta del rocío matutino, y él no la hizo esperar a apoyarse en el codo para al abrazarla por detrás quedar con la cabeza sobre ella respondiendo con más incansables besos. Ranma se quejó un poco entre los labios de Akane, por las dificultades que tenía al enredársele la mano en la oscuridad y bajo la manta, pero al final emergió victoriosa con la enredada blusa de Akane que arrojó sin cuidado por sobre su cabeza, luego volvió a hurgar bajo la manga, interrumpiéndose en su propia distracción por el atractivo cuerpo de su esposa que ardía ajo sus dedos, y la sacó con el sostén de su esposa, que también terminó en el piso. Ella le impedía que separara su rostro, haciéndole más difícil el trabajo, y solo arqueaba levemente su cuerpo como única ayuda a su venturosa tarea cuando él tironeaba de sus prendas.

—Ranma… ¡Ah!… ah… ahí… ¡sí!

Akane susurró apartándose, cerrando los ojos y dejando caer la cabeza sobre la cama, relamiéndose los labios y mordiéndoselos como respuesta a lo que Ranma le estaba haciendo con desvergonzada autoridad. Sus pequeñas manos apretaban la ropa de cama y la arrugaba jalándola con desesperación. Mientras que obediente no oponía resistencia a lo que estaba sucediendo debajo de esa manta, su única aliada que la cubría contra la vergüenza que la torturaba, pero a la vez aumentaba el morbo como leños arrojados en el caldero de su auténtico goce. Dejaba así que le separara un poco las piernas sin oponer resistencia, para facilitar la invasión. Y Ranma, ¡ese maldito arrogante!, que sabía dónde y cómo hacerlo, de qué manera buscarla, provocarla, dónde rozarla sutilmente, y en qué lugar presionarla con agresividad sin darle tregua. Parecía jactarse ese bobo de cómo se había dedicado a aprender de su cuerpo un lenguaje que escapaba de su control, memorizando todas sus debilidades.

Él continuó besándole el cabello y cuello, los hombros y el inicio de la espalda. Finalmente consiguió ganarle al vestido de su esposa, mientras la joven mujer lo ayudaba moviendo levemente las caderas, volviendo a juntar las piernas en aquel inesperado descanso para su agitado corazón, en que sintió la cálida e incómoda humedad entre sus muslos. Y no sin torpes dificultades ambos consiguieron que el vestido enrollado se deslizara por las piernas de Akane, siempre por debajo de la manta haciendo más difícil la tarea; esa manta que los protegía en la oscuridad de los ojos curiosos de inexistentes voyeristas, que gozaban tanto o más que ellos del amor consumado en la plenitud, cuando los cuerpos se volvían palabras, diciéndose a través del tacto todo lo que antes, más torpes todavía y durante mucho tiempo, no se dijeron con sus voces. Sí, era una revancha consumada en jadeos, suspiros, caricias, sudor, calor, gemidos y ese íntimo rocío, intenso y secreto, que comenzaba a mojar sus cuerpos como prueba victoriosa de la pasión por encima del orgullo. Con los pies terminaron de empujar el anudado vestido que cayó por el borde de la cama junto al resto de la ropa de Ranma.

No necesitaban más que el calor de la piel para sentirse casi asfixiados, siempre afirmando con molesta insistencia esa manta, como si fuera el último rasgo de la timidez que seguía porfiando en ellos, mientras que las caricias dejaron de ser desesperadas y caóticas, y se convirtieron en una danza tan armónica y suave como los susurros con los que se llamaban. La manta se levantó un poco cuando Ranma, ya no pudiendo esperar más sintiéndose insatisfecho con ese juego de besos y caricias, con su mano volvió a levantar una de las piernas de Akane, que ella dobló sin oponerse. Acoplándose mejor detrás de ella en un abrazo eterno.

Ella pudo percibir la ansiedad de su esposo; sí, «su esposo», con toda la significación de esa palabra que la aturdía, pues la posesión y la sumisión se trenzaban hasta no saber dónde comenzaba un lado o terminaba el otro de ser dueña o esclava de los deseos de ese hombre. Tampoco quería entenderlo. De placer fue víctima de un nuevo escalofrío, abriendo los labios, muda, expectante, al sentir el peso del vigor apenas contenido que palpitaba violento, deslizándose por el aceitoso néctar entre sus piernas, buscándola.

Akane Saotome ya no tuvo ninguna duda que no importando su embarazo; la forma de su cuerpo, el tamaño de su cintura, la redondez de sus mejillas, sus pies hinchados, sus ojos cansados y a veces enrojecidos, su piel más seca, sus labios partidos, sus manos no tan suaves como cuando se conocieron, su cabello que perdía el brillo y se tornaban grasoso, sus senos inflamados, su humor descompuesto, sus antojos, sus exigencias, sus rabietas, sus debilidades, sus miedos y angustias. Ahora sí estaba segura que ella seguía siendo la única mujer que podía encender tan vivamente el fuego en la sangre de Ranma Saotome.

Se apoderó de la mano de su esposo cuando este la rodeó con su brazo besando su cabeza y acercando los labios a su oído. Lo escuchó llamarla, no fue suave ni delicado, sino exigente y autoritario. Ella en respuesta aprisionó con fuerza, con mucha fuerza, la mano de su hombre, susurrando su nombre también hasta quedarse ambos en un perpetuo suspenso… Interrumpido por el gesto violento, un suspiro ahogado, el brusco movimiento de su rostro deslizando la mejilla por las sábanas arrugadas bajo sus dedos tensos. Un quejido sin voz que no fue de dolor, sino de dicha. Una tortura que recién comenzaba, y que la llenó de lágrimas de dicha.

Una vez, dos veces, infinitas y acompasadas veces sus cuerpos bailaron, permitiéndole que la llenara de ese fuego que hizo de su corazón un incendio.

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Créditos:

Three swords

mechitas123

Maribrit

Ada Magenta

Camille Castairs

darcy129

litzy

AkaneSayumi

Lobo De Sombras

Natu no Darling

Natalia

Rutabi

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Vivian Alejandra

yumi

nubeRojiza

maga

ResaS

Erick661

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Kasumi Tendo preparaba tranquilamente el desayuno en una cristalina mañana tan normal como cualquier otra en casa de la familia Tendo.

—¡Ranma!, ¿qué estás haciendo?

El grito de la menor de sus hermanas llegó hasta la cocina. Kasumi miró el reloj de la pared y tarareando se dirigió el refrigerador para sacar los huevos.

—¡Tratando de impedir que este viejo se meta en la cama!

—¡Pero vístete primero, bobo!

—Yo solo soy un pobre anciano que quería un poquito de compañía en esta mañana tan fría, ¡y tú, muchacho egoísta, quedándote con Akane solo para ti! ¿Por qué no me invitaron?

Kasumi se ajustaba el delantal cuando se detuvo al escuchar un golpe seguido de un corto estremecimiento. Tras colocarse el delantal, Kasumi comenzó a cortar los vegetales rápidamente sin perder el ritmo.

—Buenos días, Kasumi.

—Buenos días, tía Nodoka.

—Parece que tendemos una mañana muy movida. Oh, ¿ya comenzaste? Nunca me esperas, querida.

La señora Saotome ató las mangas del kimono después de colocarse el delantal, y rápidamente se hizo con un cuchillo para comenzar a ayudar a Kasumi con el desayuno, encargándose de cortar el pescado.

Se escuchó el estruendo de algo pesado cayendo en la pileta del jardín levantando mucha agua.

—¡Viejo degenerado, me las pagará! —chilló una femenina voz desde el jardín.

Kasumi terminó de echar las verduras en una fuente.

—Tía Nodoka, ¿podría ayudarme con el arroz?

—Claro, querida, solo déjame terminar con el pescado y me encargo...

—¡Ay, ay, ay! —ambas mujeres interrumpieron la conversación al escuchar los exagerados quejidos del anciano maestro resonando desde el jardín—. Ranma, muchacho malvado, ¡cómo te atreves a jugar sucio!

—Seguiré cortando más verduras —terminó Kasumi como si nada hubiera sucedido.

—Kasumi, deberías dedicar más tiempo para ti, yo puedo hacerme cargo de estas tareas. Te lo he dicho en muchas ocasiones, querida.

—Tía, a mí me gusta hacerlo.

—Akane ya se ha casado y Nabiki pronto terminará sus estudios y lo más probable es que desee hacer su propia vida.

—Eso sería maravilloso, tía.

—¿Quieres quedarte el resto de tu vida sola en casa?

—No estoy sola, tía, tengo a papá y también a ustedes.

—No, cariño, nosotros no viviremos para siempre, ¿y qué harás entonces? ¿Vivirás con Akane cuidando de tu sobrino y de los que vengan como si fueran tus hijos? ¿Estarás toda la vida diciendo disfrutar de la felicidad de otros y ayudándolos, en lugar de buscar tu propio rumbo?

Siguieron cocinando únicamente envueltas en el sonido del cuchillo golpeando la tabla y las tapas de las ollas borboteando. Nodoka se manejaba con la misma agilidad de siempre en la cocina, pero Kasumi se movía más lenta, sumida en sus propios pensamientos. Su sonrisa en ocasiones era reemplazada por un gesto taciturno.

—A mí me gustan las familias ruidosas, tía Nodoka —dijo finalmente, como un sencillo comentario acompañado de una amena sonrisa. Como si al fin hubiera encontrado una defensa imbatible en su inusual encuentro.

—No lo niego, son mucho más divertidos los hogares cuando están llenos de ruido. Los niños son una bendición; lamentablemente yo nunca pude disfrutar del mío por mi propio error.

—Tía…

—Yo era más joven, inexperta, creía que hacía lo correcto al dejarlo partir. Ahora, tras cada día haciéndome más vieja, comprendo que cometí una terrible equivocación. Por suerte, siempre hay una segunda oportunidad, incluso para una tonta mujer como yo. Pude volver a encontrar a mi hijo y pronto disfrutaré de mi nieto por todo lo que no pude vivir con Ranma. Pero no todas las veces tendremos la misma suerte, querida. ¿Para qué vas a dejar que tu juventud se marchite viviendo a la sombra de tus hermanas? Kasumi, si tienes un sueño no deberías quedarte esperando a que otros lo cumplan por ti; la vida no es un juego de azar, las cosas no se consiguen esperando, sino que yendo por ellas cuando tienes la oportunidad.

—Pero, y papá… —Kasumi titubeó con una extraña turbación en su antes sereno semblante.

—Tu padre ya ha hecho su vida: se casó, levantó un dojo, tuvo a tres maravillosas y muy fuertes niñas; estoy segura que él ha sido el más satisfecho de todos los hombres por lo que ha conseguido y el más orgulloso padre. Pero, querida, olvidas que si realmente quieres hacer feliz a tu padre deberías realizar tu propia vida. Eso es lo que todo padre quiere; eso es lo que a tu madre la hubiera hecho realmente dichosa. Tu padre estará bien, jamás se quedará solo porque siempre las tendrá a ustedes y seguramente sí terminará viviendo contigo o con alguna de tus hermanas. Pero si lo usas de excusa entonces realmente lo harías infeliz, aunque no te lo quiera decir con sus propias palabras. Los maestros del arte son orgullosos y nunca confiesan sus miedos, pero estoy segura que se preocupa tanto por tu futuro como lo hace por el de tus hermanas.

Nodoka terminó de preparar el pescado y lo puso al fuego. El silencio volvió a ser inquietante entre ambas. Kasumi ya no sonreía, sus manos temblaban ligeramente a pesar del esfuerzo que hacía para mantenerlas quietas.

—Tofu es un buen muchacho —agregó Nodoka, con la calculada precisión de un practicante del arco tradicional, sorprendiendo a la muchacha.

—Él… El doctor Tofu es muy amable —Kasumi se corrigió nerviosa, y distraída volvió a sonreír honestamente, pero de un modo más entusiasta y juvenil recobrando el color de sus mejillas—, siempre nos ha ayudado.

—Porque has estado tú presente —la madre de Ranma suspiró con pesar—. Lamentablemente los hombres como él son muy tímidos y jamás darán el primer paso, a menos que los alientes un poco para que tengan confianza. Me comprendes, ¿no es así, querida?

—N-No, tía Nodoka, no la comprendo.

—Lo haces perfectamente bien, niña —espero un segundo quedándose quieta, tensando su cuerpo, rodeándose de un aire más severo—; si quieres algo en la vida pues ve y cógelo. No esperes como yo hasta hacerte vieja y darte cuenta de todo lo que te perdiste por esperar sentada a que volviera a ti, hasta que muy tarde comprendí que debía ir y buscarlo por mí misma hasta conseguirlo. Así fue como llegue a esta casa y los conocía a todos ustedes. Si sigues sin hacer nada, podrías perderlo también a él...

Akane entró en la cocina dando un largo bostezo, con la otra mano en la cintura como si le molestara un poco la espalda. Su vientre más abultado ya la hacía sentir el peso extra en su cuerpo.

—Buenos días, Kasumi.

—Buenos días, Akane —Kasumi respondió un poco turbada.

Akane lo notó pero por alguna razón disimuló no darse cuenta. Había escuchado parte de la conversación fuera de la cocina, pero una vieja amiga a la que todavía extrañaba mucho, de gran experiencia, parecía haberle enseñado muy bien el valor de la prudencia. Fingió un segundo bostezo.

—Buenos días, mamá Nodoka.

—Buenos días, Akane, hija. ¿Te ha despertado muy temprano mi hijo? No ha sido muy varonil de su parte el no velar por el buen descanso de su esposa, más si está embarazada. No te hará bien para la salud no dormir tus horas.

La chica sonrojó furiosamente. No era ese el motivo de su cansancio y sueño, pero era algo que jamás confesaría, menos a la madre de su esposo. Intentó recobrar la calma antes de responder.

—No, mamá Nodoka, estoy bien. Fue… eh… culpa del maestro que quiso meterse en nuestra alcoba… de nuevo, y Ranma está en este momento lidiando con él…

Escucharon un estruendoso ruido a tablas despedazándose como si una pared hubiera sido atravesada por un tronco, y los gritos femeninos de Ranma cruzando amenazas con el viejo maestro. Las tres mujeres contuvieron el aliento y se miraron fijamente.

—¡La puerta de la sala! —exclamaron las tres al unísono.

Nodoka se llevó los dedos a la frente, Kasumi sonrió de manera conciliadora y Akane cerró los ojos meneando la cabeza con disgusto.

—Cómo si nos sobrara el dinero estos días —lamentó Akane—. Kasumi, ¿necesitas ayuda? —preguntó ilusionada mientras descolgaba un delantal que se ajustó con prisa, divirtiéndose un momento de manera tonta al notar cuánto había crecido su vientre.

—¿Ayudar? —Kasumi sonrió, pero un poco nerviosa miró todo lo que quedaba pendiente por hacer, y era mucho. A pesar de ello se disculpó amablemente—. No te molestes, Akane, descansa, con la tía Nodoka ya estamos terminando…

—Pues me parece que recién comenzábamos —la contravino la señora Saotome mayor, con amabilidad pero a la vez dureza.

Era la primera vez que sucedía algo como eso en la cocina, pues en los días anteriores Akane no había tenido la oportunidad de ayudarlas, o no se lo habían permitido. Kasumi tartamudeó un poco tras la reprimenda, pero luego volvió a sonreír.

—Akane, quizás si quisieras ayudarnos con la mesa…

—Kasumi está terminando el tempura y yo me estoy encargando del pescado —la volvió a interrumpir Nodoka, con calma pero no menos autoritaria dureza—, Akane querida, ¿podrías encargarte del arroz?

—¿El arroz? —Kasumi preguntó un poco nerviosa, olvidó que debía sonreír.

Akane también guardó silencio ante la repentina brusquedad de Nodoka, como si por u momento fuera una estricta madre y no la amable mujer de antes. Ambas muchachas estaban confundidas. Volvió en sí asintiendo obediente.

—Sí, mamá Nodoka, yo me encargo.

—Akane, si quieres yo lo hago, y tú terminas de cortar los vegetales…

—No es necesario, Kasumi, debes concentrarte en las frituras. Deja que Akane se encargue del arroz, terminaremos más rápido así. ¿No es cierto, querida?

—Supongo, mamá Nodoka.

—Haces un arroz muy delicioso, tuve el gusto de disfrutar tu talento en la cocina cuando me recibieron en su departamento aquella vez.

—¿De verdad le gustó? —Akane se olvidó de todo llenándose sus ojos de ilusión.

—Sí, me gustaría poder volver a probar tu cocina. Recuerda que las porciones…

—Ya lo sé: las porciones y tiempos no serán los mismos si preparo una cantidad mayor —Akane se sonrió con nostalgia y ternura—; conocí a una persona muy querida que me enseñó lo mismo tiempo atrás.

Nodoka se sonrió. Pero Kasumi, distraída, miraba un poco preocupada como Akane se movía por la cocina y se disponía a preparar los alimentos, al principio con torpeza por su manera de caminar un poco más lenta y pesada. Mentalmente la hermana mayor comenzó a contar el tiempo que demoraría en limpiar y prepararlo de nuevo ella misma; cuando, para su sorpresa, Akane no hizo nada especial ni que llamara la atención, sino que simplemente comenzó con mucha calma a reunir los ingredientes, leyendo dos veces las etiquetas, poniendo la olla con rapidez en el fuego, echando la cantidad indicada de arroz. Incluso Kasumi parpadeó y quiso corregirla cuando creyó que su hermana menor había echado mucho arroz en la olla, pero al momento se dio cuenta que era ella la que había contado mal, pues por costumbre no consideró a Akane y Ranma en el número de comensales. La perplejidad de Kasumi no había pasado desapercibida para la matriarca Saotome, la que al momento retomó la conversación.

—Akane, hija, ¿conociste a las nuevos vecinas?

—¿Qué nuevas vecinas?... —Akane solía ser un poco más distraída cuando cocinaba, siempre concentrada únicamente en hacer las cosas bien. Había tenido una buena instrucción intentando evitar que su esposo la desconcentrara cada vez que la molestaba en la cocina—. ¡Ah!, sí, ya las recuerdo: es una amable mujer viuda y su joven hija.

—No es viuda, sino divorciada.

—Oh…

—Pero eso no importa ahora. Akane, me parece que la hija debe tener tu edad.

—No, mamá Nodoka, más bien creo que la hija tiene la edad de Kasumi.

—¿De verdad?, me encantaría poder conocerlas —dijo Kasumi sinceramente encantada.

—Las conocí ayer cuando salimos con Ranma a hacer las compras —contó Akane.

—Mi hijo nunca te deja sola, ¿no es verdad? —preguntó Nodoka, con malicia y los ojos ligeramente entrecerrados.

—Bueno, sí, pero no es que necesite que ande como perro guardián detrás de mí todo el tiempo, que a veces no me deja ni respirar. ¡Es tan exagerado!

—¡Mi hijo es tan varonil! Incluso me parece que sigue cumpliendo muy bien con sus deberes maritales, ¿no es así querida? Oh, ahora que recuerdo anoche se sintieron algunos ruidos…

—¡Mamá Nodoka! —chilló Akane angustiada.

—… y creo que se debía a los vecinos de la casa del frente porque celebraban una fiesta —terminó Nodoka con la mano en la mejilla y un gesto de ingenuidad, sin prestar atención al desesperado grito de su nuera—. Akane, ¿qué sucede? Estás muy roja, ¿no habrás sufrido un mareo?

—N-No, mamá Nodoka, no es n-nada…

Akane, con lágrimas de vergüenza en los ojos y todavía intensamente ruborizada, intentó concentrarse en seguir cocinando murmurando disculpas sin sentido. Nodoka se rio traviesa. Kasumi también se sonrió, pero en su rostro se notaba ligeramente el miedo, en especial cuando Nodoka se volvió hacia ella y la evitó intentando concentrarse en las frituras de verduras. Cerró los ojos víctima de un escalofrío al imaginar que la mamá de Ranma la miraba fijamente.

—Me he enterado que esa niña, la hija de nuestra vecina, es muy bella. ¿Qué opinas, Akane querida?

—¿Q-Qué?... ¿Qué cosa?

—La hija de la vecina, Akane —insistió Nodoka, divertida de los nervios de la más joven.

—¡Ah, sí, la hija de la vecina!, hablaba de ella, por supuesto —Akane respiró con calma, e intentó recordarla en medio de su turbación—. Sí, creo que sí, era una chica muy bonita.

—También me enteré que sabe tocar el piano, creo que a eso se dedica dando clases privadas —agregó Nodoka volviendo a su tarea, dando un respiro a las nerviosas hermanas—. Debe ser muy difícil dedicarse a la música, no sabía que provocara tantos problemas de salud.

—¿Por qué lo dice, mamá Nodoka?

—Oh, no, por nada, Akane querida. Lo que sucede es que esa dulce niña desde que llegó al barrio pasa visitando la consulta del doctor Tofu.

Akane dejó caer la cuchara.

—L-Lo siento, mamá Nodoka, yo…

—No, Akane, quédate quieta y no te agaches, yo la recojo por ti.

Obedeciéndola no se movió, aunque podría hacerlo perfectamente esos pocos días ya le habían enseñado que era mejor no discutir con su madre por ley. Finalmente, ella comprendía que los excesivos celos de su esposo Ranma debió haberlos heredado de Nodoka.

Ninguna de las dos notó que la sonrisa de Kasumi se había congelado, junto con su mano que se quedó quieta con el cuchillo a mitad de cortar un vegetal. Tardo un momento antes de recobrar el aliento, volviendo a cortar pero más lento, más distraída, mientras respondió con una excusa que satisfacía su propia necesidad de una explicación.

—Es una buena noticia, el doctor Tofu es muy hábil y seguramente sabrá atenderla bien.

—Por supuesto, debe estar encantada con nuestro joven y buen doctor Tofu —agregó Nodoka mientras cambiaba las cucharas pasándole una limpia a Akane—, en especial porque debe necesitar mucho de sus atenciones, quizás tengo algún problema a las manos, pues va casi tres o cuatro días a la semana a la consulta a verlo.

El cuchillo de Kasumi se detuvo de golpe contra la tabla de cortar. Akane se tensó, ya comprendió la indirecta de su suegra y temió por la felicidad de su hermana mayor. Pero luego se calmó, era Kasumi después de todo, ella jamás pensaría ni temería algún peligro, menos guardaría rencor o celos. Además, el buen Tofu adoraba a su hermana, sería imposible que...

—Es lamentable para nuestro buen doctor —insistió Nodoka, un poco distraída con una mano en la mejilla—, tan apuesto y capaz, que a su edad todavía no haya encontrado una buena mujer que sepa cuidar de él. Los hombres como él son muy responsables y dedicados hacia el resto, pero tienden a cuidar muy poco de sí mismos, a veces hasta se olvidan comer o dormir si el trabajo los afana demasiado. Pero quién sabe, quizás la suerte pronto le sonría con esta muchacha.

Kasumi volvió a detener el cuchillo de un certero golpe y Akane se sintió ahora de verdad mareada.

—¿Por qué lo dice, mamá Nodoka? —preguntó Akane con temor, de las dos parecía ser la única capaz de preguntarle a la matriarca Saotome.

Nodoka se demoró en responder, encargándose de poner una nueva olla con los primeros ingredientes de la sopa. Se veía tan relajada que no parecía compartir el mismo aire lleno de tensión que paralizaba a las dos chicas.

