Moonriver, wider than a mile / Río de luna, más ancho que una milla
I'm crossin' you in style some day, / Te voy a cruzar con estilo algún día,
Old dream maker, / Viejo creador de sueños,
You heartbreaker .../Tu rompecorazones ...
Wherever you're goin', / A donde quiera que vayas,
I'm goin' your way / Yo sigo tu camino.

Two drifters, off tosee the world / Dos vagabundos, para ver el mundo
There's such a lot of world to see / Hay tanto mundo para ver
We're after the same rainbow's end / Los dos buscamos el mismo arcoiris
Waitin' 'round the bend .../ Que nos aguarda al final de la curva ...
My huckleberry friend/Mi fiel amigo,
MoonRiver, and me / Río de luna y yo.

(Moon River – Andy Williams)

13. Prisma

-Una vez más- pidió la señora Thatcher a su estudiante que estaba comenzando a frustrarse. Él de verdad quería aprender a bailar Tap, pero le estaba costando un huevo y la verdad no era como que sirviera de algo, pero él amaba tanto la música y tanto escuchar el zapateo de Fred Astaire en las películas que veía su madre – y que él sólo podía disfrutar mediante el oído – que sentía que necesitaba aprender a bailarlo, lo necesitaba y podía hacerlo. Porque ningún imbécil le iba a decir que él no podía hacer esto. Si aprendió karate podía aprender a bailar.

Una chica morena de dieciocho años, castaña con dos coletas amarradas con listones rojos y unos grandes ojos marrones miraba un poco impaciente la escena. Era obvio que la vieja no le iba a enseñar a ese chico de buena manera. Tina se levantó de su silla y se ofreció.

-Miss Tatcher– le pidió educadamente -¿puedo intentarlo yo?–

La señora miró a la chica. Ella era su alumna estrella, dominaba diversos estilos ya que desde que había llegado de Seychelles, su país natal, a Londres, se había inscrito mostrando una asombrosa habilidad para la danza.

-Adelante– le dejó la profesora sentándose a observar en el puesto donde estaba antes la chica. Esta se acerco a Arthur y le agarró la mano.

-No es necesario Tina– le dijo algo nervioso el muchacho ante el contacto con la suave y cálida mano. Él no tenía idea de cómo era Tina físicamente, su impedimento visual no le permitía saberlo, pero había escuchado que era bellísima e incluso le habían descrito que tenía "todas las cosas en su lugar". No podía evitar, siendo el adolescente de dieciséis que era, pensar en si él podría sentir a través de su tacto si era cierto eso. Él no tenía mucha idea de cómo podía ser una mujer ¿Cómo sería? Tenía claro que no tenía lo mismo que él entre las piernas, que se supone que eran más pequeñas y más suaves.

Tina olía a flores, su cabello era sedoso, su voz dulce y cuando ella bailaba, sus pasos eran armónicos y rítmicos. Hubiera vendido su alma por saber como se veía bailando.

-Bien, sospecho que no te sale porque en "Let yourself go" Fred no bailaba solo (1)– le dijo ella.

-¿Sabes la coreografía?– preguntó él, sintiéndose estúpido. Por supuesto que la sabía. Él era el que no tenía idea. Hasta ahora sólo se había reducido a imitar el sonido del golpeteo de los zapatos sin saber cómo moverse por el espacio y sin saber qué hacer con sus brazos. Ella había comenzado a guiarlo por el espacio primero, sin soltar su mano indicándole como estirar su brazo y cuando no lo hacía bien se ponía delante de él y lo ayudaba a llegar a la posición.

Habían logrado recién los primeros veinte segundos de la canción después de dos horas y se sentía un inútil. Su impresión cambió raudamente cuando Tina declaró:

-Miss Tatcher, con su permiso, me gustaría cambiar la presentación que tenía planeada y en su lugar, hacer esto con Arthur-

El chico tragó saliva. ¿Ensayar todas las tardes con Tina así? Eso seguro le provocaría ser la envidia de todos. Ahora sonreía maquiavélicamente ¿Qué diría el estúpido de Fletcher si él, el ciego afeminado que va a ballet, se liga a Tina, la chica más guapa del último curso? Bailando con ella tenía serias posibilidades. Sólo era cosa de poner su encanto de caballero y quién sabe. No se iba a sentir menos por ser ciego, ni mucho menos por ser dos años menor. Él podía conseguir a esa chica.

-Si tú quieres– le había dicho la profesora. Después de todo, era la mejor, si había alguien que podía sacar adelante a Arthur era ella.

