—Cuando estamos en momentos límite, nuestras emociones no son las mejores consejeras. No obstante, Trunks…
—Dime, Gohan.
—Cuando esa situación límite es no de tristeza o furia sino de felicidad, sí, las emociones son las mejores consejeras que podemos tener.
—Pero…
—¡Ya sé qué me dirás! Que no será posible tener una situación límite de felicidad a menos que derrotemos a los androides. Pues bien: eso sucederá. No sé cómo ni cuándo, Trunks, pero eso sucederá, los derrotaremos al fin y nuestras vidas volverán a la normalidad. Sólo nos queda luchar por ello, por la paz, y alcanzarla.
—Alcanzar… la paz…
—Sólo cuando la alcancemos podremos sentir felicidad, la verdadera felicidad sin grises de fondo, y cuando la felicidad nos llegue, ¿qué más quedará? ¡Pues disfrutarla, Trunks! Disfrutar la felicidad… ¿Qué mejor que nuestras emociones para aconsejarnos llegado el momento?
»Cuando sientas felicidad, Trunks, no pienses, no te pierdas en debates internos e innecesarios en momentos de esa clase…
»Cuando sientas felicidad, sólo déjate llevar.
TRES FORMAS DE UNIÓN
III
«Por la paz»
«La piel hará que nos volvamos a encontrar».
(Química)
Despertó sobresaltada, sin sueño alguno. Lo único que la llenaba era la remembranza de lo que había visto en la pesadilla. ¿Qué era esa insistencia de verlo en sueños, verlo en su máquina del tiempo cruzando tempestades con valía, hasta que un rayo o un viento lo frenaban y ponían fin a su travesía? Ni siquiera con los asiduos de las artimañas de su inconsciente, los androides, soñaba en el último tiempo. Todo era él, el rostro serio, el compromiso llenándole el pecho y la bondad las manos.
Desde su partida, él era su universo.
Sin darse cuenta, abrazaba su almohada, puesta de lado junto a su cuerpo. Suspiró, y al hacerlo lo asumió: lo extrañaba. Extrañaba su presencia en ese refugio que tan vacío lucía en su ausencia; extrañaba su voz, escucharlo a la distancia y sonreír al reconocerlo en un mar de voces que no provocaban nada en ella; extrañaba sus cosas, como su chaqueta azulada, su espada, ver un libro sobre la mesa de la cocina y saber que le pertenecía por esa foto vieja y gastada de sus abuelos maternos entre una hoja y otra, marcando su avance. Extrañaba, en fin, todo de él, sus ojos sobre ella en paz por ser ella donde terminaba su camino, saber especial el tono de sus ojos cuando de ella se trataba.
Estrechó la almohada y supo, así, que extrañaba su calor, el hecho de tocarlo y reconocerlo, el aroma innato que su piel traía y que parecía, siempre, calmarla, remitirla a una inconmensurable alegría. Extrañaba a Trunks completo, en su esencia, delante de su cuerpo y estrechando con calidez una de sus manos. Extrañaba todo cuanto de él se tratara.
Besó la almohada, y luego de esbozar una sonrisa acarició su propio rostro con dos dedos, hacia arriba, hacia abajo, evocando una caricia que él jamás le había dado, pues era un caballero; una caricia que moría por sentir de su parte.
Tres meses, se dijo entonces; tres meses de su partida al pasado. ¿Estaría bien? ¿Habría salido todo bien?
¿Volvería?
Un ardor en los ojos le anunció el arribo de las lágrimas. Sollozó hasta sumirse en el profundo sueño que el cansancio le generó.
¿Y si no volvía…?
Los días transcurrieron sin más, uno tras otro, uno tras otro, y cada día ella daba todo de sí para no pensar, se perdía en la limpieza, la cocina, la búsqueda de víveres, la justicia en los alrededores del refugio. Por las noches, en cambio, nada quedaba más que dormir, pensar, mirar el techo y torturarse con pensamientos negativos que, aun cuando su actitud siempre tendía a ser positiva, ya no lograba frenar. Allí, las pesadillas llegaban y no la dejaban en paz.
Necesitaba que volviera, ya.
Entonces, un martes como cualquier otro llegó. Salió con su padre y con Lunch a las afueras por la mañana, a uno de los comercios de víveres clandestinos que subsistían, y cuando retornaron al refugio fastidiados por no haber conseguido los insumos suficientes, Lunch rubia lanzando maldiciones irreproducibles a los cielos, encontraron a Bulma en la puerta del refugio con los ojos clavados en el cielo, el ceño fruncido y la respiración agitada. Preocupada, Videl saltó de la camioneta y corrió hacia la científica.
—¿Qué sucede…?
Bulma sostuvo sus manos. Sonrió, emocionada.
—Ha vuelto.
De un segundo al otro, después de tamaño anuncio, estaban reunidos dentro del refugio junto a sus más cercanos. En la cocina, Videl permaneció de pie: Bulma, Chichi y Lunch estaban en las sillas, y Roshi, Puar, Woolong y Mark estaban junto a ellas. Videl se mantuvo por su lado, muda, ciega, sin saber nada, inerte en la escena, parte del decorado. Y dentro de su expresión inanimada contenía un universo completo en el cual se enfrentaban los más extremos sentires. Sentía una revolución en su interior, apuñalada por el peor sentir que alguien puede experimentar: la incertidumbre. Entonces, la música de la radio se detuvo; su corazón pareció detenerse en lo que duraba el mensaje del locutor.
La voz permaneció en silencio; sólo se escuchaban sollozos.
Y habló:
—Después de más de dos décadas de dolor, muerte y sufrimiento… Señoras y señores… ¡Los androides han muerto! —En la exclamación pareció pulverizársele la garganta—. ¡HAN MUERTO!
En el refugio se escuchó de todo cuando la gente empezó a correr por los pasillos: gritos, llanto, risas, golpes, euforia en su máxima expresión. Fue en ese momento en el cual Videl pareció despertar. Al hacerlo, su padre la tenía en brazos como a una niña y la sacudía de aquí para allá, carcajadas de felicidad expulsadas por su boca. Lunch y Bulma saltaban juntas, Chichi sonreía con lágrimas en los ojos, Roshi reía sin parar dando vueltas por el cuarto con Puar y Woolong, los tres de la mano. Las risas se apagaron y, al final, todos lloraban.
Era el momento más feliz de sus vidas.
—¡Tú lo pariste! —bramó Lunch a Bulma—. ¡Tú pariste a ese niño obstinado! ¡Siempre supe que podría, Bulma! ¡Siempre lo supe!
Bulma no paraba de saltar.
—¡Yo sabía! ¡Yo sabía, maldita sea! ¡TE AMO, TRUNKS!
Más saltos y lágrimas de todos, pero Videl, sacudida por su padre, no parecía reaccionar.
—¡Vamos afuera! ¡No tiene caso seguir llevando esta vida de topos! —Dicho lo último, Lunch tomó a Bulma y a Mark de las manos y corrió al exterior con ellos.
Los demás los siguieron a toda velocidad, menos Videl, menos Chichi. La más joven se sobresaltó al sentir una suave mano de la mayor sobre su rostro, del cual limpió las lágrimas que lo manchaban. En vano, porque nuevas lágrimas cayeron de los ojos celestes.
—Videl…
—Señora Chichi…
Sollozaron.
—Sé que estás confundida, Videl, que te cuesta, que todo cuanto pasa, en este mundo, es muy complicado. Sé que lo quieres…
—Yo…
—Ahora que Trunks los ha derrotado solamente queda la paz por delante. No dudes en dejar todo el dolor atrás. Gohan nunca hubiera querido que te estancaras en su recuerdo y no te permitieras una segunda oportunidad, al contrario: él amaba ver felices a sus seres queridos.
Sollozaron más, juntas. Se sonreían.
—¿Sabes por qué sigo en pie, Videl?
—¿Por qué?
—Porque Goku y Gohan me enseñaron que no debo dejarme vencer, que sin importar lo que suceda debo ponerme de pie. Que, sin importar lo que suceda, hoy debo sonreír, sonreír y no mirar más hacia atrás.
»Sigamos su ejemplo.
—Yo… —Videl tomó las manos de Chichi. Las estrechó como una hija a una madre—. Necesitaba mucho escuchar estas palabras de usted…
Chichi amplió la sonrisa, satisfecha. Bien lo sabía, por eso se lo decía.
—No dudes más, Videl. No sean tontos: ¡ya no pierdan el tiempo! Ve afuera, búscalo y permítanse pensar en lo que se merecen, un futuro feliz a la medida de los dos.
—De los dos…
Y se abrazaron. Permanecieron unidas incontables minutos, escuchando en su unión la felicidad que el entorno bramaba, el llanto del exterior que expresaba la más vehemente felicidad, la verdadera. En tan sentido abrazo, Videl lo supo: extrañaba a Trunks, necesitaba estrecharlo en sus brazos y hacerle saber la magnitud de lo que, con su lucha, había logrado.
Necesitaba darle las gracias en nombre de todos.
—Anda, ve, búscalo —susurró Chichi en su oído justo antes de soltarla para sonreírle por última vez.
Videl asintió y, en paz con su propia conciencia, por fin, se marchó.
Afuera, lo que vio la sobrecargó de alegría: todas las personas del refugio, esas casi cien almas que vivían bajo lo que había sido la residencia del fundador de la Corporación Cápsula, festejaban a los gritos, corrían de un lado al otro, se abrazaban, ¡hasta algunas parejas se besaban!, parejas de las que nadie sabía hasta el momento, pues se habían mantenido en el anonimato por tan precaria situación, como la hija de la mujer que servía de costurera a todo el refugio con el enfermero o bien como una de las encargadas de los víveres con el plomero. La felicidad se respiraba, coloreada por el alivio que se leía en cada mirada. Hasta algún que otro champagne vio Videl, seguramente reservado para el tan ansiado día que al fin había llegado.
¿Pero dónde estaba Trunks?
Lo buscó, sin éxito. Se dirigió a Bulma, quien, luego de abrazarla cálidamente, dijo la respuesta a lo que los ojos de Videl indagaban casi sin querer:
—De seguro se ha dado un momento de soledad; ¡debe estar tan emocionado…! Volverá pronto, tranquila.
Videl la estrechó en respuesta.
Se dejó abrazar por Lunch, besó a Puar y luego, de la nada, entendió que era obvio dónde se encontraba Trunks. Hacia allí fue perdiéndose en la multitud. Caminó y caminó, luego corrió, y al adentrarse en el cementerio jamás titubeó: fue directo al lugar evidente, la tumba que les recordaba la esencia, la representación en vida de aquel a quien Trunks más admiraba y extrañaba; el lugar del recuerdo.
La tumba de Gohan.
Ahí estaba, por supuesto: Trunks estaba sentado ante la tumba, susurrando palabras ininteligibles. Videl no tuvo que escucharlas ni comprenderlas para saber lo que Trunks hacía, contarle todo a su maestro, la batalla, la victoria; su legado, intacto para siempre.
—Cuando maté a Diecisiete me ocupé de hacerle saber que era por ti —dijo Trunks, y Videl al fin pudo escucharlo—. Fue por ti, Gohan… Todo fue por ti.
»Tenías razón: iban a morir siempre y cuando siguiéramos luchando.
—Siempre y cuando tuviéramos esperanza —agregó Videl.
Trunks volteó.
Qué fuerte verse de nuevo, fuerte por diversos motivos: la alegría, el miedo, la incertidumbre, la emoción, el recuerdo. El amor. El amor, intacto, de una mirada hacia la otra.
Videl sólo tuvo que mirarlo para confirmarse al ciento por ciento aquello que caía de maduro: la semilla del sentir que se había plantado entre los dos aquella noche del primer beso había florecido. En la ausencia, los dos la habían regado al añorarse en sueños con ímpetu arrollador, al extrañarse hasta lo imposible, de la forma en que dos seres pueden hacerlo, juntos contra la adversidad, la misma que, entonces, se hallaba tan muerta como los androides. ¡Muerta, por fin! ¡Muerta!
—Videl…
—Trunks…
El último recordó: cuando sientas felicidad, le susurró Gohan en su corazón, sólo déjate llevar. Así, extendió temeroso una mano hacia Videl. Ella atravesó el espacio que los separaba y la sujetó. Cayó de rodillas ante él y una sola mirada bastó para que, entre los dos, se suscitara la tercera unión de sus vidas, ya no por el recuerdo ni tampoco por el consuelo; la premisa de la última unión era la paz.
Se abrazaron, conmovidos, y la esperanza que llenaba los ojos de Gohan los abrazó también. Estrechándola luego de tanto tiempo, Trunks supo que no era un sueño, que todo era real: la esperanza había derrotado al dolor.
La paz se había alzado con la victoria.
Los libros de historia, pronto, dirían que el tres de noviembre del setecientos ochenta y cuatro había terminado la época más nefasta de la historia conocida, los diecisiete años del yugo de los androides cernido sobre la humanidad. Muchas leyendas nacerían a partir de la figura del salvador, algunos hablarían de un monje del desierto, otros de un dragón encantado, otros de un hombre mitad lobo, pero sólo aquellos que hablaran de un guerrero dorado estarían cerca de la verdad. Esto, a Videl, le parecía injusto.
—La gente tiene derecho a saberlo, a agradecerte.
—No. Prefiero dejarlo así —contestó Trunks, respetuoso—. No quiero ese reconocimiento ni convertirme en una celebridad; quiero ser como fue Gohan y el señor Goku, un anónimo. Con que lo sepan ustedes me alcanza.
—¡Pero…!
Mark interrumpió a Videl:
—¡Ah, Trunks! ¡No tiene nada de malo ser un héroe y que te reconozcan! Videl tiene razón: ¡deberías decírselo al mundo! Piensa en los beneficios, muchacho.
Qué curioso que Mark le dijera eso. Mark, a quien había conocido en el pasado bajo el nombre de Mr. Satán. El alter ego del padre de Videl se había adjudicado una victoria que no le pertenecía y se había convertido en un millonario amado por la Tierra entera de la noche a la mañana. La fama, así como tantos otros excesos, hace perder la cabeza a la gente; Trunks no quería que parafernalias superficiales como esas lo distrajeran de lo realmente importante, seguir entrenando siempre en pos de estar listo ante cualquier eventualidad; ser el guardián de la Tierra. No había tiempo para lo demás; la vida de una celebridad no era para alguien como él.
—No —insistió Trunks—. Lo dejaré así.
Era jueves. La radio pasaba música sin parar, música alegre y desenfadada, y los Informes de los Humanos Cibernéticos se transformaron en una celebración: gente de todo el mundo mandaba saludos y daba sus impresiones del futuro; otros aprovechaban los segundos al aire para buscar sobrevivientes, seres queridos a los que habían perdido en el horror. ¡Busco a mi mamá! Se llamaba Ima, hoy tendría sesenta y siete años. Es morena, sus ojos son negros y… Uno tras otro, esos mensajes se sucedieron. Cuando empezó a ser evidente que ningún buscado aparecería, ningún padre, madre, hijo o pareja, un mensaje propagó la emoción en todas partes: soy la madre de Nocky, el muchacho que llamó hoy por la mañana desde Isla Papaya. ¡Estoy en la Capital del Este, mi amor! ¡Estoy en la Capital del Este…! Días después, la radio capturaría el reencuentro y éste marcaría un precedente; sería el primero de muchos.