Respondió finalmente con ligereza.

—Pues me enteré que esa chica le lleva galletas horneadas cada vez que lo va a visitar. ¿No es una niña muy dulce? Quizás en un mes o dos tengamos alguna buena nueva que volver a celebrar.

—Al doctor… Tofu… le gustan las galletas —respondió Kasumi tímidamente arrastrando las palabras. Y su sonrisa fue honesta, pero nerviosa—. A veces… le llevo algunas…

—¡Oh!, es verdad, pero con solo galletas no se puede conquistar el corazón de un hombre. Es necesario ser más agresivas, o nunca sucederá nada, no con hombres tan despistados como el joven Tofu. Y es justamente lo que está haciendo esta chica, ya que resultó ser bastante astuta, así que puede que comprenda que a un hombre como Tofu hay que ayudarlo un poco, o empujarlo —sonrió al mirar hacia los costados, descubriendo que tenía toda la atención de las niñas, y concluyó—. Me enteré que ayer ella lo fue a visitar… con un pastel horneado en casa.

—¿U-Un p-pastel? —preguntó Kasumi casi sin voz, con una mano en los labios.

—Sí, con un pastel, querida, ¿puedes imaginarlo? Esa chica preparó un enorme pastel de fresas y chocolate. Y el amable Tofu no solo lo recibió animado, sino que preparó el té para que se sirvieran juntos ese pastel, en una velada que duró hasta muy pasada el anochecer. Pero no hay que preocuparse, que el buen Tofu, como todo un hombre de honor, se encargó de escoltar a esta chica hasta su casa para que volviera segura.

Nodoka omitió convenientemente que Tofu también invitó a sus otros ancianos pacientes de esa tarde a compartir el famoso pastel, agradeciendo el gesto de esa chica pero jamás estando a solas con ella, incluso cuando la acompañó a su casa junto a otra anciana vecina a la que ayudaba a cargar las compras del día.

—Es una pena que justo no hayas podido ir, también habrías disfrutado de una agradable velada, Kasumi. Quién sabe, podrías haber conocido a esa chica y haber hecho a una nueva amiga de tu edad, pues te falta un poco distraerte.

—¿Ir…? No, n-no, hubiera sido… una molestia, tía Nodoka.

—Entiendo que cuidar de la casa y de Akane a la vez te ha tenido muy ocupada. Antes visitabas al doctor muy seguido.

—Sí, un poco, tía —confesó sin preocuparse ya de dar una amable excusa. Sonriendo, pero abatida.

—Y también le preparabas galletas.

La más joven señora Saotome apretó los dientes. Por un lado se sentía enfadada y dolida, porque no sabía que ella fuera la culpable de que su hermana hubiera dejado de visitar a Tofu, ¡jamás se lo pidió, ella no necesitaba atenciones especiales, tampoco que la cuidaran como a una niña solo por estar embarazada! Entendía a Ranma, aunque a veces su celoso cuidado la exasperaba, pero aún con él ella podía hacer sus cosas cuando vivían en su departamento. Allí estaba agotada tan solo de andar suplicando que la dejaran hacer alguna tarea en el hogar, se sentía como si fuera otra vez una adolescente que necesitaba ser protegida y eso la tenía estresada. Además, la entristecía la situación de Kasumi, pues siempre guardó las esperanzas que con Tofu terminaran juntos, y más la preocupaba que durante los últimos años no hubiera habido ningún avance; quizás se engañaba y Kasumi solo era amable con Tofu temiendo por la suerte del amable quiropráctico.

—Puede que… que sea bueno para… el doctor… tener a alguien que cuide de… de él.

Akane alzó el rostro incrédula y miró a su hermana mayor fijamente. Nodoka seguía en sus tareas como si nada hubiera sucedido, pero en sus ojos y el gesto de sus labios podía verse la satisfacción de la victoria. Y ambas mujeres Saotome compartieron el mismo pensamiento: ¡finalmente! Mientras Kasumi ya no sonreía como le era habitual aunque lo intentaba, un ligero pero doloroso temblor se había apoderado de sus manos y mentón, y su mirada también vibraba cristalina, perdida en un lugar más allá de la mesa; pues al fin el auténtico deseo del oculto corazón de la siempre amable muchacha chocaba con su anhelo de servir a la felicidad de otros, y aquella lucha había terminado por desmoronar la última de las barreras que durante años alzó por el bien y amor de esa familia a la que consagró su vida. Aquella mezcla de culpa y ansiedad habían sobrepasado el corazón antes virgen de Kasumi ante tales tormentos.

—¡Oh!, y ahora lo recuerdo, qué torpeza la mía haberme olvidado de una cosa tan importante —Nodoka reaccionó exagerando su angustia—. Hace un par de días pasaba por la clínica del doctor Tofu y le pedí un libro para Akane, ¿lo recuerdas, querida?

—¿Libro? ¿Qué libro…? —Akane dejó de titubear cuando Nodoka la tomó por el brazo y le hizo un exagerado guiño a espaldas de la turbada Kasumi—. ¡Ah, sí, ese libro! Claro, mamá Nodoka, como pude olvidarlo, el libro sobre… sobre… ese libro que era de…

—Ejercicios durante el embarazo —dijo rápidamente Nodoka casi sin respirar.

—¡Ejercicios, sí! Ese libro, ya lo recuerdo, mamá Nodoka, el libro que me ha ayudado…

—Que te ayudaría —la corrigió rápida Nodoka.

—… que me ayudaría mucho, sí, ayudarme a futuro, por supuesto; porque me va a ayudar —agregó con nerviosa premura la joven señora Saotome—, ese libro, claro, qué otra cosa podría haber sido.

—Y que lamentablemente el doctor Tofu no lo tenía en ese momento; pero me acaba de llamar anoche diciéndome que ya lo tenía disponible. ¿No te parece maravilloso, Akane?

—Maravilloso, muy maravilloso, mamá Nodoka, ¡es una noticia estupenda! —Akane asintió con exageración, metida en su papel, sacando a relucir sus buenas dotes actorales—. Es muy amable el doctor Tofu…

—Así que hay que ir por él —dijo Nodoka.

—Exacto, y si quiere yo podría ir… —Akane cerró los labios repentinamente y se llevó una mano a la frente—. ¡Oh, oh!

—¿Qué sucede, Akane?

—Me siento… mareada y… y con jaqueca —se disculpó sentándose en una silla que Nodoka rápidamente deslizó para ella, con una mano en la frente y la otra sobándose suavemente su gran vientre—. Lo lamento, esto del embarazo es… complicado. Me siento tan indispuesta, y las piernas me tiemblan, y tengo náuseas… —Akane fue agregando más y más síntomas con dificultad a medida que Nodoka le hacía gestos con las manos para que siguiera—, y fiebre, y la garganta inflamada, y los pies hinchados, y adolorida la espalda, y comezón, y… y… —ya se le acababan las ideas.

—¡Es terrible! —exclamó Kasumi ingenuamente, creyéndole a ambas, muy preocupada—. ¿No sería mejor que te recostaras un poco?

—Estoy bien, Kasumi, no te preocupes que yo iré por ese libro y... ¡Oh, mi cabeza! ¡Y mis piernas, cómo me duelen! Qué lástima, y tanto que me había ilusionado tener ese libro para hoy.

—¿De verdad? —Kasumi se llevó una mano a la mejilla.

—Oh, ¡oh, mis rodillas! —Nodoka se dejó caer en la silla frente a Akane sobándose las piernas con exageración—. Es tan terrible envejecer, querida, no creo que pueda dar largos paseos por hoy.

—¿Tía Nodoka, está bien?

—Lo estoy, Kasumi querida, solo necesito descansar. Qué pena, y yo que había pensado ir en lugar de Akane a buscar el libro que tanto ella deseaba —se llevó una mano al rostro como si quisiera llorar—. Soy tan inútil.

—No, tía, eso no es verdad. Si lo desea yo puedo… ir… —Kasumi enmudeció, mordiéndose el meñique nerviosamente al percatarse recién de lo que estaba sucediendo, y la maquiavélica sonrisa de Akane y Nodoka—. ¡Oh, Kami!

.

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Kasumi Tendo daba pasos cortos y muy rápidos contra su voluntad, mientras era empujada por las dos mujeres Saotome, llenas de energía y salud, a través del pasillo de la casa. Aunque estaba bastante nerviosa, por su carácter manso oponía muy débil resistencia.

—Tía Nodoka, ¿y sus rodillas?

—Duelen mucho, querida —respondió Nodoka, severa y rápida a pesar de la fuerza que tenía.

—Akane, ¿y tu cabeza?

—Mareada, muy mareada —respondió su hermana menor tan rápida como su suegra, ambas concentradas en empujarla—, gracias por preguntar.

—¿No sería mejor preguntarle al joven Ranma?

Se detuvieron las tres. Ambas señoras Saotome se miraron y al momento la volvieron a empujar.

—Ranma tiene que reparar la pared —sentenció Akane.

—¿Y papá?

Se detuvieron otra vez.

—Tiene… ¡una reunión con la junta vecinal! —respondió Nodoka.

La volvieron a empujar y Kasumi ahora sí ponía un poco más de resistencia a medida que se acercaban a la puerta.

—¿Y el tío Genma?

—En el zoológico —dijo Akane.

—¿Y el maestro Happosai?

—Planchando su colección —dijo Nodoka.

—¿Y Nabiki? —Kasumi suplicó cuando su rostro se ponía rojo ante la realidad de lo que estaba sucediendo y la cada vez más cercana puerta, sintiendo el temblor en sus piernas como si fuera una condenada camino al patíbulo.

—¡Durmiendo, querida! —insistió Nodoka con energía.

—Anoche anduvo de fiesta con sus amigas de la universidad —completó Akane.

—Oh…

Apenas si tuvo tiempo de calzar sus zapatos cuando Kasumi salió trastabillando de casa empujada por cuatro manos. Iba a girar para suplicar con una nueva excusa cuando la puerta se cerró deslizándose con fuerza, dando un fuerte golpe que la hizo encoger los hombros.

Las aves cantaban. Todo era quietud y hermosa paz en esa agradable mañana que, esa vez y muy extrañamente, no calmaban el corazón de la pobre muchacha Tendo, que sola en el camino entre la puerta y el arco de la entrada miraba hacia la casa sin saber qué hacer.

—Es para Akane —se dijo intentando volver a sonreír—, es un favor —titubeó un poco al hablar—, Tofu…, digo, el doctor Tofu, él… es muy amable y… no pensará mal si… —comenzó a caminar resignada hacia la entrada, consciente de una manera que jamás antes los sentimientos que la hacían dudar de ser la misma que antes podía visitar la consulta con tanta normalidad.

Únicamente iba a pedirle un libro, nada más. Lo había hecho muchas veces en el pasado, no tenía razón para sentirse tan insegura justo ahora por una alegre broma de la tía Nodoka y Akane; porque se trataba de una broma, ¿no?

Lo que en verdad la incomodaba y le quitaba los deseos de ir, por supuesto no tenía nada que ver con el enterarse de las visitas de la hija de la vecina, tampoco saber que ella fuera una muchacha hermosa y talentosa, ni mucho menos que le hubiera horneado galletas al amable… al demasiado amable doctor Tofu. ¡No, nada de eso! Ella estaba únicamente preocupada de lo impertinente que sería en pedirle un favor sin llevarle nada para agradecérselo, quizás como unas galletas…, o un pastel; sí, un pastel de crema y piña que sabía era su favorito, y no uno de chocolate que seguramente Tofu se comió solo por ser cortés, porque no podía ser de otra manera, a Tofu no le gustaban tanto los pasteles de chocolate… ¿Y si le gustaban en realidad y ella siempre creyó que no?... ¿Y qué podría ser más grande y mejor que un pastel?

—Oh… —murmuro enrojecida por lo que estaba pensando.

Se sintió confundida, un poco afiebrada, quizás estaba cogiendo un resfrío. Miró el cielo azul y despejado. Corría un poco de brisa. La brisa era mala para la salud, sí, mejor regresar, disculparse y prometer ir mañana, pero no ese día en que se sentía tan… inusual. Aunque le doliera el corazón necesitaba pedirle disculpas a Akane; pero ella no podía, no, no ese día.

En el interior de la casa ambas señoras Saotome se miraban entre sí con las manos en la puerta.

—Akane, ¿habremos sido lo suficientemente sutiles? —preguntó Nodoka un poco preocupada.

—Creo que no, mamá Nodoka —respondió la joven igual de afligida—, después de todo es Kasumi.

En el exterior, Kasumi dio media vuelta, y volvió a girar no sabiendo qué hacer, debatiéndose entre su deber con su querida hermana Akane y su inexplicable miedo. Era como si en ese día algo enorme pudiera suceder a lo que ella no estaba preparada. Temía a los cambios, desde que su madre falleció luchó para que todos siempre estuvieran felices y nada volviera a cambiar. Se detuvo con la casa a sus espaldas. Por primera vez ella decidió, al final, que no podría ayudar por mucho que lo deseara; no se sentía bien, su cuerpo no era el mismo, tenía miedo de lo que pudiera suceder si avanzaba. Dio un paso atrás queriendo regresar a la casa y giró.

La puerta se abrió violentamente asustándola hasta encoger los hombros.

—Kasumi, niña, no cedas —ordenó la señora Nodoka con entusiasmo—, ¡ve por él, no esperes más tiempo! Y no te atrevas a regresar hasta después de la cena, querida.

—Hermana, recuerda que eres una Tendo —Akane alzó la voz con un puño en alto—, ¡y no te atrevas a volver sin novio! ¡No puedes decepcionarme!

Volvieron a cerrar la puerta de un fuerte golpe que la chica Tendo resintió otra vez.

Una nueva bandada de aves cruzó cantando el cielo. La voz de un hombre anunciando por altoparlante se escuchó a lo lejos pasar por alguna calle cercana. Un trío de niños corrieron por delante del arco riendo. Kasumi se encontraba roja, con los ojos abiertos sin parpadear, ambas manos sobre las afiebradas mejillas y labios que temblaban entreabiertos. Volvió a escucharse al hombre por altoparlante cada vez más lejos, y más, y más lejos, hasta casi ser un murmullo que se confundió con el sonido de la brisa haciendo cantar a las hojas de los árboles.

Resignada dio media vuelta, como una desterrada a las puertas de la ciudad a la que no podía regresar por alguna penosa ley, desvalida y presa de un angustiante temor. Sus primeros pasos fueron lentos e inseguros en dirección del arco de entrada, hasta que lo cruzó. Insegura, con un dedo en los labios miró para ambas direcciones de la calle como si hubiera olvidado el camino en su turbación. Cuando hubo estado segura, enfiló sus pies rumbo hacia la consulta del doctor Tofu afirmando con fuerza su cuerpo al cruzar los brazos como si tuviera frío; pero cada vez más segura, cada vez más dispuesta, como si el saberse obligada le quitaba cierto peso al miedo y responsabilidad, dejando todo en las manos del destino con la misma confianza con que sabía el sol saldría cada día por la mañana, dándole un nuevo aire de valor, o resignación, o quizás ambos. Ese día llegaría a la consulta del doctor Tofu sin galletas, sin un pastel, sin siquiera pedirle un favor porque ya se había olvidado completamente del libro de Akane que jamás existió. Acababa de comenzar su propia historia, por ella y para ella; una que ya no nos compete saber, mis curiosos amigos.

Ánimo, Kasumi, diviértete. Serás feliz.

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En el desayuno había un inusual ambiente lleno de tensión. Quizás se debía a la misteriosa ausencia de la mayor de las hermanas Tendo, o tal vez porque el anciano maestro Happosai gimoteaba silenciosamente con las pequeñas manos frotándose los ojos, exagerando queriendo llamar la atención para que se compadecieran, pues se veía un poco maltratado y con banditas cruzadas en su calva cabeza. Nodoka servía silenciosamente la comida, sonriendo con sabia paz, junto a Akane, que compartía el silencio pero no la paciencia, ya que la joven no dejaba de estar pendiente de su esposo y su padre. Del lado opuesto de la mesa Nabiki dejó de mirar la revista, que seguía pasando de hoja en hoja como por reflejo, cuando sus astutos ojos también pasaban de uno al otro hombre. Por primera vez Genma Saotome hacía acto de presencia, cruzando los brazos con seriedad al lado de su amigo Soun Tendo, dueño del dojo Tendo y también aparentemente dueño de las vidas de los que moraban en esa casa. O eso creía.

Porque enfrentándolo se encontraba Ranma, de brazos cruzados, mucho más joven pero no menos atemorizante. Tan concentrado en no bajar la guardia que no prestó atención cuando Akane se sentó a su lado, hasta que ella posó su mano suavemente sobre uno de sus brazos. El joven se tensó un momento al ser cogido por sorpresa, pero sin expresarlo más que por un ligero sobresalto, se calmó al encontrarse con la pacífica sonrisa de su esposa. Era verdad, ambos estaban juntos en eso; ambos eran dueños de sus propias vidas y nadie más. Desenredó los brazos y dejó de torcer los labios con disgusto, pues por debajo de la mesa su mano envolvió a la de su mujer, enredándose sus dedos, con fuerza y celo, como sus destinos fundidos en uno.

—Entonces, ¿no nos dará el dojo? —preguntó Ranma intentando conservar la calma, a pesar que estaba cansado de discutir con esos dos por lo mismo día tras día.

Akane se tensó también al sentir como su mano era aprisionada con más fuerza por la de su esposo. Ella movió su otra mano bajo la mesa poniéndola también sobre la de Ranma, girando la otra que se libró de la prisión de su esposo únicamente un instante para rodear su gran mano entre las suyas, en un gesto suave, un afectuoso tacto, como un abrazo, lleno de comprensión que hizo recobrar otra vez la calma al muchacho.

—Ranma, Akane, sé que necesitan el dojo para esa «sociedad» que formaron sin nuestro permiso.

—No pueden comprometer el nombre de nuestro dojo y de la escuela de combate libre por una corazonada —sentenció Genma—, han sido muy irresponsable.

Ranma torció las cejas, «su padre dijo ¿nuestro dojo?», ¡qué descaro, al final era lo único que les interesaba!

—Papá —Akane se adelantó a Ranma en un tono más conciliador—, creía que estaba bastante claro que el dojo era nuestra herencia, y que una vez Ranma y yo nos casáramos nos haríamos cargo de él.

—Ya lo sé, hija, pero deben saber que no es sencillo manejar un dojo. Por ello, si bien esperamos que ustedes hagan clases y enseñen nuestra escuela, nosotros nos seguiremos haciendo cargo de la administración por su bien…

—No podemos hacerlo peor que ahora, pues no ha habido un solo alumno en los últimos años.

—¡Ranma! —lo regañó Akane un poco asustada. Soun apretó los labios ante la insolencia de ese muchacho.

—¿Estoy mintiendo? —insistió.

En su lado de la mesa Nabiki se sonrió.

—Tía Nodoka —susurró Nabiki a la señora Saotome que también se había sentado y observaba con preocupado silencio—, ¿conoce la historia del campesino que cuidó a un cachorro, imaginando que sería manso y sumiso, y que le serviría en su vejez?

—No, Nabiki, ¿qué historia es esa?

—Al final el cachorro resultó ser en realidad un lobo salvaje imposible de domesticar, y que terminó mordiendo la mano de su amo cuando este quiso ponerle un collar para someterlo.

—Ranma, hijo, comprendo tu sentir.

—No, papá, no lo haces. Todo lo que quieres es vivir gratis a costa del dojo que Akane y yo tendremos que manejar.

—¡Malagradecido, como te atreves…!

—¿Es eso, es que nunca confiaron en que nosotros podríamos hacernos cargo del dojo?

—Ranma, será mejor que escuches a tu padre —lo insto Soun, a pesar que su paciencia también estaba en su límite—; no importa lo que nos digas, no creemos que esa «sociedad» sea una aventura prudente. Es mejor que nos dejen a nosotros encargarnos de todo.

—¿Así que pretenden que Ranma y yo trabajemos para ustedes el resto de nuestras vidas?

—¿Akane, hija? No, no lo comprendes, solo deseamos lo mejor.

—En especial ahora que nacerá el siguiente heredero de la escuela de la dinastía Saotome —Genma se ajustó los anteojos—, es necesario desde ya que planeemos muy bien cómo será su formación.

—Resultó bastante bien el que Ranma fuera entrenado por el inútil de Genma —dijo Happosai, con una malévola sonrisa todavía resentido por la paliza que había sufrido esa mañana—, quizás sea bueno que el niño sea también educado de la misma manera…

—¡Eso nunca! —reclamó Akane—. Ranma, diles que no permitirán que me separen de mi hijo… ¿Ranma?

Ranma no respondió, cerró los ojos, sus hombros temblaban. Cada mañana la misma discusión, siempre las mismas respuestas, provocándolo a enfadarse para terminar todo en nada. Estaba harto, cansado, debió reconocer que el dojo jamás le perteneció ni le pertenecería; que su matrimonio con Akane, o con «cualquiera de las hijas de Soun», había sido concertado por los patriarcas solo preocupados de sus intereses a futuro, ¡y ahora pretendían manejar la vida de su hijo, su propio hijo, como hicieron con la de él!

—Akane, lo siento —dijo Ranma sorprendiéndola.

—¿Lo sientes, cómo que lo sientes? ¿No estarás pensando que están en lo correcto con entrenar a nuestro hijo? Porque ve sabiendo desde ya que jamás te permitiré que me separes de él…

—¿Separarte? Akane, espera, no me refería a eso…

—… Jamás, jamás, ¡jamás dejaré que te lo lleves como sucedió contigo! Yo…

—¡Akane!

—¿Qué? —respondió al instante gritando igual de fuerte que su esposo.

—No me llevaré a nuestro hijo a ninguna parte. Lo siento, no hablaba de eso.

—¿No?... Oh, sí, ya veo, lo siento también —Akane se sonrojó al darse cuenta que había sido un malentendido.

—Porque no dejaré que nadie se vuelva a meter con mi familia —prometió el joven con tal voz que provocó un escalofrío en su esposa, seguido de un calor que la recorrió desde su cabeza hasta los pies—. Nunca más…

Ranma se puso de pie y todos lo siguieron con sus miradas.

—Sabía que dirían eso de nuevo —se sonrió, de aquella manera en que solo lo hacía cuando finalmente había conseguido dar con la clave para ganar un encuentro—, no esperaba menos. Desde un principio quisieron que Akane y yo nos encargáramos del dojo solo para mantener su escuela, y seguir controlando el dojo, ¿no es verdad?

—Ranma, hijo, no comprendes la importancia de conservar la escuela de combate…

—¡Al demonio con la escuela de combate libre, no la necesito!

Aquellas palabras fueron peor que si hubiera gritado una insolencia en la mesa. Soun palideció, Genma abrió la boca, Happosai guardó silencio porque sabía reconocer un aura peligrosa cuando sentía una, y esta era peor que la que tenía el joven por la mañana. Nodoka se llevó las manos a la boca.

—Esto sí que se está poniendo interesante —dijo Nabiki dando un silbido—. Valió la pena levantarse tan temprano.

Akane parecía tan golpeada como su padre por la osada declaración, ¿era que Ranma quería dejar las artes marciales? Aquello lo sintió por un momento como una dolorosa puñalada que casi la hace sacar una conclusión equivocada; hasta que en su interior, la nueva Akane, aquella mujer casada que esperaba un hijo del hombre que tanto amaba, la misma joven mujer que había aprendido tanto de sus últimas experiencias llenándose de sabiduría, supo ver la verdad a través de todas la niebla y saber cómo actuar no importa lo que sucediera: no lo comprendía, pero seguiría confiando en él hasta el final.

