Les tengo buenas y malas noticias, comenzaré por la mala: mi computadora se puso especial y no quiso arrancar el sistema, no me detendré a explicar las razones, mis sospechas y cuales fueron mis medidas porque creo que les complicaré la existencia al tratar de entender, pero el resultado es que después de algunos esfuerzos logré salvar los capítulos de Astarté, los que llevaba adelantados, este y el otro que le sigue. Lo malo es que perdí mis adelantos en Crisis Gemini y Airplanes (¡mis OCHO páginas me duelen en el alma!, ruego a los dioses que Suigin conserve mi adelanto si se me ocurrió pasárselo, que lo dudo...). En fin, es un golpetazo duro a mi moral de escritora, pero no es la primera vez, y por suerte la mayoría está a salvo en la pc de mi madre, eso fue lo que salvó a Astarté de la catástrofe. De este fic no se perdió nada, afortunadamente, y es eso lo que me da fuerzas para seguirlo. ¡Está escrito en las estrellas que lo continúe como los dioses mandan!

Reviews: CheshireOz no te preocupes que los demás santos vendrán a su momento. Eli Castillo me alegra que el capítulo anterior te haya animado, y ojalá que este también lo haga. Kumikoson4 ¡hola!, respondiendo tus preguntas: Dégel no se curó de la contusión de la cabeza, solo del efecto de la droga gracias a lo que Harmonía le dio, de hecho, mas adelante explicaré cómo Hamelín le ayudó a mantener la consciencia estando drogado; los Hearts, solo puedo decirte que no, no son 7, son mas de siete; y sí, aparecerán los Berserkes de Ares pero versión Lost Canvas (y mía). Espero te guste el capítulo. Ariel de Piscis bienvenida a la lectura, no te preocupes que este fic porque sí lo continúo, no hacen falta las amenazas -aunque me divierte recibirlas, jajajaja xD-, y bueno ¿a qué Albita no se ve lindo/a de chica?. Altayr, ¡Altayr!, sí, justo eso, este fic tiene y tendrá para rato, y de romance x/D estoy indecisa entre esos dos, veremos quien gana al final(?). Andy, pues ¿romance con Kardia y Dégel?, pensaba dejarlo implícito~ pero veamos que surje. ¡Parejas van a sobrar en esta historia!, y mucho drama~ ya verán todos lo que se viene...

¡Muchísimas, infinitas, millones de GRACIAS por sus comentarios!, gran parte de este fanfic vive y se fortalece de ello. Es mi mesada (L)

Ahora, que disfruten la lectura ;D


Presagio de guerra

—Tú… ¡no puedo creer que seas tú!

La bruja sonrió de manera comprensiva, mejor que nadie entendía su reacción porque era la primera vez en años que veía su rostro. Los recuerdos volaron en la mente de Albafica en forma de flashback. La mujer que había creído ver en el jardín de rosas cuando era apenas un aprendiz, la misma que había visto algunas veces en la villa de Rodorio cuando bajaba a hacer algunas compras o solo para pasear, la misma con la que había tenido pequeñas pero extrañas conversaciones de las cuales no se acordaba.

Era la misma mujer que le había cambiado su cuerpo.

—Has crecido mucho, Albafica.

Nadie, ninguno de los caballeros dorados presentes comprendían que estaba sucediendo, quizás los otros compañeros de la peliíndigo si, pero ellos no. Shion principalmente, que era quién más sabía del asunto, estaba asombrado con la increíble casualidad de que Albafica reconociera a la mujer que minutos atrás les había ayudado a Dohko, Narciso y él a terminar con los Durmientes. Entonces supo de inmediato que ella tenía que ver directamente con la metamorfosis del santo de Piscis, era una de las dos mujeres de esa vez.

—Selene —murmuró Albafica, acordándose de repente de ese nombre.

La aludida sonrió con levedad, y asintió.

—Veo que me has recordado… —entrecerró los ojos—tus memorias han empezado a desbloquearse.

—¿Qué quieres decir? —los labios le temblaban ligeramente de ira—¿qué tú lo habías planeado desde el inicio?

—Inteligente deducción.

Albafica estaba tentado a atacarla, la tenía a una distancia fácil de acortar con una simple rosa sangrienta que ya sostenía en sus dedos. Le reprimía el hecho de dos cosas muy obvias, la primera, en sus laterales estaban los aliados de ella, cualquier movimiento obligaría a sus propios compañeros a actuar y se desataría una batalla; la segunda era que si llegaba a matarla jamás sabría como volver a su estado original, y eso pesaba por encima de todo. Tendría que morderse la rabia de saberse utilizado y guardar la compostura.

Manigoldo y Dohko tenían ganas de preguntar qué sucedía entre las dos mujeres, esa tensión no era normal ni las palabras que se dirigían, y mucho menos la silenciosa indiferencia de los otros extraños personajes que sólo se limitaban a observar el momento cómo quien presencia una obra de teatro.

—¿Vas a atacarme? —ladea el rostro sin cambiar esa mueca comprensiva que resulta burlona en esa situación—¿de verdad… serías capaz de atentar contra la vida de tu madrina?

—No juegues conmigo —obviamente no le creía.

—No lo hago… tan solo me pregunto si serías capaz de terminar con la vida de otra persona cercana a ti.

La tecla que acababa de presionar Selene era delicada, Albafica se lo hizo saber con una mirada cargada de odio, y también de dolor por la imagen de su maestro evocada en su mente. La bruja siguió mirándole con tierna paciencia.

Hasta que un violento y bestial cosmos comenzó a sentirse en toda Éfeso, acompañado de un terremoto que sacudió hasta sus almas. La tierra se llegó a fracturar en varias secciones, incluso a separarse un poco, y atrás el templo de Artemisa se hacía pedazos ante la magnitud del sismo siendo allí el origen de este, bajo ese templo.

—¡Por el culo de…!

—¡Hamelín! —gritó Sashenka que estuvo a punto de caerse en una separación de tierra y se agarró de los hombros de su amigo. Este también buscaba como mantener el equilibrio.

—¡¿Pero qué mierda de terremoto…? —Manigoldo ya incorporado desde hace mucho buscaba precisar el nacimiento de ese cosmos violento que causaba el desastre.

—¡Viene del templo! —Avisó Narciso.

—¡Cuidado todos! —avisó Dohko apenas vio que una luz rojiza salía de las ruinas del templo y se acercaba rápidamente a ellos.

—¡Albafica! —Shion advirtió que la luz, responsable de esa poderosa presencia se aproximaba velozmente a este.

—¡Señorita Albafica! —chilló Eros espantado por el desastre inminente.

Todo ocurre de forma tan rápida que apenas pueden asimilar lo que sucede. La luz rojiza, forma incorpórea de aquel poderoso ente poseedor de un cosmos tan violento y cargado que asfixiaba, cual incendio quemando el oxígeno a velocidad descomunal, impacta directamente contra la mujer de oro. Selene llega a soltar un grito en vano, intento de llamarla desesperadamente, el único instante en el que Albafica vio reflejado un terror que se le hacía remotamente familiar en las índigos pupilas de la mujer. Le parece hasta maternal.

