Disclaimer: creo que la misma palabra lo define todo: fanfiction
(Nada de Naruto y sus personajes me pertenece salvo las candentes escenas producto de mi imaginaci
ón como efecto de la cafeína)


Después de la lluvia

Capítulo 9


Shikamaru y yo no volvimos a hablar de aquel tema desde ese día, aunque viéndolo en retrospectiva, tampoco hizo falta. A partir de aquella mañana comencé a respirar mejor, incluso cuando ni siquiera me había dado cuenta de que me hacía falta. Era más que consciente de que mis lágrimas de ese momento habían sido el primer paso pequeño hacia una posible resolución de mis problemas, unos que no sólo se limitaban a Naruto y a mi incapacidad para adquirir un compromiso por temor a no ser suficiente, pero tampoco iba a acelerar el proceso.

Mi problema era ése: creer que no era suficiente, lo sabía. Así como también sabía quién había sido gran partícipe en la creación de mis inseguridades.

Tenía el talento para retrasar lo inevitable, pero no pasó mucho tiempo antes de que mi abuela exigiera convivir conmigo, a pesar de mis eternas excusas y mi poco sano horario laboral. Hubiera querido ser la nieta lista de siempre y reunirme con ella en un lugar neutral, pero todo jugó en mi contra aquella tarde y no tuve más remedio que dejar que me visitara en la cafetería del hospital luego de que yo saliera de una cirugía de emergencia.

Bebimos café en silencio. Era la primera vez que estábamos sentadas de esa manera, como dos adultas tomando una bebida. Esperé a sentirme un poco rara, y la sensación no tardó en llegar. Miré a mi alrededor, el lugar estaba casi vacío, y todos parecían más centrados en sus propios alimentos y charlas que en lo que ocurría a su alrededor. Yo, en cambio, buscaba una salida, por más mínima que esta fuera.

Mi abuela permaneció impasible hasta que bebió un poco de su café y no pudo contener una mueca arrugando sus labios. Entonces me preguntó:

—¿Y dónde está ese amigo tuyo, Ino? Nunca fue a cenar a la casa. —Al ver que le lanzaba una mirada elocuente, alzó las manos y abrió la boca atónita—. ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Es que ya no puedo preguntar?

—¿En serio te importa?

El cielo sabía que yo no quería tener esa conversación con ella, no en ese lugar ni mucho menos en aquel momento, pero no iba a poder salvarme.

—Te iría bien tener un hombre a tu lado.

—No parecías pensar lo mismo cuando te lo presenté.

—¿De qué estás hablando? Para ser un ninja, parecía algo… pintoresco. Pero muy agradable.

Eché la cabeza hacia adelante y solté un gemido. A mi abuela siempre se le ha dado bien re-escribir la historia según le convenga. Es así como lograba terminar como la víctima sin importar el contexto.

—No puedo creer esto —gruñí entre dientes.

Mi tono habría sido suficiente para cesar con cualquier intento de cualquier otra persona por entablar conversación, pero no con mi abuela. Por el contrario, ella se deslizó en la silla para acercarse más a la mesa que nos apartaba.

—Ya sabes que creo que tendrías que haberte casado hace tiempo. Tendrías que tener hijos y una vida de verdad.

Era el sermón de siempre pero, por primera vez, no sólo escuché las palabras sino también el significado que había detrás de ellas.

—Ya tengo una vida de verdad, abuela. No tengo necesidad de definirme basándome en un esposo y unos hijos cuando en el mundo hay mucho más que eso que me gustaría para mí.

Su uña martilleó con impaciencia sobre la superficie plástica de la mesa y se cruzó de brazos. El maquillaje perfecto que llevaba no podía ocultar las ojeras que tenía y eso, de alguna manera, hizo aún más notoria su mueca desdeñosa eternamente dirigida hacia mí.

—Me gustaría, que no fueras tan respondona conmigo, que te cuidaras más, y que en vez de saltarme directa a la yugular cada vez que hablamos, te dieras cuenta de que sólo intento asegurarme de que estás bien. Necesitas algo más que esos condenados jutsus y estar rodeada de gente enferma todo el bendito día, Ino.

