Disclamereir: Crepúsculo y la saga Twilight en su totalidad son propiedad exclusiva de su autora, S Meyer. Yo únicamente tomo prestados son personajes con afán de diversión y sin animo de lucro. La trama, por el contrario, si es invención mía.


Capítulo VI.

Bella POVS; presente, Forks.

Cuatro semanas. Cuatro semanas transcurridas desde aquel incidente. Cuatro semanas desde que encontrara a Edward y luchara contra él y, después, después de que yo hubiera ganado la pelea y cortase su cuello por la mitad, descubriera su identidad. Cuatro semanas desde que, sin creerlo, recogiera sus restos del frío cemento del suelo y, sin armarlo todavía, lo trajera conmigo.

Tres semanas. Tres semanas transcurridas desde nuestra llegada a aquel pueblecito perdido entre las montañas que me ligaba a mi pasado. Tres semanas desde que yo tomara posesión de aquella vieja casa cubierta de polvo, pues era largo el tiempo que había pasado sin visitarla, y depositara los restos de él en mi antigua cama, y los armara sellándolo con mi veneno, y reconstruyera su cuerpo.

Dos semanas. Dos semanas desde que él dejo de aullar desgarrado a causa de sus pesadillas y desde que yo escuché su voz por última vez. Y, aunque sabía que era cruel, aunque sabía que él sufría, yo lamentaba la ausencia de esos alaridos y los echaba de menos. Su voz era una prueba de que no había enloquecido, de que ese vampiro descompuesto y demente era realmente él. Mi Edward. Pues ni en mis alucinaciones más intensas habría logrado imitar su timbre de voz con tanta exactitud.

Una semana. Una semana desde que yo comencé a desesperarme. Una semana desde que él continuara inmóvil, como lo estuvo siempre desde que su llegada excepto cuando se agitaba entre sueños oscuros en los que no dormía, sus ojos rojos permanecían abiertos pero su mente nadaba por derroteros extraños cubiertos de de dolor y locura.

Cuatro semanas. De nuevo, cuatro semanas en las que Edward se negó a alimentarse. Se negó a reconocerme aunque sus ojos coincidieran con los míos. Se negó a hablarme aunque yo se lo rogara de rodillas cada día. Se negó a abandonar el peligroso letargo que había asumido su cuerpo. Se negó a sobrevivir… Y ese conocimiento era el que más miedo me daba.

Bella POVS; pocas semanas antes, Chicago.

Descubrir el hospital en el que trabaja el aclamado cirujano Cullen había sido sencillo gracias a las nuevas tecnologías. Su nombre figuraba en Internet encabezando la lista de médicos más prestigiosos del estado y, con él, su dirección y su horario de consulta.

Mientras caminaba por los amplios pasillos de paredes blancas que conducían a su consulta personal, recordé cómo el día anterior también había querido encontrarlo, y cuán diferentes pretendían ser mis preguntas en comparación con las que hoy iba a realizar. Alice ya no me importaba. Ni siquiera la recordaba. Tampoco si Carlisle había conocido a Edward hacia cien años o si se acordaba de haberme atendido a mí durante vida humana…

Mis nudillos golpearon la puerta blanca con seguridad. Había sido tarea fácil esquivar a su secretaria y evitar así el problemilla de no tener cita.

Reconocí la voz que, con una pizca de sorpresa, me dio la entrada:

Adelante.

Me introduje en su despacho confiando en que él reconociera mi aroma y no me atacara.

Buenas tardes, doctor Carlisle.

Aunque obedecí su petición y me dirigí a él por su nombre, también quise otorgarle un título respetado. Él pareció muy sorprendido por verme, pero lo disimuló al segundo y sonrió.

¡Isabella!

Sólo Bella —corregí, más por costumbre que por verdadero interés—. Confío en que no se moleste conmigo por haber burlado la vigilancia de su secretaria. Hacía días que deseaba hablar con usted.

Por supuesto. Me alegra que hayas venido —sonrió amistoso y me invitó a sentarme frente a la silla de su despacho—. Aunque, si te soy sincero, te creía ya muy lejos de Chicago.

