Hola a todo el mundo, Bou is here ( ꒪Д꒪)ノ! He decidido editar esto un poco, que falta le hacía. Este fue mi primer fic de Hetalia, y confío en poder sacarlo adelante. Vamos allá con las aclaraciones, viejas y nuevas que os relato aquí para que podamos tener en cuenta antes de poder comenzar a leer. Ya de entrada, gracias por darle una oportunidad al fic.

¡Sí! Cambié el resumen, y sigue sin convencerme, pero me pareció que así estaba mejor que antes... Escribirlos se me da realmente mal.

La primera es que quiero tratar la complejidad de la relación entre España e Inglaterra, así que no puedo definirlo como un fic de una sola pareja, puesto que hay sentimientos muy fuertes por terceras personas que son importantes (Spamano, SpUk, UkSp, USUK). Espero que a vosotros también os interese este asunto y sigais el curso de tanto acontecimiento, los sentimientos que fluyen son realmente intensos.

La segunda es que este fic está basado en hechos históricos. Trato de mantenerlos ordenados y ser bastante fiel a los hechos ocurridos en realidad, pero puede que en algún momento no sea del todo literal e intente hacer florituras. Espero que sepáis perdonármelo y que además os guste. Si alguien se siente ofendido con algo que no dude en decírmelo en cualquier momento.

La tercera es que la causa por la que esta historia está en la categoría M es, mayoritariamente, la violencia de las guerras que se relatan. También, aunque se supone que al comienzo de esta historia Italia y Romano son pequeños (Chibitalia y Chibiromano), he desarrollado la historia como si fuesen algo más mayores, más como adolescentes que otra cosa; espero que no resulte problemático, no hay ninguna connotación extraña que yo sepa.

La cuarta es que no me he sentido con el ánimo de elegir ninguno de los géneros que se me ofrecen aunque he terminado por seleccionar 'Adventure' *dudas, dudas*... Así que bueno, aclaro aquí que es un fic de acción, con sus trozos de comedia y también sus trozos de romance... y que también tendrá sus partes serias, como debe ser.

La última (¡al fin!) es que he usado todo el tiempo los nombres de los países. No he usado ni usaré los nombres humanos, porque se me hace que así queda como más épico.

¡Y ya! Perdón por la retahíla de cosas que os ha soltado esta petarda .-.

Disclaimer: Hetalia pertenece exclusivamente a Hidekaz Himaruya.


PLUS ULTRA

No era que España en sí no le gustase. España era un lugar caluroso, alegre, con buena comida y mucho arte, que le solían decir. No era por el lugar en sí: se parecía a su casa, con tanta playa y tanto relajo. Es porque, lo que viene a ser España, era un imperio difícil de aguantar. Muy difícil.

—¡Romanoooooooooooo!

—¡Qué! ¡Qué, por Dios, qué!

Maldijo. Maldijo por lo bajo una y mil veces, y por todo lo alto por lo menos dos. Tal vez si se hubiera callado como llevaba haciendo las últimas dos horas aquél estúpido no le hubiera encontrado, pero es que resultaba exasperante: Romano, Romano, tengo una idea genial; Romano, Romano, mira lo que he encontrado en ultramar; Romano, Romano, ¡soy rico!; Romano, romano, soy pobre~… Y daba igual la de veces que lo apartase a patadas, él venía tan tranquilo a darle la murga.

—¡Dame un abrazo!

—¡¿Ehhh-?! ¡No!

¿Ves? ¿VES? Dicho y hecho, antes lo dice, antes se cumple. Romano intentó prepararse para semejante ofensiva de afecto español, tratando de agarrar la escoba para poder librarse de aquellos terribles gestos de cariño, pero era demasiado tarde: dos fuertes brazos, jóvenes y saludables, le envolvieron sin posibilidad ninguna de escape. Romano odiaba esto con toda su alma, y a pesar de lo infructuoso nunca había cejado en sus intentos de zafarse; pero cuando hacía esfuerzos por irse España le alzaba del suelo y para no caerse la mitad de veces tenía que rodear el cuerpo de su jefe con las piernas. Claro que otras era el español el que se había llevado una patada en los huevos y había vuelto a su habitación caliente.

—¡Suéltame, idiota! ¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡Maldita sea, bájameeeeeee!

—Bésame –fue lo único que obtuvo como respuesta, acompañado de una sonrisa sincera.

