(No es mi costumbre hacer esto, pero dado que ha pasado bastante tiempo, dejaré un resumen del capítulo anterior:

Mimi se fue a una clínica con sus padres. Takeru la acompañó al aeropuerto y le regaló una pulsera. Yamato no parece arrepentido de nada. Sora se fue a un retiro espiritual y Taichi la espera ansioso.)


Más allá de la vista


Takeru despertó sobresaltado y empapado en sudor una vez más. Le tomó algunos segundos corroborar que se encontraba en su habitación; su reloj de mesa indicaba que eran las siete de la mañana. Exhaló profundo y secó un poco la transpiración de su frente, para luego volver a recostarse. Ya había perdido la cuenta de las veces que había despertado en ese estado a causa de exactamente el mismo sueño; la misma pesadilla: el universo en el que Mimi lo llamaba y le informaba que no regresaría, jamás. El único aspecto positivo, pensaba el rubio, era que al menos en esos casos había sido capaz de oír su voz…

Observó su calendario: hacía exactamente un mes que Mimi se había marchado y no había vuelto a saber de ella. Ni un mensaje, correo o llamada. Nada; más que silencio e incertidumbre. Sabiendo que no volvería a dormir porque su cerebro no se lo permitiría, acabó por levantarse. Fue hasta el comedor y descubrió que su madre se encontraba desayunando, así que aprovechó para acompañarla.

—¿Otra vez levantado a esta hora? Takeru, estás en vacaciones…

El aludido se encogió de hombros, mientras se servía un poco de café —había descubierto recientemente que era un buen sustituto del alcohol—.

—Me dormí temprano —mintió, lo último que quería era preocupar a su madre—. En un rato iré a jugar baloncesto y luego me juntaré con Hikari y los demás.

—Así que aún no has sabido nada de ella… —susurró Natsuko, cerrando el periódico.

—No —se limitó a decir Takeru, ocultando sus emociones bebiendo de la taza.

—Hijo, Mimi estará bien —intentó asegurarle la dueña de casa—. Y regresará.


Luego de estar jugando por más de media hora sin parar, Takeru decidió tomar un descanso. Fue por una botella de agua y mientras la vaciaba en su garganta seca, agradecía por haber conocido al baloncesto. Su mente se relajaba totalmente cuando jugaba, aunque fuera solo —como en esa ocasión—. Sus preocupaciones se escurrían en cada gota de sudor que derramaba. En esas oportunidades, Takeru deseaba tener energía ilimitada para jugar todo el día y no pensar. Cerró los ojos y rio, si fuera por desear cosas imposibles…

—Hola.

La garganta de Takeru volvió a secarse.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó sin voltear.

—¿Tienes un minuto? —Takeru inspiró profundo.

—Deja que me dé una ducha.

Menos de quince minutos después, Takeru salió de los vestuarios y miró hacia las gradas. Seguía allí. Sin estar muy seguro de lo que le esperaba, avanzó despacio y se sentó a su lado. Ambos con la vista hacia el frente, solo acompañados por el sonido de la brisa cálida batiendo las hojas, y algunos bocinazos y frenadas que provenían de las lejanas calles.

—¿Cómo has estado?

Takeru se encogió de hombros.

—He estado mejor, supongo…

—Pero te hace bien jugar, ¿verdad? Hace días que vengo observándote, pero recién hoy tuve el valor de acercarme.

—¿Qué quieres? —cuestionó Takeru sin rodeos.

—Comprendo que aún estés enojado conmigo… y entiendo que seguramente no me quieras responder, pero… Mimi ¿dónde está? ¿Se encuentra bien?

—No lo sé… Ella tuvo un problema mucho más grave que lo tuyo, pero decidió afrontarlo y está curándose.

—Es lo de la comida, ¿verdad? Al final tenías razón… Notaste algo de lo cual nunca me percaté.

—Hurra por mí —dijo el rubio menor con ironía—. ¿Y… cómo has estado tú? —preguntó, al cabo de unos segundos.

—¿La verdad? Horrible —confesó Yamato, casi riendo. Takeru se giró a mirarlo por primera vez en lo que iba de la conversación—. He estado trabajando mucho, pedí horas extras en la tienda y estoy intentando conseguir algún trabajo mejor. También pensé en volver a estudiar, pero no sé qué…

—Eso está bien.

—Ah, y ayer vi a Sora. —La expresión de Takeru volvió a endurecerse—. Tranquilo —desdramatizó Yamato—, me encontré con ella y con Taichi en la calle; iban de la mano, por cierto. Me contó que estuvo en un retiro espiritual o algo así. La vi bien, quería saber si yo sabía algo de Mimi.