-Bien– exclamó emocionada la joven -entonces nos vemos mañana para ensayar ¿Qué dices?-

-Que no podría estar más encantado– contestó él galantemente sin poder ver como la chica se sonrojaba.

Desde entonces se habían juntado todas las tardes de seis a ocho para ensayar. Ella había sido muy paciente y se había preocupado en ayudarle a modelar cada postura con sus manos, tomando los brazos del chico para indicarle cada movimiento.

El contacto físico era obligado. Él obviamente se aprovechaba respirando "casualmente" en el oído de la chica. Sintiendo como se sobresaltaba. Tomándose el baile con seriedad pero al mismo tiempo como un juego de seducción en que sus manos y cuerpos eran cómplices, presos de una melodía antigua y mágica que los estaba envolviendo en un dulce sopor romántico.

A las cuatro semanas de ensayo sus pasos y los de Tina resonaban con una coordinación perfecta en ese piso de madera. Luego de ésas semanas sus hormonas adolescentes ya estaban ardiendo como una olla a presión. Así que no fue de extrañar que un día, a los cincuenta minutos de la canción cuando tomaba la mano de la chica para darle un giro y luego agarrarla por la cintura, en vez de elevarla suavemente para afirmarla en su muslo, se conformara con apretarla a él y escuchar su jadeo ahogado antes de plantarle un beso.

Un beso intrépido e inesperado pero no por eso vulgar. Fue casi una caricia provocadora. El hecho de que ella se haya prácticamente colgado de su cuello para profundizarlo sólo le había añadido un dulce tañido de victoria a su maniobra. La música siguió sonando mientras el apretaba su cintura y la envolvía en una sinuosa caricia.

Tal vez Arthur no era mucho más alto que ella – apenas unas dos pulgadas – tal vez no era corpulento como los chicos de su edad sino más bien delgado. Tal vez no era lo que se puede llamar un chico guapo, como un actor de cine, pero tenía el encanto de Fred Astaire, de Gene Kelly, de Sinatra en los años cuarenta; el tono de voz profundo, la madurez, la sensualidad, la inteligencia y esa fascinante manera de aproximarse a ella desde su ceguera. No había podido evitar caer como una mosca a la red que habilidosamente el chiquillo había estado tejiendo a su alrededor hasta cazarla.

No le había costado aceptar ser su novia. No le daba vergüenza aunque fuera menor. Ya pasaban tanto tiempo juntos coqueteándose de tal manera que el ser novios sólo le añadía un título, una formalidad y el derecho a besarse donde quisieran. Y cuando nadie los veía, mucho más.

El maravilloso sentido del tacto de Arthur, su manera de abordarla, de tocarla, de recorrer su rostro con esos dedos largos, de venerar cada tramo de piel que le era permitido tocar, le dieron ganas de darle más permiso, de que pudiera aventurarse más allá de lo que la ropa dejaba expuesto. Sabía que era mayor de edad y el chico no, pero si él era quien la seducía con esa iniciativa, entonces, definitivamente, no era abuso de menores.

Cuando Arthur se recostaba sobre ella en la soledad de su casa – cuando sus padres no estaban – era como un torrente de calor y adrenalina. Su corazón latía furioso, sus gemidos resonaban en la habitación y el chico disfrutaba de ello casi tanto como cuando escuchaba las melodías de Glen Miller. Sus manos aún así, se maravillaron al aventurarse bajo su falda y descubrir esa excitante humedad, y como ella prácticamente había gritado al ser tocada. No se sintió criminal ni nada al aventurarse dentro de ella; al buscar ser envuelto por ese calor y poder disfrutar de esas hermosas y suaves curvas.

Tina era una belleza. Era suave, aromática, armoniosa, amable, risueña, alegre, rítmica, paciente... Sentía que se embriagaba con sus suaves manos. Eventualmente luego de unos meses, cuando ella comenzó a ir a la universidad y él siguió en la escuela media superior, la relación comenzó a distanciarse. No es como si le hubiera dolido. No estaba solo.

Mizuko Honda era una grata compañía. Una señorita muy educada, recatada, inteligente y frágil. Él solía decirle "mi flor de loto" aunque no tenía idea como lucía una flor de esas, pero la imaginaba hermosa, aromática y elegante. Como Mizuko.

Con ella no podía llegar y acercarse a seducirla igual que a Tina. Tenía que ser TODO un caballero. Estudiaban juntos, compartían varios cursos así que ella le auxiliaba a leer y él le ayudaba a mejorar su inglés. Fueron meses en que Arthur se dedicó a cortejarla con atenciones y una paciencia infinita hasta que vio que sus barreras comenzaban a doblegarse. Cuando notó la pequeña nipona – que era una cabeza más baja que él – comenzaba a ponerse cada vez más nerviosa delante de él.

