Disclaimer:Inuyasha pertenece a Rumiko Takahashi y nada más, este Fic está escrito sin fines de Lucro, yo solo escribo esta historia de amor entre Lord Sesshomaru y Rin.


Eternidad Daiyōkai

Capítulo VII

La batalla de los 4 años

"Se oyen pasos de alguien que no llega nunca…"

—Mario Benedetti

Abrumada por lo que acababa de ver ni siquiera sintió cuando fue levantada y llevada a la choza que compartía con la abuela y con su mejor amiga. Fue hasta que abrió los ojos cuando se dio cuenta que unos color chocolate la miraban preocupada y un abanico hecho de palma soplaba un aire que refrescaba sus mejillas; verla así tan sonrojada y con el pelo algo pegado en las sienes, atendiéndola, le recordó a la Rin del futuro que se debatía entre dejarla morir o salvarle la vida.

¿Debía contarle?

Sonrió al escuchar como Rin alababa a Kami por hacerla abrir los ojos y una lágrima se escurrió por una de sus mejillas al saber que abría un día en el que su amiga por más que orara no obtendría lo que pedía, pero Rin se apresuró a limpiarla con uno de sus dedos mientras le dedicaba una sonrisa. Estaba siendo egoísta al guardarse aquella visión para ella, pero su amado alguna vez le había dicho que era inútil y hasta peligroso alterar el destino y sabía que muy bien que tendría que morir en algún momento. Sintió una tristeza increíble oprimirle el pecho, como si se dejara caer en el abismo, ¿no podría disfrutar mucho más a su pequeño?

Sus manos tocaron instintivamente su vientre, como corroborando que su bebé seguía ahí y la voz de Rin relajó aquella incertidumbre.

—Tu bebé está bien, sólo fue un desmayo —murmuró antes de cubrirle la frente con una pañoleta húmeda y sentarse a su lado, tomando su mano con firmeza y dedicándole una de aquellas sonrisas que brindaban una paz a su interior que sólo la pelinegra podía lograr—. Me has dado un susto tremendo al verte ahí tirada frente al espejo, menos mal que no se te vino encima— debía mostrarse taciturna y calmada ante la mención de aquel objeto autor de sus visiones y sólo pudo asentir y ladear la cara hacia donde su amiga estaba. Observó que la pelinegra llevaba amarrado su pelo con un moño mal hecho y su traje de examinadora estaba todo rasguñado, como si acabara de llegar de una batalla.

— ¿De dónde vienes?— preguntó la castaña con los ojos violetas puestos en su atuendo y la risa meliflua de Rin inundó la choza, haciéndole darse cuenta que sólo le quedaban algunos meses para escuchar a su amiga reír así, para poder sentir sus cuidados, para mantener una amistad con ella…

—Estuve entrenando con la señorita Sango, dentro de poco no podrá ejercitarse y quiere prepararme para el viaje que voy a hacer con Kohaku— los quejidos de la castaña se produjeron enseguida al escuchar aquella información y la morocha miró con extrañeza a su amiga al verla intentar enderezarse, impidiéndoselo con una mano sobre su hombro mientras negaba con la cabeza —No te endereces, sólo vas a marearte… —pero no pudo continuar con sus recomendaciones porque los ojos violetas la miraban con miedo desde abajo.

—¿Cuándo te vas? —Rin parpadeó un par de veces boqueando porque no sabía con exactitud la respuesta y al final decidió encogerse de hombros mientras acomodaba la pañoleta que ya resbalaba como parche sobre la frente de Moriko.

—No sé, hacen falta unas medicinas en la aldea y como la cosecha de este año es buena… —dijo mirando a Yukari que ronroneó apenas entrar por la puerta de la choza, acercándose al par de chicas que se encontraban junto al fuego —la abuela me envió a cambiar algunas raíces por remedios… —pero de nuevo fue interrumpida y no pudo evitar alzar una ceja esta vez.

—Pero eso no contesta mi pregunta, ¿cuándo te vas?

"¿Pero por qué tanto desespero?", pensó Rin con la mirada fija en su amiga, seria como pocas veces lo era. Pero algo se le estaba escapando y ese sentimiento le era algo molesto, pasaba lo mismo cuando era incapaz de adivinar lo que pensaba su oponente. —La próxima semana, yo creo— dijo al fin, intentando despejar su mente de pensamientos tontos que quizá estaba logrando que viera cosas donde no las había, sin embargo decidió dejar en claro que no iba a tardar mucho fuera, pues el recorrido mínimo se llevaría un par de semanas al atravesar la montaña. Viendo como su amiga se relajaba, se quedó más tranquila y pronto el silencio reinó entre ellas, uno muy cómodo, como siempre que se colaba en sus momentos. Rin comenzó a peinarle su largo cabello castaño en una trenza que permitía que su pelo no se llenara con pedazos de paja en los que descansaba. Tarareaba una canción que solía cantar cuando esperaba con Jaken a Lord Sesshomaru y notó enseguida como la respiración de su amiga se volvía más pausada, delatando su sueño. Sonrió al verla así y dejó su cabello para ponerse de pie, tomando un poco más de leña para avivar el fuego del centro de la choza, tomó un kimono limpio para darse una ducha en el río y volver para preparar la cena.

