II


—¡Maldición! —exclamó Sanji, saturado con la situación—¡Sé que eres real! —Él mejor que nadie podía afirmarlo—¡Deja en paz a Zoro! ¡Si quieres algo, venganza, lo que sea…!

Ni él sabía que trataba de ofrecerle a un fantasma, pero sí tenía en claro sus exigencias. La mera idea de que el alma del espadachín marchara al infierno en compañía de un ente vengativo, le llenaba de coraje. Era muy injusto, porque Zoro era una buena persona, que nunca había buscado el mal de nadie adrede y que, además, no tenía la culpa de nada. Quizás sí, de ser un idiota, pero eso no era suficiente para merecer semejante condena.

Zoro tenía que convertirse en el mejor espadachín del mundo, no podía dejarse vencer por un simple espectro.

La bronca le llevó a patear, frustrado y con todas sus fuerzas, el espejo por donde el ente se había marchado. La vela cayó apagándose, y ya sin miedo, sólo con ira, volvió a encenderla notando que estaba quebrada y que le quedaba poco cebo.

Lo que vio cuando la luz volvió borró toda la ira que sentía para dar paso a la sorpresa. Ante él había lo que claramente identificaba como un pequeño cubículo. Estiró la mano tratando de no acercarse demasiado, con la prudente idea de que si la oscuridad le tomaba del brazo para arrastrarlo al averno, el podría jalar hacia atrás con potencia. Pero eso no pasó.

Era un rectángulo cerrado, pero Sanji pudo notar que en el suelo había una pequeña trampilla.

No sabía a dónde le llevaría su propia locura, pero la idea de abrir esa puerta para ver que había tras ella le nació como un impulso, prefirió pensar que el fantasma pretendía que él hiciera eso. Levantó la pesada madera para descubrir con frustración que la oscuridad en ese hueco subterráneo era incluso más cerrada que la que lo rodeaba. Nuevamente acercó la vela.

—¿Escaleras?

Sin dudas lo eran, parecía ser un pasadizo muy profundo. Arqueó las cejas, buscando un cigarrillo que encendió con la llama de la vela. Tomó aire preguntándose si era prudente meterse en el hueco. No sabía adónde lo llevaría ese pasadizo —quizás al infierno—, ni tampoco estaba seguro de poder volver con vida como Robin le había rogado (no, no se lo había rogado, pero a él le había gustado quedarse con esa idea).

—No es momento para dudar, Sanji —se dijo a sí mismo.

Estaba jugado, si Zoro moría por su culpa, no viviría para cargar con ese remordimiento.

Es que sí: se sentía responsable de que Zoro acabase en ese estado. Aunque seguía repitiéndose que no cuadraba eso del enamorado, comprendía que el fantasma se le había aparecido a él. De ser cualquier de sus nakama el que hubiera acabado en la situación del espadachín, él se hubiera sentido igual de responsable.

Además, a nadie más se le había aparecido Bloody Mary; si había una remota posibilidad de detener la maldición que estaba apagando la vida de Zoro, era claro que sólo él podría hallarla dadas las circunstancias.

Por eso metió un pie, luego otro, y comenzó a descender.

La escalera se le hacía tan interminable que acabó por creer fehacientemente que estaba descendiendo al núcleo de la tierra o al mismísimo infierno. Cuando tocó el último peldaño iluminó sus pies. El terreno parecía firme y las paredes estaban muy juntas, tanto que sólo una persona cabía allí. El techo era tan bajo que si se ponía en punta de pies podía tocarlo con la cabeza.

Tragó saliva al suponer que esa era la morada de Bloody Mary, y se preguntó retóricamente donde iban a parar las almas que no estaban en paz, las atormentadas, las llenas de odio. Alejó esos pensamientos sombríos de su mente notando que la vela se estaba consumiendo demasiado rápido. Cuanto más veloz fuera, menos probabilidades tendría de quedar nuevamente a oscuras en medio de un pasillo interminable.

Comenzó a caminar con firmeza, sintiendo las ligeras gotas que se filtraban por entre el barro. Caían poco a poco sobre su ya humedecida camisa. Pese a que el lugar era bastante frío, no había dejado de sudar como un cerdo, y no era para menos. O iba a lograr dar con la salvación para Zoro, o acabaría enloqueciendo. Lo que ocurriese primero.

Sus pasos hacia al frente comenzaron a hacerse más seguros a medida que notaba que el camino era siempre el mismo, trataba de iluminar sus pies para evitar pisar en falso y terminar con una pierna rota en el fondo de un abismo. Porque esa sí sería una muerte horrible.

Y eran tan estrechas las paredes que por mucho que escuchase que alguien le seguía los pasos no podía girar a mirar de quién se trataba, si de alguien vivo o, en cambio, de alguien muerto; a esas alturas ya daba igual.

Se preguntó, también, si el camino se dividiría en algún momento, pero apenas nació ese pensamiento se obligó a desecharlo, como si por hacerlo lograse evitar esa posibilidad. Sin embargo ocurrió algo peor, el camino no se bifurcaba, pero sí se terminaba ante una pared.

Se sintió desolado, pero dicha desolación le duró un segundo en cuanto notó que la supuesta pared era de un material extraño. Pasó la mano, incapaz de poder identificar de qué estaba hecha.

Estudió con los dedos las paredes laterales y, especialmente, el suelo y el techo, pues en caso de darle una patada no quería acabar enterrado por metros de tierra. Otro posible final horrible.

Cara o ceca, no iba a echarse atrás llegado a ese punto. Tomó la distancia suficiente y con una potente patada logró abrirse camino. Al principio, cuando una cortina de vidrio cayó no se dio cuenta de que la supuesta puerta se trataba de la parte trasera de un espejo; cuando avanzó por el hueco creado y vio su propio reflejo en las astillas que habían quedado en el suelo se percató del pormenor.

Sacó todo el cuerpo alcanzando a ver un cuarto cerrado y sin ventanas, como si de una despensa vacía se tratase. La vela extinguiéndose le quemó los dedos y ya, sin opciones, dejó caer lo poco que quedaba al suelo.

Tanteó en la pared buscando la puerta de madera que había alcanzado a ver antes de quedar a oscuras, pero sus dedos se toparon con algo. Por reflejo retiró la mano, obligándole mentalmente a su cuerpo a obedecer y reaccionar.

Alcanzó la traba y abrió la pequeña puerta. La luz del amanecer, tan repentina en la oscuridad a la que se había acostumbrado, le agujereó los ojos. Se los frotó tratando de librase de la ligera molestia y cuando lo logró vio una enorme rata correteando asustada por encima de una larga mesada. Las ollas oxidadas y el polvo acumulado sobre un horno de barro le indicaban que estaba en la cocina de una casa abandonada.

Caminó hasta la puerta, tratando de entender en qué parte del pueblo se encontraba. El largo pasillo con sus paredes deterioradas por la humedad y el paso del tiempo, parecía no tener fin, justamente como el pasadizo secreto que había acabado de cruzar.

Dejó atrás en su camino varias puertas que no se animó a abrir; algo en toda esa magnífica casa le impedía hacerlo. Como una fuerza invisible que no le permitía tanta osadía. Quería salir de ese lugar, no sentía conveniente permanecer de más.