Pero ya no tenía importancia porque se estaba desvaneciendo.


—Es la mismísima diosa de la Discordia, que ha venido a despertar a su hermano mayor.

Justo después de que Harmonía hablara, y quedaran solo los rostros perplejos de Kardia y Dégel, el movimiento de unas columnas cercanas que soltaban polvillo y escombro les alertó, atrás los objetos de la mesa se estremecían, rodaban hasta caerse al suelo tembloroso. El templo entero estaba sufriendo un sacudón que aumentaba con los segundos, y acompañado de eso se sentía en la superficie del piso un enorme y violento cosmos que luchaba por emerger de las entrañas de la tierra.

—¡Mierda! —masculló la heart, sabiendo que ya su mal augurio se había cumplido—¡Tenemos que salir de aquí ahora!

—Vámonos Kardia —Dégel en calma, intentaba andar por su cuenta a pesar del efecto secundario de las drogas que todavía entorpecen un poco sus funciones motoras y el horrible dolor de cabeza a causa de la posible fractura craneal. Kardia se da cuenta de ello demasiado rápido y se lo hecha a la espalda sin su consentimiento, y Dégel en lugar de protestar lo agradece en silencio limitándose a sujetarse de las hombreras doradas del escorpión.

Los tres se encaminan a la salida a gran velocidad, así mismo la servidumbre del templo es lo suficientemente consciente como para salir huyendo despavorida, algunos con problemas para hacerlo gracias a que padecían del mismo mal que el acuariano por las drogas y el hipnotismo de la Flauta de Hamelín. Dégel observa todo eso, sabe que Kardia también, y desconoce si Harmonía le importa o no la gente inocente que pueda morir mientras escapan.

Es un verdadero infierno, porque el templo se cae a pedazos cuales piezas de dominó y ellos no pueden hacer nada para salvar a esa gente. Dégel quiere intentarlo, su moral como caballero y como humano es más fuerte que el estado de su cuerpo, se remueve en la espalda de Kardia intentando en vano liberarse porque ya su compañero le ha leído la mente.

—Ni se te ocurra, Dégel.

—Pero… ¡tenemos que salvarlos de alguna forma!, ¡ellos no tienen la culpa de lo que sucede aquí!

Ocurre un desprendimiento del techo, los dos caballeros pierden el aliento por un instante en el que el gran pedazo de escombro está por aplastar a un hombre mayor que escapa ayudado de una jovencita, parece que no lo lograrán. Kardia también tiene el impulso de moverse y salvarlos, porque al igual que Dégel comparte su espíritu de no abandonar a un inocente, lo detiene la realidad de que en su espalda tiene a su mejor amigo con una seria fractura y delicado, y que una mancha color vino se mueve más rápido que él, actuando al momento.

Shield Pearl!

De la armadura de Harmonía se desprenden las perlas que la adornan, estas formaron un círculo a su alrededor de un radio de cinco metros que generaron una especie de campo de fuerza a base de cosmos con forma de elipse. La barrera rosado pálido protegió a la pareja, pero lo que dejó más sorprendido a Dégel y Kardia no fue eso, sino el hecho de que el escombro al chocar contra ese campo cósmico se desintegró en el acto, no por el golpe, sino por la composición de la técnica.

—Ustedes deberían darse prisa y reunirse con sus compañeros, siento sus cosmos en la iglesia de San Juan —y también sentía el de sus compañeros allí—con el estado de Dégel-sama solo nos estorbaría si nos proponemos sacar a las personas de aquí con vida.

—De acuerdo, me parece perfecto —Kardia retoma el paso, no le interesa la verdad si esa mujer sobrevive en la tarea, pero por el bien de los inocentes prefería que sí.

En cambio Dégel sonreía levemente, entrecerró los párpados y murmuró mentalmente:

Gracias Harmonía.

Atrás dejaban a la de armadura de diablesa, que les daba la espalda aun manteniendo el escudo de perlas. El anciano y la chica se habían movido, atrás venían otra pila de gente que huía despavorida empujándose y luchando por sobrevivir. El miedo se instalaba en sus mentes, abandonando a su prójimo, Harmonía sabía eso de los humanos siendo que antes también lo fue, y aún con eso había prometido silenciosamente al caballero de Acuario, y al de Escorpio, que los protegería.

—… yo de verdad no tengo remedio.

El Shield Pearl se extendió varios metros hasta desintegrar las paredes, el techo, las columnas que caían amenazando a las personas con morir aplastadas. La gente se dio cuenta de que ese campo de coloración rosada no les afectaba, pero a las piedras las destruía sin contemplación. ¿Qué clase de magia era esa?

¿Acaso una súcubos los estaba salvando?

Esa pregunta se hacían mientras enfocaban la mirada en el cintillo de su cabeza que forma parte de la armadura, curvado hacia arriba simulando dos cuernos en forma menguante.

—Muévanse, este sitio es peligroso —les advierte seriamente causando el efecto deseado, los confundidos sirvientes corren dejando atrás a la mujer demonio que solo esboza una diminuta sonrisa, paciente y efímera. —Así es como tiene que ser.

Segundos después de que el templo quedara en ruinas, Harmonía vio como a unos metros de donde estaba una luz rojiza salía de la tierra y liberaba al poderoso cosmos que había estremecido a Éfeso. Sus ojos violetas se ensancharon, paralizada por completo, apenas tuvo tiempo de reforzar su escudo y protegerse de la onda de choque que liberó al salir. Fue arrastrada varios centímetros de su posición hasta chocar con los restos de un muro y con mucho esfuerzo de su parte para no ceder… o podía haber muerto.

Esa era la señal de la fatalidad. La resurrección de un dios maligno.


Albafica no vio las cosas en cámara lenta como cabría esperarse de un momento tan dramático como ese, todo fue inmediato y no supo de cuando había caído desplomado al suelo, si es que de verdad lo hizo en ese preciso instante en el que sucedió el choque de ese cosmos contra él. No vio las caras de sus compañeros, alarmadas por presenciar el impacto inminente. También los llamados hearts estaban igual, sobretodo esa mujer… Selene… ¿por qué si le había hecho eso a su cuerpo ahora lucía tan preocupada, tan afectada?, ¿es por él?, ¿o es porque en su cuerpo está el alma de su señora?

¿Son las dos cosas?

Lo que ocurre en el exterior y Albafica es incapaz de ver o entender con claridad, es que la furiosa alma recién liberada no alcanza a golpearlo.

Choca contra una burbuja color rosa viejo, e impide el ataque del dios.

Ares se encoleriza por eso y embiste con más fuerza el campo, no logra partirlo, es tan poderoso como él, porque también está hecho por una diosa.