—Ranma —lo llamó temerosa pero intentado mostrar fortaleza—, ¿qué dijiste?

—Que no necesito un dojo sin alumnos ni una escuela que lo único que enseña es a preocuparse de uno mismo. Ya soy un adulto, puedo tomar mis propias decisiones —dijo Ranma, con las manos empuñadas a los lados como si quisiera golpear al primero que se cruzara en su camino—, ¡no necesito ningún dojo! Construiré uno por mí mismo.

Soun Tendo estalló en carcajadas, lo mismo hizo Genma y Happosai.

—No sabes lo que estás diciendo, Ranma. Ni siquiera tienes un hogar para que vivan mi hija y tú, ¿y pretendes construir un dojo y una escuela?

—Eso dije —respondió el muchacho con seriedad—, además, Akane y yo sí tenemos un hogar donde volver.

—¿Y crees que permitiré que apartes otra vez a mi hija? —repentinamente Soun mostró una mirada amenazante.

Así que de eso se trataba todo. Ranma comprendió finalmente el motivo detrás del compromiso, y de que Soun Tendo hubiera hospedado en su propio hogar durante años al prometido de una de ellas, aún sin siquiera haberlo conocido anteriormente. ¿Sería por la escuela, el honor, el futuro del dojo? No, jamás le importó nada de eso: ese hombre no quería separarse de su hija, de ninguna de ellas. Soun Tendo había planeado mantener a su familia unida hasta el final. Por un momento lo comprendió, no como un muchacho, sino como un padre podría entender a otro padre; todo lo había hecho para que sus hijas jamás dejaran el hogar: la hacendosa Kasumi a la que inconscientemente en su invalidez emocional tras la viudez, la había hecho responsable de esa casa; la consentida e independiente Nabiki, a la que jamás restringió en nada para que pudiera sentirse cómoda y jamás pensara en marcharse; y Akane, a la que ató al futuro del dojo Tendo usando en su contra el amor que tenía por la tradición y el arte sabiendo que así jamás dejaría ese hogar. Solo debía asegurarse que uno de sus yernos se encargara de la escuela de combate libre y del dojo, y no tendría ninguna otra preocupación ni sufrirá el miedo de otra pérdida en su vida. En aquél momento, al comprenderlo de una manera que durante años jamás pudo ver, lo descubrió pequeño, delgado, débil y cansado, ¿tanto había envejecido Soun, como su padre? Él jamás se fijaba en esas cosas y ahora era como un descubrimiento observar a todos en torno a la mesa y descubrir los cambios que el tiempo había ocasionado. Incluso el maestro Happosai no era el de antes, más arrugado, lento y débil, ya no significaba la amenaza que todavía parecía creer ser.

Ranma se compadeció de todos, incluso de su madre que comenzaba su cabello a verse con un incipiente tono de trazos grises, y de su padre más ancho de vientre y flácido de brazos y piernas. Siempre lo recordaba fuerte, robusto, mañoso y ágil; ya no era más así. ¿Por qué no se había dado cuenta antes de que el tiempo pasaba?

Pero de todos, más tuvo compasión de su suegro Soun Tendo y su deseo de no perder a ninguna de sus hijas. Se sonrió, porque lamentablemente para Soun, su padre Genma Saotome, sin saberlo, lo había educado de una manera muy diferente.

—Gracias por habernos permitido quedarnos en su casa, a mi esposa y a mí.

—¿Qué estás diciendo, Ranma?

—Es hora de que nos vayamos.

—Ranma, hijo necio, qué insolencia es esta. ¿No te importa el dojo?

—No, papá —miró directamente a su padre, con desafío, pero una sonrisa de confianza que provocó auténtica preocupación en su padre—, ya no me importa.

—Ranma —Akane tan sorprendida como el resto lo llamó—, pero la sociedad, necesitamos el dojo, y...

—No, Akane, no lo necesitamos más. Así como no necesitamos a ninguno de ustedes durante más de un año —dijo dirigiéndose al resto—. Akane, ven conmigo…

Estiró su mano hacia Akane y esta, sin siquiera pensarlo, respondió aferrándose con fuerza. Ranma se inclinó suavemente para ayudarla a ponerse de pie rodeándola con el otro brazo por la cintura. Entonces sus miradas se encontraron. Ella pudo ver la confianza en los ojos de su joven esposo y no dudó.

Mientras pensaba, no se percató como su propio cuerpo obedeció al deseo y al hábito que le era tan querido, cuando Ranma no soltó su cintura, sino que la atrajo hacia él. Akane se acomodó pasando su mano por detrás de la espalda de su esposo cuando este se agachó un poco, y le permitió pasar la otra mano de él por detrás de sus piernas, aplastando la falda contra sus rodillas y muslos Y la alzó en sus brazos con firmeza, pero también delicadeza, mientras ella lo rodeaba con sus brazos alrededor de los firmes hombros y cuello. Solo entonces Akane reaccionó ya encontrándose en el aire.

—Alto, R-Ranma, ¿qué estás haciendo?

—Nos vamos —respondió con seguridad—, ya no tenemos nada que hacer aquí.

—Pero, ¿irnos? ¿Dónde?

—A nuestro hogar, Akane.

Akane se quedó sin palabras, intentando creer que lo que había escuchado sí significaba lo que creía, y sus mejillas sonrojaron de emoción.

—¿Qué? —exclamó Soun.

—¿Cómo? —chilló Genma.

—¿Qué dijo? —Happosai dejó de fingir alzando el rostro.

—¡Qué varonil es mi hijo! —clamó Nodoka con sus manos sobre su pecho.

Nabiki terminó su susurro de sorpresa con una sonrisa. Sacó del bolsillo una de sus cámaras y con un fuerte flash retrató el momento en que los patriarcas se paraban de la mesa, y Ranma escapaba con su mujer en brazos.

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Créditos:

Erza chan

Jacque Saotome

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Preust

Miriamelle

Akane Maxwell

LuFer Tendo

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Ranma cruzó corriendo por el lado de Kasumi.

—¡Hola, Kasumi!

—Hola… ¿Ranma?

—¡Nos vemos Kasumi! —saludó Akane asomándose por sobre el hombro de su esposo cuando se alejaban.

—¡Adiós…! —respondió feliz con la mano en alto, cuando volvió a preguntarse curiosa—, ¿Akane?

Entonces pasó por su lado su padre Soun Tendo, Genma Saotome, el maestro Happosai, y un poco más atrás dando rápidos pasos su tía Nodoka Saotome y su hermana menor Nabiki quienes se detuvieron a saludarla un momento antes de seguir.

—¿Qué está sucediendo, Nabiki?

—Que… mi varonil y valiente hijo… él…

Nodoka apenas conseguía retener el aliento. A su lado Nabiki contestó por ella.

—Pasa que Ranma secuestró a Akane. ¿Tía, está bien?

—¡Perfectamente, querida! —respondió la vibrante señora Saotome, antes aspirar con fuerza y de seguir con rápidos y cortos pasos a los hombres.

—Oh… —Kasumi suspiró con una mano en los labios.

—Ve con ellos —dijo su acompañante—, es lo que quieres.

Ninguno al pasar había notado al hombre joven, alto, de anteojos y semblante amable, del que Kasumi se sostenía colgando románticamente del brazo.

—Pero, querido…

El doctor Tofu se sonrió de oreja a oreja al escuchar esa palabra. «Querido», todavía no podía acostumbrarse tras lo sucedido esa mañana en su consulta, parecía un sueño hecho realidad. Pero consiguió dominar su sonrisa de demente y recobrando la cordura insistió.

—Es tu familia y… quieres ir, ¿no?

Kasumi asintió y se apresuró en seguirlos. Pero tras dos pasos regresó para colgarse del brazo del aturdido Tofu para darle un beso en la mejilla. Con tan «mala suerte», que el joven hombre justo giró la cabeza para mirarla. Y el beso fue corto y rápido en sus labios. Ambos retrocedieron paralizados, sonrojados y nerviosos con sus manos en los labios por lo que había sucedido.

—Yo… eh… lo siento, Kasumi, yo no quise… yo…

—No, yo… Oh, no… digo que… sí… está b-bien. Si somos no… n-novios.

—¿Novios?... Sí, es verdad, s-somos n-novios… ¡Ve!… Ve con ellos, Kasumi, y yo… después yo… yo…

—Sí… iré…, querido, ¿vendrás a casa a comer con nosotros?

—¿Ir?

—Debes… ya sabes… presentarte oficialmente a… a mi padre —dijo Kasumi con un tierno murmullo lleno de timidez frotándose las manos nerviosa, impedida de mirarlo directamente al rostro tras lo sucedido.

—S-sí, ¡sí, iré! ¡Te lo prometo! —Tofu se rio tontamente al despedir efusivamente a su nueva novia.

Sin notar que una sombra se detuvo a su lado. Se trataba de otro hombre más joven, alto, vestido ridículamente de samurái con una rosa en los labios. Kuno Tatewaki, la estrella de Kendo de la universidad central de Nerima, extendió su espada de madera hacia el horizonte apuntando a la fila de los que perseguían a la pareja.

—¿Me engañan mis ojos, eran ciertos los rumores, será que mi amada Akane Tendo ha regresado a Nerima buscando mi amor y…? ¿Eh…? ¡Ah!

Fue silenciado cuando Tofu lo cogió por la muñeca apretándola tan fuerte que sonaron los huesos. Su sonrisa era escalofriante, con el rostro ligeramente inclinado y los anteojos emblanquecidos con un perturbador reflejo de la luz.

—Kasumi… ella… ¡ella me ama!

—No, espere, ¡no!, ¿qué me hace? ¡Ay…!

Tiró del brazo de Kuno y lo dobló dolorosamente no escuchando el grito del desdichado joven.

—Ella realmente me ama, ¡me ama!

—¡Ay! ¡No, piedad! ¡No! ¡Qué hechizo es este! ¡Suélteme que…! ¡Ay, ay, ay!

Luego le dobló las piernas, lo arrojó al suelo de un rápido agarré y se sentó sobre la espalda de Kuno tirándole la cabeza y haciéndole divertidos torniquetes con los brazos.

—¡Kasumi me ama! ¡Me ama! ¡Es verdad, ella me ama! —Tofu reía y cantaba a la vez, como una olla a presión que antes se contuvo en presencia de la joven, estallando en un instante.

—¡A-Auxilio!... ¡S-Socorro! —clamó Kuno Tatewaki en su única y final aparición en esta historia.

Gracias, doctor Tofu.

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El policía comenzó a anotar en la libreta.

—Entonces dice que una joven mujer ha sido secuestrada, entiendo.

—Así es, señor policía, ¡debe ayudarme a recuperar a mi hija! —rogó Soun Tendo al borde de las lágrimas.

—¿Su hija? Oh, lo lamento, señor, haremos todo lo que podamos. ¿Y cómo hace cuánto que sucedió?

—Hace como media hora, señor oficial.

—¿Hace tan poco tiempo? Esto es un asunto serio —nervioso el oficial se rascó con el lápiz la cabeza enchuecándose la gorra—. ¿Y dónde ha sido?

—Ellos salieron de casa.

—¿Ellos… de casa? ¿Entonces han visto al perpetrador?

—Sí, señor —agregó Genma—, ha sido mi hijo.

—Su… ¿Su hijo? —al oficial se le enredaron los dedos y por poco dejó caer el lápiz.

—Así es, señor oficial —agregó Nodoka—; mi hijo es tan varonil al haber secuestrado a la mujer que tanto ama, ¿no lo cree admirable?

—Ah, pues bien, señora, si me pregunta usted…

Genma rápidamente se adelantó a la risueña de su esposa.

—Señor oficial, créame que estoy muy avergonzado del actuar de ese muchacho malagradecido. ¡Años educándolo, dándole lo mejor, para que nos haga esto!

—Yo, señor, no sé qué decirle. Pero si su propio padre lo acusa, supongo que ha de ser terrible, lo lamento mucho por usted.

—Gracias, señor oficial, por su comprensión —Genma se secó las lágrimas con la manga—. No sabe los esfuerzos que uno ha hecho para intentar darle lo mejor…

Nodoka, Soun, Nabiki e incluso Kasumi lo miraron fijamente con distintos gestos en sus rostros.

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Ranma miraba impaciente a cada momento hacia la puerta de cristal de la heladería. Dio un suspiro de alivio.

—Creo que los perdimos.

—Ranma, no te muevas, que no me dejas escoger —reclamó Akane en sus brazos, intentando concentrarse muy seriamente en la vitrina frente a ellos.

—¿Pero no puedes apresurarte un poco?

—Ya, no seas tan impaciente; el viaje será largo, necesito comer… por el bebé.

—¿Estás segura que es por el bebé?

—No me discutas, que los hombres no saben de estas cosas. Además, ¿a quién se le ocurre secuestrarme durante el desayuno? Hubieras tenido a lo menos la decencia de esperar a que termináramos de comer. Pero no, siempre a tu manera, ni siquiera me preguntas, ¡tan brusco que eres a veces, Ranma!

—Deja de regañarme por eso, ya sé que tienes hambre, se te nota por tu genio —se sonrió. Akane, en sus brazos, cruzó los brazos ofendida—, ¿pero helado, Akane?

—Silencio, que estoy eligiendo y me distraes —ignorándolo giró el rostro y se dirigió al amable y delgado muchacho que tras la vitrina los atendía—. Disculpe al bobo de mi esposo…

—¿A quién le dijiste bobo?

—… ¿y ese helado de qué sabor era?

—Es menta con trozos de arándano, señora —respondió el muchacho, que se veía tan cansado como Ranma.

—¿Y ese otro?

—Manjar con crema y trozos de galletas.

—¿Y ese? —Akane apuntó a otro punto de la vitrina, tan cómoda en los brazos de Ranma que parecía no querer tomarse ninguna prisa.

—Banana Split.

—¿Y ese rosado?

—Sandía y crema…

—¡Oh, mira, Ranma!, qué bonito ese helado de color celeste, me encanta el celeste. ¿De qué es ese?

—Vainilla con menta.

—Qué rara mezcla —se rio—. ¿Y ese?

—Caramelo con fresas.

—¿Y este de acá abajo?

—Chocolate y pasas al ron.

—¿Y ese otro?

—Batido de leche y chispas de chocolate.

—¿Y ese?

—Mora y crema.

—No lo sé, todos me parecen tan deliciosos. ¿Por qué no podría llevarme uno de cada sabor?

—Akane…

—Ya, Ranma, ya, no me distraigas, esto es importante. ¿Y ese cuál es?

El muchacho que los atendía y Ranma cruzaron sus miradas compartiendo un mutuo gesto de compasión.

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Soun impaciente cogió al oficial por la camisa remeciéndolo.

—¡Debemos evitar que dejen Nerima, hay que cortar los caminos, vigilar las estaciones de tren, ¡llamar a las fuerzas de defensa!

—¡Señor! ¡Señor, por favor, mantenga la calma, suélteme!... Así está mejor —el oficial, tras verse libre, intentó ordenarse el uniforme y toser para recobrar la compostura—, entonces el perpetrador es un conocido de la familia, ¿tiene alguna relación con su hija, la señorita…?

—Es señora, señor oficial, mi hermana Akane ya está casada —agregó Kasumi, sonriente, mientras le servía té a los demás.

—Oh, gracias, señorita —el oficial recibió la aromática taza de té—, ¿entonces su hija está casada?

—Así es señor, mi hija ya está casada.

El oficial comenzó a hacerse una terrible conjetura y en su mente aparecía una cómica versión caricaturizada de los protagonistas de tal tragedia. Quizás la hija del señor Tendo se casó con otro hombre y el despechado hijo del señor Genma la ha secuestrado como un acto de venganza o también para… ¡Es terrible!

—¿Y dónde está el esposo de su hija? Debe ser el más involucrado en esta denuncia por secuestro.

—¿Ranma?, pues dónde más —agregó Nabiki aburrida, que ya se había sentado en la silla del oficial, con los pies sobre el escritorio, leyendo un privado informe policial como si fuera una revista—, con su esposa, mi hermanita Akane.

—¿Su esposa?... Digo, ¿la esposa de su hijo? Entonces… Un momento, esto no me termina de encajar; ¿están aquí para denunciar un secuestro donde el esposo fue el secuestrador de la esposa secuestrada?

—Así es, señor, mi hija, la esposa secuestrada, fue sacada sin permiso de mi casa por su esposo el secuestrador.

—Ah…

El oficial dejó de murmurar y se bebió al seco la taza de té que le habían servido, dejándola sobre la mesa de un fuerte golpe. Ese caso tomaba ribetes novelescos. ¿Entonces el joven hijo del señor Saotome secuestro a la niña del señor Tendo para casarla a la fuerza con ella?... ¡Qué espantosa tragedia!

—Pero, señor, no se lamente usted, que un matrimonio forzado no es válido. Ahora, el peligro es que si el hijo del señor Saotome intenta algo más, porque entonces el crimen sería mucho peor y…

—¿De qué están hablando? Si ellos se aman —lo corrigió Nodoka con severo tono maternal.

—¿Se aman? —el oficial se acomodó la gorra—, eso quiere decir, que no se trata de un secuestro, ¿sino de dos niños que amándose, se han fugado de sus hogares sin el consentimiento de sus padres?

—Así es, señor oficial —insistió la mujer.

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Akane lo pensó detenidamente arrugando el entrecejo. Entonces volvió a apuntar con el dedo un punto de la vitrina.

—¿Y ese, de qué es?

—Naranja.

—No sé, no lo sé… ¡Ah!, ¿y ese?

—Melón con chispas de merengue.

—Qué sabores más extraños —se sonrió la joven señora Saotome.

—¿Puedes dejar de divertirte y escoger un maldito sabor?

—Ay, qué denso estás, ¿ves lo que pasa por no desayunar con calma? Ahora no me culpes ni te descargues conmigo, Ranma.

—Akane… —la miró fijamente.

—Está bien, si te sigues enojando tanto te van a salir arrugas en la frente —le dio de suaves golpecitos con el índice en la frente a su para nada feliz esposo.

—Lo estás haciendo a propósito, ¿verdad? ¿Te estás desquitando por secuestrarte sin avisarte antes?

—No, Ranma ¿cómo crees? ¿Piensas que me enfadaría porque me sacas de casa de mi padre violentamente sin siquiera haber podido probar el desayuno? ¿O pensaste siquiera que esta vez finalmente había podido cocinar yo, y que me hacía ilusión el que todos vieran lo mucho que había mejorado? ¿Crees que me molestaría por algo tan insignificante como eso? ¿O se te ocurrió a lo menos advertirme para que me trajera mis cosas? Qué suerte que estaba vestida o seguro me hubieras paseado en camisola por toda la ciudad, y sin contar que la última vez a lo menos pude llevarme una maleta, pero ahora, con lo impulsivo que eres… —Akane se sonrió, de esa manera encantadora en que se le hacía muy difícil al joven Ranma defenderse. Entonces se volvió rápidamente hacia la vitrina de los helados—. ¡Ya lo sé!, quiero uno de vainilla.

—¿Vainilla? —se preguntó Ranma.

—¿Solo vainilla, señora? —coreó el encargado.

—Sí, vainilla. ¿Qué, por qué esas miradas, es no les gusta? Entonces…

—No, no, está bien, es perfecto, Akane. ¿Verdad que lo es?

—Sí, es ideal, señora, el mejor sabor de todos —corrió el muchacho para servir el cono de helado antes que Akane pudiera arrepentirse—, una fantástica elección.

—Guarde el cambio —dijo Ranma inclinándose un poco hacia adelante, mientras Akane sacaba de la camisa de su esposo el billete ya que él no podía al tener las manos ocupadas con ella. Apenas ella cogió el helado, Ranma corrió rápidamente hacia la puerta automática del local.

—¡Ranma, espera!

Se detuvo violentamente deslizando los pies en el borde de la entrada, haciendo enorme esfuerzo equilibrándose para que ni su esposa, ni el cono de helado en sus manos, lo resintieran.

—¿Qué ahora?

—Se te olvida llevarte unas servilletas para el camino —dijo su mujer con una coqueta sonrisa y exasperante calma, fingiendo infantil inocencia. Se encogió de hombros con exagerada inocencia y recato ante la intensa mirada de su esposo.

El joven Ranma iba a responder; mas se quedó con la boca abierta. Cerró los labios, giró y regresó al mesón inclinándose para acercar a su esposa a la vitrina. Akane usó su mano libre para recibir las servilletas que le facilitó el también silencioso empleado. Se despidió con un agradecimiento y luego Ranma pudo finalmente dejar el local con Akane en brazos, desapareciendo rápidamente al correr hacia un lado de la calle.

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El policía se pasó la manga por la frente corriéndose el sombrero.

—Dejen que lo comprenda, ¿de verdad ustedes vienen a denunciar un secuestro?

—Así es, señor oficial, el secuestro de mi hija.

—Perpetrado por el malagradecido de mi hijo.

—Que se llevó a mi hermana… la que me debe dinero.

—La que ya estaba casada con mi varonil y apuesto hijo.

—¡Es todo tan romántico! —Kasumi, que parecía ver todo en colores tiernos esa mañana, exclamó con las manos en las mejillas a punto de gritar con efervescente dicha—. Podría pedirle a mi querido Tofu que me secuestrara, ¿no crees que sería una buena idea, tía?

—Excelente, querida, es una gran idea.

—¿Querido Tofu? —se preguntó Nabiki alzando una ceja.

Soun parpadeó confundido mirando a la mayor de sus hijas como si su cerebro no fuera capaz de interpretar aquello.

El oficial carraspeó con fuerza, con mucha fuerza, llamando la atención de esa gente tan ruidosa.

—Comprendo, así que al final es un caso de una pareja de muchachos que han escapado para casarse. ¿Pero, cómo es que ya saben que están casados, se comunicaron con ellos o algo?

—Qué extraña su pregunta, si mi hermana Akane y el joven Ranma llevan casados hace más de un año —dijo Kasumi.

—¿Hace más de un año?... E-Esperen un momento, ¿qué edad tienen los jóvenes?

—Soun y Genma se miraron.

—¿Veintidós? —susurró Genma no seguro de la edad de su propio hijo.

Nodoka suspiró profundamente desilusionada y lo corrigió al momento.

—Veintiuno, señor oficial, ambos tienen la misma edad.

—¿Veintiuno?

Todos asintieron sin comprender la turbación del descompuesto policía.

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Ranma con Akane en brazos esperaba pacientemente en la esquina a que el semáforo les diera el paso, rodeados de más transeúntes que los observaban con curiosidad.

—Está delicioso —exclamó Akane disfrutando su helado.

—Más vale, con lo que costó que te decidieras.

—Ya no te enojes, Ranma. Te daré un poco, prueba.

—No tengo tiempo de… —Akane lo interrumpió poniéndole el helado en la boca. Ranma retrocedió relamiéndose los labios manchados—. ¡Está muy bueno!

—Te lo dije.

—¿Me das otro poco? —Ranma suplicó con una adorable sonrisa, mientras Akane le limpiaba la boca con una servilleta.

—Qué goloso eres, si querías te hubieras comprado el tuyo.