—Pues si vuelves a encontrártela, dile que se fue de vacaciones. Mimi no quería que nadie supiera dónde realmente está.

—Sí, no me extraña de ella. Entonces, ¿de verdad no sabes cómo está?

—No —reiteró Takeru, incorporándose—. Se fue hace un mes y no he sabido nada de ella. A esta altura, ni siquiera estoy seguro de si volverá.

Yamato se sintió culpable.

—Takeru. —El susodicho volteó—. Soy consciente de que me he comportado como un idiota. He pensado mucho en este tiempo, más de lo que te imaginas, y sé que he sido un mal amigo, un pésimo novio y un peor hermano. Y no te digo esto para que me tengas lástima o me perdones. Solo quiero que sepas que reflexioné. Me arrepiento de muchas cosas…

Takeru suspiró y se alejó de las gradas. Yamato asintió con resignación y también se puso de pie. Para su sorpresa, su hermano se detuvo y le dedicó una sonrisa. Yamato también sonrió.

—Nos vemos —le gritó Takeru y se alejó a paso rápido, manteniendo la mueca buena parte del trayecto. Hasta que sus pensamientos y distracción lo hicieron seguir de largo, cuando tendría que haber doblado hacia la izquierda (para llegar a casa de Hikari), e inconscientemente detuvo sus pasos al momento de reconocer a la vivienda frente a su ser.

La residencia Tachikawa nunca se había visto tan gris a los ojos de Takeru. No importaba que estuviera pintada de rosa y amarillo o que su jardín destacara considerablemente de los del resto de la cuadra. El rubio lo meditó un momento y eso le llamó la atención: el césped estaba cortado y las flores lucían sus coloridos pétalos con orgullo. ¿Cómo podía ser eso posible si hacía un mes que allí no vivía nadie?

Con el corazón acelerado y la esperanza creciendo en su interior, corrió hacia la puerta. Contuvo la sonrisa al ver que la misma estaba abierta.

—¿Mimi? —llamó, mirando alrededor con los ojos inquietos. Sin obtener una respuesta, decidió volver a exclamar su nombre. Al poco tiempo, escuchó un ruido proveniente de una de las habitaciones y una figura familiar apareció.

—Ah. Hola, Takeru. —El joven espiró el aire contenido y luego se quedó rígido—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Eh… yo, este…

Keisuke rio.

—Bueno, no te quedes ahí parado y ayúdame. —Takeru asintió y ambos ingresaron a la habitación de Mimi, donde el dueño de casa le pasó un edredón.

—¿Qué pasó aquí? —quiso saber el rubio, asombrado por el radical cambio en la recámara.

—Sé que a Mimi este cuarto le trae muchos recuerdos dolorosos, así que contraté a unas personas para que lo pintaran y redecoraran. Se fueron hace un momento. Solo me queda acomodar unas cosas. Quiero que todo esté perfecto para el regreso de Mimi —informó, tomando el edredón de las manos de Takeru y terminando de tender la nueva cama de su princesa.

—¿Su regreso? —tartamudeó Takeru, incrédulo—. ¿Cuándo?

—¡Hoy! —exclamó el señor Tachikawa, sonriendo—. ¿No te lo dijo? —Una mezcla de angustia y felicidad se instaló en el estómago de Takeru, subiendo a velocidad luz hacia su garganta. Lo único que logró hacer fue ladear la cabeza. Se había olvidado de cómo hablar—. En fin, ya terminé aquí. ¿Tienes algo que hacer ahora? Te invito a almorzar y luego vamos al aeropuerto.

Takeru volvió a mover la cabeza, esta vez asintiendo.

El viaje hacia el restaurant se volvió casi tan tedioso como tener la comida en frente. Pollo con papas, ¿para qué pedir comida cuando es imposible siquiera pasar saliva? Afortunadamente, Keisuke era bastante conversador —aunque no tanto como su esposa y su hija— y gracias a eso, apenas notó que Takeru no había pronunciado una sola frase desde que habían salido de su casa.

—No… no estoy seguro de que Mimi quiera verme —declaró al fin, mirando cómo el pollo se enfriaba. Keisuke paró de comer.

—¿Por qué dices eso?

—Es que… no sé si usted está al tanto, pero yo no he sabido nada de ella en todo este tiempo. Probé llamarla, pero me dijo que cambiaría su celular y nunca me pasó su nuevo número.