Llegó hasta lo que identificó como el descanso de una larga escalera, pero la escalera ya no estaba. Se las ingenió para bajar por uno de sus costados. La camisa se le rasgó y una astilla de la madera podrida se le clavó en la palma de la mano. Cuando los pies tocaron el suelo se preguntó, de manera muy idiota, por qué no había usado el Soru. Todavía le costaba acostumbrarse a su uso en situaciones que no fueran de pelea.

Tarde para lamentarse. Se sacudió el pantalón cubierto de tierra, notando que era un caso perdido tratar de arreglarse, lucía como un pordiosero. Levantó la vista notando un enorme espejo, tan grande que llamaba la atención. Parecía ocupar casi todo el ancho de la pared. En él pudo apreciar mejor sus pintas y tenerse lástima. Haberse visto, se dijo, todo lo que hacía por ese marimo. Y más le valía ser más bueno con él después de tamaño sacrificio: pues su camisa favorita estaba lista para acabar en la basura.

Una parte de él se consolaba diciéndose que Zoro era fuerte y que iba a salir de ese trance, con ayuda o sin ayuda. Buscó un nuevo cigarrillo notando por el rabillo del ojo que otra vez su querida amiga Bloody Mary volvía a acosarlo. Apenas alcanzó a verla deslizándose por el espejo.

—¿Cocinero-san?

La voz de Robin acarició su pavoroso y estropeado corazón, reprimió a tiempo las ganas de saltarle encima y abrazarla, para en cambio preguntar sorprendido.

—¿Qué hacen aquí?

—¡Sanji! —Luffy apareció tras la arqueóloga esbozando una sonrisa.

Bajo la gran arcada, Brook observaba la enorme y apabullante mansión de los Ballentyne. El punto de encuentro.

—En el laberinto de espejos había un pasadizo hacia aquí —contó, sin estar muy seguro de lo que agregó a continuación—Bloody Mary me guió… creo.

—Ven. —Robin agitó la mano y los tres dieron vuelta.

—Ya, Robin —se quejó Luffy por enésima vez—, me dijiste que acá estaría el fantasma —con un puño amenazante y una mirada aún más provocadora buscó al mentado ente.

Robin ignoró a su capitán esa vez, para conducir al cocinero hasta la sala principal de la mansión. Los cuatro se pararon frente a los cuadros de la familia, y Sanji pudo ver las inscripciones bajo ellos.

—Este es el señor de la casa —señaló Robin—, la señora —ella ya los había visto, y no le costó reconocerlos. —Pero lo sorprendente llega aquí… —señaló el tercer cuadro—Elizabeth —Brook volvió a maravillarse ante tanta belleza—Marianne, o Bloody Mary —y se paró ante el tercer y último cuarto.

Sanji abrió grande los ojos, creyendo primero que se traba de una copia de la menor de los Ballentyne, pero bajo el cuadro aparecía otro nombre.

—Veronika Ballentyne —leyó el cocinero.

—Por la distribución de los cuadros, supongo que Veronika debe ser la menor, y por el parecido me atrevería a afirmar que con Marianne son hermanas gemelas o mellizas.

—Lo que no nos queda claro —dijo Brook interrumpiendo a la arqueóloga—, es por qué el cura no te mencionó que eran tres hermanas.

—No lo sé, al principio creí que podía ser porque ella no era parte de la leyenda —se llevó una mano a la barbilla, pensativa—, pero pensándolo mejor, alguna razón debe existir para que no la haya mencionado —recordaba que el cura se había mostrado muy reticente a hablar con ella al principio y asimismo, en los ojos del hombre, había visto astucia.

Por algún motivo la gente oculta detalles y el pasado mismo. Negó con la cabeza, sentía que Veronika era parte de ese rompecabezas, pero no lograba dilucidar qué importancia tenía.

—¿Qué opinas, cocinero-san? —intentó hacerlo parte; acabó por concluir que el enigma sólo podía ser revelado por él.

—Pues —Sanji tomó aire, rascándose la cabeza, mientras Luffy correteaba impaciente de un lado al otro llamando al fantasma y amenazándole una y otra vez con que iba a patearle el trasero—, tiene un poco de sentido.

Tanto Brook como Robin dejaron de mirar los cuadros para prestarle entera atención al cocinero. Con algo de pena por haber acaparado a sus nakama, Sanji trató de explicarse. Eran sólo suposiciones y no estaba seguro:

—Quiero decir… —se remojó los labios—Tengo diversas… sensaciones —no sabía cómo expresarlo—A veces es como si no fuera el mismo fantasma —explicó con más firmeza—, por eso no me parece tan descabellado suponer que se traten de dos, que se parecen mucho entre sí. Hermanas —señaló el cuadro de Veronika, quien les regalaba una sonrisa encantadora; parecía ser la más alegre y vivaz de las tres.

—¡Sanji! —Luffy interrumpió los pensamientos de los tres con un quejido—¡Comida!

El mentado cocinero se debatió entonces entre golpearlo o… golpearlo.

—¡¿De dónde quieres que saque comida? —le gritó, para después calmarse—Además no te olvides de que Zoro… necesita ayuda —no se animó a decir "está muriendo por culpa de un puñetero fantasma con ganas de jodernos la existencia"

—Zoro va a estar bien, él es fuerte —aseguró Luffy, y todos se sintieron conmovidos por esa fe ciega que el capitán siempre llevaba a cuestas—Y tengo hambre —remató.

—Creo que tengo algunas galletas —dijo Robin buscando en su mochila.

Sanji siempre les ponía comida y bebida en sus bolsos a las chicas, para asegurarse de que no necesitarían nada nunca, al menos de lo que él podía ofrecerles.

—Yo tengo té, si gustan, para acompañar las galletas —ofreció el músico.

Tanto Robin como Sanji lo miraron sorprendidos, acaso ¿llevaba té siempre con él? Así era de hecho, pues unas tazas y una tetera aparecieron de la nada, y ambos llegaron a la conclusión de que de Brook ya nada podía sorprenderlos.

Se sentaron sobre el suelo empolvado, comiendo lo poco que tenían y bebiendo una taza de té. No era momento para relajarse, pero comprendían que necesitaban hacer una pausa para pensar bien los pasos a dar, además el cansancio y el hambre no dejan pensar con claridad, e indudablemente Sanji lucía muy cansado.

Los cuatro se la pasaron en silencio, comiendo y bebiendo poco y nada, sin quitarle los ojos de encima a los cuadros y pensando en todo el asunto.

—¿Cómo llegaste aquí, cocinero-san? —Robin quería oír de vuelta la explicación.

—Le di una patada a uno de los espejos en el laberinto, y había un pasadizo. Ese pasadizo me llevó hasta la cocina —ladeó la cabeza, ¿un espejo, en la cocina? Eso era extraño. Dicho pensamiento lo hizo verbal.

—En las mansiones de este estilo no es raro encontrar espejos en cada habitación —Le explicó Robin con calma—, levantemos todo, tengo una idea.

—Yo también —dijo Brook, y Sanji sonrió, al parecer los tres habían llegado a un acuerdo.

—¿Qué, qué, qué? —Luffy miró a sus nakama, escamado porque se daba cuenta de que se estaba perdiendo de algo vital.