Asentí. Yo misma les había confiado que no podía permanecer en la ciudad más tiempo. Pero ahora las circunstancias habían cambiado. Por un segundo, mi corazón se contrajo al recordar qué o quién permanecía oculto en una enorme maleta en mi habitación del hotel… Me obligué a olvidarlo en seguida. Ahora no. No era seguro. Pensaría en ello más tarde.

Lo cierto es que antes de marcharme desearía hacerle algunas preguntas… sobre el vampiro desquiciado del que me hablaste.

Sus párpados se ampliaron tras escuchar la última parte de la frase, confirmando mis sospechas. Él había supuesto que yo acudiría a verlo para preguntarle sobre mi vida humana. Deduje que Carlisle ignoraba la verdadera identidad de Edward. Él me contempló con curiosidad.

¿Qué exactamente lo que deseas averiguar sobre él?

En este punto, debía ser cuidadosa. No podía olvidar que ellos deseaban encontrar al vampiro loco para matarlo, y yo no podía darles ningún motivo para sospechar que estaba en mis manos. Lo contrario supondría la muerte de Edward… y la mía, luchando para salvarlo.

¿Sabéis si se trata de un macho o una hembra?

No con seguridad —contestó—. Pero sospechamos que es un macho.

¿Por qué?

Carlisle dudó; yo vi la vacilación en sus ojos. Finalmente decidió confiar en mí.

Mayormente debido a mi hija pequeña, Alice. Ella cree que es un macho y posee un muy habilidoso don para descubrir cosas que lo demás ignoran. Además, está el patrón de sus crímenes.

El nombre de Alice paralizó mi mente durante demasiados instantes, hasta que lo deseché. Si su Alice era mi Alice, ella era un vampiro feliz, con una familia y una pareja. Edward, por el contrario, necesitaba toda mi ayuda. Por suerte, Carlisle no se percató de mi vacilación. Parpadeé y volví a concentrarme en la conversación.

¿A qué te refieres con "el patrón de sus crímenes"?

Mi familia y yo hemos realizado un seguimiento de sus victimas para conocerlo y que no sea más fácil atraparlo —explicó—. Por lo general sólo asesina mujeres. Jovencitas entre los quince y los veintidós años, morenas. Bebé su sangre y a veces descuartiza sus cuerpos. Sueles prestar especial atención a la desfiguración de sus rostros.

Un escalofrío de terror recorrió mi estómago, recordando el aspecto de la pobre desdichada de la noche pasada.

¿Por lo general?

Sabemos que también ha asesinado parejas, pero siempre que las jóvenes cumplan las características anteriores.

Eso es horrible… —murmuré sin querer, cargada de espanto—.

Carlisle pareció sorprenderse con mi reacción. Un vampiro como él, sobreviviendo exclusivamente a base de sangre animal, se sorprendía que uno como yo pudiera sentir compasión. Él ignoraba que aunque no había renunciado al sabor de la sangre humana, hacía varias décadas que no mataba a nadie para conseguirla.

Reviví por un momento los rostros de las gentes que yo había asesinado en mis primeros tiempos. Mujeres, hombres, niños… La perdida de Edward, unida a mi propia perdida de humanidad, me había convertido en un ser cruel carente de remordimientos. Pero ni siquiera entonces había llegado tan lejos. Bebía su sangre y respetaba sus cuerpos. En cambio, este ser, este Edward descocido…

Yo ignoraba que me producía más temor, si el reconocimiento de sus horribles crímenes o que mi compasión y mi amor por él, incluso en semejantes circunstancias, superara por mucho cualquier atisbo de condena por lo que había hecho. Sólo era capaz de sentir pena por él.

Lo es… —el asentimiento de Carlisle llegó a mí desde un lugar muy lejano—.

Pero, vosotros… Vosotros me dijisteis que él había enloquecido, que ese es el motivo por que hace… esas cosas horribles. ¿Acaso no hay…? —tartamudeé, si me contestaba que no, mis esperanzas se quebrarían para siempre—. ¿No puede existir algún medio para recuperar su conciencia? ¿Para traer de vuelta su humanidad?