Tenía las manos alrededor de la taza, pero las coloqué con las palmas abiertas sobre la mesa y observé a mi abuela con atención, mientras intentaba verme a mí misma en la curva de su mandíbula, en el color de sus ojos, en su corte de pelo. Intenté encontrarme a mí misma en mi abuela, ver alguna conexión que demostrara que había habido un tiempo en que no me miraba con desilusión; pero no encontré nada.

—No es así. ¡Soy una kunoichi, abuela! —Exclamé sintiéndome llena de seguridad al pronunciar aquellas palabras como no lo había hecho en mucho tiempo, aunque todo mi cuerpo había comenzado a temblar—. Y sé que tienes motivos para dudar sobre los shinobi, sé mejor que nadie las terribles cosas que alguien con poder es capaz de hacer, pero ya es suficiente. Odiar lo que papá y yo somos no va a traer al abuelo de vuelta. Y por si no te ha quedado claro en todo el tiempo que llevas viviendo en esta aldea, no soy sólo una máquina diseñada para matar. ¡Ayudé a salvar el mundo, por todo el cielo!

Sin pensarlo demasiado, alcé mi mano a la altura de su rostro y dejé fluir mi chakra hasta hacerlo visible como un tenue resplandor. Conseguí algunas miradas de los médicos que nos rodeaban, pero yo estaba concentrada en demostrar mi punto.

—¿Ves esto? Gracias a esto soy capaz de salvar vidas y proteger sueños que estoy segura de que harán un mejor futuro. Y me gustaría que, al menos por una vez, me vieras con algo de orgullo porque he llegado hasta aquí siendo tan joven. —La miré con sorpresa porque fue justo en ese momento que por fin entendí. —No, de hecho… —Bajé la mirada un segundo y una pequeña sonrisa apareció en mis labios cuando volví a mirarla. —Yo estoy orgullosa de mí misma por haber llegado hasta aquí. ¿Y sabes que es lo mejor de todo? Que estoy segura de que puedo llegar todavía más lejos. Sólo lamento que estés tan encerrada en tu amargura y en hacer miserables a quienes te rodean que no estés dispuesta a notarlo.

Me puse de pie con un movimiento firme, aunque mis dedos temblaron al tomar mi bata del respaldo de la silla y entonces me encaminé hacia la salida. Escuché a mi abuela llamarme a la distancia, pero no miré atrás. Ya lo había hecho durante mucho tiempo y no quería hacerlo más.

Claro que, tampoco emergí de la crisálida de mi pasado y me convertí de buenas a primeras en una mariposa desinhibida y emocionalmente sana, nada es tan fácil.

A veces, la pena es un consuelo que nos permitimos a nosotros mismos porque resulta menos aterrador que intentar alcanzar la felicidad. Nadie quiere admitirlo, todos decimos que nos gustaría ser felices, pero en ese caso, ¿por qué solemos aferramos al dolor? ¿Por qué decidimos recordar una y otra vez las ofensas y las angustias del pasado? A lo mejor es porque la felicidad no dura, y la pena sí.

No obstante, me había decidido a creer en las palabras de Haruhi y confiar en que durara lo que durara, debía intentar dejar el dolor atrás. Era una tonta, sí; pero lo bastante lista como para saber que era la artífice de mi propia debacle, y que era hora de dejar atrás el pasado. Había llegado la hora de que dejara de comportarme como si mis problemas no existieran y para eso tenía que arreglar las cosas que aún podía arreglar.

Lo primero que hice al volver a casa esa tarde fue anunciarle a mis padres que me mudaría. A mi padre no le cayó en gracia, pero lo detuve antes de que comenzara a despotricar en contra de mi abuela asegurándole que mi decisión no era por su causa sino porque era lo que yo necesitaba ahora más que nunca. Necesitaba salir de mi comodidad.

La siguiente cosa de mi lista fue hablar con Shizune sobre mis horarios de trabajo. Confesé que había estado doblando turnos hasta el cansancio sin autorización y que no podía seguir haciéndolo. Esperaba una reprimenda, o tal vez ser despedida pues sabía que había llegado demasiado lejos, pero en cambio recibí una mirada intensa de los usualmente amables ojos de mi jefa acompañada de un "ya era hora" y dos semanas de descanso obligatorio.

Arreglar las cosas con Sakura fue muy fácil. Demasiado, en realidad.