Cuando España despertó horas más tarde de su inconsciencia, Romano seguía enfadado. ¿Cómo es posible que un amor tan sincero pueda sacar a un hombre de sus casillas? En serio, es que no atinaba a entenderlo; declarar amor es algo muy italiano, ¿por qué a Romano no le gustaba? Cuando le declaraba su amor a Veneciano éste se ponía muy contento y se lo pasaban muy bien juntos. Claro que entonces el hermano mayor se ponía hecho un súcubo y les pegaba a los dos. En ese momento recordó algo que le había dicho Austria, antes de independizarse del imperio:

"¿Has pensado que tal vez Romano sufra por tu comportamiento? A él le cuesta mucho relacionarse, es excesivamente tímido. No puede ser tan abierto ni tan bueno como su hermano y se maldice, y además de todo eso le martirizas con esa personalidad extrovertida. En el fondo, él tiene un buen corazón, y de seguro te aprecia"

¿Por qué el anterior Rey de España había decidido dejar Austria a su hermano en vez de a su hijo? Si siguieran viviendo juntos podría seguir escuchando (repelencias) sabios consejos del tipo que tomaba té con esa elegancia natural, que aunque siempre lo criticaba tenía muchas cosas buenas, como saber ahorrar, por ejemplo (y no era precisamente algo que le viniese mal a España).

Se incorporó con pesadez, e inmediatamente sintió un dolor terrible en la parte de atrás de la cabeza; seguro que era allí donde le había dado el italiano. Dio un par de traspiés por el mareo y decidió ir a buscar a su pequeño tesoro.

La casa de España era grande. Grande y acogedora: caliente en invierno, fresquita en verano. Era una enorme casa de piedra, de paredes blancas y con enormes jardines en los que aún se registraba la presencia árabe. Las tejas rojas brillaban con el sol, que se filtraba al enorme patio interior, con fuentes, canales y muchas plantas. Pronto tendría que llevar a Romano a ver la Alhambra; era un bonito tesoro del que se podía presumir, y seguro que le ponía de buen humor. Sonrió. Sí, seguro que Romano se ponía contento. Cada vez que conseguía algo del pequeño era un triunfo.

Pero algo quiso que su día se torciese… un pelín.

—¡Tú! ¿Tanto me echas de menos? ¿Qué haces aquí? –soltó con una carcajada.

—He pensado que es una desgracia no tener vistas al mediterráneo, así que estoy buscando una habitación elegante por aquí…

Inglaterra. Gran Bretaña. Britany, que solía llamarle. Un hombre venido del otro lado del mar, con porte, elegancia y una lengua viperina que bien podría metérsela por el culo, la verdad. Si bien iba de caballero elegante, a veces el sarcasmo y la ironía los sudaba con excesiva facilidad. Y más si con ello podía putear un poco a España.

—¿Una habitación en mi casa? ¿De verdad?

Aquello no tenía sentido. Aparentemente. ¿Qué quería ese individuo? Tal vez disculparse por alguna de las miles de perrerías que le había hecho. Pero Inglaterra no parecía ser del tipo de persona que sabe disculparse... ¿Una trampa? Imposible… Finalmente, y no sin esfuerzo, cayó en la cuenta de lo que el rubio quería.

—¡AH! ¡Quieres que seamos amigos! –gritó España en un estallido de júbilo, lanzándose a abrazar a su nuevo compañero olvidando todo conflicto anterior. ¡Inglaterra, la antisocial Britany, sólo quería un poco de compañía sureña! Tenía tanto sentido, con lo mal que se le daban las relaciones, vivir en España y crear el dominio mundial le haría más feliz y alegre, de seguro. Sólo había que ver al inquilino en su casa dueño de Nápoles; Romano era mucho más alegre y sociable ahora que al principio. … ¿No?... ¿No? Por supuesto que sí… ¡A callar!

—¡Pero estás loco o qué! ¡Quita! ¿Cómo iba a querer mi elegante persona estar relacionado con alguien como tú? ¿No ves que carece de todo senti-haz el favor de soltarme ya, por Dios!

—No tengas vergüenza, Britany amigo, que en España está de más.

—¿Se puede saber por qué hablas tan alto? ¡Y no me llames Britany!

—¿Yo? ¿Alto? Romanoooooooooooo, ¿tú crees que hablo alto?