Afrodita abre por primera vez en tantos años los ojos, usando los de Albafica, y mira la iracunda alma del dios de la Guerra. Todos notan el cambio, el cosmos del santo de Piscis se apaga y uno nuevo, más poderoso y embriagante lo sustituye. Es tan absoluto como el de esa alma divina que suelta maldiciones y gritos en Lengua Alta, la Lengua Universal, de toda la creación. El Lenguaje del Cosmos.

¿Qué haces en la tierra, Afrodita?, creí haberte hecho dormir por largo tiempo.

Es difícil para los santos y los hearts seguir el hilo de las palabras que habla directamente al cosmos, pero lo hacen. Nadie sabe cómo reaccionar a lo que sucede, la presión del aire les impide siquiera moverse, un sinfín de corrientes y torbellinos rodean el cosmos de Ares, no permite al resto acercarse, sólo pueden ver a esa turbulencia anormal sanguinolenta, ese enorme tifón rojo luchando contra la tierna pero férrea burbuja que parece una perla gigante.

La diosa del Amor dibuja una pequeña sonrisa en los labios que usa, y responde rechazando rotundamente al tifón.

Ese…

No es tu problema.

Él lanza un último alarido y se aleja atraído por algo que le llama, siendo un alma desprotegida es también vulnerable al ataque de otros dioses que, a diferencia de ella, sí están despiertos y en sus plenas facultades. Sería un problema si Athena se diera cuenta y lo atrapara como la última vez. El dios de Marte huye dejando una última promesa a su amante antes de desvanecerse.

No la dejaría seguir viviendo como mortal por mucho tiempo.

El cosmos de Ares se pierde y las corrientes de aire desaparecen, se escucha un sonido sordo de algo pesado y metálico cayendo al suelo.

La armadura de Piscis yace intacta al lado de su portadora, que está desplomada en el suelo sangrando por los párpados como si llorase sangre.

—¡Señorita Albafica!

Nadie logra detener al niño que corre al lado de la inconsciente doncella de oro, es muy tarde, ha tocado la sangre de Piscis con las manos desnudas.


El alma del dios de la Guerra ruge al viento, por fin después de años durmiendo tras un sello en la antigua tierra de Éfeso es libre, libre para cabalgar las nubes, libre para comenzar a llenar al mundo con su belicoso cosmos y traer guerra y miseria a los humanos. Pero principalmente, es libre para recuperar lo que le quitaron la última vez, y que por derecho le corresponde; lo mejor de todo es que eso también lo puede obtener porque ella ha reencarnado, o al menos tiene un cuerpo en el que morar.

Él también tendrá que conseguirse uno para estar a la altura de la situación.

¡Hermano!, ¡Hermano mayor!

Ese era el llamado de Eris, guiado por su cosmos llegó a lo que eran las afueras, al borde de una pequeña meseta, Éfeso volvía a ser la ciudad en ruinas de siempre tras el épico terremoto y el fin del encantamiento de la flauta. Eris lo esperaba con una arquilla ceremonial en compañía de un poderoso hechicero de la mitología que reconoció de inmediato, Virgilio había sido el principal causante de su liberación gracias a sus místicos conocimientos y claro, a la astucia de su hermana.

—Por favor, descansa aquí hermano —le pidió acercando la caja con la tapa abierta, sostenida sobre sus dos manos—hasta que encontremos un recipiente adecuado para tu alma.

Salir de unas paredes para luego entrar en una prisión todavía más diminuta era una ironía que saboreó de mala gana. El alma inmortal aceptó y se introdujo en el interior del cofre y este se cerró cuando estuvo entero dentro. Eris lo aseguró con cuidado, ya era momento de partir. El plan había sido un éxito rotundo.

Si Ares había esperado varios años para ser libre, podía esperar unos días más antes de comenzar su terrible venganza contra Athena.


El aire de esa tarde es fresco, así lo recuerda, levantando las hojas caídas del suelo y arrastrándolas entre las piernas de la gente que pasea por Rodorio. Ese mismo aire mueve las puntas de sus cabellos cortos y le hacen pequeñas cosquillas en la nuca, él sonríe por eso, y porque la vista del pueblo con el sol poniéndose y el cielo pintado de naranja hacen la escena agradable. Experimenta una sensación parecida a la de un ave que ha salido de su jaula y surca distintos follajes en libertad. Su caso es parecido, aunque él ahora no lo vea así siendo muy niño, el jardín de Piscis a veces se convierte en un desierto sobrecogedor y hace la tentación de salir enorme. Albafica respira como contadas veces el aroma del camino de los humanos.

Su maestro estaba en una misión y no lo espera para la noche, viene a comprar algunos alimentos que comienzan a faltar, así como ingredientes para la cena. En una pequeña bodega pide lo que necesita y se lo entregan, espera que le den el cambio por el dinero pagado, sabe que se está tardando porque la anciana que atiende ese pequeño negocio se está quedando cegata. Al extenderle las monedas de plata y cobre le dice algo:

No vayas a estar sola de noche pequeña… es peligroso para las niñas de tu edadasiente, pero hace una mueca de ligero disgusto porque le confunda con una niña, no es la primera vez que sucede, pero ya la frecuencia comienza a molestarlo ligeramente… ¿qué no se notaba que era un chico?

El pétalo azul de una rosa flota cerca de su mejilla y la acaricia, el roce aunque mínimo viene acompañado de una calidez que Albafica no ha sentido antes, quizás nunca más lo hiciera. Una voz suave y maternal acompaña la sensación.

Albafica mira hacia un lado, en la plaza que es centro del pueblo donde una fuente sin agua se sitúa, está una mujer de cabellos índigo sentada, joven, hermosa, y de ojos que al niño le resultan hipnotizadores, le producen una mezcla de curiosidad y cautela. El vestido blanco que ella lleva se ondea ligeramente en la falda, nota que está descalza y tiene los pies hinchados, quizás de tanto pisar el rudimentario suelo de los alrededores y el pueblo.

Albafica encuentra extraño que ella le sonría cuando le pregunta si se ha lastimado la planta de los pies, por qué le habla con tanta dulzura cómo si no fuera la primera vez que se ven…

Qué niño tan amable eres.

—¡Selene!

Esa fue la exclamación con la que Albafica abrió los ojos e irguió la espalda, un dolor profundo nació en su abdomen y eso le hizo resguardarlo bajo un brazo. Estaba sudando lo que quedaba de la fiebre, el paño húmedo que se le había caído lo decía así, como las gotas que nacían de sus mejillas y frente. Se llevó las manos a la cara retirándose la humedad, diciéndose mentalmente que sólo había sido un sueño, un sueño dentro de un recuerdo que se estancó hace muchos años en su memoria, como la mayoría de las cosas que sucedieron en su niñez.

—¿Albafica? —esa era la voz de Shion, que llegaba cercana. Estaba sentado junto a una fogata, observó mejor su nuevo entorno y le sorprendió ver el cielo tan oscuro; la noche había caído, y ellos se encontraban todavía en las ruinas de Éfeso, que ahora sí parecía un terreno baldío y olvidado por el tiempo.