Sólo bastó que la encontrara con su lengua metida en la garganta de Shikamaru para que súbitamente la pelea entre ambas quedara relegada a un evento ocurrido hacía muchísimo tiempo y entonces el tema de conversación fueran mis dos mejores amigos aparentemente juntos, algo en lo que yo no podía estar menos interesada. No me malinterpreten, en serio quería saber cosas como "el cómo había sucedido" y "desde cuando", pero al no estar segura del estatus en que se encontraba nuestra amistad, tuve que conformarme con sus torpes y graciosísimos intentos por explicarse mientras se ruborizaban hasta las orejas y eran incapaces de mirarme directamente a los ojos por más de dos segundos.

Jamás fue tan difícil para mí no estallar en risas y, al mismo tiempo, aguantar mi propia incomodidad y no salir corriendo intentando borrar la imagen que se había grabado en mi cabeza. Pero tal y como sucedía con Shikamaru, los años de amistad que tenía con Sakura me otorgaban el beneficio de un indulto casi instantáneo, incluso en las ocasiones en las que no me lo merecí ni un poco.

Aquel día terminé mi turno y tras cambiarme el uniforme, salí del hospital y fui a una de las tiendas de dulces que había en la aldea. Cuando uno se disculpa, siempre es mejor llevar una ofrenda de paz para allanar el camino; en mi caso, fue una caja de galletas que contenían altas dosis de chocolate y un termo de café con sabor a avellana para reemplazar el brebaje horrible que solíamos tomar en la cafetería del hospital.

Sólo había visitado una sola vez aquel edificio, y admito que había estado algo ebria en ese momento, pero me alegró saber que mi memoria era lo bastante buena como para recordar el camino. Llamé a la puerta del apartamento de Haruhi, y ella sonrió sorprendida al verme.

—Hola, Ino-senpai, pasa.

El nerviosismo en mí se hizo evidente cuando sin esperar más le extendí la caja y dije:

—Te he traído algo.

Se inclinó hacia delante para olisquear la caja y luego clavó su mirada de fingido recelo en mí durante dos segundos completos antes de animarse a levantar la tapa.

—¡Maldita sea! —Exclamó en un gemido—. ¿Por qué eres tan cruel conmigo, senpai? ¡Justo hoy acabo de iniciar una nueva dieta!

En cuanto la escuché maldecir, supe que las cosas iban a arreglarse entre nosotras. Le enseñé el termo, y le dije:

—También he traído café del bueno.

Esta vez fui recompensada por un gritillo de Haruhi mientras daba pequeños saltos que amenazaron con volcar la caja de galletas en sus manos. Casi me empujó para que atravesara el pequeño vestíbulo, apenas dándome oportunidad de quitarme las sandalias, y me dejó caer en su mullido sofá.

—Te odio tanto que te adoro —Dijo corriendo a la cocina por una taza, y me la dio.

Alzamos las tazas y cada una tomó una galleta. En cuanto mordió su galleta, soltó un gemido tan largo y sonoro que me eché a reír, pero reaccioné con un entusiasmo parecido cuando mordí la que sostenía entre los dedos. Nos dimos un atracón de galletas y café, de esos que a veces ocurrían en el hospital y que nosotras fingíamos no saber cómo pasaban, y cuando el frenesí disminuyó, le dije:

—Siento mucho lo que te dije, Haruhi.

Ella se encogió de hombros mientras daba un pequeño sorbo a su taza.

—No te preocupes, senpai. Admito que soy una odiosa entrometida.

—No, Sakura y tú estaban intentando ser mis amigas, y yo no reaccioné horrible. Lo siento mucho. Todas esas cosas que dije…

—¡La culpa no fue tuya! —Me interrumpió ella.

—¡Estoy intentando disculparme, Haruhi! —Le interrumpí yo—. ¿Quieres hacerme el favor de dejar que lo haga?

Ella se echó a reír, pero asintió mirándome con sus enormes ojos castaños y me dijo:

—Vale, yo fui una odiosa entrometida y tú una perra maldita, ¿está bien para ti?

Resoplé con algo de diversión mientras sonreía.

—Perfecto. —Le ofrecí la mano y ella la estrechó animada—. He echado de menos trabajar contigo.

—¡Y yo contigo! En serio, la jefa de enfermeras me odia y me tiene llenando informes todo el bendito día. Siento que mi cerebro muere un poco con cada expediente que tengo que revisar, lo juro.

