Comentarios del autor: Esta vez me ha costado actualizar debido a ciertos problemas personales, pero de aquí en adelante – y libre de imprevistos – espero ser capaz de subir nuevos capítulos con más frecuencia.

Como siempre, agradecer a las personas que se toman la molestia de leer, "reviewtear" o añadir la historia a sus favoritos. Muchas gracias a todos por eso y también por su infinita paciencia! =)

Título: Felix Felicis

Autor: Quimaira

Pareja: Draco Malfoy/Harry Potter

Advertencia: Slash (relaciones homoeróticas explícitas). Pese a que no me centraré solo en el lemon, sí que lo habrá – aunque no desde el primer capítulo – de forma abundante y narrada en profundidad y con detalle, así que si no están a gusto con este tipo de escritos, pueden dejar de leer desde ya.

Disclaimer: Los personajes de Harry Potter no me pertenecen a mí, sino a JK. Aún así me tomo la libertad de escribir sobre ellos para cumplir mis enfermas(¿) fantasías.


FELIX FELICIS


Episkey

Al fin había llegado el esperado – que no ansiado – día en que Draco podía ponerse manos a la obra y salir de su muggle apartamento para meterse de pleno en la rutina de un trabajo ni muy cómodo, ni tampoco muy remunerado, pero la monotonía siempre le había resultado agradable. Tener unos horarios fijos de ocupaciones era realmente lo que le hacía falta, y salir de esas cuatro paredes con un rumbo prescrito, más todavía.

Estaba mentalizado de que no iba a ser agradable faenar codo con codo con otros magos, muchos de ellos posiblemente víctimas de ataques de mortífagos. Pero a su favor tenía el estar bajo la custodia de Harry Potter, a muy mal que lo miraran, a muchas ganas que un sinfín de personas tuvieran de maldecirlo hasta el aburrimiento, ninguno de ellos levantaría la varita en su contra sabiendo a cargo de quién estaba. O al menos esperaba que nadie fuera tan temerario o idiota como para hacerlo. Sin duda no podría desempeñar bien cualquiera que fuera la labor que le encargasen si tenía una varita cruciándolo por la espalda.

El timbre de la puerta lo sobresaltó, haciendo que su cuerpo se tensase un momento en el taburete en el que permanecía sentado, enredando con su taza de leche. Sabía de sobra de quién se trataba, así que se tomó su tiempo en desperezarse y caminar hasta la entrada, alisándose la ropa antes de abrir.

- Buenos días. Creí que aún te pillaría dormido – la sonrisa del aprendiz de auror a esa temprana hora de la mañana no le hizo sino sentir ganas de borrársela de un guantazo. No por nada personal, simplemente no se podía estar de tan buen humor cuando apenas había amanecido, y eso le irritaba un poco.

- Buenos días, Potter. ¿Me tomas por algún tipo de persona impuntual? – consultó mientras el moreno pasaba dentro de la estancia como si aquella fuera su casa, caminando hasta la cocina y revolviendo en los armarios en la procura de un desayuno.

Potter y sus modales. Tampoco es que Draco esperara ya que a estas alturas mostrara un poco de educación, así que resignado rodó los ojos, cerró la puerta con suavidad y regresó a dónde había dejado abandonada su taza, volviendo a sentarse.

Es que como no eres muy madrugador creí que se te habrían pegado las sábanas, por eso he venido un poco antes – respondió alzando los hombros y sentándose en el otro taburete, con un paquete de galletas en la mano.

- Más de media hora, en realidad – una fugaz mirada al reloj que pendía de una de las paredes fue más que suficiente sacar en conclusión que o El Niño Dorado era un puñetero culo inquieto que no sabía quedarse en cama hasta horas decentes, o que simplemente tenía un extraño afán por intentar joderlo.

Los minutos siguientes transcurrieron en un silencio pesado, solo roto por el – en opinión del rubio – estridente masticar del moreno en SUS galletas. Intentó obviarlo con toda su fuerza de voluntad, concentrándose en beber a sorbos cortos la tibia leche, mirando de vez en cuando el segundero del reloj, y otras veces por la ventana. Harry también era consciente del escandaloso crujido que salía de su boca cada vez que mascaba, así como de la irritabilidad que eso debía estar provocando en el otro dada su expresión de estar chupando un limón, así que comenzó a comer bastante más despacio, lo que no es que consiguiera atenuar el sonido, solo lo hacía menos…impetuoso. Lo alargaba más. Y eso molestaba más al Slytherin.

