Ninguno de estos personajes me pertenece, les pertenecen a CLAMP.

¿Por qué las cosas no podían salirle redondas? Alguien de allí arriba la odiaba, pero más odiaba al estúpido de Li, quien se había propuesto pisotear su dignidad como sea. Si quería jugar duro Sakura Kinomoto lo haría, ¡y encantada! No permitiría que ese niño mimado le hiciera la vida imposible, ella le enseñaría que jugar con fuego es peligroso y él que era inmune a las quemaduras de alto grado.

"Dulce Venganza"

'Asuka-hime'

Capítulo 1: Dolce Sakura


(Sakura)

—Bueno —suspiró—. Después de todo no está nada mal —aseguró mientras que se encogía de hombros.

—Sólo es temporal, Tomoyo. No voy a trabajar aquí toda mi vida. Únicamente es para pagarme una buena universidad, necesito dinero cuando terminemos el instituto —le sonreí, intentando que el ceño de mi amiga se relajara un poco.

—Puedes pedir una beca —recordó dulcemente, parece que mi sonrisa hizo mella en ella.

—¿Y si no me la dan? No puedo arriesgarme a no saber qué es lo que pasará conmigo —señalé mientras que ataba un pequeño delantal blanco, que conjuntaba con mi uniforme del trabajo, detrás de mi espalda.

—Sabes que yo te puedo pagar…

—No —interrumpí, endureciendo la mirada. Quería que me tomara en serio por una vez en la vida—. Por eso mismo voy a trabajar. Ni tú ni mi padre me ayudaréis siempre. Tengo que aprender a abastecerme por mí misma —farfullé al atar el nudo del delantal con toda mi fuerza para finalizar mi discurso.

—¡Ah! —El grito de mi amiga me asustó ligeramente. Sin razón alguna se tiró a mí con pequeñas lágrimas en sus ojos amatistas. Esto era un intento de asesinato por estrangulamiento en toda regla—. ¡Te ves tan bonita cuando te portas como una adulta sensata!

Suspiré, resignándome.

Tomoyo era una exagerada.

—Sakura, necesitamos que te incorpores inmediatamente —informó un ente con dos gigantescos ojos caramelos y un pelo largo y azabache.

—Voy.

Asintió, sin perder su amplia y joven sonrisa, y desapareció por donde se había asomado, en un parpadeo. Lo último que dejó ver fueron sus pronunciadas hondas oscuras como el carbón, similares a las de mi amiga, a la que le supliqué con una mirada que me liberara para poder comenzar a forjarme un futuro. También porque quería respirar. Evidentemente, no tardó ni un sólo segundo en soltarme, todavía portando una amplia sonrisa en su cara, algo bastante característico en ella.

No podía fallar mi primer día.

Sabía que no tenía experiencia en ser camarera y menos en un maid café. No me agradaba la idea de utilizar un vestido de sirvienta y mucho menos tener que señalar de amo a cualquiera.

Oh, sí.

Amo.

Era imposible para mí tener que susurrar si quiera algo tan humillante como eso.

Ayer estuve intentándolo en mi casa. Me miraba al espejo y me sonreía dulcemente, hasta ahí todo bien, podía realizar una perfecta y artificial actuación. Pero cuando mi boca se abría para decir esas tres letras juntas, una mueca de desagrado emergía en mi cara. Sólo tenía que pronunciar una palabra, únicamente una al final de cada frase, y todo iría como la seda.

Sin embargo, se escapaba de mis habilidades. ¿Cuándo me iban a mí bien las cosas? Ni si quiera podía proferirla de manera brusca. ¡Es que nadie era mi amo!, la palabra dueño era una deshonra para mí pues no consideraba, ni lo haría jamás, que alguien tuviera que ser dueño de nadie. Por lo tanto, no entendía por qué tenía que llegar a estos extremos. Escalofríos recorrían cada ínfimo hueco de mi espalda con sólo imaginarlo. Podía sonreír dulcemente, intentar ser coqueta si lo requerían, pero no podía humillarme. Simplemente no era factible para mí.

¿Que por qué estoy en este lugar entonces?

Buena pregunta, yo también me la replanteé varias veces mientras me cambiaba. Mi cerebro se había convertido en el buen samaritano que me recordaba, con imágenes visuales, cómo me habían rechazado en varios lugares por mi falta de experiencia o porque no encajaba en el perfil. Había intentado en varias pastelerías y panaderías, pero yo no era la única que había pensado en pagarse sus estudios y algunas de estas personas ya habían trabajado en este campo anteriormente en verano. Mi error más grande hasta ahora había sido permitir que mi familia me mantuviera, preocupándome de mis estudios principalmente. Eso me dejaba en un lugar inferior al resto de estudiantes que habían tenido dos dedos de frente y ahora me pateaban el trasero fuera de buenos puestos de trabajo.

De milagro había conseguido entrar en este café. Mi jefa había sido demasiado condescendiente conmigo cuando le conté mi caso y mi situación actual, ya cansada de escuchar un "te llamaremos" que nunca se cumplía. Estaba desesperada porque mis opciones se agotaban y ella era demasiado buena.

Ese era un resumen, a grandes rasgos, de mi situación actual y la razón por la que, a pesar de que odiaba tener que avergonzarme de esa manera, estaba intentando mostrar lo mejor de mí sin quejarme, e incluso ensayando.