Si lo hay, lo ignoró —respondió Carlisle muy serio; sus ojos pardos compartían mi pena—. En ninguno de mis muchos de experiencia he hallado un caso semejante al que describes, que un vampiro caído volviera a obtener su cordura. Lo cual no quiere decir que sea totalmente imposible —añadió lentamente—.

A mi corazón retornó la esperanza. Si había una posibilidad, aunque fuera mínima… Edward lo haría. Yo sé que él lo lograría. Por mí. Del mismo modo que yo lo haría por él.

Bella, escúchame —la voz de doctor me detuvo en mi euforia—. Ignoró el porqué de todas estas cuestiones y no te exigiré que me lo expliques porque respeto tu privacidad. Sin embargo, sean cuales sean tus motivos, debes tener en cuenta que un vampiro caído es un ser demente y enloquecido por completo. Uno que reconoce amigo de enemigo, ni se reconoce a sí mismo. Uno capaz de degollar sin remordimiento a alguien por quien se habría sacrificado mil veces antes de perderse.

Mi anterior alegría fue desmoronándose bajo el peso de sus palabras. En mi fe ciega al amor que Edward sintió una vez por mí, había estado a punto de creer que todo se solucionaría pronto. Había olvidado incluso que la noche anterior había estado a punto de matarme. Viejas cicatrices en mi cuello lo atestiguaban. Y sin embargo, ni siquiera las palabras de Carlisle lograban borrar el recuerdo de que, si él lo hubiese deseado de veras, yo había muerto. Pero sus ojos coincidieron con los míos, y su mano me había soltado…

Se necesitaría un hombre con una extraordinaria fuerza de voluntad para que regresara de los confines donde se ha perdido su mente — concluyó el doctor, incorporándose de su asiento para despedirme —. Una extraordinaria fuerza de voluntad para regresar y razón sobre humana que lo impulse hacerlo. En cualquier otro caso, la empresa está destinada al fracaso.

Yo asentí, contenta. Mi Edward había poseído esas cualidades. Y yo podía convertirme en su razón para regresar. Con mucha más seguridad de la que había sentido a mi llegada, me despedí de Carlisle y abandoné el hospital con esperanzas renovadas.

Bella POVS; presente, Forks.

Habíamos partido hacia Forks la mañana siguiente. Yo poseía una discreta vivienda en las afueras de aquel pequeño pueblo del estado de Washington, una cabaña en la ladera de la montaña donde se asentaba la población, lo suficientemente retirada para que no se filtrara su aroma hasta nosotros y lo suficientemente escondida en el bosque para que ningún humano diera con nosotros con facilidad. Pensé que sería el lugar indicado para su recuperación.

Pero me equivoqué. Porque el estado de Edward no mejoraba. No sufría ningún cambio. Yo me sentaba en una vieja hamaca a su lado, en el cabecero de la cama que le había cedido, y hablaba con él durante horas. Le contaba historias de nuestro pasado en común que quizá pudieran despertar su ajada memoria y cuentos vividos en mi posterior existencia. Había días en los que simplemente tomaba su mano y permanecía en silencio embriagándome con su aroma, suplicando de cuando en cuando que despertara, que no me dejara sola de nuevo.

Edward no me escuchaba. Y si lo hacía, yo no le merecía la suficiente atención para que elaborara una respuesta. Eso no me detenía. Pues aunque todo pareciera perdido, yo aún conservaba mi esperanza. Durante más de cien años había sido ella lo único que me había sostenido y ahora, con mi amor tan próximo, no planeaba rendirme fácilmente.

— Por favor, Edward… —le rogaba—. Por mí. Tienes que despertar. Despierta y mírame con tus ojos, de cualquier color que estos sean, y prométeme que estamos salvos, que todos mis sufrimientos merecieron la pena. Por favor…

Silencio.