Era evidente que esta esperanza acabaría. Técnicamente, el mundo estaba sumido en una anarquía improvisada en medio del horror. ¿Seguirían así, acaso? Durante el almuerzo, fue Lunch la primera en sacar el tema:
—En unas semanas empezará a haber disputas. Se buscarán líderes, muchos necesitados de poder emergerán y todo volverá a la normalidad: concursos de talento para ver quién es menos corrupto, votaciones, peleas en los medios, propaganda. Por lo menos, los androides están muertos.
»Después de los androides ningún político asusta.
No iba a durar esta calma en la que estaban inmersos; el mundo se reacomodaría, sí, pero lo haría en todo, tanto en lo bueno como en lo malo. La gente tendría que estar alerta, nada más. Todos desearon estarlo lo suficiente, tener memoria y proseguir como era debido.
—El lunes empezaremos a trabajar, a organizarnos para que nadie intente meterse con nosotros —dijo Bulma—. Por lo pronto, tomémonos el fin de semana para descansar. Digo: ¡lo merecemos!
Al respecto, Mark tomó la palabra:
—Varios refugios organizaron fiestas. ¿Por qué no hacemos una? Ya sabes: alcohol, música… ¡Una gran celebración!
—Bah, Mark —espetó Lunch—. ¡Tú ya estás viejo para esas cosas!
Cuando Lunch estaba rubia, como en ese momento, Mark no se atrevía a refutarle nada. Chocó los dedos índices infantilmente.
—Pero no tiene nada de malo divertirnos… ¿Por qué no…?
—Es una gran idea —dijo entonces Chichi, que cuando hablaba hacía enmudecer a todos los presentes por lo infrecuente de una acción tal de su parte—. No estoy de acuerdo con hacer una fiesta de puro alcohol y excesos como la que harán en el refugio del norte, pero una fiesta con mucha comida y música será algo divertido, nos relajará a todos. Yo me ocuparé de la comida, te daré una lista —avisó a Mark—, y el resto se ocupará de la decoración, la bebida y lo demás.
—¡Excelente! —exclamó Bulma—. Así será.
El resto del almuerzo se lo dedicó a planear la fiesta. Todos los presentes aportaban ideas, menos Videl y Trunks, quienes, sin planearlo, se dedicaron a abstraerse del resto y estudiarse el uno al otro. Sin premeditarlo, se encontraron mirándose, los dos pensando en el abrazo que se habían dado ante la tumba de Gohan hacía casi cuarenta y ocho horas. Salvo por el breve intercambio durante ese mismo almuerzo, no habían cruzado palabra desde entonces, y bien sabían que se debían una buena charla.
Videl, con más carácter, dio el primer paso luego de levantar la mesa: Chichi se quedó a lavar los platos, pero Videl insistió en que no lo hiciera, en que ella lo haría. Después, Chichi se fijó en Trunks, silencioso y aún sentado ante la mesa, nervioso, y comprendió que necesitaban soledad. Apretó una mano de Videl entre las suyas y regaló una sonrisa cómplice antes de retirarse y cerrar la puerta de la pequeña cocina del laboratorio donde Bulma reunía para el almuerzo a sus allegados.
Solos, Videl se dirigió a Trunks:
—¿Me ayudas? —inquirió arremangándose la blusa que traía puesta.
—Cl-Claro…
Videl se puso a lavar. Junto a ella, Trunks secaba y guardaba platos, ollas y cubiertos en sus lugares correspondientes. Muy tranquila por entender a la perfección su propio sentir, Videl miró de soslayo a Trunks.
—¿Cuántos años estuviste en el pasado? —indagó.
Trunks se impresionó.
—¿Eh? ¿Por qué preguntas?
—Creciste mucho. ¡Estás altísimo! Éramos casi de la misma estatura cuando te fuiste; ahora, me sacas más de una cabeza. ¡Vaya estirón diste!
Aún de soslayo, Videl notó el sonrojo en el rostro de Trunks.
—Pues… poco más de… dos años.
—¡¿Tanto?! ¡Ahora entiendo! O sea que tienes veinte años.
—Mmm… Sí.
Videl notó cómo Trunks agachaba la cabeza. Se lo veía más retraído que de costumbre.
—¿Estuviste entrenando?
—Mucho.
—¿Con quién?
—Con mi padre.
—¡Vaya! —Videl sonrió al notar la inocente sonrisa de niño que Trunks gesticuló al mencionar a su progenitor—. Imagino que fue muy especial para ti.
—Fue muy difícil, pero… —La sonrisa se sonrojó así como el rostro entero de Trunks—. Bueno, valió la pena.
—Sin dudas la valió, sí.
Continuaron lavando y secando. Cuando terminaron, a Trunks se le agolparon centenares de pensamientos en la cabeza, todos por contemplarla a ella, a la protagonista de cada sueño de amor que había tenido en el pasado, durmiendo en el piso mientras aguardaba por su padre en las montañas o bien en una cómoda cama de un cuarto de huéspedes de la Corporación Cápsula. Ni hablar de aquellas frías noches en la Habitación del Tiempo. Dos años pensando cada noche en ella, y entonces la tenía junto a él y la sentía un sueño, el mejor sueño de la historia. Sus emociones le aconsejaban que la abrazara, que le besara el cabello, las manos, la frente, los labios; lo aconsejaban bien, pero él no era capaz de hacerlo. ¡No podía! Ella aún era platónica, la mujer inalcanzable en la cima del altar, y él la sentía un sueño y no una realidad.
Y ella lo tomó de la mano.
Y él, al dudar, al hacer oídos sordos a los consejos que sus emociones bramaban…
Había decidido marcharse al día siguiente, pero Bulma, Krilin y Yamcha le insistieron: ¡Quédate una semana, anda! ¡Sólo una! El motivo era Gohan: aunque el pequeño gran héroe estaba ciertamente entero pese a la muerte de su padre en la batalla con Cell, hacerle un poco de compañía era buena idea. Para terminar de convencerlo, Bulma le prometió víveres para su tiempo, unos que le llevaría un par de días recolectar. No pudieron convencerlo de quedarse una semana, no obstante; concedió tres días, nada más.
Los androides eran su impostergable prioridad.
Krilin, Yamcha y Trunks vieron a Gohan el segundo día, una fantástica tarde primaveral en Paoz. El muchachito llegó al lago donde solía pescar con su padre temprano en la mañana, con una sonrisa agradecida en los labios; era la misma sonrisa que Trunks había visto al despertar de la muerte en el Templo de Kamisama. En un tiempo y el otro, Gohan siempre era digno de admirar.
Hicieron un picnic con comida que cada uno había llevado y luego se dedicaron a pescar. Fue Gohan quien más pescados sacó; Trunks quedó al último, pues nunca había sido bueno en eso. Llegado el mediodía y antes de almorzar, se relajaron media hora bajo el sol. Una charla llena de risas dio inicio, empujaba por Yamcha y Krilin. Gohan participaba animosamente y Trunks, siempre tímido, acotaba alguna que otra trivialidad.
—¿Seguirás estudiando, Gohan? —preguntó Krilin.
—¡Claro! Quiero ser un gran investigador.
—¡Genial! —exclamó Yamcha, complacido por la sonrisa del muchachito—. ¿Y tú, Trunks?
—¿Yo?
—¡Sí! ¿Qué harás cuando derrotes a los androides? Además de reconstruir la Tierra, claro.
Los tres lo observaron con atención. Fue la dulce curiosidad de Gohan aquello que lo animó a contestar:
—Entrenaré.
—¿Nada más? —preguntó Yamcha—. No olvides divertirte un poco, Trunks. ¡Te lo vas a merecer!
—¿Divertirme…?
—¿Tienes algún pasatiempo, Trunks?
La pregunta de Gohan le recordó a su maestro. ¿Por qué leer, Trunks? Contestó sonriente aunque levemente avergonzado:
—Leo. Rescato libros de antiguas bibliotecas y leo. No siempre entiendo lo que leo, pero…
—¡A mí también me gusta leer! —afirmó el niño, entusiasmado—. ¿Qué lees? A mí me gusta la biología, las ciencias, y…
—¡Oh, no! Qué aburridos son, niños —acotó Yamcha entre risas—. ¡Eso es aburrido! ¿No haces otra cosa además de leer, Trunks? Antes de que te vayas tendré que enseñarte a divertirte.
—¡Ah, Yamcha! —intervino Krilin—. Trunks es un muchacho muy tímido y tiene un corazón puro. ¡No lo avergüences así! Yo leía mucho de pequeño, también era de mis pasatiempos favoritos.
—¡¿De verdad?! —exclamó Gohan, quien ignoraba ese dato de quien fuera el mejor amigo de su padre.
Krilin asintió.
—¡Y por eso no tienes novia! —contraatacó Yamcha—. Ok, no me malinterpreten: los libros son algo muy positivo, pero también hay otras cosas en la vida, como los deportes, el entretenimiento, ¡las chicas! ¿No te gusta ninguna, Gohan?
Trunks, al ver el rostro rojo del pequeño, no pudo sentirse más identificado. Sintió suya la vergüenza que invadió a Gohan.
Vio cómo éste dejaba caer sus hombros, apenado.
—E-Es que mi mamá me puso un tutor y estudio en casa, por eso es que no conozco niñas de mi edad. Y, bueno…
—Ya veo —respondió Yamcha. En su voz denotaba profundo conocimiento en la materia—. ¡Ya llegará el momento!
»¿Y tú, Trunks? ¿Hay alguna chica bonita a la que hayas salvado en tu tiempo?
La peor pregunta, hecha. Trunks se ruborizó el triple de lo que Gohan lo había hecho. Depositó los ojos en el suelo. Para Yamcha, su silencio representó la más explícita respuesta. Dijo:
—¡Ya lo sabía yo: te gusta una chica! Eso de ser un héroe es atractivo para las chicas. ¿Y quién es ella, eh? ¡Cuenta!
—¡Yo también quiero saber! —exclamó Gohan.
Trunks no pensaba decirlo; negarse a la curiosidad de quien fuera su maestro le fue imposible:
—Ella… —susurró. En el azul del lago juró ver los ojos de Videl. Sin darse cuenta, sonrió—. E-Ella es una mujer de mi refugio. Es muy hermosa y siempre se preocupa por todos. Tiene gran fortaleza.
—¡Vaya, Trunks! —lo interrumpió Yamcha—. Estás hasta la médula por ella. ¡Mírate! ¿Y es tu novia?
—N-No… —Trunks se agitó. Mordió la uña de su pulgar para calmarse, gesto que desde pequeño tenía adherido en momentos de tensión—. Es complicado.
—¿Acaso es casada o algo así? —preguntó Yamcha entonces.
—¡No!, no es eso. Ella… —Sin poder evitarlo, Trunks cruzó una mirada con Gohan. Un segundo, y la devolvió al lago—. Ella era la novia de… un amigo mío. Y él…
—¿Murió? —preguntó Krilin, serio.
—Sí.
—Oh… —Yamcha le dio una palmada de ánimo en el hombro. Era un hombre muy amable—. Debe ser difícil para los dos.
—Lo es.
—¿Y pasó algo entre ustedes?
Las mejillas de Trunks levantaron temperatura.
—¿Algo como qué…?
—Ya sabes: una cita, un beso, otras cosas… ¡Eso! Lo normal.
Concentrado en los ojos que juraba ver en el lago, Trunks asintió.
—Un… Un beso —murmuró.
—¿Y en qué quedaron? —continuó Yamcha.
—En… intentarlo.
—¿Pero…?
—No puedo dejar de pensar en que estoy traicionando la memoria de mi amigo.
Se produjo un silencio. Para sorpresa de Trunks, fue Gohan quien lo quebró:
—No tiene nada de malo, Trunks.
Anonadado, el del futuro no supo qué decir.
—¿Eh…?
Gohan sonrió. Destilaba madurez.
—Si ustedes se quieren y están de acuerdo, no le veo lo malo. Yo no entiendo mucho de estas cosas, pero… ¡Ah! Tu amigo estaría contento de que dos personas queridas para él salieran juntas adelante. Como mi mamá y yo: ¡saldremos adelante! Aunque mi papá ya no esté aquí no nos dejaremos vencer. Si ella y tú se quieren de verdad no deben prohibirse ser felices. ¡Deben ser felices y ya!
Aplausos: Krilin y Yamcha aplaudieron a Gohan y lo arengaron. ¡Bien dicho!, exclamaron. En la sonrisa tranquila y sincera de Gohan, Trunks creyó ver a su maestro. Emocionado, le agradeció sus palabras.
—¿Y cuántas veces la besaste? ¿Una sola? —escuchó preguntar a Yamcha.
—Eh, sí. Una…
—Entiendo… —Yamcha se levantó. Se sentó entre Gohan y Trunks, y rodeó el hombro de uno con un brazo y el hombro del otro con el otro—. ¡Llegó la hora de que les dé una lección que les servirá para toda la vida y que ningún libro explica!
Sin saberlo, los dos jóvenes sonrojados la aplicarían, en realidades distintas, con la misma mujer. Ella, la del lago que reflejaba los ojos.
El amor de la vida de los dos.
—¡Les explicaré cómo besar bien a una chica!
Y él rememoró y dejó que las emociones actuaran en su nombre, que se apoderaran de su vida y lo llevaran por buen rumbo. Y entonces era un barco llevado por la marea y en nada más que en la naturaleza confiaba.
La abrazó. Videl le devolvió el gesto con la misma vehemencia. Él la miró a los ojos y ella le correspondió todo, como si ella también hubiera permitido a sus emociones decidir. Las respiraciones, así, se descontrolaron, y los dedos estrujaron ropa ajena. Respirándose uno encima del otro, enlazados junto a la precaria mesada de la cocina, él acercó su boca a la de ella, quien, más valiente en esta clase de menesteres, acortó con apremio la distancia que los separaba.
Al tocarse los labios, la revolución.
Dos, tres segundos permanecieron quietos y pegados, percibiendo el mero tacto de sus bocas. Videl sintió como una cachetada el alivio que la embargó; besarlo era entender cuánto había deseado hacerlo durante la separación producida por el viaje. Y él, él que nunca dejó de soñarla, la mujer fantasmagórica de sus más osados sueños, ella, a quien dos años había añorado hasta puntos inconcebibles; besarla era entender qué estaba sucediendo: ¡los androides están muertos! Muertos, al fin. Y delante nuestro, de esta realidad que tanto ha padecido, sólo queda la felicidad. ¡Qué idealista es el hombre cuando sus más hermosas emociones lo gobiernan! Nada deseó más, él, que luchar por ella, junto a ella. Unido por siempre a ella.
Tímido, porque la naturaleza la gobierna la honestidad del sentir, Trunks intentó seguir al pie de la letra las lecciones de Yamcha: dos besos cortos, muy cortos, hasta sentir cómo ella te los devuelve. Entonces, encierras su labio inferior entre los tuyos, lo encierras y lo rozas con tus labios. Una vez, dos, tres; sé paciente, ¡sin apurarte! Y si ella te responde, sólo déjate llevar, siempre procurando no humedecer demasiado el beso, mantener tu respiración todo lo controlada posible, estrecharla cálidamente por la cintura y mantenerla pegada a ti. Que sienta tu emoción, que sepa todo cuanto sientes. Si ella siente lo mismo, créeme, lo notarás, porque ella no te rechazará.