—Suerte. —El guiño de mi mejor amiga me hizo volver al mundo.

Sin quererlo, un suspiro largo volvió a escaparse de mis labios.

Tomoyo había estado apoyándome todo lo que podía y más ya que era consciente de que tenía que utilizar armas que no había poseído nunca: la feminidad. Simplemente había sido yo misma y el yo actual no actuaba como debería hacerlo para mi trabajo. Y lo peor de la situación es que tampoco sabía cómo hacerlo.

Ahí residía mi gran dificultad.

—La voy a necesitar —admití, mientras que arrastraba los pies hasta la salida.

Por supuesto, sabía que todo era acostumbrarse. Imaginaba —o suplicaba— que todas las mujeres llevábamos la cualidad de ser femeninas en algunos casos, como si fuera un gen. El mío simplemente no estaba desarrollado y eso era lo que tendría que trabajar.

Sí, era consciente de que eso es una gran tontería, pero estaba intentando buscar un pilar o empuje. Y lo conseguí después de inspirar hondo, antes de alcanzar la libreta y el bolígrafo, que iba a necesitar, y guardar ambos en el bolsillo del pulcro delantal que acababa de anudar con todas mis fuerzas a mi cintura.

—Allá voy —susurré, intentando animarme a la vez que colocaba una bandeja metálica encima de los dedos de mi mano derecha, tal y como había practicado durante estos días.

Con la mano libre aparté un poco la cortina para salir de allí: mi gran error.

¿Por dónde podía irme?

¿Podría utilizar la puerta por donde entraban los clientes o volver a la puerta trasera? ¿Pondría mi ex jefa en mi currículum que no había durado ni un mísero segundo? ¿Debería rendirme y aceptar que tendría que prostituirme si quería estudiar? ¿También renunciaría a eso?

Vivir debajo de un puente no parecía tan mala idea, no después de ver las radiantes sonrisas de mis compañeras hacia personas desconocidas que parecían crecer emocionalmente cuando ellas pronunciaban la palabra prohibida. O el coqueteo que bailaba en el aire por parte de los clientes masculinos hacia ellas, a pesar de que ninguna de mis compañeras reparaba en eso, o si lo hacían se les daba muy bien ignorarlos.

Este trabajo no era para mí. Fue entonces cuando supe que este no era mi sitio.

Yo no podía sonreír así sin que se notara a leguas que estaba forzándome.

Yo no podía actuar como ellas e ignorar aquellas miradas y sonrisitas de algunos.

Yo no podía pronunciar la palabra maldita.

No, no y no.

En absoluto, todo esto podía conmigo.

—¡Oh, Sakura!, gracias a Dios que estás aquí. Atiende a la mesa cuatro, será tu primer cliente —señaló mi jefa con una sonrisa humilde, evidentemente sin saber el caos que reinaba en mi cabeza en este momento.

—Perséfone, quería hablarte de una cosa antes…

—¡Señorita!, ¿puede traerme un "diosas de chocolate"? —pidió uno de los clientes.

La aludida se volvió hacia él para dedicarle una dulce sonrisa.

—Por supuesto, amo. Enseguida.

¡Que no!

No podía ser así aunque quisiera actuar. Aquella gracia que poseía mi jefa era algo que sólo podría adquirir en mi mejor sueño. Parecía que danzaba, era totalmente una preciosa muñeca que jamás osarías tocar por miedo a que se rompiera; brillaba como mil soles. Todas las trabajadoras aquí lo hacían y mientras yo quería esconderme en el hueco más hondo y oscuro que hubiera en el planeta Tierra.

No obstante, ¿y mis estudios? No podía dejar este trabajo, no si quería seguir labrándome un futuro. La imagen de mí misma bajo un puente que había trazado hace unos segundos parecía horrible cuando la comparabas con el futuro de cada una de las trabajadoras que hacían todo lo posible para llegar a fin de mes con un sueldo decente para seguir viviendo.

Oh, vamos, Sakura, ¿desde cuándo te rindes tan rápido? Al menos pasa tu primer día y deja de lloriquear.

—Luego hablamos, querida —prometió y desapareció por donde hace unos segundos yo había emergido.

Me dejó a solas con mis inseguridades y nervios en medio de una sala atiborrada de clientes correctamente atendidos y hermosas camareras de un lado a otro. Un estado en el que únicamente pude despertar después de darme una cachetada mental y un empujón en el ánimo plasmado en la gran bocanada de aire que tomé. Fue mi pequeño remedio divino para bajar la ansiedad que se apoderaba cruelmente de mí.

Había mencionado la mesa cuatro, ¿no? Según el plano que me había estudiado ayer, esa mesa estaba al lado de la ventana: no muy lejos de la puerta, un lugar perfecto para disfrutar de la comida mientras a un lado recibías toda la atención que pagabas y en el otro observabas al resto de mortales ir de un lado a otro, ajetreados. Si había logrado situar bien la mesa, había dado un gran paso. El resto no podría ser tan difícil. Sólo tenía que acercarme al cliente, tomar su orden y traérsela. Luego ya como extra vería si era posible que llegara a pronunciar la palabra tabú. Lo iría decidiendo sobre la marcha, ni si quiera me habían obligado a decirla, no era de vida o muerte, podría acostumbrarme con el tiempo.