Esta vez fue mi turno para soltar una ligera risa ante su dramatismo.

Nos pasamos media hora de trabajo charlando entre risitas sobre un montón de cosas, detalles mínimos y a menudo superficiales que por primera vez compartí con ella y que, a su vez, me permitieron conocerla un poco más.

—Bueno, ¿y tú cómo estás? —Preguntó luego de un pequeño silencio que se instaló entre ambas—. ¿Qué has estado haciendo? Aparte de tentarme con galletas para lograr que engorde hasta que no me quepa el uniforme, claro.

—Estoy bien —agarré otra galleta, y le di un mordisco. Miré mi taza y me di cuenta de que estaba casi vacía.

—Vale.

Fingí no darme cuenta de que estaba intentando controlar las ganas de comportarse como una odiosa entrometida, pero al final me rendí.

—Estoy bien, Haruhi. De verdad. Y no, no he buscado a Naruto.

Me lanzó una servilleta, y dio un pequeño salto en el sofá para situarse a mi lado.

—¿Por qué no? ¡Hazlo!

Yo sacudí la cabeza.

—Es demasiado tarde, hay cosas que están destinadas a salir mal, así que hay que ahorrarnos la miseria.

—¿Cómo lo sabes si no lo intentas?

Bajé la mirada hacia la galleta mordida que sostenía entre mis dedos durante un segundo antes de volver a enfocarla en su rostro. Al ver la sinceridad que se reflejaba en su mirada recordé que ella había estado con Sakura cuando había visto a Naruto.

—¿Qué te dijo cuando lo viste?

—Que habían terminado, sólo eso. Se le veía súper triste. —Se encogió un poco, frunciendo ligeramente el ceño como si estuviera buscando las palabras correctas antes de pronunciarlas, aunque al final se rindió y prefirió ser directa—. Senpai, búscalo, algo me dice que él está esperando a que lo hagas.

—No puedo, Haruhi.

—Bien, sólo… quiero que pienses algo, ¿de acuerdo? —Yo asentí—. Él te va a esperar todo lo que quieras, estoy segura, pero ¿qué pasará si mientras lo hace alguien más aparece dispuesta a darle lo que él necesita?

La taza tembló imperceptiblemente en mi regazo al imaginarme aquel escenario.

—¿Qué podría pasar? —Pregunté con la voz hecha un hilo. De repente sentía la garganta más seca que la arena del desierto.

Haruhi me miró con intensidad y presionó los labios antes de suspirar.

—No lo sé, senpai. Pero no me gustaría que tuvieras que averiguarlo.

Yo no pude responder a eso. Incluso cuando cambiamos de tema, en el fondo de mi cabeza aquello seguía repitiéndose, y cuando fue evidente que no podía concentrarme en seguir manteniendo la conversación, decidí que era hora de marcharme.

Me despedí de Haruhi porque ya era algo tarde y, como le había comentado momentos antes, aún estaba en proceso de empacar todo para mudarme de la casa de mis padres. Ella me acompañó hasta la puerta, me dio un abrazo fuerte y prometió que a partir del día siguiente estaría pegada a mí igual que siempre. Nos sonreímos mutuamente y entonces me aparté para caminar hacia las escaleras.

La fresca brisa veraniega me dio la bienvenida cuando salí a la calle. La noche había caído sobre la aldea hacía un rato y las calles se encontraban casi despobladas mientras caminaba de vuelta a casa. Fue imposible para mí no pensar en las palabras de Haruhi. Mi mente estaba ocupada creando escenas en las que la mano de Naruto sostenía otra que no era la mía, sus ojos iluminándose al escuchar la risa de alguien más, que fuera otra mujer la que amaneciera acurrucada en sus brazos después de hacer el amor toda la noche y el corazón se me apretujaba en el pecho ante la posibilidad de presenciarlo en algún momento.

Entonces pensé en la enfermera que ahora consideraba mi amiga y más cosas llenaron de ruido mi mente. Haruhi tenía un novio y un propósito, y yo no tenía ninguna de las dos cosas. Tenía que decidir si quería una de ellas, o las dos. Lo único que sabía era que necesitaba algo, pero saber lo que necesitas no implica que sepas cómo conseguirlo. Había pasado mucho tiempo encerrada en mi cueva, y a pesar de cuánto anhelaba salir al exterior, sabía que la luz me haría daño en los ojos.