—¿Y? —El hombre no mostraba signos de empatía.

—Que no creo que se alegre demasiado si me ve llegar con usted…

—¡Tonterías! Vamos, come que se enfría. —Y Takeru no fue capaz de decir más nada.

La espera en el aeropuerto fue aún peor. El ensordecedor bullicio de gente feliz por retornar de quién sabe dónde y abrazar a sus seres queridos; turistas curiosos y confundidos, intentando descifrar qué decían los carteles; personas perdidas; equipajes sin reclamar... y el pollo amenazando por subirle por el esófago, era la guinda del pastel.

Todo desapareció cuando la vio. Las personas se volvieron borrones sin rostro, y los sonidos, sordos. Takeru tuvo que pellizcarse para poder asegurarse de que seguía consciente. Mimi, radiante como nunca, corrió a los brazos de su padre y pronto su madre también se sumó al abrazo. Claramente, él era un espectador externo más, y sobraba. Igual ya no importaba, verla así de bien le era más que suficiente. Con el mentón temblando, se dio la media vuelta y se dispuso a caminar hacia la salida.

—¿Takeru? —Y el susodicho dejó de respirar. Aquella voz… dulce y aguda, no había cambiado nada y sonaba como en sus sueños, pero mejor. Mejor porque esta hermosa Mimi que lo llamaba era la real. Rotó en cámara lenta hasta enfrentarla y apenas lo hizo, aquellos brazos ya no tan macilentos le rodearon la espalda con fogosidad; él correspondió de inmediato. Volvía a sentirse vivo luego de todo ese tiempo y no quería soltarla jamás. Eventualmente ella relajó los músculos y se alejó un poco para juntar las manos de él con las suyas. Su sonrisa radiante… los ojos miel resplandeciendo, ¡y su cabello! Nunca más brillante. Takeru deseó detener el tiempo. Sentía la cursilería brotarle por cada uno de sus poros; podría escribirle allí mismo todo un libro de poesía sobre cada labio, cada pestaña, cada cabello. Él apretó sus manos y en ese momento notó que las uñas de ella ya no estaban quebradizas y habían recuperado su tono rosáceo natural. Siguiendo con la vista sus brazos, se dio cuenta de que Mimi no llevaba puesta la pulsera que él le había obsequiado antes de su partida.

—Chicos —interrumpió Keisuke, haciendo que Takeru olvidara la ausencia de su regalo—, no quisiera molestarlos… pero debemos ir por el equipaje y luego a casa, Mimi.

—Sí… quisiera irme caminando, si no les importa.

—¿Estás segura? —manifestó su madre con cierta preocupación.

Mimi soltó a Takeru para acomodarse el cabello.

—No está tan lejos. Además, Takeru puede acompañarme, ¿verdad?

El susodicho asintió y se acercó para tomar el bolso de mano de la castaña, quien pareció alterarse por un momento ante el gesto, pero fue tan fugaz que nadie lo notó. Luego, la recién llegada besó a sus progenitores para transmitirles seguridad.


—¡Qué día tan hermoso! —chilló Mimi, bajo el resguardo de la sombra de las frondosas copas de las varias clases de árboles del parque, abrazando a la tarde con su cuerpo. Takeru suspiró mientras la seguía desde atrás, no podría estar más aliviado: Mimi se veía fabulosa y de un ánimo increíble; tal cual un infante que sale a la calle corriendo a jugar, luego de varios días de lluvia.

—Bueno, aquí estamos —soltó Takeru con pesadez. El trecho del aeropuerto hasta la residencia Tachikawa se le había hecho demasiado corto, a pesar de que él y Mimi habían intercambiado poco más que algunas sonrisas durante el trayecto.

—Sí —suspiró ella—. Entremos, quiero ver cómo quedó mi habitación.

—¿Estás segura? ¿No quieres descansar o…? —Pero Takeru fue interrumpido por el jalón que Mimi le dio para que ingresara.

—Vaya… ¡me encanta! —expresó eufórica desde la puerta de su recámara, examinando con detenimiento cada rincón de la misma—. ¡Gracias, papi!

Takeru sonrió, dejando el bolso de Mimi junto a la puerta. Ella se arrimó, también sonriente, y lo guardó de prisa en su armario. Luego, el rubio simplemente se quedó contemplándola; una vez más, ella le transmitió ese aire infantil: tal cual un infante que está abriendo los regalos de Navidad o de cumpleaños, sorprendiéndose y maravillándose con cada uno.