Sí, eso haría.

¡A por esa mesa, Sakura!

Recuperé la compostura y anduve rápidamente hacia mi objetivo, evitando mirar a otro sitio que pudiera distraer mi atención o romper la fortaleza que había logrado construir tras haber derribado yo misma la anterior. Dependía todo de esa mesa. Tenía que ver si era capaz de trabajar. Demostrarme que podía ser como todas las maid de aquí, porque estaba segura de que podía con esto.

Con ese positivo pensamiento, intenté dibujar una sonrisa que buscaba ser agradable y cálida, pero se quedó en una mueca debido a mi nerviosismo. Desde lejos, comprobé que era un chico el que se encontraba mirando por la ventana en mi mesa objetivo. Tal vez estaba observando cómo los pequeños copos de nieve se dejaban caer sobre el asfalto para cubrirlo de un manto blanco, aunque era inútil, aún no hacía suficiente frío para que llegara la Navidad.

Genial, pensé, me había tocado un solitario. Eso significaba que centraría toda la atención en mí por lo que debía de ser más consciente de cada uno de mis movimientos, buscando ser adorable y bonita hasta en el más mínimo. ¿Y si no lo conseguía?, ¿y si el chico se horrorizaba y perdíamos un cliente por mi culpa?, ¿y si dejaba de ponerme tan nerviosa y cumplía de una vez con mi trabajo?

Me obligué a desechar la mueca que había conseguido producir con todo el esfuerzo del mundo y reemplazarlo por una sonrisa cálida que al final, tras segundos infinitos de empeño, logró cumplir perfectamente su objetivo. Por algo empezaba y ese era un gran paso para mí.

—¿Qué desea tomar… —El tono que emergía de mi boca fue sorprendente, nunca había utilizado uno suave, era hasta agradable. Pero el problema no radicaba de ahí, sino lo que tenía que acabar diciendo si quería trabajar aquí como una maid más: la palabra de la discordia. ¡Ánimo, Sakura!, ¡inténtalo!, ¡por la universidad!— a… a…?

Ya, bueno. Está bien. No podía ni pronunciarlo ni en un mísero susurro, no era posible. Esperaba, al menos, que el cliente no hubiera notado mi tartamudeo y mi intento, fallido, de ser una maid de cabo a rabo. Lo que menos deseaba era que mi jefa tuviera que recibir quejas por esa tontería y terminara de patitas en la calle sin más. No podía permitirme un fallo tan estúpido y garrafal.

El chico, ajeno al lío mental que me caracterizaba desde que fui aceptada aquí, dejó de mostrarme su nuca cubierta de pelo castaño revuelto para que pudiera observar su cara en todo su esplendor.

Y ahí supe que estaba completamente perdida.

Oh, Dios mío…

Oh…

No…

Que alguien me pellizque bien fuerte.

¡Genial!

—¿Kinomoto? —preguntó retóricamente, ya que me había reconocido inmediatamente.

Era evidente, la sorpresa que se dibujó en sus ojos ámbares cuando me vio fue sustituida por una burla y la sorpresa de los míos, en horror. Esa mueca maliciosa que trepó por sus labios no presagiaba nada bueno. Algo me decía que acababa de sentenciar mi cadena perpetua en torturas constantes. Y no iba nada mal encaminada, debo confesar.

—Li…

Estaba tan asustada que perdí la sonrisa que tanto esfuerzo me había costado crear. Sudores y lágrimas y miles de calentamientos de cabeza esfumados de golpe por sólo una sonrisa pícara tan común en él. Y es que ¿¡acaso no había más cafeterías en Tomoeda!? No, tenía que ser esta. ¡Esta! Nada de otro lado, nada de otra hora. Para qué. Hoy, ahora y aquí.

Sí, era el bufón de alguien de allí arriba. Debía de estar divirtiéndose a mi costa de lo lindo. Yo odié al mundo por eso.

Mientras tanto, el horror en persona reposó la cara entre sus manos, las cuales se habían entrelazado simulando una especie de almohada donde reposar su enorme cabeza. En ningún momento desapareció ese gesto malicioso en su cara que me hizo tragar bilis.

Esto no me podía estar pasando a mí…

—Dime, ¿qué haces aquí?

Encarné una ceja.

Inspira hondo, Sakura. Sabes qué busca contigo: hacerte perder los estribos. Así que vamos a tranquilizarnos y a planear cómo poder sacarle los ojos sin que las más de veinte personas se dieran cuenta de que se estaba cometiendo un asesinato.

Por favor, ¿acaso no era obvio?

—¿Tú qué crees? —repliqué molesta, mientras que rodaba los ojos.

Mis ganas de estrellarle la bandeja en la cara únicamente aumentaban. Me preguntaba si con un buen golpe podría borrar esa cara de mofa y esos ojos llenos de autosuficiencia, aunque no me parecía una suficiente tortura para lo que —estaba segura— me esperaría. Conocía a Li Syaoran muy bien y esto era la oportunidad de su vida para arruinarme la mía.

—Que estás haciendo un cosplay de maid. Uno que, por cierto, no te queda muy mal, aunque parece que tienes ciertos problemas con alguna que otra palabra.

Fruncí el ceño y repasé mentalmente cuantos años me caerían dependiendo de cuán bruta fuera al sacarle las vísceras con el cuchillo y tenedor que reposaban, pulcros, sobre el adorable mantel a juego con el resto de mesas.

