Disclaimer: One Piece no me pertenece, todo de Eiichiro Oda.


Por Halloween, pese a que en mi país dicha fecha es indiferente, nació esto. Respondiendo la tabla de Fandom Insano: Tabla Alcohol, prompt: Bloody Mary. Solamente que hice una mezcla con todas las historias en torno a la leyenda urbana. Y por obviedad no la respeto fielmente (sólo la tomo de base) porque si no éste fic será la mar de previsible.

En teoría es un one shot, pero como me quedó demasiado largo para considerarlo uno, lo corté en dos. Si sienten miedo al menos UNA vez puedo sentirme realizada XD El terror es un género que me gusta, pero que es difícil de manejar sin caer en las repeticiones. De todos modos, no deja de ser un fic de One Piece, así que tiene su toque de comedia.


Pareja: puede y no considerarse un ZoSan, sin embargo la historia y el meollo del asunto lo hace un fic "gen".

Personajes: A nadie le sorprende que el principal sea Sanji u_u, ¿verdad?, pero él sólo no tiene el protagonismo. Todos cumplen un papel sumamente importante, empezando por Zoro, siguiendo con Robin, Luffy, Brook, Chopper y el resto.


I


Dicen algunos que los espejos son portales a otros mundos; un lugar arcano en donde habitan seres que no tienen un sitio entre nosotros. Dicen algunos, que los espejos muestran una realidad distorsionada de nosotros mismos; que no es real lo que vemos, cuando vemos en ellos.

Los más escépticos afirman que los espejos son sólo un objeto que refleja la imagen que ven nuestros ojos, pero son muchos los que se atreven a asegurar que, si rompes uno, tendrás siete años de mala suerte. Y hasta hay quienes tapan los espejos cuando un ser querido muere, para evitar que su alma quede atrapada en ellos.

¿Puede el reflejo de un espejo mostrarte lo que no ves con ojos comunes?

Los fuertes vientos monzónicos, embravecidos por las corrientes, los arrastraron hasta la orilla de aquella isla. No habían tenido intenciones de hacer esa parada obligatoria, pero el Thousand Sunny necesitaba unas mínimas reparaciones para seguir su curso.

Para el capitán la excusa siempre era buena. Adoraba visitar cada isla que se topaban en su camino, así que no se quejó y decidió acompañar a Sanji en busca de provisiones. No tardaron demasiado en regresar, y por eso Nami había supuesto que la aldea era pequeña.

—No, es inmensa —exageró Luffy. Era grande para tratarse de una isla pequeña.

—¿Entonces? —Nami arqueó las cejas.

—El mercado no es muy grande —aclaró Sanji dejando sobre la mesa de la cocina lo poco que habían conseguido: verdura y frutas.

No importaba, porque de todos modos ya tenían suficientes provisiones. Habían planeado comprar bastante en la isla anterior para evitar hacer la cantidad mínima de paradas; porque a medida que estaban más cerca de su objetivo, el camino se volvía más difícil.

Lo positivo es que el pueblo no parecía alertado por tenerlos allí, eso era bueno, porque en caso contrario ya tendrían a la marina encima.

—Es un pueblo muy alegre —contó el capitán—; tienen atracciones: una rueda de la fortuna, una casa de espejos, un tren…

Nami lo escuchaba sin prestarle atención, al menos no a él.

—¿Qué pasa, Nami? —preguntó el cocinero notando la lucha de la navegante con el log pose.

—Ha enloquecido de nuevo —negó con la cabeza—, no me gusta cuando hace eso —las pocas veces que había ocurrido, dos en todo el viaje, les habían pasado cosas horribles en las islas que no se imantaban.

Y mientras Sanji acomodaba todo, Nami seguía batallando con el aparejo, Usopp y Franky le hacían los retoques necesarios al barco y Luffy le contaba a toda su tripulación lo que habían visto, Chopper prorrumpió con gritos de alegría.

—¡Yo quiero, yo quiero ir! —miró a la navegante, como si le estuviera pidiendo permiso a su madre.

—Está bien. No pasará nada por bajar un rato a estirar las piernas.

Se prepararon para bajar antes de que la noche los sorprendiese. Usopp y Franky dejaron de lado la reparación del barco excusándose con la verdad: sólo faltaba darle unos retoques a la pintura, pero el Sunny ya podía seguir viaje si querían.

—Alguien tiene que quedarse en el barco —se quejó Nami al ver que todos sus nakama's estaban preparándose.

—Yo me quedo —dijo Zoro sin dudarlo. Le gustaba bajar y caminar por la arena, pero tampoco se moría por hacerlo y, ciertamente, no era la única isla con arena en todo el Nuevo Mundo.

Nadie discutió nada con el espadachín por un largo rato, hasta que fue Brook quien decidió hacer la buena causa del día:

—Ve, si quieres, Zoro-san —invitó con cordialidad—, yo me quedo. —Recordaba que en la última parada el espadachín se había quedado a custodiar el barco, no le parecía justo que volviese a cargar con esa responsabilidad.

—¿Seguro?

—Será mejor —argumentó—, estoy viejo para estas aventuras —mintió.

—¡Sí, Zoro, ven! —Invitó Luffy con los brazos en alto—¡No seas aburrido! —Él también se acordaba de que su espadachín no había bajado en la última isla, y las pocas veces que lo hacía últimamente era para cazar.

—¡Sí, Zoro! —Chopper animó al capitán, contagiado con su emoción.

Roronoa se masajeó la nuca, cerró los ojos y suspiró.

—Está bien —aceptó con desgana.

No le interesaban los juegos, pero pasear un rato no le vendría mal.

El grupo, al inicio, era numeroso, pero poco a poco surgieron las diferencias, todos querían hacer cosas distintas al llegar a la feria. Era pequeña a comparación de la de Sabaody, y sin dudas mucho menos moderna. No contaba con demasiadas atracciones, apenas una rueda de la fortuna, el mentado tren que el capitán había mencionado, unas hamacas, una calesita y, lo más llamativo de todo, la casa de los espejos.

—¡Yo quiero entrar, yo quiero entrar! —Chopper fue dando saltitos hasta la entrada, allí no había nadie y el sendero que conducía a través de la atracción estaba vacío y cubierto de hojarascas.

—No cobrarán entrada —fue el pensamiento verbal de la navegante—, mejor —alzó los hombros, eso era sano para su bolsillo.

—Esperen, esperen —Sanji intentó frenarlos cuando leyó el cartel. No decía "Casa de los espejos", si no laberinto. —vayamos juntos, y tú, marimo, átate un piolín a uno de nosotros porque si entras aquí no te encontraremos nunca más.

El espadachín lo miró entre ojos, para después relajarse, chistar y dar la vuelta.

—Vayan ustedes, yo me quedo aquí.

—No, Zoro —Usopp lo miró con desconfianza.

—No voy a perderme —se quejó al ver la acusación precipitada e implícita en el tono de voz del tirador.

—Pero va a ser más divertido si entramos todos —se quejó Luffy, no entendiendo por qué su espadachín tenía que ser tan amargo a veces. Y lo quería así, de todos modos.

—No me gustan los espejos —fue la postrera excusa del espadachín—, me ponen nervioso.