Cuando se quiso dar cuenta, el beso era una batalla. ¿Cómo? ¿Cuándo? Los labios succionaban los labios y las manos apretaban de más, las de él la cintura de ella y las de ella la nuca de él. Sentir la pequeña cintura a Videl encerrada en sus manos lo hizo gruñir en el beso, y el gruñido se expresó en un idioma que Trunks no dominaba, el de la pasión. Videl respondió con un jadeo que no hizo más que incrementar el ritmo y la intensidad de las bocas, que ensambladas en el beso temblaron a la par. Comprendieron.
Querían sentirse.
Querían hacerse el amor.
Videl jadeó de nuevo cuando la lengua de él, tan tímida como su dueño, se escabulló entre los labios que le acariciaban a ella el labio inferior. Desatada por la electricidad que viajaba de una boca a la otra, Videl inclinó la cabeza hacia un lado. Con las manos sobre las mejillas de él, lo animó a imitarla. Él lo hizo mientras luchaba con el temblor que tenía apoderado a su cuerpo, el miedo de su virginidad amenazada por la electricidad, aquella excitación que hacía hervir sus pieles en contacto, el sexo masculino erguido, preparado, enviando órdenes a todo aquello que constituía a Trunks: la amas y la deseas; lo haces, y no tiene nada de malo hacerlo.
—Tu instinto nunca se equivoca. Es el recordatorio de quién eres, chiquillo.
Ahogados por concentrar todo en el beso y olvidar incluso respirar, abrieron sus bocas y buscaron el aire perdido. Mirándose, ella acarició las mejillas de él con los pulgares. Él dejó de estrecharla. Se echó unos centímetros hacia atrás, sonrojado.
—¿Qué sucede? —la escuchó inquirir a Videl. Su voz era un suspiro; sonaba embelesada.
—Yo… Lo… Lo siento… —susurró Trunks en respuesta, rojo, sabiendo que ella había percibido sobre su estómago la férrea excitación.
Ella lo había hecho, efectivamente, y contrario a lo que hubiera pensado de antemano, sentirlo la alegró. Él la deseaba.
El sentir era recíproco.
—No tiene nada de malo, tonto. Está bien.
Respiraron un poco más. Ella supo, al contemplar los ojos azules, que Trunks deseaba decirle un millón de cosas, pero que esas palabras habían quedado atragantadas por aquel descubrimiento que, juntos, habían hecho: tenían piel. Algo entre los dos, en la calma que sólo en la paz puede nacer, había fluido, y al fluir había dicho su verdad, la que aquella noche del primer beso no había podido pronunciarse por no ser el momento indicado: en la más sentida voluptuosidad, algo entre sus cuerpos funcionaba. Pero no allí, en la cocina. De momento, era mejor separarse.
No lo hicieron.
Videl lo intentó al decir lo que dijo:
—¿Quieres hablar?
Trunks demostró estar de acuerdo con ella al contestar:
—Sí…
Videl, así, mandó todo al diablo al clavar los ojos en los labios de Trunks y dotar a su mirada de todo el sentir que fluía en torno a los dos. Sujetándolo de la nuca nuevamente, lo besó. Se abrazaron en mutuo consuelo, las bocas presurosas bailando al son de la misma melodía.
Y el hechizo lanzado por la química se rompió.
—¡Videl, necesito que…!
Trunks se alejó un metro de Videl en una milésima de segundo. Dio la espalda a la puerta, y Videl, por su parte, se sujetó del borde de la mesada, a espaldas de ésta. No obstante el repentino decoro que ambos denotaron, Lunch, rubia Lunch, todo lo había visto: Trunks y Videl se estaban besando con una alegría y una intensidad tales que su piel sólo había conseguido erizarse al encontrarlos.
—¡Lo siento! —exclamó Lunch sin poder disimular la impresión. Cerró la puerta y se marchó rápidamente.
Trunks y Videl, sin mirarse, respiraron hondo a la vez.
—Será mejor que me vaya —dijo él.
Ella apretó más los bordes de la mesada antes de responder:
—Luego hablamos.
Él la observó un instante y supo que, si no se marchaba, su instinto destruiría en mil pedazos todo lo bello que en esa cocina había sucedido. Lo que dijo antes de marcharse tal vez no era necesario, pero lo dijo de todos modos:
—Siento mucho si me extralimité y te falté al respeto.
Al final de la oración, la voz de Trunks se quebró. Huyó sin más, justo como cuando la radio anunciaba un nuevo ataque de los androides. Videl se quedó quieta, en el mismo lugar, deseando en lo más recóndito de su corazón correr tras él, calmarlo, aconsejarlo; negándose tales acciones para no ser ella quien le faltara el respeto a él.
Y quería, diablos. Quería.
Diez minutos después, a través de la puerta que Trunks había dejado entreabierta, reapareció Lunch.
—Niña, ¿estás bien?
Videl suspiró. No dio respuesta.
Lunch insistió:
—Oye, disculpa por haberte interrumpido, digo… ¡Nunca me hubiera imaginado que…!
—Está bien.
Lunch supo que era mentira: no, no estaba bien. Se prendió un cigarrillo y se sentó en una silla. Escrutó a Videl, seria.
—¿Sabes? —dijo.
—¿Qué?
—Me sorprendí. No me puedo sacar esa imagen de la cabeza.
Confundida, Videl indagó:
—¿Qué imagen?
—¡¿Cómo que qué imagen?! ¡La del beso!
—N-No quiero hablar de eso. —Videl se frenó. En realidad, sí quería. Lo necesitaba—. No… No aquí, por favor.
Lunch sonrió, satisfecha.
—Vamos al cuarto.
Lunch apagó el cigarro y se marcharon una detrás de la otra. Minutos después, estaban las dos sentadas cada una en su propia cama, enfrentadas.
—No volvimos a hablar del tema desde aquella noche, pero veo que me hiciste caso.
Retraída, Videl asintió. Lunch continuó:
—Me alegra, niña. Ya me parecía: desde esa noche que se los nota distintos. ¡Y hacen buena pareja, oye! Ya lo decía yo: los tímidos son los peores. Se los veía apasionados.
—¿A-Apasionados, dices? —Videl se sonrojó.
—¿Qué acaso no lo notaste? ¡Ja! Pues entérate, niña: tienen piel. ¡¿Cómo no te diste cuenta?! Se estaban besando como si el planeta fuera a explotar en cinco minutos. Nunca creí verlos así, a él especialmente: Trunks es demasiado tímido y nunca piensa en sí mismo. Verlo besarte de esa forma me hace saber que al fin ha decidido dar vuelta la página, y con lo obstinados que han sido los dos con respecto a ello todo este tiempo no puedo hacer más que alegrarme. ¡Al fin, carajo! ¡Al fin!
Videl observó sus rodillas, azorada. El beso había sido pura desesperación, la respuesta a todo el tiempo que habían pasado separados. ¿Eso era piel? Pero entonces Videl recordó la noche del primer beso y comprendió que la respuesta a la pregunta que acababa de hacerse a sí misma estaba escondida en el recuerdo de esa noche; era un dilema que había necesitado desarrollarse a lo largo del tiempo para poder encontrarse a sí mismo una solución.
—Hasta que ellos mueran, yo no… No puedo hacer nada, no como… tú mereces.
Lunch observó con cierta gracia cómo el rostro de Videl mutaba con las pupilas congeladas en un punto equis. Pronto, la vio dar un respingo que contuvo sujetándose de las sábanas sobre las cuales estaba sentada, para luego suspirar de pura emoción. Lunch no pudo escuchar lo que los pensamientos de Videl habían concluido, mas lo leyó en los ojos deformados por la fuerza que sólo la verdad brinda: Trunks, por primera vez, no se había contenido.
Trunks había aceptado al fin, en la cocina, la totalidad del sentir que le profesaba a Videl.
La piel que entre los dos se había suscitado era hija de la tercera unión: la paz había librado a sus cuerpos del miedo, la culpa y la represión. Las cadenas se habían soltado y habían sido, ellos al besarse, lo más genuino de sus esencias, la verdad que se escondía tras cada par de pupilas. Y claro: la paz lleva a la verdad, y la verdad los había llevado al calor. Al mismo, juntos.
Miró sus manos y recordó estrechar a Trunks con ellas; no, ya no podía negarlo más.
—Es tan extraño, Lunch… —murmuró, emocionada.
—¿Qué cosa?
—Sentir esto. ¡Esto, yo, luego de…!
—¿Sentir qué…?
Videl se tapó la boca un segundo, en el cual sus ojos se llenaron de lágrimas. El sentir, tan genuino y apasionado como ese inexperto muchacho de ojos claros, le inundó el alma entera. Él había derribado la pared de represión instado por la verdad que la paz significaba y había demostrado todo; ese todo era un espejo idéntico del sentir de ella. Armonía.
Y bramó:
—Siento… una felicidad que ya había olvidado, una que no entiendo cómo tolerar.
Lunch sonrió. Su gesto expresaba la sinceridad que dominaba en lo más hondo de su ser. Se notaba a la legua que la situación era sumamente delicada para Videl y no era para menos, pero había en ella, en ese momento, una fuerza extra que no le había notado antes, acaso una atada al sentir que parecía florecerle del corazón, ese tallo que juraba verle surgir en el pecho con forma de flecha y dirigido a una sola persona. Videl estaba aceptándolo por fin. Era lo inevitable.
—¿Lo amas?
Con un suspiro y lágrimas en los ojos, con una sonrisa pintada en el rostro dotándola de una belleza despampanante, Videl lo supo, lo admitió:
—Más de lo que soy capaz de aceptar.
El cuarto se llenó de verdad, entonces, y todo lo que quedó fue sonreír, hacerlo una para la otra, sonreírse y no decir más. Un minuto después, a Videl retornó la incertidumbre. Lunch intentó frenarla:
—Debes aceptar lo que te falta y disfrutarlo. Te lo ganaste.
—Pero tengo tanto miedo…
—¿De qué?
—De…
—Si vas a decir «los androides» te recuerdo que bien muertos están. ¡Ya no hay excusas, nada que los…!
—¡Tengo miedo de perderlo!
El grito expresó tal sentir que traspasó las paredes. Lunch no tuvo que indagar más; la entendía. Oh, cuánto lo hacía.
—Sé que cuesta, pero bien sabes lo inmensa que será la recompensa de intentarlo. Vívelo con naturalidad, como una adulta, no como una adolescente que sólo piensa en el final. ¡No seas tonta, no pienses en eso! Disfruta. ¡Disfruta, carajo! Disfruten y al carajo todo.
»Insisto: te lo ganaste, muchacha.
Lunch se levantó, fue hacia Videl y la jaló para abrazarla. Lo hizo, y al rememorar el beso que había visto accidentalmente rememoró, a su vez, al obstinado y tímido grandote de tres ojos. Lo recordó entrenando, retándola por robar y agradeciéndole la comida. Lo recordó con una sonrisa en los labios, sintiendo la más sincera felicidad por Videl. Se amaban, lo hacían, y para colmo tenían piel, el imán que los acercaría lo desearan o no. Con tanto viento a favor, ¿para qué dudar? Ya hubiera querido ella tener tan propicia oportunidad.
En otra vida será, grandote, se juró Lunch; en otra vida, tal vez, tarde o temprano, tengamos nuestra maldita oportunidad.
Ducha fría; el único antídoto. Trunks llevaba minutos y minutos allí y ya era hora de salir. ¿Pero cómo, si nada le bajaba la excitación? Pensando en la pobre reserva de agua potable del refugio se obligó a salir, sin embargo. Era hora de hacer lo que llevaba años haciendo, reprimir todo el deseo y dejarlo guardado para su sesión de entrenamiento, para descargar con golpes lo que no se permitía expresar.
—¡Eres demasiado débil, sabandija! ¡Golpéame con todas sus fuerzas!
Trunks lo hizo o por lo menos lo intentó; Vegeta volvió a bloquear su ataque. Sosteniéndole el puño en el aire, la risa que profería expresando desprecio y el blanco de la Habitación del tiempo rodeándolos ad infinitum, el padre se lo dijo al hijo:
—Eres demasiado terrícola.
Y lo lanzó al suelo de un empujón.
Trunks se retorció de dolor. Los lentos pasos de su padre giraban en torno a su cuerpo maltrecho.
Habló:
—Eres amable y tienes buenos sentimientos. ¡Es inaceptable! Y para colmo eres impulsivo de la forma más imprudente durante la batalla. Tu problema es pensar en mí como tu padre. ¡Y no! ¡Tienes que olvidar el vínculo, olvidar todas esas estupideces! Hazte hombre y deja de reprimir al saiyajin.
Y siguió:
—Eres patético: estás reprimiendo algo que ni siquiera comprendes de tu propio cuerpo, la sabiduría de tu instinto saiyajin. Mataste a Freezer y su padre de la manera más sanguinaria. ¿Por qué no volver a pelear así? ¡¿Por qué te reprimes?! No debes subestimar a tu rival. Por sobre todo, no debes subestimarte a ti mismo.
Y siguió:
—Tu instinto nunca se equivoca. Es el recordatorio de quién eres, chiquillo. ¡Así que deja de ser tan asquerosamente reprimido, terrícola, y pelea de verdad, como un hombre! ¡Con crueldad, como un saiyajin! Nunca olvides dejar en claro la sangre que portas…
Y terminó:
—¡Pelea!
Cerró la ducha.
Seco y vestido, tomó asiento en su cama y hojeó el libro que tenía junto a él. «Ojalá se hubiera quedado en el desierto, lejos de los buenos y los justos. Había aprendido a vivir y amar la tierra, también a reír». Parpadeó confundido ante la frase que leyó.
Después de vaciar la cama, se recostó de lado. Hizo desprolijos ejercicios de respiración.
Había deseado romperle la ropa y rompérsela él, hacerlo y hacerle aquello que nunca había hecho, entrar en ella, entrar hasta lo más profundo de Videl, justo como en sus sueños.
Besarla luego de añorarla tanto, durante tanto tiempo, le había significado contactarse con partes de sí mismo que se desconocía. No iba a mentirse en la soledad de su consciencia: más de una vez se había soñado dentro de ella y había despertado tieso y listo. Hasta entonces lo había creído algo normal, la descarga onírica de su sexualidad siempre reprimida. Después del último beso, contra su voluntad, se sentía casi en celo.
Le temía al sexo. Era el mundo desconocido, la instancia sobre la que más ignoraba, aquello que ni después de la charla con Gohan al inicio de su adolescencia había dejado de reprimir. Veía al sexo como un vicio que lo alejaría de lo importante y bien sabía que no era tal cosa, que sentirlo así era el peor de los prejuicios. Lo sentía la más intolerable intimidad compartida, como arrancarse la piel y mostrarse completo, realmente desnudo, ante otro ser.
Y para colmo era mitad saiyajin.
El humano era controlable, pero el saiyajin no lo era. Que se le fuera la mano y perdiera el control como cuando se dejaba llevar por la impulsividad en el campo de batalla lo aterraba hasta lo indecible. Gohan, al respecto, le había dicho poco: procura no ser bruto con las mujeres, recuerda que tenemos fuerza extraordinaria.