- Por el amor de Morgana, Potter. Acábate las dichosas galletas de una vez – rumió terminando él mismo de un trago su desayuno y levantándose para dejar todo recogido antes de salir. El aludido frunció el ceño y apuró su comer, cerrando hoscamente el paquete de galletas y volviéndolo a su sitio de mala gana. Tampoco hacía falta ponerse así por cuatro mordisquitos mal contados. Dichoso Malfoy. Si ya no tenía un carácter demasiado afable, el madrugar no lo mejoraba en lo absoluto.


Si la mañana no había empezado bien, el día había continuado peor, al menos para el rubio, pues Potter parecía divertirse de lo lindo con la odisea que suponía para su compañero el subirse a un autobús. Si bien era cierto que podían aparecerse en el Londres Mágico, el aprendiz de auror no siempre estaría disponible para hacer de "taxista", así que cuanto antes se acostumbrase al transporte público, mejor.

El moreno no había podido ocultar una sonrisa cuando luego de pagar y buscar un asiento para los dos, Draco había viajado completamente tenso, con los ojos fijos en la ventanilla y los puños apretados sobre las rodillas. Una acción que era tan normal para Potter – así como para el resto de la humanidad – para él era una tortura. Porque los aparatos muggles podían fallar. ¿Qué tal si esa lata gigantesca llena de gente se salía de la carretera? ¿O si de repente explotaba? ¿O si uno de los coches que circulaban a la par o en dirección contraria se salían de su carril y embestían?

Harry podía notar en el variar del tamaño de sus pupilas cada vez que algo lo sobresaltaba, porque estas disminuían repentinamente su tamaño, y el hueso de su mandíbula se marcaba tal cual si estuviera apretando los dientes para no levantarse del asiento y gritar. El trayecto resultó largo y accidentado para el Slytherin – el primero en bajarse casi como si un resorte lo hubiera impulsado fuera – y tranquilo y corto para Harry, quién lo siguió con una sonrisilla burlona bailándole en los labios.

Pese a todo, ninguno de los dos hizo ningún comentario que pudiera suscitar ningún tipo de confrontación. Los ánimos estaban demasiado sensibles todavía como para pretender hacer alusión a la situación y terminar – lo más probable – en una pelea verbal que seguramente no acabaría bien. Ninguno tenía la confianza o la estupidez suficientes para ello.

Arribado al lugar, Draco se dio cuenta de que no era sencillo volver a enfrentarse al Mundo Mágico. Su estómago sufría simultáneamente dos tirones en direcciones contrapuestas: en el primero se mezclaban la nostalgia y la alegría de saberse rodeado de lo conocido, de estar entre lo que había crecido. El segundo tenía más que ver con la constante sensación de ser tratado – injustamente – como el reo que era. "Trabajos a la comunidad" había oído que le llamaban a eso en alguna película muggle de las que había visto últimamente. Solo le faltaba el chaleco distintivo, por suerte él podía ir vestido como le saliera de las narices y ni siquiera estaba encadenado o esposado. No, a él simplemente le habían dado una varita que obviamente no era la suya, y que, según Potter le había explicado, había sido modificada para poder ejecutar solo hechizos sencillos de desplazamiento y limpieza. Nada de maleficios ni artes oscuras. Él mismo le había mostrado cómo un simple expelliarmus era imposible de realizar con aquello. La varita no solo no respondía al hechizo, si no que además alertaba de un intento de uso indebido arrojando llamativas chispas de color rojo.

El primer contacto con la magia hizo que Draco experimentara exactamente el mismo torrente de sensaciones que había experimentado al introducirse en el Londres mágico. Sus dedos se habían aferrado a la varita con la determinación de lo conocido y la urgencia de lo necesitado…y luego habían aflojado un poco ante la aplastante realidad de que aquello no llegaba siquiera a la altura de un placebo para lo que él precisaba. Para lo que él merecía.