—Luffy —dijo Sanji, sonriéndole—Ve a descargar esa tensión acumulada y rompe todos los espejos que encuentres en tu camino; si ves un pasadizo, llámanos.

Luffy se puso de pie y automáticamente se fue corriendo murmurando "espejo, un espejo, ¿dónde hay un espejo?"

Se separaron porque la mansión era inmensa y comenzaron con esa loca caza de espejos. Sanji usó sus piernas, Brook su espada, mientras que Robin utilizaba cualquier elemento contundente que sirviese para su cometido.

En poco tiempo la voz de Luffy atravesó toda la mansión:

—¡Sí! ¡Lo encontré!

Quien estaba más cerca era Brook, así que llegó justo a tiempo para detener a su capitán.

—¡Espera, Luffy-san! ¡No actúes precipitadamente!

—¿Lo encontraron? —Sanji apareció junto a Robin, viendo como el esqueleto tenía sujeto al capitán por la cintura. Ante ellos había un hueco profundo.

Brook soltó a Luffy para tomar la vela del candelabro que había en una de las bibliotecas, y por eso el capitán pudo seguir su camino. Gritando como un loco bajó las escaleras internándose en la oscuridad, sin importarle que fuera a ciegas.

—Idiota, se llega a caer a un pozo… —se quejó Sanji, pero le consolaba saber que quizás ese pasadizo era como el que ya había cruzado.

Así fue; cuando los tres tuvieron una vela cada uno, el pasadizo resultó ser igual al otro. Las paredes no les permitían más que ir en fila india, y el afro de Brook se aplastaba por culpa del techo.

El trayecto resultó ser más corto, pero a los tres les pareció que había durado una eternidad. A mitad de camino chocaron con Luffy, quien volvía.

—Pensé que se habían perdido —dijo el capitán—, encima no se ve nada.

—No es prudente ir así, capitán —reprendió Robin con dulzura.

—El camino está cortado —avisó Luffy.

—No, seguramente no lo está —contradijo Sanji, no por descreer en las palabras de su capitán, es que NO tenía que estar cortado, porque eso significaba que no lograrían desentrañar ese misterio. Y no se lo permitiría a sí mismo.

Una vez frente a la pared Sanji logró reconocer el material a lo lejos. Quien había quedado adelante era Luffy así que le indicó que tomaran distancia para que él pudiera golpearla.

El chico de goma estiró su brazo haciendo añicos la parte trasera de ese espejo. Un pequeño cuarto, que lucía también como un sótano, apareció frente a ellos, pero fue lo que vieron dentro lo que les dejó sin aliento.

—¿Brook? —dijo Luffy, mirando el cadáver sentado en el suelo.

—Estoy aquí, capitán —El músico reveló su ubicación para demostrarle que no era él, y que eso ante ellos era otro cadáver.

—¿Quién es? —Sanji sintió un nudo en la boca del estómago al darse cuenta de que los huesos, con apenas restos, estaban adornados con bártulos femeninos, llevaba una túnica especial que la identificaba claramente como una muchacha y, el poco cabello que seguía prendido a la calavera, era rubio.

—¿Será Veronika? —Robin alumbró con la vela la parte delantera del cráneo—Según el cura, Marianne se suicidó y fue sepultada en la tumba familiar junto a Elizabeth.

—¿Y por qué está aquí? —Preguntó Sanji, desesperado por respuestas.

Le conmovía ver que esa muchacha tan bonita del cuadro había tenido un fin, aparentemente, espeluznante.

—¿No hay fantasma? —Interrumpió Luffy, otra vez molesto con el revés—Se nos adelantaron y ya la mataron —se quejó.

—No, capitán —contradijo Brook—No es que alguien se nos haya adelantado, está muerta hace mucho tiempo.

—Denme unos minutos —pidió Robin descubriendo objetos muy llamativos que rodeaban el cadáver y no de manera azarosa.

Durante varios minutos, cerca de tres cuarto de hora, Robin estuvo estudiando el lugar. Los otros tres permanecieron en silencio. Incluso el inquieto de Luffy parecía sobrecogido por la imagen ante ellos.

Las cuatro velas habían quedado en el centro, iluminando la pesquisa de la arqueóloga. Cuando acabó de corroborarlo, con plena seguridad lo dijo:

Sacrificĭum.

—¿Qué? —preguntaron los tres al unísono.

—Creo que es Veronika —asintió, tenía sentido. —Fue un altar humano.

—¿Quieres decir que… la mataron? —cuestionó Brook, entendiendo la importancia del ritual en las creencias humanas más antiguas.

—En algunas culturas se ofrecen personas para apaciguar la ira de los dioses, del demonio e incluso de espíritus vengativos. En algunas ocasiones, y creo que esta lo fue, se la enterraba viva.

—Dios mío —Sanji tuvo un déjà vu, recordando de golpe el altar de sacrificios en Skypiea.

La mera idea de suponer que una jovencita había pasado sus últimos días allí, para morir de sed y de hambre en pos de calmar a un espíritu, le llenaba de coraje otra vez.

Dio la vuelta, reprimiendo las ganas de llorar. Se colocó en cuclillas, dándoles la espalda a sus amigos para ocultar lo mucho que le impresionaba.

—¿La dejaron morir de hambre y sed? —Y entonces pensó en Zeff, en el archipiélago, en la sensación de abatimiento al saber que los minutos de vida estaban contados—¿Su propia gente, su familia… la obligó a esto?

—Es común en algunas culturas, cocinero-san —intentó consolarle Robin—, a tal punto que hasta los sacrificios…

—No les digas sacrificios —le corrigió—son víctimas —Se incorporó para encender un cigarrillo. Lo necesitaba.

—Bien, lo que quería decir —continúo Robin, notando lo mucho que le afectaba y comprendiendo las razones—es que hasta incluso la víctima elegida estaba de acuerdo. Debía estarlo, porque de otra forma se creía que el hechizo o el ofrecimiento no tendrían efecto alguno.

—La víctima solía sentirse agraciada por ser escogida, ¿verdad? —Intentó cooperar Brook, pero Luffy arruinó todo ese consuelo, tal vez porque sabía que Sanji no era idiota, y que además, era fuerte para no sucumbir ante su propio pasado. No se había lamentado nunca de él, no lo haría en el presente.

—Si de verdad ella hubiera estado de acuerdo no andaría matando gente, ¿verdad? Yo creo que más bien está enojada.

Sanji tomó aire, él también pensaba en eso. Sin más opciones, Robin y Brook asintieron, eran claras las marcas en la pared, marcas que habían resistido el paso del tiempo, quedando como un recuerdo imborrable. Veronika había buscado la manera de salir de ese encierro, pero ante ella sólo tenía un espejo que día a día reflejaba su propia imagen, su desesperación, su propia muerte. Se veía, día a día, morir sumida en la desesperanza.

—Fue encadenada —murmuró el cocinero al ver el óxido carcomiendo uno de los eslabones de una corta cadena. —Era evidente que para evitar que escapase —negó con la cabeza, sintiendo los ojos humedecidos, de dolor e impotencia. —Es… tan injusto. ¿Y todo para qué? —se quejó en un murmullo.