La sonrisa del cocinero fue ancha. Por eso Zoro lo señaló con el dedo índice.

—Antes de que digas algo, trágatelo.

—Oh, quién iba a decir que el mítico ex cazador de piratas le tiene miedo a un simple espejo.

—No dije que les tenía miedo, sólo que no me gustan. Hay una gran diferencia entre miedo y disgusto.

—No, entiendo —ironizó el rubio—; si tuviera tu cara supongo que tampoco me gustarían los espejos, hasta les tendría miedo.

—Ya, chicos —interrumpió la navegante.

—¡¿Eres sordo o idiota? ¡Dije que no es miedo!

—Bueno, niños —intermedió Franky al ver que Nami no iba a poder contener la inminente pelea de vikingos.

Rodeó por los hombros a Chopper y a Luffy para meterse adentro, mientras que entre Nami y Usopp empujaban al cocinero; este seguía murmurando en voz baja improperios, hasta que de repente su rostro se transfiguró, de mostrar enojo pasó a mostrar desolación:

—¡Esperen! ¡Falta Robin-chwan! —A los gritos estaba—¡¿Robin-chwan donde estás?

—Idiota —murmuró el espadachín dando finalmente la vuelta para irse.

—Es cierto, ¿dónde se metió Robin? —Nami miró hacia sus costados—¿Habrá entrado?

—Quizás le gustan mucho los laberintos de espejos y no pudo contener la emoción —Usopp alzó los hombros, dándose cuenta de que lo dicho por él tranquilamente hubiera sido dicho por Luffy—. Ey, ya no veo a los chicos.

Sanji lanzó un sonoro suspiro y se consoló con la idea de que al menos todavía la tenía a la navegante consigo.

—Ven aquí, Nami, yo te protegeré —¿De qué? Se preguntó la navegante sintiendo el abrazo sofocante del cocinero; se lo sacó de encima para enseguida reparar en el detalle.

—Ya perdimos de vista a los otros tres —se quejó, pero le tranquilizaba oír sus voces a lo lejos; los gritos de júbilo del reno y las exclamaciones del capitán.

Al comienzo del sendero no había espejos, pero enseguida llegaron a una bifurcación en donde comenzaban; desde el suelo hasta el techo.

—Chicos, ¿por dónde agarraron? ¿La izquierda o la derecha? —Preguntó el tirador tratando de que su voz se escuchara.

—¡Derecha! —dijo Luffy.

—¡Izquierda! —dijo Chopper al unísono.

Usopp entornó los ojos.

—¡Left, left! —aclaró la voz del cyborg, y decidieron hacerle caso a él. Entonces, la confusión se inició apenas dejaron atrás el sendero del comienzo.

Debieron haber supuesto que los espejos les ofrecerían reflejos falsos. Cuando creían tener frente a ellos un nuevo sendero, resultaba la mayoría de las veces no ser así. Al apoyar una mano se encontraban con un camino cortado, que simplemente reflejaba el lugar por donde habían venido.

Las bifurcaciones continuaron y se multiplicaron. Sanji no recordaba haber notado desde afuera que el laberinto fuera tan grande, pero comenzaba a sentirse frustrado. La luz de la tarde, mortecina, apenas se colaba por las ranuras que estratégicamente estaban puestas para que la gente pudiera guiarse con la luz del sol. Las volutas se proyectaban en el aire y esos rayos sumaban un desconcierto más: pegaban en el reflejo, encegueciéndolos.

Bueno, los tres se consolaban diciendo que tarde o temprano lograrían salir, porque para tratarse de una atracción de feria debía ser sencillo para que los niños lograran atravesarla sin entrar en una crisis de nervios.

Las voces de los otros tres se dejaron de escuchar, y a los pocos minutos de dar vueltas incluso hasta ellos tres dejaron de hablar entre sí. En el aire se respiraba la sensación de abatimiento, el estar perdido y sin un rumbo concreto.

Nami suspiró sonoramente, estaba cansada de caminar sin ton ni son.

—Quiero salir de aquí.

Ese murmullo fue el desencadenante, porque Usopp comenzó a desesperarse. Él también quería salir, ya estaba aburrido de dar vueltas. Cada tanto llamaba a sus otros tres amigos para asegurarse que estaban cerca, pero por muchas vueltas que daban, no lograban topárselos.

—Puta salida —murmuró el cocinero frenando los pasos para descansar un poco.

—Dentro de nada la luz del sol se apagará —Usopp buscó con la mirada luces artificiales, pero no había nada que le diera la pista de que existía energía alterna en ese estrecho lugar.

De mal en peor, nadie los había visto entrar, es decir, ningún boletero o encargado de la feria, a excepción de Zoro, sabía que ellos seis estaban ahí.

La idea de tener que pasar toda una noche a oscuras les fastidiaba, más que darles miedo. Y los espejos lograban ponerlos nerviosos, porque si bien no distorsionaban como creyeron que haría, les mostraba la imagen de sus caras preocupadas, fatigadas y molestas.

El tirador tanteó con la mano para tratar de dar con una nueva bifurcación, mientras que los otros dos se habían detenido, pero Nami, al ver que Usopp seguía camino, fue tras él apremiando al cocinero.

Sanji giró, en esa confusión creada magistralmente por espejos que no dejaban de reflejar su propia imagen repetida. Hacía tiempo había dejado de prestarle atención y de sentirse maravillado, pero sus ojos captaron una delicada figura femenina.

Algo así, a un hombre como él, no se le escapaba; pero no alcanzó a verla con claridad, apenas la silueta de una muchacha —porque su vestido blanco la delataba— atravesando el pasillo tras él. Lo único que había podido notar era que su cabello rubio le llegaba hasta la espalda, pero los rasgos permanecieron vedados. Tan sólo con haber visto ese perfil agraciado suponía que debía ser una bella dama, y de repente se sintió afortunado.

—No estamos solos —se dijo a sí mismo, con emoción—; una hermosa chica también está perdida—. De repente se dio cuenta de que hablaba solo—Mierda.

Caminó con prisa tratando de dar con sus amigos, pero no los encontró en su camino.

—Nami, ¿dónde estás?

—Espera, ahora te paso la dirección —dijo la navegante con calma—¡¿Cómo quieres que lo sepa, imbécil? —Estaba a punto de largarse a llorar, ella, una mugiwara que se había enfrentado a seres que harían temblar la tierra, que había estado en una isla del cielo y se había batido con zombies, asustada por simples espejos.

Aunque valía destacar que no se trataba de recelo, precisamente, si no angustia. La aplastante sensación de vacío que genera estar atrapado en un lugar sin una aparente salida.

—Encima Usopp me dejó sola —se quejó, haciendo que su voz atravesara los espejos.

—¡Malditas seas, Usopp! —Le reprendió el cocinero—¡¿Cómo vas a dejarla sola a Nami-swan? Cuando te agarre ya verás la que te espera.

—¡Pero…! —El tirador intentó defenderse—¡Simplemente di la vuelta y ya no la tenía atrás! ¡Nami! —le reprochó a ella.

—Ey, boys, creo que voy a romper los espejos —Franky ya había llegado a su límite.