La semana fue dura. El primer día transcurrió amparado en la muda protección que la presencia de Potter trabajando a su lado le otorgaba. Estaba abrigado por un escudo invisible que ni siquiera dejaba pasar provocaciones verbales, tan solo miradas de rencor y odio que eran fáciles de ignorar. El cosquilleo que le suscitaba el hacer magia – aun de esa manera reprimida – era bastante satisfactorio incluso, y el no tener que estar encerrado en el apartamento sin saber qué hacer o a dónde ir, resultaba bastante aliviador.

Pero por supuesto Harry tenía obligaciones más importantes que la pseudo vigilancia del rubio, así que al día siguiente tan sólo lo acompañó y luego tuvo que marcharse y hacerse cargo de algún tipo de labor ministerial.

De igual modo que el día anterior, Draco procuró prestar atención solo a su tarea, y como mucho a sus nostálgicos pensamientos. Piedra sobre piedra, iba apilando escombros en un rincón ya que las tareas de reconstrucción le estaban también vetadas. Al contrario que el resto de magos presentes, los cuales se juntaban en pequeños grupos para ayudarse unos a otros, él estaba solo. De nuevo parecía que algún tipo de muro invisible lo rodeaba, lo cercaba, alejándolo de los demás. Por supuesto eso no sería algo para protestar si no fuera por el desagradable hecho de que a muy lejos de él que estuvieran los demás, se afanaban en que sus mordaces y despectivos comentarios fueran escuchados con claridad por el Slytherin.

Autocontrol era lo que solía sobrarle, pero no era fácil que los insultos – a cada cual más desagradable y menos ingenioso – no fueran dirigidos solo a su persona, sino que todo el que ostentaba su apellido era digno de esos calificativos molestos, de las calumnias. El apellido del cual tan orgulloso se había sentido, del cual aun se sentía, a pesar de todo lo sucedido. Su padre podía no haber tomado las mejores decisiones, pero había sido el único padre que había tenido y conocido, y mejor o peor, consideraba que ya había pagado con creces por todos sus delitos.

Su madre, que nunca había querido encontrarse en medio de todo aquello, también se veía salpicada por esas habladurías que faltaban al respeto y pisoteaban su nombre. Pero Draco aguantaba, porque era listo y tenía temple. Porque había aguantado más cosas siendo más joven, porque sabía que llevaba las de perder y porque se conocía lo suficiente para saber que apretando los dientes podía tragarse su propio veneno. Porque si no los miraba, podía reprimir las ganas de cruciarlos a todos hasta que suplicaran perdón por sus estúpidas palabras, por hablar de lo que no tenían idea.

Al tercer día las provocaciones fueron algo más allá al darse cuenta de que con solo palabras no parecían lograr la reacción requerida. Lo que comenzó como accidentales caídas de escombro cerca de dónde el rubio trabajaba, acabó con empujones cada vez que alguien pasaba detrás de él, con algún codazo lanzado a traición y por la espalda, encajado dolorosamente la mayoría de las veces entre costilla y costilla.

Y más apretar de dientes.

Su orgullo y la memoria de los suyos no le permitían siquiera el quejarse delante de nadie. A penas se conformaba con alguna mueca con que intentaba contener la ira, pero nuevamente se impedía el dirigirles siquiera furibundas miradas de enfado o rencor. Tan solo al atardecer, al amparo de las cuatro paredes entre las que ahora residía, se permitía el lujo de golpear con furia los azulejos del baño mientras el agua caliente de la ducha intentaba borrar de su cuerpo la asquerosa sensación de saberse un paria.