No le quedó más opción que ser directo, verbalmente, porque a ella no podía simplemente agarrarla a besos como si no hubiera un mañana. Un día simplemente mientras estaban en un salón de té de Londres y ella degustaba su té de jazmín mientras él revolvía nerviosamente su Earl Grey, en medio de los dulces y los aromas le dijo: -"Me gustas, Kiku"– la llamó como le decían sus cercanos de cariño –"Me gustas de verdad"– y ella había carraspeado nerviosamente y le había dicho "Tu también me gustas, Arthur…".

Y esa había sido una historia hermosa. Se la imaginaba incluso que debía estar en los mismos colores que las películas antiguas – si es que él pudiera verlos e imaginarlos en verdad – Y Mizuko se le hacía como la protagonista de "Love in the afternoon" dulce e inocente. Suavemente bella como el roce de una pluma.

Andar con Kiku de la mano era como estar atrapado en una vieja fantasía. El problema con imaginar y con dejar que la fantasía te inunde la cabeza es que cuando despiertas la realidad no concuerda con esa imagen inicial. Mizuko carecía de la pasión y el entusiasmo de Tina. Tal vez era ese exceso de energía que tenía la otra chica lo que le había cautivado. Kiku era tan semejante a él que todo era apacible, tranquilo. Y aburrido.

Esta vez le había tocado ser el rompecorazones, pero en realidad no había mucho que hacer. Había sido aceptado en Harvard y ella en la Universidad de Tokio. La extinción de su romance había sido incluso conveniente.

Y justo cuando ya creía haber tenido suficiente de amoríos inútiles, había tenido que llegar a Boston y, nada más pisar América, conocer a ese francés de mierda. La amistad casi obligada, el contacto diario, la complicidad bipolar y esa galantería innata de la rana adicta al vino habían acabado con toda su cordura.

Nunca se besaron en cinco años, nunca se mencionó nada, pero habían sido los sentimientos más arduos y más terribles que se habían alojado en su corazón hasta sus veinticinco años al menos. Tal vez por eso no había protestado ante la idea de ir a Europa juntos para las fiestas de diciembre, y no una. Varias veces.

Estaba prácticamente institucionalizado pasar las navidades con los Kirkland y el año nuevo con los Bonnefoy. La primera vez que Francis había ido a su casa había sido desastroso de muchas maneras. Su padre había actuado como un caballero, como siempre, así que la rana no había encontrado nada mejor que hacer indeseables comparaciones del tipo "Ojalá fueras así de educado todo el tiempo" para despertar preguntas curiosas del señor Kirkland sobre su conducta en los Estados Unidos.

Peter lo había agobiado de preguntas, como el niñato insoportable que era y Scott, como siempre, había sido grosero e impertinente lanzando un comentario del tipo "Arthur, no sé si te ha hecho creer que es una chica, pero te aseguro que estar con este afeminado no te hace menos homosexual". Francis – siendo el idiota que era – se había largado a reír anunciando que el chiquillo le caía bien. En serio. Francis era una rana estúpida.

Su madre por supuesto había quedado prendada del encanto del francés. Se habían metido a la cocina a hacer la cena juntos y él había hecho unos arreglos interesantes al asado, no era que su madre cocinara mal, pero las salsas de Francis eran de otro mundo. No fue de extrañar que lo obligara a ir a casa todos los años porque "es agradable tener a un chico con quien hablar que no sea un troglodita" dijo, ganándose las miradas ofendidas de sus tres retoños y marido.

El último año – antes que Francis se fuera Montreal – Mary parecía querer esmerarse el doble para agasajar al amigo de su hijo. No pudo evitar reparar en el semblante triste de su primogénito. Ella sabía perfectamente los sentimientos que su hijo mayor guardaba por su mejor amigo. Los había visto crecer cada año, se notaban cuando hablaban por video llamada y cuando venían en las navidades, ella – conociendo cada expresión y detalle de su hijo – podía ver que Arthur destilaba ese amor por los poros. Había sido casi un alivio que Scott decidiera que ya no era gracioso burlarse de los sentimientos de su hermano mayor. Incluso había empezado a generar empatía con él, por lo que estaba más pesado que nunca con el Francés que no se daba ni por aludido.