—¡No, no, no! —Nami le frenó en el acto—¡Que después tendremos que pagar los daños! ¡Y no pienso tampoco tener siete años de mala suerte multiplicado por mil!

—Mentira, Nami no quiere tener que pagar —murmuró el reno, pero la distribución del lugar ofrecía un eco inigualable y todos le escucharon.

—Además puedes lastimar a la chica —reprendió Sanji.

—¿Qué chica? —Luffy miró hacia atrás buscándola con la mirada.

—Hay alguien más aquí, una muchacha.

—¡Ey, muchacha! —Llamó el capitán—¡¿Tú también estás atrapada?

El silencio reinante después del llamado de Luffy fue estremecedor, hasta que Chopper lo quebró.

—¿Estás seguro, Sanji?

—Por supuesto —se sintió ofendido de ese descreimiento por parte de su amigo.

—Encima nosotros también nos separamos —se animó a confesar Franky una vez que los otros tres revelaron su infortunio.

—C-chicos —Usopp trató de que su voz sonara firme, pero no lo consiguió—, se está haciendo de noche, ya casi no se ve.

Sanji chistó buscando con calma sus cigarrillos.

—¡Hace frío! —Se quejó el capitán.

—¿Qué? —El reno trató de dejarse guiar por su sentido del tacto desarrollado—¡Luffy tiene razón, hace frío!

La risa alegre de Chopper recorrió todo el lugar, como la risa cálida de un niño.

—Bien por ustedes, encontraron la salida —felicitó el tirador con cierta pizca de envidia, sin embargo él también comenzaba a sentir la brisa fría de la noche.

—¡Es por aquí! —La voz de Nami, alegre, puso en alerta los sentidos del cocinero.

—¡Ouch, Nami! —Usopp se había chocado con ella.

—¡Chicos! —Vociferó Luffy con emoción al ver a los otros cuatro—¡Estamos todos! —Carcajeó—Sanji, ¿te falta mucho?

—Y… pensaba quedarme un rato más aquí, si no le molesta, capitán —dijo condescendiente—¡No puedo salir, idiota!

—Déjate guiar por la brisa —aconsejó el tirador como el Jedi aconsejaría a su joven aprendiz.

—Sí, genial —continuó con fastidio y punzante—. Sólo que no siento ninguna puta brisa —de golpe recordó a la chica—. Además les recuerdo: hay alguien aquí, si se hace de noche… —No pensaba dejar sola a una muchacha en ese horrible laberinto.

—Pero no hay nadie, Sanji —exclamó Nami, para volver a llamar a la misteriosa muchacha—¡¿Hay alguien aquí que no pueda salir?

De vuelta el silencio fue absoluto, apenas el ruido del viento colándose a través de las rendijas que servían para dar paso a la luz se podía oír; como el chillido de un animal nocturno y espectral.

—Ya debe haber salido, Sanji —explicó el reno.

Sanji volvió a exhalar el aire retenido, farfullando en voz baja improperios hacia la genial idea de sus nakama de meterse ahí adentro. Ya era de noche y prácticamente no se podía ver. Se llevó un cigarrillo a la boca e intentó hacer chispas con el encendedor.

Una, dos veces. A la tercera se encendió y pudo ver, con claridad, la figura de alguien que no era él en el espejo que tenía enfrente.

—¡Mierda! —Su corazón latió desbocado y el encendedor cayó al suelo.

—¿Qué pasa? —Nami se alarmó, no era común que algo asustase a Sanji, salvo ver una vieja muy fea.

—Nada, sólo… mi imaginación.

Mentalmente se dijo que tenía que salir de allí cuanto antes, así que comenzó a caminar sin sentido, pero la luz escasa de la luna no era suficiente para iluminar su camino, y la oscuridad comenzó a encerrarlo cada vez más. Lo engullía y parecía estar a punto de devorarlo.

No sentía aprensión de la situación, simplemente curiosidad y un poco de desconcierto. Buscó de nuevo su encendedor para al menos tener esa pequeña luz de guía y poder ver lo que tenía frente a sus narices.

Ahora, las imágenes que mostraban los espejos se difuminaban más que antes, su propia figura lucía lúgubre, transfigurada y podía ver, con claridad, por mucho que tratase de ignorarlo, que algo había ahí con él.

Era imposible no verlo, la distribución de los espejos le permitía no perder detalle de ningún rincón. Por aquí, por allá, a la izquierda, a la derecha, una sombra se arrastraba. ¿Tras su espalda, adelante? No lo sabía, pero comprendía que no estaba solo, que algo —o alguien— estaba allí con él. ¿Una persona? ¿Un animal?

Tomó aire y siguió caminando, guiándose por la suave brisa que a cada paso se sentía con más fuerza. Ya no oía las voces de sus amigos, y eso le inquietó aún más.

—Ey, deja de esconderte —le dijo a la figura enigmática, con desconfianza y recelo.

La figura pareció oírlo, pues en el espejo frente a él logró verla con claridad, al menos con la claridad que su propio encendedor podía ofrecerle.

El vestido blanco se perdía en la negrura del lugar, pero su cara, por sobre el hombro del cocinero, tenía todos los detalles. Era una muchacha bella, no sonreía, no lloraba. Se limitaba a mirarlo con una expresión neutra en el rostro. Por reflejo, comprendiendo que tanta belleza etérea no podía ser de este mundo, giró con rapidez para tratar de sorprenderla, pero tras él no había nadie, y era imposible perderle el paso a alguien con tantos espejos reflejando todos los ángulos.

Sanji así lo confirmó: no estaban solos, pero sin dudas no debía preocuparse por la figura femenina, ya que parecía poder atravesar los espejos sin dificultad alguna. Quizás era su mundo, quizás de allí salía, como así allí volvía.

Y mientras miraba hacia atrás, buscándola, una mano le aferró con fuerza la muñeca que sostenía el encendedor.

—¡Ah! —El grito de Sanji fue uno no propio de un mugiwara, ni siquiera de un hombre. Es que le había tomado por sorpresa—¡Nami-san, casi me matas de un infarto!

—Por aquí, tonto —le indicó con afecto y un poco de gracia, conduciéndolo a través del pasillo. Estaban cerca de la salida.

Poner un pie afuera y lograr ver el cielo estrellado les llenó de paz y alegría. Los seis suspiraron aliviados y a la par, dejando atrás el laberinto de espejos. Nunca más, se dijeron todos de manera tácita.

Sanji estaba demasiado conmocionado por lo vivido, así que no contó nada y se mantuvo en un cerrado silencio. No era de descreer en asuntos sobrenaturales de ese talante, él, al igual que muchos, sabía que había cosas en el mundo que escapaban de la comprensión humana. Podía buscarse a todo una explicación lógica y científica, pero a veces sencillamente no la había.

El cocinero había tenido de niño alguna que otra experiencia de las llamada "sobrenatural", pero nunca una de esa magnitud, tan vívida y tan real. Le había estremecido. Seguía sin ser miedo, pero sí curiosidad. Mezcla de rechazo con ansiedad. Miró hacia atrás sintiendo escalofríos al ver la salida ensombrecida por la noche. Parecía la gran boca de una cueva. De una sin fin.

—Vamos, Sanji —apremió la navegante.