— Por favor… —insistí un poco más—. ¿Recuerdas el día que nos conocimos formalmente? Apenas había compartido contigo un par de frases anteriormente y, aun así, tú me juraste que me amabas y que si yo te aceptaba permanecerías junto a mí para siempre. ¿Lo recuerdas? Recuérdalo y vuelve a mí, mi amor… O deja al menos que te cuenta la historia completa.

Bella POVS; marzo de 1915, Chicago

Los criados acaban de anunciar su presencia. Yo inspiré oxígeno por tercera vez, sin sentirme aún del todo preparada para terminar bajar las escaleras. Giré el rostro. A mi espalda, desde lo alto de los escalones, Alice me hacía señas para que descendiera. Lo intenté de nuevo. El corsé oprimía mis costillas con demasiada fuerza bajo la delicada seda del vestido azul, pero no hice caso. Estaba suficientemente nerviosa para desterrar de mi mente cualquier pensamiento que no tuviese que ver con él.

Edward. Mi salvador. Que, contrario a lo que yo hasta hace poco temía, había acudido a visitarme únicamente a mí. Él se incorporó del sofá en cuanto escuchó mis pasos y se giró para saludarme, con la columna muy rígida.

Señorita Swan —extendió con galantería su cuello hacía mí—.

Señor Mansen…

Tendí mi mano hacía él, insegura sobre cómo proceder.

Llámeme Edward, se lo ruego —suplicó—.

Yo asentí, embelesada, mientras sus labios rozaban mi piel en un casto beso como ya ocurriera aquella noche hacía casi dos años. Esta vez, había evitado adrede el empleo de guantes. Su calor me confundió al punto de hacerme parecer maleducada. Una señorita bien ilustrada debiera haberle concedido permiso en ese instante para que se dirigiese a ella por su primer nombre. Yo estaba demasiado extasiada por su presencia y su toque para darme cuenta.

Sus mejillas adquirieron un deje de color ante mi silencio, que aun así palidecía comparado con el intenso rubor que bañaba las mías. Si no hubiese sido tan descabellado, hubiera jurado que yo no era la única nerviosa en aquella habitación.

Así pues, señorita Swan —dijo—. He acudido esta mañana, aquí, a verla, porque me gustaría saber si usted… Bien, si usted… —yo esperaba en silencio; él no parecía capaz de reunir el valor para terminar aquella frase—. ¿Le ha puesto su hermana al corriente de porqué estoy aquí?

Su tartamudeo me pareció la cosa más adorable del mundo. Decidí ahorrarle el suplicio y, a la vez, deshacerme yo misma de mis últimas dudas. Respondí de forma directa con un inusitado valor extraño para mí:

Alice ha dicho que está usted interesado en mí. ¿Es cierto?

El sonrojo de sus mejillas se incrementó considerablemente. Mi salvador, tal cual yo me había dirigido a él en mi mente antes de averiguar su hermoso nombre — señor Masen me sonaba demasiado formal —, tosió y se mostró visiblemente incómodo, pero no lo negó.

La verdad es que confié en que ella os expondría la cuestión de un modo más… diplomático —reconoció azorado—. Pero no negaré que sus palabras son ciertas.

Permaneció en silencio. Creo que esperaba una respuesta. Pero yo estaba demasiado extasiada, flotando entre la incredulidad y la esperanza, y entre la magia que destilaban en mí esos ojos verdes que me observaban tan febrilmente, como nadie nunca me había contemplado nunca, entre su cabello cobrizo y esos apetecibles labios templados… para vocalizar cualquier contestación. Mi respuesta natural habría sido arrojarme a sus brazos, pero temía que tal muestra de impetuosidad y escaso decoro lo hicieran olvidar esa pequeña muestra de interés que, por causas desconocidas, sentía hacia mí, por lo que permanecí inmóvil y a la espera.

Mi silencio lo condujo a actuar.

Bella — susurró mi nombre con devoción infinita, aún cuando yo no le había concedido permiso para dirigirse a mí de tal modo, mientras tomaba de nuevo mi mano y se inclinaba ante mí —. Me presento ante ti como el más humilde y completo prisionero de vuestros encantos. ¿Seréis generosa conmigo y me diréis, al menos, que tengo una oportunidad?