—Dando por hecho que un virus azotó el pueblo justo al mismo tiempo que sucedió la tragedia entre las hermanas de Veronika, todos pudieron haber atribuido dichas muertes al espíritu vengativo de Marianne —sonrió con tristeza. —Algo de toda esa loca leyenda acabó por hacerse realidad con el sacrificio humano. Usaron a Veronika, seguramente que sumidos en la desesperanza. No sé qué tan implicados habrán estado los padres…

—Tal vez estuvieron de acuerdo —analizó Brook recordando los rituales que solían llevar a cabo en Harattetania—, tal vez ellos mismo la ofrecieron.

—La única hija que les queda con vida —Sanji no creía plausible esa opción. —Seguramente no les dieron elección alguna —E igual no lo justificaba. De ser su hija, no permitiría que miles de aldeanos se la arrebatasen para un estúpido sacrificio.

—En fin —suspiró Robin—supongo que muchos detalles de la historia verdadera no la sabremos nunca.

—Alguien tuvo que haber llevado a cabo el ritual —apuntó Brook, y de manera tácita todos parecieron estar de acuerdo en quién podría ser.

—¿Qué haces, Luffy? —Preguntó Sanji alarmado al ver como tocaba los huesos de la muchacha.

—Es que ¡no le gusta estar aquí! ¿Verdad? —preguntó con obviedad, acomodando sin reparos y sin asco los huesos sobre la manta sobre la que el cadáver estaba sentado. —Digo, si yo fuera un sacrificio humano y estaría atrapado en este mundo, no me gustaría estar eternamente en este horrible lugar.

—Eso es cierto —Sanji alzó las cejas, a veces le sorprendía la simpleza de su capitán. Sabía dar, de alguna forma u otra, en el clavo.

Se acomodó junto a Luffy para ayudarlo con la penosa tarea, y cuando todo estuvo listo, ataron la manta por los extremos. La idea era sencilla: la sacarían de allí y la enterrarían en un lugar donde la luz del sol llegase. Quizás de esa forma pudiera descansar en paz. Era lo único que podían hacer por Veronika.

—¿Qué pasa, Brook? —preguntó el cocinero, frenando ante la salida.

El músico estaba tanteando una de las paredes, pues había descubierto que allí había ciertas irregularidades.

—Estos ladrillos son más nuevos que estos.

Robin se acercó, un poco incrédula de no haber notado ese detalle durante su pesquisa, sin embargo por algo eran un equipo tan unido. Los Mugiwara no eran nadie sin el otro.

—Es verdad…

Sanji dejó la bolsa con los huesos sobre el suelo y entre los cuatro comenzaron a remover los ladrillos notando que no era difícil sacarlos de su lugar. En pocos minutos de trabajo, volvieron a encontrarse con lo que sería otra parte trasera de un nuevo espejo. Brook le dio una precisa estocada con el mango de su bastón.

Dejaron las velas al final del pasadizo emergiendo al exterior.

—¿Esto es…? —Brook se quedó a medio decir, se daba cuenta de lo que era.

—La iglesia —completó Robin, un poco satisfecha al corroborar las sospechas.

Pasaron por encima de los trozos rotos de espejo, notando que estaban frente al altar. La arqueóloga miró hacia atrás recordando vagamente que había notado, apenas entró, un pedazo de empapelado que no cuadraba con la decoración. Había sido una de las tantas cosas que le habían llamado la atención, pero a la que no le dio demasiada importancia en su momento.

—¡Ey! —gritó Luffy estirándose con su akuma no mi.

Una sombra pasó corriendo frente a ellos, perdiéndose entre los largos bancos puestos simétricamente en el amplio espacio.

—Sigámoslo —dijo Robin, y ninguno de los otros dos supo si se refería a la sombra que habían visto o al capitán que se iba por una puerta lateral.

Prudentemente Sanji dejó la manta con los huesos sobre un banco y corrió tras sus amigos. Cuando atravesó la puerta su respiración se le cortó abruptamente.

Frente a ellos se extendía un apiñado cementerio. La luz mortecina del atardecer ofrecía sombras fantasmagóricas, a tal punto que Brook se sobresaltaba con cada estatua que había a su paso adornando algunas de las cuantiosas tumbas.

—Son demasiadas, ¿verdad? —preguntó el músico, temblando ligeramente—No es que nunca hubiera visto un cementerio, en Thriller Bark me sentía como en casa —carcajeó con su característica risa, nervioso y risueño por partes iguales—, pero esto es…

—Se ve que hubo muchas muertes —enfatizó Robin.

—Tsk —chistó el cocinero—yo diría, más bien, que todo un condenado pueblo murió.

—Nunca mejor dicho "condenado", cocinero —se animó a bromear Robin sin detener su marcha por entre las apretadas tumbas. Era imposible, incluso, no pisarlas para lograr pasar por encima.

Buscaron sin éxito a su capitán, hasta que el sonido de un árbol cayendo los llevó hasta él. La voz de Luffy atravesó de inmediato la calma del cementerio.

—¡Deja de huir como una rata!

Robin reconoció sin dificultad al cura, la sotana lo delataba y por eso tampoco necesitaba presentación.

—Por favor —rogó el hombrecito—, no me hagas daño.

Sanji caminó hasta el cura y, sin mediar palabras, lo tomó del traje para levantarlo al vuelo.

—El altar de sacrificios nos trajo hasta su iglesia —Robin no se anduvo con rodeos, cruzándose de brazos lo apuró—¿Qué tiene para decir al respecto?

—¿Usted es responsable de que la chica sin bragas haya tenido una muerte tan horrible? —Esa pregunta no podía ser otra que del músico.

—L-les contaré, pero… suéltenme…

—Déjalo, Sanji —ordenó Luffy, y el cocinero obedeció sin chistar.

El cura cayó al suelo como un saco de estiércol.

De esa forma, y tomándose su tiempo, el anciano trató de ordenar sus ideas. Les pidió volver a la capilla antes de que la noche les sorprendiese; porque él sabía mejor que nadie que la leyenda era en parte verdad.

Una vez en la seguridad de la iglesia, Robin notó justamente otro detalle que se le había escapado: No era una iglesia, al menos no una cristiana. Quizás pagana. No le interesaba saberlo tanto como oír la verdadera historia.

El cura, siendo apurado por Luffy y amedrentado por Sanji confesó que sí, que la leyenda era verdad, pero también alegó que él había sido sincero: Elizabeth fue asesinada por su hermana Marianne, quien se suicidó presa de la culpa, el dolor y la ira. Justo en ese año una peste cobró varias vidas, y eran muchos los que aseguraban ver a Marianne deambular de noche por el pueblo.

En ningún momento relacionó a Bloody Mary con los espejos, al menos hasta que el nombre de Veronika salió a relucir. La gente, en ese entonces, le exigió a él que hiciera algo con el fantasma de Marianne:

—Yo en ese momento era muy jovencito y tonto… sabía que los sacrificios humanos era una práctica común entre mis ancestros. Sabía cómo hacerlos, ¡yo también tenía miedo de Marianne! —el anciano comenzó a llorar—Así que en la desesperación propuse ofrecer a Veronika como sacrificio. Era de la misma sangre que Marianne, era virgen, era buena… tenía todo lo necesario.