Seguida de Yukari, quien agitaba su cola de hojas tan cafés como las que caían de los árboles, siguió el camino de siempre que la conducía al bosque sin dejar de tararear la canción, haciendo que su amigo felino moviese sus orejas al ritmo del son, recordando los días en los que, junto a ella, caminaba su abuelo Jaken.

En la choza, Moriko dormía un poco más tranquila al saber que Rin no se iría por muchos días y que aquello le daría tiempo de pensar en contarle lo de sus visiones. Sabía que no podría ocultarle por mucho las cosas, así que se tranquilizó pensando que tendría bastante tiempo para idear una forma de contarle por todo lo que la aldea iba a pasar. Así como los detalles que —no pensados con anterioridad— debía poner en orden antes de que su bebé viniera al mundo, tales como un nombre, el cual no tenía aún decidido.

¿Qué nombre era correcto para ponerle al sobreviviente de dicha masacre?


Honoka paseaba con Monomaru como cada día que éste podía, soltando unas cuantas risas que hacían voltear a todas las doncellas y trabajadores que pasaban por dónde ambos estaban. Ninguno de los guerreros se había atrevido a preguntar por qué su capitán estaba tan contento y ninguna de las doncellas que atendía a Honoka había hecho lo propio. Aunque se notaba la complicidad y alcahuetería a la hora de arreglar su vestimenta; la demonio agradecía el gesto y se mostraba cada día más amable, sintiéndose menos sola al intercambiar unas cuantas palabras entre las mujeres y con aquellos paseos que le reglaban momentos de dicha al lado del capitán.

En un par de meses, él había logrado saber muchas cosas que nadie en los años (que eran bastantes) que tenía Honoka en la tierra, había logrado. Sabía ya, que ella alguna vez tuvo un hermano mellizo que era quien la protegía de todo demonio, un poderoso demonio cuyo poder era el del camuflaje, y que tenía la piel como si de corteza de un árbol se tratase, aferrándose a la tierra y pasando desapercibido como un árbol cualquiera lograba brindarle un escondite a su hermana, pero fue asesinado por el veneno de los insectos de Naraku, quien se empeñaron en crear un nido ahí. Muerto su hermano, ella tuvo que vagar por aquella tierra sin protección alguna, engendrando flores que darían poder a gente sin escrúpulos.

También supo que el color verdadero de sus ojos era el azul y que se tornaban violetas sólo cuando estaba en cinta. Varios eran los secretos desvelados por la demonio de pelo corto que lograron que el capitán del ejército, comenzara a tener sentimientos tan humanos que hasta él mismo se desconocía. ¿Quién podría mostrar respeto ante el más fuerte de los soldados si mostraba un corazón tan débil con tan sólo recibir una sonrisa de ella?

Estaban sentados frente al templo que había en el Ala Oeste del imperio, pues el Lord le había permitido llevarla ahí, confiando en su poder para protegerla de cualquier situación (que estando en el imperio no debía correr el menor peligro, pues nadie, aún, se atrevía a atacar las tierras del Oeste) —¿Cuándo darás a luz?— preguntó el castaño de ojos verdes que embelesado por la bella Honoka, no hacía más que mirarla fijamente.

La castaña se encontró con aquella mirada verdosa y se perdió en aquellos rasgos definidos y angulares que delataban su naturaleza reptilera. Se trataba de un demonio lagarto, que compartía el poder de Sesshomaru al poder adquirir la forma humana, un grado de poder que atribuía a su capacidad para tener el puesto que ostentaba. Aún y cuando sus afilados dientes resaltaban debajo de aquellos carnosos labios, Honoka veía todo en él hermoso. —Faltan seis años, ya falta poco… es sorprendente que ya voy a cumplir en un par de días el año desde que el emperador me encontró —murmuró sintiendo raro al llamarle así al Daiyōkai, después de todo, ella había sido testigo que en un principio él no tenía nada—. Tengo curiosidad de cómo será la emperatriz, ¿tú no?— dijo acercando peligrosamente su rostro al de él, sintiendo entonces que tal vez sus actos no eran tan prudentes y al darse cuenta de lo atropellado de sus palabras y del evidente sonrojo que azotaba las mejillas del castaño desvió su mirada algo apenada hacia la construcción tan hermosa que se alzaba frente a ellos. Lo que la demonio no sabía es que ella en efecto conocía a la emperatriz que estaba en boca de todos, era consciente de su aspecto pero nadie le había explicado nada… Y tal vez hubiese sido en vano, porque la pequeña Rin crecía y florecía cada día más hermosa.

—Dicen que su belleza se debe a su juventud y que el contraste que provoca ver a ambos juntos es como un sueño. He escuchado también a Jaken decir que su piel es tan blanca como la del Lord y que sus ojos sin ser iguales a los de él, cuando sonríe parece alcanzar dicha transparencia ambarina. La verdad es que también me da curiosidad— rió ante su confesión y recordó los rumores que recorrían todo el castillo acerca de la identidad de dicha mujer, ¿quién podría ser aquella que compartiría el Imperio con su Emperador?


Miroku y Shippou veían la escena con los ojos abiertos como platos y aunque estaban comiendo el guiso con tranquilidad, no podían evitar asombrarse por el sonido que hacían los palillos de Inuyasha y de Sango al chocar intentando ganarle al otro el último pedazo de carne que estaba servido en la mesa. El monje y el pequeño zorro se limitaban a apostar por Sango por debajo de la mesa, evitando ser despedazados por un Hanyou bastante molesto que gruñía al ver la insistencia de la exterminadora por llevarse su último bocado.