A estas alturas Romano se había sentado a la fresca en una cómoda mecedora y observaba divertido todo el panorama comiéndose unas tapitas de jamón (del mejor que su jefe tenía en la despensa, porque si Romano puede coger algo gratuito, lo coge de la mejor calidad, se entiende).

—¿Alto? Qué va, yo creo que sólo hablas con entusiasmo, idiota.

—¡No tiene sentido que se lo preguntes a los países del sur, imbécil! ¿No ves que allá todo el mundo habla rápido y a gritos? A un italiano le va a preguntar… Ya, suéltame.

—¿Demasiado rápido para ti, bastardo trigueño?

El odio entre Inglaterra y Romano era siempre tan patente... En realidad, al único que le pasaba desapercibido era a España, y era algo de lo que Francia (y más tarde Prusia) se reían mucho. Romano tenía la firme convicción de que Inglaterra no se había dado cuenta de que España era simplemente un tonto. Podía ser por la tendencia de Inglaterra a pensar que todo aquél que no fuera él era tonto, así que quedaba ensombrecido por ser un mal común.

—No peleéis, no me gusta ver a la gente que quiero discutir, hombre. ¿Es porque tienes nostalgia? Esos años en los que estuvimos viviendo juntos estuvieron bien y supongo que te acostumbraste… ¡Pero!, me alegro de que quieras repetir.

¿Pero cómo podía tener un hombre tan poco juicio? ¿Y era esta España la que poseía tantos Reinos, Imperios y tierras all over the world? ¡En manos de quién estamos!

Inglaterra recordaba con pesar los años en los que él y España habían convivido en una misma casa. Fueron muy pocos, pero muy intensos. La constante alegría del español le crispaba los nervios, y a pesar de que había intentado por todos los medios acabar con su positivismo, hundirlo, enfadarlo, entristecerlo… nada. Así que en cuanto pudo, puerta y adiós. Y sin embargo no había podido quitárselo de la cabeza, le rondaba la mente en los momentos más inesperados, fraguándose un sentimiento que bien podía ser odio o bien no, pero que en cualquier caso era muy intenso y muy parecido. Quería verlo sufrir. Quería quitarle todo lo que tenía. Quería tener una España implorándole por… por cualquier cosa en realidad, quería verlo arrastrarse ante él, admitir su superioridad y rendirse. Quería verlo doblegarse, despojarse del orgullo español, y entregarse a su elegante ser bajo el yugo de la derrota.

—No quiero estar contigo, no es en absoluto mi intención –intervino con una sonrisa el rubio en un tono tan tranquilo y gélido que resultó aterrador-. Sólo me haces falta para satisfacer mis necesidades. Eres una herramienta que necesito para mis propios fines –terminó con simpleza.

Súbita e inesperadamente, Romano se levantó de su asiento dispuesto a acabar con Gran Bretaña. Desconocía y ni siquiera se planteó el origen de la furiosa ira que crecía en su interior, pero no podía tolerar que ese individuo siguiese poniendo los pies en su casa si pensaba hablar así a quien de esas tierras era soberano. Así sólo podía hablarle él, y era porque… era él.

Se abalanzó sobre el inglés consiguiendo derribarlo, quedando él encima y el anglosajón tumbado en el suelo. Sin embargo, la expresión de este último seguía siendo su sonrisa diabólica e imperturbable.

—¡Cómo te atreves a hablar así, maldito bastardo! ¿No sois los ingleses educados? ¡Una puta mierda es lo que vas a obtener aquí, ¿me has oído? ¡Nada! ¡No puedes gobernar sobre algo que desprecias! ¡España nunca será tuya!

España se asustó al ver el conflicto. Sin embargo, a Inglaterra parecía no importarle, y parecía hasta tranquilo, si se pudiera decir de ese modo. Hacer enfadar a Italia del Sur sacaba lo mejor de sí mismo.

—¿Tienes miedo? –aquella pregunta hirió a Romano. Sin saber muy bien por qué, algo le pinchó en el pecho e hizo que perdiera totalmente el control. –No te preocupes, en cuanto tenga el control sobre este sitio lo primero que haré será deshacerme de ti. No eres más que un lastre para todos, y más para este reino.

Cogió lo primero que tenía a mano y que pareciera lo suficientemente sólido, y lo agitó furiosamente contra su enemigo. Iba a matar a Inglaterra.

El impacto fue contundente. La cerámica que Romano había usado como arma se había roto en mil pedazos.