—Akane…

—Bien —le dio a probar otro poco—, ¡pero no tan grande!

Eshta beno… —murmuró apenas entendible con la boca llena.

—Mi… Mi helado —Akane miraba su cono casi vacío al borde de las lágrimas.

Ranma tragó de una vez, y se sonrió satisfecho relamiéndose los labios.

—No te quejes, Akane, tú eres la que siempre dice que debemos compartirlo todo.

—Pues sí, nuestras vidas, nuestro futuro, nuestros sueños, lo bueno y lo mal, todo eso. ¡Pero no mi helado, glotón!

—Qué exagerada. Deja de quejarte, te compraré otro cuando lleguemos a casa —exclamó al notar que la luz cambiaba a verde.

—¿Me lo prometes? —preguntó la chica conteniendo un sollozo. A pesar de ello volvió a limpiar la boca de su esposo con la servilleta.

—Sí, lo prometo —se sonrió como un niño inocente.

Adelantándose a los demás transeúntes, corrió otra vez cargando a su mujer embarazada doblando para seguir por la vereda que los llevaría hacia el centro comercial de Nerima.

—Me lo prometiste, Ranma, que no se te vaya a olvidar.

—Sí, ya te lo dije, es una promesa y yo siempre cumplo mis…

—Y será doble con baño de chocolate y mucha crema batida.

—… ¿Cómo?

—¡Lo prometiste!

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Medio minuto después la familia se encontraba en pleno sentados en la calle frente a la caseta de policía, todavía un poco confundidos, mientras que el oficial les gritaba desde la puerta descompuesto hasta enrojecer del disgusto.

—¡Y la próxima vez que vengan a burlarse de un representante de la ley los encerraré toda la noche!

Cerró tan fuerte que quebró el vidrio de la puerta corredera, y se le escuchó lanzar una maldición desde e interior. Soun cruzó los brazos metiendo las manos dentro de las mangas con calma.

—Qué terrible que un hombre tan joven se encuentre así de estresado, ¿no le parece, Saotome?

—Le hace falta aprender a relajarse un poco o enfermará —respondió Genma igual de estoico—, no es bueno que un hombre joven descuide así su salud, Tendo.

—¿Alguien quiere un poco de té? —ofreció Kasumi que ya tenía puesto un pequeño pañuelo en el suelo de la vereda a modo de mesa con un par de pequeñas tazas.

—Traje también unas galletas —agregó Nodoka colocando una pequeña fuente sobre el mantel.

Nabiki, en silencio, comía una galleta intentando no meterse en la conversación como si quisiera mantener en alto la poca dignidad que le quedaba. Parecía no importarle a ninguno de ellos como los transeúntes miraban asombrados la pequeña reunión familiar en mitad de la calle.

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Ukyo Kunji terminó de preparar los okonomiyakis, que rápidamente sirvió en dos platos y deslizó por el mesón con una encantadora sonrisa.

—Aquí tienen, uno simple para Ranma, y otro especial para Akane. Corre por cuenta de la casa —le cerró un ojo a la chica.

—Un momento —Ranma reclamó extrañado—, ¿por qué el de Akane es más grande que el mío no?

—Simple, Ranchan —respondió Ukyo, ante una sonrisa culpable de Akane—, porque también hay que alimentar al bebé. Y que yo sepa tú no estás embarazado, cariño.

—Eso sería repugnante —murmuró Akane.

—Ni que lo digas —Ranma contuvo un escalofrío—. Bien, a lo menos es gratis —se sonrió cogiendo los palillos.

—Solo el de Akane, tú tienes que pagar el tuyo, Ranchan.

—¿Qué? ¿Pero por qué invitas a Akane y a mí no?

—Porque yo quiero —lapidó Ukyo.

—Pero si jamás me cobrabas antes.

—Porque antes era tu prometida y ya no lo soy, ¡así que pagarás como todo el mundo!

—No es justo…

—Ranma —Akane lo observó de manera peligrosa, mientras probaba su okonomiyaki—, no me digas que quieres volver a ser prometido de Ukyo.

—N-No, no es eso, pero…

—Entonces pagarás —concluyó Ukyo.

Ranma no protestó, sabía que sería peligroso hacerlo. Miró con resignación su más pequeño y muy sencillo okonomiyaki, que estaba seguro era incluso más pequeño de lo normal, en comparación al abultado, delicioso y resplandeciente que había en el plato de Akane. ¿Qué estaba sucediendo allí? Se rascó la cabeza todavía incrédulo, mientras Ukyo y Akane cuchicheaban y se sonreían dejándolo aparte.

—¿Entonces, están en una cita? Ya era hora que el tacaño de Ranma te sacara a alguna parte, cariño. Siempre aprovechándose de las inocentes chicas para comer gratis, sabía que no podía ser coincidencia...

—¡Oye!

—… Porque con lo celoso, tonto y controlador que es, me temía que quisiera encerrarte en casa como si fueras un ave empollando o algo así, ¡no puedes dejar que se salga con la suya siempre, lo vas a malacostumbrar!

—¡Ucchan!

—Además, si le permites hacer lo que quiera luego no podrás detenerlo. Desde el principio tienes que enseñarle a Ranchan quién es el que manda.

—Te estás pasando…

—Oh, ¿decías algo, Ranchan?

Ranma gruñó furioso por la manera con que Ukyo lo estaba ignorando, fue a abrir la boca para reclamar, cuando la chica volvió a evadirlo dirigiéndose rápidamente a Akane.

—Y, Akane, ¿ya sabes si será niño o niña?

—Ah, bien, sobre eso…

Ranma, frustrado, se dio por vencido. Cruzó las piernas y con una mano en la mejilla las evitó a las dos mirando hacia la pared. Ukyo entonces soltó una risa traviesa y Akane, preocupada, los miraba a ambos.

—Ukyo, ¿por qué tratas así a Ranma? Después de todo son amigos —le susurró con fuerza.

—Ay, Akane, eres demasiado buena para tu propio bienestar. ¿O es que me quieres cerca de él de nuevo como en los viejos tiempos? ¿De verdad quieres que otra chica flirtee con tu esposo?

—N-No, no, ¡claro que no, primero lo mataría...! Oh, digo, bien, ya sabes a lo que me refiero.

—Calma, calma, cariño, que ya me he dado por vencida con Ranchan, ¿no te lo dije la semana pasada cuando vinieron a disculparse en persona por todo? Como si necesitaras hacerlo, ya te lo dije ese día y te lo repito ahora, todos tenemos que madurar alguna vez, y no puedes elegir de quién enamorarte. Pero el señor ego sigue creyendo que puede comer gratis aquí cuando se le antoja, ¿te parece eso justo, Akane?

—Pues, ahora que lo dices, tampoco estoy muy feliz que «mi esposo» desee aprovecharse de una vieja amiga apelando a sentimientos que no quisiera ni imaginarme cuales son. Eso no sería para nada… conveniente.

Ranma, al escucharlas, su oreja tembló y sus hombros se encogieron acusadoramente.

—Entonces, cariño, ¿están en una cita?

—No —Ranma fue el que respondió antes que Akane, girando hacia ambas, recobrando todo el valor y orgullo que coronó con una arrogante sonrisa—; estoy secuestrado a Akane.

—¿Secuestrando? Ay, Ranchan, tú y tus bromas que… que después… y… —Ukyo perdió su sonrisa cuando chocó con el silencio de Akane que la observaba fijamente—. No, no puede ser, ¿no me digan que están hablando en serio?

La joven señora Saotome asintió con solemnidad.

—Ranma me acaba de secuestrar… otra vez —respondió resignada encogiendo los hombros, y ante el asombro de Ukyo actuó con normalidad comiendo otra pequeña porción de su okonomiyaki—. Está delicioso como siempre, Ukyo.

—Gracias, cariño… —respondió amablemente, antes de volver a chillar sorprendida—. ¿Pero cómo? ¿Por qué? ¿Volverán a irse de Nerima?

—Pues pregúntale al terco de mi esposo —sin mirarlo Akane lo apuntó con los palillos—, el mismo que no me quiere decir a dónde me lleva esta vez. ¡Siquiera me dejó prepararme!

—No teníamos tiempo para eso, Akane.

—¡Lo hubiéramos tenido si a lo menos me lo hubieses pedido antes en vez de cogerme a lo bruto y salir corriendo de casa!

—¡De advertirte de seguro algo nos hubiera detenido antes! Además, así ya no hubiera sido un secuestro —explicó ufano con las manos en alto.

—Ah, sí es verdad… —Akane aceptó su lógica relamiendo la punta de los palillos, hasta que reaccionó enfadada—. ¡Espera un momento!, ¿entonces la primera vez que nos fuimos de Nerima no me secuestraste? Porque recuerdo perfectamente que estuve de acuerdo contigo en el plan de escaparnos…

Ranma lo dudó retrocediendo como un acusado, pero al recobró la arrogancia y respondió confiado.

—Pero tampoco te pregunté si querías venir esa vez.

—Sí lo hiciste.

—No, no lo hice.

Ukyo, confundida, guardó silencio mirando rápidamente a uno y al otro intentando seguir la discusión.

—Me pediste que nos casáramos.

—Y me dijiste que sí.

—¡Por eso, sí lo hiciste, me preguntaste, deja ya de porfiar conmigo, Ranma!

—¡Por eso te lo digo, eres tú la que no me escucha! Te pedí que nos casáramos, pero jamás te pedí que vinieras conmigo. Simplemente te llevé y tampoco sabías a dónde.

—Ah… espera, no, no, un momento, me estoy perdiendo de algo, estoy segura que… ¿Cómo, de verdad que no me lo pediste?

—No, no lo hice.

—¿No?

—No.

—¡No!

—No, no, no.

—¿No de no, o no de sí que era no cuando quisiste decir que sí, pero no?

—Akane, basta, me confundes…

—¿Entonces…?

—No y no. La respuesta es no.

—Imposible, pero si estaba de acuerdo con irme contigo.

—Eso no cuenta: te llevé sin preguntarte y a un lugar que no sabías, técnicamente sí fue un secuestro; ¡gané!

—¡No! Yo… pero… ¡eso fue trampa, no es justo! Tú no puedes ganar una discusión conmigo.

—¿Y por qué no?

—Porque eres un bobo.

—¿Yo soy…? ¡Akane!

—Y te comiste mi helado.

—Fue un tonto helado, ¿no deberías olvidarlo ya?

—Nunca.

—Qué terca eres.

—Mira quién lo dice.

—¡Pero gané! Eso es todo lo que cuenta, tú misma lo reconociste —clamó apuntándola molestosamente con el dedo justo frente a su nariz.

—Yo… no… ¡Ah! No es posible que después de tanto tiempo, recién me dé cuenta que jamás me pediste que te acompañara, solo te saliste con la tuya, como siempre —bufó enfadada.

Ranma, molesto, respondió con una forzada sonrisa llena de ironía.

—Eso no es una novedad, Akane, todo el mundo sabe que eres bastante lenta para darte cuenta de las cosas —se burló—. Oye… ¿Akane? —Ranma se inclinó hacia su silenciosa mujer y comenzó a pincharle las mejillas molestosamente—. ¿Te enfadaste con una simple broma?

—¡Idiota! —Akane giró en la banca de brazos cruzados dándole la espalda a su esposo.

—Chicos, ¿pueden dejar de discutir en mi restaurante? —se quejó Ukyo un poco incómoda, avergonzada y también celosa de esos dos.

Ranma y Akane se miraron directamente, y dejaron de fingir enfado haciendo ambos una media sonrisa llena de complicidad.

Ninguno notó a los hombres que entraron a espaldas de ellos.

—Finalmente te encuentro, hijo traidor —dijo Genma.

—Ranma, cómo te atreves a intentar abandonar a un pobre anciano como yo —reclamó Happosai—, ¡es tu deber cuidar a tu maestro!

Ambos esposos giraron medio cuerpo en los banquillos, Akane con la punta de los palillos en la boca con recato tras el último bocado, mientras los del Ranma colgaban de sus dientes pues ya se había terminado su plato. Junto con Ukyo, los tres miraron fijamente hacia la entrada.

—Akane, cómo es posible que quieras dejar otra vez a tu familia, ¿es que no piensas en el dojo? —clamó Soun cubriéndose las lágrimas con la manga.

—¿Cuál dojo?¿El que no nos quieren entregar aunque se suponía debía ser nuestra herencia al casarnos? —preguntó Ranma enfadado.

—¡No te atrevas a seguir involucrándote en asuntos de mí familia, Ranma! —Soun bramó enfurecido y su cabeza se transformó en la de un enorme demonio azulado que llenó todo el espacio, con lengua de serpiente, ojos inyectados de sangre sobre un manto de humo (que Nabiki y Kasumi se encargaban de alimentar con abanicos sobre un brasero en la entrada) y enormes cuernos con una cabellera espectral—. ¡Eres todavía demasiado joven para comprender que…!

Y Ranma pinchó con los palillos la enorme cabeza que se desinfló dando rápidas vueltas por el restaurante como un globo. El joven no se veía siquiera amedrentado, por el contrario, parecía más enojado todavía, apenas conteniéndose con una expresión tan apática como la de su esposa ante los indeseables invitados.

—¿Qué haremos? —preguntó Akane preocupada.

—Tú termina de comer.

—¡Pero…!

—No has desayunado todavía, Akane, y tienes que alimentarte.

—… Ranma.

El joven dejó su asiento, y moviendo un brazo se enfrentó a su indeseado encuentro familiar. Desde el exterior podían escucharse los golpes, muebles partiéndose, gritos y amenazas, maldiciones cruzadas. Un grupo de curiosos se reunió en la entrada.

Akane le dio la espalda a la acción, mientras Ukyo temblaba de rabia al ver como destrozaban su local.

—Akane, ¿es que no vas a detenerlos?

Esho hashgo… —Akane murmuró con la boca llena intentando tragar.

Se atoró y Ukyo le alcanzó rápidamente un vaso de agua que bebió hasta el final. Entonces la joven señora Saotome giró ante el asombro de su amiga y vieja rival, justo en el momento en que se escuchó una amenaza del viejo maestro. Ranma trastabilló dando rápidos pasos hacia atrá resistiendo la fuerza de un golpe que lo llevó a estrellarse de espaldas contra el mesón al lado de su mujer.

—Estoy bien, Akane, solo fue un descuido.

—¡Pero no te desconcentres!

Ranma se agachó ante el aviso de Akane justo para evitar una silla que voló sobre su cabeza.

—Pero mi local no lo está, Ranchan —se quejó Ukyo entre ambos—, ¿quién me va a pagar este destrozo?

—¡Ya terminé! —dijo Akane rápidamente a su esposo.

—¿Segura? ¿No quieres otro? —preguntó el joven Saotome olvidando su mirada fiera cuando se dirigió a su mujer, sacándole rápido y tierno una miga de la comisura de los labios que se echó a la boca.

Sonrojada, Akane respondió preocupada por él.

—Ranma, ¿cómo puedes pensar en eso ahora? ¿Crees que yo… podría…? —Akane dudó mirando su plato vacío mordiendo la punta de los palillos—. Oh, bueno, quizás uno solamente…

Ranma suspiró.

—Ukyo, sírvele otro.

—Pero, Ranma, no es necesario, yo solo decía si…

—Ni hablar, no te quedarás con hambre. ¡Ukyo, dale otro!

Se alejó con prisa antes de escuchar a su esposa protestar.

—¿Pero lo pagarás? —preguntó Ukyo.

—¡Sí! —alzó la voz antes de enfrentarse otra vez a los tres que trataban de retenerlo.

—Ukyo, date prisa, tenemos que ayudar a Ranma —la instó Akane con las manos empuñadas, muy seria, mientras los ruidos de la lucha entre los hombres se reanudaba violentamente.

—¿Ayudar, y cómo?

Escucharon una amenaza de Happosai y luego un cubo de agua rompiéndose contra el piso. Al instante resonó la voz masculina de Ranma cantando victoria seguido por el gruñido de un panda furioso.

—Pues dame ya ese okonomiyaki, ¡debo comérmelo deprisa!

—¿Qué?... —Ukyo miró incrédula a la determinada señora Saotome y su voraz apetito.

Otra silla giró por el aire despedazándose sobre la entrada de la cocina, justo por encima de un asustado Konatsu que se agachó y observó la escena sin poder comprender lo que estaba sucediendo.

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Ranma abandonó el restaurante de Ukyo con Akane en sus brazos. Los pies del joven patinaron por el asfalto antes de girar y correr hacia la derecha. Tras ellos, los patriarcas salieron tropezando siguiéndolos.

El muchacho detuvo su andar frenando bruscamente.

—¡Ranma, qué sucede!

—Era por el otro lado.

—¿Cómo que...? ¡Ah!

Ranma corrió de regreso a encontrarse de frente con sus padres.

—Los tenemos, Saotome.

—Perdóname, hijo, ¡es por el bien de ambos!

—¡Ya no somos unos niños! —Akane gritó antes que su esposo, y con la destreza de una artista marcial, consiguió coger si pantufla y lanzarla con todas sus fuerzas.

Su suegro fue cogido por sorpresa, recibiendo la pantufla como un proyectil en toda la frente. Con una expresión de estúpida incredulidad se desplomo de espaldas en el preciso momento en que Ranma salta a sobre el panda rebotando en su cabeza, dando un segundo impulso para caer del otro lado sin detenerse.

—¡Buen tiro! —la felicitó su esposo.

—Gracias...

—Hija, Ranma, no puedo permitir que cometan un error —Soun fue el siguiente en cortarles el paso—. Ustedes no pueden vivir solos sin nuestros cuidados y...

—¡Papá, muévete!

—Sí, hija lo que tú digas —Soun dio un rápido paso atrás permitiéndoles cruzar.

—Soun, discípulo inútil, ahora es mi turno. ¡Ranma, pagarás por lo que me hiciste esta mañana!

—¡Akane, cierra los ojos!

—¿Qué?... ¡Ah, Ranma!

Ranma lanzó verticalmente hacia arriba a su mujer, la que se encogió en el aire cerrando los ojos, chillando asustada en la misma posición como cuando estaba en sus brazos.

Justo a tiempo para recibir al enfurecido maestro Happosai. El aura del anciano poseía una atemorizante fuerza.

—Ahora verás, niño insolente, lo que sucede si me provocan...

—Eso ni hablar —Ranma hurgó dentro de su camisa y sacó algo que arrojó al anciano con fuerza—. ¡Maestro, un presente para usted!

El objeto resultó ser una hermosa prenda íntima muy sensual con transparencias, tersa alrededor de un pequeño balón.

—¡Oh, Ranma, mi buen chico! —Happosai mutó en pura felicidad, y dichoso extendió los cortos brazos deseando recibir su presente.

Pero casi al atraparla en el aire, su rostro se desencajó de terror, cuando la esfera con la prensa giró, descubriendo la mecha mecha de una de sus propias bombas, que seguramente ese condenado muchacho de Ranma le había arrebatado dentro del restaurante.

Era demasiado tarde para escapar.

La explosión llenó de humo los cuatro inicios del cruce de las calles. Akane dejó de gritar cuando llegó a lo más alto, y gritó otra vez al caer cerrando los ojos más fuerte. Fue recibida por los firmes brazos de su esposo que la trataron con la delicadeza de la porcelana más fina.

—¡Vuelves a hacer algo como eso y estás muerto! —lo regañó al borde de las lágrimas.

Ranma sólo se rio inocentemente.

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Créditos:

Rumiko Takahashi

Fantasy Fics Estudios All Staff

Los tímidos followers

Anónimo y su hermano Guest

El que odia a Ranma y Akane

La chica que hizo spam

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Recorrieron callejones conocidos y se detuvieron delante de la escuela que tantas veces los había cobijado. Akane se movió un poco, acomodándose mejor en los brazos de su esposo como si descansara. Ranma la cobijó con más ternura. Ella comenzó a deslizar su mano lentamente por el pecho y hombro del joven, también alrededor del cuello, buscando enredar la punta de sus dedos en la trenza. Ambos concentrados en los recuerdos miraban el patio vacío a esa hora en que todos los alumnos se encontraban en clases, asomándose algunas cabezas por las ventanas de los salones.

—Todavía recuerdo mi primer día aquí —dijo Ranma aumentando su sonrisa traviesa—: eras odiosa, violenta y terca.

—Cómo olvidarlo —Akane dio un profundo suspiro—: tú eras desagradable, violento y maleducado.

Buscaron los ojos del otro, cuando Akane recostó un poco más su cuerpo sobre el hombro de su esposo queriendo que sus rostros se acercaran un poco más. Se sonreían, mitad desafío, mitad satisfacción.

—¿Qué pensaste cuando me viste por primera vez luchar contra todos esos chicos, Ranma?

—¿Qué pensé? No lo sé, ya no lo recuerdo —la evitó con cómico descaro.0

—Anda, dímelo, sí lo recuerdas.

—Te desconozco, Akane.

—¿Por qué?

—Actúas como una chica dulce.

—Bien —Akane se irguió a pesar de estar sentado en sus brazos, colocando las manos en la cintura para encararlo desde una altura superior—, si quieres comienzo a gritarte ahora, señor romántico.

—Pues puedo ser bastante romántico si me lo propongo.

—Ese es el problema, que pocas veces te lo propones.

—¿Eso crees?

—Eso creo, Saotome.

Ranma se sonrió a medias antes de hablar con una voz más suave, casi como un susurro que la hizo estremecerse repentinamente, a la vez que sintió una profunda calma, tanto como la que ya degustaba al estar sostenida por sus brazos.

—Ese día me di cuenta que no eras una chica normal.

—¿Y eso es malo?

Negó suavemente con la cabeza.

—A mí nunca me gustaron las chicas normales.

—Ranma, ¿lo dices de verdad?

El joven sonrojó furiosamente al tener a su mujer tan cerca y la volvió a evitándola otra vez.

—Digo, no es que me gustaran muchas chicas antes, tampoco es que me fijara en esas cosas, pero… todas las otras chicas siempre me parecieron… molestas. Pero tú…

—¿Te gusté desde la primera vez?

—Gustar… ¿gustar cómo?

—Vamos, Ranma —Akane se rio, también un poco sonrojada por las honestas y tiernas palabras de su joven esposo—, llevamos casados mucho tiempo, ¿es que todavía te pone nervioso decirlo?

—¿Decir qué?

—Ranma…

—Está bien, sí, me gustabas entonces… quizás, no lo sé bien. Solo recuerdo que… por alguna razón, no dejaba de mirarte.

—¿Lo hacías?

—Lo hacía. Ya, lo dije, ¿estás satisfecha?

—Ranma, ¿a pesar de haberte dado con esa pelota de béisbol?

Ranma no respondió. Cohibido por ese momento de intimidad solo atinó a asentir lentamente, siempre receloso, como un león acorralado contra una pared.

—Pero a ti te gustaba…

—No lo digas, Ranma, no por favor. Aquello no tiene importancia.

—¿Akane?

—Solo fue una fijación infantil, nada más.

—¿Lo dices de verdad?

Ella se sonrió ante la tímida muestra de celos de Ranma que la halagaban, pero también la torturaban un poco, porque ya no encontraba tan agradable hacerlo sufrir aún por un motivo tan pequeño.

—Fue un hombre amable con nosotros cuando más lo necesitábamos. Pero eso fue únicamente porque estaba interesado en Kasumi. Ya sabes que mis experiencias con los chicos no eran muy buenas desde la secundaria —apuntó con el pulgar por sobre su hombro, hacia el patio de la escuela.