Sango estaba ya en el último mes, y su hambre era monstruosa y tortuosa también para su esposo, quien a veces tenía que salir a pesar de noche sólo porque su mujer tenía ganas de cenar pescado frito. Los humores de esta tenían locos al monje y a Kirara quien a veces sólo buscaba un pretexto para estar lejos de la choza, así como Kohaku quien temía aparecerse de visita por miedo a ser víctima de los antojos de su hermana.

—¡MÍO!— gritó por fin la pelinegra, haciendo chocar las manos de ambos espectadores, quien por suerte no habían perdido nada de lo apostado al irle al mismo bando. Pero ante la mirada enojada del albino sonrieron sudando la gota gorda y tragando fuerte antes de volver a su plato, escuchando como la única mujer presente en aquella mesa saboreaba con muchas ganas su trofeo.

—¡Khé!, ya no tengo hambre —todos rieron al escucharle y Sango se sobó su enorme barriga al terminar su bocado. Nadie de los presentes le creía, y menos cuando tuvo que conformarse con más caldo con verduras porque carne ya no había. Siempre comían juntos al menos dos días de la semana, y ese día se habían reunido después de la partida de Rin y Kohaku.

—¿Creen que Rin estará bien? —preguntó entonces el pequeño zorro quien se metía a la boca el último vegetal de su plato—. Me refiero a si traerá o no el medicamento a tiempo, a mi me parece que Sango dará a luz antes de que llegue— el monje se apresuró a negar con la cabeza, pues ya podía imaginarse si eso pasaba. Primero, no quería perder a su esposa y segundo, escuchar cómo se quejaba después del parto sumado a los llantos de un bebé no le parecía una escena muy… atractiva.

¡Oh, poderoso Kami!, ¿en qué momento había pedido ser padre?... no tuvo que hacer mucha memoria cuando recordó que lo venía deseando desde muy joven cada vez que veía a una chica hermosa.

—Más le vale que sí— respondieron Inuyasha, Sango y Miroku al mismo tiempo, estallando en carcajadas sólo los dos varones al darse cuenta que pensaban lo mismo y Sango hizo pucheros al darse cuenta que aquella frase iba cargada de súplica, en vez de precaución como lo había pensado ella. Tan sensible como andaba últimamente, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas y dejó el plato sobre la mesa de madera, mirándolos a todos, logrando que Shippou masticara con los ojos bien abiertos sin saber qué hacer, que Inuyasha pensara "Oh, Oh" y un monje abriendo los ojos sin mesura al notar que su esposa iba a llorar.

—¿Es porque estoy gorda?— preguntó entonces la exterminadora, rompiendo a llorar mientras se sonaba la nariz con la manga de su enorme yukata, que había sido diseñada por la anciana Kaede para esos casos.

—¡Estuvo deliciosa la comida!, pero yo creo que ya me voy —dijo el zorro con aquella voz infantil que lo caracterizaba, poniendo una de sus mejores sonrisas y depositando su plato encima del otro que había dejado el monje. Inuyasha captó la huída del zorro astuto y se limpió los labios con una de sus mangas, carraspeando antes de ponerse de pie.

—Yo también tengo cosas que hacer, nos vemos chicos— y en un abrir y cerrar de ojos, el único que quedaba en aquel lugar era Miroku, quien miraba la puerta por donde sus amigos se habían ido con los ojos entrecerrados.

"Cobardes, ¡traidores!..." y no pudo continuar porque se le fueron las palabas al girarse hacia su esposa quien lo miraba con aquellos ojos tan hermosos llenos de lágrimas. ¿Cómo podía pensar que se veía fea y gorda?, sin duda, era la mujer más hermosa de la aldea, y lo mejor de todo, la madre de su hijo.

¡Al fin iban a darle un hijo!, y alguien que lo amaba.

—Yo sólo veo a una mujer hermosa— y en vez de obtener el efecto deseado, Sango rompió en llanto abalanzándose a su marido para besarle intensamente, haciendo que poco a poco dejaran de necesitar leña para avivar el fuego.

Kirara salió entonces de la choza, buscando a aquellos que huyeron para no tener que presenciar una más de las escenas de sus dueños.


—¿Ya te perdiste?

—¡No!

Era la tercera vez que se lo preguntaba, llevaban medio día de viaje y ya habían pasado por aquel lago tres veces. La morocha sólo sentía unas ganas inmensas de reír, pero Kohaku parecía ya un tomate con lo rojo que estaba de pena y de enojo al no querer aceptar que en efecto, estaba perdido. No podía creer que en su primer viaje de "adulto" había perdido el norte y el sur y lo único que hacían era dar vueltas por el mismo sendero. Sus caballos ya estaba cansados y ambos tenían hambre, sin embargo, sorprendido por el aguante de Rin, no quiso verse débil y ser él quien pidiese un descanso.

—Opino que debemos descansar, podemos pescar algo en el lago y dejar que nuestros caballos beban un poco de agua— todo esto lo decía mientras se bajaba del caballo y se colocaba el arco en un hombro y las flechas cruzadas sobre su pecho. Amarró a su hermoso caballo negro en un pequeño árbol junto al lago y confirmó sus sospechas, observando cómo apurado tomaba el agua del arroyo. Yukari se salió de la cesta de mimbre en donde había viajado todo el recorrido y se apresuró a meterse al lago para tomar agua y darse un baño de paso. A Kohaku no le quedó más remedio que bajarse de su caballo pinto resoplando por su incompetencia y tomando su guadaña, la cual había colocado a un lado, sintiendo la mirada de Rin la volteó a ver y se encontró con ambas cejas alzadas para él.