Por supuesto, pensé. Pero no pude manifestar ese consentimiento en palabras. Si el ángel más hermoso que mis ojos hubieran contemplado nunca, el más gentil y bondadoso, aquel que ni una razón poseía que lo impulsara a fijarse en mí, se arrodillaba a mis pies y, prácticamente, me declaraba su amor, con palabras tan hermosas que se comparaban a las que Romeo expresó ante su adorada Julieta, ¿quién era yo para rechazar nada?

No hubo palabras. Mi garganta permaneció en silencio. Pero la brillante sonrisa que formaron mis labios otorgó a Edward toda respuesta que él necesitara saber.

Fue un sí. Un sí eterno. Un sí para siempre.

Bella POVS; presente, Forks.

— ¿Lo recuerdas, mi amor? ¿Lo recuerdas? —inquirí, tras que mis labios finalizaron de relatar la memoria—. ¿Por qué no recuerdas y regresas a mí?

Edward no se movía. Seguía inmóvil, sobre la cama donde yo había depositado sus restos y los había unido. Sino fuera por los alaridos de la primera semana, hubiera temido que el proceso de reconstitución había fallado y él estaba muerto. Aun así, a veces, todavía lo temía.

Ningún vampiro me había explicado jamás nada al respecto, pero una información que venía impresa en nuestra sangre, en nuestro instinto. Éste siempre nos instaba a que nos alejáramos del fuego, porque el fuego era la única arma capaz de destruirnos. Todo lo demás, es transitorio.

Había sido mi instinto, también, quien me guiara para recolocar su cabeza sobre su cuerpo herido. Quien me impulsara a tumbarme sobre él y a repasar con mi lengua la herida, mientras la ponzoña se encargaba de unir ambas partes. Mi cuerpo entero había ardido ante ese contacto. Y yo creí que había funcionado. Ahora me cuestionaba si acaso no habría hecho algo mal, y por mi culpa Edward permanecería fracturado y herido para siempre.

Ojala hubiera consultado a Carlisle al respecto, pero mi prisa por abandonar Chicago y por alejar a Edward de él me lo había impedido. De cualquier modo, si todavía no había perdido la esperanza, si todavía seguía manteniendo la fe en que algún milagro ocurriría y mi amor regresaría conmigo, se debía a algo que él había dicho.

Las victimas de Edward. Su descripción coincidía conmigo. La edad, el sexo, el color del cabello. Tan macabro como sonase, que sus victimas tuviera tanto en común con la antigua Bella era el último clavo ardiente al que me aferraba, confiando que en su perturbada y demente mente, él todavía conservara un débil recuerdo de mí, tan sólo una sombra, una sombra que tras convertirse en algo más le hiciese posible regresar.

— Edward, bebe… —lo intenté por enésima vez—. Cariño, por favor…

Él se negaba a alimentarse. Siempre.

Hinqué mis propios dientes en el sobre y derramé pequeñas gotas de líquido carmesí sobre sus labios, tentándolo. Éstas resbalaron sobre su barbilla y algunas incluso consiguieron filtrarse hasta sus dientes. Mi propio estómago gruñó, hambriento. Pero con él fue inútil. Otro nuevo fracaso.

Me había plateado la posibilidad de que el contenido de las bolsas de sangre le disgustara, pues por experiencia sabía que carecía de la frescura de un humano auténtico recién sacrificado, aunque calentado tras calentarlo en un buen microondas se aproximaba bastante. De confirmarse esto, tendría que escoger algún humano del pueblo y traerlo para que él se alimentara, por mucho que la idea me repeliera. Pero antes pretendía agotar todas las demás de opciones.