—¿Shion…? —llega a murmurar mientras examina con la mirada el alrededor. El cosmos de sus compañeros es cercano, pero no están allí. Las armaduras reposan en sus cofres apilados en un lado, y siente ligero alivio al distinguir el suyo. Finalmente elabora la pregunta: —¿Dónde estamos?

—Seguimos en Éfeso, aunque más apartado de donde se realizó la Catagogonia… —dijo tirando la mirada a lo lejos, donde en ese pedazo de cielo se nota una especie de humareda que se distingue del azul celeste por el violeta tóxico con forma de nube, señal clara de que horas atrás se produjo un incendio considerable. —Sucedieron muchas cosas después de que perdiste la conciencia.

Eso se lo podía imaginar perfectamente con solo mirar a los ojos de Shion, que se veía fatigado, más mental que físicamente. Estaban sucediendo grandes cosas y de forma muy continua, apenas ayer lidiaba con el hecho de que Albafica era una mujer por designio de una diosa que pretendía usarlo de avatar, sumando el penoso resultado con el asunto de los desaparecidos en Alejandría. Hoy se enfrentaron a una cosa completamente distinta pero, que estaba íntimamente relacionado con lo anterior.

—Te escucho.

Shion comenzó su relato en la parte donde apareció el tifón rojo, último instante en el que Albafica estuvo consciente. Este chocó contra una barrera que aparentemente se había activado gracias al colgante de rosa, y entonces, por un breve momento su cosmos desapareció siendo sustituido por el de la diosa, quien era la causante del escudo. Afrodita había protegido el cuerpo en el que todavía no despertaba por entero, y sin embargo había contado con segundos para manipularlo a su antojo. El alma que no era otro sino Ares, el dios de la Guerra, se retiró ofendido y desapareció en un instante. Justo después había caído al suelo inconsciente.


Nadie logra detener al niño que corre al lado de la inconsciente doncella de oro, es muy tarde, ha tocado la sangre de Piscis con las manos desnudas. Eros tiene los ojos aguados y llora encima del cuerpo, sin darse cuenta de que su pequeña y corta vida peligra. Shion es el primero en apartarlo con gentileza, alarmado; y en notar que a pesar del contacto, de que el niño ha inspirado el aroma embriagante y letal de la sangre de Piscis, este permanece con vida.

La sangre de las rosas demoniacas no le afecta.

No es el único en notarlo, Dohko está perplejo junto a su amigo, distante porque teme inspirar el perfume letal. Manigoldo es el menos asombrado e intimidado por el veneno, y se acerca con toda la despreocupación del mundo al chico cabellos ciruela.

—Dohko, lleva al mocoso a que se lave las manos, tú sabes cómo debe hacerlo —y es claro que lo decía por el veneno, y donde no debían regarlo. Al de Libra aunque le incomoda que Manigoldo le diga que hacer, sabe que es pertinente.

—Bien, sígueme pequeño —toma el hombro del chico pero este parece algo renuente.

—La señorita Albafica… no está… no está muerta, ¿verdad?

—La señorita Albafica solo se ha desmayado por una fuerte impresión —explica Manigoldo en tono despreocupado, revolviéndole bruscamente los cabellos al crío—y no le gustará saber que tienes veneno en tus manos.

—¿Veneno…? —el niño recordó lo que había dicho el que tenía pintas de vagabundo del grupo, sobre la sangre de Piscis, que era peligrosa, pero él no entendía esas cosas.

—Sólo haz lo que te digo, ella estará bien —dijo mirando de soslayo como la mujer gitana toma un velo rojo de sus ropas y limpia con cuidado la sangre del rostro y también en la herida del hombro, untándole lo que parece ser agua, aunque desde ahí percibe que está ligeramente perfumada, supone que debe ser algún menjunje. Shion vigila con la vista su trabajo.

—Listo —Sashenka termina rodeando la herida con el fular, haciendo un nudo preciso—con esto ya no hay riesgo de que la sangre suponga un peligro.

—La has tocado sin recibir daño —dice tomando en brazos al desvanecido Piscis.

—Eso no tiene importancia ahora, joven Aries, son gajes del oficio —la gitana sonríe con ligereza y se incorpora, notando de inmediato la alarma en el rostro de Narciso.

—Se-selene, por favor, cálmate…

Nadie hasta ahora reparó en su peligroso silencio, y mucho menos en el torbellino de recuerdos, de imágenes terribles, de un pasado injusto y maldito, que desfilaban por su mente convirtiendo su interior en un caos. Su rostro era una máscara hueca, desquiciada, contraída por los gestos grotescos de alguien en pleno ataque de histeria. Sus manos están aferradas en su cuero cabelludo, tiene el impulso de arrancarse la preciosa cabellera índigo de puño en puño. Narciso es el único que la sostiene para impedirlo.

—¿Pero qué le pasa a esa loca? —Manigoldo no entiende, como todos, exceptuando a los caballeros de Afrodita que miran con el mismo miedo a su compañera que se revuelve en el agarre de Narciso.

—Oh no…

—Hamelín… tenemos que detenerla, dejarla inconsciente… ¡as algo!

—¡¿Pero qué quieres que haga mujer? —le grita nervioso a Sashenka.

—¡Pues eres el único hombre de nosotros con las manos desocupadas como para tranquilizar a Selene!

—No creo que tocarle el trasero sirva de algo Sashenka —lo dice tan serio que a la gitana le tiembla la mano abofeteadora.

—¡Yo NO me refería a eso!

—¡Ustedes dejen de pelear y ayudenm…! —Narciso ve que deja de forcejear repentinamente.

—Narciso —la voz de Selene suena cuerda, e imperante—suéltame ahora.

—Sólo si prometes no hacer una barbarie…

—Narciso…

El de risos rubios la libera con lentitud, tanteando que no realice alguna acción impulsiva en la que sus vidas peligren. La bruja estaba un poco fuera de sí al ver que el alma de su enemigo principal estaba libre, y había osado atacar delante de ellos a su señora por segunda vez, sin contar con que también atentaba contra la vida de ese preciado niño. Selene inspiró hondo, su rostro recuperaba compostura y daba la impresión de que estaba más tranquila.

—Ella está bien, Selene —le aseguró Sashenka con voz firme, a pesar de que olía la peligrosidad del estado de su compañera—sólo está inconsciente.

—Lo sé Sashenka —para sorpresa de todos Selene sonrió condescendiente, miró al caballero de Aries que sostenía a Albafica—cuídala bien, por favor. Hasta el momento en el que regrese a nosotros…

—Él no se irá con ustedes —les aseguró Shion frunciendo los puntos del entrecejo, lo juraba con la mirada clavada en Selene—ni más adelante ni nunca.

Selene tan solo se detuvo dándole la espalda, le miró de reojo con una sonrisa confiada, enigmática, poniendo a prueba la determinación del de Aries.

