Bueno, esta es una historia que tengo escrita hace algún tiempo. Siguiendo con mi obsesión con adaptar al siglo XXI a mis parejas preferidas, ahora es el turno de la pareja preferida de todo el mundo: Lizzie Bennet y Fitzwilliam Darcy. ¡Ojalá les guste!

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen a mí, si no a Jane Austen y a sus descendientes.

Capítulo 1

La señora Bennet estaba muy emocionada esa mañana. Hacía pocos días habían llegado nuevos vecinos al vecindario, un bonito condominio a las afuera de la pequeña ciudad de Meryton, en el condado de Hertford, y estaba ansiosa de conocerlos. Ése sábado, en contra de su costumbre, se levantó muy temprano y empezó a recorrer la casa nerviosamente.

— ¡Niñas! ¿Alguna quiere acompañarme a darle la bienvenida a los Bingley? — gritó, asomándose por las escaleras que llevaban al segundo piso, en el preciso momento en que su segunda hija, Lizzie, bajaba por ellas, aún con su pijama puesto, y el pelo desordenado.

— ¿Qué pasa mamá? — preguntó, extrañándose de ver a su madre levantada a las diez de la mañana, en sábado. Lizzie era una muchacha aguda e inteligente, y sin pelos en la lengua, por lo que sus comentarios irónicos solían dejar a sus interlocutores con la boca abierta. No era una chica bonita, en el sentido típico de la palabra, sus rasgos eran demasiado grandes para su cara, llevaba el pelo corto hasta los hombros, habitualmente desordenado y era muy menuda. Lo más llamativo de su apariencia eran sus ojos; grandes, oscuros y profundos.

—Voy a ir a ver a los Bingley, es de buena educación dar la bienvenida a los recién llegados. — Le contestó su madre, abrochándose el abrigo. Lizzie arrugó el ceño.

Así que era eso. Desde que había oído acerca de los nuevos vecinos, la señora Bennet no había dejado de insistir con que debían hacerles una visita de bienvenida. Lizzie se sonrió. Sus dos hermanas menores pasaron a su lado, completamente vestidas, lo que era muy raro en ellas los sábados por la mañana. Kitty y Lydia eran muy parecidas a su madre, mientras que Lizzie y Mary tenían más en común con su padre. Jane, por su parte, era la mezcla perfecta entre su padre y su madre.

—Nosotras vamos contigo, mamá. — dijeron, entre risitas idiotas, tomando del brazo a su madre y arrastrándola hasta la puerta.

Lizzie rodó los ojos y se dirigió a la cocina. Hill, la cocinera, le sirvió su desayuno. Café con leche y tostadas con mantequilla, como siempre. Hill llevaba con la familia desde el nacimiento de Lizzie, quien era evidentemente la preferida de la maternal señora. Mientras Lizzie tragaba sus tostadas, Hill cocinaba el almuerzo para ese mediodía.

— ¿Por qué no acompañaste a tu madre? — preguntó, mientras deslizaba dos tostadas más en el plato de la chica, ella siempre insistía en que Lizzie estaba demasiado flaca.

—No me interesa mucho conocer a los nuevos vecinos, no creo que sean muy interesantes. Además es seguro que si tienen hijos de nuestra edad, los conoceremos el lunes en el colegio, o en la fiesta de hoy en la noche. — contestó la chica, tomando el último sorbo de su café y devorando el último par de tostadas en un par de mordiscos. — No hay por qué apurar las cosas. — Agregó, tomando su taza y su plato y metiéndolos en la máquina lavaplatos. Besó a Hill en la mejilla y subió de nuevo, esperando que el baño estuviera desocupado.

Para su suerte, se encontró con Jane, su hermana mayor, saliendo de él, envuelta en una toalla. Era la hermana preferida de Lizzie, alegre y cariñosa con su familia y amigos cercanos, aunque un poco tímida frente a los desconocidos. A sus dieciocho años estaba a punto de terminar sus estudios en la escuela local e irse a estudiar administración a alguna universidad.

—Te dejo el baño Lizzie. Siéntete libre, Mary se levantó a su hora habitual y no sé por qué Kitty y Lydia se levantaron temprano. — dijo con una sonrisa, entrando a su pieza. Lizzie entró al baño y prendió la ducha, como era la última en ducharse el agua caliente prácticamente se había acabado, por lo que tuvo que ducharse a toda velocidad. Cinco minutos después salía del baño, tiritando, envuelta en una toalla, y secándose el pelo con una toalla pequeña.

Entró a su pieza y se sentó sobre la cama desecha. Su pieza era pequeña y sencilla, su cama, un escritorio, sobre el que reposaba su laptop, que había ganado por ser la mejor alumna de su clase el año anterior, una repisa llena de libros (en completo desorden) y su guitarra eléctrica apoyada en su soporte en una esquina, eran las únicas cosas que se podían ver, su ropa estaba metida de cualquier forma en el clóset empotrado en la pared y en las paredes se veían fotos de ella con sus hermanas y pósters de sus bandas preferidas. Su madre insistía día a día en decirle que ordenara el omnipresente caos de su pieza, pero eso era inútil, la pieza de Lizzie insistía en mantenerse desordenada. Lizzie se vistió en dos segundos e hizo su cama. Dio una mirada a su alrededor y maldijo entre dientes frente a la repisa de libros, imposiblemente desordenada, decidió que no valía la pena intentar ordenarlos, sacó uno de ellos y salió de su pieza. Bajó al living, porque ahí había mejor luz para leer que en su pieza. Ahí estaba Mary, ensayando piano, como hacía todos los sábados en la mañana.