El veintinueve de diciembre siempre tomaban el tren submarino desde Londres a Paris. Podían tomar avión, pero con el horrible clima de diciembre los vuelos no eran algo seguro, además de que Arthur disfrutaba de andar en tren. No sólo porque le gustaba el ritmo y sonido de la máquina, sino porque Francis , siendo el hiperactivo que era, se quedaba dormido a la media hora, permitiéndole recostarse sobre su hombro por dos horas y disfrutar de la cercanía sin tener que soportar lo hablador y desagradable que podía ser despierto.

Adrianne, la madre de Francis era una mujer encantadora. Apenas lo veía salir del tren corría hacia a él, casi ignorando a su hijo, a besarle las dos mejillas y decirle lo contenta que estaba de volver a verlo. Luego saludaba al mayor que parecía algo ofendido con la "indiferencia de su madre". Todo un rey del drama. Siguiendo a la mujer venía Laurie, la hermana menor de Francis, una chica dos años menor que el inglés, a saludarlo muy amable. Pierre, el padre, siempre esperaba en el auto.

No era de extrañar que hubiera aprendido a hablar francés para acostumbrarse a los Bonnefoy. Le resultaba de alguna manera gracioso, como Laurie se reía de "su acento inglés", en especial cuando él vivía burlándose de Francis por sonar como una rana.

Eventualmente su amigo había dicho en la cena la primera vez que fueron a casa "Arthur cree que sonamos como ranas" provocando que el pobre inglés casi sufriera un paro cardiaco. Pero en vez de tener un ejército de franceses ofendidos sólo escuchó un coro de risas y a Adrianne celebrando su ingenio.

Lo bueno de Paris, es que es una ciudad que se pude disfrutar por el oído. En muchas callecitas turísticas algún artista callejero interpretaba algún éxito de Edith Piaf o de Jacques Brel, y él, amante del jazz y los showtunes sentía que explotaba de felicidad. Había algo tan imposiblemente romántico y armonioso en esas baladas, aunque nunca, jamás, se lo fuera a reconocer a Francis. Le gustaba pasar sus tardes paseando con Laurie del brazo sin tener que torturarse por tener a su amor imposible tan cerca y a la vez tan lejos. El 31 de Diciembre cenaban y la familia salía al balcón a ver el espectáculo pirotécnico que se gestaba en el Sena. Francis le tomaba al brazo para mantenerlo a su lado y le decía con esa voz melodiosa: "Heureuse nouvelle année, cher ami" (2) y haciendo que sus piernas se volvieran de mantequilla. Provocando que quisiera azotarse contra una pared o lanzarse a las profundidades del Sena y no ser hallado jamás.

Igualmente por muchos años atesoró esos viajes a Europa con su amigo como si fueran recuerdos valiosos. Pensó que eso sería todo lo que su alma tendría para no sentirse tan miserable cuando Francis, inevitablemente, se largara con otra y perdiera así todas sus esperanzas.

Le hubiera encantado, de verdad, sentir algo por Laurie. La primera vez que llegaron a la casa de los Bonnefoy, él tenía 20 años y la chiquilla unos 18 recién cumplidos. Se notaba que la había impresionado, ya sea por la dignidad con la que llevaba su ceguera, por sus modales, por su acento exótico; lo cierto es que la chica parecía determinada a pasar todo el tiempo posible con él. Como buena hermana del pervertido de Francis un día sin más lo había acorralado para plantarle un beso que él había rechazado con mucho tacto.

Tal vez si no les debiera respeto a los Bonnefoy, tal vez si no estuviera enamorado de la rana estúpida. Tal vez tantas cosas que ella había entendido y le había ayudado a sobrellevar cuando superó su breve enamoramiento y se había hecho su amiga. Su amiga al punto que a veces la llamaba por teléfono sólo por el placer de hablar con ella. De alguna manera le agradecía el haber aprendido francés. Fue por su necesidad de comunicarse con Laurie que se había esmerado tanto en dominar esa lengua que en algún momento le había parecido tan desagradable.

Pero este año no sería como los otros. La última navidad y año nuevo, de hecho, la había pasado en Estados Unidos con los Jones y por eso su madre le estaba cobrando sentimientos sobre cuando iría a verla. Todos los años con Francis iba en las vacaciones de invierno y ahora que se le habían pasado sólo le quedaba ir en las vacaciones de verano, lo que implicaba que caería en el cumpleaños de Alfred y ausentarse en esos días podría producirle un problema marital del tipo que él no estaba acostumbrado.

A menos que…

El 23 de abril–día en que cumplía 26 y ahora estaba a cuatro pasos de los treinta mientras su novio seguía sin tener veinte años – pasó la tarde con los Jones. Nadie pareció extrañarse de que luego de comer todos juntos, con Jack, Dominque, Francis, Matty, Antonia, Lovino - Toñito también – Rod y Eli, Arthur decidiera que quería ir a bailar a "Wally's cafe", que casualmente quedaba lejísimos de la casa de los Jones pero no tan lejos de la suya.