Inglaterra abrió los ojos al sentir algo gotear sobre su cara, y Romano retrocedió asustado. Entre los dos se había interpuesto España, recibiendo un golpe que le haría sangrar y verter su sangre sobre Inglaterra. Frente al rubio y de espaldas al italiano, tomó aire muy profundamente.

—Romano, no está bien atacar así a los demás. La hospitalidad es una cualidad cristiana.

Romano abrió mucho los ojos, dolido, e Inglaterra sonrió socarronamente. España estaba muy serio y hablaba tan tranquilo que el primero estaba aterrorizado. Al italiano le dio la sensación de que el anglosajón sabía desde un principio que no iba a llegar a hacerle daño. Inglaterra, por su parte, siempre se ha sabido superior a quien lo era.

—¿Ves? Haz caso de tu Lord y no intentes imposibles. Él sabe bien quién es más importante.

Italia del Sur se levantó como un autómata y sin fijarse cómo ni por dónde, se fue. España miró con tristeza la dirección que seguía su inquilino hasta que este desapareció, y luego volvió a girarse para dirigirse de nuevo a Inglaterra.

—Y tú no te confundas, Gran Bretaña. Si he hecho lo que he hecho ha sido por Romano, y en absoluto por ti. No pienso dejar que cargue en su corazón con la conciencia de haber dañado a alguien. Bien poco me importa lo que me hagas a mí, o todo lo que de mí quieras decir, pero no pienso tolerar que le hagas daño a quienes quiero. Y si hay alguien a quien quiero con toda el alma, ése es Romano.

Inglaterra hizo un amago brusco para apartar a su interlocutor, molesto como nunca lo había estado. Se sentía furioso e indignado, y la sonrisa había desaparecido de su cara. "Así que es eso, sólo te vas a poner serio por Romano. Perfecto."

—Me vengaré por esto, Inglaterra. Lo juro por lo más sagrado.

Tras colocarse las ropas y disponerse perfectamente, Inglaterra respondió con la calma y la entereza que sólo un inglés puede tener:

—Bueno será ver cómo te buscas tu propio camino a la ruina, sabiendo con quién te metes. Te estaré esperando.

Con sublime dignidad y tremenda elegancia, se dio media vuelta y comenzó a caminar con altivez.

—Inglaterra.

—¿Hm? –amagó el susodicho volteando ligeramente la cara.

—Me alegro de que no te hayas hecho daño.

La sonrisa de España. Una vez más. En un gesto algo triste, expresaba optimismo, sinceridad, y algo de preocupación. Aún goteaba algo de sangre de su hombro derecho: nada de lo que no fuera a recuperarse. Inglaterra lo miró unos segundos, volvió lentamente a su posición y se marchó, dejando de un modo u otro una extraña sensación de vacío.

·*·*·*·*·*·*·

—Romano… Romano, abre la puerta…

Nada.

—Roooomaaaanoooo…

Incluso cantándolo, nada. No había manera de que el muchacho le abriese la puerta de su habitación.

—Romano, tarde o temprano vas a tener que salir para (no) hacer tus tareas, así que… ¡Ya sé! ¡Romano, Romano, voy a hacer una tortilla de patatas gigantesca! Pero sólo si me abres.

Algo se escuchó. Un ligero ruido que provenía de la habitación.

—Incluso podemos ponerle un poco de salsa de tomate por encima… Seguro que sabe deliciosa…

A España se le estaba empezando a olvidar cuál era el fin de pensar en todo aquello y se estaba poniendo de verdadero buen humor pensando en tan lujuriosa mezcla de sabores. Por suerte, el sonido de un pestillo desbloqueándose le devolvió a la realidad. Hay que decir que, de todas formas, Romano no abrió la puerta. Sólo abrió el pestillo y se fue de vuelta a la cama. Pero tal vez dejar pasar la oportunidad de comer algo rico no resultaba moral, así que… bien.

El mayor entró en la habitación con naturalidad. Estaba todo a oscuras, y sólo se podían distinguir algunas sombras.

—Romano, tienes que descorrer las cortinas, que sino esto es muy lúg-¡Dolor!