—Será mejor que me vaya —informó el espectador; desde que la había visto, tenía una leve sensación de que molestaba.

—¿Por qué? ¿Tienes algún plan?

—No… ¡Sí! —exclamó Takeru de pronto, recordando su compromiso con la joven Yagami y los demás—. Había quedado en ir a lo de Hikari, pero debería haber llegado hace rato… ya no importa, supongo.

—Ya veo… ¿me acompañarías a un lugar, entonces?


Conejitos, gatitos, cachorritos, corderitos… todos formaban parte de la lista de animales tiernos que Mimi jugaba a distinguir en las nubes. Takeru también creía verlos, al menos a la mayoría.

A los ojos de un extraño, lo que estaba a la vista era un parque, un cobertor, y dos personas tendidas sobre él mirando y señalando el cielo. Para Takeru era mucho más que eso.

—Creo que nunca había hecho esto antes… —comentó, girando la cabeza hacia Mimi.

—Pero es divertido, ¿no crees? Intenta encontrar algo tú… no tiene por qué ser un animal, solo dime lo que ves.

Takeru volvió a fijar la vista a las alturas, pero le era difícil encontrar algo teniendo tan junto a él a Mimi mirándolo expectante. El sonido del canto de las cigarras esperaba pacientemente a que él proporcionara una respuesta. De pronto, le pareció sentir una sombra seguida de un grito y luego, nada… las nubes se convirtieron en estrellas.

—¿¡Estás bien, Takeru!? —cuestionó Mimi conmocionada. El joven abrió los ojos lentamente y le costó darse cuenta de qué había pasado.

—¿Estoy… en el cielo? —tartamudeó ante aquel ángel.

¡Taichi! —se escuchó cerca y luego una figura femenina, muy conocida para ambos, hizo aparición—. ¡Te dije que no lo patearas tan fuerte!

—Sora… —musitó Mimi, estupefacta.


—¿Estás seguro de que te encuentras bien, Takeru? —quiso saber Taichi, aún preocupado. El rubio puso sus dedos sobre la frente, donde la pelota le había golpeado.

—Sí, no creo que pase de un pequeño chichón.

—Lo siento. Sora me advirtió que no debíamos jugar en un lugar con tanta gente, pero es que simplemente no me aguanté hasta llegar al campo de futbol. Hacía demasiado tiempo que no jugaba… con ella.

—Me alegro por ti, les irá bien juntos.

—¿Cómo sabes…?

—Me contó Yamato, hoy fue a verme jugar baloncesto —explicó Takeru, sonriendo.

—Ya veo —asintió Taichi—. ¿Cómo estás respecto a…? Bueno, todo.

—No ha sido fácil. Mimi regresó hoy de… sus vacaciones. Yo me enteré de casualidad. Y Yamato, no lo sé; suena arrepentido y quiero creerle. Sigue siendo mi hermano.

—Yamato cometió un error —opinó Taichi y Takeru no parecía estar del todo de acuerdo—. Bueno, uno muy grande que se le fue de las manos y por ello lastimó a muchas personas. Personas que no se lo merecían. Pero le creo que esté arrepentido y tú también deberías… La familia es para toda la vida.

Las últimas palabras de Taichi revolotearon en la mente de Takeru por largo rato y ninguno volvió a hablar hasta que Sora y Mimi regresaron donde ellos.

—¿Nos vamos? —solicitó la pelirroja mirando a su nuevo novio, quien asintió de inmediato y se puso de pie.

—Cuídense —dijo Taichi a modo de despedida y pronto ambos desaparecieron del campo visual de Mimi y Takeru.

—¿Estás bien? —se preguntaron simultáneamente y luego sonrieron.

—¿Cómo está tu cabeza? —quiso saber la joven.

—No fue nada, he recibido peores golpes. ¿Hablaste con Sora? ¿Cómo quedó todo?

—Vamos a casa, ¿sí? Te daré un anti-inflamatorio.

—Ya es algo tarde para eso.

—¿Al menos una bandita?

Y ambos comenzaron a caminar a solo una hora de que el sol se escondiera, recordando la cercanía del otoño.

—Estuvo bien… la charla con Sora. Me dijo que muchas veces quiso contarme lo que pasaba, pero… —habló Mimi finalmente—. Estoy segura de que si hubiera querido hablar conmigo antes, no la habría escuchado. Pero el estar lejos te hace ver las cosas desde otra perspectiva.

—¿Decidiste darle otra oportunidad?

—No sé si eso… pero la extrañé, sabes. Supongo que uno no elige sentirse así.