—¿Qué?

—¿De verdad piensas pescar con eso? —la risa de la pelinegra lo hizo mirarla con los ojos entrecerrados y caminó hacia ella para darle un cocotazo con su puño cerrado.

—¿Con qué más? —pero parecía hablarle al aire porque Rin estaba muy concentrada remangando su Kimono hasta arriba de las rodillas, logrando que Kohaku observase aquella piel nívea un poco más de lo normal. Deleitándose con la delicadeza con la que metía sus pies en el agua y comenzaba a caminar por el lago como si lo conociera de siempre. Alzó su mano derecha para sacar una flecha de su espalda y tensándola en el arco apuntó hacia un pez que nadaba cerca, atravesándole sin fallar.

Corrió hacia él antes de que la corriente hiciera de lo suyo y lo alzó triunfante hacia él con una sonrisa burlona —¿Cazo tu cena también?— dijo al mismo tiempo que Yukari ronroneaba burlón desde donde estaba, logrando que el joven exterminador le sacase la lengua y le diera la espalda. Él podía cazar muy bien sus peces, ¡oh sí!, ya verían aquellos dos.

Se remangó el pantalón y se metió en el agua sin chistar, notando que estaba ya tomando aquella temperatura fría propia del otoño. Chapoteó un par de veces en el agua hasta divisar un pez gordo y perezoso que nadaba ajeno a su destino. El hermano de Sango sonrió de forma ladina y empuñó su arma con orgullo antes de lanzarla para que se clavara en el lomo del pez que pronto se convirtió en pescado. Volteó triunfante hasta Rin para presumirle lo que había pescado y al no encontrarla la buscó presuroso a su alrededor, observando que Yukari estaba ya en su forma grande cual félido a punto de atacar y que Rin estaba con una flecha en mano observando un lugar específico entre los árboles. No dudó en salir del agua con la "cena" y lo aventó apenas pisó tierra firme viendo como el pescado luchaba en vano por regresar al agua, muriendo segundos después. Segundos en los que Kohaku aprovechó para ponerse frente a Rin —¿Qué pasa?— la pelinegra lo miró señalándole a su lado unas huellas de pájaro, o mejor dicho, unas garras, demasiado grandes para ser un ave "normal". Ambos se quedaron mirando a Yukari, quién gruñía hacia el sendero como si algo o alguien estuviese asechando. Avanzaron un par de metros y las huellas desaparecían al subir la montaña que ellos iban a rodear para poder llegar a la otra aldea. Era bien sabido que la montaña estaba en muy malas condiciones como para escalarla y que alguien habitase ahí, pero era un hecho que ambos, al llegar a la aldea, informarían de su hallazgo. Pasaron más tiempo de lo debido verificando que ya no había ningún rastro de lo que sea que fuese aquel peligro y regresaron junto al lago para preparar lo que cada uno había pescado, optando por compartir la presa de Kohaku entre los dos y obsequiándole el de Rin a Yukari.

—Esa cosa seguro baja por agua y por comida, es bien sabido que los únicos arroyos con fauna marina son éste y el río de nuestra aldea, cuando se acabe lo que hay aquí seguro buscará en otro lugar y sabes lo que eso significa— el joven la observaba con atención mientras le hablaba a Rin, la veía tan tranquila que dudaba que se tomara en serio el peligro que una bestia de ese tamaño anduviese libre por el bosque que ellos iban a recorrer en los próximos días, pero tuvo que tragarse sus pensamientos al escucharla responder.

—Bueno, supongo que si la "bestia" supone un peligro, Inuyasha lo habrá olido si asechaba la aldea, pero mientras resulte inofensiva, no creo que sea correcto matarla. Ya sabes, no vamos matando yōkais, no todos son malos—. Kohaku sabía que estaba pensando en el hermano de Inuyasha al decir esas palabras, así que sólo se limitó a asentir y a darle una mordida a su parte del pescado frito que le había tocado, gozando de lo jugoso que estaba.

Tan pronto terminaron, Rin subió a Yukari a su cesta y ensilló de nuevo su caballo para seguir el camino, pues estaban a seis horas de que oscureciera y podían recorrer mucho más todavía.

Ambos muchachos cabalgaron hacia el lado opuesto de las huellas de aquel animal/yōkai, ajenos a la desgracia que dicha "bestia inofensiva" traería para todos.


Estaba de pie en lo alto de una de las montañas que rodeaba su imperio, con sus ojos ámbar recorría cada uno de los lugares en los que reinaba su palabra y su platinado cabello ondeaba con el viento acariciándole con un suave siseo la armadura de su brazo izquierdo.

Había pasado casi un año desde el cumpleaños de Rin y ahora que tenía su imperio terminado, su ejército formado y todo listo se encontraba más ansioso, pensando seriamente apresurar su regreso y traer a Rin con apenas 13 años, pero su razón lo controlaba y con un gruñido, como ahora, desviaba la mirada hacia el Sol logrando que sus ojos ámbar brillasen del deseo que aquella pequeña niña que un día rescató le provocaba. Estaba tan lejos de ella que comenzaba a olvidar cómo olía y el anhelo de verla crecer le carcomía las entrañas.