En mitad de la oscuridad, el español se dio con la pata de una silla en el dedo pequeño del pie. Dio un par de saltos hacia atrás mientras se agarraba el pie como si en cualquier momento se pudiese escapar volando, acusado por el dolor. Se oyó algo parecido a una risa, que cesó inmediatamente. Enternecido al pensar que tal vez Romano estaba de mejor humor, continuó caminando en dirección a las ventanas, y esta vez se llevó la silla entera por delante. Al caminar con paso confiado había ido a parar de vuelta con su archienemiga y cayó de bruces al suelo, cagándose en todo lo cagable. Romano se enfadó todavía más, porque no había nada más frustrante para él que el que le hicieran reír cuando quería estar enfadado, pero no pudo aguantarlo. Por fin, España abrió las pesadas cortinas dejando que el sol de la tarde iluminase la habitación.

—¡Anímate, Romano! ¡Mira que buen tiempo hace! Sólo levantarse y que haga sol hace de un día algo maravilloso, ¿no crees?

—Hn.

El chico estaba tumbado en la cama tapado hasta la cabeza, así que el moreno no conseguía verle la cara. Calmadamente y cojeando un poco, España se acercó hasta la cama, y se sentó al lado de donde estaba tumbado Romano, acomodándose entre almohadones. En España las camas han de ser tan grandes y cómodas como sea posible; hay días en los que se duerme hasta 16 horas.

—¿Estás bien? ¿Te has llegado a hacer daño?

—Hnnnn… jame.

—¿Eh?

—Déjame. Trae la tortilla y vete.

—Inglaterra se ha marchado; no te preocupes. Además no se ha hecho daño, así que no tomará represalias. No creas nada de lo que ha dicho, sabes que no eres una molestia para nad…

—¡Que te vayas, maldita sea!

Se destapó de golpe y se enfrentó a su jefe con toda su ira. Comenzó a pegarle puñetazos en el pecho, ciego de rabia, sólo queriendo que se marchara de allí y le dejara sólo. El español le agarró de las muñecas, dejando que le golpeara de todos modos. Cuando Romano se cansó y cayó sobre él, lo rodeó con un brazo y lo apretó suavemente contra sí. Ciertamente, ser tan intenso como Romano tenía que ser agotador.

—¡Ah, Romano! –recordó de pronto-. ¡Hoy tenía dos cosas para contarte! Una es extra-mega-súper-molto-genial-como-un-churro, y la otra será genial… un poco más a largo plazo, si me sale bien. Supongo que de la segunda decidirás tú si es chachi o no, peeeeeero, pero, ¡en lo que se refiere a la primera no admito discusión ninguna!

Lo apartó y lo sentó frente a él, agarrándole por los hombros y obligándole a mirarlo a los ojos. La cara de España rebosaba alegría, y una felicidad especial embargaba todo su cuerpo, habiendo olvidado con facilidad española lo que le iba mal a él o al resto para resaltar una genialidad novedosa. Los españoles son distraídos.

—Ya puede serlo, porque esa estúpida tortilla está tardando mucho… –rumió Romano.

—Romano, ¡he inventado un juego nuevo! –exclamó a punto de mearse de la emoción. Si Romano fuese un gato, un perro, o algún animal similar, ahora mismo acabaría de levantar las orejas, símbolo de que tenía toda su atención. Estaban hablando de un juego, dopo tutto-. Escucha y me dices qué te parece. Aprovechando la entrada que hacen en la ciudad los toros que se llegan hasta Pamplona, se me ha ocurrido lo siguiente: nosotros nos ponemos algo rojo que pueda llamar la atención de las reses, luego soltamos tantos como podamos (unos cien si puede ser), y después corremos por todo el pueblo hasta la plaza sin que nos cojan. El que no muera en el camino, ¡gana!

Se hizo un silencio. España se estremecía entero de lo divertidísima que le resultaba su nueva fiesta.

—¿Qué te parece, no es genial? Además, después vienen las corridas de toros y después de eso una buena comida en un asador… ¡Será el día mundial de la felicidad! ¡Me muero!

Tan contento estaba que se levantó, dio tres saltos encima de la cama y después se tiró encima de los cojines al grito de Soy genial. Seguro que Prusia venía a pasárselo teta.

Se dio cuenta de que Romano le estaba mirando, y se puso algo tenso. Este levantó poco a poco la mirada hasta que sus ojos se encontraron. Lentamente, comenzaron a iluminarse y algo parecido a una sonrisa se amagó en su cara.