¡Pero se había endurecido y había deseado, con desgraciado ímpetu, romper la ropa de los dos y fundirse en lo mismo con ella! Suspiró, angustiado. Al parecer, tenía más miedo del que creía. Todavía más.
Alguien tocó la puerta.
—¿Sí…? —inquirió limpiándose el sudor nervioso de la frente con el dorso de una mano.
—Trunks, soy yo.
Videl.
Agitado de nuevo, nuevo sudor en la frente, respondió con la acostumbrada cortesía:
—P-Pasa…
Pronto, Videl estuvo ante él, la puerta del cuarto cerrada tras ella, a solas con Trunks. Éste se levantó de la cama y se aproximó a ella. Frenó a una distancia prudente; Videl percibió el nerviosismo y el decoro, desordenados en los ademanes de Trunks.
—Oye, Trunks, quisiera…
—¿Sí?
—Quisiera pedirte perdón por lo de la cocina. La verdad es que t-todo lo que pasó me… tomó por sorpresa.
Trunks parpadeó a gran velocidad, sin comprender.
—¿Te refieres a… Lunch?
Videl rio, sus nervios al fin derribados. ¿Qué tan despistado podía ser Trunks? Negó con la cabeza.
—No, Trunks. —Videl alcanzó una nueva fase de convicción al escucharse segura, la voz pesada y fuerte, la verdad perdida entre líneas—. Hablo del beso.
Vio cómo un sonrojo se propagaba por el rostro del adolescente.
—Ah… —Trunks tragó saliva e intentó decir algo—: Siento si… me e-entusiasmé demasiado. Es que…
—No, no. —Videl se le acercó un paso—. Está bien, no te disculpes por algo así; a todos nos pasa, es perfectamente normal. Sólo que… —Para sorpresa de Trunks, Videl le sonrió con un encanto que nunca le había notado, no en tal magnitud—. Fue… muy distinto al beso anterior.
Trunks pensó en contarle sobre Yamcha y su explicación, ¿pero para qué? Algo en su orgullo le impidió hablar sobre la explicación que le habían dado, es decir sobre hasta qué nivel llegaba su ignorancia que alguien se lo había tenido que explicar, hasta que comprendió que Videl no se refería al beso en sí, al virtuosismo —o no— plasmado en el beso; hablaba de la verdad ineludible, el hecho de que ese beso se hubiera producido porque los dos se habían soltado gracias a la paz imperante. Videl hablaba de su liberación, esa capacidad nueva, hasta entonces desconocida, de dejarse llevar por el simple hecho de saber muertos a los androides.
Hablaba de lo que se habían prometido para cuando llegara la paz: intentarlo.
Ella, dando un paso más hacia él, convencida, se lo corroboró:
—Cuando te fuiste, me dije que cuando volvieras podíamos… ir poco a poco. —Videl tragó saliva. La emoción se le fue al cielo al ver el dulce sonrojo que cubrió a Trunks; la alegría que titiló en el centro de sus ojos—. Ya sabes, porque no es fácil para ninguno de los dos. Pero… —Dio un paso más, y otro, y uno más, y así se vio capaz de poner una mano sobre el pecho de Trunks, que la miraba obnubilado y sin comprender nada de lo que sucedía. En su ignorancia, vio ella, había una pureza conmovedora que lo embellecía más y más—. Pero Trunks, resulta que ahora quiero todo ya, en este preciso instante. Me siento acelerada y eso me da terror, porque quiero esperar y respetarte, ¡pero no puedo!
»Te necesito, quiero estar contigo, ¡pero tengo miedo de que esto salga mal!
Trunks deseó abrazarla. No lo hizo.
—Yo también tengo miedo…
Videl no pudo más que sonreír dada la honestidad de Trunks, una utópica, pues nadie la tenía ya, sólo él. Qué distinto le parecía a los demás.
Cuánto amaba esa diferencia.
—De a poco. Hagámoslo de a poco y sin forzar nada, ¿sí? —sugirió Videl—. Prometo no presionarte.
Trunks mostró ante ella la nobleza de un caballero.
—Yo tampoco lo haré.
Todo dicho. Esa clase de tópicos no eran, para ellos, los más fáciles de charlar; eran cosas que, más que hablarse, debían fluir. Con esto en mente, Videl tomó una decisión: cambiar de tema.
—¿Vamos a caminar? Quiero que me cuentes de tu viaje.
Emocionado por el cariño genuino que Videl le expresaba tan sencillamente, Trunks aceptó.
Tres horas; Trunks y Videl hablaron de todo lo sucedido, del viaje de él y de la permanencia de ella, de las batallas y los ataques de los androides. Videl se emocionó cada vez que Trunks le mencionó al pequeño Gohan, el salvador de la otra realidad; también, disfrutó cada palabra que Trunks dedicó a Vegeta y al entrenamiento que juntos habían llevado a cabo. Como a Videl no le caería en gracia que su propio padre se hubiera adjudicado una victoria que no le pertenecía a él sino a Gohan, ¡a Gohan!, Trunks se guardó lo de Mr. Satán, el alter ego del Mark que conocía en su realidad. Después de todo, las personas son sus circunstancias; Mark no era Mr. Satán.
Al final de la caminata, tomaron asiento en la puerta de la vieja tienda de dulces, la de siempre. Trunks supo que no era casual que Videl eligiera ese sitio, así como no lo había sido en el pasado. Ella elegía ese lugar a propósito, porque era especial para los dos.
Hablaron del futuro, de la anarquía y los conflictos que se avecinaban. Videl, en algún momento, estrechó un brazo de Trunks. Éste, aunque nervioso, sujetó la mano que ella tenía posada sobre él. La unión de sus pieles pareció inyectarles energía. Era maravilloso.
—Saldremos adelante —dijo Videl con aquel timbre de voz fuerte y decidido que él tanto le amaba; su carácter, expresado al ciento por ciento—. Siempre y cuando no olvidemos lo que hemos pasado, podremos resistir.
Se miraron. El atardecer iluminaba en distintos dorados el rostro de los dos. Trunks sonrió ante el sueño que esa imagen, la de los dos, le significaba.
—Así será —contestó.
El viernes y el sábado, el refugio dedicó su tiempo a la fiesta que se celebraría el propio sábado por la noche. Cocinar, comprar lo que hiciera falta, decorar la antigua sala de los Brief con toda clase de luces; nadie se quedó sin hacer nada. Algunos de los asistentes se pusieron su mejor ropa, otros permanecieron con las prendas de siempre; nadie se quedó sin asistir, algunos porque tenían la intención de ligar, algunos por el simple hecho de querer pasarla bien.
Todos querían, cada uno a su manera, que esa noche fuera especial.
Lunch entró al cuarto tan rubia como estaba desde hacía semana y media. Agradeció mentalmente a ella, a la azulada, por permitirle asumir el mando de la situación. ¡Es que su plan era genial! Era hora de desvelárselo a su protagonista.
La vio: Videl planchaba sus calzas favoritas sobre la superficie de la cama. En la caja que usaba de cómoda, una camisola celeste estaba lista para ser usada.
—Olvídate de eso, niña.
No fue hasta escucharla hablar que Videl notó la presencia de Lunch. Volteó hacia ella, intrigada:
—¿Qué has dicho?
Lunch dio un paso al frente.
—Digo que te olvides de eso.
—¿De qué?
Lunch le mostró la bolsa que traía escondida detrás de sí misma.
—De esa ropa.
Videl echó hacia atrás la cabeza.
—¡¿Qué?!
Lunch se apresuró: aseguró la puerta del cuarto y fue hacia Videl. De la bolsa sacó un vestido rojo que le mostró a su amiga apoyándoselo encima.
—Este vestido era mío —contó—. No sé cómo mierda sobrevivió a los androides, pero lo logró y aquí está. Le pedí a la costurera que lo arreglara un poco porque tenía un diseño algo anticuado: le puso mangas y le sacó esos breteles horribles, aunque para eso tuvo que acortarlo y…
—¡¿Qué pretendes, Lunch?! —exclamó Videl sacándose el vestido de encima—. ¡¿De qué hablas?!
—¡De ti y de esta noche, tonta! ¡Usarás este vestido y maravillarás al niño!
Videl observó la prenda, entonces posada sobre Lunch: aunque se le notaran los años así como a toda la ropa existente, el vestido era precioso. Por lo que Lunch le había dicho, entendía que tenía gran significado para ella, y el que se lo estuviera dando para lucirlo esa noche no era casual.
Apreció el gesto, pero negó con la cabeza.
Videl no era mujer de vestidos ni tampoco de arreglarse. Si lo usaba, no se sentiría ella.
—No me sentiré cómoda —explicó con respeto—. Sé que lo haces porque me aprecias y todo eso, pero…
Lunch la despeinó; sonreía. Su mirada era la de una hermana mayor.
—No es tu estilo, ¿eso vas a decirme? ¡Sabía que dirías eso! —respondió Lunch para sorpresa de Videl—. Estoy orgullosa de ti, muchacha.
»Este vestido es de ella, no mío. Yo, al vestir, soy más como tú, pero ella es muy femenina. Nunca he lucido bien su ropa, porque no me gusta. De hecho, en realidad lo mandé a la costurera por ella, por si estornudo y ella aparece.
»Si la llegas a ver, dile que sé que aprecia este vestido, por eso se lo dejé aquí para la fiesta. Por mi parte, me pondré mis pantalones camuflados de siempre.
Videl sintió el gesto de Lunch como si hubiera sido para ella. Se emocionó. Era enternecedor.
Pero Lunch no había dicho todo.
Videl vio a su compañera de cuarto sacar una llave de su bolsillo. Le abrió una mano a ella y ahí la dejó.
—Esto sí es para ti.
Videl se paralizó.
—¿Qué?
Lunch, con fuerza, cerró la mano de Videl.
—Niña: hoy, simbólicamente, es el día para volver a empezar —dijo—. Todos en el refugio están arreglándose, poniéndose lo mejor que tienen, entusiasmados por primera vez en años. ¿No crees que es momento para darte a ti misma algo especial?
Confundida aún por lo que la llave significaba, Videl indagó:
—¿A qué te refieres?
—¿Recuerdas esa loca que sacaba fotos? La del cuarto al fondo del último pasillo del primer subsuelo.
—¿La pelirroja?
—¡Esa! Se fue hace un mes con el chico que escribía esos poemas tan bonitos y su cuarto quedó desocupado, ¡así que me aproveché de eso, fui al cuarto y lo dejé listo!
Videl frunció el ceño.
—¡¿Listo para qué?!
Lunch largó una carcajada. Sacó un cigarro y lo prendió.
—¡Pues para que Trunks y tú tengan intimidad! ¡¿Para qué más?!
—¡Lunch…! —gritó Videl, roja como una quinceañera—. ¡Estás loca! ¡¿Cómo crees que yo…?!
—¡Ah, Videl! Nadie te dice que tengan sexo salvaje, oye. Sólo digo que, si se aburren en la fiesta, pueden ir ahí y hacer lo que quieran, charlar o lo que fuere, así podrán estar a solas. ¡Es que no hay nadie viviendo en ese pasillo! Será bueno para los dos.
—¡No voy a llevar a Trunks ahí, Lunch…!
—¡Pero quédate la llave de todos modos, ¿ok?! No acepto negativas: es mi regalo para ti.
Videl, temblorosa por los nervios, contempló la llave posada en su palma. Así como con lo del vestido, sabía de las buenas intenciones de Lunch, que quizá por ese pasado truncado con el tal Tenshinhan la apoyaba en todo y en más con respecto a Trunks, justo como lo había hecho anteriormente con Gohan. Lunch quería que ella disfrutara esa segunda oportunidad de poder experimentar junto a un hombre un amor verdadero, uno con el cual compartirlo todo, en cuerpo y alma.
Con todo su corazón.
Aunque avergonzada, Videl le agradeció con una sonrisa en los labios. En respuesta, Lunch sacó un plástico de su bolsillo y también lo dejó en su mano.
—Por si acaso —dijo para después salir corriendo de la habitación.
Aun cuando la vergüenza la tapara por estar ante un paquete de condones con todo lo que ello significaba, Videl sonrió. Miró el vestido rojo estirado en la cama.
Lunch era genial.
La fiesta empezó alrededor de las ocho de la noche y todo el refugio asistió. También llegó gente amiga de otros refugios, compañeros en la lucha por la supervivencia en el infierno.
La estrella de la noche fue la comida de Chichi, que con muy poco hizo demasiado. Música suave sonaba, alegre y que hacía cantar a los presentes, y hasta las once todo fue risas. Luego, los niños y los mayores, Chichi entre ellos, fueron a dormir; a partir de ese momento, la música pasó a ser una ideal para bailar. Las cervezas aparecieron y las risas explotaron.
Trunks llegó.
Once y treinta y tres era la hora según el reloj: Videl, quien conversaba con Lunch y Bulma, lo vio llegar a la fiesta con el cabello a medio secar. Llevaba ropa nueva que había traído del pasado, un jean negro, una camiseta del mismo color y una camisa gris de mangas cortas encima, desabrochada. Al parecer, su demora se había debido al entrenamiento que ni por la paz abandonaba.
Estaba precioso.
Saludó a las tres mujeres visiblemente apenado.
—Siento llegar tarde, estaba entrenando y…
Bulma le palmeó la espalda.
—Tranquilo, cariño —le dijo—. Ya has hecho demasiado y esto recién comienza. Come algo y relájate, ¿sí? ¡Come algo rico y disfruta!
Sonrojado, Trunks asintió.
—Videl, llévalo a la mesa —pidió Bulma entonces—. Queda bastante comida aún.
Ésta se avergonzó, pero aceptó. Cuando notó el guiño de Bulma, uno que le dedicó a espaldas de Trunks, tragó saliva. Sujetó un brazo de Trunks y se lo llevó.
Bulma y Lunch los observaron marcharse sonrientes por demás: Trunks probaba alguna cosa, asentía a cosas que Videl le decía y seguía con otro platillo. Se veían lindos.
—Creció en un mundo destruido y es la primera vez que ve esta realidad en paz —le dijo Bulma a Lunch sin dejar de observar a su hijo ni por un momento—. Sé que no es fácil para él, pero si ella lo ayuda, si los dos se apoyan mutuamente, bueno, creo que será fabuloso para ambos.
—Lo será, Bulma. ¡Ya verás! —exclamó Lunch a su lado—. Que ella sea mayor es bueno para él, lo ayudará a tomárselo con más calma.
—Absolutamente —respondió Bulma luego de darle un sorbo a la lata de cerveza que tenía en la mano derecha—. Espero que todo salga bien y que Trunks se porte mal por una maldita vez en la vida. ¡Ya se portó demasiado bien!
»Es hora de que piense menos y sienta más.
Videl, cuando Trunks no quiso comer más, pues estaba lleno (los nervios cierran hasta la más fuerte de las gargantas), le dio un refresco en lata. Ella también tenía uno. Bebieron observando la pequeña pista de baile que algunos miembros del refugio habían improvisado con una bola disco hecha con viejos discos compactos, unas luces navideñas que funcionaban mal y un reflector al cual habían cubierto con un panel violáceo que habían encontrado entre una montaña de basura cerca de allí, en las ruinas de lo que había sido una discoteca. Sonaba una música vieja en la cual imperaba mucha guitarra; era instrumental y remitía al norte del mundo. La gente se divertía.