Dentro de su cabeza se repetía a sí mismo una y otra vez que un paso en falso y acabaría con sus huesos en alguna horrenda celda de Azkabán, rodeado de dementores que le arrancarían sus recuerdos más felices de su alma. Y no, nadie se merecía esa satisfacción. Nadie, a muy afectado que hubiera resultado por ataques de mortífagos, tenía el más mínimo derecho a arrebatarle la sensación de la primera vez que montó en escoba, la alegría de las mañanas de navidad que había vivido en la Mansión, la mirada de orgullo de su padre cuando le dijo que había sido seleccionado para Slytherin, las sonrisas de su madre…

Cerró los ojos con fuerza como si con ello pudiera retener todas esas sensaciones a la vez, dejando que fuera ahora su cabeza la que – de forma mucho más suave – golpease la pared y se quedara allí apoyada. Su madre. Hacía meses que ni siquiera podía comunicarse con ella. Tal vez debería pedirle el favor a Potter. Quizá podría dejarle una lechuza para escribirle, para hacerle saber que estaba bien – o al menos convencerla de eso – y para conocer él también su estado.

Como si los astros se hubieran aliado en su contra, el resto de la semana no tuvo ninguna noticia del Gryffindor. Sabía que a veces estaba demasiado ocupado como para pasarse por su casa, pero al cuarto día comenzó a preocuparse, y ¿para qué mentir? También a desesperarse por tener que tragarse sólo su frustración. Con Harry al menos podía discutir, y de sobra sabía que pegar cuatro gritos de vez en cuando era un gran desfogue de tensiones acumuladas. A Cathy no iba a gritarle, bastante paciencia le tenía la buena mujer, que a muy muggle que fuera, tenía su encanto.

Salir a dar alaridos a la calle tampoco era la gran idea. No le atraía lo suficiente pensar en terminar ingresado en algún sanatorio psiquiátrico. Y corresponder a las provocaciones de esos inútiles magos era lo último de lo último en su lista de opciones, aunque fueran quienes más lo merecieran.

- Si pones los dedos así lo harás mejor – los labios pintados de carmín dibujaron una agradable sonrisa mientras ambas manos se posaban sobre las del rubio y las colocaban de forma que cortar las verduras sobre la tabla fuera más sencillo y menos peligroso.

- No sé qué haría sin ti – correspondió sin ganas a la sonrisa de Cath, dirigiéndole una mirada por encima del hombro antes de seguir con su tarea tal como acababa de enseñarle.

Habían llegado a un pequeño acuerdo, propuesto por la morena, de que ella le enseñaría todo lo que necesitaba saber para desenvolverse en la cocina, si la invitaba a cenar en su piso. Era amable hasta para evitar pedirle que la llevara de restaurante. El rubio no había tenido que pensarlo mucho antes de aceptar. Su compañía no le desagradaba, teniendo en cuenta que era uno de los pocos contactos carentes de hostilidad que tenía con el resto del mundo, y sin duda necesitaba su ayuda.

- Tienes buenas manos…y aprendes rápido – murmuró sobre su nuca, presionando sus senos contra la recta espalda del muchacho. A pesar de que había colocado ya sus manos en la posición exacta en la que le había indicado, no había retirado las suyas de encima, solo las había deslizado hasta las muñecas, dónde se mantenía acariciando sutilmente su piel.

Aquella no era la primera vez que se le insinuaban, pero sí era la primera que Cathy llegaba tan lejos. Lo más que se le había acercado era con sonrisas y gestos coquetos, pero nunca había mantenido tanto contacto físico. Quizá el atrevimiento se debiera a las dos copas de vino que descansaban casi vacías sobre la encimera, el rubio tampoco iba a pararse a pensar mucho en sus motivaciones, simplemente dejó el cuchillo apoyado en la tabla y se dio despacio la vuelta para encararla.

Ojos oscuros y una sonrisa cómplice lo recibieron con una cercanía que dejaba en el olvido lo políticamente correcto.

- Será que tengo una buena profesora… - no le hizo falta alzar la voz para ser escuchado, y sus palabras hicieron que la mirada de la mujer se desviase hacia sus labios y los propios ensanchasen la sonrisa, mostrando una fila de blancos dientes bien ordenados y la punta de una sonrosada lengua que los barrió lentamente.

Con ese sencillo gesto, Malfoy recordó que no solo los gritos eran una buena forma de desfogue.

Las tarteras olvidadas a fuego lento comenzaban a borbotear en la cocina mientras caricias y besos se perdían entre la piel contraria, explorando, avivando llamas, acelerando pulsos y marcando respiraciones. Con la certeza de que no habría sentimientos de culpabilidad al terminar, las lenguas se enredaban entre sus bocas y los cuerpos – aun parcialmente vestidos – se rozaban dejando patente la excitación del momento.