—Ni que lo digas. ¿En secundaría también?

—Lamentablemente a Kuno lo conocí en la secundaria, y desde entonces siempre me molestó.

—Siempre supiste mantenerlo a raya.

—Sí, es verdad. Pero ya estaba cansada todos los días de lo mismo. Me gustaba ser fuerte, pero comenzaba a odiar que la gente viera solo eso de mí. Después de todo yo también quería un… un poco de romance como cualquier chica, alguien que me quisiera por sobre todo, ¿no es lo que cualquier mujer querría, y…? ¡No te rías!

—No lo… hago… pero…

—¡Ranma, ya basta, te dije que no te rieras!

—Está bien, bien, baja esos puños.

Ambos guardaron silencio volviendo a observar el jardín. Akane recostó su cabeza en el hombro de Ranma. Él pudo sentir el cabello de su joven esposa haciéndole cosquillas en el cuello y rostro, y le agradó.

—¿Cuándo fue, Ranma? —preguntó Akane.

—Creo que antes, cuando nos conocimos.

Akane abrió los ojos sorprendida, los cerró entonces sonriendo con satisfacción.

—¿Cuándo te aplasté con la mesa?... Sabía que eres un masoquista.

—Y tú una sádica.

—Sádico eres tú que siempre me maltrataste con tus insultos.

—A ti te gusta que te digan cosas, ¿no es verdad? Ahora comprendo todo, tú eres la masoquista, Akane...

—Ranma…

—… sabía que no eras normal. Sin contar que me tratabas de pervertido a cada momento, y ahora descubro que eres tú la que en realidad… ¡Ay!

—¡Ranma! —Akane tiró con ambas manos las mejillas de Ranma con fuerza—, ¿cuándo aprenderás a quedarte callado?

—¡Ya aprendí! ¡Ya aprendí! —suplicó con la cara larga como una papa.

Akane lo soltó, y fue ella también la que acarició las mejillas rojas de su esposo como consuelo a pesar que seguía mirándolo con disgusto.

—Tenías que ser tan brusca como siempre.

—Y tú tan bruto para hablar.

—Fue antes de la mesa.

—¿Antes? —Akane retrocedió un poco el cuerpo apoyando las manos en los hombros de Ranma, mirándolo con ansiedad y curiosidad—, ¿cómo antes? Si eso pasó el primer día… ¡en el baño! ¡Todo porque me viste desnuda! Ah, sabía que sí eras un pervertido…

—Tú también me miraste.

—Ya no lo recuerdo…

—Akane, no me mientas —Ranma afiló los ojos de manera acusadora, mientras Akane, fingiendo cómica inocencia, lo evitó girando los ojos en otra dirección—, que tú tuviste bastante tiempo para mirarme también. Pero no te culpo, después de todo sé que soy muy apuesto.

—Sigue y te terminarás pareciendo a Kuno.

—No lo digas, se me revuelve el estómago.

—¿Y a mí no?

Ambos se rieron suavemente.

—Fue antes, boba, antes que eso.

—Pero si ese día nos conocimos.

—Por eso, un poco antes.

—No entiendo.

Ranma aclaró la voz e intentó imitar la manera de hablar de su esposa, pero no con burla, sino con afectada emoción.

—«Mi nombre es Akane, ¿quieres ser mi amiga?»

—¡No mientas! No podías haberte enamorado de mí en ese momento.

—Yo no he dicho enamorarme, esas cosas llevan tiempo. Pero… supongo que me sorprendiste… un poco.

—Ay, Ranma, a veces dices cosas muy profundas cuando te lo propones.

—¿Entonces sí puedo ser romántico?

—¡Tonto! ¿Es que para ti todo tiene que ser una competencia?

—Sí —respondió sin siquiera titubear.

Akane dio un largo suspiro. Lo observó un momento, enternecida, como si no supiera qué hacer con ese bobo hombre al que tanto amaba. Pero no podía engañarse a sí misma, pues enérgico, arrogante y travieso también lo amaba. Descansó los brazos en los hombros de Ranma acercando otra vez sus rostros hasta que sus labios se rozaron sutilmente.

—A-Akane, ¿qué estás haciendo? Estamos en público.

—¿Y?... ¿Qué tiene de malo que quiera besar a mi esposo, el padre de mi hijo?

—Bueno, nada, supongo, pero…

—Ranma, ¿por qué te enamoraste de mí?

Ranma se sonrió, extasiado por el aliento de Akane.

—Supongo que sí fue la mesa.

—¿La mesa? —se preguntó su mujer un poco confundida.

—Sí, boba, me diste tan fuerte que... algo habrás dejado mal aquí adentro que terminé enamorándome de ti.

—¡Tonto! —lo regañó, pero al momento se sonrió divertida. Si no aprendía a tomarse a broma la mitad de las cosas que ese bobo le decía con tan poca delicadeza, no sabría cómo sobrevivir a ser una buena esposa de Ranma Saotome. Era una tarea difícil, pero algo que solamente ella, la más fuerte de todas, podría conseguir.

Sus labios se rozaron suavemente perdiéndose sus palabras convertidas en suaves caricias. Un beso tierno, casto, frente a la escuela que los vio crecer juntos conociéndose, enamorándose, necesitándose, protegiéndose y divirtiéndose. Como la veintena de alumnos que recostados en la ventana solo veían a la pareja. Y entre ellos, la «pequeña» maestra Hinako que parecía ser la que más disfrutaba del espectáculo comiéndose una bolsa de palomitas de maíz.

Ante la ruidosa explosión de silbidos y aplausos, ambos separaron los rostros avergonzados, descubriéndose el centro de las aclamaciones de los chicos y chicas de la escuela Furinkan.

—Ranma, ¿podemos irnos? —susurró Akane avergonzada, queriendo esconder el rostro.

—Te lo dije… —murmuró Ranma, intentando caminar firme a pesar que le temblaban las piernas, para escaparse de ese lugar.

—¡Allí están! —gritó Genma, al inicio de la cuadra apuntándolos con el dedo, siendo seguido por Soun Tendo y el maestro Happosai.

—Creo que ya nos descubrieron.

—Afírmate, Akane, vamos a correr.

—¿Más?... ¡Ay, espera!

Akane se abrazó a Ranma con fuerza hundiendo su rostro en el cuello de su esposo. Pudo sentir entonces la velocidad acariciando su cabello en la forma del viento. Adivinó que Ranma saltó sobre la pared de la escuela, y que corrió equilibrándose como en los tiempos en que estudiaban en ese lugar. Aunque no miraba, podía escuchar los gritos de sus padres y del enfurecido maestro que prometía venganza por su derrota.

Ella, sin embargo, no se preocupó por nada. Tampoco pensó en la extraña situación que los envolvía. Todo le resultó tan familiar, que al cerrar los ojos imaginó que no estaba embarazada, que no estaba casada, que no tenía veintiún años; sino que apenas dieciséis, con el uniforme de la escuela y el cabello largo como al principio de sus días de preparatoria, abrazada y con el rostro escondido en él de la misma manera con que varios años atrás lo tuvo hundido en ella, en la versión femenina de Ranma. Entonces asustada, abrazada con fuerza a él, o ella, gozando por vez primera de la cálida sensación de sentirse protegida en un contacto físico tan íntimo. Cruzando el círculo que imaginariamente había levantado como una barrera a su derredor, siempre a la defensiva por culpa de sus acosadores habituales; se sentía segura, sí, algo que le era desconocido pero atractivo, desorientándola. ¿Pero era posible haberse sentido tan segura en brazos de aquel muchacho al que apenas conocía, que se convertía en chica, y que se suponía debía detestar? Esa vez estaba asustada de lo que había sentido, ¡ella no podía haber sufrido tal golpe en su corazón al abrazar a otra chica!

A esa edad ella también tenía dudas, miedos, inexperiencia pues jamás había permitido que un hombre se le acercara tanto, pero tampoco era un hombre sino que ambas eran chicas en esa situación… Y el miedo la había perturbado de una manera tremenda, demoledora; ¿realmente sintió algo por otra chica? ¿O sintió algo por «esa chica»? ¿Sintió algo por Ranma fuera chico o chica?... Un sentimiento ya complejo de por sí, que se sumó a todo lo que iba a cambiar, perder y ganar en un único día; en el que ella terminó llorando un final esperado, un despertar amargo a sus ilusiones que nunca pasaron de ser eso, sueños de una niña buscando una seguridad que no tenía en su vida, en su hogar, porque seguridad y amor eran dos cosas muy diferentes para una niña que aparentaba fuerza pero carecía de apoyo. Para que al atardecer de ese mismo día pudiera sonreír a un nuevo inicio, a un nuevo sentimiento, no nacido de la necesidad sino producto de un auténtico candor que no quiso detener a tiempo, sino que osada como ante todo desafío abrazó torpemente creyendo que podría ganar y someter.

Ta ingenua y necia, como todos los que se enfrentan al amor, sin saber que posee el poder de transformar la realidad.

Junto a ella ese sentimiento crecería día tras día, superando prueba tras prueba, desde las dudas comunes en una jovencita, celos e inseguridad, hasta desafiar el peligro de la muerte más auténtica tomando la decisión que supera a la lógica y al instinto propio de vivir a cambio de la vida del que más ama. Templado entre el fuego de la pasión y el miedo a perderlo, es que se forjó así el amor más perfecto, brillante e imbatible. Amor que solo podía sentirse una única vez en la existencia, de una mujer que lo entregaría todo a un único hombre digno de ella, decisión de la que jamás se arrepentiría para bien o para mal, pues a él le dedicaría feliz el resto de su vida.

No escuchó lo que Ranma le susurraba al oído con prisa. Tampoco las amenazas y gritos de sus padres. Menos las preguntas de su propia cabeza pues ni ella conocía a dónde la llevaría ese idiota de su esposo esta vez. Ella solo se acurrucó abrazándolo, no preocupada por ella ni tampoco por la delicada vida que cargaba dentro su ser, pues se sentía en sus brazos tan protegida, mientras Ranma volaba entre saltos equilibrándose sobre tejados y vallas, como si estuviera resguardada entre mullidos cojines.

—¡No te preocupes, Akane, los dejaremos atrás! —bramó su esposo con una media sonrisa, como cada vez que quería infundirle confianza.

Akane cerró los ojos con más fuerza frotando su rostro contra el cuello de Ranma, dividiendo su conciencia con los recuerdos que la hacían disfrutar más su realidad, sonriendo de placer. ¿Preocuparse ella? Un poco más relajada y se podría quedar dormida respirando esa fragancia masculina que tanto le gustaba, como si estuviera descansando en una apacible hamaca disfrutando de la brisa de la tarde.

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Los esposos fugados llegaron a la entrada de la estación de trenes de Nerima. Ranma respiró con fuerza tratando de recobrar el aliento, hasta que consiguió calmarse lo suficiente como para poder hablar.

—¿Los ves? —preguntó.

—Nos siguen de cerca —respondió Akane, que abrazada a su joven esposo miraba hacia atrás.

—¿Es que no se darán por vencidos? —se quejó mirando el cielo, con el cabello sudado pegado a su frente, dando un resoplido.

—Pues si lo piensas, Ranma, a alguien debimos salir tan tercos.

—¿Y si está en la sangre?

Akane acarició tiernamente su vientre abultado.

—Entonces tendremos que acostumbrarnos.

—Y yo que creía que lo obcecada lo sacaste de tu madre...

—¡Ranma!

Dentro de la estación, esquivó ágilmente a los pasajeros que observaban curiosos a la llamativa pareja. Dos estudiantes de preparatoria casi chocaron con ellos, de no ser por una jaló precavidamente del brazo a si distraída amiga.

—¡Lo siento! —dijo el joven sin detenerse.

—¡Perdón! —lo secundó su esposa que abrazada a él miraba hacia atrás, a las dos chicas. Cuando su gesto se tornó extraño—. Oh... No, no es nada —Akane se cobijó hundiendo su rostro de en el hombro de Ranma—; solo que creí ver...

Tras ellos quedaban las dos chicas, de largas y anticuadas faldas tableadas hasta los tobillos y pañuelos rojos en el cuello que hacían juegos con sus blusas estilo marinera de mangas largas y oscuras.

—¡Qué joven más imprudente! Y esa no es una manera educada de llevar a una mujer embarazada, es muy peligroso.

—¿Lo notaste, Nodoka?

—No quiero saber lo que imaginaste ahora, Kimiko.

—Oh, vamos, Nodoka, no seas aburrida. Mi instinto de detective privado me dice que esos dos están escapando...

—Tú no tienes instinto de detective, Kimiko —la cogió del brazo arrastrándola en la dirección opuesta—, se nos hará tarde para tomar nuestro tren.

—Qué aguafiestas eres...

—¿Aguafiestas yo? —Nodoka alzó la voz indignada—. Espera un momento, ¿ya olvidaste la razón de nuestro viaje?

—Por supuesto que no, estamos aquí porque... eh... ¿iríamos de paseo a Kioto?

—Vamos a conocer a tu prometido misterioso, Kimiko.

—¡Y-Ya lo sabía!

—No, no lo sabías. Lo olvidaste completamente. ¡Kimiko, eres imposible!

—Sí lo recordaba, Nodoka; espérame, no camines tan rápido... Nodoka, era una broma... ¡Nodoka, deja ya de ignorarme!

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En la entrada de la estación, Soun y Genma se detuvieron jadeando, pasándose las mangas por los rostros empapados en sudor.

—Saotome, ya no estoy en edad... para estas... estas carreras.

—Tiene... toda la razón, Tendo. Cuando atrape... a ese hijo malagradecido yo... yo...

—Son una vergüenza, par de inútiles —los regañó el anciano Happosai saltando ágilmente ante ellos—, jamás se atrevan a decir que son mis discípulos.

—Pero, maestro, si hemos corrido por toda Nerima.

—Silencio, Genma, bueno para nada.

Tras ellos las tres mujeres los observaban pacientes.

—Ya era hora que llegaran, Genma.

—¿Nodoka? —Genma quedó estupefacto.

—¿Kasumi? ¿Nabiki? —Soun también se mostró sorprendido al ver a sus hijas allí—. ¿Cómo consiguieron llegar antes que nosotros?

—Papá, ¿no es obvio? —respondió su hija Nabiki con una mano en la cintura, gesticulando con la otra en alto—. Si mi cuñadito y Akane pretendían dejar la ciudad, vendrían a la estación tarde o temprano.

—Tomamos un taxi, papá —dijo Kasumi más animada que de costumbre.

—Y por supuesto le dije a conductor que mandara la cuenta al dojo —agregó Nabiki sin siquiera alterarse—, porque te conozco y sé que no querrías que tus hijas anduvieran a pie por la ciudad sin ningún resguardo, ¿no es verdad, papá?

—Muchas gracias por costearnos el paseo —Nodoka agradeció honestamente—, fue todo muy agradable, hasta tuvimos tiempo de dar una vuelta por el nuevo gimnasio de mi hijo, trabajan jóvenes muy amables allí, me siento tan feliz que Ranma y Akane vayan a tener su propio negocio; ¿cómo se llamaba el muchacho tan educado que nos atendió?... ¿Yoshiro era su nombre?

—Sí, el joven Yoshiro, nos contó que era un amigo de Ranma y que vino a Tokio únicamente para ayudarlo, ¿no es muy atento y dedicado de su parte, papá? También nos llevó a comer muchos dulces en el nuevo salón de té en el centro comercial, que queda casi al lado del gimnasio; es un lugar muy bonito —agrego Kasumi—, espero que no le haya sido muy costoso…

—Yoshiro es un viejo conocido mío —Nabiki sonrió con malicia—, así que no tuvo problema en pagarnos la comida.

—… y quizás podamos ir con Tofu un día de estos en una… una… ¡una una cita! —exclamó Kasumi avergonzándose, con ambas manos en las mejillas—. ¡Es todo tan emocionante!

—Debe serlo, Kasumi querida —la felicitó Nodoka—, luego aprovechamos en realizar algunas compras de cosas que hacían falta en casa.

—Y por supuesto que pagamos a nombre del dojo, papá —agregó Nabiki sonriente—, gracias, eres tan bueno como siempre.

—Cuando llegamos todavía no aparecían los muchachos.

—Tampoco mi hermana Akane o el joven Ranma.

—Así que nos fuimos a comer al café de la estación —Nabiki cruzó los brazos satisfecha—. ¡Hemos comido tanto! Ah, papá, lo olvidaba, el dueño del café te conocía, parece que es un viejo amigo tuyo de la junta vecinal. Así que recuerda después cancelarle la cuenta.

—Y los vimos llegar… Papá, ¿te sientes bien? —preguntó Kasumi preocupada por su padre, que pálido se deshizo en el piso como si su espíritu dejara su cuerpo.

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Los hombres corrieron subiendo las escaleras. Más atrás, Kasumi, Nodoka y Nabiki los seguían con mucha calma marcando el paso en cada escalón con cuidado.

—Es peligroso correr por los escalones...

Kasumi no alcanzó a terminar su comentario, cuando los dos hombres y un panda cruzaron por el lado de las mujeres, rodando estrepitosamente escaleras abajo.

—… oh.

—Espero que no se hayan lastimado —dijo Nodoka, pero en su voz se notaba más resignación que piedad.

—No tienen que preocuparse —las instó Nabiki a seguir subiendo, ignorándolos—, están bien, ya los conocen, solo están jugando.

—Encuentro que es muy poco apropiado, en especial cuando fueron ellos los que estaban tan apresurados. Si seguimos así

—Tía Nodoka, pero es bueno no perder la alegría. ¿Les conté lo optimista y alegre que es mi querido Tofu?

—Tan solo tres veces desde que llegamos a la estación, Kasumi —se quejó Nabiki.

Kasumi se rio como la encarnación de la más despreocupada felicidad. Nodoka intentó sonreírse de manera conciliadora y Nabiki se encogió de hombros.

—Me preguntó si todas las mujeres pierden un poco la cabeza al enamorarse —murmuró Nabiki un poco preocupada.

—Yo me casé con Genma, querida.

Nabiki tragó con dificultad ante la gélida mirada de Nodoka. Ninguna de las dos volvió a tocar el tema, mientras Kasumi seguía hablando de las virtudes del buen doctor Tofu.

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—Disculpe, amable señor guardia de seguridad —preguntó Kasumi con exasperante calma y lentitud que impacientó a los hombres que iban en su grupo—, ¿habrá visto pasar por aquí a un joven cargando a una mujer embarazada?

—¿A un joven cargando a una mujer embarazada? —repitió el hombre de mediana edad, turbado al haber girado encontrándose de golpe con la exótica comitiva.

—Secuestrada, Kasumi, ¡Ranma se llevó a mi hija a la fuerza!

—Pero Akane parecía feliz, papá —respondió tímidamente la mayor de las hermanas.

—Eso no importa —Soun desesperado se adelantó a su hija cogiendo al guardia por los brazos, sacudiéndolo con brusquedad—. ¡Deben ordenar que paralicen la estación! ¡Llamar a la policía, los bomberos, las fuerzas de autodefensa, al gobierno...!

—Aquí vamos de nuevo —lamentó Nabiki.

Nodoka a su lado suspiró lamentando a su vez no haber traído la katana, un poco cansada de tener que lidiar con esos hombres. Y más irritada se sintió cuando vieron al maestro persiguiendo a unas chicas de preparatoria, mientras el panda de mechones canosos corría tras el anciano con carteles que suplicaban se detuviera.

—Papá, por favor, deja que nosotras nos encarguemos —Nabiki cogió a su nervioso padre por el brazo.

—Papá, es hora que descanses un poco —Kasumi tomó a su padre por el otro con una dulce sonrisa, pero no menos firmeza, obligándolo ambas a retroceder.

Nodoka se encargó de hablar con el confundido guardia.

—Perdone, señor, ¿pero sería tan amable de indicarnos si no ha visto pasar por aquí a un joven cargando a una muchacha...?

«Que es mi hijo», rezaba el cartel que sostuvo el panda detrás de Nodoka.

—¡Que ha secuestrado a mi hija! —Soun alzó la voz.

—Mi hermana menor Akane —dijo Kasumi.

—Que es la esposa de ese muchacho insolente de Ranma —protestó Happosai con resentimiento y un par de chichones más que se ganó gracias a las chicas a las que antes molestaba.

—Esto ya se está volviendo tedioso —murmuró Nabiki.

—¿Su hijo? —volvió a preguntar el hombre bastante nervioso mirando al panda detrás de Nodoka.

—Así es, nuestro apuesto y varonil hijo —Nodoka sonrió encantada indicándose a ella misma y a su esposo, el viejo panda—, ¿es que no nota el parecido?

—¿Parecido, señora? —el guardia miró al panda, a Nodoka, al panda, a Nodoka, al panda y a Nodoka otra vez—. B-Bueno, señora, si usted lo dice… ¿Es su esposo? —insistió en preguntar apuntando al panda con el dedo en alto.

Nodoka miró al panda. Genma le devolvió la mirada a Nodoka. Tanto habían pasado, pero por alguna razón el viejo panda tenía una mirada nostálgica y perturbadora. Nodoka se sonrojó un poco, después de esos últimos años quizás ya era hora de comenzar a perdonar y aceptar que la idiotez era parte natural de ese hombre, y tal vez uno de sus encantos; pues no podía culparlo por siempre porque también fue su culpa dejarlo llevarse a su hijo.

—Sí, señor, él es mi esposo, Genma Saotome.

El panda bajó las orejas sumiso y sus ojos se humedecieron dando un suave gruñido, cuando sintió la mano de su mujer aferrarse con tierna fuerza al pelaje de una de sus enormes patas. El momento fue interrumpido por Soun, que soltándose de sus hijas se cruzó empujando a Genma, el que, al dar el paso en falso, abrazó con sus enormes garras a su delgada esposa de manera protectora.

—¿Los ha visto? Es mi niña, ¡no puedo dejar que se la lleve de nuevo! No voy a permitir que Ranma me quite a mi hija. Ellos debían quedarse en casa, con el dojo, conmigo, jamás tenían que dejarme… No… no puedo perderla, no a ninguna de ellas, no como su madre…

—Papá —susurró Kasumi al comprender la soledad de su padre y sus miedos.

Nabiki también lo observó de una manera particular. Siquiera Happosai osó interrumpirlo con alguna de sus salidas, pues el anciano maestro miró muy serio al hombre que fue su discípulo, como si siempre hubiera conocido el auténtico miedo en el corazón de Soun Tendo.

El guardia asintió temeroso.

—Creo que los vi irse por allí, hacia el andén sur.

Todos corrieron entonces siguiendo a Soun hacia las nuevas escaleras, rodeados por la gente que los miraba sorprendidos. Más atrás, el enorme panda dio un paso y notó que Nodoka estaba cansada de moverse con el incómodo kimono.

—Genma, ¿qué haces? —reclamó Nodoka, turbada con el rostro afiebrado.

El panda gruñó sorprendiéndola y la cargó en brazos antes de correr tras su viejo amigo.

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Soun seguido por el resto, corrió hacia el andén intentando alcanzar la puerta de uno de los vagones.

—¡El tren, está por partir!

—¡Alcánzalo! —gritó Happosai saltando a su lado.

—¿Pero está bien pasar sin pagar? —preguntó Nodoka en brazos del enorme panda.

—Papá lo acaba de hacer, tía —respondió Nabiki tras ella.