¿Cómo iba a recuperar esos días en los que no estaba con ella para verla convertirse en una mujer?

No se dio cuenta de lo instintivo que se estaba volviendo su cuerpo hasta que de un zarpazo rompió una de las piedras que estaba a su lado, rugiendo molesto e impotente, sintiendo como el coraje le provocaba adquirir su verdadera forma, sintiendo que sus colmillos crecían debajo de sus labios rosados y definidos. Y no estaba tan lejos de transformarse en aquel perro blanco de ojos rojos si no es por un par de manchas que aparecieron en el campo de visión de Sesshomaru y que respondieron sus interrogantes al por qué no apresurar sus planes con Rin: eran dos cúmulos de demonios viniendo de dos partes distintas, arrastrándose, trotando o volando hacia su imperio. Sus ojos adquirieron de nuevo ese color ámbar y en un abrir y cerrar de ojos el Daiyōkai se encontraba ya volando sobre su hogar como una luz verde y fugaz. Advirtiendo así a su ejército, que el haberlos formado y entrenado no era gratuito.

Jaken y Honoka, quienes almorzaban en el pasaje de cerezos dentro del palacio, también fueron testigos de la presencia de su amo en el cielo y el sapo inmediatamente le pidió a Honoka que le acompañase adentro, donde no corrían ningún peligro de lo que fuera estuviese asechando las barreras de su imperio. No pasó mucho tiempo para que ambos escuchasen el marchar de los soldados descender desde el castillo por todo el imperio hasta la puerta principal del muro que los separaba del bosque.

Había empezado.

La guerra de los cuatro años por el liderazgo de las tierras del Oeste comenzaba y los tres poderes luchaban por lo que les correspondía.

Cuatro años en los cuales, Lord Sesshomaru brillaría por su ausencia en la vida de Rin.

Tiempo en el que la vida de la Emperatriz de las tierras del Oeste también cambiaría.

Se trataba de estos acontecimientos de la vida que decidían tu destino, de desafortunados eventos que impedía que lo planeado saliera como lo esperabas.

Se escuchó un poderoso rugido y pronto, un terrible silencio reinó el imperio, así como una fría oscuridad que puso a temblar a Jaken, y que logró que todas las doncellas entraran a la seguridad del castillo huyendo de los que sea estaba amenazando su hogar. Pronto, ruidos de espadas, armas, gritos y aullidos se escucharon a lo lejos, y la tierra se cimbraba a los pies de todos. Honoka se sostuvo la barriga y se hizo bolita en el rincón de su habitación en la que estaba con el demonio sapo, mirando con miedo a éste, sintiendo el desespero en los ojos de Jaken, quién rezaba internamente por su amo bonito.

Un nuevo rugido se escuchó, pero esta vez cargado de enojo y odio, que erizó el bello de ambos demonios y preocupados por la vida de su emperador, corrieron a la ventana más cercana, siendo testigos de la sangrienta lucha que habían evitado ver desde que había comenzado. Observando con detalle, se dieron cuenta que eran lobos, arañas y demonios deformes los que atacaban en vano el ejército del Lord, y que el Daiyōkai luchaba con sus poderosas garras contra un lobo negro de ojos azul turquesa que le igualaba en tamaño, entendiendo que cada vez que se cimbraba la tierra era porque ambos cuerpos chocaban, así era la fuerza de ambos que Jaken se quedó sin aire y por una vez en su larga vida, Honoka dudó de la fuerza de Sesshomaru.

Para sorpresa de todos, los soldados del Imperio luchaban a sol y sombra, muchos en su verdadera forma y otros más manejando sin error ni duda alguna las espadas o armas varias que portaban.

—Es tan fuerte como el Emperador— murmuró Honoka en un hilo de voz, aferrando su garganta con una de sus manos al darse cuenta que el miedo era notable en todo su ser y le dedicó una mirada de disculpa al notar la severa del Sapo, que parecía querer quemarla viva con aquel enojo que escapaba de sus iris.

Todos en el palacio y dentro del muro temían, pero los movía algo que se llamaba confianza y fe y que dichos sentimientos sólo había logrado mantener presentes su emperador y sus soldados, que día a día se entrenaban para situaciones como aquellas, sin embargo, nada los había preparado para tremenda oscuridad y tremendo frío que en aquellas tierras, si no era invierno, era extraño.


Las flechas de Rin temblaban en su espalda y la recorría una sensación de ansiedad que no sabía identificar correctamente. A pesar de que su caballo iba a galope sentía la necesidad de ir más rápido, comenzaba a sentir ciertos espasmos en su estómago, apoderándose de ella una emoción desconocida, y sintió miedo al ver que de su arco emanaba una luz verde tan extraña pero a la vez tan conocida.

—¿Qué pasa?, ¿estás bien?— preguntó Kohaku extrañado ante la visión que se le presentaba ante sus ojos.

—No— respondió la morena aferrándose a las riendas de su caballo, golpeándole el costado con el talón apresurando su paso, dejando atrás a un exterminador confundido que intentaba ir al paso de la chica, pero sin éxito.