No sabría decir por qué fue Naruto en concreto, por qué lo quería a él después de pasar tanto tiempo sin querer a ningún hombre. Algunos creen en el destino o en el karma, otros en el deseo a primera vista, y debo reconocer que hubo un tiempo en el que mi yo romántico habría creído que existe una persona en el universo para cada uno de nosotros, un amor verdadero al que reconocemos en cuanto lo vemos. Pero ese tipo de pensamiento ingenuo se había desvanecido de mi mente con los golpes de la vida y ahora era más de creer en las cifras y en la lógica, en resultados que no están basados en la suerte, sino en los hechos.

Una vez escuché a alguien decir que el espacio no tolera el vacío y que todos estamos esperando que nos llenen.

De ser así, entonces creía que Naruto y yo nos sentimos atraídos el uno hacia el otro, como estrellas que van acercándose debido a la gravedad y que acaban fusionándose y creando un sol porque la fuerza gravitacional es demasiado fuerte como para intentar luchar contra ella. Creía que estaba vacía y a la espera de que me llenaran, y que Naruto estaba allí y lo hizo. Y también creía que podría haber sido otro, que si no estábamos predestinados a estar con una persona en concreto, entonces otro hombre podría haber acabado llenándome también.

Y entonces la revelación llegó a mí: me alegraba de que fuera Naruto quien lo hiciera. Honestamente, no habría preferido a nadie más.

Estuve parada durante casi media hora en la entrada del cementerio antes de armarme de valor para entrar. Había decidido llevar flores conmigo: azucenas para la tumba de Asuma-sensei y lirios blancos para la de Izumo.

Ni siquiera podía recordar cuándo había sido la última vez que había visitado aquel lugar. Bueno, sí lo recordaba: había sido durante el funeral de Asuma-sensei y desde entonces probablemente se había convertido en el sitio que más evitaba a toda costa. Mis ojos se fijaron en la lápida grabada con su nombre, su fecha de nacimiento y de defunción, y sentí un nudo en la garganta al recordar que mi sensei apenas había llegado a los 30 y no había podido ver a su hermosa hija crecer como lo estábamos haciendo nosotros. Encendí una varita de incienso y posé las manos sobre mi regazo, me estremecí un poco bajo la súbita brisa otoñal y presenté mis respetos. Entonces me senté sobre la hierba, y lloré en silencio.

En cierto modo, parecía incompleto.

Mientras estaba delante de aquella losa de mármol y de un ramo de flores, la brisa otoñal jugó con mi pelo y entonces sentí la necesidad de decir las palabras que me había negado a mí misma durante tanto tiempo. Me disculpé con él por ensuciar su memoria y utilizarlo como pretexto durante tanto tiempo, por haberle fallado y por no haber cumplido mi promesa porque, si bien Sakura había dejado de ser mi rival más acérrima, yo misma me había convertido en la más terrible antagonista que había podido existir y me había dejado derrotar por ella. No me limité a pronunciar las palabras, las dije de corazón.

—Sé que últimamente he dejado mucho que desear con mi carrera shinobi, pero… debes saber que ahora soy mejor jugadora de shōgi de lo que llegaste a ver. Estoy segura de que podría ganarte ahora, en serio —dije con algo de humor sorbiendo mis últimas lágrimas mientras acariciaba el borde superior de la lápida—. Así que también debería agradecértelo porque prácticamente pateaste mi orgullo para obligarme a aprender. Y no te preocupes, sensei, prometo seguir cuidando de Chōji y Shikamaru, aunque creo que él lo ha hecho más con nosotros dos.

Esperé a que sucediera algo especial, a que surgieran del cielo unos portentosos haces de luz o a que saliera del suelo una mano que intentara agarrarme, pero lo único que pasó fue que la brisa siguió soplando y que empezaron a castañetearme los dientes.

Me puse de pie y me sacudí de la falda las briznas de hierba que se me habían quedado pegadas, y caminé hacia la tumba de Izumo, que se encontraba a pocos metros de distancia. Me congelé por un segundo al mirar su nombre y entonces me dispuse a repetir la misma rutina que había hecho en la tumba de Asuma-sensei. Me incliné y arreglé las flores lo mejor que pude. Después de arrancar algunos hierbajos que habían salido junto a la lápida, tracé las letras de su nombre con la punta del dedo y pensé en que aquellas inscripciones no alcanzaban a describir las vidas de los hombres que estaban enterrados allí.