Descuidadas caricias tiraban de prendas y cabellos, mordiscos ansiosos fingían devorar la trémula carne, vibrando en ansia. Porque a ninguno le importaban esos veinte años de diferencia. Cath disfrutaba sintiéndose deseada por un muchacho joven y tan atractivo, suspiraba ansiosa por la erección que se presionaba contra su muslo o contra su ingle. Draco simplemente no se había parado a pensar en la edad, quizá ni siquiera en el sexo. Tan solo lo urgía la necesidad de contacto, de aprecio, de atención.

Sendas bocas se juntaron de nuevo para beber de la contraria, ahogando los primeros gemidos de frustración y anhelo por los dedos que comenzaban a indagar en la ropa interior en el preludio del placer. Ardientes sensaciones que embotaban los sentidos y volvían al más refinado ser humano el animal que todos somos en esencia.

Un fuerte sonido de cristales rotos irrumpió en la estancia, llevándose consigo el candoroso ambiente y sobresaltando a los dos amantes. Cath ahogó con las manos un asustado jadeo mientras ambos se escudaban detrás del sofá. Primero cedieron una a una, pero sin pausa, las ventanas de la sala. Luego, con un sonido más apagado dado que la puerta se encontraba cerrada, los del dormitorio. En definitiva, todas las que daban al exterior terminaron regando los vidrios en el interior del edificio, seguidos por las enormes piedras encargadas de quebrarlos.

Así de precipitadamente como había comenzado el estruendo, así se desvaneció. Ni siquiera se escucharon ruidos diferentes al de los coches en la distancia. El rubio se levantó con la mujer aferrada a uno de sus brazos, intentando recolocarse la camisa y a la vez impedir que Draco se acercara demasiado, por si quién quiera que fuera volvía a lanzar piedras, pero el tozudo muchacho estaba empecinado en echar un vistazo sin perder el tiempo, así que de la manera menos brusca que fue capaz de utilizar, se libró de ese agarre y apuró el paso hasta el hueco del ventanal.

Sus fríos ojos platinados escrutaron la noche y no descubrieron rastro de los vándalos, al menos no un rastro físico, porque sí que notó la magia residual en el ambiente. Esos desgraciados… Apretó los labios, nuevamente pleno de esa sensación de frustración e ira.

- ¿Draco…? – Cath continuaba a cierta distancia, pese a que se había acercado un poco, sorteando cristales. Miraba al rubio con preocupación, mordiéndose apenas el labio inferior en gesto compungido.

- Deberías irte – su voz sonó firme pero no brusca, sin voltearse siquiera a mirarla. Hubo un momento de silencio en que las dudas de la mujer parecieron flotar densas en el aire, así que el rubio se decidió a añadir: - Te lo compensaré, te doy mi palabra.

De nuevo pareció vacilar en su decisión de acatar la orden del rubio o de quedarse para ayudarlo, pero su instinto le dijo que en ese momento lo mejor que podría hacer por él sería dejarlo solo, así que Draco no tardo demasiado en sentirla caminar por la cocina, apagando los fogones, para luego cerrar tras ella la puerta de la entrada al abandonar el apartamento. Con la palma de la mano golpeó la pared con fuerza, con rabia contenida. Apretar los dientes estaba comenzando a dejar de ser suficiente y le volvía loco el no saber ya si estaba más asustado que furioso o al revés. ¿En qué se había convertido su vida? Ni siquiera podía reparar una simple ventana.

Esa noche volvió a intentar llamar a Potter ya que para bien o para mal, era el único con el que podía contar, pero de nuevo la línea le devolvió el vacío sonido de los tonos sin respuesta.


- ¿Te importa volver a explicarme qué demonios se te pasó por la cabeza? – el moreno estaba que echaba humo mientras caminaba de aquí para allá arreglando los ventanales y recogiendo los cristales todavía regados por el suelo. De vez en cuando le lanzaba furibundas miradas al Slytherin que permanecía sentado en uno de los sofás pequeños, con una taza de té caliente sujeta entre ambas manos. Las miradas nunca le eran devueltas y el rubio hacía rato que no abría la boca, y eso solo conseguía enervarlo más.