«El maestro es un viejo estúpido y libidinoso».

—¿Qué dijiste, Genma, mal discípulo? —Happosai en uno de sus salos giró hacia atrás y lo miró enfurecido.

Genma como panda bajó las orejas y gruñó un asustado gimoteo, y miró a su mujer desesperado. Al tener las garras ocupadas en cargar protectoramente el frágil cuerpo de Nodoka, era su esposa la que sostenía el cartel en alto por en su lugar.

—Oh, lo lamento, maestro Happosai, ha sido mi error —respondió Nodoka, un poco avergonzada, y giró el cartel mostrando lo que estaba escrito por detrás.

«Digo… ¡que hay que darse prisa!»

—¡Detengan ese tren! —ordenó Soun.

Se escuchó el silbato del oficial del andén, y la familia corrió los últimos metros consiguiendo entrar apretujados por la pequeña puerta, hasta casi tropezar, deteniéndose a mitad del pasillo entre los asientos y los curiosos pasajeros que retrocedieron hasta las ventanas al ver un enorme oso entre ellos. Todos exhalaron suspiros cuando la puerta se cerró intentando recobrar el aliento. Lo habían conseguido justo a tiempo.

—¡Lo hicimos, Saotome!

«Ya los tenemos», decía el nuevo cartel que sostenía una risueña y nerviosa Nodoka en lugar de su marido; ya que por alguna razón Genma todavía no la había querido baja de sus mullidos y peludos brazos, provocando un ligero rubor en su avergonzada esposa pero entusiasta y feliz esposa.

Tras unos segundos de silencio, Genma dio un corto gruñido.

—¡Ah!, lo siento, querido, lo olvidaba —Nodoka rápidamente giró el cartel mostrando un nuevo mensaje escrito por el reverso.

«No pueden escapar del tren. Ahora solo es cuestión de buscarlos».

—¿Se refieren a ellos? —Nabiki, levantando una ceja, apuntó hacia la ventana. Todos siguieron el dedo de la chica girando sus cabezas lentamente.

Akane Saotome esbozaba una encantadora sonrisa con una mano sobre su vientre y la otra en alto. La movía lentamente despidiéndose de ellos, siempre descansando en los fuertes brazos de su esposo Ranma Saotome. El joven también se sonreía, apenas podía mover la mano por debajo de las piernas de su mujer también como despidiéndose; pero a diferencia de su esposa, lo hacía con arrogante burla y el resplandor de victoria en su mirada, parado en el andén opuesto.

El ruido de algo rasgando con rapidez una superficie dura los distrajo, al volver sus rostros descubrieron que Nodoka Saotome, todavía muy cómoda en los brazos de su esposo el panda, la que escribía rápidamente y concentrada sobre otro letrero. Terminó y lo levantó mostrándoselo al resto con una conciliadora sonrisa.

«¿No creen que ya sea hora de aceptarlo?»

—Papá, la tía Nodoka tiene razón —dijo Nabiki girando el rostro hacia su padre con una amenazante sonrisa—, no puedes controlar nuestras vidas… Y más vale que no lo intentes conmigo.

—Papá, lo siento mucho —agregó Kasumi con severa calma—, pero no está bien que quieras controlar las vidas de Ranma y Akane, tampoco las nuestras, aunque tus intenciones hayan sido buenas. Oh, papá, lo lamento mucho, ¿he sido muy dura?

—En la vida un guerrero debe saber reconocer una derrota —agregó Happosai con sorprendente solemnidad.

Soun Tendo exhaló un profundo suspiro y descansó los brazos cruzándolos, escondiendo las manos dentro de las amplias mangas de su viejo traje de entrenamiento. Siempre intentó hacer lo mejor por su familia, se lo había prometido a su mujer, que cuidaría por siempre de sus tres hijas. Ahora sabía que esa promesa no la podría cumplir jamás de la manera en que la había imaginado. No por siempre viviría él para protegerlas, así que lo mejor que podría haber hecho era asegurar el futuro de las tres, en lugar de impedir que se apartaran de su lado. Se había equivocado; al volver, tendría que sentarse frente al altar con la fotografía de su amada Kimiko, y tener una larga conversación disculpándose con ella. Asintió como era su costumbre hacerlo, como el hombre mesurado y disciplinado que siempre demostró ser.

—Hace mucho tiempo que no tenemos un paseo familiar, ya que estamos aquí podríamos ir a dar una vuelta al parque de Shinjuku, como cuando eran más pequeñas.

—Me parece aburrido, ya no somos unas niñas… Pero si prometes llevarnos a comer helado, entonces lo soportaré de la mejor manera posible, papá —respondió Nabiki con un entusiasmo que pareció auténtico.

—¿Y Akane? —preguntó ingenuamente Kasumi—, ¿no irá con nosotras?

Soun cruzó los brazos escondiendo las manos dentro de las mangas. Respiró profundamente y exhaló todo el aire en un largo suspiro antes de responderle a su hija.

—Kasumi, tu hermana Akane ya tiene su propia familia por la que preocuparse, como un día espero también ustedes tengan las suyas—a pesar de su sonrisa, los ojos de Soun se humedecieron. No como esas lágrimas fáciles que solía derramar como un crío; sino con aquel resplandor húmedo que solía acompañarlo en cada tarde, cuando detenía sus juegos de shogi para observar en silencio el atardecer.

Su amigo, el único que lo comprendía lo suficiente como para jamás hablarle durante los largos silencios que interrumpían sus juegos, asintió con un solemne gruñido. Nodoka se aferró con fuerza al pelaje de su esposo como si intentara retener el temblor de su cuerpo, producto de los dolorosos latidos de su propio corazón.

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El tren comenzó su marcha lentamente. Akane siguió moviendo la mano hasta que el último carro desapareció tras una curva detrás de una línea de edificios.

—Se lo tienen merecido —murmuró Ranma con desquite.

—Espero disfruten del paseo —dijo Akane dando un largo suspiro. Finalmente había llegado la hora y volvió lentamente la cabeza para enfrentar a su esposo, cruzando con igual calma los brazos—. Entonces, señor «yo hago lo que quiero y olvido que tengo una esposa en quién confiar mis planes», ¿no crees que ya sea hora de darme una buena explicación?

—¿Explicación? —Ranma la evitó desviando la mirada con evidente descaro—, no sé a qué te refieres.

—Ranma…

—Bien, bien —cerró los ojos con esa arrogancia que jamás lo había abandonado cuando debía dar excusas—, pero todavía no.

—¿Todavía no?

—Cuando lleguemos te lo diré todo.

—¿Decirme qué?... ¿Es que no volveremos a nuestro departamento en «Nagano»? ¿No tenemos que esperar el siguiente tren? —preguntó sorprendida y curiosa al notar que se dirigían de regreso hacia la salida de la estación.

—No.

Akane torció los labios. Conocía el tono juguetón de Ranma y que no podría sacarle nada más, en especial cuando su esposo pareció ensimismarse, silbando alegre una pegajosa melodía, únicamente para exasperarla.

—Ranma, ¿a lo menos me dejarás que camine? —preguntó recordándole que todavía la cargaba en brazos, siendo el centro de todas las miradas de la gente.

—No —dijo rápido y con energía.

—¿Y por qué no?

—Porque no.

—Ranma, basta, ya no estamos huyendo, ¡puedo caminar por mí misma, esto es ridículo!

—No quiero.

—Pero… ¿por qué?

—Porque me gusta cargarte en mis brazos, Akane, ¿o es que nunca te diste cuenta?

Volvió a susurrar alegre, ignorándola. Akane dudó arrugando la camisa de su esposo al empuñar las manos. Al final, luchando contra su propio auténtico deseo de permanecer así en sus brazos, y muy sonrojada, murmuró incómoda.

—Pero todos… todos nos están mirando.

—No me importa —respondió indolente, antes de volver a silbar como si aquello fuera lo más natural del mundo.

—Eres un pervertido… —se quejó la chica suavemente, resignada e indefensa a su auténtico deseo que la hizo acomodarse abrazando los anchos hombros, y cerrando los ojos.

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Créditos:

Psicomari

JHO-san

Sophy-hei

Aoi Fhrey

Alissha

LumLumLove

Naananase

Mi querida Randuril a la que dedico este capítulo

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Cerca había una pequeña plazuela desde donde podían escucharse los gritos alegres de los niños. La callejuela terminaba dos cuadras más adelante en una calle perpendicular. Se veía a la distancia la vieja cerca que delimitaba el borde del canal, donde diariamente años atrás caminaban rumbo a la escuela.

Antes era un lote vacío en el que muchas veces habían luchado, discutido, acampado como cuando a él lo echaron de casa por culpa de un capricho del maestro, o simplemente cruzado en alguna de sus locas persecuciones. Los años, aunque pocos, también habían dejado su huella en la siempre inquieta Tokio. Hoy el terreno vacío se encontraba ocupado, transformados los anteriores espacios en fragmentos que solo perdurarían en sus recuerdos; no perdidos para siempre, mas convertidos en los cimientos de las otras memorias que traería el mañana.

Ella no podía, o no quería en su temor, darse cuenta de lo que Nerima quería decirle:

«He crecido, madurado contigo, para recibir en mi seno a tus hijos e hijas; como un día también te cobijé a ti, a tu madre y a tu abuela».

—Cuando gané el mundial de wushu no solo obtuve un trofeo —no había arrogancia en las palabras de Ranma. Un nostálgico timbre en su voz delataba la tierna fragilidad de su espíritu—. Llegaron contratos de marcas publicitarias, algo sobre ponerle mi nombre a no sé qué cosas...

—¿Cómo los comerciales que vas a grabar a finales de mes? Eso ya lo sé, Ranma, me lo dijiste hace semanas.

—Takeda fue el que me ayudó con eso, también lo sabes.

—Y lo invirtieron todo en el nuevo gimnasio...

—No, no todo, Akane —respondió impaciente casi hablando a la par con ella.

—... ¿Me mentiste?

—¡Claro que no! Digamos que... únicamente no te lo dije todo —la evitó tímidamente.

—Ranma, ¿qué estás tramando esta vez?

—Eso es lo que estoy tratando de decirte, boba —Ranma se detuvo al final de una línea formada por arbustos podados de un metro de altura, donde la entrada comenzaba con una bonita hilera de pastelones —. Aquí es.

—¿Aquí dónde?

—Tu nueva casa.

—¿Bromeas?

Ranma respondió con una media sonrisa que ella no pudo interpretar. El joven con mucho cuidado la bajó. Akane debió sostenerse del brazo de su esposo por culpa de un repentino mareo, a causa de sus nervios.

Se encontraban ante una bonita y sencilla casa, espaciosa, de dos pisos, con un visible jardín lateral y aparentemente uno más amplio que continuaba por detrás. La tierra estaba húmeda y rastrillada como si el césped hubiera sido sembrado recientemente. Un amplio ventanal de marcos de aluminio era en realidad una puerta corrediza que unía la sala de piso de tatami, con el borde de madera elevado por encima del jardín. Su interior se encontraba casi vacío de no ser por un par de muebles como la mesa y algunas cajas apiladas contra la pared.

—Es hermosa... ¿Ranma, es verdad?

Ranma abrazó a su esposa por detrás, rodeándola a ella y también a su hijo pronto a nacer.

—Sí —susurró con voz también temblorosa. Antes tan arrogante, orgulloso, fuerte y seguro; ahora débil ante un sentimiento contra el que jamás pudo ganar—, es tuya, Akane.

Akane cubrió con sus manos las de Ranma.

—No es así...

—¿No?

—No mía, Ranma. No mía... —Akane no pudo tampoco luchar contra las lágrimas que brillaron sobre sus mejillas reflejando los primeros tonos ambarinos del atardecer—, es nuestra.

Ella sonrió como a él tanto le gustaba. Acarició lentamente el rostro de Ranma, recorrió con sus dedos el mentón más anguloso a cuando lo había conocido. Año tras año, creciendo juntos, jamás notó los cambios, pues siempre le pareció el mismo Ranma que ella tanto amaba; pero pudo verlo, en ese momento, tan distinto que la hizo sentirse cohibida. Ya no un niño que despertaba su afecto; sí un hombre que le provocaba contradictorios sentimientos de ansiedad, temor, emoción y seguridad.

—Akane...

No le permitió hablar, sabía lo que tanto lo preocupaba, debían ser sus lágrimas que cosquilleaban al recorrer su rostro. Pero a ella no le importó que él la viera llorar, el orgullo quedaba finalmente sometido a más poderosos sentimientos, y se alegró porque tal como soñó una vez, así tenía que ser.

Juntos se quedaron frente al nuevo hogar, uno cobijado en el otro. Ni el ruido de un vendedor callejero, ni un coro de niños cantando Niji to taiyou no oka durante una clase de música en la escuela primaria cercana, ni el agitado viento que meció sus ropas y cabellos, ni el grito angustiado y distante de una amazona china, pudo interrumpirlos.

Se cobijaron un poco más buscándose mutuamente en los brazos del otro, mientras emocionados, mudos, con las miradas cristalinas, observaban su nuevo hogar. Finalmente encontraron en Nerima la paz que habían anhelado, el lugar al que realmente pertenecían, para Ranma el final de su largo viaje por los solitarios caminos de Japón.

Y no, no era aquella casa.

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Fin

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Larguísimas notas al cierre:

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(Suspiro profundo)

Hemos llegado hasta aquí, mis queridos amigos, al esperado final. Primero tómense su tiempo, sé que esto no es fácil, cada uno tendrá sus propios sentimientos al haber acabado una historia. No es igual a un capítulo, no es lo mismo, pues sabemos que ha llegado la hora de despedirnos de este mundo en particular, sentir nostalgia y tristeza, y luego saltar al siguiente. Ahora, ¡felicidades a todos los que aparecieron en los créditos! Y también a los que leyeron solamente, también los felicito, pues esta historia jamás habría existido sin ustedes, que le dieron vida con sus lecturas. Es por ello, que ante la imposibilidad de escribirle a cada uno —son como cien, ténganme piedad, que el capítulo ya me costó meses acabarlo—, es que he querido, como un último obsequio a todos ustedes, hacerlos partícipes del último capítulos incluyendo los créditos en el interior. Y sí, me ayudaron, pues son pausas necesarias para dar efecto a la obra. Así que sus nombres cumplen un rol muy importante, y cada vez que se lean en el futuro, si es que alguien seguirá leyendo este fic algún día, podrá leer los nombres de todos los que también participaron durante su desarrollo. Espero les guste. Ah, y antes de mandarme la parrafada de las parrafadas, les advierto que al final de la nota interminable, viene un pequeño juego para celebrar este final. ¡Así que nada de dormirse!

Listos. ¿Ya estamos? Bien, mis queridos amigos, hora de seguir.

Por más que lo pensé, no he podido dar con algunas palabras que puedan expresar lo que siento. No, no hay discursos emotivos, tampoco palabras que puedan cambiar el transcurso de la historia, no existe tampoco una frase que se haga célebre o un poco de sabiduría que repartir, puesto que soy el más necio de los autores. También, porque creo que al hacer algo que siempre me ha costado, es que existen muchos sentimientos encontrados que prefiero guardarlos y conversarlos únicamente en la intimidad. Perdónenme por esta pequeña excentricidad de querer justamente al final, cuando debería abrirme más, encerrarme un momento a solas para tomar una taza de té, meditar en lo conseguido, en lo aprendido, y mirar por la ventana cómo el viento invernal sacude las pocas hojas que quedan en los árboles.

Les rogaré que me tengan paciencia y que se queden con lo que de verdad importa: esta historia, como un final que siempre quise darle a una querida serie, a más queridos personajes, que me ayudaron a descubrir lo que más me gusta hacer en la vida. Porque es a través de esta ficción creada por Rumiko Takahashi, y el mundo del fanfiction, que se me permitió canalizar esta imaginación que siempre creí negativa y traté de ocultar del mundo.

Decidí entonces escribir fics como muchos comenzamos, queriendo escribir una historia a nuestro gusto cuando no encontramos más que leer; decidí volver a los respetar la ortografía y la gramática para que se pudieran comprender mejor —de un matemático que no sabía ni colocar un tilde a esto, creo que algo he mejorado, fufufu—, regresando sin vergüenza a los viejos textos escolares o a las guías que ahora abundan en internet; decidí estudiar e investigar todos los temas de los que escribiría para mejorar la inmersión, en mi obsesión buscando hasta los más pequeños detalles, porque en los detalles se encuentra la magia; tras haberme hinchado de ego, como nos sucede a todos los que comenzamos a escribir, y pincharme luego con la cruda realidad de que no había aprendido nada, es que decidí que no podía sentirme satisfecho aunque la mayoría al escribir fanfictions se dejaran llevar por la ley del mínimo esfuerzo, porque no existen límites más que los impuestos por uno mismo; decidí que para crecer debía dejar de lado el amor fácil a la crítica dulce, y a la horrible costumbre de contar la cantidad de lectores o reviews como si fueran monedas en el arca del avaro, como si un simple número significara algo o nos diera alguna autoridad para creernos superiores al resto, pues todo lo que conseguía era pervertir mis escritos para buscar la aceptación general en lugar de contar lo que realmente quería decir.

Aprendí de otros, leí a otros, utilicé técnicas de estilo y trucos literarios que encontraba en las novelas que consultaba. Me vi caminando dentro de las librerías solo para estudiar como otros consiguieron salir de los embrollos en los que yo estaba metido. Luego, el fanfiction me enseñó cosas que no podría haber aprendido en otro lugar, como el encontrar mis propias soluciones a los problemas más enrevesados, o gozar de una retroalimentación entre lector y autor que jamás se conseguiría en la literatura más tradicional, donde la parte que dice que el lector influye en la obra es casi literal, porque por cada fragmento de la trama o episodio uno pude ir apreciando de qué forma se recibe el mensaje. Y cada vez este mundo me fue absorbiendo más revelándome sus delicias. Luego fue más que solo escribir fics, y aquello que antes veía únicamente como una herramienta, descubrí era mucho más, un portal a mundos completamente nuevos.

Tal fue esta fascinación, que dejé una gris carrera de administración por la que no sentía ningún apego —no era más que un pez dejándome llevar por la corriente de la vida sin hallar lo que realmente debía ser—, y me lancé a estudiar literatura. Dejé prejuicios, no me importaron las preguntas de siempre sobre futuro, dinero y seguridades. Ni siquiera pensaba trabajar en algo relacionado con la literatura, todo lo que esgrimía eran excusas para librarme de los curiosos de siempre, nada más.

Todo lo que deseaba era escribir mejor, más y mejor.

Años después de haber comenzado esta aventura, puedo decir que jamás me he arrepentido, por el contrario, el destino es poderoso cuando nos impide desviarnos del camino. Me quitó y cortó cosas que no eran para mí, y cuando acepté que estaba equivocado y volví a la senda —fue un largo tiempo en el que por poco dejé de escribir—, Dios quiso entregarme mucho más de lo que antes había perdido. Porque entonces supe que sí era para mí, ya que no luchó contra lo que era, sino que completó lo que hacía y me ayudó a perfeccionar todo lo que ahora soy y lo que, Dios sabrá, seré el día de mañana. Pero si algo puedo decir con seguridad, es que no dejaré de escribir hasta que mi mano pare, y mi corazón se detenga de bombear tinta dentro de mi espíritu y mi carne.

Y yo que pensaba no diría nada profundo. Lo siento, ya acabo el discurso, no se duerman que hay banquete al final en la sala de eventos. Ejem… A lo que iba.

Todo esto que comenté tiene que ver con La esposa secuestrada. Desde probar un género nuevo —escribí un solo fic, que ya no parece fic como algunos sabrán, durante más de diez años—, hasta buscar propósitos más profundos que no les diré —tiene que haber suspenso, ¿no?—, pero sí les contaré cómo construí la trama.

Originalmente la trama fue pensada en su piloto como un oneshot, que contenía el capítulo primero pero con final cerrado. Una de las cosas que me propuse con su trama era desafiar el concepto de los «Happy Fics», o como llamo a todos esos que parecen epílogo feliz, pero no sucede nada, todo es risa y meloso amor. Una de mis fantasías recurrentes es que el final no es el final, la vida continúa. De hecho, una historia no es más que un fragmento contado de la vida de ciertos personajes, pero estos poseen un pasado y también un futuro. Siempre pensaba en eso de que «y fueron felices para siempre… hasta que el príncipe aburrido se iba a matar dragones y la princesa se cansó de lavarle la capa ensangrentada todos los días». Un simple epílogo no me dejaría satisfecho, además que no era eso lo que quería hacer, sino escribir una continuación creíble dentro del margen que Rumiko dejó en su historia.

¿Pero cómo hacerlo?

Aquí recurrí a varias fuentes. Por un lado para conseguir el tono apropiado de la historia, es que busqué en las mismas fuentes de la autora original. ¿Cómo lo habría hecho Rumiko? Es así que investigué en Maison Ikkoku, por ejemplo, pues tenía un tono bastante similar a Ranma ½, pero inclinado a una temática más adulta sin perder su humor y su tensión romántica. También consulté los cortos que Rumiko suele dibujar, pues tiene colecciones bastante enfocadas únicamente a la vida de personajes adultos, a veces felices, o más en un tono agridulce, como suele ser la vida, donde sus protagonistas son personas de edad madura, dueñas de casa, hombres oficinistas padres de familia, vecinos de un edificio, etc.

Con este material comencé a configurar el tono que tendría entre comedia, romance pero también un poco de drama. Esto deben tenerlo claro, cuando uno escribe, uno se pone sus propios límites dentro de lo que la historia será creíble o no creíble, si no lo hacen así, ustedes mismos se perderán a la hora de escribir y dejarán de ser canon dentro de su propio canon, aunque suene confuso. Otra fuente fueron la cantidad de notas que encontraba en la prensa, revista o libros sobre la vida de pareja, matrimonio, noviazgo, libros de ayuda, problemas de pareja, entre otras cosas similares.

Pero toda obra tiene algo de uno. Aunque pueda tomar todo lo que Rumiko hizo y teorizo haría, jamás sería capaz de escribir algo si no lo hago mío. «Apropiarnos de la historia», podría decirlo, al proceso que diferencia lo que es escribir un fic, de un simple plagio. Pues si bien usamos personajes de otro autor, la trama es original y completamente nuestra. Por ello un fanfiction por definición no es plagio, aclaro, pero sí lo es transcribir casi completamente otra obra y cambiar solo los nombres. En el fanfiction uno debe escribir algo nuevo, material original inspirado en la obra de otro autor.

Así que quise escribir en un tono que siempre me ha llamado la atención, pues soy un seguidor del manga estilo «contemplativo», para los que no lo conozcan, son mangas para adultos donde «no tratan de nada». Sí, así de tonto. Que cuentan cosas como un paseo por un paisaje, un capítulo dedicado a un atardecer, una conversación frente a una playa melancólica. Buscar esa exposición más sentimental. ¿Pero se puede recrear una imagen nostálgica en un escrito? Este estilo abusa de la imagen, del cuadro dentro de una página de un manga. ¿Pero se puede «escribir» algo que represente emociones a través de una «imagen»?