—Tampoco es como si lo fuéramos a permitir —quien agregaba era Manigoldo, que aunque sonaba relajado, hablaba muy enserio. Él no sabía sobre el asunto de la diosa, pronto se lo explicarían; sin embargo era capaz de intuir las intenciones de la bruja para con Albafica, las de ella y sus aliados. —No subestimen a los santos de oro.

—Nunca dije que los subestimáramos —aclara paciente, volteando al frente donde se ve el lugar de la Catagogonia, algunos mechones del fleco ocultan parcialmente su rostro creándole sombra—solo he dicho lo que sucederá de forma inevitable lo quieran o no. Ya lo han visto hace unos momentos con sus propios ojos… nuestra señora está despertando.

Sashenka, Hamelín y Narciso no se mueven de sus lugares, no se acercan a su compañera que ha dado a entender ser la cabeza del grupo. Hay algo que no está bien y ellos lo saben, lo perciben. Manigoldo que tuvo su oportunidad para confiar en ella lo hizo, pero siempre con el presentimiento de que cuando el miedo desapareciera de esa mujer sería tan fiable como una víbora de cascabel. Su cosmos antes apacible ahora rebosaba de perversidad, de furia contra todo y todos.

—Selene… —Sashenka es la única que se atreve a intentar algo, pero es demasiado tarde, Selene ha actuado. Ha lanzado con la punta del dedo índice diestro una técnica al cielo en forma de una fina línea de luz platina, cargada de ese cosmos resentido. Las nubes de la tarde pasaron del púrpura al negro y se arremolinaron alrededor de donde se situaba la Catagogonia, amenazando lo que quedaba de la celebración y las ruinas de Éfeso.

—Que ardan~ —canturreó.

Cual orden, de esas terribles nubes descendió una lluvia de rocas llameantes, pequeños meteoritos se estrellaron contra las carpas, contra el suelo, contra algunos monumentos de la historia, y contra la población confundida tras el primer terremoto. Manigoldo y Shion ensancharon las pupilas ante ese cruel y repentino acto, los otros más que impresionados estaban resignados a que algo así sucedería, con mucho pesar.

—La gente… —Shion apretó los dientes y los nudillos mientras sostenía a Albafica, desde esa distancia se escuchaban sus gritos, eso le recordó algo importante—¡Yuzuriha!, ¡Junkers, Curtis, Bleriot!

—Con una mierda… —escupió Manigoldo molesto, a él también le atacaba la moral que esa desquiciada, porque le saliera de narices, atacara a personas inocentes—maldita bruja.

—Te has pasado Selene…

—Ni que lo digas —apoyó Hamelín a Sashenka.

—No les estoy escuchandooo~~ —volvió a canturrear, esta vez en un tono más infantil.

Shion tenía ganas de golpear a esa mujer, por primera vez en su vida, sentía el impulso de dejar a un lado su respeto hacia el género femenino y golpearla hasta sacarle los dientes. La risita que soltaba, el gozo de esa bruja ante tanta crueldad no tenía cabida para él, más si a eso se le implicaba la presencia de Yuzuriha y sus compañeros de bronce. Como si sus intenciones pudieran ser leídas, Manigoldo puso una mano en su hombro, ese acto por parte del Cáncer le incitó a guardar la calma, y avisarle que no todo estaba perdido.

Las llamas del gran incendio estaban siendo sofocadas por una extraña energía de color rosa claro con forma de neblina, se dispersaba en todos los rincones abarcándolo todo y sirviendo de efecto limpiador. Narciso entrecerró la mirada, siendo el más calmado en toda esa situación:

—Harmonía se puso en marcha —informó para los santos de oro—una compañera nuestra ha limpiado el desastre de nuestra…

—Nuestra loca líder —completó Sashenka sin tapujos, cruzándose de brazos, indignada por el comportamiento de Selene.

—No le faltes el respeto a Selene, Sashenka —ese era Adonis que llegaba, con heridas en la cabeza y fisuras en la armadura, aspecto digno de un guerrero que acaba de librar un difícil combate. Shion también lo reconoció así. —Recuerda que está por encima de ti.

—Ella no está por encima de mí, Adonis, alguien con un comportamiento tan inmaduro y en frente de los caballeros de Athena no merece estar por encima de mí.

—Adonis, déjala —responde Selene repentinamente en calma—que se siga engañando solita.

—Tú maldita… —apretó los puños morenos, las cuentas de las pulseras castañearon.

—Ya Sashe, te dará un ataque a ti también si le prestas atención a todo lo que Selene hace —aconsejó Hamelín rascándose la melena pelirroja curtida.

Selene dedicó una última mirada a los caballeros antes de esfumarse, indolente por todo lo anterior y pasando de la cólera de su compañera, y de la que sentían ellos.

—Ya es hora de irnos, no es mucho lo que podemos hacer… nos veremos más pronto de lo que piensan. Santos atenienses~

Los hearts desaparecieron de vista, dejando como único rastro una tenue lluvia de pétalos de rosa azules al aire.


—Después de eso llegaron Kardia y Dégel —terminaba de relatar Shion a Albafica el resumen de las cosas—y luego encontramos a Yuzuriha en este lugar, atendiendo las heridas de los caballeros de bronce. Dijo que una chica que estaban cuidando y que salvó Kardia de caerse por un acantilado resultó ser uno de los hearts.

—¿Hearts?

—Así se hacen llamar la orden de caballeros de Afrodita —explicó—Harmonía creo que era su nombre, ayudó bastante a Dégel por lo que contó después, y a Kardia cuando se enfrentó a uno de los durmientes. Ella salvó a la gente del templo y del incendio —sonrió con pequeño alivio—, al parecer no nos enfrentamos a personas tan malas, o al menos no todos lo son. Sin embargo… —a la memoria se le vino la risa de la bruja—no puedo opinar diferente de esa mujer llamada Selene.

Albafica no dijo nada al respecto, apenas y comenzaba a recordar quién era Selene. Quería preguntar algo más de todo ese relato, que le intrigaba.

—¿Qué sucedió con Eros, Shion?

—No te preocupes, vino con nosotros. Ahora está con Dohko buscando más leña para el fuego y si tienen suerte, algo para comer.

—… dijiste que Eros soportó la sangre de Piscis —ese era el punto que pretendía tocar—cuando trataba de salvarlo de uno de los durmientes, me encontré con alguien que se hacía llamar Deimos, el dios del Terror.

—Un hijo de Ares —dedujo impresionado—así que ese era el dueño de tan fuerte cosmos.

—Dijo que Eros era el Cupido de la mitología —la cara de Shion mostró asombro—es decir, el hijo de Afrodita, Eros el dios flechador.

—E-espera… ¿estás diciendo que ese pequeño es un dios?

—Es lo que pude comprender por sus palabras pero… —entrecierra los ojos, pensativo—no se siente ningún cosmos especial en él, no hay nada que lo pruebe.