Entonces el rubio dejó atrás a la enigmática muchacha y apuró el paso para alcanzar a sus amigos.

Cruzaron la colina rumbo a la feria, pero a medida que iban adentrándose fueron dándose cuenta de que estaba, literalmente, vacía. Los juegos seguían en su lugar, cierto, pero las luces estaban apagadas. No obstante, lo más inquietante era no poder dar con ningún indicio de que allí hubiera vida humana. Las calles desiertas y las casas con sus ventanas completamente tapiadas daban la sensación de que allí no había nadie. Ni siquiera se veían las luces de las velas iluminando un hogar.

—No hay nadie ya —el tirador buscó con la mirada algún puesto. Eso era extraño, por muy de noche que fuera en la mayoría de las islas los bares solían quedar abiertos, y algún que otro puesto donde comprar comida.

—Quizás son de acostarse temprano —agudizó el capitán, tan sorprendido como los demás de no ver una mísera alma, pero tampoco tan preocupado.

Sanji sentía la garganta cerrada y su corazón había acelerado de nuevo sus latidos.

—Es extraño… —murmuró Nami mirando la iglesia al final del camino, o de lo que sería el pueblo.

Más allá había una colina, y sobre ella, una enorme mansión que le recordaba vagamente a la de Kaya. En ella sí se podía ver la luz en los enormes ventanales.

—Volvamos al Sunny —Sanji dio la vuelta, sin darles tiempo de reclamarle nada.

Nadie pareció en desacuerdo con esa propuesta. Chopper fue el primero en apurar el paso para alcanzar al cocinero, siendo seguido por el cyborg quien se quejó del infortunio.

—No pensé que cerraban tan temprano, necesitaba comprar algunas cosas.

—Mañana —El cocinero no se explicaba por qué esa urgente necesidad de volver a un lugar que él consideraba seguro.

—Es raro no ver a nadie, ¿no? —Usopp se pegó más a Luffy, quien se debatía entre golpear las puertas y no; sabía que era una falta de respeto hacerlo y prefería pensar que como buenos pueblerinos que eran, solían acostarse apenas el sol se ponía.

Pero sí, nadie dejaba de lado lo sospechoso del asunto, porque una cosa es suponer que la gente está dentro de sus casas, descansando de un día largo, otra muy distinta es sentir que no había un alma en ese lugar.

El Sunny se imponía a lo lejos, con su bandera meciéndose elegantemente contra el cielo estrellado. Subieron con prisa, más que nada Sanji, creyendo que era tarde, pero grande fue su sorpresa al notar por la posición de la luna que no era tan tarde como sospechaban.

—¿Dónde se habían metido? —Zoro apareció en la oscuridad, sorprendiéndolos, tenía la cara demacrada y los ojos hundidos. Los seis dieron un respingo por su fantasmagórica y furtiva aparición—¿Qué les pasa? —Frunció el ceño, ¿por qué lucían asustados?

—No sabes, Zoro —Luffy carcajeó—. Nos metimos a ese laberinto y estuvimos un buen rato tratando de salir. ¡Fue divertido! —de repente analizó sus propias palabras—Bueno, al principio lo fue, pero después ya era molesto.

Nami estaba abrazada al mástil principal, contenta de estar de nuevo en casa, mientras que Usopp se había tirado sobre la cubierta de cara al cielo. El cyborg no tardó en llamarlo, algo preocupado y mosqueado.

—¡Ey, chico… no reparaste la gavia!

—¡Sí que lo hice! —Usopp se incorporó de golpe, para caminar hasta donde estaba el carpintero.

Sanji, mientras los demás le contaban la aventura al músico y al espadachín, fue hacia al baño para lavarse la cara y las manos. Una vez dentro de él, cerró la puerta y apoyó la espalda contra ella, cerrando levemente los ojos.

Los abrió, notando su propia figura cadavérica y pálida. Abrió el grifo de agua sin notar la estampa femenina que en el espejo había quedado una vez que él se agachó a beber agua. No importó, porque cuando levantó la cabeza la vio. Acaso, la chica ¿lo había seguido hasta el Sunny?

Maldición, él que creía estar seguro en el lugar que consideraba su casa. ¿Por qué demonios, cuando una chica bonita se le pegaba, resultaba ser un espectro? Una parte de él le halagaba —tonto—, pero la otra temía dicha figura, tal vez porque en los ojos vacíos de la muchacha, cuya imagen había quedada adherida al espejo, había algo que mortificaba al cocinero. Un sentimiento sombrío y angustiante. De repente, observándola con más calma y con suficiente luz, ya no la apreciaba bonita, al contrario, le parecía diabólica. No era la misma chica que había visto en el laberinto, ni la sensación que le embargaba al verla era la misma.

Volvió a lavarse la cara para tratar de borrarla, pero allí seguía, y por mucho que daba la vuelta para ver sobre el hombro, no había nadie detrás de él y en ese reducido espacio. Abrió la puerta apagando la luz, dejando finalmente atrás la insistente silueta.

Fue hasta la cocina con el fin de ponerse cuanto antes con la cena, y algunos de sus compañeros lo siguieron. En ella, Robin ya estaba, tomando un café y leyendo un libro.

—Robin, ¿dónde te habías metido? —reclamó Nami, aliviada al verla.

La arqueóloga mostró una pequeña pizca de sorpresa, no había notado que sus amigos ya estaban a bordo. Dejó el libro de lado y explicó con calma:

—Fui a la iglesia del pueblo, quería conocer los orígenes de la aldea —sonrió apenas, cerrando los ojos por un breve intervalo.

—Avisa, mujer —se quejó la navegante.

—¡Robin-chwan! ¡Te extrañé tanto!

—¿Y ustedes? —Preguntó, ignorando el baboseo habitual del cocinero.

—Fue horrible —dijo Chopper de la nada y con cara de espanto.

—Imagino que no habrán ido al laberinto de espejos, ¿cierto? —Robin carcajeó muy internamente cuando vio la expresión en sus nakama.

Una parte de ella sabía que ellos de alguna u otra forma acabarían allí. Era increíble, pero parecían tener un imán para los problemas.

—Está abandonado hace tiempo —reveló la arqueóloga—según me dijo el sacerdote, debido a una vieja superstición que tienen los aldeanos.

—Sigue —Sanji se sentó a la mesa, dejando de lado la preparación de la comida para prestar entera atención a su amiga.

—Me dijo que los aldeanos le temen a ese laberinto, y que por eso no se acercan a él —ladeó la cabeza—, le pregunté por qué, si es que tanto le temían, no lo demolían. Pero se ve que la creencia popular es tan fuerte que nadie se anima a mover un solo espejo.

—¿Por qué? —Preguntó Luffy mordiendo una manzana.

—Porque temen que la maldición de Bloody Mary los alcance.

Fue así que Robin comenzó con su extenso relato.

Desde que habían anclado en la isla, la cúpula de la iglesia le había llamado poderosamente la atención. La cruz no parecía ser una cruz propiamente dicha, y no estaba segura de la simbología que portaba. Por eso esa tarde decidió ir sin dudar a averiguar más sobre la isla mientras sus amigos discutían sobre a qué juego irían primero.