La central de aurores había recibido esa mañana una desagradable llamada para advertir de un conflicto mágico en la décimo primera avenida. El moreno estaba encargándose de cubrir unos impresos de la reciente misión de la que hacía poco menos de media hora había llegado cuando su amigo y también aspirante a auror, Ronald Weasley, arrastró a un alterado – y ensangrentado – Draco hasta él, dándole un pequeño e innecesario empellón para que avanzara hasta Harry.

En el acta oficial que se había redactado y en la que Malfoy se había negado a prestar declaración, figuraba que un presunto exmortífago había instigado a magos víctimas de anteriores ataques de magos oscuros a un enfrentamiento, haciendo magia indebida y mofándose de sus difuntas familias. Había habido destrozos materiales por culpa de hechizos fallidos o repelidos y también personales, y no solo por culpa de la magia. Sin ir más lejos, había tenido que arreglárselas para colocarle la nariz en su sitio al Slytherin, que se había sumido en un ceñudo mutismo desde que lo habían llevado hasta él.

Y eso era irritante. Porque Harry no creía que Malfoy fuera tan tonto como para provocar a un considerable grupo de magos con los que ya bastantes rencillas tenía, mucho menos si no tenía una varita decente a mano. Pero Malfoy no decía palabra, y si no decía palabra, poco más podía hacer que dar por cierto lo que habían escrito en el pergamino, y asumir las consecuencias que probablemente vendrían luego.

Llegar a su apartamento y verlo en tal estado tampoco había ayudado a que se tragara que al rubio simplemente le había dado un ataque de ira así porque sí. Dudaba que él mismo hubiera roto las ventanas. Por el estado de los cristales era obvio que habían sido quebradas desde fuera, así que haciéndose un pequeño puzzle mental con las piezas que iba sacando a base de observación, podía hacerse una ligera idea de la no tan exagerada culpabilidad del chico sentado tras él. Y eso era más irritante todavía.

- ¿Por qué no quieres hablar conmigo? – los cristales crujían suave frente a él, adheriéndose unos a otros y tomando nuevamente la forma inicial de la ventana, sin la más mínima ralladura. Y Draco seguía sin abrir la boca más que para soplar de vez en cuando al té caliente, levantando volutas de humo que se deshilachaban en el aire. Gustoso le rompería de nuevo la nariz solo para que dijera algo y dejara de lado ese enervante pasotismo.- Jódete Malfoy – murmuró más para sí que para que el otro lo escuchara, volviendo a lo suyo sin ser consciente de que los ojos grises se clavaron en su nuca durante unos segundos.

Draco no quería hablar. ¿Para qué hacerlo? Gastar saliva en su defensa hacía tiempo que no era una opción. ¿Quién iba a creerlo? ¿Potter? Probablemente sí, era consciente de ello, y quizá por eso ni siquiera veía el caso a intentar explicarse, porque el beneficio de la duda ya lo disfrutaba, pero nunca sería capaz de convencerlo de su total inocencia. Ni siquiera él mismo creía en su total inocencia. Ni siquiera estaba seguro de no merecerse lo que estaban haciendo con él.

Sus hombros decayeron apenas un poco y sus ojos miraron ahora su elegante camisa manchada de sangre, de su propia sangre. Aún tenía la nariz un poco hinchada y algo enrojecida, pero no notaba más que un ligero hormigueo en ella, nada que ver con el dolor cuando el tabique quebró bajo los nudillos de ese Mihael, o Michel, o cómo demonios se llamara. ¿Cómo vas a transmitirle a los demás una supuesta inocencia cuando tú mismo no crees en ella? Podía ser muy Slytherin para colar un embuste, pero ya no tenía once años. Y Harry tampoco, a muy inocentón que lo considerase todavía.