Takeru asintió y no pudo evitar preguntarse si ella también lo había extrañado aunque fuera una mínima parte de lo que él lo había hecho.

—¿No quieres descansar? —quiso saber, cuando estuvieron nuevamente en la habitación de Mimi.

—Aquí está la bandita.

—¿Hello Kitty? —Takeru elevó una ceja.

—Cállate —rio ella, mientras se acercaba a su rostro para colocársela. Takeru desvió la mirada y aguantó la respiración. Mimi se paró en la punta de sus pies para poder alcanzar la frente del rubio—. Listo —informó, pero permaneció en la misma posición. Los ojos azules de Takeru pronto se aventuraron para encontrarse con los de ella—. Yo… recordé que debo hacer algo —susurró la castaña, alejándose.

—¿Ahora?

—Sí.

—Bueno, te acompaño. —Mimi ladeó la cabeza.

—Tengo que ir yo sola. Puedes esperarme, ¿sí? Mira la televisión o algo… no tengo muchos libros.

Sin muchas opciones, Takeru se sentó en el borde de la cama, cubierta por el nuevo edredón, en señal de que esperaría. Mimi sonrió una vez más y se marchó a toda prisa. A poco tiempo de haberse quedado solo, Takeru no pudo evitar recostarse y sus párpados no demoraron en descender. No supo si en realidad llegó a quedarse dormido. Había sido un día muy largo y lleno de emociones en su ser. No así en Mimi, y Takeru frunció el rostro. ¿No se encontraba demasiado bien para alguien que había pasado por un tratamiento de terribles características que él solo era capaz de imaginar? Puras sonrisas, juegos con nubes, la charla con Sora… Mimi no había dicho ni una sola palabra sobre su estadía en la clínica. Tampoco le había explicado por qué no le había escrito, ni llamado, ni avisado de su regreso… ni por qué no estaba usando la pulsera que él le había obsequiado instantes antes de su partida. ¿Y dónde estaba ahora? Takeru se incorporó ante aquella pregunta tan tonta con respuesta más que obvia:

—Yamato —musitó ronco, con los ojos desorbitados. Su mente no tardó en bombardearlo con posibles imágenes de la situación actual. Y cada una era peor que la otra. Pronto, aquellos sonidos de la habitación contigua de los que había sido testigo sin querer cuando Yamato, Mimi y él convivían, se convirtieron en la banda sonora de aquellas lacerantes escenas.

Takeru se puso de pie, tieso, y comenzó a caminar en círculos por la celda de tortura. Tal era su ensimismamiento, que apenas notó el regreso de la protagonista de sus pesadillas.

—Gracias por haberme esperado. Mamá nos preparó unos bocadillos —informó casual la recién llegada, apoyando la bandeja que cargaba en la mesa ratona y sirviendo el jugo en dos vasos largos—. ¿Qué te pasa?

La mirada azul de Takeru pasó desde la alfombra rosa hacia la puerta.

—Me tengo que ir —habló apenas; seguía ronco por la falta de saliva.

—¿Por qué? —Mimi lo miró desconcertada, sentándose en la cama.

—Debo hacerlo.

—¿Para qué esperaste, entonces?

—Porque soy un idiota —rio el rubio con ironía y ladeó la cabeza—. Es… es demasiado, Mimi.

—Lo siento, no creí haber demorado tanto.

—No estoy hablando de eso. Mimi —suspiró, acercándose a ella—, ya no puedo más.

—¿A qué te refieres? —La dueña de casa seguía sin comprender.

—Los últimos meses han sido los más difíciles de mi vida. Y sabes muy bien por todo lo que he pasado en ella —explicó y la caminata alrededor de la habitación volvió—. Estuve a tu lado sabiendo que mi hermano te engañaba, pensando que estabas embarazada de él, conociendo tu problema con la comida, escuchándote y apoyándote siempre. No solo por lo que siento, sino porque antes que nada y antes que todo, eres mi amiga.

Mimi escondió la cabeza sintiéndose regañada. Takeru prosiguió.

—Puedo soportar que no quieras hablar de lo pasó en la clínica; puedo soportar que pretendas que no pasó nada y que todo está bien; puedo soportar que no me hayas hablando en todo este mes que pasaste lejos; puedo soportar que no me hayas avisado que regresarías, y créeme: hasta puedo soportar que no estés usando la pulsera que te regalé —admitió, deteniendo sus pasos—. Pero no puedo soportar que vuelvas con Yamato.