Caminó entre la gente notando algo extraño en el ambiente. Un ligero escalofrío la llevó a abrazarse a sí misma; era como una brisa muy helada colándose desde alguna rendija abierta. Un sin sentido, ya que estaba al aire libre.

Robin solía dejarse llevar por su intuición, era buena en eso y un arqueólogo varias veces debe valerse de ella.

Llegó ante la iglesia y observó una vez más la copula de la misma. Levantó la mirada a lo alto, pero la luz del sol logró cegarla, hasta que una nube le permitió ver mejor ese símbolo. Tenía cinco puntas, la rodeaba un círculo y, en el centro, había una cruz latina.

Tocó la puerta notando que cedía con facilidad, la empujó y puso un pie dentro pese a que la oscuridad del sitio era prácticamente total. Sus ojos tardaron en habituarse, pero cuando lo hizo pudo ver en la penumbra detalles que, en ese momento, no le llamaron tanto la atención.

Los bancos largos estaban puestos estratégicamente, y como en toda iglesia, a lo largo del recinto. Hacia el final había un altar. Su dedo recorrió uno de los respaldos juntando el polvo acumulado. El pensamiento murió apenas nació:

—Parece que no es muy visitada por los aldeanos.

—¿Quién eres?

Una voz a sus espaldas le hizo perder el hilo de sus pensamientos, volteó y vio a un hombre mayor vestido con una clásica sotana negra.

—Mucho gusto —Hizo una ligera reverencia con la cabeza—. Sólo soy una arqueóloga, quería conocer un poco más sobre los orígenes de la aldea. Lamento molestarlo.

—¿Una arqueóloga?

Robin asintió con la cabeza:

—Lamento molestar —reiteró, y por eso el cura se apresuró a borrar el gesto de desconcierto de su rostro para cambiarlo por una tenue y precipitada sonrisa.

—No es ninguna molestia, solo que… no solemos recibir muchas visitas.

—Entiendo…

—Ya ves que la isla no es ningún punto turístico de importancia y encima no es fácil llegar a ella.

—El monzón nos sorprendió —explicó la muchacha—, por eso terminamos aquí.

—Oh, sí… el monzón —El hombre de contextura enjuta, pese a mostrarse un poco más accesible seguía luciendo incómodo por la presencia de la extranjera—¿Y en qué puedo ayudarte? —dijo finalmente, luego de un pronunciado y embarazoso silencio.

—¿Usted vive aquí? —Robin no encontró prudente lanzar preguntas directas sobre la vida de la aldea; el hombre todavía no parecía muy asequible.

—Sí, tengo una pequeña cabaña tras la iglesia —Era sabido que los curas, en las aldeas pequeñas, eran los encargados incluso de los entierros, por eso Robin consideró que quizás el cementerio estaba tras ellos. Le había parecido haber visto unas enormes murallas que aislaban lo que, sospechaba, era el camposanto.

—Noté, apenas llegué, que las ventanas están tapiadas, ¿hay animales salvajes merodeando la aldea?

El anciano negó con la cabeza, sonriendo quedamente.

—Le temen a la noche —. Robin notó que no hablaba por él, sino más bien en nombre de la gente—Verás que en un par de minutos no quedará nadie en las calles. Es más, te aconsejaría pasar la noche aquí; no hay hosterías en este pueblo y no es prudente andar sola de noche.

—No se preocupe, tengo un lugar —El hombre pareció interesado en ese supuesto lugar, pero ella no quiso que la conversación se desviase a temas banales así que se apresuró a agregar—¿Y por qué la gente le teme a la noche?

—Por una vieja leyenda —dijo, casi resignado. Caminó con paso dubitativo hasta el lado derecho de la iglesia, por la oscuridad Robin no había alcanzado a distinguirlo bien, pero allí también había una pequeña biblioteca.

El anciano encendió un candelabro y buscó con calma entre los tomos sin dejar de lado la plática:

—¿Viste la mansión que hay en la cima? —La chica asintió—Le pertenecía a la familia Ballentyne; ellos fueron los fundadores de esta aldea.

—¿No queda ningún Ballentyne vivo en la actualidad? —Advirtió que el hombre hablaba sobre la familia en pasado.

El sujeto negó con la cabeza y Robin entonces decidió no interrumpirlo para escuchar la historia.

—La leyenda tiene que ver con la última descendencia. —Dio con el tomo y buscó entre las páginas—La señora y el señor Ballentyne habían tenido unas hermosas hijas, muy agraciadas no sólo en belleza. Eran inteligentes, bondadosas… y la gente las amaba.

—Doy por hecho que algo trágico les pasó.

El cura asintió con pesadumbre. Y por eso Robin intuyó que la historia le afectaba al pequeño hombrecito.

—Elizabeth era la mayor —se perdió en sus recuerdos—; murió el día de su boda —dijo sin rodeos—. Ella era la enamorada de un duque joven y con un excelente pasar; pero con la mala fortuna de que su hermana Marianne también se enamoró de él. Según dicen, Elizabeth se casaría con el duque por los privilegios que obtendría del enlace, en cambio el amor de Marianne en ese momento era sincero.

—Las hermanas se vieron divididas.

—Ambas eran hermosas e inteligentes —asintió—, pero a Marianne siempre le molestaba que su hermana mayor obtuviera todos los privilegios de un primogénito. El amor por el duque la encegueció y el día de su boda, tras una discusión, mató a su hermana.

Extendió el libro mostrándole la foto de un hombre de aspecto duro. La barba era copiosa, pero se la notaba cuidada, y la mirada parecía expresar rectitud y honestidad.

—¿Es el Señor Ballentyne?

—Sí. —Dio vuelta la página y la foto de la mujer apareció. Pero allí no había fotos de las hermanas.

—Cuando Marianne se dio cuenta de lo que había hecho —continuó el cura—, de que había matado a su propia hermana… se suicidó —negó con la cabeza, afligido—Pese a los celos de hermana, ella quería mucho a Elizabeth, nunca había tenido la intención de matarla, supongo que la discusión se le habrá ido de las manos y… tuvo un desenlace fatal. La culpa la dominó y no pudo vivir con el peso.

—Imagino que eso habrá devastado a la familia.

El cura asintió, perdiendo la vista a un punto cualquiera, reflexionando sobre ese pasado ya algo lejano.

—Y también imagino que la historia que me contó es verdad.

—La historia sí —asintió—, pero en base a la historia nació la leyenda. Son sólo supersticiones. —Una de sus sonrisas, precipitadas y nerviosas, volvió a asomar—Según la leyenda, Elizabeth, antes de morir, le echó una maldición a su hermana, y es ella, Marianne —aclaró— la que sale a deambular todas las noches en busca de venganza, o quizás de descanso. —Miró por uno de los enormes ventanales, todavía la luz del sol podía apreciarse en toda su plenitud—Dicen que si ella se le presenta a alguien cuando el sol ya se ha puesto, esa persona queda maldita. —Volvió a mirar a la arqueóloga, un poco emocionado con la narración del mito—Y su enamorado morirá a la misma hora, el día siguiente.

—¿Y eso por qué? —Como buena arqueóloga que era le gustaban las historias, pero para ella debían tener sentido o se le dificultaba sentir simpatía.

—Son los celos que siente hacia las personas que tienen amor. Como ella no lo tuvo, las envidia.