Pareció natural que decidiera que quería retirarse temprano del local y que se fueran a la soledad de su casa en vez de regresar a lo de Alfred. Alfred sabía lo que eso significaba. Si era el cumpleaños de Arthur significaba que quería ser agasajado, por tanto a él le tocaría ir arriba y adorar cada pulgada de piel del inglés como si fuera un templo sagrado.

Apenas cerraron la puerta de la pequeña casita, puso al británico contra la pared para repartir besos en sus mejillas, su cuello y cerca de sus labios. Porque sabía que Arthur le gustaba construir la excitación de forma lenta y ser estimulado en cada uno de los sentidos que tenía disponible como compensación a su falta de visión. Y pese a que el mayor sonrió encantado al recibir esas caricias tomó el rostro de estadounidense entre las manos y le dijo: Espera.

Caminó en la oscuridad de la casa, a la que, de alguna manera Alfred ya se había acostumbrado. Ya sea porque había generado empatía a su novio y había aprendido a desenvolverse en esa casa de la misma manera que él, o porque estaba tan habituado a estar allí por las noches que lo único que necesitaba era la mano del mayor guiándolo hacia la habitación.

Arthur volvió a aparecer con un estuche en forma de sobre en la mano y pidió: -Enciende la luz por favor-

Alfred se extrañó pero igualmente obedeció y se fue a sentar al sofá al lado de su pareja.

-Es tu regalo de cumpleaños– le aclaró el británico alargándole el sobre, dejando más confundido al chico de lo que estaba antes.

-Creo que te has confundido… sólo yo te debo traer regalos el día de TU cumpleaños… falta más de un mes para el mío-

-Es un regalo adelantado– le aseguró –ábrelo-

Y al hacerlo el americano pudo ver dos pasajes a Londres fijados para el veintiocho de Junio.

-La verdad es que quiero que para esa fecha celebremos tu cumpleaños en mi casa, con mi familia, porque quiero que conozcan al chico que amo… ¿qué dices?-

Alfred se lanzó a sus brazos hablando a todas veces algo de "Gracias" y de "voy a conocer a mis suegros" y de "te quiero tanto viejo gruñón". Y normalmente el inglés habría reprendido al jovenzuelo por tratarlo de "viejo gruñón" en especial porque es su cumpleaños y no le corresponde ser ofendido. Pero tiene cosas importantes que hacer, cosas como sacarse la tensión sexual que ha acumulado desde la hora de almuerzo.

-Ahora… dame mi regalo– le dijo en un tono sugerente al oído, haciendo que los vellos de su nuca se erizaran, dejando totalmente en claro a qué regalo se refería. Sabía que Arthur recordaba haber recibido un tocadiscos nuevo de parte de los Jones y que ahora por tanto quería otro tipo de obsequio de parte del menor.

Tomó la mano de Alfred para dirigirlo a su habitación. Él mismo se quitó la chaqueta y se medio recostó sobre la cama esperando sólo unos segundos antes de escuchar como los anteojos eran dejados en la mesita de noche y luego sentir el peso del americano sobre su cuerpo y las manos que ya habían adquirido práctica desabotonando camisas.

Los labios del más joven sobre su hombro, sus manos deshaciéndose del cinturón, el ruido de los jeans del chico al caer, el roce de ambos pares de piernas, los jadeos, los dedos del chico palpando inseguro su entrada mientras él se entregaba sin miramientos. Ya no había que tener vergüenza ni reservas de ningún tipo. Aunque estaba consciente de que el chico lo estaba devorando con la mirada mientras subía una de sus piernas para pasarla por encima de su hombro. Lo sabía porque cuando Alfred lo observaba en la intimidad parece que se quedaba absorto en una contemplación muda, a diferencia de cuando no podía verlo, en que sólo se entregaba a sentir con la piel y a emitir sonidos incoherentes.

Alfred se había acostumbrado a todas las modalidades, de activo, de pasivo, con ojos vendados, con la vista libre. Todas tenían sus ventajas. Le gustaba que Arthur lo tomara y se preocupara de atender cada tramo de su cuerpo, le gustaba verlo de dominante; le gustaba también devolver la mano e internarse en su novio mientras él se deshacía en sus brazos. Pero lejos, una de las mejores cosas era cuando podía ver cada una de las expresiones del inglés cuando estaba rendido ante sus caricias. La cara que ponía cuando llegaba al clímax y parecía que se escapaba del mundo unos segundos para volver con una expresión relajada y una sonrisa amplia pintada en sus labios.