Trunks, sin poder evitarlo más, escrutó a Videl por primera vez en la noche.
Calzas negras, botas de cuero con un poco de plataforma y una camisola celeste que hacía juego con sus ojos era su atuendo. Traía el cabello suelto, largo y lacio, y tenía un poco de rímel en las pestañas.
Estaba más hermosa que nunca.
Videl notó que él la miraba. En el fondo, la sorprendió su propia reacción: no le molestaba que lo hiciera, al contrario; se sentía cómoda con los ojos azules sobre ella.
Trunks bajó la mirada. Videl apoyó una mano en su espalda.
—Estás muy guapo hoy, Trunks. Las chicas te miran.
—¿Eh? —Trunks observó los alrededores y sí, era verdad: varias mujeres lo miraban fijamente. Tragó saliva al ver decepción en el rostro de Bell, aquella muchacha que ayudaba a Chichi en la cocina y que ya le había hecho saber todo lo que sentía por él. La incomodidad le latió por dentro—. Ah, yo…
Así, se fijó en Videl una vez más, primero con la acostumbrada timidez, luego ya no tanto, pues la sonrisa de ella se sentía especialmente cómoda con respecto al viajar de sus ojos. Alcanzó los ojos de Videl y las palabras salieron solas de su boca:
—Tú estás bellísima, Videl. Siempre lo estás, digo, pero hoy más que n-nunca… —Sólo al final titubeó. Tragó saliva para calmarse—. Eres la más hermosa de todas.
Videl largó una risilla de emoción en respuesta. Le creía todo; sus palabras eran las más honestas, aunque tenían un dejo inevitable de idealización como trasfondo. Que él la idealizara así no era positivo, tal vez, ¿pero cómo hacérselo entender a un muchacho tan puro como Trunks? Su amor por ella aún era platónico, adolescente: tendría que madurar junto a ella, día a día, empujado por una verdadera relación.
—Gracias, Trunks —dijo ella, feliz—. Siempre eres lindísimo conmigo.
La respuesta de él fue capaz de obnubilarla: le sonrió con un encanto tal, con una dulzura tal, que por un momento juró perder el hilo de la situación. Estaba perdiendo la batalla contra el sentir que él le inspiraba.
Quería perder esa batalla a como diera lugar.
Una canción comenzó en ese preciso instante.
—Adoro este tema —comentó Videl con entusiasmo, contagiada por la esperanza de perder—. Cuando era pequeña, era un exitazo.
Miró a Trunks y supo que quería bailar con él. Luego de un instante de duda, su tan célebre carácter prevaleció:
—Ven —dijo, y lo tironeó del brazo rumbo a la pista improvisada.
Trunks caminó detrás de ella sin comprender del todo, aunque al final lo hizo: ella quería bailar con él. Se sonrojó de pies a cabeza, sobre todo por las miradas que captó a lo lejos: Bell y dos de sus amigas, furiosas; Bell, devastada debajo de la furia que en su rostro imperaba.
Videl se detuvo en medio de la pista, sonriente. Bailó: era un poco torpe y sus movimientos ciertamente toscos, pero su encanto le compensaba todo. A ojos de Trunks, era perfecta y era la mejor. El cabello, el cuerpo, los ojos brillosos y la piel blanca; perfecta. Riendo como si de una niña se tratase, Videl era el ser más perfecto que él había visto en su total existencia.
—¡Baila, Trunks!
Al escucharla, éste entendió que por mirarla y mirarla estaba hecho una estatua en medio de la pista. Se disculpó.
—N-No sé bailar, soy muy torpe para estas cosas.
—¡Yo también! Pero es divertido, ¡anda!
Videl, con toda confianza, lo sujetó de las manos y lo instó a moverse. Trunks vio, detrás de ella, lágrimas en los ojos de Bell, hasta que los de Videl se interpusieron y no le dejaron ver nada más. La canción se encargó del resto: mirando a Videl a los ojos bajo esas luces tan curiosas y con una melodía tan bonita y alegre de fondo, comprendió la magnitud de su sentir. Estaba loco por ella, ¡loco, de verdad!, y nada deseaba más que vivir con ella una escena como la que habían vivido antes de su viaje; quería besarla, abrazarla por la cintura y no dejarla ir jamás.
Quería un mundo donde existiera ella y nadie más.
La canción terminó y, con ella, su lapso de amor: Videl y él estaban suspendidos entre la gente, tomados de la mano, felices y en total armonía. Lejos, Bulma se emocionaba junto a Lunch; lejos, Mark se sentía celoso de Trunks, pues Videl era su niña y su universo; lejos, Roshi se alegraba de que Trunks hubiera seguido su consejo de divertirse más; lejos, una cascada caía de los ojos de Bell, una que Trunks incluso, en un delirio absoluto, juró escuchar.
Se soltó de Videl con la culpa apoderándose de su corazón.
Notando el nuevo estado de Trunks, Videl giró su cabeza hacia donde él había mirado justo antes de clavar los ojos en el piso. Vio a Lunch alejarse, vio a Bell, vio a Trunks, vio el sudor en sus propias manos por el simple hecho de haberlo estrechado a él, al dulce muchacho que no era otro más que el salvador único de la Tierra.
Lo supo, lo hizo al palpar la llave en el bolsillo de su camisola: no quería estar ahí; quería alejarse de todo y todos y estar a solas que él. Quería explorarlo a él, sentirlo a él y dedicar la noche de la victoria a quien más lo merecía: él.
No era con la gente el lugar de los dos; era con el otro y con nadie más.
—Trunks…
—¿Sí?
—Te espero al filo de las escaleras del subsuelo. Si no quieres venir, lo entenderé.
Trunks parpadeó, asombrado, y vio cómo Videl se alejaba de la pista y de él, de la fiesta en su totalidad. La vio andar y entró en crisis: ¿lo esperaba, había dicho? Miró sus manos, sudadas así como las de Videl, y vio cómo Bell se acurrucaba en el pecho de una de sus amigas, que lo miraba a él con un odio visceral. La realidad lo abofeteó al hacerle comprender que, en la vida, esa clase de cosas siempre pasarían: la felicidad de uno significa la infelicidad de otro; por más buenas intenciones que se puedan tener con el otro, cuando las emociones no aconsejan emprender cierto trecho sino uno diferente significa que ese trecho no es el que corresponde, pues no es el que se anhela genuinamente.
La gente como él, los sensibles que tan distinto perciben al mundo, sólo puede soportar la verdad, pues la sensibilidad siempre les señalará hacia allí. La frialdad, en el sensible que aún vive, jamás imperará.
No amaba a Bell, es decir; su sentir sólo a Videl correspondía.
Aunque triste por el dolor que había causado sin desearlo, siguió a Videl. Pronto la encontró al filo de la escalera; verla fue comprender que había tomado la decisión correcta.
Era ella. No era ninguna más.
Videl le extendió la mano. Luces tenues, las de bajo consumo que dejaban prendidas por eventuales emergencias, los alumbraron disparmente. Trunks tomó la mano de Videl y, juntos, instados por ella, corrieron escaleras abajo, hasta el primer subsuelo. Al adentrarse en los pasillos, él sentía el latido desbocado de su propio corazón por la mezcla de nervios, amor y ansias de lo desconocido, mezcla también de miedo por lo que lo incierto le provocaba. Su mano, sujeta a la de Videl, sudaba por el calor que tocarse les significaba desde el descubrimiento de la piel del otro en la escena de la cocina.
La mano de Videl sudaba justo como la de él.
Videl sentía lo mismo, el sudor de la mano y el latir desbocado de su propio corazón. ¡Estaba tan nerviosa, tan ansiosa, tan asustada por todo y por más! Pero su convicción era más y por eso daba paso tras paso con la frente en alto y una sonrisa en los labios, porque era ella la de las iniciativas, la del carácter, la que no se dejaba doblegar por el miedo o la timidez. Cuando ella estaba segura de algo, las emociones siempre encontraban la victoria.
Necesitaba sentir en ella el cuerpo y el alma de Trunks.
Al pensarlo, notó que acababan de doblar por el último pasillo. Al final, el cuarto que Lunch había dicho. Ver la puerta accionó el miedo que aún latía en su interior.
—Trunks…
Agitados, escuchaban con enfermizo detalle el corazón del otro. Las manos estaban sudadas aún, calientes en contacto con la otra.
—Dime —respondió Trunks.
Videl se aclaró la garganta. Habló en murmullos:
—¿Sientes que te estoy presionando? Dímelo, por favor.
—¿Por qué lo dices?
—Trunks, yo… ¡Digo! Te estoy llevando a un sitio donde sólo… sólo hay una cama.
Vio, Videl, cómo Trunks tragaba saliva. Pese al sonrojo, a los nervios, a los ajos azules desorbitados, la boca de él sonreía.
—No —dijo él al fin, en un murmullo que subía y bajaba de tono en cada sílaba pronunciada—. Estoy aquí porque quiero…
»Porque… te quiero a ti, Videl.
La respuesta de ella se manifestó inmediatamente: lo besó, él contra la pared y ella contra él, las bocas jadeantes entre roce y roce de los labios. Despacio, más por timidez que por otra cosa, Trunks la estrechó al rodear la cintura de ella con los brazos. Ella estrechó la nuca de él al mismo tiempo; Trunks sintió los latidos de cada cuerpo chocarse en su unión. Latieron una, dos, tres veces. Mil.
—Tu instinto nunca se equivoca. Es el recordatorio de quién eres, chiquillo.
Las manos de él, enormes sobre tan estrecha cintura, apretaron, lo hicieron cuando el instinto así lo comandó. Temeroso por el lapso, Trunks intentó soltarse, seguro de que no podía controlar al saiyajin que era y del que tan poco sabía.
Videl lo apretó más, lo cual impidió que Trunks cumpliera su objetivo.
Respiraron fuerte, siempre sobre el otro, y las manos, las cuatro, ejercieron más presión sobre el cuerpo contrario.
—Temo lastimarte —farfulló él contra la boca de ella, aterrado.
Ella, que ya sabía qué significaba la intimidad con un saiyajin, rio al último:
—Soy fuerte —le recordó—. Lo soy, Trunks, y no permitiré que te pierdas a ti mismo. Confía en mí, por favor…
»Sólo tienes que confiar en mí.
Después de decir algo semejante, algo que en Trunks produjo toda clase de sentires, Videl profundizó el beso justo como en la cocina, demostrándole a Trunks que podía lanzarse, zambullirse en lo desconocido, pues ella, más experimentada que él, lo guiaría mientras tanto.
Él habló justo cuando las bocas se separaron en pos de dotar de aire a los cuerpos:
—Me da pena dejártelo a ti, Videl. —Su voz se aniñó hacia el final de la oración—. Quisiera saber más y poder hacerte feliz y no sé cómo, ¡no sé! Siento… Siento que no estoy cuidándote como te mereces.
Ella rio. Resolló en su boca:
—Trunks Brief, machista. —Y lo golpeó en el pecho, como un juego—. La misión de un hombre no es esa; no eres menos hombre por no saber más sobre esto. Todos empezamos como tú… —Le robó un beso corto, pero sentido—. No te martirices así.
»Siempre nos cuidas a todos; deja que te cuiden a ti.
Él se sintió un niño al escucharla. Recordó furtivamente esos sueños donde la abrazaba y se hundía en ella hasta traspasarla como un fantasma. Quería eso, abrazarla hasta el punto de dejar de sentirse y sentirla carne; hasta sentirse parte de lo mismo con ella. ¡Y ni idea tenía de lo que quería, pero así de intenso se sentía! Quería que ella lo ayudara, le enseñara, y así pudieran, los dos, disfrutar de su última y verdadera, única unión.
Quería hacerla feliz; quería que ella lo hiciera feliz a él.
Despacio, se aproximaron. El beso que se suscitó se convirtió en el definitivo. Las bocas se movieron solas y el instinto comandó cada acción: él apretaba la cintura y ella la nuca como si soltarse significara morir, hasta que Videl sintió el despertar de su propia necesidad, amar, tocar, saberlo dentro de ella y que la unión expresara todo el sentir que la superaba. Quería que él supiera lo que era la paz, la libertad, el placer del cuerpo latiendo al compás del latir del alma. En un ataque de orgullo, sí, quiso que él gozara.
Las caderas de ella se movieron, así, adelante, atrás, con las manos a cada lado de la cintura de él. Expresaba, con la cadera, la metáfora del ensamblar de los cuerpos, el arte amatorio, aquel placer que todo significaba.
Videl movió a Trunks y acompasó las caderas de los dos en una representación evidente de la penetración. Él gruñó en la boca de ella, lo cual hizo pasar a segundo plano el beso que aún se dedicaban. Se miraron, y las caderas se movieron lentamente, eróticamente. Mirándose, ella sintió la dureza y él supo de la humedad; Videl abrió las piernas e instó a Trunks a flexionar las rodillas, en pos de un contacto directo que, al producirse, produjo un nuevo gruñido avergonzado de parte de él dado lo explícito del roce que se producía. Videl, confiando en Trunks, dejó que las caderas de éste continuaran solas para sujetarlo del rostro con las dos manos.
—No seas vergonzoso —pidió ella en un jadeo—. Gruñe tranquilo, no te reprimas…
Respiraron por la asfixia mutua cuando las caderas de él aceleraron. Gruñó de nuevo, el azul fijo en el celeste; ella gimió, y él juró que nunca había escuchado algo más erótico. Adolecía entre las piernas, mientras, por la necesidad de estar dentro y no fuera, pero el éxtasis que los gemidos de Videl expresaban lo quemaron tanto como la piel perlada de las manos de ella pegada al rostro de él. Quería que ella gimiera más: ¿debía acelerar?, ¿debía ir más lento? Las dudas lo invadieron y se detuvo abruptamente. Ella entendió, con sólo contemplar los ojos de él, que ya no podían negar la obviedad: debían entrar al cuarto y hacerse el amor de verdad.
—¿Confías en mí, Trunks?
—Sí.
—¿Me dejarás cuidar de ti?
—Sí.
—¿Me amas?
El velo rojo que pareció cubrir a Trunks lo embelleció más. Sonrió, él, con la misma pureza que tanto lo caracterizaba desde pequeño.
—T-Te amo, Videl.
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas.
—Yo a ti —dijo ella, y los ojos de él se llenaron de lágrimas también.
Se besaron lagrimeando, los dos. ¡Qué inconcebible perfección la de hallar en la unión una paz tan brutalmente desmedida! Y ya nada interfería, pues la muerte había sido expulsada de esa realidad. Sabiéndolo, se abrazaron con vehemencia, llorando, y pidieron sin saberlo y al unísono el mismo deseo: no te quiero perder, no quiero volver a sufrir, no quiero ningún final.
Quiero que esto dure por siempre y no se termine jamás.
—Vamos —dijo Videl, y de la mano lo jaló a la puerta prometida.
Usó la llave sin titubeos, entró, él tras ella, y juntos contemplaron el escenario sintiéndose en alguna clase de sueño.