—Suena creíble puesto de ese modo —dijo Robin, obviando de por sí que se trataba de una mera leyenda.

—Sin embargo yo creo que las muertes deben tener alguna otra causa.

—¿Dice que hubo muertos? —Se mostró alarmada, ese detalle el cura no lo había mencionado con anterioridad.

El anciano recién pareció reparar en que no le había especificado eso.

—Pues… cada tanto alguien muere. Dicen que por la maldición de Bloody Mary, pero soy de creer más en que se trata de algún virus poderoso que anda en el ambiente. No tenemos buenos médicos en la aldea, la gente enferma y muere.

—Sin embargo a las personas les gusta más creer en historias de fantasmas —Robin sonrió mientras el anciano elevaba una mano de acuerdo con ese pensamiento.

—Así que nadie sale, ni abre por temor a que ella se aparezca tras la puerta. Mucha gente asegura haberla visto —Rió entre dientes.

—Entonces, si no cree en la leyenda —Robin cerró el libro estudiando la futura reacción del anciano—¿Por qué me ofreció un lugar?

El hombre se enserió, abrió la boca y la volvió a cerrar. Se remojó los labios y, luego de parpadear, prorrumpió en delicadas risas.

—Después de todo soy humano —Guardó el libro que Robin le devolvió—. Aunque trato de no creer en supersticiones, una parte de mí no puede evitarlo —Alzó los hombro—. El humano es así.

Robin también rió bajito de acuerdo con ese pensamiento. El hombre se mostraba relajado con ella, ya no estaba tan tenso, y por eso siguió narrándole sobre la familia fundadora de la aldea. Le contó que todo lo que había allí le pertenecía a ellos, que el pequeño y muerto parque de atracciones también eran suyos.

De esa forma llegó al mentado laberinto, y en ese punto Robin se detuvo a la hora de explicarles a sus amigos el por qué del aparente abandono que sufría todo en esa remota y olvidada isla.

Durante varios minutos sólo se oyó la voz de Robin en la cocina, pero cuando ella finalizó con el largo relato, Sanji se animó a interrumpir el breve silencio que nació apenas la arqueóloga dejó de hablar.

—Yo la vi.

La espalda de Nami se apoyó contra la madera, ella recordaba muy bien la insistencia de Sanji.

—¿Recuerdan que les dije que no estábamos solos, que… ? —Trató de no mostrarse alterado.

—Thriller Bark, y ahora esto —murmuró Nami, desahuciada.

Usopp entró, seguido de Franky, interrumpiendo así la conversación. Parecían discutir entre ellos de una manera amable.

—Te digo que lo hice.

—Si tantas ganas tenías de bajar a pasear, lo hubieras dicho.

—¡Te digo que lo reparé! ¡Me aseguré de que…! —silenció al ver el semblante de horror en sus amigos.

—¿Qué pasa? —Preguntó Nami, preocupada.

—Nada —le tranquilizó el cyborg—Sólo que misteriosamente el casco vuelve a estar roto. Mañana me haré de algunas maderas; puedo usar las que tengo en el depósito, pero esa madera del árbol de Adán prefiero guardarla para reparaciones más importantes.

—A ustedes qué les pasa —preguntó el tirador—. Parece que hubieran visto a un fantasma.

Luffy señaló a Sanji con una despreocupada sonrisa.

—Nosotros no, pero él sí. ¿Recuerdas la chica que Sanji dijo ver en el laberinto? —Cuando Usopp asintió, continuó, carcajeando y explicando con naturalidad—Bueno, parece ser que está muerta y que va por ahí en busca de venganza.

La piel oscura de Usopp se puso pálida de golpe.

—Bueno, pero quizás fue tu imaginación —trató de consolar Nami; le golpeó al cocinero en un hombro para traerlo de vuelta a la realidad—, tal vez sí había una chica, pero no necesariamente tiene que estar muerta, ¿verdad?

Sanji tragó saliva antes de contradecir aquello, porque si bien no sentía propiamente miedo hasta entonces, se daba cuenta del impacto que podía causar revelar la verdad.

—Bueno —rió con nerviosismo—, lo cierto es que la sigo viendo.

Los ojos de Nami se clavaron en los del cocinero, como si estuviera esperando a que el chico comenzara a carcajear y dijese algo como "era una broma", sin embargo eso no pasó. En cambio, el rubio continuó hablando.

—Está aquí, en el Thousand Sunny. Cada vez que me acerco a un espejo, la veo.

El nuevo silencio reinante en la cocina fue estremecedor; todos, incluido Luffy habían retenido el aire por un breve instante a causa de la impresión que les había dado esa información. Todos los presentes se sumieron en reflexiones, y cada vez que nacía la intención de darle una explicación lógica, enmudecían al notar los detalles: Sanji podía verse sugestionado, cierto; pero no por una historia que aún no conocía.

Ninguno de los presentes pudo decir nada, Robin cavilaba, trayendo a su mente fragmentos de la leyenda. Luffy olía el comienzo de una nueva aventura, Nami temblaba, el resto no era menos, pero antes de que alguien pudiera decir algo, Chopper irrumpió en la cocina.

—¡Chicos!

—¿Qué pasa, Chopper? —Luffy borró el semblante apacible de su rostro cambiándolo por uno de preocupación.

—Es Zoro —dijo el doctor, alterado.

—¿Qué le pasa a Zoro? —Preguntó Nami para enseguida ir tras el reno.

—No sé qué es, pero tienen mucha fiebre. Ayúdenme, hay que cargarlo y llevarlo a la enfermería.

Sanji se puso de pie tan bruscamente que la silla cayó hacia atrás. Chopper preparó todo en la enfermería, mientras el cyborg cargaba con el pesado cuerpo afiebrado del espadachín. Roronoa no parecía estar muy consciente de la situación; en su rostro había una mueca de dolor muy intensa y su frente estaba perlada en sudor. Movía los labios balbuceando frases incoherentes, producto del delirio.

—Esto es cosa de Bloody Mary, seguro —dijo Usopp, neurasténico. Porque todos sabían que Zoro tenía una salud de hierro.

—No tiene sentido —dijo Robin sonriendo en su interior, para ella sí tenía sentido, pero no quería colocar a Sanji en una situación embarazosa—Según la leyenda, suele llevarse al enamorado.

—De ser así, todas las chicas del mundo estarían en peligro —se excusó el cocinero—, pero ¿el marimo? —frunció el ceño—De verdad no tiene sentido —dijo tajante.

—¿Cómo está, Chopper-san? —Brook se acercó al convaleciente, para observarlo más de cerca.

Era tan extraño verlo a Zoro tan débil, tan vulnerable.

—Tiene mucha fiebre, tengo que bajársela cuánto antes, es peligroso —Dio al fin con la medicina para la fiebre y, abriéndole la boca, le obligó a tragar—. Chicos, que alguien prepare una de las tinas con agua natural —Usopp era el que más cerca estaba de la puerta, así que enseguida dio la vuelta para ir hasta el baño a cumplir con la orden del médico.

Luffy se sacó el sombrero y lo estrujó entre los dedos, le ponía nervioso ver a Zoro así, no sabía bien por qué, quizás por la misma razón de todos: era muy raro recordarlo al espadachín tan enfermo.