Mi memoria evocó la imagen de su rostro y ésta apareció nítida en mi mente, incluso cuando durante años me había esforzado demasiado para mantenerla como una fotografía borrosa. La culpa se hundió como una pesada roca en el fondo de mi estómago y tuve que morderme el labio para contener el incesante temblor que lo aquejaba mientras pensaba que estaba parada ante la tumba del primer hombre que había amado realmente.

Permanecí en silencio durante un rato mientras intentaba hacer una lista de cosas buenas que pudiera recordar, algo a lo que poder aferrarme en vez de las cosas malas que me representaba su muerte y no pude evitar sonreír cuando las memorias empolvadas de nuestros días juntos emergieron a la superficie.

—Fuiste la única persona que logró hacerme sonreír cuando todo lo que quería hacer era llorar… porque jamás había visto a nadie que fuera tan torpe para coquetear con una chica —dije en voz alta riendo ligeramente y me dio igual si parecía una lunática al hablar con una tumba cuando empecé a contarle todo lo que había hecho desde la última vez que él había estado a mi lado.

Un instante después, volví a echarme a llorar como no lo había hecho porque no había estado presente en su funeral, y las gruesas lágrimas me humedecieron la piel de las mejillas y el cuello. Aun así, hice acopio de toda mi voluntad para decir lo que siempre quise decirle.

—Gracias por salvar mi vida, Izumo. Y… lamento mucho que hayas perdido la tuya en el proceso.

Aquello especial que había estado esperando sucedió en ese momento, aunque no fue tan teatral como un coro de ángeles ni algo sacado de una película de terror. No fue de repente, pero inhalé el aire otoñal y me di cuenta de que ya no sentía ninguna opresión en mi interior. Me sequé la cara y volví a inhalar, una simple acción que parecía hacerse más sencilla a cada segundo y entonces me fui de ahí.

En mi camino, el viento agitó las ramas de los árboles que bordeaban el cementerio que ya habían empezado a colorearse con tonos dorados y rojizos. No imaginé que se tratara de otra cosa, como la caricia de un ser divino o una señal que me enviaba haciéndome saber que él estaba conmigo, porque me había vuelto demasiado práctica. Contemplé el movimiento de las hojas. Estaban teñidas de colores vibrantes que, no obstante, anunciaban la muerte que estaba por llegar, pero me consolé recordándome que volverían a la vida renovadas en primavera.

Aquello era lo que quería: renovarme. Mientras visitaba las tumbas de los dos hombres que más habían moldeado mi vida, me dije que quizá sería capaz de hacerlo, que a lo mejor yo también iba a poder volver a la vida, crear mi propia primavera.

Quedaban muchas cosas por resolver, era plenamente consciente de ello, pero decidí seguir paso a paso. Aunque a veces estos fueran muy, muy pequeños.

Las dos semanas de descanso obligatorio se transformaron en cuatro porque, una vez que el plazo se venció, me di cuenta de que necesitaba más tiempo para poner mi lamentable ser en orden.

Había sido más sencillo poner toda mi vida en cajas de cartón que encontrar un nuevo lugar donde acomodarla. Sakura y Haruhi me ayudaron en la búsqueda de apartamento y tras casi una semana completa de revisar anuncios y visitar edificios, finalmente me quedé con uno que se encontraba a sólo un par de cuadras del hospital.

No voy a mentir y negar que dudé en más de una ocasión, y que incluso pensé en deshacer el contrato de arrendamiento cuando mi mudanza se materializó ante mis ojos. Soy consciente de que soy una contradicción de clichés. Siempre he sabido que mi preferencia por las cosas que conozco crea una vida sobria y sin grises que la nublen. Y mientras miraba las cajas con mis cosas apiladas en la estancia de mi nuevo apartamento, me di cuenta de que no decidí de pronto desprenderme de todo lo que me rodeaba, ni renunciar a las cosas que me reconfortaban. Mudarme había sido una elección que había hecho, la necesidad de dar un paso hacia el cambio, y aunque el proceso me tomó semanas enteras antes de poder tener el lugar plenamente habitable, las ganas de sonreír nunca me abandonaron a cada paso.