Tenía que atrapar esa sonrisa con un beso antes de salir de él y volverse a sentir algo incompleto, pero con la certeza de que siempre podía volver unirse a él.

Cuando llegaron al aeropuerto de Londres nada más el inglés apareció por la puerta de los pasajeros, una mujer rubia y regordeta se lanzó a sus brazos chillando.

-¡Madre!– exclamó asustado Arthur tomándola por los hombros –estoy bien… ya no te pongas así–

-¡Mi niño!– seguía ella, sin hacerle mucho caso a su hijo que intentaba calmarla.

-Un gusto conocerte, finalmente– le dijo el señor Kirkland a Alfred dándole un apretón de manos.

-Lo mismo digo- respondió el estadounidense.

-Oh, Alfie– le saludó ahora la señora Kirkland sin soltar a su hijo del todo, dándole la mano al chico –Yo también estoy tan feliz de conocerte, Artie nos habla tanto de ti-

El aludido se llevó la cara a la mano en un gesto de vergüenza ante el cual Alfred no pudo hacer otra cosa que reírse y pasar un brazo por su hombro.

-Vamos, los chicos nos están esperando en el auto-

El estadounidense se envaró. Debía reconocer que Arthur no le había hablado muy bien de sus hermanos.

"Scott es un mocoso insoportable", le había dicho: "Te recomiendo por tu sanidad mental que no hagas caso a nada de lo que te diga. Peter es más parecido a mí, pero sí es un poco travieso, como mucho te gastará una broma… no te lo tomes muy en serio"

Mientras se iban acercando al auto pudo distinguir dentro, en el asiento trasero, un chico rubio y otro pelirrojo que estaban discutiendo hasta que vieron que venía su hermano mayor. Entonces el rubio, que debía ser Peter salió disparado del auto a saludar.

-¡Arthur!– Corrió hacia él y le dio un abrazo efusivo –pensé que te verías más anciano la próxima vez que vinieras-

-Insolente– le dijo el mayor revolviendo el cabello del chico. Eran de la misma estatura, tenían el mismo color de cabello y las mismas cejas prominentes de su padre, sólo que el menor tenía los ojos azules y una cara aniñada propia de sus apenas cumplidos dieciocho años. Al entrar al auto vio a Scott que saludó a su hermano cuando este se sentó cerca de él.

- Hola, A– le dijo con un saludo bastante seco e informal ante el cual el mayor no pareció extrañarse ni ofenderse.

-Se dice buenas tardes—le corrigió con un tono bromista antes de pegarle un puñetazo en el hombro que el menor le devolvió.

Scott ciertamente se veía intimidante. Tenía la camiseta de algodón desteñida, un collar de cuero con pinchos y los jeans rasgados, Su cabello rojo natural le daban un aspecto más salvaje, con esos ojos verdes chispeantes como los de su hermano mayor y su madre.

-Chicos compórtense, tenemos visitas– dijo con voz severa el señor Kirkland. Peter ya lo había saludado bastante entusiasmado por conocer al novio de su hermano, sin embargo Scott lo estaba perforando con la mirada.

-Hola, yankee– soltó nada más ganándose un codazo bastante doloroso en las costillas gentileza de su hermano mayor.

-No le hagas caso– le recomendaron Arthur y Mary al unísono haciendo que el pelirrojo mirara por la ventana cabreado.

El verano londinense se parecía mucho al de Boston. Un calor moderado, húmedo. La casa de los Kirkland estaba ubicada en un barrio tradicional. Una construcción victoriana, de dos pisos y un tercer piso como ático que era la habitación de Scott. Los ventanales eran grandes así que la luz entraba abundantemente por todos lados.

A la hora del almuerzo Scott nada más terminó se retiró a su habitación donde comenzó a rasguear su guitarra sonoramente. Peter puso los ojos en blanco y anunció: -Bueno, tengo que ir a trabajar– se levantó dando un beso a su madre antes de subir a buscar su chaqueta y salir. El señor Kirkland no llegaba hasta la tarde así que se quedaron gran parte de la tarde conversando en la sala. Habían pasado tres horas y Scott continuaba tocando la guitarra eléctrica.

-Mamá, voy a ver a Little Red ¿Se quedan?–

Subió la escalera cuidadosamente. Había perdido la práctica moviéndose por su propia casa y debía llegar vivo al tercer piso. Su hermano estaba terminando de interpretar con su voz rasgada una canción de su banda favorita, que irónicamente, era estadounidense.