—¿Qué quieres?

Dispuesta a hacer todo lo posible por evaporar los distintos escenarios que mi cerebro creaba para relajarme, dejé la bandeja encima de la mesa con un golpe más fuerte del que debería. Acto seguido saqué la libreta y el bolígrafo con furia, esperando que me recetara su orden rápido y largarme de allí lo antes posible.

—¿Qué maneras son esas de tratar a tu amo?

¡Bam! Ya está.

Le odio.

¡Le odio!

Lo mataría, lo juro. Acabaría con Syaoran Li antes de que saliera de aquí. ¿A golpetazos en la cabeza con la bandeja?; ¿a pisotones en la cara para borrarle esa estúpida sonrisa?; ¿o podía sacarle esos ojos llenos de burla con el bolígrafo? Sólo deseaba darle lo que merecía: una muerte lenta y dolorosa. Y creo que pudo leer cada una de mis opciones cuando endurecí la mirada antes de contestarle.

—Tú no eres mi amo. Además, ¿qué haces aquí?

—Supervisando tu trabajo. —Amplió su arrogante sonrisa a medida que pronunciaba cada sílaba de la oración.

Quizá me hubiera molestado mucho su tono pícaro, su sonrisa socarrona o sus palabras estúpidas, pero cada uno de esos detalles quedaron completamente olvidados cuando me guiñó el ojo derecho.

Le patearía directo a su casa: el infierno.

—¡Mira Li…! —Admito que estaba empezando a perder la paciencia. Mi voz había adquirido un volumen demasiado alto para la situación y cada movimiento de mi cuerpo se caracterizaba por un aire enfadado. Probablemente varios pares de ojos se volvieron hacia nosotros así que tomé una bocanada de aire fresco y bajé el tono. No quería problemas el primer día de trabajo, pero, al parecer, el estúpido de Li no entendía eso—. Vamos a dejar las cosas claras. —Toqué con el dedo índice su frente, ejerciendo más fuerza de la cuenta—. Tú vas a pedir lo que quieras y luego tu sucio y arrogante culo se marcha de aquí. —Mientras que terminaba aquella oración, el mismo dedo voló hacia la puerta, mostrándole el camino que debía seguir.

Intenté que su pose arrogante desapareciera con una fría y dura mirada. Busqué estremecer cada rincón de su cuerpo y tornar aquella mirada autosuficiente en una de terror. Sin embargo, podía seguir soñando: Li era un idiota. Lo único que hizo en su defensa fue encarnar una cejar y acercarse un poco más a mí.

—Está bien —aceptó. Extendió su mano derecha hacia mí—. Tú tomas mi pedido, me lo sirves, te pago y me voy.

—Y no vuelves más aquí.

—Estás añadiendo más condiciones de lo acordado, Gruñomoto.

Noté que mis ojos querían hacerlo desaparecer con un rayo láser que saliera de ellos, quería hacerlo polvo y luego soplar los restos para que se fuera de aquí.

—¿¡Cómo me llamaste!? —Alcé la voz, algo alterada por su estúpido apodo.

—Gruñomoto —repitió mirándome como si no hubiera dicho nada fuera de lo común, como si ese fuera mi apellido. Sentí que las uñas de mis manos se clavaban en las palmas de estas—. Una combinación simple de gruñona y Kinomoto —aclaró como si fuera tan tonta de no haberme dado cuenta de eso, cosa que me hizo enfurecer aún más.

—No vuelvas a llamarme así, ¿entendido? —No sé en qué momento había arrebatado la cuchara que descansaba sobre su pulcro mantel blanco con bordados rosas y menos cuándo la había colocado en su mentón, amenazándolo inútilmente, pues una cuchara no mataría ni a una mosca, pero lo más sorprendente es que en ningún momento recordaba el haberle cogido de la corbata del colegio para acercar su cara a la mía—. Me llamo Kinomoto.

Su mirada me desafió, no creía que fuera capaz de pegarle golpes con la cuchara allí mismo, así que levanté más su mentón hacía mí con esta. Pude notar que la cercanía entre ambos era en lo que menos había reparado y eso que no me gustaba que invadieran mi espacio personal.

—¿Entendido?

Su rostro se oscureció. Me percaté de que su sonrisa burlona aún seguía allí, por lo que me exasperé aún más. ¿¡Es que no podía ser más ridícula!? ¡Por Dios, le estaba amenazando con una cuchara! Bueno, era cierto que no le iba a hacer nada, ni siquiera podía hacerle un moratón con eso, estaba claro, tenía que haber agarrado otra cosa. Pero lo único que quería era que viera que conmigo no se podía comportar de esa manera, aunque admito que era ridículo amenazarle con semejante arma. Quería que por fin se diera cuenta de que yo no era tan tonta como las chicas con las que él solía establecer contacto. Si ellas le permitían esos aires de superioridad, yo no.

—¿Sakura?

Dejé caer el arma, sobresaltada, y giré sobre mí para darle la espalda a Li y mirar a mi jefa. Me incorporé totalmente para quedar a mi altura original ya que había tenido que agacharme para quedar cara a cara ante el estúpido niño, quien seguía sentado en su silla como si nada.