— Por favor, Edward… —mis ruegos eran inútiles y nuevas lágrimas carmesí comenzaban a rociar mis mejillas. Porque el antiguo Edward habría hecho cualquier cosa que yo le pidiera, se habría sometido sin dudar a mis ruegos, y que éste no lo hiciera… Socavaba mi esperanza —. Por favor…

Yo misma había permitido que transcurrieran días sin alimentarme correctamente, demasiado preocupada por su bienestar para prestar atención al mío. El fragor de la sangre se filtraba por las aletas de mi nariz provocándome un vacío espantoso. La garganta me ardía, pero me negaba a consumir sangre hasta que lograra que él lo hiciera.

Pero llegó un punto en que mi delicado autocontrol no pudo resistirlo más. Y bebí. Bebí como una desquiciada mientras la sangre robada devolvía el calor a mi piel y el rubor a mis mejillas. Bebí y bebí. Un sobre primero, después el siguiente. Ignoro cuántos fueron. Bebí. Y en ese estado, una última posibilidad se abrió en mi mente. Una que jamás se me habría ocurrido en mi estado de sobriedad pero que sorprendía por su simpleza.

Me tumbé sobre la cama, a escasos centímetros de él, y acerqué mi cuello a sus labios y su piel chocó contra mi piel. Moví mi cuerpo, lento primero, sugerente, mientras mis manos acariciaba su torso marmolado. Pronuncié su nombre con fieros susurros. Lo incité. La sangre prestada que había consumido en grandes cantidades bullía aún en mi interior, pese a que no fuese mía, ni latiese al compás de mi pulso. Para un ser como él, acostumbrado a grandes dosis y con meses de escasez, se convirtió en un canto de sirenas.

Varios minutos transcurrieron a tientas hasta que, finalmente, sus dientes se hincaron en mi carne como dagas afiladas en busca de su manantial y él comenzó a beber. Bebía de mí, pues aunque yo estuviese también muerta, como él, era yo quien lo estaba alimentando. Yo grité. De rabia, de alivio, de dolor. Grité hasta que mi grito se deshizo y sólo quedo un gemido. Largo y grave.

Él continuó bebiendo mientras mis fuerzas mermaban, pero a mí eso no me importaba. Si había de morir, si la muerte me encontraba, fallecer dando de beber a sus labios sería una muerte dulce. Que vida diese luz a la suya.

El sopor cubría ya casi por completo mi mente cuando sus dientes se apartaron, y sus labios dejaron de succionar. Y hubiera caído totalmente en la inconsciencia sino fuera por el ruido de sus sollozos. Ellos me mantuvieron despierta. Mi Edward… sollozaba.

Edward sollozaba destrozado entre la pena y el llanto, pero yo me alegré egoístamente porque, en mi inconsciencia, supe que volvía a ser él. El Edward que yo amaba. Que me amaba. Así que reuní las últimas fuerzas que me quedaban y me abracé a él, y lo consolé.

— Edward… Estoy contigo, mi amor… Estamos juntos de nuevo. Ahora todo irá bien…. —prometí, creyéndolo de veras—.

Y lo más maravilloso de todo fue cuando él correspondió mi abrazo, y sus brazos rodearon mi cuerpo, y su rostro se escondió entre mis pechos, y de sus dulces labios mi nombre emergió. Nunca, en más de cien años, me había sentido más feliz.

— Bella… ¡Oh, Dios, Bella! —sus ojos rojos me miraron y se clavaron en mí como dagas ponzoñosas para el alma; sufría—. Bella... Mi Bella. ¿Qué es lo que he hecho?


¡Hola! Uffff, chicas, estoy muerta de sueño por lo que perdonad que hoy no os nombre a cada una como agradecimiento, porque de verdad necesito dormir. Aun así, que sepais que si he subido el capi antes del domingo a sido por vosotras, porque pensé que lo merecías después de todos vuestros animos y quería daros esta sorpresa. Así que ojala lo hayais disfrutado mucho y os espero para el siguiente.

Si el capí os ha gustado y me dejais muchos reviews, me comprometo a hacer lo posible para que esté listo a mitad de la semana que viene. Así no tendréis que esperar hasta el domingo. ¿Que os parece?

¡Un fuerte saludo y buenas noches!

Anzu.