Videl gritó mil gracias en su corazón: el cuarto era muy pequeño y en la unión del techo y la pared erigida ante la puerta una ventanilla que daba al exterior les hacía saber que una lluvia suave caía sobre la ciudad, una lluvia cuyo llanto se debía no a la muerte, sino a la felicidad. Bajo la ventanilla, un colchón en el suelo, de plaza y media, tal vez lo máximo que Lunch había podido conseguir, cubierto por las más impolutas sábanas. No había mesas de luz ni velador ni nada, pero en las cuatro esquinas del cuarto unos velones agrupados de a tres estaban encendidos desde hacía poco tiempo. Videl sonrió al entender la pequeña ausencia de Lunch que bien había percibido.
—Es precioso —dijo Videl—, ¿verdad?
Trunks apretó su mano. Sudaba y temblaba por igual.
—Sí, es… muy bonito.
En la voz de él se percibieron los nervios que el sudor y el temblor dejaban implícitos en la escena. Seguramente, todo provenía de la idea de encierro y el mero contemplar del lecho que tanto simbolizaba en la íntima situación. Videl soltó a Trunks y cerró con llave la puerta; al inclinarse hacia él, lo vio de cara a la cama, de espaldas a ella. Las luces doradas que las velas arrojaban lo hacían ver soñado. ¿Ella se vería así para él? Al recordar los sollozos del pasillo, supo que sí.
Era hora.
Sabiendo que todo era claro entre los dos, que había mutuo consentimiento, Videl fue hacia la cama, dejó los condones bajo la almohada sin que Trunks lo notara y caminó hacia él finalmente, para abrazarlo por detrás. Sintió el temblor de él y buscó aplacarlo dándole un dulce beso en la espalda, por sobre la ropa que, en tales instancias, comenzaba a quemar.
—Tranquilo.
—Lo siento… Es que estoy muy, muy nervioso… —Al final, Trunks largó una especie de carcajada deformada por el pánico que lo invadía—. ¿Es… normal?
Videl pegó su rostro a la espalda, feliz.
—Claro que es normal —explicó—, más teniendo en cuenta tu manera de ser. Creo que soy menos tímida que tú.
—Lo eres —afirmó él—, eres menos tímida y tienes más carácter. Eso… me encanta de ti.
Videl asintió, halagada. Le dio la vuelta y pronto se posicionó entre la cama y él. Trunks quiso decir algo, hablar, relajarse, pero verla iluminada por esa luz, bella y tranquila, enamorada, lo hizo enmudecer. Ya no había más lugar para el diálogo ni manera de dilatar la obviedad; era hora de dejarse llevar.
¿Pero cómo, con el pánico que tenía encima?
Videl dio el primer paso sin dejar de mirarlo a los ojos: tomó los bordes de la camisa de Trunks y la retiró de un solo, lento, movimiento. Despojado de la prenda, que cayó al suelo sin más, Trunks levantó las manos sin saber muy bien qué hacer, cómo ayudar sin sentir que le faltaba al respeto por tocarla como jamás había tocado a nadie. Videl sonrió al percatarse de sus dudas y se agachó para quitarse las botas y las medias, que dejó al lado de sus pequeños pies. Rio en dulce aprobación cuando notó cómo él la imitaba. Al enderezarse, frente a frente una vez más, ella continuó desvistiéndose ante la atónita mirada de él: se levantó la camisola hasta alcanzar el elástico de las calzas y las bajó; deslizaron por su cuerpo en una erótica insinuación que Trunks captó en exceso, pues el sólo percibirla lo sumió del todo en el pánico que ya lo tenía atado de manos y pies. Cuando las calzas quedaron con las botas y las medias, Videl se irguió nuevamente ante Trunks; él la miró con timidez, recorrió con los ojos las piernas y los pies, la piel blanca como las sábanas, dorada bajo tan íntimas luces. Videl lo interrumpió al tocarle el pecho con los dedos. Bajó las manos a los bordes de su camiseta y, otra vez con la vista fija en él, en sus ojos que ya no sabían hacia dónde y qué tanto debían mirar, subió la prenda hasta donde alcanzó dada la diferencia de alturas. Aunque sin dejar de temblar, Trunks se ocupó del resto.
Videl observó lo que ante ella se encontraba: la piel de Trunks era dorada como las luces del cuarto; la luz potenciaba el particular tono de su piel. Su torso era el de un guerrero, pura fibra, músculos y cicatrices; con las puntas de los dedos, Videl acarició una cicatriz de su estómago, luego otra en su hombro, luego otra en el lugar en el cual le latía el acelerado corazón. En él se duplicó la agitación al sentir el roce de Videl sobre su piel al tiempo que ésta se le erizaba por completo, y en un reflejo de timidez detuvo la mano de ella con una mano de él. Videl volvió a sonreírle, en respuesta: se desasió del agarre y deslizó no una, sino las dos manos por la piel de Trunks, una por el pecho y otra por la espalda, hasta alcanzar, al descender, los bordes del pantalón. Trunks palideció; Videl unió las manos en la hebilla y la desabrochó.
El cierre bajó, el botón se desabrochó, y entre las piernas de Trunks la dureza lo perturbó. Videl alejó las manos de él para instarlo a hacerlo por sí mismo; Trunks obedeció: rojo como nunca antes, bajó y retiró el pantalón, que corrió con un pie junto al resto de las prendas de los dos. Al enderezarse después, desvió la mirada hacia una de las paredes laterales. No tenía más que la ropa interior puesta, que era azul como sus ojos; la dureza se pronunciaba obscenamente en la parte delantera, tanto que necesitó cubrirse con las dos manos para que ella no lo captara. Videl acarició su mejilla y lo instó a mirarla, y qué increíble le pareció a ella tan peculiar detalle: él se avergonzaba de su desnudez como si fuera monstruosa; no era más que la desnudez más preciosa que pudiera verse en la vida.
¿Cómo no se daba cuenta?
Cuando él devolvió tímidamente la mirada, Videl se quitó la camisola.
En el primer instante, él alejó los ojos de ella; en el segundo, la contempló. Alguna aislada vez se había odiado por imaginar a Videl desnuda en medio de inocentes fantasías que iban al ritmo vertiginoso de su mano autocomplaciente. Qué culpa había sentido por evocarla a ella en esas noches en las cuales ya no podía más, y entonces ella estaba sin ropa ante él, con nada más que un sostén y unas bragas, con una sonrisa dulce en la boca y un tono carmesí asomándole por las mejillas. Y, Kamisama, era perfecta.
Videl tuvo la certeza de que lo que veía lo deslumbraba; eso, de alguna manera, la ayudó a seguir. Saberse bella desde la perspectiva del ser amado es una forma de sentirse amado, también.
Bien lo sabía ella en esa segunda primera vez.
Videl se cubrió los pechos con su largo cabello al echar el último hacia adelante. Desabrochó el sostén y se lo quitó. Lentamente, descubrió los pechos al correr el cabello, expuso ante Trunks la armonía del rosado de sus puntas rodeado por la blancura imposible de sus curvas. No eran pechos inmensos ni tampoco humildes; había armonía en ellos. Eran mil veces más bellos que en su impúdica imaginación de noches solitarias plagadas de culpa y dolor.
Videl notó, en los ojos de Trunks, un anhelo del cual él quizá no era consciente: quería tocarle los pechos pero no se atrevía a hacerlo. No dejó, ella, que el anhelo de él la distrajera: continuó al apoyar los dedos sobre el elástico de la ropa interior de Trunks, quien nunca alejó la mirada de ella, del cuerpo, los ojos, la desnudez casi completa. Videl bajó la ropa interior hasta la mitad de los muslos de él. Agitada, lo contempló: desnudo, lo creyó el hombre más hermoso que hubieran visto sus ojos, dotado de una belleza igual de perfecta, aunque distinta, de la que había conocido en su pasado.
Trunks entendió, en el desorden de su pánico, que a ella le gustaba lo que veía.
Emocionado, le sonrió como una manera de agradecerle que ella captara en él algo bello aun cuando él se hubiera demorado tanto en todo, en derrotar a los androides, en ser valiente, en todo cuanto hubiera querido hacer para que el dolor no se extendiera tanto en el tiempo. Videl, de un veloz movimiento, se quitó la última prenda. Él la escrutó desnuda: qué distintas eran ellas de ellos, qué sublime resulta la belleza poética del sexo femenino al lado de la desnudez masculina, siempre tan tosca y explícita.
Y ella era una diosa.
El silencio pareció pronunciarse y entonces lo interrumpió el sonido de las respiraciones al crecer, crecer hasta tornarse jadeos mientras unos ojos miraban un cuerpo y los del otro miraban también. Fuera, un trueno lejano; escucharon a través de la ventanilla el repiqueteo de la lluvia contra el suelo. Después, los ojos se dieron por vencidos: mirar no les daba la satisfacción suficiente.
Al mismo tiempo, abrazaron el cuerpo del otro. Trunks sintió cómo Videl apretaba su espalda con los dedos, y sus manos se aventuraron por ella: a cada lado, en una caricia que tiritaba, Trunks dibujó la silueta de Videl.
Era el paréntesis invertido de sus sueños.
Sintió el cuerpo arder, como si acariciara la silueta del sol. Su piel, quemada, se erizó en total contradicción. Videl, entonces, llevó sus manos al frente y acarició el pecho plagado de cicatrices. La boca de ella besó el pecho de él y Trunks sintió una puntada de dulce dolor entre las piernas. Perdió el control: una mirada agónica respondida por un sí susurrado por ojos, y al obtener la autorización que su nobleza requería la besó con pasión en los labios. Abrazados, las manos exploraron todo, arriba, abajo, a cada lado, y las manos de Videl erizaron al límite la piel de Trunks con la primera caricia íntima plasmándose en su desnudez, y las manos de Trunks eran fuego contra la piel de Videl, que a través del tacto nervioso y sincero de su amante redescubrió al ciento por ciento, sin más dudas ni reproches en el punto sin retorno, aquel saber olvidado de su propio cuerpo: la pasión, la sofocante necesidad de unir su cuerpo al de otro ser.
Gimió; empujó la boca de Trunks de la suya a su cuello sujetándolo de la nuca. Él besó, febril y confuso, la piel blanca de ella que ella le imploraba atender, y Videl pudo recordar del todo al sentirlo: gustos, preferencias, aquellas zonas que para ella eran más erógenas que otras. Recordó que nada la excitaba más que ser besada y acariciada en los pechos, que cuando Gohan se lo hacía deliraba hasta perder el dominio de sus propios actos; el impulso de pedirlo, de necesitarlo como al aire que ya había perdido, se le desató automáticamente. Trunks la sintió temblar en sus brazos, con el rostro rojo como la sangre, desfallecida por el delirio, y las piernas blandas a punto de perder la rigidez precisa para el sostén. Temeroso, no supo qué hacer pero sí lo supo, a la vez: nada deseaba más en el mundo que cuidarla y hacerla feliz.
Sí: cuidarla, hacerla feliz.
La tomó delicadamente de la cintura y la arropó en sus fuertes brazos de guerrero. Transportó a Videl a la cama susurrando amor con los ojos, besándole los labios una y otra vez, hasta posarla allí, en el centro del colchón, desnuda y perfecta, el símbolo de una verdadera diosa. Aunque con la timidez natural de tan dulce caballero, Trunks se acostó junto a ella, de lado a ella. La contempló embelesado, conteniendo un absurdo llanto de emoción.
—Te amo —dijo con voz de adolescente, superado por contemplarla junto a él y así, desnudos los dos—. Yo…
Videl tomó la mano libre de él, esa que él no estaba usando para sostener su mejilla para la contemplación, y la posó en su estómago.
—Sin miedo —le dijo—. Todo estará bien.
Enternecido por la maravillosa sonrisa que ella le dedicó, Trunks asintió. Despacio, más relajada, dispuesta al disfrute y no a la urgencia de la satisfacción, Videl deslizó la mano de Trunks sobre su estómago. Cuatro sonidos acentuaron la intimidad: la lluvia, las respiraciones, los latidos, el deslizar de una piel sobre otra, lentamente, milímetro a milímetro. Videl luchaba, pronto, para no perder el control: esa caricia quemaba, le hacía saber cuánto necesitaba y con qué apremio lo hacía; recorrerlo a él, que ella fuera recorrida por él, descubrir gustos, explorar su sexualidad y la de él. Quería, en un segundo, saber todo sobre Trunks, ese todo que incluso él mismo ignoraba por causa del peso que llevaba sobre sus hombros en pos de la paz en todo el planeta. Le costaba, mucho; ella debía permanecer consciente, ser paciente durante la problemática primera vez, esa ignorancia que pasa a ser conocimiento con tan sólo un movimiento y que, al mismo tiempo, genera nueva ignorancia que nada más que la práctica podrá desvanecer. ¿Tenía que advertírselo? ¿Tenía que decirle que la primera vez sería el peor acto sexual de su vida por el simple hecho de ser el primero? Él nada sabía, nada más que alguna cosa que seguro le habían contado o bien hacía escuchado; el único gran conocimiento era el que el instinto le brindaba sin que su consciencia le permitiera comprenderlo. Por más charlas que hubieran podido darle…
Videl subió la mano de Trunks un poco más arriba de su estómago.
… seguramente poca idea tenía de cómo se daba el sexo entre un hombre y una mujer. Y, además…
—Oh… —susurró ella al sentir cómo, comandados por la mano de ella, los dedos de él rozaban el principio de la elevación que constituía sus pechos.
Y, además, probable era que tuviera poca idea sobre los aspectos más físicos de la unión entre dos cuerpos.
Ella debía, por eso y por más, por la timidez que en él era innata y que provocaba ese desconocimiento natural, invitarlo a conocerla.
Ella, en definitiva, debía tomar el control.
—Ven —dijo Videl, dulce pese a cuánta excitación la sofocaba—. Ven aquí, sígueme.
Sujetó el rostro de Trunks con las manos mientras él descargaba su peso en un codo posado junto a Videl y la mano del otro brazo extendida sobre su estómago. Aproximó la boca de Trunks a uno de sus pechos.
Él tragó saliva; ella lo vio más adorable que nunca.
—Todos tenemos gustos —explicó ella. Sonó seria; estaba muy nerviosa también—. Descubrirás los tuyos eventualmente, ¿sabes?, y yo te ayudaré. —Trunks asintió, ilusionado. Videl lo peinaba con los dedos, mientras, sintiendo el temblor que no lo abandonaba y el calor que emanaba de él—. Esto es… lo que más me gusta a mí. Por favor…, bésame.
Vio cómo Trunks adoptaba el gesto serio que brotaba de él cuando una situación delicada se suscitaba; era la cara que ponía cuando se tomaba algo muy, muy en serio. Los nervios eran extremos y ella bien lo sabía, pero Trunks no deseaba nada más que complacerla, que hacerla feliz. De él, así, emanó la valentía, y sus labios besaron la redondez del pecho con calma, tímidamente. Ella lo observó mientras lo hacía: su existencia era demasiado dulce para ser real en tan maldito mundo.
No te apures, le susurró; despacio, así, me gusta así. Y Trunks tocaba el cielo con las manos, porque besar ese pecho era su mundo, porque lo excitaba hasta lo indecible, porque lo hacía sentir bien, útil, ese mismo hombre que deseaba ser para ella. La ansiedad no demoró en ahorcarlo, no obstante, y el latido violento de su corazón dio otras órdenes, las cuales lo llevaron a a pronunciar los besos, a ampliar la intensidad, hasta que el instinto de ella terminó por pedir lo mismo que él. No más calma; él tomó la rosada punta entre los labios y la besó como si besara la boca de Videl, rozándola con los labios y con la lengua, succionando de a breves intervalos. Al sentir cómo Videl apretaba más su cabeza y su cuello supo que lo que hacía estaba bien.
