Título: Dos tontos muy tontos
Prompt:
Anclados
Advertencia:
Uso de nombres humanos (Antonio para España). Malas palabras, insultos.
Notas:
El Bribón: el barco del rey de España. Para Kiriahtan.


—Eres un inútil, España.

Tenía una apuesta interna con sí mismo para ver cuánta bilis podía soltar, preguntándose si en lugar de pronunciar España dijese Antonio. Y añadiendo además bonitos insultos que había aprendido en las callejuelas del puerto, donde las lenguas iban tan rápidas como la pólvora.

—Tú más.

Picándose como dos niños. Si alguien pudiera contemplar la escena, se preguntaría quién era mentalmente más pequeño.

Habían acabado con el ancla estropeada, a la deriva. Nadie se había atrevido a seleccionar aquel barco que les acabó llevando a la perdición en pleno mar Mediterráneo. Nadie más había visto cómo se habían perdido. Todos con sus parejas, mejores amigos, incluso gente inesperadamente amigable y ellos dos, solos.

Más solos que la una.

Los dos habían tenido su pasado como piratas. España a veces comandaba el Bribón.

Ahora llegaba el momento de la vergüenza interna y de acusar al otro por la pérdida de memoria demasiado selectiva.

Unos intestinos resonaron.

—Tengo hambre... —se lamentó España.

—Yo no voy a cocinar nada, que lo sepas.

—Ni falta que hace. Cada vez que entras en una cocina algo se estropea o se quema espontáneamente.

Se fue a la pequeña cocina y salió con un paquete de palitos de cangrejo y una cerveza de su país. Empezó a comer sin mirarle directamente, sobresaliendo sus pies por la proa.

—¿Me puedes dar un poco de cangrejo, por favor?

Podía odiarlo, pero no dejaría de ser un señor.

Como respuesta, España siguió comiendo hasta que le lanzó uno. Y otro. Y otro.

—Un poco más y me caigo, imbécil.

—Gilipollas.

Acabaron de zamparse aquel ínfimo almuerzo hasta que España se fue otra vez hacia adentro y volvió con un mazo de cartas.

—¿Quieres jugar?

—Prefiero aburrirme que hacer una partida de póquer —bufó Inglaterra.

—Eso es lo que te crees tú.

España fue barajando hasta que Inglaterra acabó accediendo, harto de tanto silencio. Dos horas después Francia se los encontró a los dos medio mareados por el sol, con España riendo malvadamente y con Inglaterra maldiciendo su poca suerte y amenazando al sureño con otra partida.

—Adelante, adelante.