—¿Sí? —Intenté dibujar una falsa sonrisa inocente mientras que ladeaba la cabeza.

Así.

Dulce y adorable.

—¿Va todo bien?

Di gracias al cielo al ver en el fondo de sus ojos que no había visto nada de nuestra pelea. No podía permitirme desaprovechar esta oportunidad de trabajo así que no podía volver a perder la paciencia con Li.

Negué varias veces.

—Todo va como la seda —mentí, colocando las manos detrás de mi espalda y cruzando los dedos. Odiaba mentir.

—Me alegro. Si necesitas algo…

—Te lo comunicaré, gracias —le interrumpí para arrebatarle la oportunidad a Li de que farfullara algo que me descontrolara otra vez.

Asintió y se fue a agarrarle el abrigo a un chico que acababa de entrar, sin perder esa hermosa mueca sonriente. Gracias a Dios había pasado de esta, no volvería a tener mucha suerte o al menos no iba a tentarla. Me sentí relajada al instante, tal vez por el largo suspiro que se escapó por mi boca.

—Eres una mentirosa.

La voz de detrás de mi espalda me tensó de nuevo y contribuyó en señalarme que Li era un estúpido. Nada nuevo.

—Y tú un idiota —refuté cuando me di la vuelta para encararle. Cogí el bolígrafo y la libreta de la mesa aunque no recordaba haberlos soltado en ningún momento, pero bueno—. ¿Qué quieres?

—Un "tentación de chocolate" con batido natural, de chocolate.

—Está bien. Enseguida lo traigo.

Lo último que hice fue resoplar antes de girar sobre mis talones, dispuesta a traerle rápido su pedido para que se esfumara de mi vida otra vez. Suficiente que tenía que aguantarlo detrás de mí todo los días con esa estúpida superioridad. Menos mal que sólo tenía "relación", si es que se podía llamar así, con él cuando nos tocaba por obligación un trabajo juntos.

Creo que agrandó esa la mueca que le acompañaba a todos sitios, no lo vi bien, ni quise. Me alejé de allí lo más rápido posible, bandeja en mano. Estuve tentada a gritar cuando dejé de estar a la vista de Li, pero no le daría ese gusto. Por mucho que su presencia y sus comentarios me exasperaran, no me permitiría gritar, además de que si lo hacía, se escucharía hasta su mesa y sabría que era yo. Daría mi vida al diablo antes que hacer tal acto.

La cocina estaba repleta con mis compañeras, pero ninguna se enteró de que arrastré los pies hasta allí, cansada a pesar de que acababa de empezar la jornada. Y es que tenía la mejor suerte del mundo. Mi primer día, mi primer cliente y era el primer ser humano de la tierra al que tenía que aguantar era ese estúpido que no aguantaba. ¡Maldita sea!, era de las pocas personas con las que no me llevaba bien y tenía que ser él el que viniera hoy. Prefería a su otro amigo, el que miente tanto, antes que a él. Por lo menos, el mentiroso era entretenido, pero él era…

—Idiota —gruñí por lo bajo. Estrujé con fuerza el sirope de chocolate que estaba echando en el dulce que había pedido.

Simplemente quería que se fuera y que, de paso, no le dijera nada a nadie. ¿Qué sería de mí si todo el instituto se enteraba de que estaba trabajando en un café maid? Ya estaba viendo los titulares del gran chisme: la dura Sakura Kinomoto es una sirvienta que dice amo a todo el mundo.

Ugh, no me gustaba.

Pero si le decía a Li que no dijera nada a nadie estaba segura de que haría todo lo contrario. Por ahora solo me callaría y esperaría, después de todo puedo decir que lo que Li dice es mentira. O al menos eso pensé mientras colocaba su pedido delicadamente en la bandeja y dibujaba una sonrisa, forzada, en mi cara antes de salir del refugio que me ofrecían las cortinas y lo que había tras ellas.

Anduve, con cuidado de que nada de la bandeja se volcara o cayera, hasta la mesa de Li, quién, para no variar, me esperaba con una mueca llena de sorna. Me prohibí a mí misma hacerle caso a esa estúpida sonrisa llena de maldad.

—Aquí tienes. —Dejé caer la bandeja en la mesa y pasé su pedido desde la bandeja hasta su mesa.

—Gracias, dolce Sakura. —Un pequeño escalofrío recorrió mi espalda al escucharle decir eso. El tono era tentador y misterioso.

Dolce, ¿eh?

Arrugué el ceño.

—Lo que tú digas. Y no me vuelvas a llamar por mi nombre, no tienes permiso.

—Echo de menos un amo en esas frases y un tono dulce.

Clavé las uñas en las palmas de mis manos otra vez. El muy maldito había dado en mi punto débil y estaba perdiendo los estribos. No obstante, si creía que le iba a gritar o iba a descargar mi furia sobre él por no poder decir la palabra prohibida, estaba muy equivocado. En vez de vociferar o enfadarme, ladeé un poco la cabeza y le sonreí.

—Ojalá y te atragantes con la tarta de chocolate.

Y ojalá que alguien escuche mi deseo y que Li muera ahogado por su estúpida arrogancia, pero antes debería bendecir su estúpido pedido, como era costumbre hacerlo. Me armé de paciencia y aire antes de hacer el ridículo.