Algo en el interior de Trunks pareció tomar confianza; la autoestima creció y pudo hacerlo con más detalle, besar con más eficiencia la piel de un pecho mientras con una mano acariciaba al otro. Cuando lo hizo, Videl gimió suavemente, como si riera, y sintió el disfrute de él, y el mero percibirlo le hizo sentir la verdad, que ya no podía más, que quería hacerle el amor y que él supiera, luego de tantos años de represión, lo natural, bello y honesto que significaba, para las personas, la exploración más íntima de su instinto en pos del más explosivo de los goces, la pasión del cuerpo en sintonía con la pasión del corazón; el éxtasis.
Lo jaló hacia ella, lo besó, lo abrazó primero con los brazos y después con las piernas, que al separarse para recibirlo gritaron la verdad expresada en la humedad.
Al sentir a Videl pegada a él entre las piernas, contra lo más sensible de su piel, se echó atrás, atemorizado.
—V-Videl… —farfulló.
Ella lo besó en respuesta, lo besó y lo besó y lo apretó más contra ella, para que no huyera, para que no temiera ni se cuestionara, sino para que se confiara y se relajara. Él vio cómo ella buscaba algo bajo la almohada. Era un condón dentro de un sobre de plástico.
—¡Ah, qué pena! Lo siento, ni siquiera pensé en… —admitió Trunks—. Por favor, perdóname…
Videl rio.
—Tranquilo: es normal —explicó—. No recibimos la educación suficiente para esta clase de cosas… —Para tranquilizarlo, ella regó besos sobre las mejillas de él—. ¿Sabes colocártelo?
Trunks deseó decir que sí, porque alguna vez se lo habían explicado en una charla de educación sexual que el doctor del refugio le había dado a los más jóvenes, pero al borde del abismo no recordaba nada. Estaba en blanco.
Negó, apenado por la ignorancia que en todo quedaba implícita.
—Arrodíllate —dijo ella muy tranquila, muy segura de sí misma; justo como a él más le gustaba sentirla—. Arrodíllate y yo te mostraré.
Aunque pudoroso, él lo hizo. ¿De qué diablos valía el pudor, si ella había visto todo ya? Se arrodilló entre las piernas de ella y, aun cuando sentía extrema la excitación, notó cierta debilidad en donde antes había habido dureza. Sintió terror al descubrirlo.
—Es normal —dijo Videl, que había vivido lo mismo con Gohan hacía ya muchos años—. Es porque estás nervioso, Trunks.
—Lo siento…
—No te disculpes por algo así, no es tu culpa.
Lo peinó nuevamente, acarició sus mejillas. Trunks estaba furioso consigo mismo y eso no ayudaba a la situación.
—Tranquilízate, ¿sí? No te enfades, no te sientas mal.
Aunque fastidiado consigo mismo, Trunks asintió. Videl, con una sonrisa que buscaba sumirlo en la calma que precisaban para proseguir, acarició entre sus piernas con los dedos, con los bordes de las uñas con los cuales rozó apenas la frágil piel. Él gruñó; ella fue hacia la base y volvió al final, primero con los dedos y después con las palmas de las manos, despacio, con cuidado, con amor, con comprensión. La frente de él chocó con la de ella al escapársele de la boca un gemido. Sin dejar de sentir los efectos narcóticos a los que tan íntima caricia lo inducían, se preguntó si los hombres debían gemir, si estaba bien ser ruidoso. Emocionado, miró las manos de ella en torno a él mitad con anhelo, con gratitud, mitad con culpa por recordarle a la ineficiente autosatisfacción que se daba en momentos de extremo calor. La muerte, los androides; todo lo invadía después y lo confinaba a la eterna culpa, pero entonces sí tenía derecho y no paraba de culparse tampoco. ¿Por qué era tan tonto?
Quiso abrazarla. ¿Debía? Sujetó los hombros de Videl y apoyó su rostro en la unión del cuello y el hombro de ella.
—¿Te gusta? —la escuchó preguntarle.
—D-Demasiado… —exclamó él sin voz, agonizando de placer.
Ella lo besó. Trunks sintió cómo, mientras lo hacía, le colocaba la protección. Al revisar entre sus piernas, se vio listo y nada más que gracias pudo susurrar. Ella le acarició la mejilla al final.
Videl lo atrajo hacia ella.
—Vamos —le dijo.
Acostado él sobre ella, ocuparon las cuatro manos en concretar la unión. Él delató el desconocimiento típico de cualquier adolescente de esa realidad en la cual habían carecido de educación suficiente para tales menesteres, pues el tiempo alcanzaba para aprender a sobrevivir, no a gozar. Al notar los últimos resabios de nervios en él, Videl lo calmó con caricias, con murmullos de explícito amor, y haciendo que él posara cada mano a un lado de su cuerpo, ella concretó la unión al asirlo de la cadera para jalarlo hacia su interior.
Lo sintió.
Él pegó un grito involuntario; ella respiró hondo. Los dos lucían impresionados y se miraban casi sin parpadear. Videl separó más las piernas y, tomándolo a cada lado de la cadera, lo atrajo aún más hacia ella. Gimió sinceramente por esa sensación olvidada, sentir un hombre llenarla y sentir, a su vez, que era al que ella amaba. Él la vio retorcerse por el disfrute y supo que no tenía ni idea de cómo seguir. Estaba dentro de ella, encerrado en el calor de Videl, y todo era tan perfecto así, en su unión, que ya no había más por hacer. Pero sí, sí lo había, eso le dijo Videl cuando demarcó el ritmo y la intensidad de las embestidas requeridas tomándolo de los glúteos. Anda, pareció susurrarle entre suspiros; anda, sin miedo.
Todo estará bien.
Él acató las órdenes de las manos; el cuerpo entero se le perló de sudor. Sentía que el interior de ella quemaba, que era tan hermoso como inexplicable, que no aguantaría más de cinco segundos, que al explotar su placer explotaría su total humanidad. Embistió por primera vez y, al gemir febrilmente, todos los miedos y las advertencias y las noches de culposa autosatisfacción fallida se le agolparon en el cerebro; embistió por segunda vez, gimió de nuevo y ella con él, y el simple sonido de los dos gemidos sonando como dos partes de uno solo hizo que todo lo anterior se le olvidara; embistió de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, y sin darse cuenta se movió demasiado rápido, urgido, demente, buscando el consuelo a tan insoportable quemazón.
Ella gimió ante cada invasión, perlada su piel y con una sonrisa en la boca, comprensiva de todo lo que experimentaba él, quien penetró profundamente uno o dos minutos más, mientras ella se deleitaba con el rostro de él, que se asombraba, se emocionaba, se desfiguraba al desplazarse en su interior.
Cayó sobre su hombro respirando como si estuviera herido, con sufrimiento implícito provocado por el ir y venir de sus caderas inquietas. Gritó y llenó el cuarto y selló su vida, supo ella: la siempre complicada primera vez había llegado a su fin. Ella lo estrechó en sus brazos, orgullosa, impidiéndole abandonarla aún. Él se revolvió en ella más agotado de lo que lo había visto alguna vez.
—V-Videl…
—¿Sí?
—Sentía que me iba a morir y que q-quería morirme.
Ella rio. Bien comprendía esa abrumadora sensación de la primera vez. Lo besó, y cuando él la observó tan tiernamente rodeado por el dorado majestuoso que decoraba la habitación, necesitó decirle lo que muchas veces había pensado de él:
—Viviste en un infierno desde muy pequeño y aun así pudiste hacerlo sobrevivir en ti: nunca perdiste tu dulzura ni tampoco tu pureza, Trunks.
»Estoy orgullosa de ti.
Al terminar de decirlo, Videl lloraba. Trunks también lo hacía. Separaron sus cuerpos, se asearon y se metieron bajo las sábanas. Videl lo recostó sobre ella y se alegró de que él le estrechara la cintura de tan tierna manera. ¡Qué fijación parecía tener por esa parte de su cuerpo! Aún no tenía ni idea de cuánta.
Esa cintura, para él, era un sueño hecho realidad.
—Tú no… —farfulló él con un dejo de pena tatuado en la voz.
Videl lo peinó con los dedos una vez más, sintiendo que podía imaginarse haciéndoselo hasta el último día de sus vidas, feliz en la sensación de perpetuidad.
—No te preocupes: lo haré en algún momento.
»Tenemos toda la vida para aprender, Trunks. ¿Verdad?
Al sentirla estrecharlo, Trunks se convenció de una maldita vez: era real.
Las cosas son lo que sentimos que son, los conceptos dependen de nuestra historia.
Ella era la definición de la paz que había buscado durante toda su vida.
Ella despertó por el sonido violento de la lluvia sobre su cabeza: truenos le comunicaron que, afuera, se había desatado una tormenta. Al moverse, una mano inmensa, aunque joven y tierna, la tenía atrapada. Levantó un poco su torso y lo observó: Trunks dormía como un niño, el ceño siempre fruncido dulcemente relajado, el sudor de la primera vez perlándole la piel.
Aún era de noche; no había pasado más que una hora u hora y media desde el sexo. Sintió a Trunks desnudo debajo de ella; sintió las puntas de sus pechos rozándole apenas la piel, erguidas, y en su bajo vientre se produjo la revolución de todos sus sentidos: moría por él.
Rozó el pecho de Trunks con las puntas de sus pechos una vez más; la electricidad viajó, veloz, por su cuerpo. Acarició la cintura de Trunks, dura como todo su cuerpo de guerrero, y su bajo vientre vibró en una nueva revolución.
Sí: moría.
Un año había tenido sexo con Gohan, innumerables noches pegada a él, desnuda y desnudo él. Tenía experiencia, había llegado a pasar la barrera del sexo como expresión del amor y había explorado el sexo por el sexo, la aceptación de sus deseos más íntimos, el gusto por el placer más insoportable de todos. En un brote de adulto capricho, quiso que Trunks aprendiera, que aceptara lo que ella había aceptado y viviera el sexo como el que es, la más asombrosa experiencia de perder la noción del espacio y del tiempo, perderse junto al otro en pos del logro más honesto, el placer compartido, el otro como expresión del placer propio.
Había sido hermoso ver ese rostro mutando por la novedad, desprolijas e imperfectas sus embestidas adolescentes; bien sabía que la primera vez es de los nervios y la segunda del placer, así que se decidió: a partir de la escena que pronto se suscitaría, aprenderían los dos, del otro, de sí mismos, de la potencia que tenía la química entre sus pieles. Aprenderían.
Ya.
Ella era una mujer con sangre en las venas, valiente, aguerrida, de carácter; en la cama se hacía respetar así como en la vida. No le daba timidez hacer algo si ese algo era bueno, una lucha por el bien; no le dio timidez hacer lo que hizo, liberarse del brazo que la aprisionaba y correr las sábanas hasta exhibir, bajo la luz de los velones que habían sobrevivido al inevitable tictac del reloj, la desnudez completa de Trunks. Se dio el tiempo de observar cada detalle de él, desde de sus manos hasta sus pies, sus piernas, su estómago, su rostro adolescente dando paso al del adulto, la intimidad que lo hacía del sexo masculino. Cada contorno, cada dibujo muscular; era hermoso. Esas luces doradas que potenciaban el color de su piel no podían embellecerlo más; tampoco podían frenarla a ella, que con el índice de la mano derecha comenzó a dibujar círculos en el pecho de Trunks, quién ni se inmutó. ¿Cómo era posible que no despertara? Trunks tenía el peor sueño del mundo, se despertaba de nada y ella bien lo sabía.
Si no despertaba, significaba que estaba más tranquilo que nunca.
Sonrió al comprenderlo: ¡era por ella, por ellos! Por los dos unidos en la felicidad compartida de una intimidad verdadera. Se sintió orgullosa de los dos por haber dado el paso, que aunque para el exterior pudiera resultar apresurado era el necesario para lo que ambos ansiaban vivir en adelante.
Pasada un ápice la emoción, Videl bajó el dedo hacia las costillas, y nada, no algo especial como lo que buscaba, hasta que llegó a la zona que rodeaba el ombligo, que al ser acariciada hizo que Trunks se revolviera en sueños. Anotó el dato en su memoria y prosiguió: obvió el sexo, pues era la más obvia de las zonas erógenas, y marchó a sus piernas, lugar donde encontró, al acariciarlo en la cara interna del muslo derecho, otro punto débil que lo hizo respirar fuerte por un instante. Subió, y al acariciarle una oreja lo hizo sonreír apenas, en un esbozo, mas no despertar. Una caricia en el cuello lo hizo suspirar, girarse hasta darle la espalda aún dormido, y al acariciarlo en los glúteos lo hizo reír de una forma muy extraña. Ella rio también. Videl le pasó el dedo por la nuca, justo donde terminaba el lila, y allí encontró la zona más débil, más fuerte en lo que a excitación se refiere, de él.
Trunks despertó.
—Videl… —Suspiró. Había girado la cabeza hacia ella, pero no el cuerpo—. Estás aquí…
—No estás soñando —respondió ella rodeándole la cintura con un brazo—. ¿Cómo te sientes?
Abrazar al ser amado, dejarse abrazar por éste; perfección. Trunks flexionó las piernas y las de ella hicieron lo mismo, pegadas a las de él. Disfrutaron, así, de la sensación de percibirse todo al estar tan adheridos al otro. Trunks le estrechó la mano que Videl tenía sobre su estómago; ella le besó tiernamente la nuca, lo cual desató un escalofrío en él, uno nacido de la voluptuosidad, de la sensibilidad de las zonas más insospechadas de su cuerpo.
—Estoy feliz —dijo él.
—Yo también —contestó ella.
Más besos en la nuca, dulces, eróticos. Trunks quiso girar hacia Videl y besarla, pero aún no terminaba de distinguir las intenciones de esa clase de besos que, en ese punto, le eran particularmente excitantes. ¿Estaba bien que algo así lo sedujera? ¿Ella sólo estaba siendo cariñosa con él y nada más? ¿Cuál era el motivo de esos besos? ¿Había un motivo?
Videl se refregó contra él como un gato. La mano posada en su estómago lo acarició en torno al ombligo. Trunks suspiró, y entre sus piernas sintió la dureza manifiesta por todo lo que estaba sucediendo. Era como si ella tocara los puntos exactos.
Los nervios llegaron al mirarse allí con vergüenza absoluta: ¿acaso estaba bien volver a excitarse tan rápido, apenas al despertar desnudo junto a ella, sin siquiera haberla mirado por completo? Videl sintió la tensión en su cuerpo y se dio cuenta de la confusión que lo tenía capturado.
—¿En qué piensas? —le preguntó sin dejar de besarle la nuca y acariciarle el estómago.
—Yo… —Trunks se sintió rojo y se odió. Se mandó al diablo a sí mismo—. Me preguntaba si no es descortés de mi parte sentir tantos deseos… de…
Escuchó a Videl reír.
—No es descortés; es lo normal, más en tu situación. —La mano que acariciaba el estómago de Trunks descendió hasta deslizarse suavemente entre las piernas, en una caricia infinita—. Es inevitable, supongo…
Y lo era para los dos.