Pasaba las noches tal y como había hecho durante años: sola. Leía mucho, tejía, pinté la cocina y limpié al vapor las alfombras. Tenía un montón de tiempo que antes, al pensar en todas las tareas que quería completar estando en casa de mis padres, me había parecido insuficiente, pero que en ese momento me parecía inmenso y vacío porque no tenía a nadie con quien compartirlo.

A menudo pensaba en Naruto y había llegado a la conclusión de que era algo inevitable. Incluso cuando no habíamos tenido tiempo suficiente fuera de las sábanas, los pequeños momentos que compartimos como pareja se habían arraigado profundamente en mí. Cada vez que pasaba algo durante la mudanza, bueno o malo, yo de inmediato giraba el rostro esperando encontrarme con sus vibrantes ojos azules y entonces la decepción se reía en mi cara cuando descubría que él no estaba ahí.

Podría haberlo buscado, debería haberlo hecho, pero el orgullo y el miedo me lo impidieron.

Temí que me cerrara la puerta en la cara o, peor aún, que me recibiera porque no había pensado en qué hacer si eso llegaba a suceder. Había vivido muchos años sin tener un Naruto sacudiendo mi vida, así que me dije que no había razón alguna por la que no pudiera seguir adelante sin él.

El problema era que lo echaba de menos. Y no era sólo por el increíble sexo que habíamos tenido. Él me hacía reír, me hacía sentir ligera y viva, y había conseguido que perdiera el control.

Si iba en serio con lo de arreglar mi vida y empezar a avanzar, debía tener al menos un poco de control, y eso fue lo que tuve presente cada que las ganas de salir a buscarlo emergían.

A priori, da la impresión de que no fue una buena época para mí, pero la verdad es que la introspección y el tiempo que pasé sola, sin distracciones, al final resultaron ser lo mejor que pude haber hecho. Dejé de intentar olvidar lo que había pasado en todos estos años y me centré en superarlo. No se me daba demasiado bien, porque me había escudado tras mis secretos durante demasiado tiempo. Se habían convertido en un hábito, pero era un hábito del que por fin estaba dispuesta a desprenderme y más ahora, cuando tenía el apoyo firme de mis amigos y familia.

Antes de que me diera cuenta, el verano finalmente dio paso al otoño y el viento que trajo consigo logró hacer que me armara de valor para visitar la oficina de la Hokage.

Di un par de golpes en la puerta y un segundo después escuché un apremiado "pasen, pasen" en el interior.

—Ino —Pronuncio la Hokage tan pronto como reconoció mi cara al asomarme por la puerta y me acerqué hasta el escritorio donde ella permanecía con la nariz enterrada en una pila de papeles—. Supe que has recuperado tu desempeño sobresaliente en el hospital.

—Uh… sí, yo… creo que me hizo bien retomar la rutina —respondí incapaz de contener mi repentina falta de comodidad—. Sólo hago mi mejor esfuerzo, Tsunade-sama.

Desde el incidente con Shikamaru, sutilmente había sido puesta en período de prueba por parte de los médicos superiores y, aunque ya había recobrado la confianza de todos ellos, no podía negar que me avergonzaba que mi falta de estabilidad emocional hubiera afectado a tal grado mi desempeño laboral. Más aún, me avergonzaba saber que la mujer que más admiraba como kunoichi había estado al tanto de mi situación.

—Bueno, las evaluaciones de tus superiores también son satisfactorias así que no veo problema con que te reincorpores formalmente al personal del hospital. ¿Necesitas mi autorización por escrito? —me preguntó levantando la vista del documento que estaba sellando.

Las palabras me fallaron cuando sus ojos color miel se clavaron en los míos y tuve que resistir el impulso de removerme inquieta producto del nerviosismo que sentía.

—En realidad… quería pedirle algo.

—¿Qué cosa?

La miré en silencio durante un largo segundo y respiré hondo.

—Yo… quisiera pedir formalmente mi transferencia a las fuerzas estándar, Tsunade-sama. —Alguien debió darme un premio a la mejor actuación porque mi voz salió llena de resolución al pronunciar aquellas palabras y logré reprimir el temblor en mis piernas lo suficiente como para dar una apariencia segura.