No podía responder con exactitud las preguntas de Kohaku y aquello la ponía más que nerviosa, sentía que de nuevo algo estaba pasando que ella desconocía y su mente se esclareció al momento de escuchar su nombre en boca de Kohaku, sintiendo como su caballo frenaba de golpe al encontrarse frente a un precipicio, mismo que mostraba la aldea donde tenían que llegar. La respiración de Rin estaba tan acelerada que perdió el conocimiento sobre su caballo al momento de sentir que algo le azotaba la cara como si de una bofetada se tratara…


El rugido que escapó de las fauces de Sesshomaru al recibir aquel zarpazo en su hocico provocó que su mirada carmín se encendiera y una fuerza descomunal escapara de él producto de su orgullo al ser tocado de aquella manera. Sintió como el lobo negro retrocedía ante la figura del perro blanco que crecía frente a él, y la forma en la que gruñía con aquellos colmillos le permitió observar que no estaba luchando contra un emperador débil y joven, no. Muchos le habían hablado de Sesshomaru y él conocía al estúpido de su padre, así que pensó que éste seguiría sus pasos, pero no percibía rastro humano en él y en ese lapso que se permitió pensar en lo que estaba haciendo observó como la mitad de su gente había muerto y que tal vez haberle hecho caso a esa araña gigante que yacía muerta ya al otro lado del campo no había sido buena idea. Sin embargo, estas eran sus tierras y no iba a permitir que se las arrebatase un niño bonito. Un simple perro faldero.

Por eso cuando soltó aquella risa canina, Sesshomaru, claramente enojado por la falta de inteligencia de su contrincante, arremetió contra su cuello, obteniendo un aullido de dolor que resonó entre las tropas y que bastó para el desconcierto de aquellos pequeños lobos y hombres mitad lobos que luchaban junto a aquel enorme yōkai de ojos turquesa. Viendo gemir así a su líder, arremetieron inmediatamente contra el Lord, olvidando al ejército y siendo presa fácil.

Inútilmente mordieron las patas, la cola y lo que tenían al alcance del perro blanco, dándose cuenta que con sólo una sacudida, el emperador de las tierras por las que luchaban, se los quitaba de encima y ante esto varios fueron aniquilados por el ejército de Sesshomaru que defendía a su emperador luchando hasta la muerte. Aún entre sus fauces el lobo negro intentaba defenderse, pero todo era en balde, con una nueva fuerza, se impulsó hacia el cielo, llevándose consigo al enemigo entre sus dientes, escuchando claramente el aullido de desespero que su manada le dedicaba y también aullidos de dolor al ser atravesados y asesinados de distintas maneras por su ejército. Con un solo movimiento de cabeza lo aventó lejos, viéndolo caer completamente debilitado a un lado del campo y lo escuchó resoplar completamente rendido.

En el aire, Sesshomaru lo miraba como si quisiera matarlo desde ya, pero le gustaba ver sufrir a su enemigo, le gustaba torturarlos hasta que por sí mismos se rendían y aceptaban su muerte. No demostraba signos de jadeo, porque no estaba para nada cansado, tenía sed de sangre y se relamió los caninos llenos de ésta, disfrutando el sabor de la muerte. Rugió desde donde estaba, haciendo retumbar las puertas y paredes de su propio castillo, como si de esa forma brindara seguridad a su gente y después miró de nuevo al lobo tendido donde le había aventado, sólo que éste también lo miraba, con aquellos ojos azules turquesa encendidos de odio, sentimiento que reconoció enseguida el Daiyōkai, agitando su cola al mismo tiempo que sacaba sus garras de sus patas, preparándose para luchar, pero una nube gris nubló el panorama y en cuestión de segundos, el lobo y sus súbditos habían desaparecido.

El perro blando descendió a tierra y caminó entre su gente admirando algunos de los suyos caídos y se dijo que se encargaría de ellos más tarde, pues su prioridad era aquella araña que le resultaba tan conocida. Se acercó al esqueleto que burbujeaba como si de un líquido espeso se tratara y olfateó en aquella forma lo que tenía delante. Gruñendo al darse cuenta de qué era, y de quién se trataba.

Bien decían que lo malo nunca muere, sólo se agita y asecha bajo las sombras esperando un buen momento para regresar y aunque no era precisamente Naraku, la maldad de todos los demonios de los que alguna vez él se apoderó estaba impregnada en aquella araña que ahora se desintegraba ante sus ojos, como si fuese un simple mensaje de lo que estaba por venir, pero, ¿quién era aquel lobo?, ladeó su inmensa cabeza peluda y miró a Eda encontrando enseguida su mirada verdosa y éste enseguida entendió que tendría que reunirse con él en cuanto le fuera posible.

Había cosas que debían ser tratadas con urgencia…

La guerra había empezado.

De un salto y tan rápido como un parpadeo tomó su forma humana, que a pesar de un rasguño en su hombro y un enrojecimiento en su mejilla derecha se veía igual de inmaculado que siempre. Puso la mano sobre el mango de su espada Tenseiga y la sacó produciendo un sonido suave y etéreo que llenó aquel lugar de un silencio sepulcral, caminó entre los suyos y bastó agitar su espada sobre ellos para que fueran poco a poco recobrando su vida. Enfundó su espada antes de ladear su cara y mirarlos sobre el hombro —Que sea la última vez que mueren, no habrá segundas oportunidades para ninguno —todos los que conocían lo suficiente a su emperador, sabían que Sesshomaru Taisho tenía el poder de traerlos de nuevo a la vida, sólo una vez después de morir.