—Quizás lo de la sangre de Piscis sea una pista —lo piensa, y recuerda a la gitana curando el mismo hombro herido que Albafica se revisa, donde está atado el fular rojo—Manigoldo mencionó que uno de los hearts dijo que la sangre de Piscis no era tan peligrosa para ellos, que la podían tolerar, y la mujer que te atendió el hombro dio muestras de eso —ante esa afirmación Albafica se intrigó—no sé si tenga que ver pero empiezo a creer que hay una relación de ellos con tu sangre.

—Suena absurdo.

—Pero tiene algo de sentido.

—No puedo saberlo hasta que lo vea yo mismo —se incorpora con cierta dificultad de la pequeña cama improvisada, la capa de alguno de ellos extendida en el suelo y una tela rosada doblada como almohada que Albafica reconoció como la estola de Yuzuriha. —Estaré investigando por mi cuenta.

Shion hizo la pregunta que, intuyendo, era la misma que Albafica se hacía después de llegar a esa conclusión.

—¿Llevarás a Eros al Santuario?

De espaldas, no se puede apreciar ningún gesto que delate las emociones que experimenta el pisciano en ese momento, que son muchas, pero les oculta bajo el velo de la tranquilidad que ha aprendido a tener con el tiempo. Ya después de tantos sucesos había logrado volver a ser un poco más de él mismo, a pesar de su cuerpo, y de lo que llevaba dentro.

—Sí.


Dicen que después de la tormenta viene la calma, y aunque esa parecía ser esa "calma" después de los infortunados sucesos en la antigua ciudad de Éfeso, no lo veían de esa manera. Para los santos dorados eso era nada más que el comienzo, y el pequeño respiro nocturno no era otra cosa que la calma antes de la verdadera tempestad. Lo que habían visto y vivido ese día era tan solo el preludio de una nueva e inesperada guerra. Era penoso tener que regresar al Santuario con tan malas noticias, sólo el estar vivos y enteros era lo bueno de todo.

Dégel por ejemplo, sabía todo eso y un poco más en virtud de su anterior condición como espectador subyugado por efectos narcóticos. Ahora no lo reflexionaba, Kardia prácticamente lo había hecho dormir a la fuerza, poco le faltó para que le golpeara con ese pretexto; se hizo la nota mental de no dejar que jamás volvieran a intercambiarse los papeles de enfermo-cuidador. De mala gana accedió ante la presión implícita de sus demás compañeros, él y Albafica fueron los más afectados, sin contar a Manigoldo que pretendía hacerse el fuerte frente a sus lesiones tomándolas como simples agallones después de un bruto ejercicio físico. Dégel dormía tendido encima de su capa, a unos metros de donde antes estuvo también Albafica, no despertaría hasta el amanecer, sino un poco antes.

Los caballeros de bronce: Yunkers, Curtis y Bleriot descansaban en vista de sus heridas, Dohko se sentó a charlar con ellos una vez que llegó de traer la leña prometida, y gracias su buena suerte, una generosa cantidad de pescados que había logrado atrapar en la playa. Eros también se regodeaba como todo niño orgulloso de sus proezas, de haber atrapado un pez de mayor tamaño a todos los que Dohko capturó. Rieron y lo felicitaron por ser tan buen pescador.

Kardia se retiró cuando Dégel logró dormirse dejándolo al cuidado de Shion cerca de la fogata. En sus propias palabras, le daba flojera quedarse sin hacer nada viendo que los jóvenes se tomaban en serio las tareas del improvisado campamento. Así que fue a ver lo que quedó de la Catagogonia, encontrándose solo con escombros, restos del incendio, y alguno que otro cuerpo lamentablemente calcinado. Él no era quien para juzgar lo que esas personas hacían bajo los efectos de la dichosa flauta o lo que fuera, pero consideraba que nadie, ni siquiera una bruja merecía encargarse de penalizarlos con la muerte.

Pero incluso Kardia hacía más que él en ese momento, Manigoldo simplemente no tenía ganas de hacer nada, y más frente al entusiasmo de Dohko por irse a pescar con el niño, y a Shion por tomar el mando y organizar las tareas. Lo único que se le atribuía era el de encontrar –y lo hizo por pura casualidad- un manantial considerablemente profundo escondido en una cueva que descendía algunos metros bajo tierra. Se lo comentó a Yuzuriha cuando en el camino se la cruzó llevando en los brazos unos tubérculos frescos, y aprovecharon de llenar los odres de agua. De regreso se encontraron con Albafica despierto, que acababa de confirmarle a Eros que lo llevaría a un lugar seguro, el Santuario, y este que no tenía nada que perder siendo un huérfano, aceptaba.

—Cerca de aquí hay un manantial, trajimos agua para el viaje —comenta Yuzuriha ganándose la atención de Albafica y el niño—tampoco es mala idea irse a refrescar un poco después de lo sucedido.

Un baño para un guerrero no es solo limpiar la suciedad del cuerpo, es también una oportunidad de liberar las tensiones, relajarse, y salir al mundo más fresco y ligero para enfrentar los nuevos retos. En cierto sentido era lo que necesitaba y por no desperdiciar la oportunidad, pregunta:

—¿Dónde queda ese manantial?

—Está a unos metros de aquí, dentro del bosque —Yuzuriha se da cuenta de que la idea capta su interés—como es de noche lo mejor será tomar unas capas para secarnos —mira al niño—¿él también vendrá?

—¿Puedo? —pregunta a Albafica pidiendo su permiso.

—No veo porqué no.

—¿Y puedo bañarme contigo?

Una pequeña encrucijada, era difícil eludir esa miradita, pura y ansiosa. Él no era bueno con los niños y el que fuera mujer ahora no cambiaba ese hecho. Al final suspiró pesadamente sin darle más importancia, o eso aparentaba.

—Si quieres.

—Vaya fortuna la de ser un crío en estas situaciones —ese comentario era de Manigoldo que quería bromear con la situación.

—¿Sientes envidia, Manigoldo?

—No tanta como tú piensas Grulla.

Aunque la verdad, era justo como Yuzuriha pensaba. Manigoldo de nuevo arrastrado por el que-no-hacer acompañó a las dos mujeres y el niño, indicando el camino a la gruta. Tal como habían dicho, no era tan lejos, pero si estaba a una distancia considerable del campamento. Al inicio daba la impresión de ser pequeña por la entrada y lo estrecho del túnel, pero camino abajo, descendiendo por la empedrada conducía directo a un amplio manantial de agua cristalina que brotaba de las entrañas de una pared rocosa, distintos chorros que formaban flujos de agua espumosa blanca. Arriba en el techo de corteza terrestre y rocas se colaba la luz de la luna reflejando en el pozo un color azul claro casi platinado, con algunos matices verdosos en las partes donde no existía tanta profundidad y se apreciaba algo de sedimentación. Albafica y Eros enmudecieron, esa belleza natural les cautivó.

—¿Vas a ir primero? —interrumpió la rubia, Albafica volvió en sí.

—No —dijo de inmediato—es mejor que vayas tú primero.