Harry Potter, el aspirante a auror, el Niño-Que-Vivió, el Gryffindor por antonomasia y el defensor de las causas perdidas. Nuevamente se lo había quedado mirando. El moreno estaba de espaldas a él y aun así lo notaba enfadado, como si un aura oscura lo rodease. No sabía si eso era algo de temer o no, pero no pudo contener un sentimiento cálido, seguido de uno de rabia. Quería odiarlo, quería odiarlo con todas sus ganas porque todo el jodido mundo mágico lo amaba. Y sin embargo no podía porque él también formaba parte de ese mundo, a muy paria que fuese ahora. Potter tenía esos ojos y esa sonrisa que inspiraban calidez y confianza, tenía ese desenfado y esa tonta inocencia propia de las personas de buen corazón. Draco no tenía nada de eso. Sus ojos eran plata fría, sus sonrisas eran pérfidas, colmadas de ocultas segundas intenciones, y el desenfado y la inocencia se habían perdido junto con los años felices de la infancia. Lamentablemente, todos deseamos lo que no tenemos, como niños caprichosos.

La taza descansó semivacía sobre la mesita auxiliar de la sala, al lado del televisor, con una gota de té haciendo equilibrios sobre el borde de la cerámica y cuando el moreno se dio la vuelta, habiendo terminado su tarea, se encontró los grises ojos del rubio, predadores, a pocos centímetros de los cristales de sus gafas.

- ¿Qué? – preguntó ceñudo, luego de la sorpresa inicial. Seguía cabreado, eso era más que obvio.- ¿Vas a hablar por fin o tendremos que hacer un cursillo acelerado de lenguaje para mudos?

- ¿Alguien te ha dicho alguna vez que no tienes un humor nada inteligente? – avanzó un paso más, esperando que Harry retrocediera esa misma distancia, pero el Gryffindor se mantuvo firme, consiguiendo así que los cuerpos de ambos se rozaran.- Ni siquiera divertido – susurró.

- Oh, ¿quieres que te cuente algo divertido? – la ironía tiñó su tono, una ironía no precisamente burlona, si no una que enmascaraba un enfado de considerables dimensiones.- Draco Malfoy provocando que le rompan la nariz, ¿a que es desternillante?

Ninguno rio. Probablemente ni siquiera Ron lo habría hecho, a muchas ganas que le tuviera a Malfoy, de eso Harry estaba seguro. Los ojos grises centellearon sin que la mueca impasible variara en lo más mínimo. Los ojos esmeralda aguantaron, retadores, una renovada cercanía.

- Piérdete, Potter.

Pocas veces las sílabas de su apellido habían sonado tan envenenadas, lo que pareció colmar su paciencia. Él no había hecho nada, solo intentaba ayudar, era el rubio quién no se dejaba, quién había erigido a su alrededor un muro de hormigón y hielo, quién se encerraba en sí mismo y callaba. ¿Qué puñetero derecho tenía ahora de enfadarse?

En algún momento de su incontenible carácter impulsivo, había sujetado por el cuello de la camisa a la razón de sus quebraderos de cabeza actuales y había terminando invirtiendo las posiciones, empujándolo contra la ventana, de forma que la espalda de Draco golpeó el cristal con contundencia, provocando un sonido sordo, acompañado de un siseo de su propia boca. Ahí estaba, lo había conseguido. Una reacción por parte de Potter, una razón para gritarle, para desquitarse con él.

- ¿Qué pasa, Potter? ¿Vas a romperme tú la nariz? ¿Tienes ganas de reírte un rato?

- Eres un desagradecido – un nuevo golpe contra el cristal, más apretar de dientes y de puños, el ambiente incluso pareció cargarse de electricidad durante unos segundos.

- ¿Qué se supone que debería agradecer? ¿Qué me hayas arreglado la nariz? ¿Qué me hayas arreglado las ventanas? Muchísimas gracias grandísimo hijo de puta, has hecho un estupendo servicio a la comunidad. ¡No sé cómo podría haber sobrevivido sin ti! – por si sus palabras y su tono no eran ya suficientemente exagerados, los acompañó con aspavientos de sus brazos, para irritación del moreno.

- Tal vez deberías agradecerme el estar vivo, ¿sabes? Sí, claro que lo sabes.