Un grito de guerra y de agradecimiento de escuchó de su ejército el cual ya estaba de nuevo alineado perfectamente y marchando detrás de él para entrar a su castillo, siguiendo al emperador que caminaba tranquilamente, como si hubiese estado preparado para una batalla desde siempre…

Arriba, en lo escaldado de aquellas rocas en donde el sol pegaba todos los días y que estaban más abandonadas que el inframundo, lo observaban unos ojos turquesa con desprecio, jadeó y gruñó antes de darle la espalda caminando hacia el Este, donde se escondería con la poca manada que aquel perro le había dejado y donde haría crecer su poder en los próximos meses, para regresar a tomar lo que le pertenecía: el Oeste.


Las mañanas de Octubre se hacían cada vez más frías para Kagome, pero le parecían tan hermosas como las noches que valía la pena pararse temprano para hacerse una taza de té y escribir la novela de fantasía que se había propuesto terminar al mismo tiempo que la universidad. Cada día le faltaba menos, y viendo la magnitud de lo que le faltaba por contar, estaba segura que tendría que dividir la historia en tres partes, sin saber, que por cada parte, era un año sin Inuyasha…

Miró por la ventana de su habitación encontrándose con el árbol que alguna vez había albergado el cuerpo de su amado y se perdió en recuerdos por largo rato antes de cerrar su libreta y bajar un momento a acariciar la corteza de aquel árbol que mudaba de follaje hasta quedarse completamente sin hojas. Así como ella poco a poco se quedaba sin esperanzas de volver a verle.

—Kagome— escuchó entonces, por primera vez en mucho tiempo, el susurro de su nombre con aquella voz masculina que tanto soñaba. Sus labios se entreabrieron y con la mano aún en el tronco de aquel árbol se acercó para recargar su cuerpo en él, cerrando los ojos por instinto permitiéndole a las lágrimas rodar libres por sus mejillas hasta caer al suelo. No podía creer que su mente jugase así con su corazón, y aferró su mano enterrándose las astillas de la madera debajo de las uñas, sintiendo como al menos el dolor le recordaba que allá afuera tenía una vida por vivir. Esta vez no pronunció el nombre de Inuyasha en respuesta, porque le bastaba con escuchar su voz y estaba tan pasmada por ello que sólo se limitó a recordar el momento.

Su madre la miraba impotente desde la cocina, pues daría todo por devolverle a Kagome aquella sonrisa que irradiaba felicidad. Pero no podía traer a aquel muchacho con orejas de perro que ella tanto amaba, así que se limitó a seguir preparando el desayuno favorito de su hija, el mismo que todos los días desde su regreso hacía pero Kagome no notaba porque al parecer sólo estaba en modo automático cuando no estaba encerrada en su habitación.


En la época feudal, Inuyasha estaba acostado sobre una rama de aquel árbol que alguna vez fue su cárcel y susurraba el nombre de Kagome como si aquel "ritual" le trajese de vuelta a su amada. Ese día no había ido al pozo, era como si su mente le convenciera de que regresar cada tercer día era inútil y que sólo tal vez debía continuar con su vida. Pero su corazón le decía a gritos que se deshiciera de aquellas ideas, porque después de todo este tiempo se había dado cuenta de lo que sentía por la morena y se recriminaba constantemente no haber aprovechado más el tiempo junto a ella. Sintió entonces la calidez del árbol bajo sus pies y se preguntó por qué aquella temperatura en un día tan frío como aquella tarde, pues si bien no hacía tanto frío como en Invierno, la llegada del otoño había hecho que la calidez del verano se esfumase.

Escuchó al pequeño zorro llamarlo desde la lejanía y se acordó que le había prometido entrenar con él, por lo que descendió del árbol para reunirse con él y sacarse del pensamiento a cierta pelinegra.


Rin había hecho todo lo posible para no hablar de su pérdida de conocimiento de días atrás cuando apenas llegaban a la aldea en la que estaban. Kohaku no había insistido, pero apenas llegasen a la aldea le diría a la anciana Kaede todo lo que había visto, pues aquel rayo verde que había hecho brillar las flechas de la pelinegra aún estaba en su mente tan claro como el mismo sol que brillaba sobre ellos.

Llevaban ya las medicinas y unas cuantas semillas de trigo que muy amablemente les habían obsequiado, y esta vez llevaban provisiones para no detenerse a comer algo en el camino, haciendo el viaje de regreso más corto y perfecto para que llegasen muy temprano a la aldea el día del cumpleaños de Rin. Sus caballos galopaban a toda velocidad jugando carreras al estar ya en tierra conocida y cuando llegaron a esos caminos que rodeaban el río de su aldea apresuraron el paso haciendo resoplar a sus caballos por las prisas que tenían. El aire ya llevaba la melodía de las risas de ambos jóvenes a las chozas de los aldeanos y la abuela Kaede fue la primera en recibirlos con una canasta de verduras que había recogido esa mañana; agitaba su mano con entusiasmo al ver que ambos estaban bien y poco después Kirara corría al encuentro con su amigo Yukari, mientras que Shippou, Inuyasha y Miroku corrían también hacia ellos para darles la bienvenida y desearle un feliz cumpleaños a Rin. Había pasado tan rápido el año que les parecía increíble que fuese su segundo cumpleaños con ellos, la morena se bajó del caballo para abrazar a su abuela quien sonreía de forma traviesa al verla vestida como toda una exterminadora, solamente que Rin tenía su propio estilo y portaba aquel traje negro con adornos morados que ella misma había cosido, simulando una falda, y había puesto un pedazo de tela sobre sus pechos del mismo color que según ella le brindaban más soporte, sólo que la pequeña no se daba cuenta que aquellas añadiduras suyas resaltaban su figura que poco a poco era la de una mujer.