Mimi levantó la cabeza, con los ojos miel derramando una lágrima tras otra, y vio que los ojos de Takeru estaban a punto de seguir su destino.

—No puedo, lo siento —finalizó, abriendo la puerta.

—Yo lo siento —sollozó Mimi, frotándose los brazos—, pero te equivocas.

En ese momento fue el turno de Takeru para estar confundido. Poco a poco volteó. Verla así le hizo temblar el estómago y respirar agitado.

—¿En qué?

Mimi se tomó la cabeza y se echó hacia atrás. Mordió sus labios recién pintados y luego se puso de pie casi de un salto. Takeru no sabía qué esperar.

—¿Quieres saber la verdad? —dijo ella, caminando hacia su guardarropa y sacando el bolso de mano que había llevado consigo más temprano—. Estar internada fue difícil, terrible —confesó, revolviendo el bolso; Takeru solo la observaba estoico—. Luego del tratamiento físico, pasamos al psicológico y seguramente siga con él de por vida o al menos por muchos años. Mi problema no tiene cura; no puedo dejar la terapia porque es posible que recaiga. ¿Necesitas saber más? Toma —habló con severidad, obligándolo a que tomara una pesada caja blanca.

—¿Qué es esto? —balbuceó el Takaishi, retirando la tapa del objeto.

—Ahí está todo y son todas para ti. —Mimi volvió a sentarse en la cama, dándole la espalda—. Hoy más temprano te dije que acepté hablar con Sora porque la había extrañado, porque uno no elige sentirse así y porque la distancia te hace ver las cosas de otra manera. ¿Entiendes? —Su voz había vuelto a quebrarse.

Takeru tomó las treinta y una cartas, con las manos temblorosas y sudadas.

—¿Me entiendes? —Mimi ahogó un grito. No se atrevía a voltearse y mirarlo—. No tienes idea lo que fue estar lejos de ti…

—¿Por qué no me llamaste o escribiste o… ? —Takeru no supo de dónde sacó las fuerzas para hablar.

—Porque… no quería seguir causándote molestias o preocuparte más. La psicóloga del establecimiento me sugirió que te escribiera y así lo hice, cada día, solo que no te las envié… Y no te avisé que regresaba hoy porque necesitaba ordenar mis ideas, sabes. Pero cuando te vi… nunca había estado tan feliz de ver a alguien, jamás.

Takeru apoyó con delicadeza las cartas de Mimi en la mesa y se dejó caer en la alfombra. Escuchaba con atención, pero no podía procesar la información. Simplemente no entendía nada.

—La pulsera me la quité el primer día, pero no se ha despegado de mí. —Y cual mago que saca un conejo de su galera, la mano de Mimi apareció sosteniendo la pulsera de flores azules—. Me prometí que no me la volvería a poner hasta que me vieras bien y que serías tú el que lo haría. —No pudo evitar sonreír para sí, aún sollozando—. ¡Y por supuesto que no voy a volver con Yamato! ¿Qué te hizo pensar eso? —cuestionó, elevando los brazos y dándose la vuelta.

—Entonces, ¿adónde fuiste? —Finalmente los ojos azules volvieron a encontrarse con los miel; los cuatro luceros brillantes y húmedos.

Mimi volvió a morderse los labios y se revolvió en la cama, nuevamente incómoda. Sintió la necesidad de voltearse una vez más, pero la mano de Takeru sobre su hombro se lo impidió. Él se sentó a su lado y la miró con inigualable ternura, expectante.

—Esto es difícil —admitió ella, juntando ambas manos sobre sus labios y soplando repetidamente dentro de ellas. La pulsera bailó al compás de la cálida brisa—. Fui… a hablar con Hikari.

Takeru casi se cae de espaldas al piso.

—¿Qué… qué tiene que ver ella? No estoy entendiendo nada.

Mimi hizo un puchero e infló sus mejillas que estaban coloradas por demás y no solo se debía al llanto. Se sintió mal, había retocado su maquillaje en vano.

—Desde el día que me besaste en el parque cuando volvíamos del bar en el que había tocado Yamato, yo… comencé a sentir cosas. Miento. Seguramente fue antes, no lo sé. No importa realmente. Pero cada vez era peor, me di cuenta de que vivía buscando excusas para estar a tu lado porque me sentía mejor contigo que con tu hermano… mi novio.

Takeru se quedó mudo. Y sordo. Y ciego. Mimi siguió, ahora que había empezado no iba a detenerse.