- Cállate, yo-

- ¡No! No, Malfoy, cállate tú – otra sacudida contra el cristal. Si el rubio podía poner énfasis a sus palabras, él también podía, claro que sí.- Me lo debes. Me debes tu vida en todo el sentido de la palabra, a muy desgraciada que sea, a mucho que te pese. Maldición, Malfoy. ¡Si no fuera por mí ahora mismo estarías haciéndole compañía al cadáver de tu p…!

La frase nunca encontró continuidad porque un puño cargado de ira acumulada durante meses, de frustración desmedida, de injusticia soportada y de apretar de dientes se estrelló con fuerza contra esa boca que pronunciaba dolorosas verdades.

Reflejos fueron lo que le faltó al aprendiz de auror, que adolorido y sorprendido por la reacción del rubio, apenas tuvo tiempo de empuñar su varita cuando se vio en el suelo, con Draco encima, sujetándole con fuerza la muñeca, la cara roja de rabia, las mandíbulas tensas. Felinos ojos de feroces pupila clavados en su rostro, aguantando lágrimas silenciosas, hinchados del cansancio acumulado. Pero la rabia no siempre es suficiente. No al menos cuando jamás has peleado cuerpo a cuerpo, no cuando tu contrincante ha pasado sus últimos años de desarrollo entrenándose físicamente para ser auror.

Poco duró la relativa posición de dominio del rubio, antes de ser él nuevamente quién diera con la espalda en el suelo, y también con la cabeza. Líos de piernas y manos intentando golpearse y sujetarse, arañarse, empujar, agarrar o apuntar. Quejidos ahogados y maldiciones masculladas, escupidas con histeria. Advertencias no escuchadas e insultos expresados desde lo más hondo. Respiraciones agitadas.

Un labio partido por el puñetazo desencadenante de la pelea palpitaba hinchado. Un cuerpo laxo bajo el peso de 70Kg de músculo. Bocas entreabiertas, ojos fijos en los contrarios y posteriormente miradas desviadas.

- ¿Estás bien…? – el moreno se aventuró a soltar una de las muñecas de Draco para limpiarse la sangre de la boca con el dorso de la mano, todavía boqueando por aliento. El rubio cerró los ojos y negó, tenso, despeinado y también agotado.

- No. Hace tiempo que no estoy bien… - volvió a fijar su vista en el rostro del Gryffindor, apoyando las manos tras su espalda para incorporarse hasta quedar sentado.

Esta vez Harry tampoco retrocedió, tan solo lo observó, sentado sobre sus muslos, esa expresión de derrotismo, y sin embargo esos iris determinados, esas pupilas de mudas promesas carentes de rendición, esos ojos acerados, colmados de ciego valor. Draco podía haberle hecho la vida un infierno en sus años en Hogwarts, podía haberse burlado de sus amigos, podía acabar de partirle el labio, y sin embargo seguía inspirándole esa necesidad de incomprensible atención.

- Estoy aquí… - los sentimientos más complicados pueden expresarse siempre con las más sencillas palabras. Con el susurro más bajo si la cercanía permite que sea audible. Puedes gritar un sinfín de sentimientos. Puedes gastar miles de páginas de un libro escribiendo sobre valentía, sobre ayuda, sobre necesidad. Puedes adornar las frases con inútiles metáforas y demás recursos literarios. Puedes decirlo en prosa o verso. Puedes ilustrarlo con fotografías mágicas o los más bellos dibujos. Pero Potter nunca ha sido de darle vueltas a las cosas, y a pesar de que su interlocutor entendería perfectamente una rebuscada perorata sobre compañerismo y empatía, lo hace fácil. Con dos palabras y una mirada vuelve el mundo del revés, pone sus ideas con los pies hacia arriba, lo obliga a tragarse de nuevo todo el rencor que siente hacia todos, lo obliga a tomarlo por la nuca y robarle un beso que duele en el alma – y además a Harry en el labio partido.-


Notas finales: Me ha costado llegar hasta aquí! Justo había encontrado tiempo para actualizar mi otro fic – "Encadenados" – y cuando pretendía hincarle el diente a este me sobrevino una gripe de lo más indecente…He escrito casi a rastras, pero espero que el resultado sea, cuando menos para vosotros, satisfactorio.

Un saludo y muchas gracias por leer!