Yuzuriha asintió comprensiva, él o bien ella, creía que su propio cuerpo era capaz de corromper la pureza de ese manantial, y prefería no exponer a la amazona. Le impresionó el nivel de ese complejo de aislamiento voluntario, casi le parecía que el mismo Piscis odiara y considerara a su cuerpo, a él mismo, una amenaza para la vida y quien le rodeara. Inclusive algo proveniente de la naturaleza.

—Bien.

Los tres dejaron a la Grulla bañarse y salieron de la gruta, cediendo privacidad y vigilando la entrada en caso de imprevisto. Al inicio Manigoldo y Albafica apenas intercambiaron palabras, siendo el primero quien iniciaba la conversación y el segundo quien la sofocaba, por pura costumbre de evitar aunque fuera la más mínima concordia que derivara después en una problemática relación amistosa. Lo que hacía a Manigoldo diferente de los demás, en ese aspecto, era que tenía esa facilidad de, por encima de las espinas que pusiera en el camino, lograr que el mismo Albafica se sintiera cómodo, y hasta ligeramente interesado en lo que el cangrejo tuviera que decir. Por eso a pesar de ignorarlo y dar respuestas demasiado precisas, permanecía allí, escuchando.

—Así que los hearts ¿eh?… —decía recostado a un lado de la entrada, de brazos cruzados. Estaban hablando de lo recientemente ocurrido, no había mejor tema de conversación que ese para hacer que participase un poco más. Manigoldo lo había sacado a relucir después de que Albafica comentara ligeramente lo que Shion le resumió. —Entonces, tienes ese aspecto porque quieren que les sirvas de cuerpo a la diosa Afrodita. Suena complicado.

—Es algo más que complicado —Albafica ya podía hablar normalmente del tema, sin mostrarse afectado. El tener de vuelta la confianza de la armadura de Piscis ayudó mucho a recuperar su tranquilidad interior. —E incomprensible… no puedo hacerme idea de porqué una de los olímpicos quiere estar en el mundo de los humanos.

—El viejo jamás me habló de Afrodita como enemiga de los mortales, al contrario —restregó un dedo debajo de la nariz—según los mitos, su participación tenía que ver con la defensa del amor entre los humanos: hombres y mujeres. Aunque está demás decir que era muy caprichosa.

—¿Entonces piensas que esto no tiene que ver con Athena?

—¿Tú crees que quiera problemas como el resto de sus parientes?

—No lo sé Manigoldo, es demasiado confuso —menea la cabeza—si quisiera ir contra Athena no nos habrían ayudado en Éfeso.

—Quizás… —elevó la vista al cielo, estrellado e inalterable, la luna estaba en su fase media y parecía un plato blanco picado a la mitad—pero tienes que tener en cuenta que ellos tienen otros enemigos.

Cierto, Albafica se había dado cuenta de eso en su pelea contra Deimos y la intervención repentina de Adonis. Ares estaba involucrado de forma especial, y ese si era un enemigo jurado de la diosa Athena, uno que según sabía, tenía unos cuantos años, sellado bajo el poder de Athena.

—Lo extraño es que Ares quiera dañar a Afrodita —agregó—desde el mito ellos dos son amantes, suena como si se hubieran emberrinchado y esto no fuera más que una pelea de pareja.

—No me parece que sea solo eso.

—¿Ah no?

—Los dioses… —alzó la vista al mismo punto donde Manigoldo enfocaba—no creo que ellos bajen a la tierra ni se peleen entre ellos por cosas tan triviales como una "discusión de pareja".

—Yo sí que los creo capaces —eleva una comisura dibujando una media sonrisa irónica—después de todo para ellos no somos más que insectos, que solo servimos para complacer sus deseos y atenernos a sus designios.

Eros observó al par conversar y repentinamente callar, sentado en una roca saliente, sin ánimos ni ganas de esforzarse por comprender lo que los adultos discutían; estaba bastante cómodo mirando y escuchándoles hablar, sus reacciones, permaneciendo cerca de la mujer a quien le recordaba a su querida y desaparecida madre. Se sonrojó avergonzado cuando las dos miradas de los mayores lo pillaron.

—Oye mocoso, ¿no tienes nada mejor que hacer?

—Déjalo Manigoldo.

—Se la ha pasado todo lo que llevamos esperando sin decir una sola palabra, y nos ha estado mirando como si fuera la cosa más interesante del mundo. Un niño normal se cansaría.

—Yo no me canso —contestó simplemente y un poco apenado, moviendo las piernitas de arriba abajo—solo espero.

A Manigoldo ese muchachito le daba la impresión de ser inhumanamente paciente, le recordó a Asmita, con esa tersa calma, y la sensación de saber que todo llega a su debido tiempo y no hay razón para apresurar las cosas, o sentirse ansioso. Antes de que pudiera replicar, Yuzuriha salió de la cueva con la ropa puesta y el cabello humedecido, lo secaba con uno de los mantos. Había terminado y era el turno de los otros dos.

—Hay un lado bastante profundo cerca de la cascada y los bordes de atrás —advirtió—el niño tendrá que llevar cuidado si no quiere ahogarse.

—Me bañaré en la orilla, aunque ya sé nadar —presumió con cierta timidez—el señor Dohko ya me vio cuando se le cayó el anzuelo en el agua y lo recuperé.

—Yo cuidaré de él —asegura Albafica recibiendo un asentimiento de la amazona, se introduce en la gruta y de inmediato Eros le sigue.

Manigoldo los ve desaparecer en la penumbra, una duda pulula en su mente.

—Esta situación es tan rara… incluso me llega a costar la idea de que él no es un hombre ahora.

—No deberías dejarte llevar por las apariencias tan fácilmente Manigoldo —Yuzuriha termina de exprimir las puntas de su cabellera—podrías terminar llevándote un susto.

—¿Un susto de qué tipo?

—Quien sabe, ¿si te dejo aquí solo por un rato no irás a meter la pata, verdad? —le pregunta enfocando el sentido implícito de lo que realmente quiere decir.

—Si no te espié a ti que eres mujer de nacimiento, ¿crees que voy a hacerlo con una que solo lo es por fuera? —replica fastidiado por la indirecta tan absurda.

—Eso lo sabes tú —se encoge de hombros, no reprime una sonrisita pendenciera. Se aleja dejando a un ceñudo Manigoldo con la boca torcida.

—Mujeres —escupe—quien las entiende, joder.

El agua está fresca, ni muy fría, ni muy tibia, es perfecta para la hora y temperatura de la noche; lo percibe al verificarla con la mano desnuda antes de avisarle al niño que puede entrar. Eros se ha quitado la pequeña túnica griega que apenas le cubría los muslos y un lado del pecho plano y todavía inmaduro; al verlo desnudo Albafica intuye que, en unos años mas cuando alcance la madurez será un hombre atractivo, pues la gracilidad y belleza todavía infantil de su cuerpecito lo promete. Lo ve entrar cautelosamente, primero metiendo el pie derecho para medir la temperatura del agua y prepararse para el impacto, después introduce el otro, se acerca lentamente hasta la parte donde el agua le llega a la cintura, en el litoral donde todavía se ve el suelo bajo el agua. Sabe que hasta ahí es donde tiene permitido llegar, y conforme con eso mete la cabecita en el agua para mojarse el cabello y la retira soltando un suspiro refrescante.