—¿Cómo eso puede ser útil para frenar la presencia de un fantasma? —Sanji pateo uno de los bancos, haciendo que el cura se replegase asustando contra la pared cuando dicho banco voló como si hubiera sido catapultado.

—¡Entiéndanlo! ¡Marianne y Veronika eran gemelas! ¡La gente comenzó a temerle a Veronika, a recelarla… y ese temor se convirtió en odio! ¡Yo convencí a los padres! ¡Les dije que era la única forma! ¡Ellos no mostraron resistencia! ¡Estaban destruidos por la muerte de sus hijas, la mujer había enloquecido y él estaba dejando que la enfermedad lo consumiera!

—Pero Veronika no estaba de acuerdo —contradijo Robin—, por algo la encadenaron a la pared.

—Al principio sí —confesó el anciano, en un ligero y culposo murmullo—; pero luego, cuando se dio cuenta de lo que le esperaba, no quiso… y ya era tarde, la gente de todos modos iba a terminar matándola. Era muy duro verle a la cara y ver, a su vez, a Marianne.

—Marianne, el fantasma —preguntó Brook—¿alguna vez les hizo algo malo?

—La gente creía que estaban muriendo por ella, pero yo supe gracias a un barco pesquero que había un virus mortal rondando por aquí… los síntomas coincidían, pero aunque quise hacer razonar a los aldeanos no había forma. ¡No la había! —gritó, babeando y sollozando—La gente no creía que se trataba de un simple virus, le echaron la culpa a Marianne, y Veronika fue ofrecida como sacrificio.

—¿Por qué no la sacó de la isla? —preguntó Luffy, metiéndose el dedo dentro de la oreja—De esa forma iba a salvarla de la locura de los aldeanos.

—Lo pensé, pero fui cobarde, temí por mi vida y creí que si le daba con el gusto a los aldeanos, toda esta locura terminaría.

—¿Y así pasó? —preguntó Sanji, tomándolo de la sotana—Dime, pedazo de mierda, ¿así pasó: la locura se terminó?

—No y sí —respondió—Fue peor… porque la enfermedad se cobró más vidas que nunca, y la gente comenzó a decir que ahora no sólo veían a Marianne en las calles durante las noches, sino que además se aparecía en los espejos. La gente enloqueció, todos los espejos fueron rotos, pero nadie se animó a entrar al laberinto, temían enfurecerla.

—Tal vez porque a la hora de su muerte ese fue el único camino que Veronika halló —interrumpió Brook, desentrañando parte del misterio—, es Veronika la de los espejos, así como también lo es Bloody Mary. Sólo que Veronika es la parte buena y… Bloody Mary, la parte oscura, por decirlo de algún modo. Al ser iguales es difícil decir quién es quién.

—Los rituales de sacrificio humano deben seguir ciertas pautas —aclaró Robin, mirando fijamente al cura—¿Ustedes crearon esos pasadizos con el fin de interconectar la mansión con la iglesia?

—No, en realidad… —se aclaró la garganta reseca—El pasadizo de la iglesia hacia la mansión ya existía en tiempos de guerra…

—Son bunkers —Sanji hizo verbal la obviedad.

—El otro fue más reciente… en algunos momentos pensé en la posibilidad de liberar a Veronika para que huyera a través de él, pero —se aferró la cabeza, recordando con pavor y horror los gritos que por muchas noches oyó en el mismo lugar en donde estaban ahora los Mugiwara.

Los gritos de Veronika, agonizando de hambre y sed, de desesperación y tristeza.

Luffy caminó hasta el banco en donde Sanji había dejado los huesos y volvió ante el cura. Con una seriedad acojonante le preguntó:

—¿Está arrepentido? —Al recibir un nervioso asentimiento de cabeza, Luffy estiró el brazo dándole la manta con los huesos—Entonces entiérrela, es lo único que puede hacer por ella ahora.

La puerta de la iglesia se abrió acaparando la atención de todos. El anciano aprovechó la distracción de los chicos para irse por la puerta lateral que conducía al cementerio, sosteniendo entre sus brazos lo que quedaba de Veronika.

—Usopp —Sanji sintió una presión muy molesta en el pecho, el tirador lucía desencajado y no podía hablar por el esfuerzo de su intensa carrera.

—Chicos —dijo, tomando aire—los busqué por todos lados.

—¿Pasó algo con Zoro? —Fue Luffy quien finalmente lo preguntó.

—Tenemos que volver al Sunny —apremió Usopp sin atreverse a responder—¡Corran! ¡Rápido!

—¿Qué pasa, Usopp? —Sanji se molestó por tanto misterio. Ya habían tenido suficiente por el todo el día, o mejor dicho: por toda la vida—¡¿Zoro está bien? —reclamó—¡Puedes contestar una simple pregunta!
—¡No! —respondió furioso—¡No lo está! ¡Pero puede estarlo si corren, maldición! —bramó con tanta furia que logró imponerse—¡En el Sunny les explico!

—¿Y por qué estamos corriendo, Usopp-kun? —Preguntó Brook, más comedido.

—¡Porque se está haciendo de noche!

—¿Y eso es peligroso? —preguntó Robin, manteniendo la misma marcha que los chicos.

Pero nadie más habló, debían conservar el aire para poder correr. El Sunny se alzaba, imponente como siempre, contra el firmamento que comenzaba a ennegrecerse. Las primeras estrellas ya habían aparecido, pocas, pero claras.

Al final del largo sendero que los conducía al puerto, vieron a una dama vestida de blanco caminar hacia ellos, como si estuviera saliendo del Sunny, pero a mitad de camino se desvaneció en el aire. Para el cocinero esa experiencia fue una manera de confirmar que no estaba loco, pues nadie pudo negar lo que habían visto. Ninguno de los cinco lo hizo: indiscutiblemente la vieron desaparecer.

Cuando Luffy subió, vio a un polizón abordo, pero Nami no le dio tiempo a preguntar quién era:

—¡¿Ya estamos todos? —apremió la navegante, para de inmediato dar las indicaciones.

El Sunny, en pocos minutos, retomó su marcha en altamar y recién entonces las preguntas de los otros cuatro fueron respondidas.

—Su balsa quedó encallada en el arrecife—explicó Franky señalando al niño, quien se quitó el sombrero haciendo una ligera reverencia—, es un pescador de una aldea que está muy cerca de aquí, allí nos dirigimos.

—¿Y Zoro? —preguntó Luffy buscando con la mirada a Chopper.

—Está muy grave —explicó Usopp tomando un trago de agua—, pero va a estar bien una vez que salgamos de aquí.

—Su amigo se encuentra grave por culpa de una bacteria muy resistente —la voz del niño sonó, melodiosa y aguda—, eso dice mi papá.

—¿Una bacteria? — Sanji no entendía entonces qué había pasado allí. Encendió un nuevo cigarrillo, dándose cuenta de que se había fumado un atado entero de veinte en menos de un día.

Mientras tomaban y comían algo ligero para recuperar fuerzas, escucharon al niño con atención. Les contó a los Mugiwara que en el ambiente había una bacteria muy resistente a toda clase de antibióticos. Las personas morían en veinticuatro horas, quizás más si eran lo suficientemente fuertes, pero que una vez que salían del medio natural en donde se desarrollaba dicha bacteria, esta se debilitaba y los medicamentos comenzaban a hacer efecto. Si el convaleciente resistía las dosis, tenía chances de sobrevivir. Si los Mugiwara hubieran seguido con el barco anclado en esa costa un par de horas más, el sistema inmunológico de Zoro hubiera colapsado.