—Pero estaba mal, por donde lo miraras. ¡Eras mi cuñado! Y yo pensé que estaba embarazada de Yamato. Además, eras dos años menor que yo y… el ex de una de mis mejores amigas. Por eso te aclaré todas las veces que pude que solo te quería como amigo y que eso no iba a cambiar. Cuando en realidad ya había cambiado desde hacía tiempo. Esto es difícil —reiteró, haciendo una pausa, escondiendo los ojos—. Tu silencio no me hace sentir mejor.

—¿Qué? —soltó Takeru en un murmullo. ¡Qué otra cosa podría decir! Estaba seguro de que el golpe de pelota que había recibido en la cabeza lo estaba haciendo alucinar. Mimi continuó.

—Fui a hablar con Hikari porque creí que… aún sentías cosas por ella —confesó apenada, peinando su cabello—. Por eso tampoco te avisé que venía, tenía que verla a ella antes que a ti. Tenía que asegurarme.

—No comprendo.

Mimi rodó los ojos y suspiró con pesadez.

—El día que estaba internada los vi de la mano y luego se abrazaron. Y cuando te pregunté qué harías cuando me fuera dijiste que pasarías tiempo con ella e incluso hoy la ibas a ver y…

—Mimi. —Takeru se acercó—. ¿Es en serio? Todo lo que has dicho.

—¡Por supuesto que es en serio! —exclamó la aludida con exaspero.

—Te ves tan linda en mis sueños.

La castaña entrecerró los ojos en señal de confusión y antes de que pudiera decir o hacer algo más, Takeru la tomó del rostro y no vaciló en besarla. Muy suave y despacio al principio, poco a poco explorando con fervor cada labio. Mimi le correspondió. Se sentía muy real, tanto que Takeru sonrió. Porque sabía que no podía ser. Porque sabía que se había quedado dormido esperando a Mimi, quien había vuelto con Yamato. Porque sabía que ciertas cosas simplemente no suceden nunca, no importa lo mucho que lo desees. Así que intensificó el beso anhelando que nunca lo despertaran.

—Espera —solicitó Mimi, apartándose unos milímetros de aquellos ansiosos labios—. ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

Takeru parpadeó varias veces. Eso no solía pasar en sus sueños. Miró alrededor: la habitación tenía demasiados detalles, cuadros, fotografías y osos de felpa. Los hielos en los vasos de jugo se derretían y la cama se sentía tibia y acogedora. Volvió a clavar la vista al frente y apretó los brazos de Mimi y luego sus piernas.

—¿Qué pasa? —curioseó Mimi. Takeru prosiguió a tocarle el rostro con insistencia. Ella rio—. No estás soñando, cariño. —Y Takeru se espantó, echándose hacia atrás y aterrizando de nalgas en el piso alfombrado—. Ven. —Mimi estiró los brazos y lo ayudó a volver a subir a la cama. Él se recostó y Mimi se acurrucó en su pecho. Takeru aspiró el perfume de su cabello, seguía manteniendo el mismo exquisito aroma: una mezcla de cítricos con alguna flor… Volvió a inhalar, ¡jazmín! Esa era la flor, al fin lo había descubierto.

—Entonces, ¿qué quieres hacer? —quiso saber la dueña de casa, desde su posición, moviendo su dedo anular circularmente creando remolinos en el cabello rubio.

—¿Cómo es Kyūshū? ¿Te gustó?

—No lo sé. Prácticamente no salí de la clínica. ¿Por qué?

—Podemos ir ahí. Empezar de cero.

—¿Qué dices? ¿Estás insinuando que debemos huir juntos? —comentó Mimi, divertida, incorporándose un poco para verlo mejor.

—No sé lo que digo. Sigo durmiendo —dijo Takeru con serenidad, apoyando los brazos detrás de la cabeza.

—¿Ese beso no se sintió lo suficientemente real para ti? —cuestionó la muchacha, coqueta. Takeru pasó saliva.

—Creo que necesito unos minutos para procesar todo.

Mimi sonrió y volvió a recostarse en el pecho del rubio. Ambos suspiraron.

—Tómate tu tiempo. Solo quiero estar contigo —dijo ella.

—¿Qué hay de los demás? —preguntó él, al cabo de algunos segundos.

—No me importa lo que puedan pensar. Si de verdad son nuestros amigos, y estoy segura de que así es, no nos juzgarán.

—¿Qué hay de Yamato? —inquirió Takeru, inquieto.