It's quite possible that I'm your third man/ Es bastante posible que yo sea tu tercer hombre
But it's a fact that I'm the seventh son/ Pero es un hecho que soy el séptimo hijo
It was the other two which/was made me your third/ Fueron los otros dos quienes me hicieron tu tercero
But it was my mother who made me the seventh son/ pero fue mi madre la que me hizo el séptimo hijo
And right now you could care less about me/ y ahora mismo no podría importarte menos
But soon enough you will care by the time I'm done / pero pronto te importará, cuando haya acabado

Arthur entró sin golpear y se quedó de pie esperando a ser notado. Supo que habían reparado en su presencia cuando escuchó la guitarra ser dejada en el soporte.

-¿Qué pasa? ¿Aún no han pedido formalmente tu mano? ¿Te aburres del chico yankee?-

-Vamos Red, ya estás viejo para hacer estos berrinches-

-¿Estoy viejo de pronto porque tu novio es menor que yo?, hasta donde recuerdo solías tratarme como un crío-

-En este momento estás siendo más infantil que él, te lo aseguro– dijo sentándose sobre uno de los amplificadores de ese cuarto que más parecía un salón de ensayos, con una batería, guitarra, bajo y micrófonos de grabación, que un lugar para dormir.

-Es curioso– comenzó el pelirrojo –Tú te vas de la casa, te vuelves homosexual y sigues siendo el favorito de mamá y papá, claramente hay quienes nacen con privilegios-

-¿Cómo puedes decir que he nacido con privilegios? soy ciego- le recuerda Arthur poniéndose de pie abruptamente -¿Crees que lo hice a propósito? ¿Para tener la atención de todo el mundo? No sabes lo molesto que es que estén encima de ti todo el tiempo, teniéndote lástima como si no pudieras hacer nada solo–

-Siempre dices lo mismo, pero en el fondo no te ves molesto con la situación-

Arthur pensó en contraatacar con otra pesadez. Pero discutir con Scott era una guerra sin fin, si pensabas que en algún momento se iba a rendir, estabas equivocado. Así que asumió el papel de ser el maduro y dijo: -Toquemos algo juntos-

-No se me nada de tus Old Times Blues– le advirtió con algo de pesadez el menor.

-No, pero yo sé me algo del new school Blues… si quieres– propuso Arthur tanteando en el aire hasta que su hermano le alcanzó el bajo. El mayor acarició el mástil del instrumento con cuidado como si estuviera seduciéndolo después de casi dos años de ausencia.

-Si quieres los dejo a solas– bromeó Scott.

-Ni hablar– contestó el rubio y comenzó a entonar unos acordes conocidos por su hermano menor. Se escucharon pasos apresurados por la escalera.

-¡Esperen!- gritó Peter desde la puerta corriendo hasta sentarse a la batería para apoyar a sus hermanos. Los mayores sonrieron y Scott se colgó la guitarra y encendió el pedal, comenzando a vocalizar.

Im gonna fight em off/ voy a combatirlos a todos
A seven nation army couldnt hold me back/ ejercitos de siete naciones no podrían detenerme
They're gonna rip it off/ van a arrancarlo todo
Taking their time right behind my back/ tomándose su tiempo justo a mis espaldas
And Im talking to myself at night/ y me hablo a mí mismo de noche
Because I cant forget/ porque no puedo olvidar
Back and forth through my mind/ de aquí para alla en mi mente
Behind a cigarette/ detrás de un cigarrillo
And the message coming from my eyes/ y el mensaje viniendo de mis ojos
Says leave it alone/ dice "déjalo en paz"

Alfred y Mary escucharon desde el primer piso la voz del pelirrojo, y otros dos instrumentos acompañándolo así que solo podía significar una cosa.

-Ven, Alfred, tienes que ver esto– le llamó y subieron al tercer piso donde la azotea estaba abierta. Se veían los tres hermanos Kirkland muy contentos interpretando la canción. Arthur hasta lucía rebelde deslizando sus dedos largos por las cuerdas del bajo y Peter parecía estar de lo más divertido golpeteando los tambores. Scott estaba fiero, como siempre, sólo que ahora no parecía amargado. Parecía realmente estar disfrutando del momento, como si con esa guitarra entre manos fuera el chico más feliz del Reino Unido.

Arthur le había dicho que Scott estaba estudiando música en la Universidad así que eso explicaba lo bueno que era y la cantidad de instrumentos en su habitación.

Una vez que hubieron terminado Mary aplaudió junto con Alfred. Scott se sintió levemente avergonzado por su grosera conducta con el novio de su hermano así que dejó el instrumento contra el amplificador para dirigirse a él.