—Por favor, diga conmigo: "meow, meow, ¡dulce meow!". —Tal vez el tono inocente que entoné y los movimientos que realicé con las manos, semejando a un gato, le incentivaron a imitarme sin perder su arrogancia.

Estúpidas bendiciones de mesa.

Giré sobre mí misma, antes de que semejante ente pudiera hacer hervir mi sangre de nuevo, y fui a otra mesa a atender a una chica acompañada con un niño pequeño. El niño movía los pies mientras que jugaba con los cubiertos por lo que la chica le regañaba una y otra vez hasta que le quitó los cubiertos. El chico frunció un poco el ceño y arrugó la boca, dispuesto a tener una pataleta, aunque fuera interna.

—Buenas tardes, ¿le tomaron su pedido?

La aludida volvió su mirada hacia mí y relajó las facciones de su cara.

—No, acabamos de llegar —prometió haciendo contacto visual conmigo, gesto que el pequeño aprovechó para robarle la cuchara de sus manos—. ¡Tsubasa, suelta eso!

La muchacha le arrebató el arma de nuevo, esta vez el niño se enfadó más que antes, probablemente por quitarle su juguete de una manera tan cruel. Antes de que el pequeño tuviera un ataque de egoísmo y revolucionara a la chica un poco más, me puse de cuclillas hasta tener la misma altura que él.

—Te llamas Tsubasa, ¿verdad? —asintió lentamente—. Qué bonito nombre, Tsubasa —le sonreí ampliamente, el niño me correspondió un poco con una mínima mueca—. Yo me llamo Sakura, ¿qué tal si te traigo unas golosinas?

La sonrisa del niño se extendió, haciendo que sus ojos verdes, como los míos, se entrecerraran.

—¿Lo harías?

Asentí energéticamente.

—Por supuesto, pero debes hacerle caso a tu amiga. ¿Qué tal si esperas aquí un rato sin tocar nada? Puedes hacerte daño y no queremos eso.

Tsubasa estuvo de acuerdo con ello, no demasiado, sin embargo, al final accedió a portarse bien. La verdad es que para su edad sabía bien qué debía hacer y era sorprendente algunas de las expresiones que podía llegar a hacer. Algo contenta, sin saber muy bien el foco de mi júbilo, le revolví un poco el pelo castaño oscuro, causando que un leve rubor cubriera las níveas mejillas del niño, y me incorporé para tomarle nota a la chica.

—Gracias. Tsubasa es algo revoltoso cuando quiere, pocas veces la verdad, el resto es un cielo.

—No lo pongo en duda —reí.

La chica rio de vuelta cuando comprobó que el niño se había sumergido en su mundo mientras que cantaba con su infantil y dulce voz una canción inventada por él que no paraba de repetir y corear su amor por las golosinas.

—Y, ¿qué desea?

—Un batido de chocolate y un zumo de piña estará bien.

Tomé nota de su pedido antes de recorrer el camino que hace unos minutos había andado para atender al pedido de Li. Sí, de esa persona que había intentando olvidar su presencia, en vano. Sólo esperaba que pronto se fuera de aquí y me dejara en paz, ¡de por vida!

Pero apartaría eso para otro momento, pensar en alguien tan odioso me distraía de cosas más importantes, como en poner una cantidad adecuada de chucherías para Tsubasa. Minutos después salí de la cocina con un zumo de piña y un batido de chocolate en la bandeja, acompañado por unos ositos de colores. Me negué a echar un vistazo hacia la mesa de Li, no quería ver su estúpida socarronería, preferí concentrarme en la mueca de ilusión de Tsubasa porque duró segundos contados. Una risa ligera se escapó de mis labios al ver cómo abría la boca formando una perfecta 'o' y cómo sus mejillas se sonrojaban ligeramente.

—Aquí tienes, Tsubasa. Tu premio por portarte tan bien. —Dejé caer la bandeja y le serví las golosinas lo primero. El pequeño empezó a devorarlas como si nunca hubiera comido alguna—. Y aquí su pedido.

—Gracias.

—Si desean algo más, no duden en decírmelo a mí o a cualquiera de mis compañeras. —Les recordé contagiándome de su sonrisa.

—Por supuesto, muchas gracias.

—Gracias, Sakura.

Antes de retirarme ese fue el mejor regalo que alguien me pudo dar en la vida. Nunca me había sentido atraída por los niños pequeños, al menos no del todo, pero en este momento estaba teniendo una sobredosis de dulzura infantil increíble. Y todo porque aquel pequeño era la persona más hermosa que había visto hasta ahora.

—No tienes que darlas, Tsubasa —aseguré sin perder la tonta mueca que se había colado por mis labios.

Le revolví un poco el pelo de nuevo. El pequeño no tendría más de cuatro años, tal vez cinco o menos, no sabría decirlo con exactitud, pero parecía saber mucho y ser bastante educado. Ninguno de los dos integrantes de la mesa se opuso a las bendiciones correspondientes y yo casi me moría de amor al verle hacer de gatito y poner las manos como orejas.

Tuve que controlarme un poco girando sobre mí misma, intentando buscar mi próxima mesa, cuando un dedo índice me embrujó. Claramente era una orden para que pusiera mi trasero en frente de su mesa, cosa que no me agradó, pero que tuve que acatar. Después de todo cuanto antes le atendiera, antes se marcharía y podría respirar tranquila.