Entregó el encargo al monje y le dio unas tiras de carne seca a Inuyasha que la gente le había obsequiado, las cuales había guardado para el hermano de su amo sabiendo lo mucho que amaba la carne. Tomó a Shippou entre sus brazos y cuando vio a Moriko correr hacia ella le hizo menos pesado el esfuerzo y corrió hacia ella para abrazarla y reír juntas, recibiendo la felicitación de su amiga y un bonito presente que llevaba en sus manos. Kohaku fue rodeado por los hombres inmediatamente para dar detalles del viaje y para informar si todo alrededor de la aldea estaba bien. La anciana Kaede se acercó a las niñas seguida de Kirara, Yukari y Shippou quienes veían entretenidos a Rin quien se probo coloco enfrente el kimono que Moriko le había hecho en su ausencia para ser usado ese día en especial. —¡Es precioso!, me voy a bañar al río para ponérmelo y así recibir a Lord Sesshomaru cuando venga a verme— la anciana Kaede y Moriko la miraron con una sonrisa, pues al menos la castaña era la primera vez que oía el nombre de aquel que le robaba el sueño a su amiga y la abuela porque esperaba de todo corazón que el hermano de Inuyasha viniera a verla, pues no había tenido noticias de él desde la última vez que la visitó en su pasado cumpleaños y su hermano no le había dicho nada de sentir su presencia por estos lares.

Ambas chicas se fueron al río y mientras Rin le contaba los detalles del viaje, Moriko se hacía una idea de los sentimientos que Kohaku albergaba por su amiga, notando también que ella estaba ciega al respecto. Mientras peinaba su largo cabello azabache en una hermosa trenza, escuchaba los relatos de Rin acerca de su desmayo y alzó una ceja algo confundida por esas reacciones. —¿Y eso está bien?— preguntó la de ojos violetas mirando a su amiga con curiosidad.

—La verdad es que no sé, pero no volvió a sucederme en todo el viaje, supongo que estaba alterada por las huellas que encontramos Kohaku y yo— no dijo nada más porque su amiga ya había terminado de arreglarla y aquel kimono rojo se le veía espectacular a Rin, tanto que no había palabras para describirla. Al ver su reflejo en el agua la pelinegra quedó encantada y corrió a abraza a su amiga con todo el amor que le tenía. Caminaron hacia la aldea y ya ahí, Moriko se dio cuenta de que Rin parecía buscar algo en cada recoveco del lugar, sin mucho éxito al parecer. Era felicitada por todos los aldeanos y la morocha les brindaba una sonrisa cálida, recibiendo y dando abrazos por doquier. Llegaron a la choza de Sango, donde la exterminadora de pelo largo y castaño y una panza enorme las recibió con un guiso delicioso para festejar el cumpleaños; Rin recibió presentes de todos y así pasó la tarde de su décimo segundo cumpleaños. Se dio cuenta de lo rápido que pasaba el tiempo y cuando vio que el sol se iba ocultando su corazón comenzó a encogerse, pues anhelaba que aquel día fuese eterno, así cuando llegara su Amo podría estar mucho tiempo con él.

Sin embargo, cayó la noche y Lord Sesshomaru jamás llegó.

Todos se dieron cuenta, y aunque Rin sonreía como siempre, no quiso entrar a la choza cuando llegó la hora de dormir, con la única compañía de Yukari en su forma félida y grande se dirigió hacia el río donde el año pasado había visto por última vez a su amo, con la esperanza de volverlo a ver. Sentada a la orilla del río, con los pies dentro del agua y con Yukari en su espalda como respaldo peludo, pasó las horas esperando a alguien que no llegaría.

Aquel fue el primer año de cinco que Lord Sesshomaru no volvió para su cumpleaños.


¡Hola chicas!, estoy muy contenta porque esta vez no me he tardado dos años en actualizar. Perdonen por eso, la verdad es que me ponen muy feliz cada vez que me llega un correo con un review a este fic que pienso ha quedado en el olvido, pero veo que no. Espero que hayan disfrutado mucho del capítulo y no me maten con dicho final, la verdad es que yo tenía pensado otra cosa pero las que escriben entenderán que a veces cuando uno está en proceso de escritura las ideas fluyen y es imposible negarles algo a las musas.

Por otro lado, quiero decirles que estoy publicando el fanfic de nuevo en Wattpad con correcciones y con multimedia que puede ser de utilidad para ustedes, he recibido comentarios de que quieren saber cómo es Yukari y otros detalles, precisamente por eso en dicha página puedo mostrarles cómo. Espero que me apoyen ahí pues lo vuelvo a subir para ustedes

Perdonen cualquier falta ortográfica o de redacción en este capítulo, pero me moría de ganas por subirlo ¡ya!.

Sin más, me iré a estudiar para mi examen.

Las quiero y muchas gracias por todo, ¡bienvenidas a las nuevas lectoras y lectores! y espero que me acompañen hasta el final en esta historia de nuestro Lord y la pequeña Rin.

—Justmaryfer