—Mi papá es el mejor médico en nuestra aldea —contó el chico con una sonrisa orgullosa—. Él intentó atender a la gente que vivía en esta aldea. —Negó con la cabeza—Pero no lo logró.

—Con razón nos parecían raros —comentó Luffy—, la gente lucía animada de día, pero de noche…

—¿Qué gente? —preguntó el chico con asombro—Esa isla está desierta desde hace más de una década. Nadie sobrevivió y los pocos que lo hicieron debieron irse para lograr sobrevivir.

Usopp palideció, mientras que Brook comenzó a correr en círculos jalándose el afro.

—¡¿Quieres decir que esa gente estaba muerta?

—Sólo el cura no quiso irse —El niño alzó los hombros, despreocupado—. Mi papá dice que la bacteria afecta a las personas, a algunas más que a otras, y que pocos afortunados logran desarrollar algún tipo de inmunidad. La gente de mi aldea llama a esta bacteria "mushi" y, en apariencia, adquiere más fuerza durante el rocío de la noche.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó Robin con una sonrisa, el chico parecía todo un erudito hablando con términos tan precisos.

—Nueve años, señora —contestó con emoción—, lo lamento, no me presenté —se disculpó—Mi nombre es James Ballentyne.

El cigarrillo de Sanji cayó de sus labios dando a parar sobre los pantalones. Ante la mirada del hombre, James bajó la vista creyendo que había dicho o hecho algo malo.

—¿Tienes algo que ver con… con… la familia Ballentyne que vivía en la colina? —preguntó Sanji, entorpecido con sus propias palabras.

—Oh, sí —respondió el niño con emoción—Somos de la misma familia, mi padre es un primo lejano del señor Thomas Ballentyne. Pero ya les digo que nadie sobrevivió a esta bacteria, y los pocos que lo hicieron, se vieron obligados a irse.

Robin tomó aire, demasiadas sorpresas en tan poco tiempo.

—¿Y, chicos, qué tal les fue? —preguntó Nami para cambiar de tema, sin saber que de esa forma volvía sobre el mismo.

Sanji, Brook, Luffy y Robin exhalaron un sonoro suspiro, ninguno de ellos tenía ánimos para narrar todo lo ocurrido.

—Ya te contaremos, Nami, pero por ahora… —Luffy se bajó de un salto de la mesada—Quiero saber cómo está Zoro.

El capitán caminó hacia la enfermería siendo acompañado por el resto; interrumpieron al reno descubriendo que se estaba quedando dormido sobre un libro abierto. Cuando los vio les sonrió con entusiasmo.

—¡Chicos, volvieron! —Giró en la banqueta para mirar a Zoro—Está respondiendo muy bien a los antibióticos. Lejos del hábitat propicio para la bacteria, y conociendo la resistencia de Zoro, en un par de días estará como siempre.

Los siete respiraron aliviados con ese esperanzador parte médico. Sanji le echó un vistazo al espadachín, notando como su tórax surcado de cicatrices viejas se agitaba por una difícil respiración. Zoro estaba, literalmente, luchando contra la muerte misma.

Los ojos, al cocinero, se le estaban cerrando y sentía que en cualquier momento sucumbiría.

—Iré a darme un baño. Lo necesito —se miró, seguía luciendo como un mendigo.

Ya en el baño preparó todo para darse una reparadora ducha. Necesitaba cuanto antes recostarse en su litera y cerrar los ojos unos segundos. Sentía que la última vez que había dormido había sido hacía siglos.

Y, mientras se desvestía, en el espejo que estaba sobre la pileta pudo ver un reflejo que no le pertenecía. ¿Otra vez? Con resignación miró de lleno, notando que tal como la primera vez la imagen de la muchacha no le producía rechazo, que hasta incluso sus ojos parecían poseer otras intenciones, y por eso los labios del cocinero articularon el nombre de Veronika. En ese momento la muchacha le regaló la misma sonrisa mágica y jubilosa que portaba en el cuadro y que a Sanji había encantado, como si con el gesto le estuviera dando las gracias.

De la misma manera en la que llegó, desapareció.

—Ahora podrás descansar en paz —le dijo a la nada, tratando de borrar de su alma la angustiante sensación que le embargaba por culpa de eso llamado empatía.

Se bañó, se cepillo los dientes y se metió en su litera regodeándose con la agradable sensación de sentir al fin que su cuerpo descansaba. Durante toda la noche soñó, simplemente que no logró recordar nada de esos sueños al otro día, pero estaba seguro que en él había visto a Zoro y a Veronika.

La luz del sol le adormecía, pero no podía volver a acostarse, en pocos minutos sus amigos empezarían a levantarse y a reclamarle comida, así que mejor era empezar cuanto antes con el desayuno.

Notó que el niño ya no estaba a bordo, y fue Robin —la primera, como siempre, en levantarse— quien le informó que habían llegado a la aldea del chico durante el alba.

—No quisimos despertarte… merecías descansar —explicó, tomando asiento y aceptando el café que su compañero le ofrecía.

Olió el agradable aroma, sintiéndose en paz consigo misma.

—¿Tú, dormiste bien? —le preguntó con una sonrisa que la arqueóloga correspondió. Sin darse cuenta el cocinero le estaba dando pie para sondear más al respecto.

—¿La verdad? No —respondió—. Me pasé toda la noche pensando en las razones de que las hermanas te hubieran contactado…

—Pues… no sé qué decir —lanzó una risilla nerviosa.

—Se ve que eres muy empático —razonó la muchacha—, pensé en tu pasado —tiempo atrás Sanji le había contado—y en la similitud con el destino de Veronika.

—¿Crees que ella me contactó por eso? —dejó de cortar verdura para dar la vuelta más atento a la conversación—Puede ser, ¿no? —fue una pregunta sin respuesta—Digo… ella tal vez sabía que yo iba a conmoverme, o que de alguna forma me iba a llegar su historia y… —se rascó la cabeza, guardando silencio.

—Morir de hambre y de sed debe ser algo espantoso.

—Lo es —Giró para seguir cocinando—. Quiero decir, yo no me morí literalmente de hambre, pero sí sé lo que es sentir hambre de verdad. La urgencia y la desesperación…

—Pero viste a las dos —no fue una pregunta, Robin lo afirmó—, Zoro se enfermó, siendo uno de los más fuertes.

—D-debe ser que la bacteria… —Intentó explicar lo inexplicable.

—No, yo no creo que sea eso —le interrumpió, ocultando lo mucho que le enternecía el nerviosismo del cocinero—, según la leyenda, Bloody Mary va tras los enamorados…

—Sí, así dice la leyenda, pero —negó con la cabeza—"Amor" y "Hombre", en una misma oración, no va conmigo—Para quitarle locas ideas a su amiga, afirmó con convicción—: No estoy enamorado de Zoro —decirlo en voz alta le resultó muy extraño, y una ligera sacudida lo recorrió de pies a cabeza.