—¿Qué quieres? —refunfuñé, colocando una mano en mi cadera.

—¿Quieres que me vaya sin pagar? —fingió sorpresa. De reojo comprobé que había terminado toda su comida—. ¿Invita la casa?, supongo que es lo menos que puedes hacer por mí…

—¡Ni lo sueñes! Y agradece que no vaya a cobrarte más de la cuenta, estúpido.

El arco de su ceja, más la forma en la cual dejó caer su cabeza sobre una de sus manos flexionadas y apoyadas sobre la mesa y la picardía de su mirada eran la suma perfecta para que mi odio hacia su ser aumentara. A niveles tan altos que estuve tentada a volver a coger la cuchara y apañármelas como arma.

—Qué maleducada eres, encima de que vengo a ver si eres eficiente en tu trabajo…

¡Ah!

Lo mataría. ¿¡Dónde puse la bandeja!?

—No necesito que veas nada, ¡soy eficiente en mi trabajo! —refunfuñé dejando caer las dos manos encima de la mesa y acercándome a él. No quería formar una escenita.

—No del todo —agregó, retándome. Acercó más su cara a mí, estuve tentada a separarme corriendo, pero sus palabras me dejaron en el sitio—. ¿Acaso eres una maid en toda regla?

La sorpresa en mi cara debió ser bastante evidente, pero es que no pude esconderla porque tenía razón, sabía lo que estaba pensando en este momento y estaba en lo cierto. Sin embargo, eso no evitó que me moridera la lengua para no contestarle unas cuantas maldiciones, no podía perder los estribos en mi trabajo, debía aprender cómo portarme con clientes como él. Eso sí, él no volvería a pisar este café jamás. Colgaría su cabeza como lámpara si lo hiciera.

—Eso no es de tu incumbencia.

—Entonces, ¿a qué esperas? ¿No querías verme fuera de aquí? Si sigues así, lo que he tomado correrá a tu cuenta.

El espacio entre ambos creció cuando él se dejó caer en la silla y cruzó los brazos. Entonces quise estrangularlo, disfrutaría viendo cómo le faltaba el aire. Que muriera de una forma lenta y dolorosa. No obstante, que le diera gracias al cielo, pues era una mujer decente y no me dejaría caer en las trampas de un estúpido ignorante de la vida que sólo vivía para molestarme. Estaba muy equivocado si creía eso.

—Enseguida.

En segundos ya estaba incorporada y con la bandeja entre mis dedos. Por supuesto que quería que se fuera, pero antes me vengaría. Así giré, desde esa posición, de golpe, escuchando cómo el sonido del metal chocó contra su cabeza y lo mucho que lo disfruté.

—¡Auch!

Y me dio igual que mi sonrisa macabra aterrorizara en ese instante.

—Uy, lo siento. Como aún no soy una maid en toda regla me cuestan algunas cosas.

¡Oh, sí! Veneno.

Por mis labios salía mucho, pero que mucho, veneno. En estos momentos podía afirmar claramente cómo mis ojos verdes se dilataban y la pupila se convertía en una escasa línea, además de que si sacaba la lengua estaba segura que sisearía y que sería fina y larga. De todas formas, me daba igual comportarme como una serpiente de cascabel: ¡ojalá y mi veneno fuera letal y se quedara calladito! Mas lo único que pude vislumbrar era cómo se acariciaba la zona adolorida y la mirada asesina que recibí a mis espaldas. Porque si las miradas matasen, yo ya estaría a cincuenta metros bajo tierra.

Hice un ruido con la boca que me pareció de autosuficiencia, como su maldito comportamiento y mirada, y me fui de allí antes de que Li cavara un agujero en el suelo y me empujara para quedarme allí de por vida mientras que me cubría con la tierra, que estaba antes de formar el agujero, acompañado con una risa malévola. Y sí, creo que debía de dejar de ver tantas películas.

Lillian me esperaba ajetreada detrás de la barra metiendo un montón de papeles en la máquina registradora. Esperaba que pudiera darme la cuenta para el idiota porque aún no me había aprendido los precios de los productos.

—Lil, un batido natural y un "tentación de chocolate".

—Voy —prometió antes de volverse a poner manos a la obra. Yo aproveché ese momento para dejarme echar en la barra y descansar un poco—. Y dime, ¿qué tramas con ese bombón?

Encarné una ceja.

—¿Bombón?

¿Dónde estaba el bombón? ¿Cómo se me había pasado desapercibido?

—Sí, el castaño de la mesa cuatro.

Sus palabras fueron como un cubo de agua fría sobre mí.

—¿Bombón? —repetí, esta vez con asco—. Déjame aclararte que no es un bombón. Es el idiota más idiota de todos los idiotas de la Villa Idiota.

Escuché su risa melodiosa mientras que se imprimía la cuenta.

—Pero no puedes negar que está bueno —insistió volviéndose hacia mí y guiñándome el ojo derecho.

Sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo lleno de repulsión y ganas de vomitar. Ni en mis peores pesadillas hubiera creído jamás que apodaran así a alguien tan estúpido como era Li. Tal vez necesitaba gafas o algo, incluso todavía cabía la posibilidad de que se estuviera equivocando, o al menos así lo quise creer.