Aclaro que es imposible describir una imagen de manera perfecta, es lo primero que a uno le enseñan en literatura. Las palabras no alcanzan, pues en un texto el recrear algo siempre necesitará de la parte que se encuentra en la imaginación del lector, pues será el lector el que termine de darle forma a lo que lee, y aun con las mismas palabras puede ser una cosa muy diferente a como lo imaginó el autor. Es un problema… pero también podría tratarse de una ventaja. ¿Por qué no hacerlo al revés? ¿Por qué no usar la imaginación del lector al favor de este intento por crear imágenes? Así que durante toda la trama intenté probar hacer lo opuesto: no crear imágenes que generen sentimientos, sino que intentar narrar sentimientos que generen en el lector imágenes, colores, paisajes, sabores, tacto, frío o calor. Espero a lo menos haberme acercado, no me creo ningún maestro, quizás un escritor profesional pueda darme cátedra de lo que apenas intento hacer dando palos de ciego, como diría mi abuela, pero mientras haya conseguido a lo menos crear una bonita imagen que les guste tanto como cuando admiran un bonito dibujo o un fanart, me sentiré que a lo menos di un paso en el camino correcto.

También adoro las películas de Ghibli. Cómo quisiera que un fic tuviera una parte musical que es también fundamental dentro de los sentimientos —a veces traté, pero no se puede todo—, por ello me llené de horizontes, praderas, cielos de nubes lentas, un poco de melodía de movimiento sin palabras. A pesar que el texto es limitado, intenté describir las emociones o la comunicación de los personajes únicamente a través de sus cuerpos, posturas o gestos. Perdónenme si mi lenguaje ha sido muy limitado y ha impedido hacer algo mejor.

Perdónenme si no he sido capaz de conseguir todo lo que hubiera ambicionado, o si no he sido capaz de caracterizar los personajes mejor, o haber creado mucho e ignorado los que ya existían, o haber hecho personajes aburridos. Perdónenme si no fue lo que ustedes querían o no exactamente algo que los dejara satisfechos.

Sin embargo, si no les gustó, o les gustó a medias, o si les gustó mucho y quieren más, ya saben, ¡a escribir! Que nadie nace sabiendo, todo está en querer contar una historia de la mejor manera posible; eso sí, siempre buscando mejorar, nunca relajarse o quedarse con esas pobres excusas tales como «yo no sé», o «no puedo más», o peor «es que yo no tengo talento».

Mis queridos amigos, recuerden, el verdadero talento no es la facilidad para realizar alguna tarea, sino que el deseo ferviente de hacerlo y seguir haciéndolo no importa qué.

Gracias por leerme. Pronto iré terminando mis otras historias, pues dentro de un tiempo me dedicaré más a mis tramas originales, y a seguir trabajando muy duro para convertirme en un verdadero artesano de las ficciones. Quién sabe si un día de estos me es permitido devolver la mano que se me ha tendido, y ayudar a que alguien con auténtico talento, no como uno, pueda descubrir igualmente este hermoso placer de hilar y tejer historias. ¿Y si no lo consigo? Qué importa, pase lo que pase, no dejaré de escribir porque eso, simplemente, me hace feliz y es lo que soy en esencia. Gracias por la paciencia de permitirme compartir esta pequeña historia con ustedes.

He podido conocer a gente maravillosa a lo largo de los años que han definido parte de lo que soy y de lo que escribo. Estoy muy agradecido a los que contribuyeron en las experiencias vertidas en estas líneas, agradecido de los que creyeron en mí, como de los que no creyeron, de quienes me han apoyado siempre, y de quienes se me han enfrentado; porque de todos he aprendido lecciones maravillosas que a veces se me escapan en una línea o dos. También agradezco a los que han inspirado igualmente las esperanzas que se trenzaron formando las frases y párrafos de la trama, en sus experiencias que han compartido conmigo de las que he podido alimentar fics como estos, con situaciones tan apegadas a la realidad; gracias a los que están, como a los que ya no están pero de alguna manera siguen existiendo en estas líneas. Porque puedo suponer que más de alguno tendrá a alguna esposa o esposo al que quieren secuestrar.

Ahora, como último dato, la idea del «secuestro» es verídica. ¿Cómo, que no me creen? Pues les cuento que mi joven bisabuelo cuando llegó a los campos de Chile, se enamoró de mi bisabuela hija de un capataz. Y como era extranjero no vieron bien que la cortejara. Pues mi bisabuelo, tan porfiado e irracional —por suerte han sido un rasgos que no se heredaron en la familia— salió un día al encuentro de mi bisabuela cuando ella, una simple jovencita que iba a la misa, y a caballo se la robó. ¡Sí, la secuestró! Aunque aclaro que a mi bisabuela también le gustaba mi bisabuelo, ejem. Entonces se casaron en la misa del domingo por la mañana y escaparon antes que el padre enfadado y los hermanos de la novia fugada quisieran cogerlos con armas en mano. ¿En qué terminó la historia? En que se ocultaron el tiempo suficiente hasta que todos tuvieron que resignarse a aceptar la unión, y al regresar, mi bisabuelo se convirtió en el nuevo capataz. Ahora, ¿me creen cuando digo que la realidad está llena de grandes aventuras? Es solo de prestar más atención y buscar más ejemplos de valor, suspenso, emoción o ternura en el mundo que los rodea —y dejen de ver tanta televisión, les juro, les freirá el cerebro con tanta telenovela o serie juvenil calcada a la anterior—, verán como encontrarán tramas increíbles dentro de sus propias familias que quieren narrar.

Sí, el secuestro está en mi sangre. Estás advertida. Gracias por leerme.

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Noham Theonaus.-

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Juego final de despedida de La esposa secuestrada

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Un pequeño evento para que todos nos divirtamos, con premios simbólicos, en honor al final, ¡para que todos se lleven su recuerdo a casa! Habrán notado algunas particularidades dentro de este capítulo final; es hora de ver qué tan buen ojo tenían, mis queridos lectores de fanfictions.

El juego solo es válido en la primera lectura, no se vale volver atrás después de leer la tabla de puntajes. (No hagan trampa)

» Si leyeron en orden sin irse primero a los comentarios del autor: +100 puntos.

Última advertencia antes de perder estos puntos, vayan a leer el fic primero… Sí, a ti te digo, no te hagas cambiando de ventana.

» Si descubrieron al personaje invitado de Alas de Misawa: +50 puntos.

» Si descubrieron al personaje nuevo adelanto del final de Alas de Misawa: +100 puntos.

Pista: era la madre de un personaje secundario que posee un rango militar. Lo sé, este era imposible, demás que ni siquiera aparece, así que los cien puntos son solo para mí porque la casa siempre gana, fufufu…

» Si descubrieron la referencia al fic del universo de Crónicas de Asgard: +50 puntos.

» Y si reconocieron a uno de los personajes como uno original: +100 puntos.

Y si además adivinaron que en realidad se trataba de un adelanto de Idavollr: +200 puntos por ver el futuro como una buena norna del destino.

» Si vieron el adelanto de S & S Detectives: +50 puntos.

Y si lo primero que pensaron fue «es Ferri-chan»: otros +100 puntos por ser tan tiernos, ooowww...

» Si respondieron espontáneamente al saludo de Nabiki: +100 puntos.

... Y si exageraron o se emocionaron con el saludo como buen fangirl/fanboy: +200 puntos por una fenomenal actuación.

» Si lloraste en algún capítulo: +50 puntos.

» Si lloraste en más de uno: +100 puntos.

» Si lloraste en casi todos: +200 puntos por tener un alma noble, hermosa y sensible digna de admiración.

» Si nunca lloraste: por no tener corazón +1 punto.

» Por aparecer en los créditos finales: +50 puntos a los que dejaron un review.

» Por haber escrito más de un review: +100 puntos.

» Por haber escrito dos o más reviews en un mismo capítulo: +200 puntos por ser un buen fan acosador.

» ¡Y por haber dejado un review en cada capítulo!: +500 puntos por ser un lector VIP.

» Si por error del torpe autor aparecieron más de una vez en los créditos con distintos nick: +200 puntos y lo dejamos en silencio entre nosotros, ¿verdad?

» Si también leíste SxS queriendo más: +100 puntos al lector insaciable.

» Si tuviste que leer uno o más capítulos en el teléfono móvil, luchando por respirar entre dos señoras gordas dentro de un bus o metro: +200 puntos al lector todo terreno.

Y si además de leer tuviste el valor de escribir un review con el teléfono, colgando de un fierro, sintiendo el codo de una señora enterrado en las costillas y usando el poco oxígeno que te quedaba: +500 puntos por ser un súper lector galáctico y fiel de otra dimensión.

» Si acompañaste tus lecturas con música: +100 puntos por el mejor Soundtrack.

» Si tuviste deseos de hacer un fanart del fic: +50 puntos al artista emergente.

» Si lo dibujaste finalmente: +100 puntos al artista consagrado.

» Si leyeron un capítulo usando el celular, mientras corrían por un bosque escapando de un peligroso clan ninja, en un frío amanecer con el sol dorado saliendo por el oeste, mientras sin mirar esquivaban estrellas de acero y filosos kunais realizando acrobáticos flip flap flops mortales, invertidos, cruzados, doble mortales, y de esos que duele de solo ver como se separan las piernas, para luego tras un segundo flip flap flop mortal escribir un review con un solo dedo mientras luchaban con la espada en la otra mano estando de cabeza: +500 puntos por ser un hábil guerrero ninja maestro del Celu No Jutsu.

» Y si te sumaste los 500 puntos anteriores: -500 puntos por ser tan creativo (?), así que comienza a restártelos con la misma rapidez ninja con que te los sumaste antes, ¡flip flap flop! (nota: el sol no sale por el oeste ni aquí, ni en Japón, ni en ninguna parte de este planeta)

» Por ser el autor de La esposa secuestrada: +5 puntos, porque este servidor también quiere participar y ganar algo que sea de recuerdo.

» Y mi novia gana +200 puntos per sé, fufufu…

» +1000 puntos a todos los que leyeron esta mi humilde historia. Gracias, muchas gracias, mis queridos amigos, no lo hubiera logrado sin ustedes.

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Ha llegado la hora de subir al podio de los ganadores y recibir sus premios; ustedes, quienes han ayudado con gran imaginación a crear este pequeño mundo, sacrificando horas de sueño durante jornadas de emocionantes lecturas. Adelante, no sean tímidos, la orquesta toca para ustedes y la alfombra está dispuesta. Reciban sus medallas simbólicas a los mejores lectores que un escritor podría soñar jamás tener.

¡No se amontonen, hagan la fila, sean civilizados, que hay medallas para todos! Por Dios, si parecen unos niños… ¡Y yo lo escribí así que yo primero!

Las medallas se pueden acumular, algunas se ganan por cumplir ciertas condiciones muy especiales. Espero consigan una gran colección y compartan sus experiencias en nuestra fiesta final.

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Medalla Mouse al no lector

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Se obtiene si sacaste menos de 1000 puntos

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Ponte los anteojos, deja de pretender que al andar sin ellos no echarás a perder tu estilo, pues ya no mejorarás, no naciste bonito, eres de la mayoría como todos nosotros que no tenemos dinero para hacernos retoques donde la naturaleza se equivocó; no, no eres un cantante de K-pop por más que te depiles con cera el cuerpo o afiles la mirada cuando aprietas los párpados porque ves menos que Mr. Magoo. ¡No insistas y ponte esos condenados anteojos! Para ya de acercar el rostro a la pantalla como si quisieras hacerle un agujero con la nariz; este no es youtube y las letras no son imágenes, esta tampoco es una de esas páginas que te gusta mirar a escondidas, ¡deja de darle al botón de reviews creyendo que es para enviar un mail! Este es un sitio para la publicación y lectura de fanfictions, y… ¿estás leyendo esto o no?

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Medalla Kasumi Tendo al lector feliz

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Se obtiene si consigues entre 1000 a 1001 puntos

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Porque no te preocupas por nada, te gusta el drama, el angst y el humor por igual. Suspiras con cualquier pareja, no te das cuenta de las indirectas, todo te parece bien. Felicidades, eres la encarnación de la dicha no importa lo que leas. ¿Para qué preocuparse de lo que dice el texto? ¿Qué importan las faltas ortográficas, la pésima redacción, el mal usado estilo guion y las tramas regurgitadas de las telenovelas de la tarde, las historias calcadas a los libros para las adolescentes gritonas? ¿Para qué preocuparse de los descarados plagios a las novelas de Corín Tellado a las que algunos pérfidos mal nombrados autores apenas se preocupan de cambiarles los nombres a los protagonistas? De todas maneras lo disfrutarás, pedirás más, felicitarás al «autor» por su genio sin siquiera leer que confesó por sí mismo que la obra no era de su propiedad en las respectivas notas. ¡Pero qué importa! Todos hacen lo que quieren, todos son felices y tú eres feliz así aunque el mundo se caiga a pedazos.

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Medalla Akane Tendo al lector determinado

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Se obtiene si sacas entre 1002 a 3000 puntos

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Porque te esfuerzas por leer apenas se ha actualizado el último capítulo. Si tienes que robarle horas a ese ensayo o hacerlo a escondidas en clases con el teléfono, lo haces. Siempre te preocupas por dejar un bonito review. Si el capítulo tarda un tiempo, relees el anterior para estar al tanto. Si demora más, relees toda la obra con tal de disfrutar sin trabas lo que se viene. Siempre puedes, no importa lo que suceda, ¡tú siempre puedes!

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Medalla Ranma Saotome al lector imbatible

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Ganas esta medalla si sumas entre 3001 a 5000 puntos

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Dominas el canon, conoces la biografía del autor, posees referencias de todas sus obras, estudias los estilos utilizados, hasta eres capaz de recordar el nombre de los personajes originales de cada uno. No existe detalle que escape de tu ojo crítico, y más hasta adivinas lo que podría escribir a continuación sacando tus propias conclusiones. Escribes reviews completos y analizas los errores meticulosamente intentando ayudar al autor a mejorar. Disfrutas de la lectura y lo haces como un lector profesional, con tiempo, con comodidades, con un té o café y galletas para acompañar la noche. Leer es más que una necesidad, más que una ansiedad, es para ti un auténtico placer.

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Medalla Nabiki Tendo al lector imposible

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Absoluto dominio si sacas más de 5001 puntos

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Lo sabes todo, de todos, nada escapa de tu ojo crítico. Chantajeas a lectores, personajes y autores por igual consiguiendo lo imposible. Rumiko Takahashi firma cheques a tu nombre y si dices que algo es canon aunque no lo sea, Rumiko misma reedita sus obras haciendo los cambios necesarios únicamente para que tengas la razón. ¿No contaste? ¿No notaste que es imposible llegar siquiera a 5000 puntos? ¡Qué importa!, si al final todos los derechos de autor te pertenecerán, todos tendrán que pagarte regalías, porque todos estarán de alguna dudosa manera en deuda contigo. Las reglas no fueron hechas para romperse, sino para ser reescritas por ti. All ours fics to belong to you.

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Medalla Cologne a la sabiduría o recuerdos nostálgicos de la tercera edad

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Se obtiene si fuiste un lector/escritor de fanfictons desde los tiempos del desaparecido Portalfics, La Conferencia Ranma ½, Ranmafics, etc.

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Eres de la vieja escuela, de los tiempos cuando los fics se subían en html a las páginas personales. No se usaba ni Tumblr, Skype o Facebook, pues conociste el live messenger y el Mirc para chatear con tus amigos. Te atreviste a editar páginas usando Dreamweaver o el ya desaparecido Frontpage. Pues siente orgullo, viejo o vieja guerrera, eres una polvosa pieza de museo del fandom, una reliquia de internet, un recuerdo más que intenta resucitar su adolescencia a base de glorias pasadas. Gozaste con el Festival de los Robots y Candy, escuchabas los temas del capitán Memo, sufriste con Los Caballeros del Zodiaco o viste las películas de Dragon Ball Z en VHS con doblaje en español ibérico. ¡Mérito extra tienes si recuerdas a Centella, La Princesa Caballero, Sally la brujita, El Súper Agente Cobra y Astroboy! Podrás impartir sabiduría friki a los más jóvenes, hablarás de cosas que a los más nuevos, hijos de Naruto, Inuyasha y Bleach, no les importa. Y cuando veas nuevas discusiones sobre cuál es la verdadera prometida, les dirás «ya pasé por esto, en la época de las primeras grandes guerras fandom, cuando…», y aburridos huirán de ti.

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Medalla Ryoga Hibiki al más perdido

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Se obtiene si te equivocaste de fandom al buscar un fic, o si apareces tras semanas de silencio en tu comunidad habitual como si nada hubiera sucedido.

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Porque buscas un fic de Full Metal Alchemist en la página de Ranma ½. Porque cuando tomas el tren subterráneo por andar leyendo fanfictions te pasas de estación y al salir siempre lo haces del lado equivocado de la calle. Cuando preguntas una dirección caminas en sentido opuesto. Participas de un evento cosplay con tu mejor disfraz de camisa y pantalones chinos, y al entrar en la sala descubres que están todos vestidos como oficiales de la federación galáctica, y los de orejas puntiagudas y peinado aplastado te miran alzando una ceja con característica apatía vulcana. Y tras pedir disculpas cruzas con prisa el pasillo a la sala siguiente, donde un segundo grupo vestido con túnicas marrón te amenaza a la entrada con sus sables láser de plástico haciendo los efectos de sonido con los dientes. Siempre estás perdido, lo sabes, así que te recomiendo que dejes de leer esto en tu teléfono, alces el rostro y te fijes bien si tomaste el bus correcto o uno camino a Hokkaido.

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Medalla Happosai al más calentito calenturiento

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Se obtiene si pides lemón en dos o más fics en los que hayas escrito un review. O si has leído más de tres veces el fic «Cocinando a Akane».

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Lo que más te gusta de Chrome es que puedes abrir una ventana de incógnito y no dejar rastro de tus búsquedas, para así meterte a todas las páginas cochinas que quieras en tu oficina sin ser descubierto, o en casa sin que te pille tu pareja. Sí, te gusta el lodo, saltas y te revuelcas en el barro tan feliz y seguro como un cerdo viviendo en una comunidad vegetariana. No te importa si el fic está catalogado como T, K+ o incluso K, pues no dudarás en meterte para buscar una sola cosa: lemón. Eres capaz de tragarte doce o veinte capítulos de dramas si se insinúa una escena subida de tono al final. Si no lo tienes lo pides; si te lo dan quieres más. Cuando ves una película con gatúbela meneando el látigo sonríes de oreja a oreja, y tu cuerpo sufre escalofríos imaginando ese látigo en tu cuerpo. Cuando ves a dos personajes de anime luchando, te los imaginas abrazados en una cama, ¿y te importa que sean del mismo sexo? ¡Para nada, mejor aún! Cuando pasaban Card Captor Sakura, soñabas con ser Tomoyo y hasta te agachabas para mirar por debajo de la TV si esas falditas dejaban ver algo más. ¡Cuidado, que son menores de edad! Qué te importa, la ficción te protege. Porque no puede haber cosa pura que tu mente no sea capaz de corromper, y hasta hacerlo en largos capítulos muy húmedos y detallados. ¿Te arrepientes?... ¡Nunca!, como dijo una vez tu mentor Happosai lleno de infame orgullo. ¿Quién necesita estufa o frazada?, si eres tan candente que basta con abrazarte en invierno… Pobres, tus víctimas no saben lo que tú piensas cuando las abrazas con esa satisfecha y aterradora sonrisa, y con las mejillas tan rojas como una manzana. Sí, reconócelo, eres un saludable, normal y orgulloso descarado lleno de ardiente perversión.

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Medalla Shampoo al florerito de centro

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Por escribir uno o más reviews solo hablando de ti, sin siquiera tratar el tema importante… ¿Cómo? ¿Cuál tema preguntas? ¿Qué ayer desayunaste tostadas con mermelada?... ¡Hablamos del fic, obvio, del fic!

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Dicen que te apareces hasta en la sopa, porque siempre te ha gustado llamar la atención, incluso en las escenas o capítulos en los que no deberías estar. En los cumpleaños de tus amiguitos pedías también regalo para ti o armabas berrinche. En la escuela levantabas la mano cada vez que preguntaban aunque no supieras la respuesta. Si te cruzabas con un grupo de amigos en la calle te les unías, luego te metías al centro y terminabas decidiendo tú qué hacer y a dónde ir. En los matrimonios de tus amigas vistes también de blanco. Sientes que es inconcebible que tus amigos sean tan egoístas de contarte sus problemas en lugar de escuchar primero los tuyos… ¿Y para qué te los cuentan en primer lugar en vez de escucharte solamente? Tienes que estar en todas, siempre tienen que verte, no puede pasar una temporada sin hacer una aparición adelantada solo para llamar la atención, ocupando, como Shampoo en el fandom, más lugar del que realmente deberías como un simple personaje secundario. En los reviews dejas una detallada descripción de tu desayuno, después del almuerzo y si faltan líneas, de la cena. Hablas de tus cinco mascotas y de qué pensaste al mirar el cielo. Y, por supuesto, jamás perdonarías a un escritor que no gaste un mínimo de dos líneas en darte las gracias por haberle permitido ser parte de tu universo. ¿Pero si el fic era bueno? No lo sabes, porque todo lo que hiciste fue bajar la página hasta las notas para ver si el autor te había citado como debió hacerlo.

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Medalla Kuno Tatewaki al poeta vulgar

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Se gana por escribir reviews de más de tres planas, por hacer notas de autor exageradamente largas y cansinas, por escribir referencias poéticas, por citar situaciones que no vienen al caso, por creer que eres el escritor más apuesto y genial de todo FF, por lucirte con pésima poesía en los foros de conversaciones, por inventar rimas molestas solo para aumentar tu ego, por hablar de temas o referencias que a nadie le importa solo para que quede claro todo lo que tú sabes, o por andar con flores en la boca todo el día para resaltar las maravillosas virtudes de la belleza…

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Escribes demasiado. Sintetiza. Gracias.

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Medalla Genma «Panda» Saotome al escritor con más disteclias

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Se gana si cometes más de dos disteclias por palabra, te comes las vocales, no sabes que existen las tildes, las comas o los puntos. Usas solo mayúsculas, juntas consonantes como si escribieras en ruso, o directamente no se te comprende nada

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┬─┬ ノ( ゜-゜ノ) Mppfhhgg :( mmmfggfuyy. ;_; mfffjhgggs. Mjkdhggggsss! T_T Mjrrrgghghggga? \^o^/ Mjdddjhhhss….. Fffffppp Ffffpyyyffccc! n_nV MMdfgfffaaaa…. Mdjhgfa! ¬_¬U Mdjhgags!... 0:) Mhfhgffaaa? ¡MDFGFGGEEWAA! . ¡MMFFFGGHHJJJKKLLL!... mfkk? XD MMMFFGGKKÑÑÑÑ! (╯°□°)╯︵ ┻━┻

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Medalla Akari Unryu al lector desconocido

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Se obtiene si llegaste tarde a la fiesta, si has leído más de dos fics hasta el final y jamás dejaste un review

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Lo lamento, no es mi culpa que no aparecieras en los créditos finales. ¡Pero no temas! Igual hay medalla para ti. Para la próxima vez intenta dejar un review si disfrutaste de una historia, te aseguro que un esforzado escritor te lo agradecerá, tu opinión sincera es importante y siempre bien recibida para ayudarlo a crecer. En nombre de los escritores de fanfictions que se matan escribiendo de la mejor manera posible, para darte las más hermosas historias que puedan llenar tu alma y satisfacer tus más profundas fantasías con un poco de alegría en medio de tanta adversidad, y que tú siquiera agradeciste con un pequeño, insignificante y casi invisible pero bien intencionado review; de verdad, muchas gracias por nada.-

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PD: ¿Alguien cree que debí incluir alguna otra medalla? Son libres para inventarse el premio que quieran. Fufufu…*

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*Último capítulo nadie se enoja.-

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«El presente es un diálogo constante entre el pasado y el futuro»

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Miraba el techo de madera oscura envejecida. Satisfacción era la palabra que venía a su mente, orgullo distinto y perfecto como jamás pudo saborearlo antes en toda su vida.