Robin se puso de pie, dejando la taza vacía dentro de la pileta.

—Yo no dije, ni tampoco la leyenda lo afirma, que el enamorado es uno. Si mal no recuerdo, el duque sí estaba enamorado de Elizabeth, pero no ella de él. Marianne enloqueció de celos y envidia.

—¿Qué quieres decir?

—Piénsalo —propuso—, te dejo con eso —sin más se fue de la cocina para ocupar su reposera a la espera del desayuno.

Sanji tuvo tiempo de sobra para analizar las verdaderas intenciones tras las palabras de la arqueóloga, ¿y por qué, con un demonio, le estaba dando cabida a toda esa locura?

¿No era más fácil suponer que Zoro había enfermado por una bacteria y ya? No, al humano le gusta complicarse la existencia con razones inentendibles.

Cuando terminó de preparar la comida llamó a sus nakama. Él no tenía hambre, así que fue hasta la enfermería y despertó a Chopper.

—Ve a desayunar —le instó y el reno asintió aún somnoliento—y luego acuéstate en mi litera si quieres.

—Pero no lo quiero dejar solo…

—Yo me encargo… —lo levantó de la silla—estás muy cansado. Te has esforzado mucho, Chopper —le sonrió—, estoy seguro de que si tu no hubieras combatido esa bacteria, hubiera acabado con el marimo en un abrir y cerrar de ojos.

Chopper se sintió halagado, pero no tenía fuerzas para gritarle que eso no le hacía feliz y llamarlo tonto. Como un zombie, caminó hasta la cocina, pasando de largo para ir al cuarto de los chicos y echarse sobre una de las literas.

Sanji cerró la puerta y se acomodó en la silla, aprovechó la semi inconsciencia del espadachín para acercarse más a él. Negó con la cabeza, porque lo dicho por Robin volvía a acosarlo como un auténtico fantasma.

Una parte de él le encontraba la lógica. Lo sabía. En el pasado no había querido reconocerlo, pero comprendía el mensaje que escondían las peleas con Zoro, las miradas que le dedicaba cuando, por ejemplo, se desvestía; creyendo que él no se daba cuenta. Rió bajito, "marimo tonto" que no se percataba de que muchas de esas veces él mismo provocaba la situación porque, en toda su heterosexualidad, le halaga despertar el interés de un hombre de la talla de Roronoa.

Pero de ahí a suponer "amor" había un trecho. ¿Podía ser? ¿Que Zoro en verdad estuviera enamorado de él? De repente Sanji se sintió abatido, principalmente porque no se sentía capaz de corresponderle. No aún. Y también porque comprendía que, de ser así, pudo haberle lastimado mil veces sin darse cuenta. Es fácil herir a un enamorado sin la verdadera intención de hacerlo.

Karma. Las chicas lo despreciaban, y él despreciaba el amor de Zoro. Todo era un círculo. Uno como en el que el duque de la leyenda, Elizabeth y Marianne, habían estado envueltos.

—Qué bueno, marimo —murmuró apoyando la cabeza sobre la camilla, había perdido noción del tiempo—ver que estás bien… —murmuró a lo último.

Sin darse cuenta se quedó dormido, pero sintió que despertó a los pocos minutos de cerrar los ojos. No, en realidad habían pasado las horas, a tal punto que sus compañeros se hicieron cargo del almuerzo para no molestarlo. Todos ya estaban al tanto de la pequeña aventura del cocinero, y por eso nadie quiso interrumpir su sueño. Además, según las chicas, se lo veía tan tierno, preocupado por Zoro y durmiendo con la cabeza apoyada a un lado de él.

Salió a cubierta para fumar un cigarrillo. Buscó uno de los lugares más apartados del Sunny, quería estar a solas para seguir pensando. El encuentro espeluznante con un no-vivo había despertado recuerdos de su infancia. Extrañaba a Zeff, maldición.

Sus pensamientos entonces nacían y se conectaban sin sentido; de Pierna Roja, saltaba a Veronika, de Veronika a Zoro, de Zoro al duque, del duque a él… estaba cansado de pensar siempre en lo mismo, pero tampoco podía evitarlo.

Unos pasos tras él no fueron suficientes para acaparar su atención, pensó que alguno de sus nakama debía estar haciendo la limpieza diaria. Sin embargo advirtió sin dificultad que alguien se había parado tras él. Incómodo giró, como si estuviera esperando encontrarse con la presencia de un espectro.

—Zoro —musitó sorprendido, para enseguida reaccionar—; no deberías levantarte —bajó la vista al suelo al notar que no podía reprimir la sonrisa que pugnaba por salir al ver a su compañero de vuelta en pie.

—Siento que estuve un milenio acostado —Todavía adormecido por la fiebre, caminó hasta la barandilla para mirar el mar.

Sanji sonrió aliviado al escucharle, sintiendo también que había pasado un milenio desde la última vez que oyó la voz del espadachín.

—¿Qué pasó?

—No preguntes —agitó la mano—es largo.

—Tienes unas ojeras, cocinero —sonrió de medio lado, mirándole de arriba abajo—. Qué pintas.

—Todavía no me recupero.

Un nuevo silencio, demasiado penoso, se instaló entre los dos. Una gaviota pasó volando por encima de ellos avisando con su vuelo errático que pronto tocarían tierra.

Zoro había estado al tanto de lo ocurrido. En medio de su malestar había logrado recuperar por un leve instante la consciencia y le exigió a Chopper que le explicase qué estaba pasando, pero el reno poco sabía al respecto y lo único que le pudo decir fue que los chicos habían ido a ver qué podían hacer para curarlo.

—Veo que lograron liberarme de la supuesta maldición —Zoro quebró el silencio diciendo lo primero que cruzó por su mente. Sanji arqueó las cejas.

Dejando de lado que el espadachín no se mostraba áspero como siempre con él, había tocado un punto sensible.

—En realidad todo se debió a una bacteria que… —se interrumpió al ver que Zoro negaba.

—En mi delirio —calló abruptamente, porque no estaba seguro de lo que iba a decir—, en mi delirio estuve conversando con alguien.

—¿Con… alguien?

—Una muchacha —asintió el espadachín, clavándole el único ojo que tenía en el único visible en Sanji—me dijo su nombre y todo —rió levemente, se sentía como un loco. Él sabía que la fiebre podía generar visiones.

—Veronika.

Zoro endureció las facciones de imprevisto, como si se mostrase molesto. En realidad se sentía invadido. No esperó oír ese nombre en boca del cocinero, pero en parte fue confirmar las palabras de esa hermosa muchacha.

"¿Habré hablado en mis delirios?" Se preguntó el espadachín; pero Sanji, al ver su desconcierto, intentó explicarle escuetamente.

—Digamos que yo también estuve con ella —se encogió de hombros, percibiendo que el aire entre ambos estaba enrarecido. Siempre lo estaba, pero en esa ocasión les invadía un inoportuno cosquilleo en el vientre.

—Entonces era verdad.

—¿Qué cosa?

—Ella me dijo… muchas cosas —agitó la cabeza, tratando de ordenar sus ideas—entre ellas que no iba a permitir que su hermana me llevara.