—Ey, Chopper… no se lo ve muy bien.

No recibió respuesta, el doctor estaba concentrado en la preparación de la medicina, buscando las razones de tanto malestar en tan corto lapso. Trató de recordar los antecedentes médicos del espadachín, lo que habían comido en ese día, hasta las molestias de las que Zoro pudo haberse quejado durante el viaje.

Hacía menos de dos horas Roronoa lucía como siempre. Era imposible tanta desmejora en tan corto tiempo, ¿estaría envenenado? Le aplicó un antídoto sin estar seguro, pero prefirió prevenir que lamentar.

—Zoro es fuerte —dijo Nami, como si buscase darse ánimos a sí misma—. Es sólo fiebre, para mañana estará bien —Puso una mano tras la espalda de Luffy y lo empujó con esa delicada gracia femenina que todas las mujeres tienen—. Vamos, Luffy, dejemos a Chopper trabajar tranquilo.

Sanji buscó un cigarrillo sin quitarle la mirada de encima al espadachín. Se sentía nervioso, tenso y afligido. Una parte de él trataba de encontrarle lógica, pero la otra parte sabía que todo podía tener que ver con esa mujer que le acosaba cada vez que se miraba en un espejo.

De ser así, y según lo narrado por Robin, no quedaba nada para hacer. Zoro moriría al otro día. Dio la vuelta para caminar impaciente hacia la cubierta. La comida había quedado olvidada. Robin lo siguió por detrás, dejando al cyborg y al músico ayudando al doctor.

—¿Cocinero-san? —Había usado ese tono que siempre le confortaba y le daba ánimos, pero no funcionó en esa ocasión.

—¿Tú crees… —Sanji negó con la cabeza—tú crees que la leyenda tenga que ver con…?

—Esperemos a ver qué dice Chopper —No se animaba a negar o a afirmar, después de todo ellos, como buenos Mugiwara, sabían que todo podía ser posible en el mundo donde vivían.

—¿Y si es demasiado tarde? Quizás estamos perdiendo el tiempo…

—¿Tanto te preocupa espadachín-san? —Le sonrió con ternura.

—¿A ti no? —contraatacó con pena.

Tenía su punto: Sanji, por muy mal que se llevara con Zoro, lo consideraba un nakama. Estaría igual de desolado de tener en esa situación a cualquiera de ellos ocho.

—¿Qué propones hacer si la leyenda tiene algo que ver con la desmejora de espadachín-san? —La arqueóloga se cruzó de brazos, tratando de dar con una solución que no existía, que no hallaban.

—Si todo es culpa de ese fantasma —Luffy apareció por la puerta abierta—voy a buscarlo y le patearé el trasero.

Tanto Robin como Sanji rieron bajito, no sólo por lo dicho, si no por la convicción que siempre portaba su capitán. No dudaban de sus palabras; siendo como era, Luffy era el único capaz de poder patearle el trasero hasta a un fantasma.

—Será mejor esperar —propuso Robin—. A ver qué nos dice doctor-san.

Así, las horas pasaron con una lentitud desgarradora. El reloj se había vuelto un acérrimo enemigo del cocinero, objeto con el que siempre se sintió familiarizado. Y es que cada minuto perdido sentía que era sumamente valioso; porque sí, una parte de él comprendía que todo eso tenía una explicación, ilógica, pero explicación al fin.

—No aguanto más —Sanji murmuró sin pretender decir eso en voz alta. Con ansiedad se puso de pie y caminó hacia la enfermería.

A un costado de la puerta, Usopp cabeceaba semidormido. Golpeó con insistencia, hasta que Chopper salió, ojeroso y cansado.

—¿Y, como está el marimo?

Chopper tomó una bocanada de aire y negó con la cabeza.

—No sé qué es lo que tiene chicos, pero la fiebre no le baja. Cada vez se pone peor.

Luffy corrió a Nami para meterse dentro de la enfermería, y lo que vio le dejó sin habla y le borró esa eterna sonrisa que siempre tenía en los labios. Zoro yacía sobre la cama, con un color de piel cetrino, la cuenca de sus ojos parecía hundirse como en los de un cadáver, su respiración ya no estaba agitada por la fiebre, al contrario, estaba tan quieta que sintió el impulso de asegurarse de que todavía respiraba.

El pensamiento fue colectivo: Zoro realmente parecía estar muriendo.

De inmediato tomaron la decisión de dividirse en dos grupos, no se quedarían de brazos cruzados viendo como un nakama padecía, enfermedad o maldición, daba igual. No dejaban de lado que tenía todos los síntomas que el cura había mencionado: una fiebre muy intensa y una paulatina y rápida desmejora general.

Luffy se debatía entre ir y quedarse, pero sabía que quedándose al lado de Zoro no marcaría una diferencia, así que el dilema le duró poco.

—Será mejor que te quedes, navegante-san —dijo Robin de inmediato—, hay algo en esta aldea que luce sospechoso y sería bueno que te quedes por las dudas. Si notas algo extraño levantas el ancla; eso ahorrará tiempo en caso de necesitar partir cuánto antes.

Nami primero pensó en negarse, pero de inmediato comprendía que Robin tenía un buen punto. Como navegante lo prudente sería quedarse a cargo del barco.

—¿Y voy a quedarme sola? —Pero la idea de que pudieran sufrir un ataque había logrado atormentarla. Descartaba a Chopper, porque él obviamente se quedaría para asistir a su paciente.

—Yo me quedo, también, el Sunny necesita unos retoques —dijo Franky notando que Nami podría necesitar ayuda con el barco y de paso podría reparar lo que hacía falta; eso era mejor que quedarse de brazos cruzados esperando a los partes médicos del reno.

—Yo te ayudaré —se apresuró Usopp a decirle al carpintero.

—Bien, entonces iremos nosotros —dijo el capitán.

Luffy, Sanji, Robin y Brook decidieron bajar de inmediato, notando que no faltaban muchas horas para el amanecer. Robin no pudo evitar volver a tocar el tema de la maldición, y es que sus nakama parecían dejar de lado el importante detalle de que no tenían idea ante qué se enfrentaban.

—En caso de ser cierta la leyenda, es decir —se corrigió la arqueóloga—suponiendo que es verdad, ¿qué puede buscar Bloody Mary? ¿Y de qué manera puede detenerse la maldición?

—Venganza —fue la escueta respuesta del músico a la primera pregunta de la muchacha, pues para la segunda no encontraba una satisfactoria; él también se daba cuenta de que ante semejante perspectiva no se veía viable una posible salvación para Zoro—¿Dices, Robin-san, que la persona que queda maldita muere en veinticuatro horas?

—Así me dijo el cura —. Miró hacia la iglesia, luego hacia la colina y finalmente hacia el parque de atracciones—Tenemos tres lugares posibles a donde ir.

—Bien —bramó Luffy golpeando con el puño derecho su palma izquierda—¿Dónde empezamos?

Robin ojeó el semblante circunspecto de Sanji, pero el cocinero no se dio por aludido, miró en cambio hacia el parque de atracciones, sintiendo que la respuesta podía estar allí.