También se encontraba ella, podía verla allí, a su lado, en todas partes que la buscara moviendo la cabeza en la mullida almohada; en los ojos de sus hijos e hijas que lo acompañaban sentados sobre sus piernas alrededor del futón.

No importaba si ya tenían las cabezas blancas y grises, y rostros arrugados como sus manos; para él seguían siendo sus pequeños niños, y las lágrimas que ellos vertían no se diferenciaban a las que había consolado y secado tantas veces por culpa de alguna travesura. Por un momento temió por ellos, ¿qué harían sin él para cuidarlos? Luego recordó que eran ellos los que ahora cuidaban de él. Volvió a infundirlo vigor al sentirse orgulloso de esos niños, ahora unos admirables adultos.

Eran fuertes, pensó y su frágil pecho se llenó de aire como en los días de su juventud, tan fuertes como lo había sido también su madre.

Y no solo sus hijos se asemejaban tanto en fuerza y pureza a su esposa; también estaban sus muchos nietos que formaban un silencioso círculo hasta atiborrar la espaciosa alcoba, algunos casados junto a sus esposas y esposos, y los primeros de sus bisnietos también, niños aburridos e inquietos que no parecían entender lo que estaba sucediendo. Se sonrió débilmente, eran tan inquietos como tenían que ser los niños de su numeroso clan.

Deseó que esos niños estuvieran jugando en tan hermoso día en lugar de acompañar a un viejo como él. ¡Era desperdicio obligar a niños sanos y fuertes a perderse tan magnífica mañana!...

Se percató tarde que no estaban aburridos, sino que cada uno de esos niños contenía sus gimoteos que ahogaban apretando sus pequeños rostros a fuerza de orgullo, también en ellos estaba su amada esposa y su inigualable terquedad, que combatía siempre con su corazón noble y sensible.

Alzó la mano. Se sentía tan cansado, que incluso las molestias que finalmente habían conseguido lo que ningún rival pudo, dejaron de torturarlo. Su mano tembló, por más que se esforzara no le quedaban fuerzas siquiera para mantener su mano en alto.

Otra mano, también callosa y fuerte, pero menos arrugada, lo sostuvo con brusquedad estrechándolo, impidiéndole rendirse. Brusco, pero sincero. Se le unió una segunda mano que intentó parecer fuerte aunque temblaba. Orgullosa y terca. Una tercera mano intentó hacerse un lugar con delicadeza, y a su tacto fue como si pudiera escuchar su voz por primera vez. Sutileza y cariño. Dos manos se unieron a las otras rápidamente. Enérgicos, traviesos y astutos actuando siempre como si fueran uno. Una última mano encontró lugar entre sus hermanos, y poseía la misma herida que la mano del patriarca que todos deseaban sostener, siendo dos sortijas juntas de distinto grosor las que rodeaban su dedo. Ella era la alegría optimista que jamás se quebró a pesar de la dolorosa pérdida que había sufrido y una originalidad única.

Cada uno de ellos portaba un hermoso fragmento de Akane.

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La niña Akane de tan solo dieciséis años, el muchacho Ranma que recién había cumplido los diecisiete y la risueña anciana de elegante kimono y edad exacta desconocida, caminaron lentamente en dirección de las puertas del cementerio. En el borde de la acera de la tranquila avenida, bordeada de altos cerezos pronto a brotar, esperaba estacionado un brillante automóvil oscuro. Un joven hombre alto y de traje formal, camisa de cuello liso abotonado, sin corbata y con la fina gorra de conductor bien aferrado bajo el brazo, los esperaba. Al momento abrió la puerta trasera del vehículo inclinando reverentemente la cabeza hacia la importante anciana.

La mujer apenas se acercó giró el rostro hacia su nieta al percibir que la jovencita no la seguía.

—Akane, ¿no vienes, querida?

—No, abuela, quedé de ir de compras con mis amigas.

—Así que ya tienes amigas recién comenzada la escuela —la anciana pareció pensativa, luego asintió satisfecha—, posees la carisma de mamá Akane. Tu bisabuela hubiera estado orgullosa de ti, fue muy buena decisión la de mi hijo de ponerte su nombre.

—Gracias, abuela.

—Ah, ah, ah —la anciana la regañó, negando con un rítmico moviendo del dedo—. ¿Ya se te olvidó?

—Eh... ¡No!, no, claro que no, abue... —la niña se corrigió al momento, pero no dejó de sentirse un poco ridícula por una de las muchas excentricidades que ya habían hecho famosa a su abuela—, digo, Chido-chan.

La anciana batió las palmas con entusiasmo. Entonces se dirigió al muchacho.

—Espero que se diviertan mucho, y ya sabes, querido.

—Lo sé, Chido—chan —Ranma parecía divertirse con las locuras de esa anciana, siguiéndole con entusiasmo sus manías—, no despegaré un ojo de esta torpe.

—Te lo agradezco, querido, puedo confiar entonces que la traerás a casa a la hora de cenar.

—Alto, un momento, ¿quién dijo que irías, Takeda? —preguntó Akane sintiéndose ofendida.

—Además de torpe, eres una sorda, Saotome —el muchacho respondió de mala gana evitándola, levantando los brazos y cruzándolos detrás de la cabeza.

—Me estás ofendiendo...

—No necesito hacerlo porque tú te ofendes sola.

—¡Eso fue todo! —Akane Saotome dio un paso atrás poniéndose en guardia—. Vamos, ¡prepárate!

—No peleo con niñas.

—¿Oh, sí? —Akane afiló astutamente la mirada—. ¿No será que el arrogante y pueblerino Ranma tiene miedo de perder contra una simple chica de Tokio?

—¿Miedo, yo? Pues para tu información, niña, yo no le temo a nada. Además —se sonrió de manera forzada conteniendo su enojo—, no creo que quieras ensuciar tu bonito vestido —su sonrisa se tornó traviesa—, ¿o será que quieres enseñarme tu aburrida e infantil ropa interior con estampados?

Akane enrojeció indignada, dejó su postura cerrando las piernas, aplastando el vestido con las manos.

—¡Pervertido! ¿Cómo, cuándo? ¿En qué momento te atreviste a mirarme bajo el vestido?

—¿Mirarte...? ¿Yo?... ¿No me digas que acerté? ¡Pero si estaba bromeando!... No, ¿de verdad usas ropa interior con estampados?

—N-No lo r-repitas tan fuerte —Akane perdió la compostura, enrojeciendo y levantando el puño en una seria amenaza—. No... No tenía nada más que ponerme por... ¡por tu culpa!

—¿Y por qué tengo la culpa yo de que todavía seas una niña pequeña?

—¡No soy una niña pequeña! Ya te dije que no tenía que ponerme, y fue tu culpa. ¿U olvidaste quién regó mi guardarropa por todo el jardín?

—Ah... ¿Esa era tu ropa?

—¿Es que no lo recuerdas?

—No me fijé, pues estaba «protegiéndote» de otro ataque de esos ninjas zopencos. ¡Y ni siquiera me lo agradeciste! Además, eres tú la que parece no recordar que uno de esos sujetos era enorme, no se me ocurrió con qué más tumbarlo, estaba que alcanzaba tu ventana y ningún golpe le hacía mella, así que busqué lo más pesado que tuviera a mano.

—¿Mi guardarropa, Ranma?

—En realidad lo más pesado eras tú —se metió las manos en los bolsillos ufanándose—, pero se hubiera visto mal que arrojara a una chica contra un oponente...

La fuerte bofetada hizo que la anciana señora Saotome y su joven chofer se en cogieran atemorizados.

—¿No crees que se ven hermosos juntos? —preguntó la anciana sonriéndose nerviosamente.

El joven conductor, de rostro tan bello que podría pasar por una chica con el disfraz adecuado, cabello castaño y largo atado con una elegante coleta, se ajustó los anteojos ironizando con descaro.

—Por supuesto, señora... digo, Chido-chan —suspiró ante la dura mirada que le dedicó la anciana por casi olvidar su querido diminutivo—, esos niños son el uno para el otro.

—¿Verdad que sí? Por eso siempre he dicho que ustedes los ninjas son muy buenos observadores, mi joven Kuonji.

—Ya le he dicho que no soy un ninja, el que descienda de uno no quiere decir que yo... Eh, para qué lo intento.

Lamentó enderezándose los anteojos, al percatarse que la anciana ya había dejado de prestarle atención.

—Akane, querida, ¿crees que es prudente andar sola por allí después de los ataques que has sufrido?

—¡Pero, abuela Saotome, yo sé defenderme!

—¡Suficiente!

La anciana matriarca del importante y numeroso clan Saotome estalló con dureza que hizo callar incluso a su orgullosa nieta.

—Lo... Lo siento, abuela...

—«Chido-chan», que no se te olvide—susurró a su lado el joven Ranma fingiendo un poco de tos para cubrirse la boca.

—... Chido-chan —terminó Akane cabizbaja.

—Me parece mucho mejor. Y no se sonría tanto, joven Ranma.

—¿Yo qué? —Ranma casi se atoró al ser ahora el centro de la severa mirada de esa anciana.

—Considero que no es ninguna razón de orgullo faltarle al respeto a una jovencita. ¿Es esa la clase de honor que debe tener un representante del clan Takeda? ¿Son esos los modales que aprendió de Papá Saotome?

Ranma se quedó sin respuesta, inclinó el rostro mirando el suelo. Akane giró el rostro para observarlo mejor y notó, para su sorpresa, que el muchacho apretaba los dientes hasta haceros sonar y sus manos empuñadas temblaban, como si realmente estuviera sufriendo por aquella reprensión.

—Ninguno de ustedes está guardando el debido respeto. ¿Es correcto que estén discutiendo de esta manera frente a un cementerio, es que no tienen respeto siquiera por los que descansan aquí?

—Lo siento —dijo Akane.

—Lo lamento —agregó Ranma.

—Mucho mejor, espero que no vuelvan a faltarle el respeto a Mamá y Papá Saotome. Tus bisabuelos siempre fueron personas muy sabias y amables, Akane, así que es mejor que honres el nombre que llevas. Y eso también va para ti también, mi joven Ranma, que nuestras familias han sido amigas por generaciones. Además, ustedes serán los futuros herederos de la sociedad.

—¿Nosotros?

—Akane, conoces la última voluntad de Papá Saotome: que todos sus herederos sean libres de hacer lo que quieran con sus destinos, y solo aquellos que deseen dedicarse al arte serán los que se encarguen del futuro de la sociedad deportiva más importante de Japón. Y por descarte, querida, ya sabes que ustedes dos son los menores de sus respectivos clanes y también los únicos a los que les importa el arte. Por tanto serán los socios mayoritarios y juntos se harán cargo de la sociedad algún día. ¿Es posible que a lo menos comiencen a llevarse un poco mejor? Saben que tenemos muchos enemigos en la junta directiva, codiciosos que quieren apoderarse de la sociedad, es necesario que ustedes permanezcan unidos en nombre de sus familias si quieren mantener la mayoría del control en la mesa directiva el día que me retire de la presidencia. Ya te han atacado en más de una ocasión, Akane, solo para amedrentarnos y obligar a tu abuelo y a mí a vender nuestra parte, y a que yo renuncie como cabeza de la sociedad. Pero no pienso ceder un milímetro en proteger nuestro legado; el sueño de tantos jóvenes talentos a los que apoyamos, a diferencia de esos malvados que solo piensan en llenarse los bolsillos. Está en juego mucho más de lo que piensan, el peso de sus familias está en ustedes, es mejor que comiencen a comprenderlo, y si no pueden a lo menos conversar como personas civilizadas, entonces me dejarán muy preocupada, par de niños tercos.

—Lo sentimos, Chido-chan —respondió Ranma, adelantándose a una silenciosa Akane que lo volvió a observar con sorpresa al notarlo tan serio y determinado.

—Eso espero. Y que los espíritus de papá Ranma y mamá Akane no se arrepientan que ustedes lleven sus nombres. Ellos jamás se separaron en ningún momento y nunca dejaron de actuar juntos cuando trabajaron por nuestro legado.

—Abuela, no es como si fuéramos a casarnos —Akane titubeó sonrojándose. Ranma torció los labios perdiendo un poco la compostura.

—Yo no he dicho eso. Pero recuerden que serán socios y solo podrán confiar el uno en el otro cuando tu abuelo Tetsu y yo ya no estemos con ustedes.

La anciana subió al asiento trasero del automóvil. El joven Kuonji cerró la pierta, se despidió de los jóvenes con una servicial reverencia y se sentó en el puesto del conductor. El vehículo comenzó a andar lentamente dejando a los dos chicos silenciosos y pensativos.

—Ranma… —murmuró Akane un poco cohibida.

—¿Sí?

—Gracias… por protegerme hasta ahora.

Ranma también se sonrojó. Cruzó las manos detrás de la cabeza mirando el cielo, evitándola.

—Perdóname por lo de tu ropa interior.

—Está bien, pero por favor no lo repitas cuando estemos con mis amigas —comenzó a caminar dejándolo a atrás.

—¿Cómo? —Ranma la alcanzó parándose a su lado—, ¿ya no estás en contra que te acompañe?

—Mi abuela dijo…

—Jamás has hecho caso a nada de lo que te diga ella, ¿por qué ahora?

Akane se sonrió tiernamente, de una manera que el corazón del joven dio un salto dentro de su pecho que apenas pudo disimular.

—Porque de todas maneras me seguirías, ¿verdad, Ranma?

Ella se río de una manera chispeante y sacándole la lengua al verlo tan perturbado, comenzó a correr por la vereda.

—¡E-Esperame! ¡Akane, espérame, no hagas trampa! —y el joven Ranma la siguió riéndose también.

Dentro del vehículo la anciana suspiró mirando por la ventana.

—Joven Kuonji, ¿no fui muy dura con ellos, verdad?

—No, señora… Chido-chan —se corrigió rápidamente cuando notó por el retrovisor la enfadada mirada de la anciana—. ¿Pero realmente cree que funcionará?

—¿Lo del compromiso? Ya veremos, pero esos niños no deben saberlo todavía. Aun así el futuro de la sociedad dependerá de que esos dos consigan mantener el control mayoritario, y no existe mejor opción para ello que si nuestras familias finalmente se unan. Ha sido el sueño de Papá Saotome desde que conoció al pequeño Ranma y encontró divertido el alcance de nombres con su bisnieta Akane. El destino es muy curioso, mi joven ninja.

—No soy un ninja.

—Es más que el alcance de nombres, ¿has notado como se miran? ¿La pasión con la que se tratan? Eso solo lo vi en Papá y Mamá Saotome. Quizás sea una señal de que los tiempos cambiarán otra vez… Sí, mi joven Kuonji —la anciana miró por la ventana del vehículo, en una esquina vio parada a una pareja y un pequeño bebé. Se sonrió nostálgicamente y se frotó los ojos humedecidos.

—¿Está bien, Chido-chan?

—Sí. Sí, lo estoy. Únicamente recordaba las últimas palabras de Papá Saotome.

—¿Sus últimas palabras?

La anciana se llevó un dedo a los labios.

—Lo siento, pero esta historia es algo que no me es dado a mí contar.

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El joven Ranma Saotome subió los últimos escalones. Al llegar arriba la luz lo encandiló por un instante. Parpadeó confundido. Luego, con la mano como visera sobre los ojos, admiró el hermoso y tranquilo paisaje. Se encontraba en el andén de una estación de tren que sintió familiar. Pero más allá de los bordes del andén todo lo que veía era una larga extensión de agua que se perdía en el horizonte, reflejando como un espejo al celeste perfecto del cielo y sus nubes blancas que se acumulaban como montañas esponjosas para donde quiera que girara la cabeza. El aire era refrescante, frío como de lluvia reciente. Dio unos pasos hasta pararse en el borde del andén, con las manos en los bolsillos, confundido. Entonces alzó el rostro cuando percibió que no se encontraba solo. A su lado, a pocos metros del final del andén, se encontraba ella.

La observó por muy largo tiempo, su figura pequeña, juvenil, la falda larga bailando alrededor de las piernas por culpa de la brisa. Y su cabello de melena corta revoloteándole alrededor de la cabeza. Al girar, la sonrisa que le dedicó le provocó un salto en su pecho como hacía mucho tiempo no sentía algo así, desde la primera vez, muchos años atrás, en que la vio sonreír.

—Akane…

—Ranma.

—¿Entonces yo…?

—Lo lamento —Akane cruzó los brazos detrás de la cintura, de esa manera que a él siempre le pareció coqueta e ingenua.

Ranma se pasó la mano por el cabello. Sonrió también y encogiéndose de hombros se quejó.

—No, está bien. —Tenía que pasar en algún momento. Perdóname por haberme tardado tanto.

—No, perdóname a mí, Ranma... Pero yo nunca te dejé sola, estuve aquí, esperándote todo este tiempo

—Akane, boba…

Ranma se acercó a ella.

—Ahora es mi turno, Ranma.

—¿Turno de qué?

Ella se sonrió divertida.

—Te dije que me desquitaría algún día.

Ranma escuchó el sonido del tren y al volver la cabeza lo vio acercándose a la estación, abriendo las aguas como si fuera nieve, provocando un brillante oleaje.

—¿Y eso?

—Ranma —Akane extendió sus manos y tomó las de Ranma entre las suyas—, hoy es mi turno de secuestrarte… ¡Ah!

Ranma la sorprendió, tirando de las manos de Akane y abrazándola con fuerza.

—Jamás me arrepentí de quererte, ¡jamás te reclamé por qué me dejaste solo!... Jamás... yo... jamás me rendí…

—Lo sé, Ranma, lo sé. Me lo prometiste, y te vi hacerlo. Siempre lo hiciste —Akane escondió su rostro en el pecho de Ranma, sintiendo que sus ojos se humedecían—, perdóname por dejarte solo. ¡Perdóname!

—No, no tengo nada que perdonarte —la separó un poco para mirar su bello rostro cogiéndolo con ambas manos lleno de delicadeza—. Además, no fue tanto tiempo, no exageres, boba.

—Tú eres el bobo —Akane ya no pudo contener sus lágrimas—, bobo, mi bobo…

—Akane…

Entonces Ranma dijo esas palabras que varias veces repitió para ella a lo largo de la vida tan llena de emociones que llevaron juntos, palabras que ella siempre agradeció, pues eran también las que ella tenía para él.

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Susurró el nombre de Akane. Y los hijos, hombres y mujeres de edad avanzada también, comenzaron entre sollozos ahogados a fuerza del orgullo que compartían por su sangre, a soltar uno a uno la mano del más anciano padre. Hasta que solo quedó uno sosteniéndolo con fuerza, con porfía, con los ojos perdidos en esos dedos cansados que antes muchas veces sintió fuertes y poderosos durante sus muchos encuentros. No tuvieron palabras afectuosas, ellos no eran así, pero siempre supieron cómo comunicarse a través del arte que compartieron.

—Tetsu… —lo llamó uno de sus hermanos.

«Tetsu», repitieron uno a uno intentando que él reaccionara, pero no lo hacía. Entonces una anciana que junto con el resto se sentaba en el círculo que los rodeaba, se acercó deslizándose recatadamente por el piso para no perder la postura. Y detrás de su esposo Tetsu Saotome, colocó su mano en la gran espalda y le susurró con cariño, y sus ojos igual de humedecidos.

—Tetsu, mi Tetsu, déjalo ir.

—Pero…

—Ya es hora que Papá Saotome pueda finalmente reunirse con Mamá Saotome. Tu madre lo está esperando.

Tetsu lo pensó detenidamente, escuchó como los labios del anciano volvían a susurrar el nombre de su madre. Entonces besó sus dedos… y lo soltó.

Y volvió a escuchar las palabras de su padre, sus últimas palabras, que antes tantas veces escuchó en la intimidad del hogar decirle a su madre, pero en ese momento él anciano patriarca se las dedicó a él, a ellos, a sus hijos, sus nietos y a sus pequeños bisnietos.

—Ve con mamá… —Tetsu se llevó la mano al rostro. A pesar de sus cabellos canosos, su orgullo de Saotome, su cuerpo recio, sus muchas experiencias; a pesar de todo, se encogió como un niño pequeño cuando su esposa, la anciana Chidori Saotome lo abrazó por la espalda—. Ve con ella, papá.

Y el último suspiro del anciano fue una arrogante y bella sonrisa, como la de un adolescente.

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La brisa sopló con fuerza, remeció los árboles y la gente parada en las veradas tuvo que aferrarse los vestidos y sombreros. Los pétalos de los cerezos revolotearon y por un momento le parecieron al joven hombre como el sonido de las olas del mar. Entonces vio un vehículo oscuro pasar justo frente a él, y por un momento, por un sentimiento extraño, se quedó quieto. En ello su mujer le habló.

—Ranma, ¡Ranma! ¿Estás bien?

—¿Akane?... ¡Ay! —se quejó con dolor cuando el bebé que cargaba en sus brazos tiró con fuerza de su coleta china—. ¡Tetsu, para, deja de hacer eso que me duele!

El pequeño bebé no lo obedecía y tiraba con más fuerza de la trenza de su padre.

—Seguramente está molesto porque andas distraído y no le prestas atención —se quejó Akane, cuando en realidad pensaba en ella.

Ambos esperaban en la esquina para cruzar la calle. Akane empujaba el coche del bebé en el que habían dejado las bolsas con las compras, mientras que Ranma cargaba al pequeño Tetsu, que turnaba los movimientos de su chupete con lo divertido que estaba jalando la trenza de su padre.

—Tetsu, ya basta, déjame en paz. Tienes la fuerza bruta de tu madre.

—¿Así que es verdad?

—¿Qué cosa? —le preguntó a su mujer batallando contra el bebé, con pequeñas lágrimas de dolor en sus ojos.

Akane observaba hacia el final de la cuadra, donde un terreno ocupado por árboles tenía un cartel en su frontis.

—Kasumi me mencionó, que construirían un nuevo cementerio en ese lugar —Akane guardó un ominoso silencio. Ranma se rio en su cara.

—¿Crees que saldrán fantasmas a perseguirte por la noche?

—¡Ranma, bobo, deja de molestarme!

—Solo tú podrías asustarte a medio día, Akane.

—No me molestes.

—¡Ay, Tetsu, ya basta!

—Lo tienes merecido —Akane le sacó la lengua—, mi pequeño siempre defenderá a su maravillosa madre.

Ranma se quedó observando a su esposa reír, y por un momento hasta los tirones de Tetsu a su trenza dejaron de importarle. La sorprendió cargando a Tetsu con un brazo, para usar la mano libre cogiendo la suya con tierna fuerza.

—Ranma, ¿qué estás haciendo?

—Nada —respondió algo poco avergonzado—, solo que yo…

—¿Qué cosa?

Ranma se sonrió y al mirarla a los ojos ella comprendió sonrojándose también.

—Akane, gracias por hacerme feliz.

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«Gracias por hacerme tan feliz»

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