—¡Gah! ¡Suena jodidamente genial! ¡Maldita sea, hay que hacerlo ya! –y poner a correr a ese estúpido cejudo, pensó. Lo viese como lo viese parecía una idea divina. Si toda la gente iba a ver a una persona enfrentarse a un toro en una plaza, cien personas contra cien toros debía de ser el mejor espectáculo. Y además después comida. El edén podía ser mejor, pero con dificultad. Teniendo esto la otra noticia no podía ser tan mala, todo quedaría suavizado–. ¿Y bien, cuál es la otra cosa que me querías decir? –cuando España abrió la boca para hablar, Romano alzó el puño-. Como te vuelvas a propasar como al inicio del capítulo te vuelvo a zurrar, maldita sea.

El español rio suavemente y alzó las manos en son de paz.

—No, no, tranquilo, hoy llevo demasiadas lesiones a cuestas para intentar ganarme tu cariño –Romano alzó las cejas. ¿A qué demonios venía esa actitud tan cutre? Por supuesto que no iba a ganarse su cariño una persona que desistía con tanta facilidad-. En fin, la otra noticia es que vas a ser libre por un tiempo, y estarás más desahogado porque… bueno, porque no estaré por aquí en una buena temporada.

Se le borró la sonrisa (si es que había llegado a tenerla) de la cara.

—Por qué.

—Bueno, pues porque salgo de viaje dentro de poco, ya sabes, tengo que arreglar muchas cosas que tengo pendientes por ahí… De todos modos no te preocupes. En mitad de mi viaje he quedado con Veneciano para acordar una cosa, y también con los Estados Pontificios y demás, así que aprovecharé para escribirte una carta, no vaya a ser que te olvides de tu atractivo superior.

Dijo esto último como si fuera increíblemente obvio que él, en fin, estaba como un queso y era innegable.

—Cuándo te vas.

—He pensado que podríamos dormir juntos, ya que cuando esté fuera te voy a echar mucho de menos… Además, si tienes pesadillas ya no tendrás que venir corriendo a mi cama porque ya estaremos juntos… -oh, oh, Romano no parecía de muy buen humor. Igual tenía que haberle avisado con anterioridad… pero se le había olvidado… Joder, es difícil pedirle a alguien a quien has medio engañado que duerma contigo.

—Que cuándo te vas, stronzo!

¿Cómo podía ser que Romano fuera tan cobarde y tan agresivo en una sola persona? Tragó saliva.

—…Mañana.

—¿Mañana? ¡Mañana! ¿Y a qué esperabas para decírmelo, bastardo? A que me levantara y viera que no estás o algo así, o a que me lo dijese tu jefe, o a que ya me enteraría yo, o es más, cuando volvieses, muy en tu estúpido carácter me dirías, 'Ah sí, me fui a hacer una cosa…' mientras te rascas la estúpida cabeza…

—Romano…

—¡Ni Romano ni hostias! ¡Vete! ¡Vete de aquí! ¡Duerme con tu puñetera madre, idiota!

A pesar de que España era considerablemente superior en poder y fuerza, el pequeño estaba consiguiendo hacerle retroceder hasta la puerta de la habitación, a base de tirarle todo lo que encontraba por el camino. Era algo parecido a cuando la Bestia expulsa a Bella del ala oeste de su castillo, sólo que hipotéticamente el papel de Bella era de Romano. Porque no iba ser de España… ¿O sí?

—Pe-, ¡Romano! ¡Espera! ¡Romano! Ábreme…

Pues nada, al carajo sus esperanzas de dormir abrazado a él. Estuvo bastante rato intentando abrir la puerta del más pequeño, pero fue imposible. Finalmente se dejó caer con la espalda apoyada en ella, conservando la esperanza de que en algún momento la abriría. 'Qué desgracia' pensó mientras se reía: 'No hemos cambiado nada… Supongo que las cosas buenas no deberían cambiar nunca, así que está bien así'. Los recuerdos de muchas cosas volvieron a su mente y le hicieron sonreír. Pensó que tal vez tenía que haberle contado a Romano que esta vez era un viaje un poquito distinto. Que tal vez debía haberle contado que existía la posibilidad de que no volviera. Que se iba a la guerra.

Hubiera sido bonito poder dormir con él antes de partir. Como lo último que se pierde es la esperanza, no se separó de la puerta en toda la noche, por si acaso.