—Tampoco me importa. Aunque las festividades en familia van a ser algo incómodas —bromeó la joven—. Por mi parte, no me interesa saber más nada de él. Pero entiendo que es tu hermano, espero que puedan hacer las paces. No sé cómo se tomará esto…

—Él sabe desde hace tiempo lo que siento por ti. No sé, tal vez pueda aceptarlo algún día… no lo sé, no quiero pensar en eso ahora.

—Tú lo nombraste…

—Sí… —susurró, rodeando a Mimi con ambos brazos y aferrándola. Todavía no creía del todo lo que estaba aconteciendo, aún temía despertar en cualquier momento, como siempre sucedía…

—¿Qué hay de Hikari? —se atrevió a preguntar la joven. Takeru ladeó la cabeza.

—Absolutamente nada. Sé que se pondrá contenta, no puedo creer que pensaras que aún sentía cosas por ella... Hikari es mi mejor amiga, cuando descubrió lo que sentía por ti me dio ánimos. Ha sido fácil estar con ella porque sé que me comprende.

Mimi sonrió de lado.

—Sí, fue más o menos lo que ella me dijo. ¿Te molesta si duermo un momento? —solicitó momentos después y antes de esperar respuesta, cerró los párpados y relajó el cuerpo. El corazón de Takeru desprendía una melodía de arrullo ideal.

El joven se sonrojó y besó aquella tersa frente con dulzura.

No, todavía no lo creía. Suspiró por enésima vez; quizás debería «dormir» un poco también o algo así. ¿Se puede dormir cuando estás soñando? Takeru se disponía a averiguarlo, cuando notó que algo estaba resbalando a su costado: era la pulsera, que se estaba deslizado de los dedos de Mimi. Takeru la atajó enseguida y la apretó contra sí, sonriendo. Luego, tomó despacio la mano de la castaña y colocó la pulsera alrededor de su muñeca. Mimi despertó.

—Sabes —musitó, observando su mano y posteriormente mirándolo a los ojos—, a simple vista, Yamato y tú pueden aparentar ser muy parecidos. Pero yo creo que no es así, en absoluto.

FIN


Vaya... a decir verdad, tengo sentimientos encontrados. Por un lado, me siento feliz y aliviada de haber terminado mi primera novela larga de Digimon. Por otro, me siento algo triste a saber que este fic ha visto su final. Y sobre él, como mencioné alguna vez, siempre estuvo en mi cabeza, aunque claro, a la hora de escribirlo sufrió algunas modificaciones y hasta casi me veo tentada de terminarlo cuando Takeru le dice a Mimi que se ve muy linda en sus sueños. Pero no podía ser tan mala con él después de todo lo que pasó el pobre, me parece que se merecía su final feliz.

Les quiero dar infinitas gracias a todos por haber leído mi fic y por haber sido pacientes (o no tanto, jeje) y seguirlo hasta el final. :)

Gracias por sus reviews del capítulo anterior: Ahiru-san, asondomar, Diablita666, Ivymon, Naruto-Namikaze17, MimatoxLove, mi querida Mor, , Adrit126, IzzieBlake, El susurro del viento, Japiera, clariee, Sybilla's song, HikariCaelum, Ellie77 y mimimatt26. Gracias a todos los que leen y los que agregan a favoritos y/o alertas.

Y gracias especiales a mis queridas asondomar y Sybilla'song por los consejos, la ayuda y el ánimo a distancia. ¡Las quiero!

El título del fic no es precisamente por la última frase de Mimi; creo que asondomar lo describió muy bien en un antiguo review:

(...)«Creo que con este fic te estás poniendo en el lugar de otros y tratando de entender lo que sienten, y eso es realmente muy bueno para aplicarlo en tu vida. Comienzas a observar a quienes te rodean y empiezas a ver lo que hay más allá de la "simple vista" y es increíble todo lo que ves.»

Por último, me queda agradecerles una vez más y dejarles de regalo una imagen que encargué hace tiempo (seguramente ya la habrán visto por ahí), es la escena del aeropuerto donde Mimi y Takeru se toman las manos: www. deviantart art/Commission-Takeru-and-Mimi-270485255 cortesía de la genial y talentosísima Sakura-a-i. :)

Pienso seguir haciendo fics de Digimon, así que espero volver en breve. ¡Feliz 2014!

(Por cierto, aclaro por las dudas que el tiempo de internación de Mimi lo discutí con personas competentes al tema y si bien un mes les pareció un tiempo prudente para el tratamiento físico, (o al menos el comienzo de él) me aclararon que el tratamiento psicológico es de tiempo indefinido.)