—¿A qué se debe el cambio? —Inquirió sin cesar el contacto visual y yo agradecí en silencio que no me preguntara si estaba segura porque de haberlo hecho, yo habría dado media vuelta y salido por la puerta tan rápido como pudiera.

Ahora ella parecía intrigada así que tuve que tomarme un instante para meditar seriamente mi respuesta. No quería sonar como una niña encaprichada ni tampoco fallar en expresar las resoluciones que había adoptado en el último par de semanas.

—Alguien me dijo una vez que ser una ninja médico no es sólo lo que puedo hacer y que mis habilidades deben estar en campo, y yo confío plenamente en ese alguien como para creer que tiene razón —expliqué con calma—. Además… creo que ya he pasado mucho tiempo ignorando lo que nací para hacer.

Eso era todo lo que tenía por decir. Yo había nacido para ser una kunoichi. Incluso si no hubiera sido hija de mi padre y hubiera nacido como una civil sin ningún antecedente guerrero, muy dentro de mí sabía que de una manera u otra, éste habría sido el camino que habría tomado. Y había decidido dejar de ser una cobarde que lo negaba y abrazarlo con valor y determinación. Haber estado a punto de perder a mi mejor amigo había sido la gota que había derramado el vaso, lo que había hecho que finalmente entrara en razón y comprendiera que la única manera de realmente proteger en el deber a las personas que amaba era estar ahí, a su lado, y dar mi mejor esfuerzo en aquello para lo que había nacido.

El silencio se prolongó una eternidad antes de que obtuviera una reacción por parte de la máxima autoridad de la aldea.

—Bien. Si ya lo pensaste cuidadosamente, no veo motivo para negarme a tu petición. Empiezas la próxima semana —dijo apoyando la espalda en la silla y estiró las manos para comenzar a hojear varias carpetas, examinando su contenido y descartándolas con un gesto laxo.

Sabía que su actitud despreocupada ocultaba algo más, pero estaba demasiado ocupada reprimiendo las ganas que tenía de dar saltos de alegría como para intentar averiguarlo.

Hice una pequeña reverencia como agradecimiento y comencé a caminar hacia la salida, pero su voz detrás de mí me detuvo.

—Aunque no esperes misiones de alto rango, esto será empezar de nuevo —me advirtió y yo asentí sabiendo que así fueran misiones de rango D serían un gran logro para mí.

Una vez que me encontré de nuevo en el pasillo, no pude contener más la sonrisa que apareció abiertamente en mis labios. El nerviosismo inicial se había desvanecido y ahora sentía como si un enorme globo se hubiera inflado dentro de mi pecho. Había pensado que tal vez no debía hacerlo, que era posible que la Hokage rechazara mi petición, pero ahora sólo podía pensar en que había tomado la mejor decisión. Una que debí haber tomado hacía mucho tiempo atrás.

Sacudí la cabeza y cuadré los hombros, no teniendo la intención de dejar que la sombra del arrepentimiento se posara sobre mí y empecé a caminar hacia las escaleras. Tenía que ir al hospital para contarle a Shikamaru sobre mi reunión con la Quinta y sí, también decirle que esa tarde sería oficialmente dado de alta luego de casi tres meses de recuperación y que podría retomar las misiones en breve.

La idea de que era un día lleno de buenas noticias cruzó por mi mente mientras atravesaba el umbral del pasillo y salía al exterior. Entonces me detuve de golpe antes de bajar el primer escalón.

Lo primero que noté fueron aquellos vibrantes ojos azules llenos de sorpresa encontrándose con los míos, congelándome a medio paso.

«Continuará…»


¡Hola!

Bien, llevo intentando terminar esta historia desde hace un par de capítulos, pero teniendo éste ya escrito puedo afirmar con toda seguridad (porque ya tengo el otro empezado también) de que la próxima entrega será la final.

Muchas gracias a paosu, Ruizenban, Marlen Gonzalez yGuest por sus comentarios al capítulo anterior, también a quienes la han agregado a sus favoritos/alertas y, en general, a quienes se toman el tiempo para leer. Como dije en "Fractured Moonlight", ¡anímense a dejarme un review! Así puedo tener una mejor idea de lo que les está pareciendo esta historia de aquí hasta su conclusión.

¡Muchas gracias y hasta la próxima!