Qué injusto. Qué sucio. ¡Maldición!, ¿porqué era siempre así? ¿por qué siempre actuaba como si a él no le importase nada? No es que quisiese a España, pero cierto es que si… que si lo hiciera, con esa mierda de actitud sólo lo haría todo más difícil para él. España se preocupa por todo el mundo, pero en el fondo no es capaz de ver nada. ¡Es un idiota con todas las letras! Por favor, tenía que haber una palabra en el mundo que no fueran rabia o frustración que describiese cómo se sentía en aquél momento. Las lágrimas empezaron a caer al tiempo que apretaba las sábanas, y del alma le salió un desgarrador grito de rabia.

Escuchó golpes en la puerta, probablemente de España, pero no quería verlo. Por nada del mundo quería enfrentarse a él ahora; sólo quería estar solo, y que le dejaran de una jodida vez en paz. Si por lo menos fuese como Veneciano… pero no, espera, que Veneciano iba a estar con España en este viaje. Se preguntó si iba a volver a intentar cambiarlo.

Y así, consumido en su propio enfado y miseria, y más de puro agotamiento causado por el llanto, Romano se durmió.

Cuando se despertó a la mañana siguiente, un sol deslumbrante entraba por las enormes ventanas de su habitación. Asimilando repentinamente que era de día, saltó de la cama y abrió la puerta de golpe, pero allí no había nadie. Corrió por el pasillo hasta la habitación de su jefe, pero allí tampoco no había nadie y la cama estaba hecha. Desesperado, echó a correr en dirección a la cocina.

—Buenos días, señorito Romano. Es algo tarde… ¿quiere desayunar? ¿O prefiere comer? Hay tortilla de patatas con toma-

—¿¡Dónde está!? ¡Dónde está España, maldita sea!

Las dos mujeres que había en la cocina se miraron, y después miraron a Romano como con tristeza.

—Partió ya, pronto por la mañana. Tal vez siga en el puerto, aunque lo dudo mucho.

Sin escuchar nada más, salió corriendo con lo puesto hasta la playa. Allí encontró a un antiguo capitán de la guardia ya retirado que a día de hoy se dedicaba a velar por la seguridad en el puerto, al que sacudió por las solapas.

—¿Adónde ha ido? ¡Adónde ha ido ese cerdo imbécil!

—¿Quién?

—¡Adónde ha ido España, por Dios!

—Partió ya al fragor de la batalla.

—¿…Batalla?

Aprovechando que el agarre de Romano se había aflojado, el retirado capitán se zafó de él y se colocó en el suelo como debía hacerlo un hombre de su rango. Si Romano se diese cuenta de la mitad de las cosas que hacía estando enfadado, con lo cobarde que era, las iba a pasar canutas.

—Claro, hombre. Hoy España parte para, con la llamada Liga Santa, enfrentarse definitivamente contra el Imperio Otomano.

—… ¿Turquía?

Así que era eso. Turquía. Una existencia que le hacía estremecerse sólo de oír su nombre.

Incluso había pedido ayuda a su hermano Veneciano, todo para protegerle a él.

Pero si España nunca había salido bien parado de las reyertas con Turquía. Se rio un poco al pensar en Veneciano en semejante lucha, o en Su Santidad.

Le fallaron las piernas y cayó de rodillas en la arena. Agarró fuerte su rosario, y deseó que subiese la marea para que el sabor salado del mar se confundiese con el de sus lágrimas.

No eres más que un lastre para todos, y más para este reino.

Esas palabras no conseguían desaparecer de su mente.


Rincón histórico:

Felipe II de España estuvo casado con Maria I de Inglaterra desde 1554 hasta 1558 cuando ella murió sin descendencia. Durante esa época eran ambos soberanos de un sinfín de tierras (a pesar de que los ingleses pusieron condiciones muy estrictas al enlace), y es el tiempo en el que España e Inglaterra estuvieron 'viviendo juntos'. Cuando murió ella, todo volvió a ser como era antes, sin problema.

Supongo que muchos lo habréis deducido, pero ese maravilloso juego nuevo son los llamados ahora San Fermines.

La pelea contra Turquía está basada en la Batalla de Lepanto, en la que la llamada Liga Santa (formada por el Reino de España, los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova y el Ducado de Saboya) venció y consiguió de este modo frenar la expansión del Imperio Otomano por Europa.

¡Y fin! Hope you liked it! Hope you want to review it( ꒪Д꒪)ノ!

Bou (Inglaterra quedó malvado, no? jojojo)