Videl giró a Trunks hacia ella con cierta urgencia. Las miradas bramaron deseos difusos, salvajes, deseos que ella se conocía pero él no. Ella tomó una mano de él y la condujo a uno de sus pechos como diciéndole que sí, que ceder no tenía nada de malo sino que era lo más bello del mundo.
—Cuando sientas felicidad, sólo déjate llevar.
Trunks no se reconoció a sí mismo: atrajo a Videl hacia él y la besó con locura mientras sus manos la acariciaban completa, las piernas, la espalda, los pechos, los glúteos, sin olvidar jamás a la cintura que representaba su más elevada devoción. Ella se dejó hacer, se entregó a la caída libre hacia el placer sabiendo que él la sujetaría; quería que él se expresase, que le demostrara toda la pasión que le profesaba la mera unión de los dos. Él parecía haber dejado de pensar, por fin, y daba rienda suelta al instinto con manos que por supuesto eran inexpertas, pero cuya voluntad resultaba inspiradora. Sentir que él exploraba no sólo su cuerpo sino además los misterios de su propia sexualidad sumió a Videl en una clase diferente de excitación. Por un instante, la sedujo hasta el punto más absurdo la idea de ser la experimentada de la relación.
Después, desordenadamente, la unión de los cuerpos no dio lugar a más, sólo al disfrute de lo que el otro les significaba.
Dos cuerpos se convulsionaban de placer sobre el colchón, un hombre entre las piernas de una mujer que lo empujaba contra ella balbuceando palabras que el mundo que no era ellos jamás comprendería. Concentrados como nunca, cada movimiento sincronizado desataba un grito y otro más, otro, y más, uno en brazos del otro, al unísono del otro, hasta que todo control se perdió así como el recato y el miedo, y el techo los vio darse vuelta con obscena brusquedad, a ella frenética sobre él mientras él se estiraba sobre el lecho al sentirse a máxima profundidad, sus manos sujetándola de la cintura en pos de hundirse hasta lo imposible. Y ella, con el cabello hecho un desorden magistral, con una pierna a cada lado de él, con las manos sobre el pecho de él, fue hacia arriba, hacia abajo, sintiendo el crecimiento del cosquilleo que pronunciaba y maximizaba todos sus sentidos. Ante los ojos obnubilados de él, explotó. Cayó sobre él; el balanceo de sus cuerpos era lento, pausado, y los encontraba completamente enlazados. Al terminar, se miraron con fijeza, tan aturdidos como complacidos en lo más físico y también lo emocional; entre risas, notaron las lágrimas en los ojos del otro.
Su unión, la del cuerpo y el alma, el amor y el sexo alcanzando el éxtasis del ser; esto iba a funcionar.
—epílogo—
Despertó cuando el sol salió después de la tormenta, el clima una metáfora de su más profundo sentir. Levantó la mirada y lo encontró sobre ella usando la redondez de sus pechos como almohada, una mano aferrada a su cintura y la otra bordeando una de sus piernas. Enamorada no sólo de él sino de lo ciertamente frágil que lucía dormido, salió de debajo de él con sumo cuidado, procurando no perturbar ese sueño que, como salvador de la Tierra, bien se merecía.
Videl se levantó al fin y abandonó el cuarto por unos instantes con su ropa interior y la camisa de Trunks como únicas prendas que la vestían. Caminó tímidamente hacia afuera luego de cerrar con llave, llegó al baño, se aseó, se refrescó y, cuando salió, se sonrojó violentamente al cruzar a Lunch, rubia Lunch, en la puerta. Su aguerrida amiga se le rio en la cara al notar la camisa de Trunks cubriéndola.
—Genial —dijo—, ya deseaba tener un cuarto para mí sola.
Videl apretó los puños.
—¡Lunch! —bramó intentando cubrirse los muslos.
—Ay, niña: ¡ya! Te ves radiante. ¡Esta noche te quiero fuera de mi habitación! Instálate con él y no pierdan más tiempo, ¡¿ok?! Despertaste a un monstruo: cuando un hombre debuta no quiere parar…
—¡No digas esas cosas!
Lunch no le hizo caso alguno. La despeinó como a una niña, en cambio.
—Disfruta, Videl. Disfruten los dos y ya, ¡al carajo!
Sin más, Lunch siguió su rumbo. Aunque con la vergüenza latente, Videl sonrió al verla marcharse: la parte mala de habérsela cruzado era que no tardaría en desperdigar el chisme; la parte buena era que Lunch tenía razón, que no debían perder el tiempo ni volver a dudar; debían aceptar la obviedad, ese deseo irrefrenable de acompañarse en lo consecuente. Le agradeció a Lunch cada empujón que le había dado.
Estaba demasiado feliz.
Volvió al cuarto y, luego de cerrar con llave una vez más, se quitó la ropa. Se metió bajo las sábanas, fría, y buscó el calor de Trunks al abrazarlo por la espalda. Dos veces había dormido con él antes, esa era la tercera, y siempre habían amanecido en la misma posición, ella detrás de él sujetándole una mano, él delante de ella y con una llamativa sonrisa en los labios. La tercera terminaba siendo la vencida; el tercer amanecer era el definitivo.
Se habían unido tres veces, por recuerdos, por el mutuo consuelo, por la paz de concepto recuperado. Sólo les quedaba hacerlo por amor.
Videl se sonrió al pensarlo, su boca pegada a la espalda de Trunks: sí, por amor.
El vínculo gestado con amor siempre será el definitivo.
Trunks despertó minutos después. Volteó hacia Videl con la sonrisa que ella ya le conocía, pero potenciada por lo definitivo de ese definitivo amanecer. La besó en los labios con el corazón a mil por hora.
—Buenos días, Videl.
Ella lo acarició en el rostro, con una mano a cada lado.
—Buenos días, Trunks.
Y eran buenos de verdad.
El beso sucedió, pausado, sincero. Después, con la ventanilla dibujando líneas de sol sobre sus cuerpos tendidos en la cama, perdieron sus ojos en la luz: la paz había llegado y sólo les quedaba vivir. Y cómo, y de qué manera lo harían, contra viento y marea, con las dificultades de cualquier pareja sumida en cualquier clase de sociedad, pero lo harían.
Todo lo sucedido entre ellos era sólo el nacimiento de todo lo que serían, de la relación que acababa de iniciar. Delante, el futuro de lo que juntos constituían esperaba con los brazos abiertos. Era el inicio, nada más.
Era la paz.
Eso y más se juró Trunks estrechándola por la cintura tanto tiempo anhelada al fin entre sus brazos: vivirían y forjarían juntos sus propios conceptos, sin diccionarios ni mentiras. Sucediera lo que sucediere, vivirían en la paz que juntos habían alcanzado, lo harían y darían todo en la lucha por su felicidad compartida.
En definitiva, al vivir, lucharían, pues es la lucha la verdadera vida y la paz la verdadera felicidad.
F I N
Comentario final, 6 de enero de 2017
Tres formas de unión es uno de mis amores entre todos mis fics, uno de esos que resaltan en la lista por causa del amor que les tengo. Por eso, GRACIAS POR LEER ESTA HISTORIA, GRACIAS DESDE LO MÁS HONDO DE MI CORAZÓN.
Este fic es dos cosas: un experimento y un capricho. Es un experimento porque quería ver qué pasaba entre estos dos personajes que jamás había leído juntos y también quería experimentar con esta línea alternativa pensando en el modo de vivir de las personas que considero acorde dada la descripción que Trunks hace de ese infierno. Es un capricho porque sólo pensé en mí, en lo que yo quería leer, en la exploración que deseaba que la autora hiciera con los personajes, en las cosas que quería leer descriptas, en las sensaciones que quería experimentar leyendo. Escribí este fic por y para mí, para darme el gusto y hacerme un festín con esta pairing que tanto me gusta y a la cual tanto sentido encuentro en línea Mirai.
Una vez, leí que Rumiko Takahashi hizo Ranma 1/2 pensando en algo que ella deseaba leer. Esta humilde fanficker hizo lo mismo, y sé que no es mi mejor fic, sé sus errores, sus falencias, cuánto falla en algunas cosas y lo poco original que es, pero lo disfruté tanto, con tal emoción, que no me interesa si es malo; me interesa cuánto me gustó escribirlo. Si a alguien del otro lado le gustó, gracias. Mil gracias.
Un autor, profesional o fanficker, pienso, tiene que ser autocrítico: si su historia no le gusta a los lectores por algo debe ser. Yo sé que este fic no gustó demasiado, salvo a unas pocas personas que siempre lo recuerdan especialmente y a las cuales les grito GRACIAS desde Buenos Aires; a mí, a quien dediqué esta historia, me gustó mucho. Sin ser una maravilla, escalofriantemente lejos de ello, este fic me encantó. Es una lectura amena, melancólica y que me hace pensar en lluvia, humedad y lágrimas en los ojos, en sonrisas en los labios. No me cambia la vida, pero me resulta una lectura que, por un instante, me hace feliz. Eso quería nada más: hacerme feliz.
Tres capítulos, uno del 2012, otro del 2014 y otro del 2017. Tres momentos distintos en las vidas de ellos y tres momentos distintos en mi vida. Casi diría que fue accidental, pero salió así. Veo tres Pamelas distintas en cada capítulo: en el primero veo esa curiosidad por ver qué salía, el entusiasmo original por la pairing con cierta frustración hacia el fandom encima de mí; en el segundo veo lo oxidada que estaba y la tristeza que tenía encima post-Tri; en el tercero veo mi estrés en cada nervio expresado por Trunks, así como mi sentir hacia la muerte en este instante en el cual perdí a alguien fundamental en mi vida. Veo mis cambios, mis cosas, lo que se mantiene y lo distinto, y nada, me alegro de que haya salido así. Me sume en una relajación extrema esta historia.
¿Y por qué corregí los dos capítulos anteriores? Para releerme en esos estados anteriores y juzgar cada etapa mía como autora, para poder corregir mis errores del pasado y que esto quedara en el punto de evolución, estilo y narrativa que estoy hoy. Quería que, aunque este fic remarque tres momentos distintos, en la narrativa se sintieran parte de lo mismo más allá de la trama y los personajes.
Sobre mi ser querido que ya no está… Voy a dedicarle esta historia, permiso: Luni, siempre vas a estar en mi corazón. Te amo siempre. Vas a ser mi recuerdo favorito para siempre. Te dedico esto, porque parte de lo que soy es la alegría que me diste todos estos años. Gracias por ser mi esperanza, mi amor.
Escribí este capítulo en marzo de 2016, a su lado, cuidándolo, en un cuaderno, porque cuando se enfermó no toleraba la computadora. Lo terminé días antes de su muerte y lo besé al final. Fue el último fic que escribí con Luni echadito junto a mí: ese es el motivo más grande que tengo y tendré para amar esta historia. ¡Te amo, mi amor! ¡GRACIAS POR TODO! Y en cada caricia que dedico a Spock espero expresarte, a la distancia que la vida impone por desgracia, cuánto te sigo amando. ¡Te voy a amar hasta morirme! ¡Para siempre! Y te juro que nos vamos a reencontrar algún día. Te lo juro, mi bebé.
Sobre Química, el hermano de este fic, espero que quienes hayan leído ambos hayan notado, acá, los guiños. Quería que este fic fuera el final alternativo y feliz de Química, ese «la piel hará que nos volvamos a encontrar» cumplido. Quise que se volvieran a encontrar y que esa química aún fluyera entre los dos. Espero no haya quedado tan feo y disculpen por mis conexiones pelotudas.
Y nada… Esa escena de sexo eterna y deeeennnnsa, aburridísima, sé que no es una maravilla y les pido disculpas si los decepciona, pero la escribí pensando en todos los detalles que quería saber de los dos, de su encuentro, sus reacciones, el miedo, la ansiedad, la pasión, el instinto. Quise que, aunque cursi por la inocencia de él, se sintiera real. Podrán decirme que los hombres no son así, pero en mi experiencia personal puedo decir que a veces pueden serlo, más teniendo en cuenta el contexto en el cual crecieron. He tenido encuentros con hombres que me han borrado esa imagen que una se hace de ellos al juzgar por lo que el mundo te mete en la cabeza, y puedo decir que su ternura es distinta a la nuestra: ellos son muy dulces en ciertas situaciones, más cuando una emoción genuina los captura; hay una especie de fragilidad muy hermosa en el hombre cuando está en la cama con una mujer que le significa algo genuino. Fue esa fragilidad la que intenté capturar de alguna manera.
Este fic también es una reflexión de la vida sexual de todos nosotros, de lo que nos cuesta, de lo que nos da miedo, de lo que nos excita de estar con el otro, esa obviedad de que el sexo es bueno cuando es natural y genuino y esa crisis interna que no nos permite verlo como tal, because the life and this fucking sick and sad world, lala la la la. Y acá había puesto algo más, pero creo que borrarlo es lo mejor.
El sexo es, para mí, la más maravillosa expresión del amor. Punto.
Sé que hay gente que no piensa como yo, pero nada, cuando uno escribe no importa el mundo al cual describa, porque siempre queda una estela del mundo en que vivimos; algo de nosotros queda queramos o no.
Último: ojo, que escribir sexo por morbo o perversión no tiene nada de malo. ¡Al contrario! Nunca hay un mal motivo para escribir, me parece, salvo cuando lo hacemos para presumir. Las historias que escribo por mera perversión son las que nunca publico, pero las tengo. XD
Zilentio (?) de mi corazón: aunque nunca vayas a leer esta dedicatoria, te hablé de este fic y te pedí la opinión de lo que hice contándote en qué me había basado. Gracias por confiar en mí. Aunque a veces te quiero matar cuando me mandás esas fotos porno al WhatsApp (?), te quiero.
¡Ah! Y dos detalles:
1) La cita del libro que hojea Trunks es de Así hablaba Zaratustra, de Nietzsche. Mi hermano, hace mucho, me contó que hay gente que dice que cuando se necesite una respuesta a algo hay que tomar ese libro, abrirlo donde sea y leer la primera frase que enfoquemos, o algo así (?). A veces lo hago: le robo el libro a mi hermano, lo abro y busco una frase. Me pareció divertido hacer que Trunks lo hiciera también. XD
2) La canción que Videl adora y que bailan es una que significa un montón para mí, «Bizarre love triangle» de New Order. Me trae muchos recuerdos de la adolescencia, porque sonaba mucho en el boliche al que iba a bailar, donde pasé momentos inolvidables con mis amigos y donde incluso conocí a mi novio. Es una canción que SIEMPRE me hace feliz. Quise contagiarles esa alegría a ellos dos.
Y eso. GRACIAS POR LEER, A TODO AQUEL QUE ESTÉ DEL OTRO LADO. GRACIAS. ¡GRACIAS!
Otro fic terminado. Emoción extrema.
Nunca nos prohibamos sentir al amor como lo que es, como la más compleja y fascinante de las emociones, el camino más honesto a la felicidad. Amor por quienes nos rodean, por nuestros sueños, por lo que tiene significado para nosotros. Cómo lo expresamos depende de quiénes somos. Sólo hay que aceptarnos a nosotros mismos tal cual somos.
Sólo hay que amar al del espejo, también.
Besos. Nos leemos. n.n
Pamela, a.k.a. Schala S
Dragon Ball © Akira Toriyama
...
...
...
Nunca habrá química entre dos pedazos de papel. :')