—¿No vas a meterte?

—En un momento.

—Si quieres no miro —sugiere inocente, ante la idea de que esté avergonzada, y se tapa los ojos con las dos manos—mamá me decía que los hombres no ven a las mujeres desnudas, a menos que estén casados.

Albafica casi escupe una risa involuntaria por ese comentario, si que su madre se las había ingeniado para explicarle ciertas cosas. Sin darse cuenta de que en sus labios quedaban vestigios de eso que le había hecho gracia, le responde:

—No importa si miras o no, apenas eres un niño para verlo de esa forma —le dice mientras se retira con cuidado la blusa de mangas largas que Yuzuriha cosió de la capa de Shion; estaba manchada de sangre en el hombro herido. Ya no le dolía, y se sorprendió de ver que la piel estaba perfectamente cicatrizada. Ya no corría tanto peligro de contaminar el agua como antes. Con más confianza terminó por desajustarse el cinturón trenzado y bajar el pantalón. Por último se quitó las vendas que resguardaban sus senos, las que Yuzuriha le había prestado considerándolas más cómodas que una malla de retazos de tela trenzada.

Entró y vio de reojo como Eros se quitaba las manos de la cara al escuchar el sonido de su cuerpo arrimando el agua. Avanzó hasta que el nivel llegó a la altura de la cadera, donde podía ver el resto de su cuerpo reflejado en el agua. El cambio le seguía pareciendo abismal e impactante, pero ya no le perturbaba. Esa era la realidad e iba a enfrentarla con valor, él más que nadie sabe que lo importante no es lo de afuera, sino de adentro, y por dentro seguía siendo el mismo caballero de Piscis. Ahora la preocupación mayor era ese colgante de rosa sobre su cuello, se vio tentado a arrancarlo, le detenía la prudente advertencia de Adonis de no hacerlo o el dolor regresaría.

Meneó la cabeza y recogió algo de agua entre sus manos para mojarse la cara, luego se sumergió en cuerpo entero hasta desaparecer de vista en la parte más profunda del manantial. Eros siguió la silueta hasta que desapareció en el azul más oscuro.

¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que se permitió nadar con esa libertad?, quizás en el tiempo en el que la muerte de su maestro era reciente y su promoción a santo dorado iba en proceso, o mucho antes. No lo sabe con certeza, solo que fue hace muchos años. Aun así su cuerpo no ha olvidado cómo mantenerse a flote, sus pulmones cómo aguantar con el oxígeno contenido y sus brazos y piernas como moverse entre la masa fría y acuosa que hace su peso liviano. La sensación es tan poderosa que le resulta otro universo distinto al que proviene, y se deja envolver cual pez en el agua, desapareciendo las tensiones de su cuerpo y mente.

Eros es el primero en salirse, tiene los dedos un poco arrugados por el tiempo prolongado en el agua. Se seca con el manto y viste la única prenda que posee, esa descubierta túnica griega a la que no ve el momento de deshacerse para usar algo que le tape más. Al salir llama la atención de Manigoldo que ha esperado casi el doble de lo que demoró Yuzuriha.

—¿Y Albafica?

—Debe seguir en lo hondo —dice despreocupado—lleva un buen rato allí.

—¿Qué tanto es "un buen rato"? —antes de hacerse ideas prefiere comprobar sospechas.

—Mmm… la última vez que se sumergió fue hace como tre…

No lo deja terminar porque Manigoldo acababa de tener una idea surgida de algún rincón de su cabeza, ¿Ese pez sabía nadar? ¿Le habrá dado un calambre y se estaba ahogando?

—¿Hace cuantos minutos?

—¿Treinta? —erró en su cálculo con los dedos, pero ya era demasiado tarde, Manigoldo se había metido a las carreras alarmado al interior de la cueva. Eros atrás chillaba: —¡Espere!, ¡espere!, ¡no puedes verla desnuda!, ¡no es su esposa!

El eco se distorsionaba en la gruta impidiendo a Manigoldo entender que rayos le decía el mocoso, la alarma en su cerebro era más importante que eso. Llegó al manantial y el verlo tal cual sin rastro de Albafica le puso más nervioso. Maldecía mientras se quitaba la camisa casi rompiendo los botones de esta, lo mismo con el pantalón y las botas hasta quedar en bermudas. Manigoldo se internó en el agua y antes de llegar a lo profundo donde ya se imaginaba al cuerpo del de Piscis sin aire y tragando agua. Algo surgió y lo dejó petrificado de asombro.

El asombro de encontrarse con algo que su mente asoció en primera instancia con las sirenas, esas que Odiseo tuvo que enfrentar con la tentación que producían sus cantos atado al mástil de su nave para impedir que se lanzara a sus brazos. Algo parecido sentía Manigoldo al irremediablemente perder la vista en las protuberancias del pecho censuradas por las hebras mojadas, siguiendo el recorrido de las curvas de la cintura a la cadera hasta el delineado y firme vientre plano. Si nunca había tenido la sensación de que el tiempo se detenía, ahora lo experimentaba.

Ignorando que en la cara de Albafica había algo más que asombro por semejante descaro de permanecer allí, de pie, mirándole en la desnudez. Una mezcla de vergüenza, pudor y enojo que coloreaba un poco sus mejillas.

—¿Cuánto tiempo más piensas seguir aquí, Manigoldo? —masculló arrastrando las palabras por no querer escupir fuego, apretando los nudillos.

—¿Eh…?

—¡¿Qué-QUÉ DEMONIOS HACES AQUÍ PARADO IMBÉCIL? —bramó como si fuera a matarlo allí de un puñetazo, un bofetón, o el simple grito. Manigoldo se sobresaltó por esa reacción tan violenta, y también por el hecho de reparar en que estaba mirando sin respeto alguno el bien moldeado cuerpo de ella.

Porque ahora sí no le quedaba duda de que, al menos por fuera, era un "ella".

¡AJLHASKJALSHNJKASHKJASH!, ¡Yo!, ¡No quise!, ¡ARGH! —negaba con las manos extendidas, apurado, y en todas sus incoherencias acabó por girarse y volverse de regreso de prisa. Recogiendo torpemente su ropa, haciendo lo posible por no tropezar en su penosa huída. Al salir de la cueva estaban Eros y Yuzuriha, la amazona lo fulminaba con la mirada y alzaba la ceja como si le dijera "te lo advertí…"—¡No me miren así!, ¡AH! —se largó con sus cosas soltando palabrotas en italiano, y algo relacionado con que era la segunda vez en el día que lo llamaban imbécil.

Su nuevo reto sería el deshacerse de esa –suculenta- imagen mental, o terminaría como Odiseo pero sin estar atado a nada que lo detuviera.