—¿Li?, ¿Li bueno? ¡Es el ser más horripilante que he visto en mi vida!, ¡incluso una araña tiene más glamour que él! — Y eso que yo odiaba a las arañas.

—Bueno, así me dejas el camino libre —rio, entregándome la cuenta—. Por cierto, no me has dicho qué tramas con él.

—Te diré lo que tramo con él. —Me acerqué a ella, quién giró la cabeza, dejándome a mi merced su oído, supongo que para atender al gran secreto que saldría por mis labios—. Voy a matarlo antes de que salga de aquí.

—Los cuchillos de la mesa están afilados, yo me encargué de eso esta mañana.

—Gracias por el favor, Lil. —Le guiñé un ojo, sin perder la mueca que crecía debajo de mi nariz—. Te debo una.

Ella colocó su dedo índice y corazón en su frente y luego los retiró mientras que me devolvía el guiño, en señal de complicidad. Jamás pude creer que pudiera reírme tanto internamente.

Suspiro en boca, sin perder la sonrisa que había logrado crear, le eché un vistazo al idiota, camino hacia su mesa. Estaba absorto en la pantalla de su móvil, al parecer leyendo algo importante, así lo mostraba la mueca de su cara. Esperaba que fuera alguien que le anunciaba las rebajas en su tienda de pijos favorita y se largara de aquí. Suficiente había tenido por hoy.

—Toma. —Dejé caer la bandeja de madera con la cuenta sobre la mesa.

—Te tardaste.

—No vivo para ti.

—Aquí sí.

No cometería un asesinato por una simple razón: no quería ir a la cárcel. Así que me entretuve en colocar el vaso y el plato sobre la bandeja, al menos así evitaría alcanzar el cuchillo afilado y hacer una masacre en pleno escenario público. No quería testigos en mi matanza y tampoco precipitarme sin antes torturarlo.

Ajeno a mis pensamientos, Li buscó el dinero suficiente en su monedero y lo dejó encima del platillo antes de echarle un ojo al móvil. Parecía que sí le acababan de contar lo de las rebajas. Y como si le hubieran embrujado y luego chasqueado los dedos, se levantó de golpe, de tal forma que me asustó un poco.

—No vuelvas.

Únicamente volvió los ojos hacía mí para sonreírme coquetamente por aquella despedida. ¿A que todavía le estrellaba la bandeja en la cara y me daba igual lo que tenía encima de ella?

—Mañana te veo en el colegio, Gruñomoto.

—¡Que no me llames así!

Fue veloz colocándose su chaqueta y bufanda negra. Lo único que hizo respecto a mi exclamación fue saludarme como si él fuera un soldado y yo un sargento y guiñarme el ojo derecho.

—Pórtate bien, dolce maid.

Y se acabó.

Antes de que pudiera si quiera gritarle cuatro cosas, metió las manos en los bolsillos y desapareció del establecimiento. Esa fue su despedida, esa que me hizo hervir la sangre a tal grado que no supe cómo terminé en la cocina ahogando un grito en mi garganta. Supongo que mi subconsciente me había guiado hasta allí para que soltara los platos sucios, pero yo sólo podía pensar en lo mucho que le odiaba.

Bueno, aunque era cierto que algo había sacado de esto y era que mañana sería un día muy duro en el colegio, sobre todo si Li no mantenía su boca cerrada. Si algo estaba claro era que si Li no se portaba bien, yo le enseñaría a mantener la boca cerrada y que yo no era su sirvienta y él no era mi amo. Aunque su estúpido y gordo ego le dijera lo contrario.


Notas de la autora:

¡Sí! Esta vez no es un oneshot, sino una historia con varios capítulos. Sí, querido lector.

Lleva bastante tiempo (como 4 meses y medio de vida) pululando por mi ordenador y haciéndome imaginar y delirar así que me decidí por subirla. No está terminada pero tengo bastante, así que no os preocupéis que no la voy a dejar. Sí, no salgo de una cuando me meto en otra, pero sabéis que no voy a dejar ninguna colgada.

Ahora sí, ¿qué os pareció? Esto sólo es el prólogo, el capítulo en sí lo subiré pronto. Aunque no está semana ni nada de lo que estáis pensando. No voy a poder utilizar internet casi nada de tiempo así que me va a resultar difícil.

Originalmente este iba a ser mi regalito por Navidad, pues lo iba a subir el 25 de diciembre. Pero son fechas muy señaladas y no voy a poder ni estar en el ordenador, así que lo subo antes.

Bien sabéis lo que amo los reviews y lo mucho que me ayudan. Así que agradeceré cada uno de ellos y también me encantarán los tomatazos, críticas, ayudas, faltas o lo que sea.

No quiero extenderme mucho así que os dejaré aquí por hoy mayormente porque estoy ansiosa por saber vuestra opinión. Espero que os guste muchísimo y que os animéis a dejarme un comentario que os lo agradeceré en el alma.

¡Oh! No me voy sin antes deciros que podéis contactar conmigo por varios sitios. Tanto como por aquí como por Facebook donde soy: Asuka Hime, Como por Deviantart (no, no dibujo, por si acaso lo queréis saber) como AsuKa-HiMe11. Hay más formas de contacto que se encuentran en mi profile, así que no dudes en pasarte por allí para comprobar si me encuentro en alguno de tus sitios más cercanos.

Como siempre, gracias por leer.

'Asuka-hime'