Zoro rememoró así el escenario. Durante su delirio permaneció en una oscuridad tan cerrada que el vestido blanco de la muchacha y su cabello rubio, lograban cegarlo. Platicó con ella durante su agonía.

—Me visitó varias veces, una para decirme eso —continuó el espadachín—y la otra para decirme que confiara en ti.

—¿En mí? —Sanji se alegró, tratando de ocultar la emoción que sentía, la pequeña pizca de orgullo. Que Zoro reconociera, aunque fuera un poquito, que él no era tan desgraciado como siempre vociferaba, le colmaba de dicha.

—No te nombró, pero yo sabía que me hablaba de ti. Me decía que tú no ibas a permitirlo, y que ella tampoco. Creo que ella tenía fuerza suficiente para frenar a su hermana —Miró hacia atrás, intuyendo que tarde o temprano Chopper o alguien se daría cuenta de que se había fugado de la enfermería—. Será mejor que vuelva —Todavía se sentía afiebrado.

Dio la vuelta pero no alcanzó a alejarse más de un paso, pues la voz insegura de Sanji le frenó.

—La leyenda decía que… —carraspeó, arrepintiéndose de su arrebato, ¿qué buscaba confirmando lo más temido? —decía que Bloody Mary, por despecho y venganza, maldecía a… —comenzó a mascullar, porque Zoro había caminado hacia él, hasta quedar tan cerca que podía oler su transpiración febril—bueno, que… si a la persona se le aparecía, y a mí se me apareció —reiteró sin necesidad—condenaba a su enamorado —lanzó una risilla de incredulidad—¿Puedes creerlo?

Zoro meditó las palabras del cocinero, aunque no había mucho que meditar. La mentira, después de haberla sostenido por tantos años de viaje, acaba por desmoronarse a causa de un estúpido fantasma y una estúpida leyenda.

Roronoa se dio por vencido, ya había sido desenmascarado. Y como él era un hombre de acción, no tanto de palabras, dio fin al torpe e incoherente balbuceo del cocinero con un furioso beso.

Uno que poco a poco, de nacer tormentoso, acabó por ser apacible. Es que Zoro sabía que con Sanji tenía que ser así: de un golpe, o el cocinero lo mandaría a volar de una patada apenas sospechase las intenciones de un beso.

Pero Sanji estaba demasiado conmocionado por lo que estaba pasando, así que más que abrir los ojos bien grande, no puedo hacer otra cosa. Aleteó como una paloma, reclamando con el torpe gesto tanto atrevimiento por parte del espadachín, pero sin tomar distancia. Quizás porque tras su espalda tenía la baranda y frente a él el cuerpo caliente de Zoro, y no tenía adónde huir.

Lentamente el beso dejó de ser doloroso, y pasó a ser tan dulce que Sanji llegó a la conclusión de que sería una autentica injusticia interrumpirlo. O sea, el cocinero sí tenía corazón y no quería herir los sentimientos del espadachín rechazándolo categóricamente.

Mentira. El beso le gustaba y sabía muy bien que Zoro era fuerte, no sólo en cuanto a la fuerza física se trataba, si no aún más importante, era fuerte de espíritu. Cuando al fin el espadachín se cansó de mordisquearle salvajemente los labios, Sanji pudo murmurar asustado.

—Veo que la leyenda era verdad —asintió, realizando una mueca de aceptación con la boca—, qué loco.

—Que me parta un rayo, cocinero… puto fantasma, que lo arruina todo —tomó distancia, para aclararle los tantos—. No te pido nada de todos modos, ya con esto estoy satisfecho —agradecía que Sanji hubiera sido tan atento con su desesperación. Que, pese a no gustarle los hombres, no hubiera rechazado ese beso. Zoro había necesitado dárselo, pero comprendía que no podía exigirle nada más a Sanji, y por eso lograba sentirse realizado con tan poco.

Dio la vuelta para volver a la enfermería, pero esta vez fue la mano de Sanji la que se lo impidió. El cocinero lo había tomado por un hombro, obligándole a voltear. Zoro vio la expresión en su rostro, mezcla de duda, confusión y disgusto.

—Yo…

—No hace falta que digas nada. Lo sé —aclaró el espadachín.

—No sabes nada —negó, molesto por la interrupción. No le estaba dando la oportunidad de sincerarse. Tomó aire perdiendo la mirada a un punto cualquiera—Dame tiempo, ¿sí?

Zoro alzó las cejas, asimilando lentamente lo que Sanji le estaba dando a entender.

—¿Tiempo? —preguntó, saliendo de su asombro—Quieres decir que existe una… remota posibilidad de que… me tomes en cuenta, aunque no sea una chica.

Sanji entornó los ojos, golpeándole la frente con un dedo.

—¿Después de todo lo que hice ayer por ti me lo preguntas? —Sin embargo reconocía que Zoro no podía tener noción de su sacrificio y que en realidad no había sido para tanto, pero le gustaba alardear al respecto—Perseguí a un fantasma sediento de sangre, atravesé un laberinto de espejos, luché contra mis propios temores, estuve a punto de morir de un paro cardíaco más de una vez… ¡Hice un sacrificio que sólo hago por la gente que quiero! —alzó una mano para después cruzarse de brazos—Tanto esfuerzo de mi parte y no eres una chica… —negó enérgicamente—eso me hace pensar en que…

—Cocinero…

—¿Qué?

—Cállate —impuso de manera insolente.

Sanji descruzó los brazos para apretar los puños con furia, abrió la boca para soltarte un rosario de insultos, pero ninguno salió. Zoro no pudo contra esa expresión, mitad de ofensa, mitad de ira asesina, y comenzó a carcajear, primero despacio, luego con ganas, hasta que la voz de Chopper interrumpió la pelea que venía en camino.

—¡Zoro se escapó! ¡Chicos!

—¡¿Dónde está Zoro? —El chillido de Nami resonó en todo el barco.

—Te buscan, marimo —indicó el cocinero con un gesto de cabeza.

—Sí, tengo que volver —dijo con resignación.

Se rascó la nuca y dio la vuelta para dejarse atrapar y retar por sus amigos, y especialmente por el doctor. Antes de desaparecer por el pasillo, miró por sobre su hombro y le regaló una escueta sonrisa al cocinero que este supo corresponder con el mismo cariño. Con el tiempo esperaba poder corresponderle mucho más que simples sonrisas.

A veces las leyendas tienen mucho de realidad. Y hasta cierto punto nunca sabremos qué es verdad de ellas y qué no, ahí reside su principal encanto. Lo cierto es que desde ese día Sanji mira los espejos con cierto recelo. Y no, no es miedo, simplemente no le gustan.

Porque uno nunca sabe qué puede ver reflejado en ellos, cuando menos se lo espera.


Fin


Muchas gracias por haber leído y muchas gracias a la banda sonora de Entrevista con el vampiro (siempre es útil a la hora de inspirarse para historias de suspenso). Feliz Halloween ^^. Tengan cuidado con los espejos, quien les dice y un día ven algo que nunca quisieron ver.

31 de octubre de 2011

Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.

Edit: olvidé hacer un disclaimer: Mushi es un concepto empleado en la serie Mushishi, que recomiendo ver como si no hubiera un mañana (?) Si no conocen "Mushishi" no saben lo que se pierden XD (fanática, me decían)