Prólogo
La tenue luz de la luna iluminaba el rostro y el torso desnudo de la singular criatura, inmóvil sobre la irregular superficie rocosa del acantilado. Su porte era imponente, en parte debido a los intrincados diseños trazados sobre la piel de su pecho y sus hombros, pero sobre todo debido al corpulento cuerpo de caballo que se extendía de sus caderas hacia abajo.
Su pelaje gris claro combinaba con el cabello color plata que le caía hasta los omóplatos. Dos sencillas trenzas evitaban que éste le obstruyera la visión al ser sacudido por el viento que corría. A pesar del color de su cabellera, no obstante, cada fragmento de su fornida complexión denotaba energía y vitalidad.
Las olas del mar chocaban sin cesar contra las rocas del pie del acantilado, y emitían un apacible sonido que, sin embargo, no logró aliviar la atormentada mente del centauro, sino más bien recordarle lo que se perdería. Las facciones de su rostro, que usualmente reflejaban fuerza y sabiduría, ahora estaban crispadas en un gesto de angustia y resignación.
Las estrellas, planetas y demás cuerpos celestes que atravesaban el firmamento seguían brindándole las mismas respuestas que hacía años atrás. Necio había sido él por haber siquiera considerado torcer el inevitable curso de los acontecimientos. Propio de los humanos, pero indigno de los de su especie y, sobre todo, de su estirpe entre ellos.
El brillo rojizo de Marte, que se venía intensificando desde hacía algunos años, parecía querer rememorarle los errores que había cometido en su pasado. Su arrogancia, su obstinación, su inmadurez. Había jugado con el destino, y el momento de pagar por ello estaba cada vez más cerca.
Bajó la mirada y sus ojos se cerraron, el lamento palpable en cada facción de su rostro. Si tan sólo su vida se extinguiera… pero no. Su castigo sería no sólo el fin de su existencia, sino también la culpa y el remordimiento de saber cómo había sellado el destino de incontables inocentes a la guerra y a la ruina.
Tragó saliva dificultosamente y volvió a levantar la vista al cielo.
Marte seguía brillando.