—Ella se apareció ante mí cuando estaba solo —Encendió el cigarrillo y caminó en clara dirección hacia el laberinto—, así que lo mejor será que entre solo.

—Sanji-san —Brook se espantó con esa resolución, admiraba la valentía de su amigo.

—¿Estás seguro, cocinero-san? No sabemos qué es lo que busca Bloody Mary.

—Si no me hizo nada malo en su momento… —le respondió a la arqueóloga, no muy convencido de sus propias palabras— no creo que busque hacerlo ahora, ¿verdad?

—Bueno. —Luffy aceptó sin más, no tan sorprendido como los otros dos al ver que Sanji no había titubeado un instante en proponer aquello.

Parecía una empresa arriesgada, pero comprendía que al cocinero también le afectaba la situación en la que estaba envuelto Zoro. En ese momento, la seguridad de todos quedaba relegada y en cambio cobraba más importancia la urgencia de hacer algo —lo que fuera— para liberar a Roronoa de su pesar.

Sanji comprendía que era una locura meterse solo al laberinto y en plena noche cerrada para encontrarse con un fantasma sangriento, y con la suficiente fuerza como para alterar el plano en donde ellos estaban. Si había podido enfermar no sólo a Zoro, sino también a miles de aldeanos, ¿qué podía hacerle a él?

Pero una parte de Sanji sabía que el ente no buscaba herirlo, algo le decía que ella había tenido su oportunidad, que de haberlo querido, lo hubiera hecho en su momento. Incluso en el baño del Thousand Sunny. De golpe se encontró preguntándose si no sería posible la idea de que ella estuviera pegada a él, o —para darle sentido al malestar del espadachín— junto a Zoro.

Negó con la cabeza, tratando de alejar el inevitable temor que la situación le generaba para buscar coraje, de ese que le sobraba en el campo de batalla. Intentó caminar con más decisión hacia el laberinto, pero sentía las piernas ceder.

—Nosotros iremos hacia la mansión de la familia Ballentyne, cocinero-san —le gritó Robin antes de perderlo de vista, pero él no frenó, parecía muy decido ante la entrada, pese a la cerrada oscuridad que la coronaba—. Te estaremos esperando allí —Fue lo último que dijo, como un modo de asegurarse de que así sería: Lo esperaban sano y a salvo.

La seguridad de Sanji flaqueó un momento cuando la tiniebla lo tragó, como si de las fauces de un león se tratase. Buscó con un ligero temblequeo el encendedor y, hurgando en la mochila que había cargado con lo que creyó indispensable, dio con la vela que de inmediato encendió.

Esperó verla, encontrarla de golpe allí contemplándolo en los espejos, pero el lugar parecía estar vacío. Quizás lo que ella quería era que él se adentrase más en el laberinto, y eso hizo. Sostuvo el cigarrillo entre los labios y con la mano ya libre cuidó de dejar una marca visible, usando contra el espejo un trozo de la vela cortada. Eso le serviría para poder encontrar el camino de regreso… si es que Bloody Mary iba a dejarlo regresar.

Tal vez se debía a que estaba con los sentidos a flor de piel, pero cuando se metió durante el día en compañía de sus nakama, no había notado que podía escuchar el eco de sus pasos. Y no sólo eso, si agudizaba el oído, también podía percibir el sonido de algo arrastrándose muy cerca de él. Como un trozo de tela. El ruedo de un vestido al ras del suelo, quizás.

—¿Eres Bloody Mary? —su propia voz le sonó ajena, frunció el ceño y chistó; no era manera de llamar a un ente, al menos sentía que no era propio llamarla por el apodo—¿Marianne? ¿Preciosa? —Ni en una situación así podía dejar de lado su papel de baboso.

No obstante, la figura que se reflejó de súbito en el espejo, lejos entraba en la clasificación de "Preciosa". ¿Era su impresión, o la chica cada vez que la veía lucía más cadavérica y diabólica? La mirada del ente reflejaba odio y dolor. De golpe, de pasar a sentir miedo, Sanji sintió lástima.

—Mi… amigo… —El cocinero intentó hablar sobre Zoro y hacerle entrar en razón a un fantasma (se preguntaba si eso podía ser posible), pero Bloody Mary desapareció del espejo que tenía enfrente para aparecer repentinamente en uno de los que estaba a su lado, por la derecha—N-no hagas eso… —pero apenas terminó de quejarse, ella volvió a desaparecer y a aparecer un poco más atrás.

Sanji creyó entender lo que buscaba el ente, tal vez situarse tras suyo. ¿No quería que la viera? ¿Por qué, entonces, había acudido a él? La idea le golpeó de lleno, y le incomodó tanto que de inmediato se obligó a no pensar en eso de Zoro como su enamorado.

—Dios, eso me da escalofríos —En algún punto la simple idea le aterrorizaba más que el fantasma en sí.

De nuevo, volvió a perderla de vista. Tomó una bocanada de aire; no la veía por ningún lado, y una brisa se debía de haber colado por algún lado, pues la piel se le heló y la llama de la vela flameó a punto de apagarse. En vano el cocinero trató de evitar el desastre, pero la llama danzó peligrosamente y finalmente se extinguió, dejándolo ciego y merced de esa oscuridad aterradora; nunca había conocido una tan pesada, tan impenetrable. Ni la luz de la luna parecía llegar a él.

Pero por estar ciego, eso no significaba que sus otros sentidos estaban también vedados, al contrario: el del oído y el del tacto, especialmente, se habían agudizado.

Con desesperación buscó el encendedor, al mismo tiempo que un olor nauseabundo a cadáver inundaba sus fosas nasales. El conocía el olor a la muerte, como cocinero, cazador y pirata sabía identificarlo.

Su mano temblaba tanto que el pulso le traicionó, sin poder evitarlo el encendedor se resbaló de entre sus dedos. Podían oír de nuevo ese molesto sonido que le indicaba que no estaba solo, y vaya que sabía que no lo estaba.

Se colocó en cuclillas y tanteó el suelo con impotencia, hasta que dio con el encendedor. Controlando ese temor tan humano que le había embargado, dándose ánimos, diciéndose que era un pirata, un Mugiwara, el mejor cocinero del mundo (ya no sabía qué decirse para consolarse) logró encender de vuelta la vela, justo a tiempo para ver desde el suelo a escasos metros de su rostro y tan cerca que, si quería, podía tocar con la punta de su nariz el ruedo de ese vestido, un par de piernas.

El olor a cadáver provenía del ente, entidad que le observaba desde lo alto con esos ojos apagados. Por reflejo Sanji se hizo hacia atrás, gateando y tratando de alejarse de la dama. Haberse visto, nunca creyó que escaparía así de una muchacha supuestamente bonita.

Contra todo lo temido, el ente dio los pasos necesarios para llegar hasta donde él estaba atrapado, pero pasó a su lado, ignorándolo. Sanji, entonces, con la cabeza contra el espejo, giró para ver lo que sería la espalda de Bloody Mary, marchándose.

—¡Espera! —Su grito logró hacer que el ente volviera la vista.

De nuevo sintió esa cálida y extraña, casi conmovedora sensación, que lo sobrecogió la primera vez que la vio. La muchacha volvió a seguir su marcha, internándose más en la negrura del espejo.