— ¿No quisiste acompañar a mamá? — preguntó Lizzie, cuando su hermana notó su aparición en el living y dejó de tocar por un momento.

—No, sabes que conocer gente nueva nunca ha sido uno de mis intereses. No me siento cómoda con el tipo de superficialidades presentes usualmente en esos tipos de relación. Además prefiero aprovechar mi tiempo de mejor forma, mejorando mis conocimientos y habilidades naturales. — le contestó Mary, volviendo su vista al piano y empezando de nuevo a tocar las repetitivas escalas.

Lizzie rodó los ojos y se sentó en una de las grandes sillas junto a la ventana, abriendo el libro. Era su lugar preferido, y siempre se sentaba con las piernas encogidas bajo su cuerpo. Mary siempre hablaba así, presuntuosamente. Siempre actuaba como si fuera mejor que el resto, y todos los demás fueran idiotas, frente a su brillante inteligencia. Solía ir vestida de negro o colores oscuros, con ropa muy sencilla y el pelo negro y liso muy bien peinado en un moño en la nuca. Lizzie la consideraba tan vanidosa como a Lydia, que siempre estaba preocupada de su aspecto, y se volvía loca si llegaba a aparecerle un grano, sólo que Mary quería que la admiraran por su "inteligencia", o más bien, por su capacidad de memorizar libros completos. Mary volvió a sus escalas. Un rato más tarde la estruendosa voz de la señora Bennet irrumpió en la sala, seguida de las risitas de sus hijas menores.

— ¡Qué lástima que no hayamos podido ir a ver a los Bingley! — suspiró, lanzándose en el sofá frente a la chimenea. Jane entró al living y se sentó junto a ella.

—Hola mamá. — sonrió, con su amabilidad habitual. —¿No estaban los Bingley?

—No, por desgracia, habían salido a matricular a sus hijos en el colegio. Pero no es tan grave, el señor Lucas me dijo que confirmaron su asistencia a la fiesta esta noche. Va a ser tan emocionante… una familia tan interesante, no se imaginan el auto que tenían estacionado fuera de la casa… — La señora Bennet le hizo un gesto a Kitty, que fue a buscar un vaso de agua a la cocina, mientras su madre se acomodaba en el sofá.

—Claro, si tienen un auto caro, deben ser buenas personas. — la interrumpió Lizzie, levantando la vista de su libro. — Las personas estúpidas, aburridas o egoístas, nunca tienen autos caros o casas lujosas, esas cosas son exclusivas de las buenas personas…

— ¡Lizzie! — La interrumpió Jane, con un tono serio. Una cosa era ser sarcástica, y otra muy diferente era ser sarcástica con su madre. A veces Lizzie no sabía cuáles eran los límites. Lizzie escuchó el reproche, pero lo ignoró, volviendo la vista a su libro. Jane suspiró. —Entonces mamá, ¿Cuántos hijos tienen los Bingley?

—Seis, pero sólo dos viven con ellos; Charles, que tiene tu edad y Caroline, que debe tener la edad de Lizzie. Empiezan el colegio el lunes. ¡Es tan terrible no haberlos visto! — Se quejó la señora Bennet, tomando el vaso que le tendía Kitty, que desapareció de nuevo en el pasillo.

—Sí, mamá. Ya lo dijiste. Una tragedia. — replicó Lizzie, con la cabeza en su libro, principalmente para evitar las miradas reprochadoras que le dirigía Jane. Sus hermanas menores entraron al living gritando emocionadamente. Mary suspiró y dejó sus escalas, bajando la tapa del piano con un gesto decidido que expresaba su desprecio por sus superficiales hermanas menores.

— ¡Irán a la fiesta! ¡Irán a la fiesta! — gritaban las dos chicas, bailando por todos lados. Lizzie tuvo la sensación de que ya se habían imaginado un escenario rosado donde bailaban toda la noche con el chico Bingley, que caía enamorado a sus pies. Sus hermanas podían ser tan idiotas si se esforzaban, o sin esforzarse. Las chicas se acercaron a Jane por detrás del sofá, una por cada lado.

—Jane, ¡préstame tu vestido morado! — rogó Lydia, poniéndose de rodillas tras el sofá. — ¡Te juro que hago todas tus tareas por un mes! ¡Dos! ¡Por favor!

— ¡No, Jane! ¡Préstamelo a mí! — exigía Kitty al mismo tiempo. —Te puedo prestar mis zapatos plateados, te van a quedar perfectos con el vestido azul que te queda tan bien…

Lizzie les lanzó una mirada divertida y cerró el libro, para concentrarse en la escena. Sus hermanas menores definitivamente eran tontas, o por lo menos lo aparentaban muy bien. Por el rabillo del ojo vio como Mary les lanzaba una mirada de completa desaprobación y salía de la pieza, exasperada. Seguramente la cantidad de ruido en la pieza la desconcentraba, por que a esas alturas Jane intentaba con todas sus fuerzas hacerse oír, a lo que sus hermanas respondían hablando más fuerte. Tras un buen rato de discusiones y negociaciones lograron llegar a un acuerdo que satisfizo a todas las hermanas involucradas, aunque a esas alturas era prácticamente la hora de irse a la fiesta.