-Te gustan los White Stripes- apuntó a lo obvio el americano.

-Si… la música yankee no es mala después de todo- reconoció el pelirrojo. Y luego estiro la mano para darle un amistoso apretón diciendo –Bienvenido a UK–

Mary dio un suspiro aliviado y luego pidió: -Quiero una de Elvis–

-Mamá– se quejaron casi al unísono los chicos.

-Vamos, la única razón por la que pagué por estos instrumentos fue para…-

-Para tener conciertos gratuitos en tu propia casa– completó Scott con un tono cansado.

Los chicos interpretaron "Blue Suede Shoes" de todos modos y Alfred ahora podía entender en gran parte la melomanía de su novio. Era algo genético o propio de la casa Kirkland, incluso Robinson que parecía más serio que el resto de sus familiares en la cena, tuvo una acalorada discusión con sus dos hijos mayores sobre si Jimmy Page o Jimi Hendrix eran los mejores guitarristas de la historia. El padre de familia defendía al guitarrista inglés mientras sus dos hijos decían que lo de Hendrix tenía más crédito porque vivió menos y logró grandes cosas.

Los días pasearon rápidamente paseando por la ciudad. Era increíble lo bien que Arthur se ubicaba por una urbe tan grande como era Londres aún sin ver nada, indicándole qué buses tomar y en que paradas bajarse para llegar a todos lados. El día antes de su cumpleaños Alfred quería ir al 221b de Baker Street y como Arthur era un malcriador le pagó su entrada al museo donde el chico había pedido sacarse fotos con cada uno de los personajes. Había sido casi tan vergonzoso como cuando el día anterior habían ido a molestar a la guardia real. Alfred realmente podía ser un niño molesto o peor, un típico turista americano impresionable y ruidoso.

Nada más al salir del museo comenzó a llover. Una lluvia inglesa de verano. Alfred por una cosa de instinto había corrido refugiarse a una tienda y Arthur rió divertido mientras se mojaba en medio de la acera.

-Vamos… es sólo agua– dijo invitándolo a salir –hace calor, es genial, ven…-

El chico salió a darle la mano al inglés y comenzaron a caminar mientras se empapaban. No era una simple llovizna. Eran goterones gruesos que sonaban contra el suelo pero sin llegar a hacer daño a la piel. Arthur caminaba plantándole cara al agua con una sonrisa fascinada, como si hubiera estado esperando años para volver a reencontrarse con ese milagro.

Alfred, sin un ápice de vergüenza lo agarró por la cintura para hacerlo bailar por la vereda mientras decenas de desconocidos los miraban.

-¡Alfred!– Exclamó el mayor -¿Qué haces?-

-Come on dance with me, i want my arms around you (3)– comenzó a cantar el estadounidense.

-The charm about you, will carry me to heaven(4) – le siguió el ingles. Era como una de esas películas: la lluvia, el baile, la música en su cabeza y el galán americano que en algún momento pareció inalcanzable pero que ahora se erguía ante él como una certeza; más real que cualquier axioma previo en su vida: la excepción a todas sus reglas.


(1) Ver a Fred Astaire y a Ginger Rogers en "Let yourself go"

(2) Feliz año Nuevo, querido amigo.

(3) Vamos y baila conmigo, quiero mis brazos alrededor tuyo

(4) El encanto en ti que me llevará al cielo – Esta línea y la anterior pertenecen a la canción "Dancing cheek to cheek"

Gracias a mis fieles lectoras clicker-195 (tus comentarios periódicos son mi sueldo), Chibi Dhamar (un gusto leer tus comentarios tan personales y detallados), Paula Elric (compatriota, gran escritora, si no actualizas tus cosas te voy a buscar y te obligo… estamos a una hora y media en bus… puedo hacerlo xD), Nickte (la afinidad de nuestras ideas me abruma),

MyobyXHitachiin me estoy dirigiendo a ti en este momento… gracias por todo, por editar a tiempo y ayudarme, por soportar la demencia de fin de semestre (que me hizo leer USxCan y enloquecerte al respecto xD) y lo otro: Tienes prohibido dejar un review con Spoilers de lo que tratará la segunda temporada jajjaa

Estoy a fin de semestre así que será después de navidad, pero tenemos todo enero y febrero (mi verano) pata seguir con el vicio y sufrir como condenados por lo que viene (no, qué mal, ahora yo misma hago mala propaganda). Por mientras las invito cordialmente a prepararse para dos one shot, uno navideño y otro trágico en el que nuevamente descargo la melancolía.

Un abrazo a todos.